Profuso, frondoso y exacto, César Abraham Vallejo Mendoza escribió 296 piezas periodísticas en el tramo europeo de su vida entre 1923 y 1938. Textos que se publicaron en periódicos y revistas del Perú, América Latina y Europa. Vallejo hizo periodismo para vivir desde la obligación del profesional. Así, no fue un colaborador, como se dice ahora, fue periodista de raza. Cierta vez Osmán del Barco confesó que Vallejo le había contado que en la revista “Mundial” de Lima, le pagaban 20 Soles por cada texto y supo que Monsiur Lasalle, el editor de la publicación francesa «Grandes Periódicos Ibero americanos”, le entregó un adelanto de 100 Francos, unos 10 Soles, que apenas le alcanzó para un poco de pan y vino. Vallejo fue periodista para vivir, sobreviviendo.
Con Vallejo y sus secuelas, no puede existir buen periodismo sin el poder de la poesía. La comunicación simbólicamente sensualizada de una verdad. Ahora sí se entiende, por ejemplo, que ese maridaje es obligado a partir de las exigencias inéditas de las gramáticas de las nuevas tecnologías de la comunicación. La sintaxis es dinamitada con frecuencia por esto y aquello. Debo advertir, que los modernistas José Martí en Cuba y Rubén Darío en Nicaragua fueron, antes que cualquier cosa, poetas-periodistas. Y en el Perú, César Vallejo es la cumbre de un periodismo lúcido, honesto y ciudadano. Y si en la literatura, militaron seminales en esa ráfaga estética llamada vanguardismo, en periodismo articularon un ensamblaje entre lo real y lo simbólico para una lectura que active la conciencia.
Muchos estudios se hicieron, no los suficientes. Vallejo es el peruano universal y es el periodista brillante que no desatiende tema o personaje. Testigo de su época, llega a ser como los poetas Darío o Martí, que, sin embargo, han dejado una profusa obra periodística. Son ellos los fundadores del llamado “Nuevo periodismo”, corriente de la que se apropió injustamente el norteamericano Tom Wolfe a principio de la década del 70 del siglo pasado y que sin embargo tiene matriz esencialmente latinoamericana. Vallejo es pues abanderado de esta escuela. Aquella de ser la misma persona cuando redactaban sus crónicas periodísticas, que cuando se trenzaban en brava batalla contra las palabras, los versos o las imágenes de un poema.
El estilo de la prosa periodística de Vallejo es el uso del término exacto para la idea categórica. Hay en su escritura, galope y musicalidad. Es pues la suya, la palabra afable, caliginosa y humana. De esta manera, tiende a una lectoría social y universal solo con la finalidad de la verdad. Así se opone a la pedantería y a las modas. Los textos periodísticos de Vallejo, se adhiere con pasión a lo real de la realidad. Son escritos como arte liminar. Es decir, un canon amorfo y disforme de paradigmas fronterizos.
Se apropian así de cuanto género periodístico y de los otros que existen para instaurar en un mismo texto, lo que hoy podemos llamar hipervínculos antes considerados antagónicos o excluyentes. El estilo de Vallejo hace maridajes con historias reales y con la ficción, con el propio periodismo y con la literatura. Hace el amor entre la objetividad y la subjetividad. El acto oral y el escribal. Entonces, convertido en un camaleón textual, goza de una iluminada hibridez. Se mimetiza y se erecta. El periodismo de Vallejo rosa con la retórica de las ideas, el ensayo. Juega con la crítica y arma un constructo de no ficción. Por eso tiene un carácter anticanónico y antivicario.
Pero Vallejo fue periodista desde antes, cuando vivió en el Perú. Entonces sus textos ya se publicaban en La Reforma y La Semana de Trujillo desde 1918, y al año siguiente, en La Prensa de Lima. Vallejo poseía una mirada integral y multidisciplinaria. Por lo tanto, ejerció el periodismo de forma holística. Así, cuando uno desclasifica todos sus textos periodísticos, con seguridad se puede afirmar que ningún peruano ha dejado una obra tan copiosa y fecunda. Así también, si Vallejo viviese en estos días, con seguridad sería el periodista más importante del planeta.
El escritor Augusto Rubio Acosta en su artículo “Vallejo periodista, ser humano”, relata que Vallejo ya en Europa, vende sus artículos a las siguientes publicaciones: “L’Amerique Latine” (París, 1923), “El Norte” (Trujillo, 1923-1930), “Alfar”(La Coruña, 1924-1926), “Sirio” (Albacete, 1925), “Mundial” (Lima, 1925-1930), “L’Europe Nouvelle” (París, 1925), “La Vie Latine” (1925), “Paris Time” (1925), “Perú” (Génova, 1926), “Favorables París Poema” (1926), “Amauta” (Lima, 1926-1930), “Variedades” (Lima, 1926-1930), “El Universal Ilustrado” (México, 1926-1927), “Revista de avance” (La Habana, 1927), “La Razón” (Buenos Aires, 1927), “Repertorio americano” (1927-1937), “Cromos” (Bogotá, 1928) y “El Perú” (Leipzig, 1929).
Luego, en la década del 30, Vallejo publica en “El Comercio” (Lima, 1929-1930), “Bolívar” (Madrid, 1930), “Nosotros” (Buenos Aires, 1930-1939), “Letras” (Santiago de Chile, 1930), “Claridad” (Buenos Aires, 1931), “Germinal” (París, 1935) e “Internationale Literatur” (Moscú, 1937) y en “Semana parisina” que Vallejo fundara con Pablo Abril y Enrique Ribeyro.
En su estudio “César Vallejo: periodista paradigmático” (Fondo Editorial UNMSM, Lima 1998), el poeta Winston Orrillo explica –y con ilustrado esmero— que Vallejo en su faceta de periodista, abarca diversidad de temas, los más disímiles, los más controvertidos. Y se explaya en el carácter paradigmático de su tarea periodística: “En tanto no se limita, meramente, a informar, sino que se adentra en la urdimbre de la noticia, la devela, la desmitifica, y siempre saca de ella una urgente lección para que el lector asuma el mensaje periodístico como una suerte de enseñanza que aprende y aprehende al tomar contacto con el artículo, crónica o interviú vallejianos”. Cierto, hay pues en Vallejo un periodismo propio, denso e iluminado.
Winstor Orrillo explica que la prosa de vallejo es esencialmente poética. E incluso, que introduce como crónicas aquellos que son poemas en prosa. Baste leer el texto “Los funerales de Isadora Duncan”. E insiste en la preocupación de Vallejo por darnos diversas poéticas y, a veces, despistar a propio y ajenos al hacer pasar como artículos, aquello que era sustancia poética en grado extremo. “Hay casos de intertextualidad: o sea de momentos en los que, desde la crónica y/o artículo, se prevé el poema; o cómo, en el escrito periodístico, perviven hallazgos provenientes de poemas, como ese adjetivo –tan vallejiano– «quijarudo», presente en Trilce LXV, y que aparece en dos artículos que señalaremos en su momento. Existen, del mismo modo, bajo la piel de crónicas y/o artículos, larvados o en agraz, cuentos o greguerías, ensayos o disquisiciones filosóficas, metafísicas, a las que nuestro poeta, por otra parte, era tan adicto”.
Si bien Vallejo nunca fue un periodista de redacción, su trabajo lo hizo en el vórtice de las noticias. Manuel Jesús Orbegozo recordaba que Vallejo sus entrevistas, sus reportajes, todas sus crónicas y alguna que otra nota necrológica: “Todos con un estilo personalísimo, elegantes y excepcionalmente didácticos. Vallejo fue un articulista pragmático, aunque todo lo que publicó, en síntesis, revela a un acucioso observador de la vida, del hombre, del mundo, de su circunstancia y de su tiempo. Su obra en prosa periodística sirvió, además, de yunque para forjar su ideología marxista y mostrar sus grandes, sus “ubérrimas” ganas de vivir exclusivamente al servicio del hombre.
Vallejo demostró gran facilidad para describir tanto como para narrar que son los cimientos sobre los que se construye todo texto periodístico. En lo que corresponde al periodismo interpretativo, -que ocupa toda su producción textual a diferencia de lo que ocurre actualmente-, es un tejido adornado con tropos literarios de las más variadas índoles: comparaciones, imágenes, metonimias, metáforas, anáforas, etc., producto de su sensibilidad estética, humanismo, y madurez intelectual.
Vallejo tenía una clara posición sobre su función de hombre de prensa. No la del periodista académico y compasivo, sino de una profunda convicción e identificación con transpirar humano y las causas populares. Así supo que era heredero de una brillante tradición de escritores peruanos que también había ejercido el periodismo. Cito: “los textos de Vallejo que vienen del teatro griego y de las leyendas celtas, son a su vez herederos de Ricardo Palma y Abelardo Gamarra y Manuel Atanasio Fuentes. Son de Pardo y Aliaga y Asencio Segura. Cierto, y son simultáneos a los de José Carlos Mariátegui, y Vallejo. Tienen esencia de los documentos más antiguos y paradójicamente, de los más modernos. Hoy es le llama periodismo literario o periodismo narrativo porque adopta la superestructura del relato, a la vez que incorpora la técnica del punto de vista, y al periodista mismo como narrador, en todas sus posibles variantes.
En análisis somero y comparativo, los textos de Vallejo podrían considerarse ahora como crónicas contemporáneas. Es decir, ese “género andrógino” que se permite infringir o violentar las reglas, los límites establecidos por las convenciones genéricas. Si los géneros representan normas literarias que establecen el contrato entre un escritor y un público específico, la escritura cronística, guiada por una voluntad de transgredir las normas, busca romper con tales sistemas tradicionales de regulación. Al ser un género transdiscursivo, la crónica resulta ser un relato que desafía de manera constante “lo viejo”.
Decía el recordado poeta Washington Delgado: “Todo poeta debe estar inconforme con lo que ha escrito si quiere hacer algo nuevo. Y la verdad es algo que se va descubriendo, se va haciendo y rehaciendo en el tiempo; pero es sobre todo una actitud. Porque todo acto está relacionado con la verdad, pero la poesía tiene una vinculación más estrecha todavía porque ella se nutre de palabras. Es el discurso más coherente, más compacto, más bello y entonces, su vinculación con determinado pensamiento es íntima. […] La poesía es una actividad seria que produce placer, pero cuyo fin último es el descubrimiento de la verdad, hacerla palpable”: Sí señor. El periodista solo tiene un argumento: la verdad. Y la poesía permite descubrir lo esencial de esa realidad. Su inmersión le permite conocer “lo real”, ese plano diferente, que es esencial y determinante cuya profunda contradicción mueve la historia. Igual que el periodismo, digo yo.
La poesía de Vallejo es rotunda y huesuda, déjenme redundar, parafraseando a Alejandro Romualdo, quien advertía que Neruda, al contrario, era cuasi fofo y carnudo. Pero hay un Vallejo periodista que a decir de Manuel Jesús Orbegozo, “practicó un periodismo veraz, honesto, fecundo, no agorero sino profético. Vallejo fue técnico admirable, innovador estilístico, pero, sobre todo, ético y humano De nada le habría valido escribir genialmente si hubiera descuidado estos dos valores, casi proscritos en la sociedad actual: ética y humanísticamente ausentes en todos los niveles de la vida social contemporánea”.
Este Vallejo frutal y orgánico de primicias, no ha sido estudiado como periodista porque fue digerido por el descomunal bolo alimenticio de sus poemas en verso y prosa. Pero hay un Vallejo cronista [ii], ciclópeo, aunque vidente espacioso. Y Ese Vallejo no está en los textos escolares y no pertenece al cano de los grandes periodistas de la época.
Vallejo demuestra que hay una poética periodística. Ergo, como el Movimiento Hora Zero, con un sentido de calle en toda la extensión de su sonoridad: desde la geometría hasta los interiores silentes de cada sufriente; desde las indiferentes (no diferentes) tribus sentimentales, hasta las desemejanzas de los insignificantes (no significantes) para el poder, los aduaneros de todo tipo de jerarquías y los canónicos de todo pelaje. Porque Vallejo no solo habla de esa “mirada” sustancial del poeta sino también de un comunicador integral. Ese Vallejo poseía esa visión que muy pocos la ven hoy. En el paradigma, esos textos de Vallejo no son celestial. Al contrario, nada es más terrenal e infernal porque es un discurso poético donde aparece en primer plano la relación entre la denominación y el contexto enmarcante, entre la curiosidad y todos los asombros.
En el texto “Crónicas latinoamericanas: periodismo al Límite” (San José: Fundación Educativa San Judas Tadeo. 2008) de Froilán Escobar y Ernesto Rivera, se sostiene que el Vallejo que escribe sus crónicas desde Europa no deja nunca de ser el Vallejo de “Trilce” o de “España, aparta de mí ese cáliz”. Existe la misma sorpresa y los mismos planteamientos que en Dario y Martí porque la poesía y los textos periodísticos custodian su eficacia e importancia por su lenguaje y estructura, más que por el suceso o hecho de referencia. Los textos de Vallejo, lejos de su sello de coyuntura, hoy se pueden leer con el mismo gusto de aquellos años en los que sucedieron.
Vallejo al encarar el periodismo de autor, refuerza los procesos del grado cero de la escritura. Relato, hipótesis e impulsos eléctricos ganan la necesidad de hallar la certeza a partir de sus opuestos. En el fondo, ese «escribir» de Vallejo, tiene sobre cualquier otra cosa, bastante de experimento, voluntad más de aprender que de enseñar, esfuerzo por mejorar el mundo, humanizar a tanto usurero, liberarse de la angustia de las miserias todas y construir un mundo más justo. Con los textos de Vallejo, escribir una noticia –y solo eso es periodismo–, es descubrir los misterios reales, pero al mismo tiempo, repetir una verdad ignota. La que nadie sabe.
Finalmente, Los trabajos de Enrique Ballón Aguirre y, básicamente de Jorge Puccinelli, nos permite hoy gozar de este escritor descomunal, poeta inigualable y periodista de raza que supo trascender con su escritura los linderos de lo trivial e insignificante. A 125 años de su nacimiento, no todos los países tienen un Vallejo, justo y atronador. Pocos somos paisanos del periodista ejemplar tan alto como su genio.
(Publicado en la revista impresa Lima Gris 11)
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Los funerales de Isadora Duncan
Por César Vallejo
A esta hora están quemando en el Columbarium de París un cuerpo natural.
Mientras cuarenta mil unidades de la Legión Americana, desfilan del Arco del Triunfo al Hotel de Ville, están a esta hora quemando en el cementerio del Pére Lachaise, las últimas falanges y los postreros carpos del cuerpo, mediano y regular, de Isadora Duncan. Suenan, por el anverso de la vida, del lado de los cowboys, vencedores de Verdún, bombos de primera y tibias bárbaras y resuenan, por el reverso de la vida, del lado de la artista caída, las sinfonías de duelo de Chopin y de Beethoven. La orquesta de Valvé está a esta hora acompañando al cuerpo de la mujer más rítmica del mundo a danzar, entre llamas verdaderas, el número más rojo y más cordial de las esferas. Raf Lawton ejecuta luego el Concierto en Re de Bach…
Son los funerales, castos y sonrosados, de Isadora Duncan. La pira griega recibe alegremente un leño antiguo, familiar por la estatura, rico en esencias combustibles. Son los funerales, castos y dionisíacos, de Isadora Duncan.
Al resplandor del fuego en que ahora está ardiendo el cuerpo, humano y regular, de Isadora Duncan, vemos con nuestros ojos, humanos, regulares, que es carne y nada más cuanto ha sido la bailarina de los pies desnudos. Ni figura de los vasos griegos ni estatua de Tanagra. Ni velos ligeros ni arabescos. Tampoco bajorrelieve antiguo ni la musa que juega a los huesecillos sobre los arenales de Salamina. La bailarina de los pies desnudos fue sólo carne viva, acto caminante y orgánico del universo. ¿A qué más sino a carne puede aspirar el ritmo universal? La más dinámica estatua del friso más perfecto, no vale en euritmia una corriente de sangre que riega la segunda cabeza de un monstruo de carne y hueso. Y en Isadora Duncan fue la carne más carne, el hueso más hueso, el dolor más dolor, la alegría más alegre, la célula más dramática: todo para violentar la inquietud del ser humano y para hacer la vorágine vital más dionisíaca.
Isadora Duncan fue la bailarina más grande de la época y la mujer más trágica de todas las mujeres. «La prodigiosa aventura de esta joven americana -dice André Levinson- misionera de una estética nueva, no admite rival en la historia de la danza y aún del teatro. La venida al mundo de Isadora Duncan fue como la realización de uno de esos sueños que a menudo consuelan a los hombres, en las horas sombrías de la historia: el retorno a la edad de oro, la promesa del paraíso recuperado, en fin, aquel «estado de naturaleza» que Juan Jacobo Rousseau había imaginado. Ella venía a liberar al instinto de las trabas que le opone la civilización y a hacer triunfar la emoción espontánea de la convención razonada». Y Fernand Divoire añade refiriéndose a la vida circunstancial de la artista: «En verdad, Isadora Duncan, para todos los que la conocieron, estaba desde hacia tiempo muerta. Esta mujer, cuya voluntad y aspiración no fueron sino un inmenso impulso hacia la belleza, hacia la Libertad y hacia la Juventud, había visto quebrarse de un solo golpe todas las fuerzas de su vida, el día que un automóvil cayó en el Sena, ahogando a sus tiernos hijos, Patricky Deardree. Desde aquel día, la vida de la Gran Bailarina no fue más que un suicidio largo, voluntario y tenaz…»
Estos dos párrafos de Divoire y levinson sintetizan lo que ha sido Isadora Duncan: la creadora de la danza moderna y la mujer dramática por excelencia. Norteamericana de San Francisco, penetró en el espíritu dionisíaco de la danza pagana, bailando al pie del mismo Acrópolis. Al presentarse, por la primera vez, en París, en 1903, predicó toda su estética en estas breves palabras: «lo que es contrario a la naturaleza no es bello». Su aparición en el Theatre Sarah Bernhardt revolucionó la plástica y el movimiento académico. Casó con Mr. Singer, el célebre fabricante de máquinas de coser. Atacó, en la persona de las bailarinas de corset, a todo lo que es artificio elaborado. Dirigió a Maeterlinck una carta, invitándole exabrupto a crear con ella un hijo, que tuviese el genio de sus dos procreadores. Bailó por primera vez lo que antes se creyó que no era bailable: las sinfonías de Beethoven, de Brahms y Chopin y los lieder de Wagner. (Yo la vi en su último recital del Teatro Mogador, en julio de este año, bailar -con ya moribundo brillo- la Sinfonía Inacabada de Schubert y Tannhauser). Luego viajó por Viena, Berlín, Budapest, Moscú, donde se casó con Sergio Essenin, el poeta comunista, que después suicidóse en 1925. Todos sus hijos perecieron ahogados en el Sena. Murió ahorcada por un velo, recorriendo en automóvil y a ciento veinte caballos de fuerza, la luminosa Costa Azul, una tarde de estío de 1927. Su cuerpo, envuelto en una túnica violeta, fue quemado en el Columbarium de París, entre lises, rosas y margaritas y a los sones de un coro de canéforas. Biografía, como se ve, digna de una tragedia de Esquilo.
Isadora Duncan acaba, de este modo, en un poco de humo ligero y otro poco de ceniza. Pero la tierra retiene para siempre el latido de sus pies desnudos, que ritman el latido de su corazón.
(Revista Mundial, N. 385, 28 de octubre de 1927).