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Pacto de caballeros

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Con la llegada de la noche nos entraron las ganas de fumar. Abandonamos el bar de Walter y partimos hacia Barranco, a visitar a Julio.

 Siempre terminábamos igual. Nos reuníamos los domingos por la mañana con la gente del barrio, jugábamos fulbito hasta el mediodía y después, todos juntos, recalábamos en la bodega de la  señora Gladys para tomar unas cervezas heladas. Bebíamos durante horas sin probar alimento. Cuando la tarde iba cayendo y empezábamos a sentir un poco de frío, medio borrachos ya, nos pasábamos al bar de Walter. Seis botellas más eran suficientes para que el gusano comenzara a moverse por dentro. La fría sensación de la cerveza en nuestros estómagos, sacudiendo nuestras cabezas, nos conducía irremisiblemente a pensar en eso. Siempre terminábamos igual.

—¿Ya? —me decía Pucho, de repente— ¿Nos vamos?—Vamos, pues —le contestaba, y salíamos casi sin despedirnos.

Tomamos un ómnibus en la Avenida Ayacucho. En quince minutos llegamos al callejón donde vivía Julio. Puesto que era lo único que alcanzamos a reunir entre los dos, sólo le compramos una remesa de ciento cincuenta intis. Antes de regresar compramos también algunos cigarros negros y una cajita de fósforos. Con ellos se fueron nuestros últimos billetes, así que el regreso debíamos hacerlo a pie. La casa no estaba muy lejos y Julio nos había despachado bastante bien; teníamos suficiente para volver caminando, conversando y fumando. Habíamos aprendido a hacerlo pausadamente, sin desesperarnos. No teníamos necesidad de estar volviendo la cabeza atrás a cada instante. Habíamos logrado que el acto de fumar fuera un acto placentero y no una experiencia de terror, como lo era ya para muchos de nuestros amigos. Lo asumíamos como una práctica natural. Claro que tomábamos también nuestras precauciones, sin duda; pero nunca llegábamos al extremo de ocultarnos. Fumábamos tranquilos, conversando; como si estuviéramos disfrutando la compañía de un buen trago. Nuestros diálogos abordaban problemas sociales, deportes, arte. “Cuando desaparezca la comunicación y nos juntemos sólo para fumar, entonces comenzaré a preocuparme”, pensaba yo cada vez que terminábamos de fumar y regresaba aturdido a mi casa en busca de algún programa de televisión que me ayudara a conciliar el sueño.

Dimos la vuelta en el Jirón Lima y entramos a la Avenida Jorge Chávez. Su deficiente iluminación nos favorecía. Pocos autos circulaban a esa hora de la noche y la gente, como era domingo, prefería quedarse en casa. A Pucho le preocupaban las torres rodeadas de alambres que se elevaban sobre el muro celeste de la otra cuadra.

—Toma —le dije, entregándole un Latino— Anda bajando.

—¿Y esos tombos? —preguntó él.

—Son avioneros —respondí— No dicen nada. Baja nomás.

Cruzamos la pista y empezamos a caminar por la berma central. Pucho frotó el cigarro con ambas manos hasta dejarle el tabaco a la mitad. Nos detuvimos junto a una de las pequeñas palmeras resecas plantadas a lo largo de la avenida.

—¿Ya abriste? —me dijo— Pásame uno.

Le extendí un paquete abierto y lo acomodó sobre la palma de su mano; con el cigarro entre los labios, de una chupada absorbió todo su contenido. Mientras lo hacía, yo vigilaba discretamente los alrededores.

—Rompe palos —me dijo, entregándome la cajita de fósforos.

Saqué tres palitos, les corté las cabezas y los partí por la mitad. Con los dientes, Pucho arrancó el filtro del cigarro y en su lugar colocó los palitos. Luego arrugó el otro extremo y cortó la punta que sobresalía. Así, el cigarro parecía un pequeño lápiz de color blanco. Lo encendió y lo pasó un par de veces por encima de la llama. Le dio dos pitadas fuertes y largas. Después me lo pasó.

—Está bueno —dijo— Cúralo un poco.

Con el dedo le unté un poco de saliva al lado del papel que no encendió bien y el cigarro empezó a consumirse de un modo más parejo. Fumé con tranquilidad. Le di también dos pitadas y se lo devolví. Dos pitadas y me lo devolvió. Dos pitadas y se lo devolví. Así hasta que se acabó. La misma operación se repitió a lo largo del camino. Nos deteníamos cada seis o siete cuadras, preparábamos uno (en realidad Pucho los armaba todos, yo no sabía hacerlo, así que sólo fungía como su secretario) y continuábamos. Conversábamos y fumábamos. Fumábamos y conversábamos. Sin embargo, teníamos mucho cuidado de esquivar a la gente que se agrupaba en las esquinas, especialmente a la que caminaba por la misma acera que nosotros. No queríamos tener problemas con nadie. Sin darnos cuenta nos habíamos acercado bastante a la casa. Empezamos a sentir las piernas algo pesadas. Se imponía un descanso. Propuse sentarnos un rato por ahí, en Surco todavía.

—Vamos mejor al parque del barrio —dijo Pucho— Ahí es más seguro.

En medio del parque estaba la cancha de fulbito. Nos sentamos en una de las bancas de cemento construidas alrededor del perímetro. Toda la zona se encontraba desierta y corría fuerte viento. Era cerca de la medianoche.

—Anda abriendo uno —dijo Pucho, mientras le quitaba el tabaco a un Latino— Vamos a hacer dos de a dos —añadió después.

Abrí los paquetitos con cuidado, evitando que el viento los vaciara, y se los entregué uno por uno. Los cargó en el cigarro y les puso los palitos de fósforos. Esperé a que terminara de armarlo para sacar los dos últimos paquetes que nos quedaban.

—Toma —le dije— Guárdalos tú.

Se los entregué y los metió al bolsillo de su pantalón. Siguiendo la costumbre establecida, Pucho se esmeró en hacer el penúltimo cigarro lo suficientemente grande y poderoso como para que nos remeciera el cerebro. La táctica era siempre la misma. Al principio los más delgados y chicos, para probar. Después los medianos. Y finalmente los grandes, los más fuertes. “Petroatómicos”, les decíamos.

A esas alturas ya sentíamos las piernas agarrotadas y calientes por la caminata, nuestros movimientos se habían vuelto torpes y rígidos, igual que nuestra respiración, y nuestros pensamientos se hacían cada vez más lentos y elásticos. Con inusitada fijeza nos quedábamos mirando hacia cualquier punto de la calle, teníamos las gargantas resecas por la falta de alcohol. Sentíamos en nuestro interior una extraña mezcla de laxitud y desasosiego.

—¡Excelente! —comentó Pucho cuando lo encendió y le dio una buena pitada, después de hornearlo sobre la llama del fósforo.

Mientras él fumaba, por la Calle Los Tamarindos vi aparecer una camioneta Blazer blanca, maltratada, con una gran mancha ploma en la puerta del copiloto, que avanzaba silenciosamente en dirección paralela a nuestra ubicación. Pucho no se percató de ella hasta que sintió, a sus espaldas, el ruido leve del motor.

—¿Qué es eso? —preguntó con desconfianza, sin volver la cara.

—Una camioneta equis.

—¿Sí?

—Creo —le contesté, ya no muy seguro porque noté que la camioneta aminoraba la marcha y sus dos ocupantes nos observaban descaradamente con los cuerpos inclinados hacia adelante.

—Mira bien —insistió Pucho, pero no esperó a que yo lo hiciera y miró de reojo a la derecha.

—¡Son rayas, huevón! —exclamó— ¡Párate y vámonos! ¡Camina!

—Aguanta, ya se van.

Pero no se fueron; siguieron observándonos. Yo continué sentado, fingiendo conversar, pero Pucho se levantó y empezó a caminar, ensayando una pésima simulación de indiferencia. ¡Para qué lo hizo! La camioneta se detuvo definitivamente y sus dos ocupantes se lanzaron de un salto hacia afuera.

—¡Alto! —gritaron.

Pucho siguió caminando, acelerando el paso.

—¡Corre! —me dijo.

Pero al ver que yo continuaba sentado (creí que eso era lo mejor), no le quedó más que detenerse y esperar. Los dos hombres de la camioneta llegaron en dos segundos hasta nosotros. ¡Qué manera de correr! El más alto de ellos ni siquiera le dio tiempo a Pucho para que botara el cigarro.

—¡Dame acá eso! —le dijo, cogiéndolo fuertemente del brazo, apuntándolo con su revólver.

De un tirón le arrancó el Latino de las manos: lo examinó, lo olió, hizo una mueca de asco y lo apagó. El otro hombre, más bajo y más joven, se había detenido muy cerca de mí, apuntándome con su metralleta.

—¿Dónde viven ustedes? ¿Qué están haciendo aquí? —preguntó el hombre alto, que parecía ser el jefe.

—Vivimos aquí en la otra cuadra, señor —respondió Pucho, señalando hacia el lado izquierdo del parque.

—¡A ver sus documentos, rápido!

Le entregamos nuestras libretas electorales. Después de revisarlas, le dijo al otro que las guardara.

—¡Ya! —dijo, guardándose el Latino en el bolsillo de su chaqueta— ¡Vamos a la camioneta!

—Pero ¿por qué, señor? —preguntamos, casi al mismo tiempo.

—¡Silencio, carajo! ¡Caminen!

—Pero señor…

—¡Vamos, vamos!

Como nos resistíamos a caminar, los dos hombres comenzaron a llevarnos a empellones.

—¿No podemos arreglar esto de alguna manera, señor? —le dijo Pucho al hombre alto, mientras avanzábamos hacia la camioneta tratando de zafarnos de sus brazos.

—En la estación vamos a arreglar.

—Pero señor, si podemos arreglar esto aquí —dije.

—Ya nos íbamos a nuestras casas —añadió Pucho.

—¡Suban a la camioneta!

—Caminen, caminen —agregó el hombre más joven.

—Comprenda, señor —supliqué.

El hombre alto se detuvo y me miró incrédulo, con sorna.

—¿Estabas fumando o no, huevón?

—Pero es sólo uno, señor.

—¡Nada! Uno o cien son la misma cosa. ¡Suban!

—Allá van a arreglar —dijo el hombre más joven en un tono más suave, como para darnos confianza— Suban a la camioneta.

Estábamos ya delante del vehículo, las puertas abiertas, pero ninguno de los dos se animaba a subir.

—Señor, entiéndanos —insistió Pucho— Busquemos una forma de arreglar esto.

—¡Claro! —dije— Podemos resolverlo aquí, señor; sin necesidad de ir hasta la estación.

—Allá vamos a arreglar —respondió secamente el hombre alto, que empezaba a impacientarse— Ahora suban.

—Pero señor, podemos…

—¡Sube carajo! ¿O quieres que te meta un golpe? —e hizo la finta de golpearme con la cacha de su revólver; estaba enfurecido.

Pucho y yo nos miramos resignados. Teníamos que subir; no nos quedaba otra. Cuando se sube a una de esas camionetas el asunto puede adquirir cierta gravedad. Sin embargo, pensábamos que aún podíamos convencerlos. Seguramente nos darían un par de vueltas por ahí, para hacernos aflojar, y después nos picarían. Era lo clásico. Pero pronto nos dimos cuenta de que no habría vueltas esta vez. La ruta que tomó la camioneta era la que conducía directamente a la estación; lo sabíamos.

 

—Señor, déjenos ir —comencé de nuevo— Le juramos que no lo volvemos a hacer.

—Mira compadre —dijo el hombre alto, mientras conducía el vehículo—, si dejáramos ir a todos los que agarramos, así como a ustedes, nunca cumpliríamos nuestro deber. Nosotros damos un servicio a la comunidad. Nuestro deber es protegerla, ¿entiendes? Esto les va a servir de escarmiento.

—Pero señor —dijo Pucho—, no le estamos haciendo daño a nadie. No somos delincuentes.

—Estábamos cortando los tragos de la tarde nomás, señor.

—Yo no tengo la culpa de que se pongan a fumar. Se hubieran ido a dormir tranquilos y no hubiera pasado nada.

—Era el único, señor —aclaró Pucho.

—Eso lo vamos a ver en el laboratorio.

—Señor, perdónenos por favor.

El hombre aceleró la marcha. Pucho insistía.

—Háganos ese favor señor, por favor. Nos va a hacer un daño. Estábamos fumando uno solamente.

Hubo un momento de silencio. El hombre alto parecía estar tramando algo.

—Los dejamos ir si nos dicen dónde la han comprado —dijo por fin.

—Quién se las vende —agregó el más joven.

La propuesta no era precisamente la que nosotros esperábamos. ¿Cómo íbamos a embarrar a Julio? No, no era posible.

—No sabemos quién es, señor —dijo Pucho.

—¡Cómo que no saben! ¡No se hagan los cojudos!

—Son unos negros que andan por la Plaza Raimondi —dije— Pasamos por ahí y le compramos a uno de ellos, pero no sabemos quién es ni adónde vive.

—No, no. Tienen que llevarnos al sitio y decirnos quién es. Si no, nada.

—No los conocemos, señor.

—No sabemos quién es.

—Están jodidos, entonces. No hay trato.

—Ya pues señor, entiéndanos. Por uno solamente no es justo que nos haga esto, señor.

—Era sólo uno, señor.

—Les vamos a hacer un oficio para el laboratorio. Si se han fumado sólo uno, como dicen, el examen sale negativo y se van.

—¿Y si no? —pregunté, asustado.

—Quince días en la carceleta —respondió el más joven— Y si no los pueden sacar de ahí, los pasan a Lurigancho mientras les hacen el juicio.

Quedamos consternados, incapaces de seguir porfiando. Estoy seguro de que en ese momento ambos juramos internamente no volver a hacerlo nunca más, pero el arrepentimiento, como en la mayoría de los casos, llegaba demasiado tarde. La camioneta seguía avanzando velozmente rumbo a la estación. A esa hora debíamos estar acostados, durmiendo la borrachera de la tarde, en cambio estábamos sentados en esa camioneta fría, sin saber bien cuál sería nuestro destino inmediato. Me reproché el no haberme ido a la cama temprano, y anhelé hacer muchas cosas al día siguiente: levantarme a las seis, con las sacudidas frenéticas de mi abuela, para ir a comprar el pan; tomar el duchazo matinal de agua helada; respirar saludablemente, camino de la panadería, el aire fresco de la mañana. Pucho había pegado su cabeza rubia a la ventanilla del vehículo. Estaba mirando al infinito a través de sus anteojos redondos de intelectual, pensando tal vez en su familia, en lo que dirían cuando se enteraran de que iba a pasar quince días en cana porque lo habían pescado fumando. Y su madre, que a principio de año le había prestado mil dólares para que se bandeara con ellos hasta que consiguiera un trabajo o lograra cerrar algún buen negocio, ¿qué le diría después de esto? No iba a felicitarlo, seguramente.

Los hombres de adelante se veían indiferentes; en medio de mi preocupación pude observarlos. Iban vestidos con unos modelitos ridículos, como sólo ellos saben usar. Igual que a los maricones, a los rayas se les conoce por la mirada. Pero también, y sobre todo, por la manera de vestir. Ellos son quizás los hombres que ostentan el más pobre concepto sobre el buen gusto en el Perú. El hombre alto, aparte de los zapatos blancos de charol, llevaba chaqueta y pantalón celestes de dril. Para darse aires de maloso -aunque por sus rasgos de forajido converso, aquello no era muy necesario en realidad-, masticaba con desprecio, por un solo lado de la boca, un chicle inocente. Todos sus gestos me eran familiares; los había visto mil veces en las películas de James Cagney. El más joven, robusto él, casi gordo, daba la impresión de ser más asequible. Tenía puesto un estúpido conjunto marrón de corduroy barato, todo brilloso, que estaba a punto de reventarle a la altura de la panza; y aunque era ya más de la medianoche llevaba orgulloso sobre su nariz uno de esos horribles lentes negros de marco dorado, imitación de marca mundial, que venden los ambulantes. Entre sus piernas se erguía un evidente rezago del conflicto con el Ecuador: su metralleta.

Doblando la esquina en la calle de la municipalidad, divisamos la estación. Era una construcción vetusta y sucia enclavada en el corazón mismo del pueblo de Surco, en una calle estrecha y pobre; al lado del mercado, frente a la biblioteca. En el muro de la entrada, tres hombres interrumpieron su charla al vernos llegar. Cuchichearon algo mientras bajábamos de la camioneta y nos siguieron con la mirada hasta que estuvimos adentro.

—Siéntense ahí —nos dijo el hombre alto, señalando un largo banco de madera pegado a la pared. Se acercó a la puerta e hizo pasar a uno de los hombres que conversaba afuera.

—Regístralos en el cuaderno y hazles un oficio para el laboratorio —dijo— Les hemos encontrado esto. Aquí están sus documentos —y puso sobre el escritorio nuestras libretas electorales, que se las había pedido al hombre más joven, y el Latino requisado, que sacó de su bolsillo. Luego entró a una oficina contigua. El hombre más joven lo siguió.

El encargado de redactar el oficio para el laboratorio era un muchacho como nosotros, tendría nuestra edad inclusive, y por su facha tranquilamente podía imaginarlo trabajando en un Banco o en cualquier empresa privada. No me explicaba cómo podía estar allí, mezclado con esa clase de gente. Sin embargo, se le veía contento con su trabajo. Anotó algo en un cuaderno sucio, luego se sentó frente a una máquina de escribir viejísima y colocó algunas hojas con papel carbón en el rodillo. Después de leer nuestros nombres en las libretas electorales, empezó a teclear torpemente, a dos dedos, unas palabras.

—Hermano —le dijo Pucho, reconociendo en el muchacho un semblante amigable— ¿No podemos evitar todo esto?

—El alférez ha dicho que les haga el oficio para el laboratorio.

—¿El alférez? —pregunté, extrañado.

—Sí, el que los ha traído aquí es el alférez.

Jamás lo hubiera creído. Más que un alférez, el hombre alto parecía un hampón retirado. Pensé que se trataba de un soplón cualquiera.

—Bueno, pero ¿no podemos arreglar esto de otra forma? —prosiguió Pucho.

—Aquí es muy difícil. Esto lo han debido arreglar antes, afuera.

—Sí, pero…

—Además -agregó, mostrándonos el Latino—, si les han encontrado esto

Sacudí la cabeza y preferí mirar a otra parte. Un poco más allá, en otro escritorio, un joven de bigotes ralos escribía, en una máquina tan antigua como la de nuestro nuevo amigo, las declaraciones que prestaba, sentada frente a él, una mujer humilde vestida de negro, a cuyo lado se acurrucaba una niña asustada. De rato en rato, el joven mecanógrafo desprendía los ojos del papel que estaba tipeando para escrutarnos fugazmente.

—Oye hermano —insistía Pucho—, es sólo uno. ¿No crees que puedan dejarnos ir? ¿Tú nos puedes ayudar?

—¿Era el único? —preguntó el muchacho, solicitando franqueza con su mirada.

—No, pero…

El muchacho hizo un gesto de reprensión con la cabeza.

—El alférez ya ordenó. Yo no puedo hacer nada —y continuó tipeando el oficio.

—¿Él es el jefe aquí? —pregunté.

—No, el teniente.

—¿Quién es?

—Afuera está.

Estiré el cuello para mirar hacia afuera. Allí estaban los otros dos hombres conversando.

—¿Cuál de ellos es?

El muchacho se incorporó y miró a través de una pequeña ventana.

—El de la izquierda.

—¿Podemos hablar con él?

—No, ahora no.

—¿Por qué?

—Está ocupado. No le gusta que lo interrumpan. Hay que hablar con el alférez primero.

En ese instante entraron dos hombres a la estación. Uno bien plantado, de aspecto marcial, empujaba con su mano armada por un revólver a otro flaco, desgreñado y ojeroso, con medio cuerpo desnudo, que farfullaba algunas palabras maceradas en ron; se defendía de los empujones, decía que él no lo había hecho y que lo dejaran en paz. Pasaron de largo frente a nosotros hasta desaparecer al fondo, tras una desportillada puerta de madera.

—Es nuestro inquilino —explicó, bromeando, el muchacho— Pasa más tiempo aquí que en su casa.

Sonreímos. Al mirarnos, Pucho y yo comprendimos que existía todavía una ligera esperanza de que ese penoso trámite no prosperara. El muchacho parecía entender nuestra situación, lo cual nos aliviaba, pues confiábamos que a través de él podríamos encontrar una salida a nuestro problema sin necesidad de que se armara un escándalo con nuestras familias.

El alférez salió de la oficina.

—¿Ya está el oficio? —preguntó. Su tono era enérgico, inflexible.

—Todavía, mi alférez.

Se paseó delante de nosotros por un momento, con las manos en la cintura, mirándonos con crudeza.

—Cuando termines me lo alcanzas —ordenó— Y que pasen —agregó, señalándonos— Yo les voy a hacer el atestado.

Luego regresó a la oficina. Al cabo de un rato, cuando el oficio estuvo terminado, el muchacho se levantó y extrajo los papeles de la máquina de escribir.

—Vengan por acá —nos dijo.

Entramos a la oficina. Era una habitación pequeña y cuadrada, sin gracia, que en algún tiempo debió haber sido uno de los dormitorios de aquella vieja casa convertida ahora en estación policial. El hombre más joven estaba apoyado en la pared, con los brazos cruzados, debajo de una ventana alta que daba a la calle. Cómodamente sentado detrás del escritorio, el alférez leía un papel mecanografiado.

—Siéntense —nos dijo.

Por lo menos ahí los asientos no dolían tanto; eran de metal pero tenían cojines de espuma sintética forrados en marroquín plomo. El muchacho le entregó el oficio, nuestras libretas electorales y el Latino requisado. El alférez leyó el documento para el laboratorio, asintiendo en señal de conformidad. Luego levantó los ojos y nos quedó mirando alternativamente.

—Bien —dijo— Vamos a hacerles el atestado.

Tomó unas hojas en blanco, les intercaló papel carbón y las colocó en su máquina de escribir. Con lentitud tipeó algunas palabras, deteniéndose a cada momento para releer lo escrito. Pucho y yo estábamos impacientes; nos mirábamos, nos frotábamos la cara, nos rascábamos la cabeza, recorríamos con la vista toda la oficina.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó de pronto el alférez, dirigiéndose a Pucho, sin entender lo que leía en el oficio.

—Antonio Seno.

—¿Cómo?

—Seno —respondió Pucho, y para ser más explícito añadió:— S-E-N-O.

—El otro apellido…

—Bronzini…B-R-O-N-Z-I-N-I.

El alférez continuó tipeando algunas palabras más mientras que a mí no me preguntaba nada. El hombre más joven le decía a Pucho que estábamos en un problema del carajo; le recriminaba amigablemente el hecho de que hubiéramos estado fumando a la vista de todo el mundo; le decía que esas cosas no se hacen así nomás, como quien se fuma un cigarro a la entrada del cine; cualquiera tiene más cuidado, pues compadre.

—Listo —dijo el alférez, arrancando el papel de la máquina. Lo unió al oficio y le extendió ambos documentos a Pucho.

—Léelos —le dijo.

Pucho los leyó rápidamente, pero con mucha atención. A medida que lo hacía su rostro se iba arrugando, mostrando disconformidad. Hizo varios movimientos de negativa con la cabeza.

—No puedo firmar esto, señor —dijo rotundamente, sosteniendo los papeles entre sus manos.

—¿No fue así como pasó todo? —inquirió el alférez.

Pucho asintió.

—Tienes que firmar, entonces.

Le pedí a Pucho los papeles para leerlos. Uno era el oficio dirigido al laboratorio de la policía ordenando que nos practicaran los exámenes toxicológicos. El otro era el atestado donde se describían, escuetamente y con muchos errores de ortografía, los hechos ocurridos. Mi nombre aparecía en el texto sindicándome sólo como acompañante. En cambio a Pucho lo comprometían por completo; lo acusaban de ser el autor del delito. Su nombre estaba escrito en mayúsculas al pie de la hoja para que estampara su firma.

—Mi familia no tiene por qué enterarse de esto, señor —dijo Pucho— Me va a hacer un gran daño.

El alférez agrandó los ojos y se encogió de hombros, mostrándonos las palmas de sus manos.

—Debiste pensar en eso antes —dijo.

—¿No podemos arreglar esto, señor? —pregunté— ¿No hay alguna forma?

—Por favor, señor —rogó Pucho.

—Pídanos lo que quiera —añadí— Le juramos que no lo volvemos a hacer.

El alférez sonrió sin ganas. Sus compañeros se burlaron de nuestra proposición.

—¿Qué puedo hacer? —preguntó el alférez. Luego de una pausa se dirigió al muchacho que redactó el oficio para el laboratorio.

—Llévalos donde el teniente —le dijo— Que hablen con él.

El muchacho nos guió hasta la entrada de la estación. Afuera todavía estaba el teniente conversando con el otro hombre.

—Quédense aquí —nos dijo bajo el dintel, y salió para acercarse al oficial.

Vimos que conversaban. El teniente parecía hacer algunas preguntas y el muchacho responderlas. En sus rostros no había gestos ni expresiones que nos indicaran el sentido de la conversación. Dos minutos después, el muchacho regresó.

—¿Qué dijo? —preguntamos angustiados.

—No quiere. Le expliqué la situación y le dije que querían hablar con él, pero dice que no. Quiere que sigamos con el trámite regular. Vamos a la oficina.

El temor nos invadió nuevamente.

—¿Y? —preguntó el alférez al vernos entrar.

—No quiere —respondió el muchacho.

—Bueno —suspiró el alférez, recogiendo su lapicero del escritorio— ¿Alguno de ustedes tiene teléfono?

—Sí, yo —respondí.

—Puedes llamar a tu casa y avisar que te vas a quedar. Que avisen también a la casa de tu amigo y que les traigan frazadas, comida.

Después le extendió su lapicero a Pucho y le señaló los documentos sobre el escritorio.

—Firma de una vez, compadre —le dijo.

Pucho no obedeció. A cambio replicó:

—Señor, comprenda por favor. Díganos cómo podemos arreglar esto. Pídanos lo que quiera.

—Por favor, señor —imploré.

El alférez se tiró para atrás en su asiento y se puso a pensar. El hombre más joven se acercó al escritorio y recogió un cortaplumas, con el que empezó a juguetear mientras nos examinaba de arriba abajo. Por espacio de unos minutos se impuso en la oficina un silencio lleno de incertidumbre para nosotros. Los tres hombres nos miraban y se miraban entre sí.

—Está bien —dijo el alférez súbitamente, poniéndose de pie.

Luego se dirigió al muchacho que redactó el oficio para el laboratorio.

—Anda donde el teniente de mi parte y dile que aquí los muchachos quieren llegar a un arreglo. Que él decida.

Todo el tiempo que el muchacho estuvo afuera, el alférez, apoyado de espaldas al borde del escritorio, se dedicó a darnos una lección de civismo.

—Ustedes son muchachos de buena familia —nos dijo, en tono amistoso esta vez— Se les ve. ¿Por qué andan, entonces, fumando por ahí, como cualquier huevón?

—Es que no lo hacemos con mala intención, señor —expliqué— Sólo para cortar los tragos, nada más. No somos delincuentes.

—¡Pero no pueden estar fumando en pleno parque, con toda la concha del mundo!

Reímos tímidamente, como para aflojar un poco la tensión.

—Sí —dije— Reconocemos que hemos hecho mal, pero le juramos que no lo volvemos a hacer, señor.

—Déjenos ir, por favor —dijo Pucho.

—Vamos a ver qué dice el teniente.

El hombre más joven observó el Latino encima del escritorio. Lo cogió con curiosidad y lo examinó por un momento.

—¿Cuánto cuesta esto? —nos preguntó.

—Diez intis cada uno —respondió Pucho.

—¿Y cuántos le meten aquí?

—Dos.

—¿En esto gastan su plata?

Pucho asintió con timidez. El hombre más joven menó la cabeza y dejó el Latino donde lo había encontrado. Después los dos hombres entablaron una conversación que les hizo olvidarse de nosotros por unos minutos. En eso regresó a la oficina el otro muchacho. Al entrar me hizo una seña levantando su índice derecho. No comprendí bien. Se acercó al alférez y le murmuró algo que no alcanzamos a oír. Después de escuchar, el alférez volvió a su asiento y buscó una posición más o menos formal para comenzar a hablar.

—Está bien, muchachos —dijo, cogiendo los documentos— Los vamos a dejar ir, pero antes vamos a llegar a un acuerdo. ¿Está bien? Un pacto de caballeros.

—¿Cuál es? —preguntamos expectantes.

—Nosotros vamos a dejar en suspenso el trámite de estos documentos, pero ustedes tienen que traernos el martes.

—Mañana mismo —interrumpí.

—No, el martes; mañana descansamos. Tienen que traernos un palo verde. ¿Qué les parece? ¿Está bien? Aquí mismo, el martes a las dos de la tarde.

¿Un palo verde? Eso era mucha plata para nosotros. Pucho y yo nos miramos: estábamos de acuerdo. Cómo no íbamos a estarlo, si era la única salida que teníamos. Ya después veríamos de dónde sacábamos el dinero.

—Está bien —dijimos— El martes, entonces.

—Muy bien —dijo el alférez, y dirigiéndose a Pucho, agregó:— Pero tienes que dejar firmados estos papeles. Las libretas electorales también se quedan. Si no vienen el martes, continuamos con el trámite y ahí sí que se joden.

—No se preocupe, señor —dije.

Pucho miró socarronamente al alférez, pero igual se apuró en firmar los documentos.

—Bien —dijo el alférez— Ahora ya pueden irse -y guardó en el cajón del escritorio los documentos firmados, nuestras libertas electorales y el Latino requisado.

—Gracias, señor —dijimos.

Antes de salir, nos advirtió:

—Así que ya saben, ¿ah? El martes a las dos. Es un pacto de caballeros.

—Sí, no se preocupe.

Sentimos un alivio total cuando nos vimos, por fin, fuera de la estación. De regreso a casa, Pucho me contó que, en el parque, mientras los dos hombres nos conducían a empellones hacia la camioneta, había dejado caer solapadamente los últimos paquetitos que nos quedaban.

—Es extraño que ni siquiera nos hayan revisado —comenté.

—Sólo querían asustarnos.

—Sí, pero estuvo fuerte esta vez. De verdad que la vi verde.

—¿Por qué no corriste cuando te dije, huevón? Nos hubiéramos perdido entre los pasajes y no pasaba nada.

—Me cagaba de miedo. Pensé que se iban a ir, pero en fin, ya está hecho.

—¿Vamos a buscar los que boté en el parque?

—Si quieres. Aquí me queda un Latino todavía.

Regresamos al parque. Eran ya casi las tres de la mañana y el frío arreciaba. No se veía un alma. Avanzamos más o menos hasta el lugar donde nos agarraron.

—¿Por dónde los botaste? —pregunté.

—Por aquípor aquí…—respondió Pucho dando pasos inseguros, mirando al suelo.

Empezamos a buscar. Pucho trazó un radio de acción dentro del cual estaba seguro había dejado caer los paquetitos. No encontramos nada. Sólo pudimos ver piedras de todos los tamaños y formas, chapas de gaseosa, colillas de cigarro, fósforos partidos por la mitad, pedacitos de papel periódico, envolturas de condones y caca de perro.

—Imposible encontrarlos —dije— Hay muy poca luz.

—Por aquí deben estar. Sigue buscando.

—No vayan a venir los rayas de nuevo y la cagada. Vamos, nomás.

—Ahorita los encontramos.

Pensé que, quizás con la confusión, Pucho se había equivocado de lugar, así que me aparté e indagué fuera del radio de acción trazado. Unos metros más adelante hallé los dos paquetitos.

—¡Aquí están! —exclamé, y me agaché a recogerlos.

—¡Ajá! ¿Ves? Por aquí tenían que estar. A ver, dámelos. Vamos a darle vuelta de una vez. Pásame el cigarro que te queda.

Para ser el último, estuvo realmente bueno. Salió grande y cargado. Lo fumamos sin conversar y nos fuimos a dormir; un poco aturdidos, un poco asustados.

Comentarios

Fernando Morote. Piura, Perú-1962. Escritor y periodista. Autor de “Poesía Metal-Mecánica”, “Los quehaceres de un zángano”, “Polvos ilegales, agarres malditos” y “Brindis, bromas y bramidos”. Actualmente vive en Nueva York.

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Actualidad

Walter Gutiérrez renunció a los cargos de embajador del Perú en España y Andorra

Al exdefensor del Pueblo los cargos solo le duraron unas semanas. Walter Gutiérrez fue designado como embajador de Perú en España en marzo de 2023; sin embargo, inició funciones el 21 de abril y lo más probable es que El Ejecutivo lo coloque en otro cargo.

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¿Acaso el Ejecutivo le está reservando otro cargo? Walter Gutiérrez ha presentado su renuncia al cargo de embajador en España y del Principado de Andorra, y como representante del país ante la Organización Mundial de Turismo (OMT).

La decisión fue comunicada a la presidenta de la República, Dina Boluarte, a través de una carta.

La designación de Walter Gutiérrez como embajador en España se llevó a cabo en marzo de 2023, y comenzó oficialmente sus funciones el 21 de abril del mismo año. Luego, el 12 de mayo, asumió simultáneamente como embajador extraordinario y plenipotenciario de Andorra.

Según el exdefensor del Pueblo, su motivación corresponde a “consideraciones personales que hacen inviable continuar desempeñándome como embajador del Gobierno”.

Asimismo, trascendió que el también exdefensor del Pueblo, habría tenido diferencias con el ministro de Relaciones Exteriores, Javier González-Olaechea acerca de las políticas del Gobierno sobre el Consejo de Seguridad de la ONU (Organización de las Naciones Unidas).

Al presentar estas dimisiones debo agradecerle la confianza brindada para asumir las mencionadas responsabilidades. Asimismo, deseo expresarle que ha sido un honor representar al Estado peruano y a mi país en el reino de España”, señala Gutiérrez en la misiva.

Carta enviada por Walter Gutiérrez a Dina Boluarte donde renuncia a los cargos de embajador.

“Finalmente, es mi más sincero deseo que su Gobierno pueda concretar los objetivos de Estado que se han propuesto, así como cumplir con éxito el periodo constitucional de su gestión”, añade.

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Osiptel bloqueó más de 600,000 celulares con IMEI clonados en apenas 11 días

Asimismo, la representante de Osiptel advirtió que, a partir del 22 de julio, se bloquearán los equipos móviles que no estén registrados en la lista blanca del sistema.

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A mediados del mes pasado Osiptel había anunciado que desde el 22 de abril los celulares robados serían bloqueados. 

En esa línea, Tatiana Piccini, representante y directora de Atención y Protección del Usuario de Osiptel, informó que desde el 2 de abril se implementó un nuevo sistema que detecta celulares con IMEI clonado o inválido, como parte del Registro de Equipos Terminales Móviles para la Seguridad Ciudadana.

En apenas once días de funcionamiento, ya se han identificado más de 600 mil dispositivos afectados y se han solicitado bloqueos a las operadoras correspondientes.

La representante de Osiptel advirtió que es sumamente importante proteger el código IMEI y recomendó a los usuarios que verifiquen la autenticidad de sus dispositivos móviles, marcando *#06#.

“Esta clonación representa un riesgo, ya que los delincuentes pueden utilizar estos dispositivos para actividades ilegales”, refirió en entrevista a Canal N.

¿Cómo consultar el estado de tu IMEI?

Asimismo, mencionó que se puede consultar el estado del IMEI en la herramienta ‘Checa tu IMEI’ proporcionada por Osiptel.

Desde el 22 de abril, todos los equipos celulares traídos desde el extranjero por personas naturales para su uso personal, vienen siendo registrados en el nuevo Registro de Equipos Terminales Móviles Importados, Ensamblados y Fabricados (RETMIEF), en la lista de celulares válidos, o lista blanca, a través de las empresas operadoras de servicio móvil que les prestará el servicio para evitar el bloqueo.

Finalmente, Piccini informó que, a partir del 22 de julio, se bloquearán aquellos celulares no registrados en la lista blanca del sistema.

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Alcalde Rennán Espinoza a pesar de evidente video, negó que haya piloteado camioneta y que haya escapado de la ambulancia

Tras cinco días de silencio, apareció el alcalde de Puente Piedra, Rennán Espinoza y en una entrevista aseguró que nunca manejó la camioneta accidentada y que no huyó de la ambulancia que lo llevaba al hospital y más bien aseveró: “Se fuga quien está detenido, preso o impedido de su libertad. Cuando uno es un paciente y es trasladado en este tipo de casos, es a voluntad de la persona que se retira”.

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Tras una clandestinidad de cinco días, por fin apareció el alcalde de Puente Piedra, Rennán Espinoza, y pesar de las imágenes de video que registraron los detalles del accidente y su explicita fuga de la ambulancia que lo trasladaba al hospital, él dio declaraciones a periodistas de América Noticias y negó todo.

Mientras monitoreaba la remodelación de un parque, el burgomaestre de Puente Piedra aseguró que el primero de mayo, día en el que su camioneta se estrelló contra una caseta en el peaje Chillón, él no conducía y negó que se haya fugado de la ambulancia que lo trasladaba al hospital.

Cuando el periodista le preguntó: ¿Usted no quiso entrar por temor a que le hagan un dosaje? Renán Espinoza respondió: “Pero yo no tengo que pasar dosaje etílico ¿cuál sería mi temor a pasar dosaje etílico?”

Entonces, vino la repregunta: “Alguien podría pensar que usted manejaba”.

“Pero si eso se estableció en el accidente; para eso estaba la policía en el lugar”, respondió el alcalde Espinoza. 

Asimismo, el alcalde de Puente Piedra desvirtuó el video en el que se observa hasta cuatro mujeres que intervienen en su rescate para emprender la fuga y en su lugar asegura que se trató de un ‘retiro voluntario’.

“Se fuga quien está detenido, preso o impedido de su libertad. Cuando uno es un paciente y es trasladado en este tipo de casos, es a voluntad de la persona que se retira”, respondió.

También dijo que decidió ir a una clínica porque no estaba tan mal y agregó que solo fue auxiliado por unas vecinas.

“Mucha gente se acercó y es probable que sean personas de la Municipalidad como otras vecinas y vecinos, tengo varios amigos”.

Ante ello, se le preguntó: ¿No conoce a sus funcionarios?

“Sí los conozco, pero ni siquiera he apreciado bien los videos”, contestó el alcalde de Somos Perú.

Sin embargo, las imágenes hablan por sí solas y en realidad, no se acercó ningún vecino, ni amigo. Por ello, el propio alcalde Rennán Espinoza terminó por reconocer que fueron sus funcionarias municipales, las que se lo llevaron de la ambulancia.

“Sí, son trabajadoras de la municipalidad”, admitió el burgomaestre.

Sila Pilar Chahua Bailón es la gerenta de Salud; Hilda Chaccha Suasnabar es la gerenta de Seguridad Ciudadana; Brenda Milagritos Santana Sáenz trabaja en la agencia centro y Deysi Linn Ortiz Tarazona es gerenta de Participación Vecinal. Aunque ésta última no estuvo, según el alcalde.

Cámara de seguridad registra cómo fugó el alcalde de Puente Piedra, Rennán Espinoza.

Negó que sus funcionarios municipales le hayan ayudado a escapar

“Yo no necesitaba ayuda para poder trasladarme, no estaba incapacitado; tranquilamente podía caminar, y se han acercado para ver si estaba en una situación más gravosa”, refirió.

Rennán Espinoza también negó haber estado ese mismo día en una reunión con sus trabajadores en el estadio municipal y señaló que dicho evento ocurrió un día antes.

Lo cierto, es que el hombre evacuado por la ventana del piloto de la camioneta vestía polo celeste y gorro azul; justamente, la indumentaria del alcalde Espinoza al momento del accidente; sin embargo, lo negó todo y dijo que se trata de una especulación, e incluso mencionó que las cámaras lo pueden corroborar todo.

Todo lo demás es pura especulación, las cámaras pueden corroborar todo esto, yo entiendo que la especulación y la suspicacia es mucho más grande decir que el alcalde estaba ahí, porque es el político, lo comprendo”, de esa manera negó todo.

Finalmente, también dijo que no vio la agresión de su sereno contra un efectivo de la Policía y que menos sabía que su jefe de Imagen nunca había tramitado un brevete en su vida.

Ante este afán de confundir a la opinión pública y de presuntamente obstaculizar las investigaciones con declaraciones insólitas y contrarias a las evidencias tecnológicas, ahora solo queda esperar a la Fiscalía de la Nación, para que tome cartas en el asunto, porque solo su institución es la que debe perseguir el delito y la única titular de la acción penal.

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Tras duras críticas, el Ministerio de Cultura anuncia reestructuración en el financiamiento para proyectos cinematográficos

Ante el escenario ciudadano que exige una responsable inversión del erario público para el estímulo de obras cinematográficas y tras el oficio que la congresista Barbarán le envió a la ministra Leslie Urteaga, para que explique sobre el financiamiento de películas con temática terrorista, la titular del sector anunció, reestructuración.

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La ministra de Cultura, Leslie Urteaga anunció que su portafolio realizará una restructuración del otorgamiento de los Estímulos Económicos para el fomento de producciones cinematográficas, porque consideran, que como se trata de fondos públicos, realizarán un proceso participativo, donde intervengan todas las voces, con el objetivo de promover el desarrollo de la industria del cine, pero esta vez a cabalidad, para brindar producciones de calidad a los ciudadanos del país.

La ministra Urteaga Peña, tomó esta decisión, tras las masivas críticas sobre el financiamiento de S/670 mil soles que el Ministerio de Cultura le otorgó al director de la película “La piel más temida” y luego de haber constatado que durante años diversos realizadores en lugar de rodar sus películas con el dinero que recibieron de los estímulos económicos que les otorgó el Mincul, se gastaron el dinero público en otros proyectos, como autos y departamentos.

Comunicado de la ministra de Cultura, en el que anuncia una restructuración de los financiamientos para proyectos cinematográficos.

Por ello, nuevamente se pone en discusión el tema de los manejos que se hacen en la Dirección del Audiovisual, la Fonografía y los Nuevos Medios (DAFO) del Mincul.

Incluso, la artista Pilar Roca, viuda del director de cine Federico García, publicó el libro “Misterdafo: Perú: Cine, política y corrupción”. Precisamente esta publicación se lanzó tras la muerte del director de la cinta “Tupac Amaru”, luego de que fuera discriminado por dicha dirección cinematográfica en el Mincul, porque en lugar de otorgarle un estímulo económico para restaurar su emblemática película, prefirieron dárselo a un realizador italiano.

El libro de Pilar Roca desentraña con lujo de detalles estadísticos e informativos, la catadura ética y moral de la cinematografía nacional, e incluso menciona con nombre propio a cada uno de los agentes de la entidad de los audiovisuales y demuestra las limitaciones y carencias de la Ley del Cine. Y finalmente, indica quiénes integran la “argolla” de los premios y estímulos económicos que brinda el Ministerio de Cultura.    

Libro Misterdafo que aborda la realidad de los financiamientos de los proyectos de cine en el Mincul.

No obstante, ante este escenario ciudadano que exige una responsable inversión del erario publico para el estimulo de obras cinematográficas la ministra respondió:

“Se ha decidido reestructurar los procedimientos de los Estímulos Económicos para el cine. Será un proceso participativo, escuchando a todos, con la finalidad de promover a cabalidad e desarrollo de la industria. Y a su vez, promover la Política Nacional de Cultura, que tiene como principio brindar servicios de calidad a los ciudadanos. Este proceso se llevará a cabo a través del reciente creado Laboratorio de Innovación Cultural- CulturaLAB, para lo cual se ejecutarán actividades de co-creación que garanticen un proceso participativo amplio”.

Además, indicó que respetarán la libertad artística, en base a una política clara de paz y memoria histórica de nuestra nación.

“Refirmamos que el otorgamiento de Estímulos Económicos para la Cultura es una intervención necesaria para el fomento de la industria cultural en el país, en este caso la cinematográfica, teniendo siempre el firme compromiso de cautelar los recursos del Estado. Respetando, para ello, la libertad artística, en base a una política pública clara, promoviendo una cultura de paz, la democracia y la memoria histórica de nuestra nación, que permitan una reflexión integradora de nuestro desarrollo como país”, remarcó la titular de Cultura. 

Finalmente, la ministra Urteaga invitó a todos los actores del sector cinematográfico y audiovisual a sumarse a esta iniciativa y a trabajar conjuntamente por un futuro prospero y diverso para todos los peruanos.

Congresista Rosangella Barbarán exige a la ministra Leslie Urteaga explicación sobre el financiamiento de películas con temática terrorista

Hace unos días, congresista Rosangella Barbarán envió una carta (Oficio N° 443-2023/2024-RABR-CR) a la ministra de Cultura Leslie Urteaga, para que dé explicaciones con carácter de urgencia con un informe escrito a través de un reporte indicando cuáles fueron los procedimientos y criterios de asignación de presupuesto que tiene el ministerio para financiar películas nacionales.

Aquí más información del tema https://limagris.com/congresista-rosangella-barbaran-exige-a-la-ministra-leslie-urteaga-explicacion-sobre-el-financiamiento-de-peliculas-con-tematica-terrorista/

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Alberto Fujimori pide al Congreso su pago de pensión vitalicia por ser expresidente, más vales de combustible

A pesar que el indultado expresidente le debe al Estado por concepto de reparación civil, S/ 57 millones; ha enviado tres oficios al Parlamento para solicitar, además de su pensión vitalicia de S/ 15,600, un asistente personal, con escolta presidencial y vales de combustible.

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El expresidente de la República, Alberto Fujimori, tras ser indultado solicitó formalmente al Congreso que se le asigne una pensión vitalicia establecida en la Ley N° 26519, así como el pago de un asistente personal y gastos por combustible, según el Acuerdo de Mesa 078-2016-2017/MESA-CR. Dicho pedido, fue redactado en tres oficios, en los que figuran las firmas del exmandatario excarcelado y de su abogado Elio Riera.

El 26 de enero pasado, se envió el primer oficio al Congreso y se solicitó la contratación de Óscar Demetrio Paredes Estrada, bajo la modalidad CAS, para que trabaje desempeñándose en calidad de asistente del exjefe de Estado.

Fuente Latina.

Tras dos meses, el 20 de marzo llegó a la Oficialía Mayor del Congreso un oficio en el que el propio Fujimori solicita que se le otorguen vales de combustible, como parte de sus beneficios en calidad de exjefe de Estado. Asimismo, señala que el vehículo que utilizará es un auto Honda de placa AXX-588, el cual, según verificó Latina, está registrado a nombre de su fallecida exesposa Susana Higuchi.

Fuente Latina.

Finalmente, el 24 de abril el Oficial Mayor del Congreso Giovanni Forno recibió otro oficio. En dicho documento el expresidente solicita el pago de una pensión vitalicia, tal como se establece en la Ley N° 26519, la cual asciende a un monto de S/ 15,600, similar al sueldo básico de un congresista de la República.

Documento del 24 de abril en el que Alberto Fujimori pide su pensión como expresidente. Fuente Latina.

Abogado de Alberto Fujimori confirma el trámite de las solicitudes

Elio Riera, abogado de Alberto Fujimori, confirmó a Latina que los beneficios presidenciales, en efecto, vienen tramitándose ante el Congreso de la República.

“Sí, los he mandado yo, con firma del expresidente también. Le corresponde la pensión, los vales de combustible y el asistente. Además, hemos solicitado escolta presidencial al Ministerio del Interior. Todo esto le corresponde por ley”, afirmó Riera.

Expresidente Alberto Fujimori aún no paga la reparación civil

Tras declarar fundado en diciembre de 2023, según la decisión del Tribunal Constitucional (TC) que el indulto a Alberto Fujimori fue legítimo, inmediatamente la Procuraduría General del Estado publicó un comunicado en el que aclaró que la deuda por reparación civil que afronta el expresidente, asciende a S/57 millones, por los casos de allanamiento irregular a la vivienda de Vladimiro Montesinos, la compra irregular de Cable Canal y el pago de CTS a Vladimiro Montesinos, casos por los que fue sentenciado. En esa línea, la Procuraduría aclaró que, a pesar del indulto, la deuda de Alberto Fujimori tampoco se ha extinguido.

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Nicanor Boluarte asesoró a empresa china que opera sin licencia y explota a trabajadores

La empresa china Tengda (Perú) Cerámica SAC. no tiene permisos ambientales, de defensa civil, ni permisos de construcción, ni licencia alguna; y a pesar de todo el alcalde de Salas-Ica, Javier Fernández viene dando todas las facilidades para que la planta china regularice su situación.

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En el kilómetro 286 de la carretera Panamericana Sur, en Ica, opera la empresa china Tengda sin licencia y a pesar que no tiene permiso de construcción, ni permiso para explotar agua, y mucho menos de funcionamiento, construyeron una inmensa planta de 40 hectáreas, que sería una de las fábricas de cerámica más grandes del país y los empleados trabajan sin que ninguna autoridad pueda fiscalizarlos y en condiciones informales, sin beneficios sociales.

¿Por qué esta firma china tuvo tanta suerte?  ¿Acaso esa suerte radica a su cercanía con Nicanor Boluarte?

Resulta, que la persona que Tengda (Perú) contrató para servicios legales, se trata de Nicanor Boluarte, el hermano de la presidenta de la República Dina Boluarte.

Según, fuentes de Latina, el hermano de la presidenta de la República, Nicanor Boluarte, asesora a esta empresa china Tengda (Perú) Cerámica SAC.

Tengda contrató los servicios del abogado Boluarte Zegarra, en dos ocasiones: en mayo de 2023 y en enero de 2024. En el informe de Punto Final, se presentó las pruebas que demuestran que efectivamente Nicanor Boluarte asesoró a la empresa en fecha clave para el cambio de zonificación.

Uno de los Recibos por Honorarios que emitió Nicanor Boluarte a la empresa Tengda.

Ni la Municipalidad de Ica, ni de Salas Guadalupe otorgaron licencia a empresa china

El año pasado la solicitud de Tengda para modificar la zonificación fue rechazada por la Municipalidad Provincial de Ica. A pesar de no contar con permisos municipales ni la licencia de construcción correspondiente, la empresa presentó su plan de participación ciudadana al Ministerio de la Producción, que también fue objetado. Como parte de este trámite, la empresa registró una dirección en Los Olivos, en Lima, que resultó ser un restaurante de comida china, como su domicilio procedimental.

Trabajadores denuncian explotación laboral

Los trabajadores de la planta Tengda (Perú) protestaron por las condiciones de explotación que enfrentan. Afirman que no fueron registrados en planillas y que los contratos firmados carecen de validez. Asimismo, no tienen seguro social ni aportes a la AFP. Cerca de 127 empleados organizaron una manifestación y paralizaron sus actividades, dejando solo al personal chino trabajando.

VIDEO de Latina.

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Ranking ubica al Perú entre los países con menos libertad de prensa en Sudamérica

Nuestro país solo supera a Venezuela, que vive bajo el régimen de Nicolás Maduro.

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Este viernes 3 de mayo se celebra el Día Mundial de la Libertad de Prensa, fecha que conmemora la valentía y compromiso de muchos periodistas en ofrecer las noticias de la manera más imparcial posible, arriesgando muchas veces su vida.

Durante los últimos años este oficio ha sido atacado tanto desde las calles como de los escaños de algunos parlamentarios que no quieren que los hombres de prensa indaguen sospechosas negociaciones o esos apretones de mano realizados por debajo de la mesa.

Al respecto, el ranking elaborado por Reporteros Sin Fronteras ha revelado que en el Perú es el país con menor libertad de prensa en Sudamérica solo por detrás de Venezuela que como todos saben viene siendo liderada por el régimen autoritario de Nicolás Maduro.

Reporteros Sin Fronteras publicó su lista actualizada correspondiente al año 2024, que da cuenta de una caída de 15 posiciones de nuestro país respecto a la versión del año pasado.

Bajo parámetros políticos, económicos, legislativos, sociales y de seguridad, Perú fue ubicado en el puesto 125 de un total de 177. A detalle, tuvimos una calificación de 47, 76 puntos, muy lejos de las naciones con el contexto ideal (91,89 unidades por parte de Noruega, primero a nivel mundial).

En ese sentido, Reporteros Sin Fronteras dilucida los siguientes problemas en el país: “A pesar de que la libertad de prensa está garantizada por la legislación, los periodistas son objeto de frecuentes agresiones y hostigamientos por parte de las fuerzas de seguridad. El periodismo de investigación se mantiene en medios digitales, y aumenta el uso de redes sociales para coberturas en vivo, mientras que la desinformación persiste”, señaló.

En cuanto al tema de seguridad a los comunicadores, Reporteros Sin Fronteras aludió que la caída de nuestro país -de 48 puestos en dos años- responde a que a partir del 2022 la “policía intensificó el uso excesivo de la fuerza contra los periodistas” que documentan detenciones arbitrarias, muertes y golpizas durante protestas.

Muchos reporteros gráficos han vivido en carne propio lo que es recibir perdigones y varazos durante las protestas del 2022 y 2023. Foto: Juan Mandamiento.               

En el continente sudamericano, Uruguay es la nación con mejores condiciones para los hombres de prensa. “Tiene un contexto propicio para un diálogo constructivo e inclusivo sobre el papel de los medios en el país”, dijo el organismo internacional.

Así quedó la lista a nivel Sudamericano:

  • Uruguay (Puesto 51)
  • Chile (Puesto 52)
  • Argentina (Puesto 66)
  • Brasil (Puesto 82)
  • Colombia (Puesto 119)
  • Ecuador (Puesto 110)
  • Paraguay (Puesto 115)
  • Bolivia (Puesto 124) 
  • Perú (Puesto 125)
  • Venezuela (Puesto 156)

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Congreso aprueba iniciativa para duplicar plazo de prescripción del delito de omisión de pensión de alimentos

Modificatoria precisa que se aumenta el plazo en casos de delitos cometidos por funcionarios y servidores públicos.

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El pleno del Congreso de la República aprobó, por mayoría, la iniciativa de ley que duplica el plazo de prescripción del delito por omisión de pensión de alimentos.

El texto sustitutorio aprobado establece que “en casos de delitos cometidos por funcionarios y servidores públicos contra el patrimonio del Estado o de organismos sostenidos por este, o cometidos como integrante de organizaciones criminales el plazo de prescripción se duplica, así como en los casos del delito previsto en el artículo 149 del Código Penal”.

Al sustentar el dictamen, la congresista Martha Moyano Delgado (FP), presidenta de la Comisión de Constitución y Reglamento, señaló que la norma establece mayor plazo para accionar y hacer efectiva la tutela jurisdiccional en materia de prestación de alimentos.

Además, agregó que fomenta el cumplimiento de las obligaciones alimentarias, lo que permitirá que se mitigue el nivel de afectación actual que recae sobre todo en niños y adolescentes, y que afecta severamente el interés superior de estos seres humanos en desarrollo.

Modificatoria resulta favorable para el menor de edad, pues muchos progenitores intentan de diferentes maneras prescribir la pensión de alimentos. Foto: GEC.

A su turno, hizo lo propio el presidente de la Comisión de Justicia y Derechos Humanos, Américo Gonza Castillo (PL), quien dijo que el dictamen tiene como fin atender las más de cien mil denuncias sobre omisión de asistencia familiar, y evitar a través de las acciones del Ministerio Público y del Poder Judicial que muchos menores queden desprotegidos.

En otro momento, el congresista Edgard Reymundo Mercado, autor de una de las iniciativas del texto sustitutorio, señaló que el proyecto que presentó estaba orientado a la imprescriptibilidad porque en muchos casos se pretende “sacar la vuelta” en procesos por omisión por asistencia familiar. 

“Existiendo ya una sentencia judicial, a pesar de ello, se busca la prescripción por eso me parece oportuno hacer esta reivindicación por el interés superior del niño y adolescente“, dijo Reymundo, quien se mostró de acuerdo con el dictamen aprobado en las comisiones de Justicia y Constitución. 

El dictamen recaído en los proyectos de ley 4394 y 4900, que modifica el último párrafo del artículo 80 del Decreto Legislativo 635 — Código Penal, obtuvo 86 votos a favor, 1 en contra y 5 abstenciones.

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