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Literatura

“La noche de la fea”, un cuento de Gabriel Rimachi Sialer

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A todas las feas del mundo.

 

Estaba desnuda en la orilla, de pie, perdida la mirada en el cielo. La sal se pegaba en sus cabellos, en su pubis violento, en sus pestañas. Sonreía cuando las gaviotas bajaban la cabeza para admirarla. Vanidosa. Un temblor recorrió sus muslos y apretó dulcemente las piernas. Se tendió sobre la arena caliente, su espalda se estremeció. Modeló una almohada con la arena para recostar la cabeza y ver el horizonte adornado por sus senos redondos que remataban en dos pezones que gritaban por salir disparados al nirvana. Pellizcó uno de ellos. Luego ambos. Cerró los ojos. Mientras jugaba lentamente con uno de sus pezones, apretándolo y liberándolo, su otra mano descendió al ombligo. Trazó círculos suaves, delicados. Su respiración se agitó brevemente, acariciaba sus muslos entre sí. El sol se puso más fuerte. Dos gaviotas se posaron a sus pies. Abrió los ojos y les sonrió. ¿Qué miran? Las aves dieron un paso atrás. Ella se apoyó en sus codos. ¿Quieren ver? Las aves dieron otro paso atrás cuando ella separó las piernas, mostrándoles su jugoso misterio. Sonrió. ¿Les gusta? Las aves avanzaron lentamente, curiosas. ¡Fúchi, fúchi! Les gritó. Las aves desaparecieron entre las nubes, dejando caer una pluma que ella recogió. Sonriendo, deslizó la pluma por su piel y descubrió la textura de otra especie. Se volvió a echar sin cerrar las piernas. La pluma descendió hasta su parte más líquida y jugueteó con ese delicioso pedacito que la hacía extraviarse en el placer. El sol le calentaba los labios, pero la pluma era más fuerte que el calor. Apretó los ojos y entresacó la punta de la lengua. Su espalda se contorsionaba a cada instante y sus pezones parecían ondular a cada roce. La pluma bailaba alguna danza acompañada de su mano traviesa. Cada vez más rápido y, de pronto, más lento. Lágrimas asomaron entre sus pestañas, la pluma violenta se perdía entre la selva de su bajo vientre. Las gaviotas descendieron y la rodearon formando un círculo. Ella abrió los ojos y le gritó gimiendo: ¿Les gusta, ah? ¿Les gusta? Y sin detener el frenético arrebato de su mano, volvió a cerrar los ojos. Las aves alzaron vuelo y aquel aleteo la invadió, estremeciéndola aún más. Poco a poco, creyó que perdía la razón. Las imágenes que inventaba su mente desaparecieron con un estallido de luz. Sintió que una corriente volcánica descendía por su nuca, incontenible. Entreabrió la boca. La corriente continuaba su descenso, lentamente, gozando su camino. Y ella lloró entre gritos cuando sintió que la corriente se apoderaba de su cuerpo y de sus cabellos y sus uñas y sus dientes y sus pestañas y sus cejas y su ombligo y sus rodillas. Toda su piel se erizó. Quedó muda un momento y luego lanzó un grito que cubrió al cielo naranja de estrellas fugaces. La corriente no quería irse, y ella continuaba estremeciéndose de aquel terremoto de placer que le enviaba mil réplicas por minuto. Cuando al fin la corriente desapareció, acarició la arena todavía tibia y se estiró un poco. Entonces sonó la alarma.

Aquel ajetreo extraño, feliz, relajante, te recordó algún tiempo pasado, volando de brazo en brazo y tus cabellos perdidos en la noche como un petardo de alegría ¿Recuerdas? Aquel hombre te sostenía fuerte y era tan lindo estar así, su sonrisa tosca, sus manos enormes y descuidadas, su cabello ondulado. Luego otras manos más pequeñas como refugio, que se movían desesperadas a tu alrededor mientras volabas por los aires, cuidando que no cayeras, que no te marearas con el paseo sideral del hombre lindo. Cuidado, dijo ella, que acaba de comer. Las manos grandes te aprisionaron contra su pecho y te acurrucaste. Podías incluso sentir su corazón que ahora era tuyo, igual que el de ella que te adoraba, eras piel de sus pieles, sangre de sus sangres, amor de su amor. Señalaste hacia las luces que subían y bajaban y luego todo tuvo sentido de nuevo: el parque de diversiones recuperaba su presencia, los gritos de la gente, las risas, el olor del algodón de azúcar y tú de pronto ya cabalgabas sobre los caballitos que subían y bajaban con las luces, mientras la música parecida a tu cajita musical se perdía en la sonrisa de mamá, tan linda, con su gran lunar mágico en la mejilla, que con cada besito se ponía más lindo, pensabas, mientras decían ¡hola! Y ¡adiós! A papi, que desde la cerca metálica combatía con su nueva cámara de fotos instantáneas hasta que consiguió cuadrar bien el lente y el ¡ulb! De la foto captó tus negros ojos al desorbitarse ligeramente, pues pensaste que caerías, pero no, fue solo un susto porque ahí estaba Ella, para sostenerte cálidamente, y continuaste cabalgando como lo hacen las princesas, tranquila, y papi reía con la boca abierta y tú con él, feliz, viendo sus dientes gruesos, amarillos, sus labios estirados y esa mueca maravillosa de Rey; tú lo mirabas gigante y él gritaba ¡Mírame, princesa! Y sonreías con tu manita en alto saludando como su Barbie mientras tu otra manita se ocupaba de las riendas del corcel real que subía y bajaba y todos los demás caballitos del carrusel desaparecían y los demás niños desparecían y entonces mami era la Reina enseñándote a cabalgar y tú reías, reías como loquita y bajabas del caballito y  ya princesa, el Rey te volvía a subir por los cielos con sus manos sujetándote y mi adorada princesa, decía mientras abrazaba a la Reina, vamos a tomar un chocolate, que ya está haciendo frío…

Sentada en la cama, pensaba entre salir de ella o dormir un rato más. Aquel sueño la había desconcertado, no solía tener ese tipo de sueños, curioso, pensó. Su entrepierna estaba muy húmeda, se tocó por sobre la trusa y sintió la textura del goce. Luego por debajo de ella, se frotó torpemente, buscando sentir lo que en su sueño, sin éxito. Después de todo no fue tan malo, susurró. La habitación estaba desordenada. Encendió la tele con el control remoto. Vio al relator de noticias que siempre le había gustado, esperó a la sección de espectáculos, se estiró nuevamente, relajando todos sus músculos. Al entrar al baño se miró en el espejo: estaba con los párpados hinchados, el cabello desordenado, le habían aparecido tres pelos gruesos en un extremo del lunar, cogió la pinza, los arrancó, se lavó los dientes y al salir del cuarto de baño se vio reflejada en el espejo de cuerpo entero, que estaba al lado del ropero. No le gustó nada lo que sintió, sus senos caídos, desganados, la ropa de dormir gastada, los vellos de las axilas que asomaban indiscretos, se sintió vieja y fea, ¡pero no! Se dijo, solo tengo cincuenta y tres… aún puedo conseguir algo… La casa era pequeñísima, apenas dos ambientes desordenados a los que nadie llegaba de visita nunca, un baño con la manija desvencijada y la pintura hinchada por la humedad. De pronto sintió que todo encajaba como al salir de un sueño, era demasiado caos en el entorno y tal vez por eso no podía intentar nada. Suspiró y empezó a ordenar las cosas, separó la ropa sucia de la limpia, la colocó en la canasta que ganó en uno de los sorteos navideños del mercado, pasó la franela sobre el televisor y el equipo de música, inevitable sentirse bien en medio de tanto desorden. Poco a poco, la habitación empezó a tomar forma, los espacios necesarios para caminar iban quedando limpios, la escoba bailaba al ritmo de una canción tarareada con entusiasmo. Por fin todo estaba en su sitio. Tomó la franela y se dirigió a los cuatro portarretratos que descansaban sobre la radiola enorme que heredó de su padre, que no funcionaba para la música, pero sí para planchar la ropa. Al momento de quitar la gruesa capa de polvo descubrió los congelados rostros sonrientes en la imagen: ella y su ex marido sentados en un bote, qué será de tu vida, Daniel… por qué tuviste que irte así, de esa manera… antes de que el desánimo le ganara, frotó rápidamente el cristal, sacudió la franela y tomó el otro portarretrato, sus dos hijos aparecieron con toga y los diplomas de la graduación, tan míos, queridos, y tan lejos… por qué no se acuerdan de su madre… pasó la franela rápidamente y luego tomó las dos restantes, ya sin mirarlas, no quería recordar lejanos tiempos felices, pasos perdidos, memorias ajenas. El ropero fue su siguiente meta, lo ordenó de arriba abajo, era lo único que faltaba para completar la misión, pero al ordenar los zapatos descubrió una pequeña caja, sellada con cinta adhesiva, cubierta de telarañas y tiempo perdido. No recordaba aquella caja por lo que la llevó a la cama, se acomodó y la abrió. Fue como destapar la caja de Pandora. Fotografías de su marido y ella, de ella desnuda (con todo en su sitio), cartas que ya le eran ajenas, recuerdos íntimos, un broche y un prendedor que él le dio la noche en que cumplieron veinte años de casados… un tul negro que usaba para bailarle antes de hacer el amor, en qué momento se nos rompió el amor, Daniel, algunos cassettes que contenían las voces entrecortadas de ambos cuando se entregaban al frenesí de la pasión, tal vez te acepté demasiadas locuras, fui demasiado tuya, y un vibrador envuelto en varias capas de tela, que se conservaba intacto. Esto último la sumió en la más profunda de las fantasías, hacía tanto que no sentía estremecer su piel, hacía tanto que no se disolvía en el infinito… y el sueño de hoy, el sueño, quizás era un aviso, una señal de que algo nuevo empezaría pronto, de que como mujer aún estaba viva y deseable, viva… y deseable… 

El chocolate estuvo delicioso ¿recuerdas? Tenías los bigotes más dulces y lindos del parque de diversiones; Él te acariciaba el cabello recogido con dos cintas azules que resaltaban tu vestido rosado de princesa que Ella había cosido justo a tu medida, eres la única princesa en este reino de las diversiones, mi vida, te decía Él mientras disfrutabas golosamente del algodón de azúcar y Ella, presurosa, buscaba el pañuelo en su cartera para limpiarte los labios, las princesas son delicadas, linda, no te embarres la cara de dulce, pero tú estabas tan feliz que solo atinabas a sonreír y mirar a todos lados para no perderte ni por un segundo la diversión que te producía el ver a la gente bajar a velocidad luz por la montaña rusa, gritando como locos y te morías de la risa, mientras el Rey te cargaba nuevamente para que la aglomeración de curiosos no fuera a arrugar tu vestido hecho de rosadas alas de mariposas, y te miraba bobo los hoyuelos que nacían de tu sonrisa linda y la Reina lo abrazaba por la cintura mientras reflejaban el cuadro perfecto de la familia feliz, qué locura la de estos muchachos, ¿no, mi amor?, la Reina sonrió y le murmuró algo al oído, algo que no alcanzaste a oír por las risas de aquella noche y la felicidad que te embargaba, Él te bajó de sus brazos y caminaron tomados los tres de la mano rumbo a la salida, ya era tarde ¿recuerdas? Tus párpados caían lentamente a pesar de lo feliz que estabas pero algo te llamó mucho la atención: una pequeña fila de niñas que esperaban el turno para algo, y quisiste ir a ver y sonreíste y papi murió de amor nuevamente y vamos, pues, princesa, vamos, y mami fue con ustedes hasta la pequeña carpa donde un señor muy simpático con una señora igual de simpática estaban pintando mariposas y gatitos y tigres y flores y Ángelitos en los rostros de las demás niñas, y tú quisiste que tus mejillas también brillaran con la escarcha que se desprendía de los pinceles que cuidadosamente bailaban sobre los pequeños rostros, y le pediste a papi que por favor, por favorcito, y papi miró a mami y ambos sonrieron, murmuraron algo y sólo faltan tres niñas para que le toque el turno, mi amor, y ella está bien, mi amor, vamos por un dulce mientras espera su turno, y tú feliz cuando viste que papi pagaba con monedas brillantes al señor que pintaba las caritas tan lindas con esos colores tan lindos y esperaste tu turno pacientemente porque algunas veces, las princesas también tienen que esperar, y te dijeron que estuvieras sentadita porque solo irían por un dulce y tú, loquita, esperaste en la cola mientras mami no te perdía de vista cuando se alejaba para buscar un dulce que seguro también sería para ti, y llegó tu turno y pediste una mariposa linda, linda, que combine con el vestido que mami había cosido para ti, pero el señor simpático no te hizo caso y llamó a otra niña, y pensaste que a lo mejor la señora simpática sería la que pintara la mariposa pero cuando acabó con la niña de rostro de gatito, llamó a la otra, y no te hizo caso cuando le dijiste que era tu turno y pasaron cuatro niñas más mientras veías que en una mesa, no muy lejos, papi y mami se tomaban de la mano tomando algo caliente sin perderte de vista, pero no te atreviste a decirles nada, te faltó valor, ¿verdad? A lo mejor la demora se debía a que aún los señores simpáticos no encontraban la imagen ideal para ti, pero no te hacían caso, y cuando llegaba nuevamente tu turno, el señor simpático llamaba a otra niña que estaba detrás de ti, y no soportaste el desplante porque a las princesas no se las hace esperar tanto, y el señor simpático te miró de una manera extraña y luego miró a la señora simpática que hacía dibujos lindos y sonreíste pidiéndoles cortésmente que dibujaran una mariposa en tu rostro lindo, y la señora simpática dijo algo acerca de tu lunar igual que el de mami, linda y el señor se pasó la mano por la frente y te tomó del mentón y ensayaste la mejor de tus sonrisas, que estalló en mil pedazos cuando dijo que era imposible arreglar con pintura algo tan feo y no entendiste al principio, ni aún después, cuando papi te cargaba rumbo a casa, que desde ese día no fue más el palacio, y mami sollozaba en el asiento del auto que no fue más el carruaje, y aprendiste lo que era la realidad, mientras te cubrían con la frazada, y papi, mordiéndose los dientes contenía las lágrimas mientras que las tuyas, de un dolor universal, se perdían inexorablemente en el infinito…

La tarde se mostró generosa, tibia, al parecer sabía lo que vendría, imaginaba la escena final, la explosión y mil estrellas. Las personas que caminaban a su alrededor, sumidas en sus propias preocupaciones le parecieron aves perdidas, con destinos distintos y tan lejanos. En su mente solo se atiborraban las imágenes posibles de esa noche. Compró lencería, gastó lo que hacía tanto tiempo no gastaba en ella. La peluquería le quitó más tiempo del debido, pero valía la pena esperar, se acomodó el moño delantero en el espejo y el maquillaje disimuló algunas cicatrices del acné. Llegando a la bodega compró dos botellas de vino dulce y seis pilas grandes. Las escaleras le parecieron más cortas aquella vez, subía danzando, el choque entre las botellas producía un ritmo a su caminar y ella lo seguía. Cuando abrió la puerta vio que todo estaba impecable y ordenado, como si la habitación la estuviera esperando y ya supiera para qué.

De pronto ya estabas enamorada, ¿recuerdas? Aquel príncipe maravilloso, de sonrisa tierna y ojos claros, lindo cuando pronunciaba tu nombre y de pronto entraba en tus sueños y él te rescataba de los monstruos, ya eras una señorita, ya tenías las vergüenzas del fin de mes y los cólicos que te acercaban más a tu condición de mujer y de pronto todo era tan claro, tan sencillo, había tanto sol en tu camino, y esa sensación de creerte correspondida te invadió como una ola de alegría, te llenó. Nunca te diste cuenta de las miradas que te observaban esperando ver en qué momento caer sobre ti, jamás pensaste que el príncipe pudiera haberte hecho eso, que las cosas más simples a veces pueden ser las más crueles, ¿verdad? Y nunca olvidaste la tarde aquella en que el mundo se terminó de caer por segunda vez y para siempre, cuando él te dijo que te quería y tú cerraste los ojos esperando con el corazón a mil que esos labios se posaran sobre los tuyos, que lo habían esperado trece años, la blusa de tu uniforme se estremecía de los nervios y entreabriste la boca cuando oíste las risas y las burlas y sentiste que el mundo giraba locamente y sentiste miedo y pensaste en papi y el entierro y las lágrimas y la falta de protección y sus últimas palabras, nunca estarás sola, princesa, nunca, y de pronto sentiste que tu falda se levantaba y que te tomaban de los brazos y te resististe pero ellas eran más y el príncipe se tornó en monstruo y te arrancaron la toalla higiénica y la viste pegada en la pizarra mientras todos estallaban en risas y palmeaban la espalda del monstruo mientras los vítores invadían tu alma y la voz de aquellos labios que hubieras querido para siempre decían que estabas loca, que jamás habría podido compartir contigo ni uno solo de sus besos, mientras las demás chicas gritaban enloquecidas entre risas que estaban sorprendidas, pues acababan de descubrir que los monstruos también sangraban…

La habitación estaba iluminada por tres velas que despedían un suave olor a coco, ya el vino había trepado lo suficiente como para otorgarle aquel halo de magia que extrañaba tanto, ya la conversación en la gran fantasía de su sueño se había tornado en un coqueteo descarado. La imagen que compartía con ella aquellos momentos ya la había invitado a estremecerse nuevamente, a vivir, a sentirse… Lentamente inició el rito perdido de tocarse, a cada deslizamiento de sus dedos aparecía una corriente eléctrica que la obligaba a imaginarse aún situaciones más intensas, pero en el juego erótico el truco de la gran explosión está en el control. Retardó lo más que pudo ese momento, hasta que no pudo más y descubrió la tela que envolvía el vibrador, lo acarició de arriba abajo, mientras sus palmas se estremecían bajo aquel temblor permanente, lascivo, ya no era dueña de la situación, ya era la hora de la entrega, el frenesí exhalaba a golpes cortos y continuos entre sus labios. Acercó el aparato de látex a su piel y percibió que necesitaría de toda la concentración posible para hacer de aquel momento un recuerdo eterno. Tal vez fue su premura, su necesidad de sentirse lo que desvió su atención por unos segundos, los suficientes para hacer que el vibrador resbalara entre sus manos y en su afán de atraparlo, cayera de la cama volcando los platos donde descansaban las velas. La botella de vino se quebró y el líquido le empapó las medias nylon, la copa que descansaba sobre el velador se volteó y fue a dar sobre su rostro, la llama de una de las velas había iniciado su lenta expansión sobre el aparato de látex que aún vibraba, y a cada vibración se desprendían pequeñas gotas fundidas que se perdían en el suelo, hasta quedar convertido en un charco negro al que tuvo que ahogar con la almohada. La habitación quedó a oscuras. Lentamente se incorporó frotándose los ojos, fue hasta la puerta y presionó el interruptor de la luz. Vio su cuarto como había estado antes de arreglarlo, salvo que ahora una mancha negra de lo que pudo haber sido un recuerdo eterno adornaba el suelo. Apagó la música y corrió al baño, en el lavabo se enjuagó el rostro, su corazón latía fuertemente, recién empezaba a darse cuenta de todo. Al salir, quedó petrificada con la imagen que le devolvió el espejo de cuerpo entero: tenía las medias corridas por algún pedazo de vidrio, la gran mancha lila del vino había estropeado su baby doll, un seno pobre se desbordaba de la copa izquierda, y al frotarse los ojos había convertido su maquillaje de peluquería en un disfraz de mapache. Le causó mucha risa ver todo aquello. Daniel, por qué te fuiste así, sin más ni más, por qué… y entonces recordaste de golpe todo lo ocurrido, ¿verdad? Apretaste los puños y caminaste hacia la radio, intentaste asimilarlo todo como una jugarreta del destino, princesa derrotada, falsa princesa, tu pequeño reino jamás existió, ¿cierto? Y entonces te sentaste en el piso, muerta de risa hasta que no pudiste mentirte más y decidiste ser sincera contigo misma, aunque sea por una sola vez en tu vida; y cogiéndote desesperadamente los cabellos, empezaste a llorar…

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Gabriel Rimachi Sialer. Escritor y periodista. Autor de los libros de cuento "Despertares Nocturnos", "Canto en el infierno", "El color del camaleón", "El cazador de dinosaurios", "Historias extraordinarias" y de la novela infntil "La increíble historia del capitán Ostra". Responsable de antologías de narrativa fantástica, cuentos suyos han sido incluidos en importantes antologías. Dirige el Círculo de Lectores Perú. Considerado entre los mejores narradores de la década en "El Cuento Peruano 2001-2010", por el investigador y crítico literario Ricardo González Vigil. www.circulodelectores.pe

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Literatura

Un dolor llamado Vallejo

Lee la columna de Julio Barco

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César Vallejo, Versalles, 1929. Foto: Georgette Philipart.

Me gusta Vallejo. Me conmueve. Es un hombre solo hablándole al mundo. Hablándome con el idioma de su corazón. ¿Qué puede importar no ser entendido si el ritmo del interior es luz y verdad? Me piden que hable de Vallejo: ¿qué decir de todo lo que se ha dicho en los últimos sesenta años? Añadir que siento que Vallejo no abandonó jamás la infancia. Él es el niño eterno y triste de nuestras letras. Es el niño que no puede salir de su casa en Santiago de Chuco, donde el amor de sus hermanos y sus padres protegieron su corazón desesperado.

Después, es el joven que se educa con rigor para ser profesor, para educar a los niños del Perú; y del enorme lector, del riguroso estudiante de la literatura del Siglo de Oro, de los clásicos, del Romanticismo y del Dolce Stil Nuovo. Pero Vallejo, como todo gran poeta, tiene un destino. No sabemos si algún Dios trazado, o de una serie de azares razonados, llevaron al autor de Trilce a perder a tantos familiares, padecer la injusta cárcel y vivir en Europa, a salto de mata, como también bajo la gloria de su propio camino.

Vallejo es una forma de decir las cosas. Un lenguaje. Una mente. Un universo perfectamente personal. He ahí su trabajo atroz, su victoria: lograr posicionarse de un discurso tan poblado, donde hay tantas voces, tanta desmesura intertextual y muchos ecos. Sin embargo, Vallejo es la consecuencia de muchas influencias. Por ejemplo, no deja de ser un romántico, es decir, un autor que, frente a la Modernidad, busca un espacio de subjetividad y rebeldía, donde temas como el amor serán medulares (Los heraldos negros) o del absurdo de existir (Trilce).

No olvidemos que la tesis de Vallejo es justamente sobre el Romanticismo en el Perú. Tampoco escapa de la estela del Modernismo, y esto se observa en el uso de palabras inauditas, en la métrica que aplica a su primer libro, e incluso en menciones directas al autor de Azul.  Quizás lo más original de Vallejo es su modo de ubicarse frente a la muerte, dado que es un tema existencial y humano, que huye de cualquier tiempo. Desde sus primeros libros, ya se observa el tema; sin embargo, es en Poemas Humanos donde se rompe todos los límites.

En el poema, Masa, se funda que el hombre podrá vencer a la muerte mediante la unión de todos. Este pensamiento es adelantado, porque nos habla de una utopía: el hombre trabajando por el hombre, no contra el mundo; y haciéndolo, claro, dentro de un terreno imposible: la muerte. Vallejo es el gran poeta de la Vida, porque no deja de ver directamente el problema más grande de vivir: Morir. Pero, como todo poeta que ama la existencia, impone frente a este fin el hecho de no morir porque sí, sin levantar polvo y hacer incendios, sino morir de vida, y no de muerte.

Si la filosofía se torna un discurso frente a la muerte, la poesía es el registro humano que siembra reflexión sobre la vida. La poesía vallejiana, en todas sus aristas, es vitalista y vigorosa, porque nos da un ánimo especial para afrontar aquellos golpes en la vida, que son tan fuertes, yo no sé. La originalidad, flor rara entre las flores raras, iluminó el genio total de este autor que, como todo gran poeta, no solo vino a versificar o escribir versitos sino a cambiar la vida, a revolucionar la mente y dar un vaso de ímpetu al cosmos del ser. Vallejo vive entre nosotros, aunque nos duela aún.

Publicado en la revista delatripa (México, 2023)

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Literatura

Promueven obras de tres autores peruanos en Alemania

Gracias a gestión del escritor José Carlos Contreras que promueve la literatura peruana en Europa. Entre los escritores seleccionados aparecen Cronwell Jara, Carlos Rengifo y Jenny Vallejo.

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Tener a Perú como invitado de honor en la Feria del Libro de Frankfurt en Alemania es un anhelo que le quita el sueño al escritor peruano José Carlos Contreras Azaña, intelectual que desde hace un tiempo promociona la literatura peruana en los claustros de estudios en este país, conocido como sede de la Feria del Libro más grande del mundo.

La literatura latinoamericana está llena de buenos escritores y en ese sentido, el escritor peruano José Carlos Contreras Azaña presentará la obra de tres autores de Perú en la ciudad germana de Karlsruhe, en el estado federal de Baden-Württemberg,con lo que dará inicio en Alemania a una sesión de literatura sobre escritores latinoamericanos, especialmente de autores peruanos, en la tierra de Goethe. Se trata de los escritores Cronwell Jara Jiménez, Carlos Rengifo y Jenny Vallejo.
El primero, Cronwell Jara Jiménez es uno de los escritores más importantes de Perú y cuenta con obras donde despliega su talento en géneros como la poesía, el cuento, la novela y el teatro. El segundo, Carlos Rengifo, limeño de nacimiento, es otro referente de las letras peruanas que con su trabajo creativo ha ganado premios de literatura y recibe, novela a novela, el cariño de sus lectores. La tercera, Jenny Vallejo, quien se está abriendo camino, libro a libro, y forma parte del mundo de las letras peruanas que se cocina en las provincias. Ella es de Sullana, Piura.  

José Carlos Contreras Azaña sueña en ver a los peruanos, tanto de la capital y de provincias, y de los diversos idiomas ancestrales de Perú, ocupando los paraninfos y los eventos literarios de la mayor Feria del Libro del Mundo, Frankfurt, quien este año tiene como invitada de honor a Eslovenia.

“El Perú, en Frankfurt, tendría una posibilidad más para internacionalizar a más autores peruanos, ya que Frankfurt es un parqué de oportunidades, donde el libro de los escritores de Perú podría ingresar a otros mercados y ser traducidos a otras lenguas, además del idioma alemán”, afirma el escritor Contreras.

cabe señalar que las obras de Cronwell Jara Jiménez, Carlos Rengifo y Jenny Vallejo, será n abordadas por José Carlos Contreras Azaña desde el próximo 16 de junio en los ambientes de la Volkshochschule de la ciudad de Karlsruhe, ciudad donde nació el inventor de la bicicleta, Karl Drais y el inventor del motor de combustión, Carl Benz. Esta ciudad forma parte de la Red de Ciudades Creativas, un programa de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Uneco) que busca promover la cooperación entre las ciudades miembros del programa.

Como se sabe, José Carlos Contreras Azaña nació en Lima, vivió su infancia y adolescencia en los distritos del Rímac y San Juan de Lurigancho y a los diecisiete años abordó una fragata en el puerto del Callao y navegó nueve meses por el mundo, vive desde hace varios años en la ciudad de Karlsruhe, Alemania. Asimismo, obtuvo una mención honrosa en el premio “Poeta Joven del Perú” y se le otorgó el segundo lugar del premio Jose Gálvez Barrenechea, que tuvo como jurado integrado a Rodolfo Hinostroza, Juan Mejía Baca y Mirko Lauer. Después de trabajar en medios de comunicación, se trasladó a Europa como corresponsal. Así también, recorrió el viejo continente y se afincó en Alemania, donde es docente y fundó el programa de radio bilingüe Haltestelle Iberoamerika.

Entre sus publicaciones destacan: “300 Wörter 300″, en homenaje a la ciudad alemana de Karlsruhe; “Danke Karl Drais” junto a Martín Hauge, en el 2018 comenzó la trilogía de las “sonrisas” con “La sonrisa del Ornitorrinco”, en el 2021 aparece “La sonrisa del Elefante Marino” y en el 2022 “La sonrisa del Cuy”.

Finalmente, los alemanes tendrán la oportunidad, en esta retahíla de presentaciones de autores peruanos, de descubrir la literatura que se hace en lengua castellana, especialmente la literatura de Perú. Y por supuesto, bajo el patrocinio del escritor más universal de todos los tiempos, César Vallejo, quien es admirado en este país por los círculos literarios. La literatura lo puede todo. Esperemos el día cuando Perú sea la invitada de honor en la Feria del Libro de Frankfurt.

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Literatura

Un solo de trompetas para la jovencita genial y desquiciadamente literaria

Una lectura deLa campana de Cristal de Silvia Plath.

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Pensemos en la narrativa norteamericana: Roth, Bellow, David Foster Wallace, Rick Moody, Thomas Pynchon, John Irving; y más atrás, Salinger, Twain, Fitzgerald, Faulkner, John Dos Passos, Hemingway, Fitzgerald, Carson Mccullers; y más atrás, solitario en su desdén, vemos a Herman Melville. Digamos dos generaciones que se enfrentan en cuento forma y fondo. Entre estas dos aguas, florece la literatura de Plath, especialmente en su salingeriana y norteamericana novela La campana de cristal (2019, Random House). En esta novela, narrada en primera persona, por un personaje que bien podría ser el alter ego de la poeta, escuchamos una narrativa confesional y evidentemente sincera:

Siempre había creído que tenía en mente conseguir una beca sustanciosa para seguir estudiando un doctorado o una beca para ir a estudiar por toda Europa, y luego pensaba que daría clases en la universidad y escribiría libros de poemas o que escribiría libros de poemas y sería editora. Normalmente esos eran los planes que tenía en la punta de la lengua. (pág. 50)

     Esa punta de la lengua, la de Plath, es abierta y violenta en estas páginas.  Ella, que una vez afirmó que su salvación consistía en crear cuentos o poemas, y así se explicaba lo bueno de cruzar los infiernos, nos muestra esos Nos irrumpe con la sensibilidad de una joven estudiante de diecinueve años llamada Ester Greenwood, a punto de egresar y sin saber qué diablos hacer con su vida. La vida de poeta es dura, incluso en los Estados Unidos; donde, claro, hay una solvencia y estímulo hacia lo literario, pero una enorme competencia. Una sociedad que paga muchos dólares por publicarte en una revista se torna necesariamente exigente con el tipo de texto que requiera. Plath es desnuda y sincera en estas páginas; la protagonista tiene una relación sentimental con Buddy Willard, quien es un joven recién egresado de un centro de rehabilitación por tuberculosis y un escritor notable y aspirante a la carrera de medicina. Las escenas que brotan de este romance tienen un saborcito especial:

Buddy decía que la poesía debía de tener algo si una chica como yo le dedicaba tantas horas, así que cada vez que quedábamos le leía algunos poemas y le explicaba lo que encontraba en ellos. Fue una idea de Buddy. Siempre organizaba nuestros fines de semana para que nunca lamentáramos perder el tiempo. El padre de Buddy era maestro, y creo que Buddy también habría podido ser maestro, siempre intentaba explicarme las cosas y abrirme nuevos horizontes. (pág. 86)

      Así, en estas páginas Plath se muestra como una muchacha lúcida y sincera, cuya inteligencia no la evade de buscarle un sentido a su propia vida, un destino entre las letras.  Y, por otro lado, la famosa educación sentimental. La inquietud de esta joven americana no es solo ubicarse literariamente, sino experimentar los vericuetos del amor:

En lugar de un mundo dividido en católicos y protestantes, o republicanos y demócratas, o blancos y negros, o incluso hombres y mujeres, para mí el mundo se dividía en gente que se habían acostado con alguien y gente que no, y esa parecía la única diferencia relevante entre una persona y otra. 

    En el deseo y la búsqueda del placer se desenvuelve la vida de Ester como el itinerario que sigue su propia vida inestable e intensa. Así, el amor, y las relaciones humanas, permite comprender su situación existencial, como también observar los modos de relacionarse entre hombres y mujeres. Si bien este libro tiene las características de las novelas de iniciación -sea Hukelberry Finn o El guardián entre el centeno- se diferencia radicalmente por ser el tono de una muchacha. En ese sentido, se acerca más a obras como Buenos días, tristeza de Francoise Sagan donde la subjetividad primordial es la voz femenina en medio de la sociedad. Ser mujer, inteligente y adolescente como tema nuclear de un relato. Sí, no es cualquier voz, se trata, como dijimos, de una aspirante a escritora, una joven que piensa demasiado la realidad que vive, que busca su propia individualidad, ser una misma en medio del caos. Esto, quizás la conduce a cuestionar el amor tal y como lo practicaban en esos tiempos: como una pureza de hombre y mujer antes del matrimonio:

-Creo que debería decirte algo, Buddy.

-Ya lo sé- contestó secamente-. Has conocido a alguien.

-No, no es eso.

-Entonces ¿qué es?

-No pienso casarme nunca.

-Estás loca.-Buddy se animó-. Seguro que cambias de opinión.

(pág. 111)

     El trabajo de esta novela es cuestionar las peripecias de la vida de una adolescente universitaria, que ve su futuro muy complicado, entre hacer una tesis, encontrar un trabajo, matricularse a un posgrado, tener una relación sentimental, estudiar un trabajo mejor remunerado; todo esto habitando los prejuicios de su género. En estas páginas, todos estos elementos giran y son la piedra diaria que carga la protagonista:

Aunque, sin saber taquigrafía, ¿qué podía hacer?

Podía hacer de camarera o de mecanógrafa.

Pero no soportaba la idea de ser ninguna de las dos cosas.

(pág. 145)

   Sin desear casarse, ni ser camarera, o, como quiere su madre, mecanógrafa, la vida de Esther, que añora una vida desquiciadamente literaria, se llena de conflictos, que inevitablemente la llevarán a consultar a un psiquiatra con el fin de solucionar sus conflictos existenciales. Después de algunas etapas introspectivas, veremos que, como última medida para menguar su depresión, el doctor Gordon propone aplicar terapias de electroshock. ¿Se imaginan a la joven promesa de las letras norteamericanas con el cerebro lleno de electricidad? No es un dato menor saber que la novela empieza hablando del uso de la misma energía en las sillas eléctricas en la ejecución de los Rosenberg. La energía se usa para matar como para “curar”. La energía, es decir, el desarrollo, pulveriza y encamina: permite un poder. Son escenas crudas, donde ya se observa el desequilibrio de la futura poeta. Sin embargo, esta novela nos permite ver los antecedentes vitales de cómo una mente brillante no puede contener el sentimiento de vacío y absurdo; y, en vez de salvarse, busca su ansiada calma. Los recuerdos de su padre muerto la visitan y enferman. Su soledad se llena de angustia. Busca navajas o pastillas: cualquier remedio es necesario cuando se llena de ansiedad o tristeza. Gracias a esta campana de cristal, podemos escuchar el grito de la campa que oscila furiosamente, el bramido de una mente frágil y demasiado inteligente; campana que no es de metal, que no es de un fuego duro e irrompible: sino de la más fina seda transparente diáfana. Plath golpea la campana de cristal, se sacude, hace tamborilear su mente, como si se tratase de la llegada de un heraldo, de un mensaje, de una señal vibrante: se quiebra su yo, se quiebra su estabilidad emocional, se quiebra su futuro, se quiebra la realidad. Así, esta valiente novela nos demuestra que Plath, en su alter ego, dibuja a una chica maldita, como Sagan, o Pizarnik, o María Emilia Cornejo, o como Kafka, otro chico maldito, o Baudelaire, o Pavese, o como Juan Ramírez Ruiz perdido en las carreteras del norte buscando quién sabe qué mineral, qué sustancia. O se acerca, sin querer, El Zorro de arriba y el Zorro de abajo.

     Y se torna una suerte de campana de cristal, frágil y bulliciosa: campana que se quiebra al tacto, pero deja oír su voz, la intimidad de su asfixia y su lenguaje atrapado en su propia cavidad. Plath como la prueba de que ser inteligente no basta, que escribir genial no basta. Y sin embargo, como una afirmación de la posibilidad de tornar el arte como un mecanismo de defensa vital de todas las ciénagas inevitables….Plath…Aún oímos las campanas. Parece que la voz, parece que, parece que la, parece que, parece que la voz, como cristales, se hace trizas. Y es que (en las más de doscientas páginas de Plath, traducidas por Eugenia Vázques Nacarino) sabemos que las campanas doblan por Plath; por aquella muchacha incapaz de encajar en una sociedad enferma, que termina enfermándose para liberarse de la sucia realidad que vive y destruye. Es una voz que quiebra estructuras y abre nuevos caminos, más oscuros y crudos. Una paradoja que habita un alma estupenda, que una vez cantó:

Esta noche, bajo la luz infinitesimal de los astros,

Los árboles y las flores han estado esparciendo sus aromas frescos.

Yo paseo entre ellos, aunque no se percaten de mi presencia.

A veces pienso que cuando duermo

Es cuando más me parezco a ellos –

Desvanecidos ya los pensamientos.

En mí, el estar tendida es algo connatural.

Entonces el cielo y yo conversamos abiertamente.

Y seguro que seré más útil cuando al fin me tienda para siempre:

Entonces quizás los árboles me toquen por una vez,

Y las flores, finalmente, tengan tiempo para mí.

     Que siga tu diálogo eterno con la naturaleza, querida Plath.

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Literatura

La historia del terrible e indomable Vargas Llosa y el inaudito García Márquez en los ojos del Francotirador

(comentario sobre Los genios de Jaime Bayly)

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Somos un país (¿una sociedad?) chismosa. Ahí donde algo nos llama la atención, donde un sonido guillotina la curiosidad, prestamos oídos de manera soberana. Esto no es nada nuevo, si recordamos que en la literatura peruana, tenemos, por ejemplo, a Ricardo Palma, cuya obra bordea la chismografía. Estamos ahora frente a uno de los libros más reveladores de la intimidad de Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez; obra que nos permite correr el tupido velo de una vida íntima que, a tientas, intuíamos por libros de entrevistas, o de memorias (El pez en el agua, por ejemplo), configurada según criterios subjetivos. Hay que añadir que, claro, es más enfática con peruano, que con el colombiano.

     Lo que hace Bayly con Los Genios  (Galaxia Gutenberg, 2023) es abrirnos sin pudor una etapa de la vida de estos autores: el ciclo que va de su encuentro en Caracas, donde el autor de “Conversación en La Catedral recibió el Rómulo Gallegos, hasta el final de la amistad, que es el golpe en el rostro al autor de “Cien años de Soledad“. Ese intervalo le sirve a Bayly para configurar una suerte de tragicomedia donde observamos de cerca el éxito literario, los desafueros sentimentales, los conflictos familiares y la cotidianidad de estos dos autores emblemáticos de nuestra literatura. La prosa, el estilo no busca mostrar más de lo que narra; es casi periodístico, es decir, informativo:

     García Márquez se mudó a Barcelona con su esposa Mercedes y sus hijos Rodrigo y Gonzalo el mismo año en que se publicó Cien años de soledad. Llevaban siete años viviendo en esa ciudad, tres años más que los Vargas Llosa. Carmen Balcells no le pagaba un sueldo mensual, a diferencia de lo que hacia con Vargas Llosa, quien cobraba un salario mínimo, un monto que le permitiera pagar las cuentas familiares aun si las regalías de sus libros decrecían. (pág 18)

     Si hasta la fecha, la prolífica producción de Bayly parece incesante, despierta curiosidad descubrir un libro atípico dentro del corpus general de su obra. En novelas como “No se lo digas a nadie“, “Fue ayer y no me acuerdo“, “La noche es virgen” o “Los amigos que perdí” vemos el mismo tono confesional y oral de todas sus obras; quizás solo “Los últimos días de la prensa” se acerque al estilo narrativo de este autor. Los genios tiene todo para venderse como pan caliente: el chisme es una droga muy fuerte en nuestra realidad. Así, los que lean estas páginas, verán con asombro la desbocada vida sentimental de Vargas Llosa y el modus vivendi musical de García Márquez.

     En Abaddón, el exterminador, Sábato recuerda que algunos cotemporáneos de Balzac se burlaban de él por su falta de garbo a la hora de almorzar; y este juicio le servía al argentino para afirmar que siempre se ataca las minucisas de los genios para infravalorarlos; en esta obra queda claro que hay un ser detrás de los libros: gente como cualquiera, con vicios, deseos y debilidades. El puesto literario de Vargas Llosa, a estas alturas de la vida, es indiscutible; sin embargo, queda la curiosidad de saber qué hubiera pasado si estos accesos de violencia (el puñete, pues) se hubieran dado en nuestras épocas de cultura de la cancelación o del famoso “funeo”. ¿Acaso no está fresco el recuerdo del puñete de William Smith a Chris Rock?  Es valioso también todo el fresco de la vida intelectual de aquellas épocas; es decir, el gran trabajo de Carmen Balcells, a quien el autor considera más genio que los genios; o el uso de los diálogos para darle voz a los propios autores del libro:

-Mi hijo mayor se ha quedado mocho de un huevo-le dijo Vargas Llosa a su amigo, el escritor chileno Jorge Edwards-.Patricia quiere que vaya a Lima.

-No vayas- dijo Edwards-. Si vas, no vas a poder escribir.

(pág 102)

     Este apropiamiento de las personas para volverlas personajes, le permite a Bayly articular su novela (¿relato histórico?) de modo fluido y sin perder el itinerario cronológico. Sin embargo, no podemos dejar de olvidar que, al inicio, un rótulo nos advierte que se trata de ficción: “Este libro no es un texto histórico ni una investigación periodística. Es una novela, una obra de ficción que entremezcla unos hechos reales, históricos, con unos hechos ficticios que provienen de la invectiva del autor” Con todo esto, la galería de personajes de esta obra es variopinta y va de autores como Neruda hasta cantautores como Joaquín Sabina. En cierto modo, por su galería literaria nos recuerda la novela “El amante uruguayo” de Roncagliolo. (¿O caso “El enano: la historia de una enemistad” de Ampuero?)También se captura de modo formidable el paso que va del Vargas Llosa de sus tres primeras obras maestras, a escrituras más frescas como Pantaleón y las visitadoras; este último libro, sirve para narrar las escenas que van desde las propuestas de hacer una película de la obra, hasta la propia realización de dicho filme con el propio autor como director y actor del proyecto. Sin embargo, esta experiencia deja una desazón al Nobel:

Pero no le dijo lo que, en su fuero íntimo, pensaba, se decía a sí mismo: he descubierto que no soy ni quiero ser cineasta, hacer una película es un circo, no puedo ser escritor y cineasta al mismo tiempo, o soy escritor o soy cineasta, y el cine es una suma de muchas personas, muchos egos, muchos caprichos, un operación tremendamente laboriosa y compleja (pág 223)

     También es importante el rol que desempeña Patricia Llosa dentro de la novela, esposa y prima del autor. Es la mujer abnegada y traicionada, en medio de la extraordinaria carrera literaria de su esposo que, como ya lo dijo él mismo, siempre que lo regaña le dice: “Mario, tú solo sirves para escribir”. Queda claro que el papel del autor es ofrecer un relato crudo, sin filtros ni eufemismos, con el afán de darnos un fresco descarnado. Tan solo un libro como “Lo que no dijo Varguitas” escrita por Julia Urquidi, la primera esposa, ahonda a profundidad en la intimidad gracias al relato de pareja, a las cartas y crónicas de su larga relación. 

      Con todo lo dicho, este libro nos ofrece dos experiencias de autores que rompieron fronteras e impusieron épocas: un Vargas Llosa, cuyo temperamento y dedicación lo llevaron a la cumbre literaria antes de los treinta y un años; y García Márquez, que logró su catapulta a la eternidad pasando los cuarenta. Dos temperamentos, dos formas de entender el arte: el realismo y el realismo mágico. Uno amante de la razón y el orden; otro, de la poesía, de la música, de lo libre. Así, el motivo del violento golpe solo sirve como escusa para ahondar en los modos de ser y vivir de estos literatos. En “Los genios” se observa claramente que la genialidad es una consecuencia de un trabajo diario, un trabajo con horarios y exigentes al límite: de operar en la desmesura, en el rigor, en lo salvaje.

     Este libro se publica ya con García Márquez ausente físicamente y con Vargas Llosa en plena creación literaria, bordeando los ochenta años. El octogenario autor acaba de recibir la Orden del Sol, de separarse de Presley y de publicar un ensayo sobre Pérez Galdós. El aporte de Bayly es intentar cartografiar el otro lado de la moneda; así, este libro se vuelve un molusco cuya vida es solamente posible gracias a la calidad literaria de quiénes retrata. No se puede olvidar que el autor, el niño terrible del periodismo nacional, tuvo su primer salto a la fama literaria gracias al espaldarazo de Vargas Llosa. Esto nos lleva a sospechar que el telos del proyecto es dinamitar el monumento. Hermosa forma de pagar una deuda de años: quizás para algunos el odio, es también una forma de amar.

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Literatura

La guerra poética en la nueva producción de Julia Wong

Lee la columna de Julio Barco.

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(reflexión sobre La tercera guerra lunar (Ed.Liliputiense) por Julio Barco

En La tercera guerra lunar (Ed. Liliputiense, 2022) de Julia Wong asistimos a un libro de reflexión sobre la propia producción literaria de la autora. La división: Cuerpo, Guerra, Karma y Luna nos invita a reflexionar sobre partes de su propia escritura como vivencia del ser. En Cuerpo, los temas giran sobre la relación de los objetos y la autora, en Lo imperturbable se narra la experiencia de escritura de su primer poemario, Historia de una gorda (o cantos a mi incapacidad de entender los cambios políticos en Europa), con recuerdos en Alemania y la lectura de Marie Luise Kaschnitz (1901) y su cuento La niña gorda. Deteniéndonos en este capítulo, podemos ver que Wong aprendió a usar la intertextualidad como programa creativo siguiendo, de modo personal, la ruta de la alemana, para expresar su condición sui generis en la tierra europea. También es clave ver que el uso de un nuevo idioma, fue un reto para crear una nueva forma de expresión. Así, cada bloque nos dará una idea del mundo personal de Wong. Incluso, los versos que intercalan cada texto, son ventanas hacia una íntima descubierta:


El hombre sin sabor a rayos ultravioletas en mi sótano no

es un cartero. No espero mensajes secretos, quisiera

curarlo.

Siempre he operado en sueños los cuerpos. Las pieles

cubiertas de protuberancias, los cuerpos sin raíz.

Poema Cuerpo Albino


Cada entrega de Wong, en sus poemarios que van desde temas como Pessoa, los viajes, los territorios y la lengua, vemos un nuevo escenario donde convergen estos mecanismos. Ya sabemos que en el itinerario personal de Wong, el idioma es abierto; estos poemas combinan un poco el aire de todo este mecanismo:


El tigre, sin embargo, sigue volviendo.

Respira o cheiro da laranja

Voa para as profundezas da minha natureza grande.

Me falta el aire

No puedo, le digo.

Esta humilde paz con olor a naranja es resistencia

a su zarpazo privilegiado.

Poema Huesos de Tigre


El tema del tigre ya lo vimos en otros poemarios, como este mismo sistema de silabear español-portugués que le da giros singulares a su poética versolibrista. En el siguiente apartado, Guerra, se marca más la relación de la narradora con los otros: ya no es el objeto, sino la otredad. El poema “El oráculo incierto” expresa la relación con el padre que es también la relación con China:

Recién sus diecisiete cartas hacen eco en mi escarcha.

Me pensó en ellas por siete años de ausencia

Y desdecía su miedo.

Nosotros nos vamos a salvar de China, no a China.

Ese día los perros China ladraron su victoria…

Aquí también vemos otro uso de dos idiomas, en este caso el alemán y español:

Wir sind Kinder der gefallenen Mauer

Weder gut noch boese.

Nacer en los sesenta es un abstracto de magia tardía.

No importa si naciste en California, Chepén, Siberia o Stuttgart.

Er sagte ich habe nix damit zu tun.

Él dice que no me asuste cuando lo vea convertido en vagabundo.

Poema Jeden tag erfinde ich tausend worte

(Poema escrito en pésimo alemán)


     Este trabajo entonces presenta diferentes características, que se repiten con el fin de lograr nuevas texturas. El tema de la guerra se presenta en otros poemas de la sección Guerra:


Este es el mundo que nos han dado.

No es Putin ni Zelensky

Nadie es bueno ni malo.

Nosotros los locos que dormimos entre suaves sábanas blancas

También somos parte de este armamentismo silencioso.

Con nuestros impuestos y nuestra moral de Netflix

Con nuestras bellas sábanas de Ikea

Y los créditos de Visa y Mastercard

Pagamos cada día una bala

Y una investigación en ingeniería atómica y nuclear.

¿Cómo guardan nueve países arsenales para destruirnos?

¿De dónde salió ese dinero?

(Poema Um sonho de paz)


     Vemos una clara crítica a la contemporaneidad, a los espacios que permiten el desarrollo económico de la guerra. Así también a diferentes actores (Putin, Zelensky) que automáticamente hacen de la poesía de Wong un diálogo-espejo de la actualidad. En momentos de prosa, en la sección Karma, vemos un despliegue poético:


Era el fin del verano, el pasto tibio atestiguaba que había ardido. Teníamos sed de movimiento y lejanía.

Unos perros pequeños deambulaban por el compartimento.


     Pero la guerra, como bien se titula, también es lunar, es decir: una guerra íntima y poética, donde el registro de los recuerdos, las historias y experiencias son parte del propio belicismo de la existencia. Este apartado también sirve para, en uno de los más logrados textos “Genealogía de un suicidio” se observe el descubrimiento del interior de a autora, rico en matices y en una clara conciencia del propio quehacer creativo:


Nada antes ni después se podría comparar a esa intensidad de Ser a través de un recorrido silencioso en mi interior. Era posible con ese paisaje envolviéndome, con ese idioma, con esos autores, con la mirada de esos libros, desde sus ojos escritos que me rodearon como una luz invisible.

     Este mismo texto también tiene una clara intertextualidad con la obra Werther (o “Las cuitas del joven Werther” o ” Las penas del joven Werther“) que permiten acercarnos más al origen del proceso creativo de Wong:

Entonces leí Die Leiden des jungen Werthers, de Goethe, en una edición amarilla muy pequeña de Reclam. Así supe que yo quería escribir y morir. Esa era una ecuación de vectores trigonométricos en la física. Pero si moría antes de escribir el gran monumento a este conjunto de descubrimientos espirituales que urgían por ser nombrados, esa exploración de profundas confusiones y nuevas formas de Ser quedaría atorada en mí como un regalo de la propia energía de la naturaleza que me empujaba a uno de sus caprichos.

     Ese no encontrarse, ese no sentirse parte de nada, acercan a su vida el lenguaje como habitación, la literatura como espacio interior y vital. Aquí, en este pasaje, vemos que la obra de Wong, en sus personajes y bitácoras, nos expresa la condición de sentirse siempre al margen, apartado de los centros culturales o sociales; en Chepén, desea estar en Alemania; en Alemania, conocer Portugal; sin olvidar Brasil o China; lo que da un eterno no-encontrarse. En este último cuento goethiano vemos incluso retazos de sus etapas más intensas:


Me pregunto si ella sabe que los dos estuvimos internados allí. Que nos conocimos después de que intentamos suicidarnos. Él se cortó las venas, yo tomé cuarenta tabletas de hidroxicloroquina.


     Finalmente, en Luna, el tema se diversifica por experiencias en la India y otros espacios geográficos, donde se dan encuentros y desencuentros, culturales y sentimentales, que permiten, en poemas como Automatismo lusópata, escenarios donde la propia divergencia idiomática da una experiencia muy personal, incluso en escenarios tan cotidianos como los pinta en el siguiente poema:

Y corto los ajos limpios como si fueran dientes de tártago

Los acomodos en tazoncitos primorosos hechos en la China.

Los gallos de cerámica portuguesa cantan automáticos la respuesta.

Sería más caro comprar tazoncitos elegantes «feítos en Portugal».

Observo las ventanas empañadas de un vaho antiguo.

Oigo el viento peninsular diciéndome que estoy a salvo.

Pero pienso en ti.

Con todo esto La tercera guerra lunar tiene un estilo ágil y oscilante de prosa y poesía; es también un gran tratado de observación sobre la creatividad, su origen, el deseo de pertenecer o no pertenecer, las realidades geográficas, las culturas como puentes, los idiomas como modos de volver a ser o entender la realidad y la internalidad: es un tratado de viajes, de cuerpos, de libros. Un abecedario íntimo en la ya prolífica obra de Julia Wong, que migra, viaja, muta y sintetiza una voz particular, que, desde su orilla, dialoga con nuestros temores actuales. Así como también, en el itinerario de las voces peruanas, descolla con luz y universo propio. Este es un libro donde Wong lo cuenta todo; sin prefijar un personaje alterno o un alter ego, parecemos oír la voz más personal y reflexiva, en una suerte de viaje interior. Lo que agrega Wong al registro del cuerpo y de lo erótico que domina la poética nacional, es el registro de los viajes, tanto físicos como mentales: el viaje como poética, el viaje del cuerpo y de los objetos (en este libro vamos a encontrar maletas, pijamas en forma de conejo, tazoncitos elegantes…), de la mente y de los idiomas. Todas estas polaridades se resuelven en una obra híbrida y sui generis, multitemática y fresca. Ese cosmopolitismo y actualidad son facturas personales de su poética, y aportan sus propias flores al jardín simbólico de nuestro presente.

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Literatura

Falleció María Kodama, viuda del escritor universal Jorge Luis Borges

Escritora y traductora argentina padecía desde hace varios años de cáncer de mama. Partió de este mundo a los 86 años de edad.

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Ahora se encuentra en algún lugar del Aleph. La viuda y principal difusora de la obra del extraordinario escritor argentino, Jorge Luis Borges, María Kodama, falleció este último domingo 26 de marzo a la edad de 86 años, informaron fuentes allegadas.

Según compartió su abogado, Fernando Soto, en su cuenta de Twitter: “Tu amigo y tu abogado te despide. Ahora entrarás al ‘gran mar’ con tu querido Borges. Que en Paz Descanses María”.

La prensa argentina informó que María Kodama, también presidenta de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges sufría cáncer de mama, que habría motivado su muerte, no obstante, algunas fuentes cercanas preguntadas por EFE desconocían la enfermedad.

Por otro lado, los allegados confirmaron que “no habrá despedida pública, por deseo de ella”.

María Kodama nació en Buenos Aires en 1937 y era hija del japonés Yosaburo Kodama y de la argentina María Antonia Schweizer, de ascendencia suizo-alemana, inglesa y española. Se graduó como licenciada en Literatura en la Universidad de Buenos Aires y se especializó en literatura sajona e islandesa, de la que hizo traducciones al español.

Conoció a Jorge Luis Borges (1899-1986) cuando tenía 16 años y él 54, al chocar con él en la calle, a la salida de una librería. Ella le contó que iba a estudiar Literatura y él la invitó a estudiar juntos inglés antiguo, momento desde el que no volvieron a separarse.

Ahora, ambos recorren universos ajenos a los mortales.

Pese a que, en 1967, Borges se casó con otra mujer, Elsa Astete, María Kodama siguió viendo al escritor argentino y finalmente se unieron en matrimonio en 1986, meses antes del fallecimiento, a causa de un cáncer hepático del escritor en Ginebra.

Dos años después de la muerte del creador de “El Aleph”, en 1988, ella creó en Buenos Aires la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, cuya sede alberga objetos personales, su biblioteca, las primeras ediciones de sus libros y algunos manuscritos, además de los premios, condecoraciones y diplomas recibidos.

Desde allí, se dedicó a difundir y contribuir al máximo, mediante cursos y conferencias en todo el mundo, al conocimiento de la obra del más universal de los escritores argentinos.

En 2009, comenzó un juicio contra el escritor Pablo Katchadjian, al que acusó de plagio en 2009 por El Aleph engordado, un texto en el que le agregó 5600 palabras al original y publicó en una edición pequeña de apenas 200 ejemplares. En 2017, Katchadjian ganó el juicio y en 2021 fue dictaminado la falta de mérito y esto derivó en que el juzgado Civil Nº 1 estableció que Kodama debía abonar 888 mil pesos, de los cuales 200 mil son gastos de ejecución.

En 2019 protagonizó otra polémica con Alberto Fernández, presidente de Argentina, al rechazar la iniciativa de crear un “Museo Borges” con manuscritos donados por el empresario Alejandro Roemmers. “El escritor y empresario Alejandro Roemmers me ofreció donar al Estado argentino más de 6.000 libros y manuscritos de Jorge Luis Borges de su colección. Con ese aporte vamos a crear el Museo Borges, en homenaje al hombre más grande en las letras que ha tenido nuestro país”, escribió el presidente electo en su cuenta de Twitter.

Sin embargo, Kodama afirmó que los libros que pretendía aportar el empresario habían sido “robados” a Borges por una empleada doméstica. Luego de la acusación, Roemmers afirmó que tenía “documentación respaldatoria” para comprobar que los papeles de Borges fueron adquiridos de manera legítima.

En 2021, la escritora y profesora de Letras se atrevió a hablar de sí misma y de su historia previa a su encuentro con Borges en la autobiografía María Kodama. Esclava de la libertad, que escribió junto al periodista Mario Mactas. Allí se explayaba en dos aspectos: la envidia que despertó en “amigos” la decisión del escritor de nombrarla heredera de su obra y la insistencia de él en querer casarse.

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Literatura

ANA

Imaginar, ¿Qué más me queda? Que, después de todo, esto no fue más que un mal sueño, uno de esos que te dejan pensando a la mañana siguiente por lo vívido y cercano, porque tras un largo rato no sales de ese estado entre lo onírico y la lucidez.

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Este es un pequeño relato de ficción inspirado en la vida de la activista Ana Estrada y todas las ideas que pueden estar flotando en su mente; y también sobre el mensaje que viene dejando para las demás personas que padecen de polimiositis. Aprovecho para extenderle un fuerte abrazo, a pesar que no la conozco en persona.

Imaginar, ¿Qué más me queda? Que, después de todo, esto no fue más que un mal sueño, uno de esos que te dejan pensando a la mañana siguiente por lo vívido y cercano, porque tras un largo rato no sales de ese estado entre lo onírico y la lucidez.

Abres los ojos lentamente y te incorporas de esta cama que tanto quema en los días de estío; sientes tu sudor que recorre toda tu espalda, tu cabeza y tus hombros caídos, y te percatas en que tu ropa deja traslucir, de manera desvergonzada, tu cuerpo humedecido de tantas horas de calor.

Atrás de ti queda una silueta de la mujer cautiva que solamente, sea la hora que sea, tenía como punto fijo una pared verde que iba cambiando (imperceptiblemente para los demás) de tonalidad con el pasar de los segundos, pero que tú supiste reparar de manera forzosa.

Imaginar, que estabas lejos, muy lejos de esta habitación, sola, caminando con los pies desnudos por la orilla de una playa semidesierta, mientras las olas serenas van mojándome hasta los tobillos, y la brisa marina desordena mi cabello que ahora es largo nuevamente; y un sonido tan antiguo como las estrellas mismas me cantan al oído historias de amantes que lo dejaron todo por huir con la persona querida, corazones rotos, lágrimas salinas, promesas a los dioses de altamar, atardeceres, vestigios de amor, de dolor, de la vida y la muerte, renacer y volver a ser un pequeño e insignificante grano de arena, espuma, reminiscencias del pasado, mis ojos ser pierden en el firmamento violáceo y soy tan feliz.

Lo puedo sentir una vez más, el sol cayéndome en el rostro, cada piedrita redonda que voy pisando, cada átomo del universo recorriendo mi ser. No escatimo en los detalles, todo estaba ahí tal como lo dejé hace muchos años: los niños jugando a lo lejos, intentando por enésima vez construir un castillo de arena, una pareja muy joven corriendo para ingresar al mar, una niña con su traje de baño de lunares amarillos, con las piernas dobladas, jugando con una lampita de plástico rosado, removiendo arena de la orilla, mientras sus padres la observan bajo el resguardo de una perlina sombrilla, atentos a cualquier descuido.

Instantáneas de la vida, de lo cotidiano de cada verano, del hecho de ser parte de un proceso que muchos olvidan y lo dan como algo ordinario, dando por sentado que así se dará, pero para otros, como mi caso, es una postal sin destinatario.

Y es que en una de esas tantas noches en que despertaba en la madrugada una idea aparecía como visitante inoportuno, trayéndome fantasías de una yo convertida en madre, con la panza hinchada aún cual pan recién salido del horno, con los pechos llenos de leche y con un niño entre mis brazos, mirándome fijamente, tratando de comunicarse conmigo pero sin mediar palabras, dirigiéndome sus enormes ojos café para estrellarse con los míos.

Te he esperado tanto, mi niño lunar, que he recorrido por ti este planeta siete veces para que no tropieces, he ahuyentado las noches más tristes para que puedas ver con claridad la eternidad de los soles de capricornio, he desatado cientos de ríos para que nunca tengas que padecer de sed, y he tejido un manto de miel, soya, avena y trigo para que tengas siempre algo que comer. “Te he buscado, tesoro” (*), entre mis soledades y los nudos de mi voz, en los acertijos del olvido, en el café oscuro de las mañanas, en las hojas de los libros, sobrevolando mi mente como un cometa fugaz, escarapelando mis pensamientos, sometiendo mis preces a tu buena fortuna.

O quizá convertida en la niña que alguna vez fui, observando a los adultos colocarse caretas para disimular tantas y tortuosas preocupaciones. Todos queremos algo en esta vida, y ellos deseaban volver a ser como yo; en cambio, para mí la vida me aguardaba una terrible sorpresa solamente al doblar la esquina. Era libre y no lo sabía, podía saltar, correr, patalear, caerme y volverme a levantar, echarme en el pasto con mis amigos hasta largas horas de la noche. Llorar y secarme mis lágrimas, reír sin razón alguna, recoger flores, inventar historias caseras en donde yo simulaba ser como mi mamá, preparar comida imaginaria con mis manos, jugar a las escondidas, los policías y los ladrones, los siete pecados; resbalarme y que de mi rodilla raspada se dibuje un leve surco con un poco de sangre, conocer mi diminuto cuerpo, sentirlo, tocarlo, ver mis cicatrices. Percatarme que la ropa del año pasado ya no me iba quedando; mi cadera se fue ensanchando, mis senos empezaban a asomarse tímidamente, y el reloj de la vida hacía estragos en mi comportamiento. Mi primer beso, mi primera ilusión, mis cambios hormonales, los amigos y los viajes, el placer prohibido, el sexo con las luces apagadas, desbordar éxtasis, pasión y desenfreno. Todo eso hasta que mi cuerpo poco a poco me obsequiaba un largo adiós.

Quiero pensar que después de este largo túnel un rostro conocido me espera, y que su voz me sea familiar, llamándome, con una sonrisa pícara, desde el otro lado. “Ven, Ana, ven, apura que todos están que te esperan”, tomándome de la mano una vez que atraviese el umbral.  —“Esta noche comeremos, bailaremos y haremos el amor luego que todos se hayan ido”—, me lo dice, sujetándome con dulzura de mi cintura. Y continúa: “Allá arriba, entre dos montañas, he levantado con mis manos una cabaña, donde tu risa y tu voz pueden ocupar todo el espacio que deseen. Te he esperado todo este tiempo, a veces impaciente, a veces emocionado porque veía que cada vez te encontrabas más cerca de mí, y ahora mírate, libre al fin”.

Entonces aterrizo aquí nuevamente, con mi corazón latiendo a mil, añorando saborear todo lo que este cuerpo me limita. Estoy segura (porque así lo he visto en los arrecifes de mi subconsciente) que este camino lleno de espinas y laberintos que los humanos ociosamente llaman leyes, que mi historia será un faro para todos aquellos que se sienten prisioneros sin condena alguna. Aquí (o allá) dejaré huellas imborrables para que el trayecto sea un poco más seguro y tal vez, solo tal vez, alguien encuentre en estas palabras un descanso a tantas y febriles horas de insomnio, sin poder encontrar un poco de paz.

Lima, 17 de febrero de 2023.

(*) Rainer María Rilke (1875 -1926).

Foto de portada: Ana Lía Orézzoli. 

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Literatura

Fallece el reconocido escritor Óscar Colchado Lucio a la edad de 75 años.

Autor de emblemática novela “Rosa Cuchillo” deja un legado de más de 30 obras.

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“¿La muerte? ¿La muerte sería también como la vida? «Es más liviana, hija». ¿Habría sirguillitos cantando en las hojas gordas de agosto? Había. «Y vacas pastando en inmensas llanuras». Ahora subía yo la cuesta de Changa, ligera ligera como el viento. ¿Por aquí? ¿Por estos lugares se irían los muertos? «Por allí, hija, por donde se despide uno para siempre de la vida”, así inicia una de sus novelas más elaboradas del escritor, cuentista y poeta Óscar Colchado Lucio, quien acaba de fallecer a la edad de 75 años, de acuerdo a información difundida por la propia Casa de la Literatura. Ahora, ese mismo camino que no tiene vuelta para atrás, será tal vez el último paisaje que tenga que guardar en sus recuerdos post mortem el fabuloso escritor de los andes.

El creador de la conocida saga literaria Cholito y de la novela Rosa Cuchillo, nació el 14 de noviembre de 1947 en el pueblo de Huallanca, en la sierra de la región Áncash. Cuando era niño se mudó con su familia a Chimbote donde acabó la primaria y la secundaria.

Estudió Educación, con especialidad en Lengua y Literatura, en la Escuela Normal Superior Indoamérica. Debido a su pasión por las letras, fundó el grupo literario Isla Blanca y la revista Alborada.

En 1983 se mudó definitivamente a Lima con su esposa y sus dos hijas. En 1980, asentado en la capital peruana, publicó Cholito tras las huellas de Lucero, el primer número de la saga infantil que lo haría reconocido en las letras peruanas.

En 2018 recibió el Premio Casa de la Literatura Peruana como reconocimiento a su trayectoria literaria “por haber renovado la mirada sobre el mundo andino, atrayendo el interés de todo tipo de lectores (niños, jóvenes y adultos, académicos y neófitos)”.

Cuando escribo, me hago la idea de que le estoy contando a un amigo. No estoy pensando que lo leerá un lector ilustrado. Le cuento a mi amigo y lo hago de la manera más directa, teniendo en cuenta que él me está entiendo y que seguramente le está gustando”, dijo en una entrevista a Perú21 después de recibir el galardón, que antes se les otorgó a figuras como Mario Vargas Llosa, Oswaldo Reynoso, Carmen Ollé, Leoncio Bueno, entre otros.

En 2021, Rosa Cuchillo, la novela más representativa de Colchado Lucio, editado por primera vez en 1997, fue publicada como novela gráfica bajo el sello Random Comics. El libro fue ilustrado por Daniel Gamarra.

Foto: Casa de la Literatura Peruana.

La novela se trata sobre cómo Rosa Wanka ingresa al “Uku Pacha”, el mundo andino de los muertos, para buscar a su hijo Liborio, quien en vida había sido reclutado por Sendero Luminoso.

En 2022, la editorial independiente Hipatia publicó Óscar Colchado Lucio, el retratista de las cordilleras, un trabajo exhaustivo de investigación de la escritora y periodista Angie Anticona Alegre.

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