Cangrejo Negro / Eloy Jáuregui
Marilyn Monroe / PIEL BLANCA CON EL DEMONIO ADENTRO
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11 años agoon
Para Paco Espinosa
Fue en el dentista, en el satánico doctor Ruíz de la cuadra ocho del jirón Dante. Ahí donde Marilyn me sonrió por primera vez. Entonces yo, de preciso pantalón corto y de injusto y largo dolor de una sola muela, aferrado con una mano a la de mi madre y con la otra a la página trajinada de la revista Life en español, revista de salita de dentista, de dentista de barrio, la hice mía, a Marilyn y no a la pasada y pesada revista, la hice mía ante el Corazón de Jesús y un letrero solemne: «Silencio». Y silencioso fue aquel connubio entre las nubes de mi primer debut. Porque ese doloroso invierno de los sesenta, Marilyn estaba viva y voluptuosa aunque ya había muerto, estaba vivita y coleando en la gran foto a color y viva ante el soplete de mí mirada pubertosa y cómplice: yo, iniciado en los hervores del amante rito, Marilyn, empezando a erigir su inflamante mito.
Y ya se cumplen cincuenta años de su partida. Que tanto se ha dicho de su vida después que la encontraron cadáver en su residencia de Hollywood aquella mañana del 5 de agosto de 1963, que esa estrella del cine y las fotografías, por supuesto, como que volvió a existir para la vida infinita. Y aquí recupero el aliento y la retrato tal como fue, de cuerpo entero, desde las primeras fotos que se pudieron rescatar de ese ser humano en flamas infantiles, y como la encontró por primera vez, sonriendo y a toda portada, esa vieja revista.
Y cincuenta años no son nada, sí señor, y no hay duelo, en ese cuerpo amortajado en bermejo celofán, porque ella un 5 de agosto, se despidió de todos los ruedos de los reinos terrenales (solita se cortó la coleta dirán algunos) aquella mujer –mitad quimérica hechicera, mitad ángel lujurioso– bautizada sin iglesia al principio por su madre como Norma Jean Baker, acto seguido rebautizada por el que dijo ser su padre como Norman Jeane Moertenson y finalmente recontrabautizada por el sueño fatal del cine norteamericano como Marilyn Monroe, hija putativa de la Fox en contubernio con la sobredosis de soledad.
Llegué tarde para variar, más bien ella apareció temprano, con su lunar equidistante entre el labio superior casi siempre semiabierto y la fosa izquierda de su nariz desfachatadamente latina. Y era latina más que sajona, del alma para abajo. Equidistante entre el deseo y la comezón, el erotismo y la sexualidad, aquel cuadrángulo de las Bermudas, con sus mares de pecas pecaminosas regando el telón de su anatomía desde su lánguido cuello hasta los alfiles colorados de sus dedos inferiores imaginados siempre desnudos, escapando de la piscina, la alberca de mi sueño, esa muerte chiquita de ojo de agua.
Fue a las 9 y 30 de la mañana el día que ella nació hace ya más de sesenta años y su padre no fue el esposo de la mamá si no el otro, el que emergía de vez en cuando de la tramoya, de entre bambalinas, como que así fue su vida, entre tules, sedas, gasas y pieles sobre su piel. Y era rubia a pesar de sus enemigos -quién demonios no tiene enemigos en estas canchas del Señor- una delicada rubia sin hogar, sin esquelas ni permisos. Dicen sus biógrafos que desde que tuvo uso de razón mantuvo una imagen del padre que hubiera querido tener. Fantasía que después adquirió carne, pellejo y hueso de fotografía y ese retrato no pudo ser otro que el rostro de bigote y sonrisa erectos del Clark Gable, la foto misma que guardaba en el bolsillo trasero de su ya embutido primer jeans para mostrarla a sus pequeñas amigas. «Es mi padre». Y claro amigos y amigas, que después fue el mismo Gable su padre, su compañero, su amante -el viejo y delicioso amante.
Pero fue Hollywood, cuando no, el escenario y set de su vida -y de su muerte física y química. Su madre Gladys ya era experta en rollos, cintas y montajes en una compañía cinematográfica de poca monta y supo de romances en la ficción de su tarea, rodeada de Valentinos pelirrojos de moteles y gomas de mascar en bandolera, de tronos en fuentes de soda donde los emparedados y malteadas eran los afrodisiacos exactos y efectivos para cerrar los ojos y esperar lo mejor de la noche. Su padre -aquel que se supone- también laboraba en la Consolited Film Industries y cuentan que era apasionado con rabia estrella del orgasmo, propia del celuloide, de verdad, un perfecto cameraman sin cama fija.
Y contaba la propia Marilyn, ya entrada en carnes, según versión del siempre curioso Georges Belmont, uno de sus biógrafos de retratos y no su alcalde: «Mamá tenía… problemas mentales. Murió hace algunos años. Mis dos abuelos maternos murieron también locos. A mi madre hubo que internarla en un sanatorio. Recuerdo que una mañana -debía tener unos tres años a lo más- cuando me estaba bañando llamé «mamá» a la mujer que me cuidaba. Ella me dijo que no lo era, que la llamara «tía». También me dijo que su esposo no era mi padre. Para mí fue un choque terrible enterarme de eso». Ya ven, señores fotógrafos, cuál era el origen de ese rictus fatal.
Púber Marilyn entre el registro civil y el polvo de las estrellas. Púber Marilyn después de ser violada a los 9 años. Púber Marilyn el día que se dio cuenta que su verdadera madre era todo menos una persona equilibrada. Y así huyó del hogar y desfiló por las galerías más extrañas de esas faunas familiares de la ciudad de Los Ángeles donde antes de ser ciudadana con generales de ley, no fue más allá de ser una pupila, inocente pupila de un condado del Oeste. Ahí fue procreada Norma o Jane o Marilyn, y fue el parto más feliz de aquellos tres que ya había tenido la madre, sin asistencia y sin rencores. Nació de colecta, masivamente en tono de teletón y hubiera sido una niña rubia cualquiera, tonta y más rubia, pero era Marilyn, hija de padre-fauno -del que otra vez se supone- y en la sangre, su volcánica sangre, corría el legado ardiente de los espermas pater familia, su bandera, sus calzones y sus himnos.
Ser ilegítima no supuso, sin embargo, taras, ausencias ni temores en el campo de los cuerpos. Ese fue su encanto, su perverso y angelical encanto. Ojo que dije que era rubia por arriba y por abajo, no como Madonna azabache del pipute a los pies, y así lo asegura Sam Shaw, su retratista favorito, el que la observó infinidad de veces totalmente calata. Ahí va: «Siempre la conocí rubia. Aún en la foto del escándalo, desnuda en Playboy (Sí señor, con mayúsculas porque me da la gana -la acotación es mía no del fotogenario), era rubia. Por cierto ahí no se ve que es rubia natural, pero nada lo contradice tampoco» ¿Qué tal?
De algo estoy seguro. Norma, Jeane o futura Marilyn, pasó los primeros 8 años de su vida en su hogar formado en el rigor religioso: la familia de los Bolander. Y esa casa la pintó y arrulló de una agradable apariencia, niña de chupete y ositos golosos. Así aparece en su primera fotografía donde apunta a ser atleta más que otra cosa, menos que descomunal modelo, después actriz. Años más tarde ella misma juraría que no estudió danza y que no quiso ser jamás bailarina, pero uno al ver sus películas y al revolverlas a ver, advierte que tenía una técnica extraordinaria para moverse en la pantalla, aunque supongo, que en otros espacios -sobre todo en los horizontales de seda- tampoco defraudaba.
Otro de sus biógrafos, el tal Maurice Zolotow, memorable guardián del templo de su memoria, refiriéndose a la niña de seis años declara: «Ella ya soñaba en convertirse en una mujer hermosa, que la gente volteara para mirarla por donde pase -Y no va a ser, asegura este cronista no de indias, sí de gringas- (…) se imaginaba andando desnuda por el mundo (…) mientras el órgano de la iglesia tronaba sus himnos, ella sentía un deseo convulsivo de despojarse de sus ropas y avanzar desnuda para que Dios pudiera verla tal como era» ¡Zamarro Zolotow! Sólo a ti se te pueden ocurrir tamañas herejías, pero aunque agnóstico gracias a Dios, te aseguro que te creo.
Y con la depresión norteamericana de 1933, la madre definitivamente aceptó estar terriblemente loca. Norma o Jeane o casi casi Marilyn, se tornó entonces en auténtico personaje de Charles Dickens e inició un periplo de orfanato en orfanato y más orfanatos. No intercambiaba camisetas, en todo caso mudaba fácilmente de camisones. Como quien dice, era huérfana falsa a punto de ser verdadera. Esa fue pues, su prueba de fuego para un fuego que ya se convertía en hoguera gigante o incendio de incesto. El aburrimiento que vivió en esas casas de recogidas la preparó para saber mentir muy bien en los años siguientes. El tedio inexorablemente la adobó para el capricho, y ese capricho posterior se llamó lujuria de pabellón, ardor de camas múltiples y de golosos y arrechos edredones.
Huérfana espiritual, había adquirido paciencia y dominio. Su llanto entonces fue un suspiro que guardó herméticamente para sus hombres del mañana, sus eternos amantes del ayer. Silente al principio, sería estridente más tarde, cuando la lascivia y las ganas trasladaron sus aullidos y gimoteos allende las fronteras alambradas y con clavos de la pasión. No obstante, cuenta Mrs. Ida Bolander -su supuesta mamá sin mamas-, que la niña aprendió sus primeras palabras al observar y por supuesto oír a una señora sosteniendo a un niño de la mano, en el preciso momento cuando el nene engreído ese pronunciaba clarito: «Ahí va mi mamá». Patético o no, Norma o Jeane o Marilyn, olvidó el cine mudo y se mudó a la pantalla de la grita y los espasmos sinfónicos en Fa Mayor.
Hubo así, un bombero de casco y sin capucha, después policía, buscador de oro en río revuelto, bombero al fin nada ortodoxo,llamado en esos andurriales como James Dougherty, un ilustre reconocido después también en una fotografía, que quiso apagar ese prístino fuego -¡Qué huachafo!- y enamorado sin extinguidor, como tienen que ser los enamorados de fuente de soda, de primitivo rock and roll y casaca tornasolada, la cauterizó con el fuego de sus pecas y en un tris, la hizo mujer casi completa, la cazó, luego se casaron. Y Marilyn, aún no mujer pese a su esfuerzo, aún empleadita ya de tienda al estilo del poeta rabino nicaragüense Ernesto Cardenal, entregó el himen sagrado para el «bypass» del torrente universal de las fantasías, perdón damas y caballeros, de mi fantasía. «Palo pa’rumba» a la manera de Eddy Palmieri citado o sitiado por Agustín de Jesús Pérez Aldave.
Y el Dougherty este, juró y rejuró que al casarse con Norma o Jeane a punto de ser Marilyn, señaló por lo que más quiso, digo yo, que la todavía Marilyn era una perfecta virgen del sol. En realidad no me interesa, al final uno cuenta vidas ajenas -citando al maestro G. Caín, otro fotomachista-, porque a uno le pica el cerebelo y la huasamandrapa. Al final también, quién le cree a un bombero. No obstante, ciento de versiones existen sobre aquella violación sin aborto sentimental, a los 9 años en una casa de adopción, apenas salidita del orfanato, un capullito de alhelí. Miles de versiones que la propia, ahora sí Marilyn, regaba con la pólvora de su lengua, lengua sabrosa y mentirosa, lengua carnosa y memoriosa. Después de todo también, quién le cree a un policía y menos aún llamado James. ¡Vaya al diablo el perrito y la calandria!
Aquella pubertad la llevó a conocer sus primeros chicos con dientes cariados y sin bicicleta contrapedal del barrio. Todos bobos, todos henchidos de un patriotismo-cojudismo barato y muerto casi todos en la gran guerra. Marilyn emanaba antes que sensualidad, sexualidad y ella muy bien lo sabía, como ya lo dije por el otro lado. Cualquier pulóver barato sin ser chillón, hacían resaltar sus primigenias formas afroteutonas -o era que ella resaltaba al pulóver con sus reformas más bien africanas en negativo- y esa su personalidad fragmentada le otorgaban un encanto jamás visto por esos páramos. Y los muy pendejos, jóvenes adolescentes de la caliente palma hermética, descubrían la relación existente entre las apetencias sexuales y las otras estructuras inflexibles de sus hervidas personalidades. Y claro, más allá de la 4ta. avenida, Marilyn era carne viva, pulpa decapitada por los Gillette de los ojos.
Pero estaba escrito que su vida apetecía de películas filosóficas, de filmes metafísicos o de simplemente largos metrajes jamás cortos. Maestra vida o matrona muerte, la Marilyn -aquella que un día, madre dijo que poseía todos los encantos del dolor sin haber conocido la torta de Lesbos-, lo recontrajuro, fue mi estampita de la Virgen del Carmen, patrona de los recursos. Y madre me llevó al cine Primavera cuando este sujeto aborrecía la Emulsión de Scott o el aceite de bacalao -y en esa magistral «La comezón del séptimo año», la conocí tal como era, -Marilyn entonces tuvo movimiento, pero aquel del correr en el fotograma, ustedes me entienden- lechera y poderosa, jodida y candorosa. Y del «rubio ceniza, al rubio platino, al rubio oro, y no habrá más rubio en mi corazón que el rubio Marilyn -que no es un travesti sino la que me gusta a mí- Y a mí me pasa lo mismo que a usted. En ritmo de bolero apocalíptico y en primera fila de cine teatro de barrio.
Pero regresemos al primer marido que la atrapó en el insano musgo sensual de su kinder, aquel que atrapó sus primeros labios recién pintados como terciopelo de juguete y aprisionó con su droga a la joven atleta -ignorante pero joven ¡Oh juventud divino tesoro mío!- porque era James Dougherty, el que no tuvo más que alquilar un traje de etiqueta para la boda sobre el que, un atorrante camarero italiano, derramó un completo recipiente de salsa de tomate. Y Marilyn ahí mismo, moviendo la oster-caderas en una conga infernal, selló el primer pacto -luego fácilmente arrepentido- de amor loco hasta que estalló la guerra, y el pobre James ¿pobre? infeliz y celosazo, se marchó a navegar a otros mares de locura, porque infante de marina fue, y para ella murió esa madrugada como un triste Poseidón desfallecido después de.
Que si fue feliz sexualmente con el bombero telescópico, es asunto que lo tendría que analizar y no anualizar con toda seguridad el onánico Marco Aurelio Denegri. La verdad está en que él era fogoso e incansable (Vr. gr. le decían cinco al hilo como a cierto sujeto que no debo mencionar), aquella unidad entre la bomba y la manguera para el edén de los desatinos. Y Marilyn enloquecía cada vez que escuchaba rock en la radio y en carne de gallina, desarrollaba vibraciones jamás publicadas en un libro. Diez años después de su primera foto en la que posó absolutamente calata, los reporteros le preguntaron ¿Si tenía algo puesto? Y ella respondió: « ¡Oh sí, la radio!».
Pero la primera foto-foto en que apareció retratada casi como lo que iba a ser con el tiempo, fue ésa, cuando ya separada del esposo bombero, luego policía, finalmente infante y ella trabajando en un almacén donde se fabricaban paracaídas, hubo la necesidad estatal de publicitar el heroico refuerzo de las mujeres en paz con la guerra, y ella fue la elegida -supongo en medio de un billón de señoras- para que en overroll ¿estará bien dicho? muestre el detalle. Ahí terminó la casi núbil Norma o Jeane y nació ¡Bendita droga divina, bálsamo eterno! Marilyn Monroe. Diosa en paracaídas que desde el cielo cayó a salvarnos a «Propios como ajenos» – Toño Cisneros dixit-
El fotógrafo no fue el «Chino» Domínguez, más bien se llamaba David Conover -que no es lo mismo como puede usted imaginar ingenioso lector- quien en realidad no miraba más allá de la niña de su lente. Punto canallón y la retrató patriótica inmortal. Fue Peter Hueth más bien, un colega -del fotógrafo y no mío- que se interesó en Marilyn desechando los paracaídas y le propuso presentarla a la agencia de modelos Blue Boook. Cierto, inmediatamente fue aceptada y las clases de modelaje comenzaron como aquel desembarco en Dunkerke. Ella, la inagotable señorita de la cola parada, «era la chica más trabajadora que jamás pasó por mis manos», diría después su profesora Anne Dexter, de hermosos bigotes marxistas en la línea Groucho.
Años más tarde o más temprano, un joven húngaro, retratista de estrellas y su polvo respectivo, y vengador de Adolf Hitler, André de Dienes, tomó la posta envidiosa, la del fotógrafo y la del marido, así dicen las malas lenguas, las lenguas de fuego. Después llegaron las otras agencias y las tímidas portadas de revistas de modas: «Lakk», «Peek» and «See». El vivazo De Dianes a su tiempo, vendió su archivo fotográfico y del corazón -lo único que tenía- a las ya renombradas «U.S. Camera», «Pageant», and «Parade» -venganza poética para una corta relación prosaica- y ya la Marilyn ingresaba en el gran teatro del mundo del modelaje -con una vida nada modelo- y mejor no me quiero acordar.
Fue sin dudas el salvaje pituco Howard Huges aquel misterioso personaje, mezcla de Gorvachov y Robin Hood, quien sin querer queriendo se vio involucrado con la Marilyn -aquella muñeca de la portada y no la chica de carne y carne- en un affaire que el magnate jamás logró entender. Claro, él nunca entendía absolutamente nada, para eso estaba su bragueta de turno. Los diarios hablaron -en esas épocas el ser periodista era lo mismo que ser locutor, con el perdón de Guillermo Giacosa- de un romance frustrado por los berrinches de la modelo, y ya la Marilyn estaba rodeada de agentes y asesoras pero, error de los horrores, su peinado no daba fuego ni juego aunque en aquellos tiempos la apodaban «la bola de fuego», perdón por la cacofonía. ¡Joder! la chapa se lo tuvieron que cambiar.
Agárrense de las manos, así confesó una tarde de agosto un año antes de verse con el Morfeo Final: «En mis inicios la gente se preguntaba qué hacía cuando no estaba filmando. Muy simple: iba a la escuela. Conseguí terminar mis estudios e ir por las noches a la Universidad de Los Ángeles. En el día ganaba mi vida con pequeños roles. En la noche seguía cursos de literatura (Ya no ya «sic») e historia del país y leía mucho a los grandes autores…». Esa sí que no se la creo.
Sin chisme, Marlon Brando, el mantequillista se acostó con ella, Richard Burton se ofreció enseñarle al presocrático Shakespeare. Arthur Miller intentó corregir sus defectos y luego de aparatoso matrimonio cayó en el telón de su propia tragedia. Al fin, sus hombres fueron polifacéticos y lo escrito sobre su vida cuenta que se tornó sádica, ninfómana -¡Ay qué rico!- y alcohólica. Si fuera un cínico del cine fabularía de sus cintas, eso felizmente le queda al buen Lucas Barton, un recordado crítico de los noventa.
Dicen que por las mañanas daba vueltas en su habitación, sin cáscara, al mediodía tomaba un jugo de ciruela negra con una rebanada de queso «cottage» y se prendía de un cigarrillo hasta la mitad. Todo sin embargo, lo hacía en su baby doll azul, aquel con el que apareció cuando ya era cadáver, un raro cadáver sin nada en el estómago, con algo en las venas, con esa hoguera nada extinguible de su cuerpo y de su alma, mi alma, aquel imposible funeral. Good nigth Marilyn, perdone la emoción y la fotografía de aquella revista Life en español de un consultorio de dentista de barrio. Perdone Marilyn, pero era lo único que tenía en una mano, la otra sólo sirvió para recordarla, hasta ahora.
Eloy Jáuregui. Profesor universitario, escritor y periodista.
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Cangrejo Negro / Eloy Jáuregui
Eloy Jáuregui y su lucha contra el COVID
Aquí un testimonio de Eloy Jáuregui sobre su lucha contra el COVID.
Published
4 años agoon
08/06/2020LUNES 8 DE JUNIO 2020 DÍA 20, 7. 00 de la mañana. Temperatura: 38’2 (bajando) Resultado del pulsioxímetro: 91 / 100 Estado de ánimo: Muy irascible. Deprimido y desolado. Preocupado por lo que viene. Saber que no mejoro de manera ostensible.
Como cada mañana desde la última semana, hoy estrené dolores lumbares y espalda. Me arde a la altura del diafragma. Hincones muy agudos a las rodillas. Con pérdida de reacción para ponerme de pie. Camino con dificultad de mi dormitorio al baño.
Desde anoche los dedos de la mano se agarrotan y tengo hormigueo en las palmas de la mano. Mis uñas se ponen azuladas. Insomnio sostenido. Duermo máximo 45 minutos. Pesadillas frecuentes. Aparecen mis padres ya desaparecidos de manera recurrente.
Olvido temas mínimos. No recuerdo si tomé o no mis pastillas. No sé qué día es. Cada 30 minutos ganas de orinar con escasa expulsión. Ardor a la uretra y próstata. Desde hace 72 horas: diarrea moderada. Hoy, otra vez, desde las 4 de la mañana regresó los escalofríos.
Subió la temperatura a 38’3. Leve convulsión. Agitación y bochorno. Dolor de garganta y oídos. Va pasando en estos momentos. Trato de ver películas y al rato se me nubla la visión. Trato de leer, pero no me concentro.
Escribo con mucha dificultad porque mi visión ha disminuido en un 20 por ciento. Otra vez sin apetito. Lástima, he perdido la sensación del sabor. Mi lengua insensible. Lo peor, siento los dientes sin fijeza. Ardor en las encías. Tomo infusión de eucalipto y cedrón sin azúcar previa inhalaciones. Ligera mejoría con relación al domingo.
Desde el 2 de junio 2020, estoy con nueva medicación: -Levofloxacino 750 mg. -Pradaxa (Dabigatrán etexilato) -Xarelto (Rivaroxabán 15 mg) -Ceftriaxona (1 g) Inyectables.
Además, tomo unos frascos de agua: “Renacimiento – Bound in veternum” e Higanatur Max Forte, Omeprazol 20 mg. Y Alprazolam 0.5 mg. Me atienden los doctores: Jorge Vigo Ramos, Milagros Puente, Ramón Mendoza del Pino, Manuel Espinoza y Ciro Maguiña.
Mi eterno agradecimiento para todos. De igual manera al Colegio de Periodistas de Lima y al diario La República. N.R: Mi libro detenido. Sin ganas para escribir. Cada vez más doloroso el avance.
________________________
Eloy Jáuregui se encuentra muy delicado de salud, esperamos su solidaridad para ayudar al maestro.
LEONCIO ELOY JÁUREGUI CORONADO CUENTA DE SCOTIABANK
AHORRO EN SOLES 039-7075854
CÓDIGO CUENTA INTERBANCARIO SOLES
Nro. 009 034 200397075854 08
Damas y caballeros no soy xenófobo, todo lo contrario. En mi columna hoy de La República «La ciudad. hora cero» afirmo respecto a los Panamericanos que: «Hasta la venezolana Yuliana Bolívar a contrasuelazos nos dio medalla. Bueno, no todos son asaltantes».
Y esto porque para la mayoría de peruanos y para muchos noticieros de televisión, los ciudadanos venezolanos que han venido a sobrevivir al Perú, solo son asaltantes. Temo que no se entendió y me acusan de xenófobo.
Mi defensa de los venezolanos y todos los extranjeros que viven en el Perú siempre fue y es la defensa de mi patria grande que es Latinoamérica. Como lo entendió Bolívar o Mariátegui. Lejos voy a a expresarme mal de los extranjeros como lo pregona una turba del señor Diego Salázar o Marcel Velásquez.
Por ello les adjunto mi columna publicada hace un año en el mismo diario de mi defensa cerrada de los hermanos venezolanos que llegaron a mi patria huyendo un régimen dictatorial y que aportan con lo mejor de sí:
Actualidad
Jorge Eduardo Eielson en Bellas Artes: La vida como obra de arte
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6 años agoon
21/02/2019Eielson por las tardes se rozaba con los árboles de su barrio de Santa Beatriz en Lima. Y esa ciudad de conseja y quimeras, él atrapaba el sentido eterno de lo inasible. La urbe de entonces, vaporosa y tenue se componía del sonido de un viejo piano y el sutil de sus tiznes grises de las melancolías. Eielson contaría luego que ese 1940, escolar impalpable, estudiaría una temporada en el colegio Anglo-peruano y también en el Alfonso Ugarte: “En este último me enseñaron Luis Fabio Xammar y José María Arguedas. Yo admiraba mucho a Arguedas como profesor, y eso que aún no sabía nada de sus escritos”.
De aquel tiempo son sus poemas neumáticos, sus trazos flotantes y su fuerza expresiva volumétrica. Fue así que en 1945 obtiene en Lima el Premio Nacional de Poesía en 1945 cuando tenía 21 y al siguiente año, el Premio Nacional de Teatro. De ese tiempo es sus largos recorridos por la vieja Lima tratando de atrapar una forma y un color. Ya era amigo de Sebastián Salazar Bondy y Javier Sologuren. Con ellos editaron un libro fundamental, la antología La poesía contemporánea del Perú, (Lima, 1946). Y simultáneo, Eielson que era un cazador de íconos y efigies, en ese tiempo asiste a la Academia de Bellas Artes de Lima (en la que hoy es Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes del Perú, del Jr. Ancash 681, Cercado de Lima), gracias a la amistad con el director, el artista Ricardo Grau, quien al mismo tiempo lo desanimaba a seguir una carrera académica.
Existe una entrañable fotografía junto a los jóvenes de Bellas Artes en un chifa de la Calle Capón. Ahí también aparece Fernando de Szyszlo, su compañero de carpeta. Es casual que justo con De Szyszlo, se animaran a montar una exposición en la única galería de Lima de esos tiempos. Una muestra personal que evidenciaba su talento. Dibujos, acuarelas, óleos, construcciones en madera quemadas, objetos surrealistas, y ‘mobiles’ de metales en forma de espirales. Todo ello explicaba que Eielson era un artista fuera de lo común. Un hombre que con sus 22 años había convulsionado el ambiente intelectual de Lima.
En 1940 también, el maestro Juan Manuel Ugarte Eléspuru Retornaba al Perú de Europa. Luego escribiría sobre el ambiente limeño donde se encontraría con tres grupos de pintores en pugna: los indigenistas de Sabogal, los académicos o independientes y un tercer grupo formado por gente joven que había tenido ocasión de viajar y traer las nuevas tendencias vanguardistas. Así decidió entonces quedarse en Lima y ya en 1944 integró el plantel de profesores de la ENBA, hasta que 1956 fue nombrado Director. Ugarte Eléspuru conoció a Eielson y fue quien lo ubicó en el panorama europeo. Y Eielson lo recordaría como uno de sus grandes influjos en un instante en que ya el ambiente encajado y obstruido de Lima lo había obstaculizado para sus sueños mayores.
Eielson había sufrido con la fatalidad de no tener familia. Su padre, un norteamericano de origen escandinavo, se marchó al año de haber nacido y a su madre no se le ocurrió otra idea de argumentar que se había muerto. Antes de los siete años, se cría en el seno de una familia de clase media no ajeno a los conflictos con sus parientes, pero muy pegado a las tendencias artísticas. Así, aprende piano y dibujando todo su entorno al carboncillo. Ya maduro reconoció que había asimilado cuatro culturas, la española, italiana, sueca y nazca. En eso fue distinto. Eielson, repito, era limeño, pero tuvo la fortuna de ser alumno de Arguedas quien lo inició en el conocimiento de las antiguas culturas peruanas, más que ignoradas, soterradas por la cultura oficial anti indigenista. Aquello lo salvó.
Su obra plástica es prácticamente simultánea a la literaria: su primera exhibición individual tuvo lugar en Lima en 1948, justo antes de partir a París, con una beca del gobierno francés. La muestra consistía en pinturas, dibujos, objetos ensamblados y esculturas que revelan su familiaridad con el lenguaje estético de la vanguardia, específicamente con el surrealismo y al mismo tiempo con las formas del arte prehispánico. Existía una pequeña escultura que formaba parte de la colección de Fernando de Szyszlo, “La puerta de la noche” (1948), que alude a un famoso pórtico preincaico y que recuerda un poco las esculturas-placas que empezó a crear Giacometti en los años veinte. Finalmente, otras series claves en su devenir son sus nudos y los quipus prehispánicos, los paisajes costeros, las pinturas basadas en iconografía precolombina, las acciones poéticas y las performances.
En una entrevista que le hiciese Julio Ramón Ribeyro en París, Eielson cuenta: “En una cierta época que no duró sino unos diez años, escribí poemas y me llamaron poeta. Y en otra posterior me dediqué a las artes visuales y no escribí poemas ni ningún texto realmente “literario”. Sólo en un cortísimo periodo estas dos actividades han coincidido, precisamente entre los años 48 y 52. Además, como tú sabes, he escrito artículos para periódicos y no soy periodista. He escrito algunas piezas de teatro y no soy dramaturgo. Hago también escultura y no soy escultor. He escrito cuentos y no soy cuentista. Una novela y media y no soy novelista. En 1962 compuse una Misa solemne a Marilyn Monroe, para banda magnética, y últimamente preparo un concierto y no soy músico. Como ves no soy nada”.
Pero si era algo, y mucho. Y fue marcado por ese paso por Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes del Perú, donde se sintió libre y solidario. Poeta integral, de elocuencia lírica y también narrador imaginativo, además de pintor, artista conceptual y gestor de performances fugaces y, a veces, anónimas. Eielson vivió en Europa entre Italia y la isla de Cerdeña y falleció en Milán un 8 de marzo de 2006. Y nunca dejó su pasión por las artes visuales, la pintura, además de experimentar con la escultura, la instalación, la acción y la fotografía. Hoy en Florencia, es un artista reconocido por su genialidad. Quien escribe tuvo la suerte de conocer el Centro de Estudios Jorge Eduardo Eielson de esa universidad. Ahí se conserva toda su obra plástica. Ahí está la huella de esa Lima de sus veinte años y de la escuela donde fue feliz.
(Publicado en la revista impresa Lima Gris 15)
Antonio Cisneros, In memoriam
Una crónica de Eloy Jáuregui
Fotos: Jorge Verastegui.
Si los poetas en el Perú también se mueren, entonces hay una frase que se la escuché al doctor Salomón Lerner Febres, que la vida era “un instante entre dos eternidades”. Pero fue en este julio opaco en la Feria del Libro de Lima en el parque de los Próceres cuando lo recordé y al fondo Antonio Cisneros leía a los lejos su poema: “Yo, espero que las aguas se separen y vuelvan a juntarse y todo quede / limpio y azul. Como en el mapa. Estaba emocionado Toño y yo lo oí desde lejos, con ese imperio de su voz que nos atraía a Vanessa, a mí, a los otros que compraban libros. “Un instante entre dos eternidades”, y apenas vivió unos días más manteniendo la compostura y los cojones para despedirse sin drama y sin aliento.
Luego lo abracé como siempre. Lo acompañé mientras Jorge Verástegui le tomaba una y otro foto. Y esta vez con sus cinco nietos, atentos al abuelo, con sus tres hijos dispuestos a no olvidarlo. Con “La negra”, que lo acompañaba de siempre y se está muriendo de pena. Porque ya desde ese julio intolerable se sabía del cáncer. Pero él igual. Enamorado de la reedición conmemorativa que Peisa le hizo de su libro “Canto ceremonial contra un oso hormiguero”. Y ahí han quedado los retratos, Cisneros el hermano mayor, el amigo, el poeta de Lima. Porque nadie como él guardaba las costumbres –las estimables y las huachafas— de las gentes de este valle del Señor. Hediondo de aromas, fermentado de atisbos.
Y he leído por ahí que Cisneros ha dicho que empezó a escribir poesía cuando aprendió efectivamente a escribir. Jodido, crear textos en paralelo. Desde muy niño tenía la perversa certeza de que era un escritor, pero no sólo de poesía, sino, de novelas, teatro, ensayos y de crónicas criollas. ¿Hay? En realidad, Toño Cisneros fue un cronista de gringas en los setentas –el otro fue Abelardo Sánchez León–, y no había más. De él aprendimos las gracias para ser desgraciados al momento de reírnos del drama humano de la estupidez. Probablemente yo haya sido el periodista que más entrevistas le hice para la televisión. Toño decía en medio de ellas: “apaga la cámara que te voy a decir la verdad”. Y rajaba de las palomas que se habían comido sus libros. Y le daba duro a la mediocridad. Y no se cansaba de hablar de su familia, sus padres que fueron amigos de los míos, y el fútbol, y los toros, y el cine, y las mujeres. ¡Vamos Toño, tanta vida!
Al escritor Ricardo Bada el dijo una vez en Berlín que sus preferencias eran Brecht –pero no el dramaturgo sino el poeta–, Pound, Eliot, Lowell, Ferlinghetti, Ginsberg, Octavio Paz hasta el 60, Ernesto Cardenal hasta poco después, y el más grande de la generación del 27, Luis Cernuda, siempre. En un texto aparecido en El País de España señala: “Me fui apartando de Lorca cuando sentí que era pura emotividad. Constaté en su poesía una ausencia de humor que me fue alejando de él. Empezó en cambio a interesarme Brecht. Su ironía que destroza la lógica burguesa. Me interesa su idea de contar el otro lado de la historia. Pero no sé, siempre trataba de soslayar la influencia de la Biblia. Otra no tan evidente, excepto en el “Tercer movimiento (affetuoso) contra la flor de la canela”, es la de la poesía de John Donne. Y una tercera, Quevedo.
Una vez, en un programa que dirigía Tania Libertad en Panamericana Televisión, agarró viaje y se puso a cantar a capella el vals “Ventanita”. Y Toño perteneció a una generación de poetas trovadores. Como cantaba César Calvo imitando a Alfredo Zitarrosa o el mismo Cisneros que se computaba John Lennon. Cuando dirigía el Garcilaso, el centro cultural del Ministerio del Exterior, medio en joda me dijo que era un izquierdista decente y conservado, jamás un “caviar”, fanático del fútbol y especialmente del club Sporting Cristal e indomable cervecero sin resaca.
Por ello tenía tantos premios; el Nacional de Poesía (1965), el Casa de las Américas (1968), el Rubén Darío (1980), el Gabriela Mistral (2000) y el Pablo Neruda (2010). Cisneros no era un cojudo y aceptó la condecoración al Mérito Cultural de parte de Hungría, mientras que el gobierno de Francia lo designó Caballero de la Orden de las Artes y las Letras del Gobierno Francés, entre muchas distinciones más. Cisneros fue doctor en Letras por la Universidad Católica y cuando prolífero periodista, laboró como planillero en televisión, radio y periódicos y revista: “El caballo rojo” allá ne la Av. Salaverry y luego fundó “El búho” y “30 días”. Era un jujo también tenerlo de profesor de literatura inglesa en San Marcos y no me olvido que fue guionista y traductor.
Este “Oso Hormiguero” escribía sobre todos los temas, desde esos perros que mueven la cabeza en los taxis o por qué el ají limo es mejor en el cebiche de lenguado. Ese fino humor irónico y cachoso del limeño que fue traducido a 14 idiomas, incluidos el mandarín, el japonés y el griego. Por ello en crónicas y ensayos publicó “El arte de envolver pescado”, “El libro del buen salvaje”, “El diente del Parnaso” y “Cuentos idiotas para chicos con buenas notas” y otros textos que se fueron amarillando como los amores en la tarde de los parques.
Porque el poeta tiene RUC y paga la luz y el agua en esta villa de sospechas. Y eso no lo sabe el resto o no lo quiere saber. Que dice que uno es un tal por cual y que no está en planilla y que le falta CTS. Que el poeta se enferma y tiene sexo. Que es hincha de la “U” y baila con Willie Colón. Entonces. Desde Vallejo que es un caso y pasando con Carlos Oquendo de Amat que fue un jijuna, el poeta transpira igual que el otro y le gusta su cebiche y su pisco y se mete su playazo.
Yo admiré a Javier Heraud antes de leer su poesía y más cuando supe que era guerrillero. Y conocí a sus padres como conocí a los padres de Toño Cisneros y que eran amigos de mis padres y de los padres de Heraud. Y era en aquel Miraflores de Vargas Llosa donde uno descubrió la templanza y el júbilo. Y que Heraud se fue a Cuba a estudiar cine y lo asesinaron de 30 balazos. Y lo lloramos también como a un vaquero joven y enamorado en una cinta de Sam Peckinpah. Y eso es la poesía, el testimonio de los humanos que viven intensamente.
Como intenso es mi maestro Carlos Germán Belli a quien encontré en el refectorio de Surquillo. Sentado en unas bancas y entre los pacientes, mirando un Corazón de Jesús. Y lo imaginé pergeñando un poema perfecto sobre las enfermedades del alma porque las heridas del cuerpo ya estaban cicatrizadas. Y luego leí que decía: “He nacido en los altos de una farmacia de Chorrillos. Mi madre era farmacéutica, mi padre estaba también ligado a la farmacia. Me he criado en una farmacia posteriormente en el barrio de Santa Beatriz. He estado muy ligado a este mundo y ello, unido a mi carácter de enfermo imaginario… Asumo este mundo farmacéutico como fuente de inspiración”.
Y César Calvo, que escribía poesía desde que se quedó detenido frente a los ojos de su abuelo paterno y se dijo que siempre sería un gran poeta joven. Y ya en San Marcos, junto al llamado Grupo Cahuide, suerte de célula militante de fachada, arrumaba a jóvenes preocupados por los dogmas marxistas. Ahí estaba un imberbe Mario Vargas Llosa, el joven Felix Arías Schereiber y la lúcida Lea Barba. Fue Calvo, en ese entonces, quien junto a grupo de comunistas adolescentes y otros poetas radicales, impulsaron la formación de Vanguardia Estudiantil Revolucionaria que tiempo después lograron atraer a un grupo de belaundistas y otro de la Democracia Cristiana, para conformar el épico Frente Estudiantil Revolucionario, el FER.
Calvo explicaría su militancia de esta manera: “En pleno ochenio, San Marcos era un bastión del aprismo. Quienes me llevaron a la Juventud Comunista fueron Carlos y César Franco que eran mis amigos. Héctor Béjar y Juan Pablo Chang que tenía años en la universidad, también eran mis amigos. Yo caminaba con Samuel Agama y Pancho Guerra. Después conocí a Javier Heraud que era de la universidad Católica y nos hicimos como hermanos a raíz del concurso El Poeta Joven del Perú”.
Como poeta joven fue Manuel Morales que se murió allá en su casa de Porto Alegre, al sur de su Brasil pintado en su camisa y clavado a su corazón y adonde se fue hace 35 años. Como cuenta Tulio Mora: “Se marchó en 1977 tras de su esposa, una preciosa brasileña que aún recuerdo hoy con un pañuelo verde en la cabeza y un monito tití en el hombro”. Manuel Morales que vio la luz de este mundo en Iquitos en 1943, se despidió de este mundo en ese hogar de colores y besos. El 2 de octubre del 2007 se fue quien fue el que fue. Un hombre insular al principio. Otro, aquel que nos consentía y nos pedía audacia y temple. El poeta que llegaba con encomiendas y talegas de cariño. Y entonces nos escribió: “Soy, como ya dije a mi hermano Miguel Gutiérrez, un hombre libertino cuyo profesión ahora es enamorar. Vivo en el sur del Brasil. Un lugar muy interesante por sus mujeres lindas. Ya habrá oportunidad para que les cuente mi vida”. Y así quedó escrito.
Por ahí aseguran que los poetas son gente complicada y turbia. Dicen que esos seres que escriben poesía están signados con la marca de la tragedia. No es cierto, con el ejemplo de Jorge Pimentel se archivan esas palabras porque el poeta es un ser común y corriente. Pimentel es del barrio de Jesús María. Con esposa e hijos. Limeño de clase media, amante del seviche y la cerveza helada, padre titulado, que desde su adolescencia de peruano de carne y hueso, le ha impregnado a la poesía un aliento distinto, fresco y renovador. Pimentel es fundador de Hora Zero, movimiento literario que desde 1970 no sólo conmocionó a la crítica académica, sino que sentó un hito en la poesía peruana. Cuando hablo con él hablo con mi hermano y el eco es este texto que hace tiempo quise escribir.
Y los poetas también se mueren. Nos dejó Paco Bendezú en su dormitorio y en una mano las cartas de Silvana Mangano y en la otra un larga duración de Charlie Parker. Se fue Pablo Guevara que tanto sabía de los misterios del cine y sus arreboles. Y yo acompañé hasta el campo santo a Juan Bullita que se suicido atiborrado de belleza. Por eso hermano Toño Cisneros, ahí están tus hijos. Y tú que viviste con la seducción en tu palabra de actor italiano, perdona a estos imberbes que creen que el poeta es un pelotudo. Y aunque me asombre tu vacío cada tarde de chelas, serás interminable, y en ti ese instante de las dos eternidades, será también perpetuo e infinito. Buen viaje Toño, luego te llevo tu vino.
(Publicado en la revista Impresa Lima Gris N° 03)
“La inmortalidad es el arte de morirse a tiempo”.
(Guillermo Thorndike Losada, sobre la muerte de Sofocleto)
Guillermo Thorndike Losada (limeño, 25 de abril de 1940 – 9 de marzo de 2009), fue un periodista y escritor peruano. Uno de los protagonistas más importantes de una época significativa del periodismo peruano y que plasmó en una serie de libros. Por su trayectoria y amplia labor se le puso dos sobrenombres dentro de los hombres de prensa: el Rey Midas del Periodismo y el Elefante Magistral del periodismo. Cronista incansable, es un ejemplo de periodista genial e incansable.
1.
Guillermo Thorndike, esa vez, subió a mi auto y se decidió, como un personaje de Orson Welles, a contarlo todo. En el reportaje que le estaba realizando para la televisión, me faltaba su historia en el diario La Prensa que esa vez era el local de una pollería. Así que enrumbamos al Centro de Lima. Gustavo Ramos, el camarógrafo entonces los grabó en los pasos de sus dominios. La Plaza Mayor, el Jirón de la Unión, la Avenida Garcilaso. Las imágenes estuvieron a la altura del personaje. Thorndike observaba con nostalgia “La cueva de Baquiano”, el local quemado del diario Correo, el edificio abandonado del Jirón Huancavelica donde fundara La República. Sus enormes ojos estaban en primer plano como los testigos de un país que se caía a pedazos.
Con Thorndike uno siempre estaba seguro de estar frente al maestro periodista. Su técnica era anglosajona. Incansable manejaba el reportaje investigativo y el periodismo literario. Era un tipo genial para ese “olfato” de ubicar la noticia ahí donde los otros no la veían. Sus crónicas históricas tenían anclaje en la indagación y averiguación de sus lectores. Por ello sus temas viajaron de la Guerra con Chile, Miguel Grau, el Apra revolucionaria, el fracaso velasquista, la revolución sandinista o los “Apachurrante años 50”. Pero de pronto publicaba un libro sobre “Manguera” Villanueva o el monstruo de Armendáriz o el asesinato de Luis Banchero Rossi. Con “Los topos” sobre la fuga por túnel del MRTA, dejó sentado su estilo y su destino.
Conocí a Guillermo Thorndike en 1980 cuando él ya era esa leyenda u aquel fantasma que recorría las redacciones de los periódicos de Lima y de circulación nacional como un eco estruendoso de magisterio, ora ilustre, ora lumpen. No existía titular, texto, apostilla o cierre de edición que no tuviese la firma de su estigma y aquello iluminaba tanto como podría fulminar la aviesa conciencia de los periodistas de cuajo del medio de ese entonces. Una tarde ya de noche se apareció en la redacción de El diario de Marka preguntando por “el poeta del gol”. Lo acababan de nombrar director del periódico y raudo ingresó para mirarme a los ojos. Yo era el Jefe de Deportes y mi oficina era apenas un escritorio al fondo del garaje de una casa clasemediera bajo una arbolada calle de Jesús María tras el Ministerio de Salud.
2.
Guillermo Thorndike en octubre de 1954 apareció en las oficinas de la revista Caretas. Era un escolar de apenas 14 años y llegaba a ofrecer para que le publiquen un texto sobre Cristóbal Colón. Enrique Zileri lo recuerda así: “El hecho fue, al comprobar desde el primer párrafo que se tenía entre manos a un chico prodigio, que la revista aceptó la oferta. Como tantas otras exuberancias de Guillermo Thorndike, ese texto del adolescente era, sin embargo, larguísimo. Pero queda en el registro del archivo que CARETAS lo publicó íntegro. Comienza en la página 32 de la edición Nº 70 y pasa a la 40. De allí sigue a la 10 de la edición Nº 71, continuando en la pagina 43 y la 45 para terminar en la 47. Fue la única vez en sus 58 años que esta revista ha incluido un artículo con semejante rosario de inserciones. La serie fue ilustrada con solo una foto, la del propio Thorndike en uniforme del colegio Maristas de San Isidro, con un epígrafe que alude a “un escritor realmente precoz. Su prosa pulcra y cuidada es la mejor prueba que tenemos en él una de las firmes promesas literarias del Perú”. El niño, por cierto, resultó más que un literato”.
Su melena rubia y sus ojos azules parecían las de un fraile de sotana y no las de un zorro que babeaba tinta al mínimo chasquido de una primicia. Me estrujo más que me abrazó como si me conociera de siempre. Me susurró al oído un monosílabo tierno que no ya no recuerdo y quedamos esa noche en irnos a cenar. “Charo, mi mujer, te quiere conocer”, me dijo y se metió en lo suyo: la cocina, allí donde se hace parir los periódicos.
Al principio no nos llevamos bien. Como todo humano talentoso tenía su hemisferio oscuro. Neuróticos les dicen algunos. Pero era más que ese ser que había soñado ser por trozos sanguinolentos: un cadáver descuartizado en la Costanera o de pronto un baby bife junto a un vino mendocino amén de esa eterna carcajada a lo César Calvo. Frente a un espejo seguro no se veía como lo observaba uno. Un maestro sencillo de majestad. De olfato a león hiperactivo domando cuartillas y paquetes de cigarrillos.
En el diario La Crónica, con Sakuda y Guillermo Tamariz.
3.
Como dijo César Hildebrandt en su velorio, que la manera más delicada de asistir al entierro de Thorndike sea guardando un prudente silencio. Un silencio que evoque al gordo amable y al magnífico padre y al indesmayable escritor que fue también Guillermo Thorndike. Pero añadió, ponzoñoso como son los enanos: “Todo en Thorndike fue contradictorio. Creaba publicaciones que luego quería asesinar, amasaba fortunas sólo para darse el gusto de dilapidarlas (…). Fundó “La República” pero dirigió “La Razón” Fujimorista, se jugó por Velasco pero trabajó al lado de Ramírez Erazo, fue el padre de un estilo que consistía en titular a gritos pero también fue padrino de Pepe Olaya”.
Dicen que Thorndike tenía un alma bipolar propia de aquellos personajes que se destruyen construyendo en su espíritu el ángel supremo de la divinidad. Qué otra cosa era ese Guillermo Thorndike, engendro de otro ogro del periodismo quien fue Raúl Villarán, su sombra diabólica redentora, ajena menos al bien que al mal. Sombra con olor a plomo y tinta. Con mambo y rumberas, trago y pichicata, eso sí, bien conversada. Por eso y aquello fue mi hermano mayor como lo fue el Chino D0mínguez y otros maromeros de las más intensas ternuras.
En sus conversaciones puede admirar aquello del fetichismo y marca de autor. De lecturas y mordeduras. De letras y letrinas –como en mi caso—y de acto barroco y verraco –también mío. No escribo memorándum ni oficios ni cartas institucionales. Escribo poesía y twitteratura. Rompiendo la regla. El periodo de las sanguazas. Pero como tengo hiel de periodista, escribo como Molly Joyce: “inhibida moralmente en su obsesión erótica alternada con cuestiones domésticas de cocina y ropa”. Con Thorndike escribir, así, fue rutina de la ruina. Por el otro lado –contranatura–, se escribe como se vive: rijoso, lascivo y aputamadrado. Todo me enerva, todo lo textualizó, todo lo embarazo de verdad, gracias a él.
4.
En una entrevista de Jorge Coaguila «El Perú es una comedia». Diario La Primera, suplemento «Semana». Lima, 22 de junio de 2008. Págs. 4-6. Thorndike a la pregunta: Las letrinas de Fujimori ¿Qué diría de su paso por La Nación y La Razón, diarios vinculados al hoy ex presidente Fujimori, los cuales dirigió?, contesta: “—Hay épocas en los que uno tiene que trabajar limpiando baños, letrinas, para tener horas y dedicarlas a la escritura de sus libros. Eso de que qué vida tan dura tuvo Kafka… Carajo, qué vida tan dura tenemos todos los que estamos escribiendo en el mundo. (…) No tanto La Razón, que no fue un trabajo agradable, pero que no fue comparable con La Nación… Trabajé en La Nación tres meses, pero usaron mi nombre durante cinco años, hasta que casi tuve que amenazar de muerte a Ramírez Erazo para que retirara mi nombre de su periódico. Fue un diario que extorsionaba. Cuántos pensarán que soy un extorsionador, un miserable. No había manera. A ver, métele un juicio a Ramírez Erazo.
Era pues controvertido Thorndike. Antes había respondido. Pregunta: Usted ha publicado cuatro libros referidos a la guerra contra Chile (1879-1883): 1879 (1977), El viaje de Prado (1977), Vienen los chilenos (1978) y La batalla de Lima (1979). De la biografía de Miguel Grau, usted ha publicado cuatro de seis volúmenes. Casi tres mil páginas. ¿Por qué se interesa tanto en un periodo trágico de la historia del Perú? Respuesta: “Casi todos los periodos son trágicos en la historia del Perú. Estoy pensando en El año de la barbarie (1969), la rebelión en Trujillo de 1932; en No, mi general (1976), la caída de Velasco; Maestra vida: novela verdad (1997), la biografía de Horacio Zeballos, el fundador del Sutep. El Perú no es una comedia. ¿Por qué Grau? En 1997 volví a leer con mucho cuidado el primer libro sobre la guerra, 1879, y sentí que el personaje era mucho más grande de lo que se reflejaba allí”.
Y cuando se le pregunta ¿Por eso apoyó a Fujimori? Y él contesta: “Cuando apareció el nombre de Fujimori en el diario yo estaba internado en una clínica, casi muerto por el primer caso de cólera morbo que se registró en el país por ese tiempo. Ocurrió a los dos o tres días de haber salido el primer número. Recuerdo haber abierto los ojos y ver a mi costado a Iván García Mayer, que era el subdirector y había tomado las riendas del diario. Él me dijo: «Fujimori ha subido dos puntos en las encuestas». Eso significaba que había pasado de uno a tres. ¿Era noticia o no? Claro que sí. El Fredemo había caído dos. «¿Va en primera plana?», me preguntó. Yo le asentí con la cabeza. Y volví a quedar inconsciente. Acá no hubo ninguna confabulación para traerse abajo la candidatura de Vargas Llosa, como lo han pintado. Un periódico de 39 mil ejemplares no puede tumbarse una candidatura. Además, no circulaba en provincias. La candidatura de Vargas Llosa se caía sola. Además, cada vez que no poníamos el nombre de Fujimori en las primeras planas, el periódico bajaba 5 mil ejemplares o más en sus ventas”.
5.
En el Perú es jodido entender este sino. ¿Arguedas o Vargas Llosa? Los dos. Los Beatles y la Fania. El Barza y el Boys. El caviar y el chinguirito. Así es uno. Así, como Thorndike nos fue enseñando a pisar la calle. Ahí, solo su escritura. Su mujer, sus hijos, los amigos. Y transversal, la textualización dura. A algunos les jode. Desde la paráfrasis a la parodia. El dislate y la ironía. La paradoja y los aforismos. Todo es paródico aunque verdad. Juego serio de tensiones. Duelo bravo de caricias. La hoja en blanco como piel tersa de muchacha enamorada. La pantalla cual lisura de la hermosura y arrechuras. Por eso, cuando presente mi último libro en una cebichería, afirme que la escritura era un orgasmo. ¿Cómo que no? Citaba a Thorndike. Termino este texto y me vengo.
Con Guillermo Thorndike se fue una época y una leyenda del periodismo. Raúl Vargas lo despedía así: “Siempre lo acompañó un espectacular sentido del placer de vivir, con todas sus consecuencias, pero no olvido jamás que allí, agazapada, está la muerte. De allí la intensidad de algunos libros que narran este contraste inevitable. Recuerdo una cita que encontró Guillermo para encabezar ‘El Caso Banchero’. Es de Manuel González Prada. “La muerte unas veces nos deja morir y otras nos asesina”. Y hablando de su generación recordará: “Vista desde ahora, la nuestra fue una generación con trágicos destinos y también de ciertas voces que se cansaron, silencios que nos duelen”. El silencio de Guillermo se dejará sentir en muchos de nosotros, pero allí su innumerable biografía de Grau para recordarlo. Y, por lo demás, a través de ese libro lo requeriremos para conversar, que como decía Miguel Hernández: “que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero”.
Y como el mismo Thorndike escribiese de Luís Felipe Angell “Sofocleto”, ese otro sujeto escapado de la nocturna arcadia mefistofélica del reino de las máquinas Remington: “La inmortalidad es el arte de morirse a tiempo”. Cierto Guillermo, acostumbrados a tus primicias –como Alfonso Grados Bertorini, Raúl Vargas o Chema Salcedo— esta mañana de lunes nos madrugaste con tu propia noticia. Te habías muerto preñado de trabajo y vida henchida de sortilegios e himnos celestiales. Habías regresado por la noche como Gardel deshojando tangos desde Argentina. Pensantes que a tus 69 años ya estaba bueno de calumnias y solipsismos. Así te calzaste el pijama de la eternidad y soñando con ser al día siguiente Primera plana, te pusiste a soñar con tu país injusto pero posible y cerraste tu última edición matutina. ¡Pobre Charo! ¡Pobre Augusto! ¡Pobre de nosotros que te esfumaste de nuestras agarrotadas manos cual viento noticioso que mañana será leyenda! ¡Cuánta pena, maestro!
Guillermo Thorndike a los 14 años. Cuando llegó a la revista Caretas para publicar su primera crónica.
Una vía que une costa, sierra y selva y que ha generado nuevas formas económicas que operan entre lo legal, lo informal y lo delincuencial y que ha creado originales enlaces culturales en una Lima policéntrica, caótica y violenta.
Urbano 1. “Poncho Negro” fundó la Carretera Central. No es una metáfora, es una verdad urbanística. La Carretera Central como concepto utopía y desarrollo. La arteria más larga del Perú. Aquella que cruza el país desde La Punta, Callao y hasta el Lago Titicaca. Que es la tripa robusta de la nueva ciudad y sus economías. Y fue el mítico Ernesto Sánchez Silva (a) “Poncho Negro”, quien dirigió las invasiones al cerro 7 de Octubre en setiembre de 1964, e instaló el lubricante de la vía holista entre Lima y el centro del Perú.
La migración que topa la urbe limeña había comenzado años antes pero es la invasión de los cerros –El Pino, San Pedro, El Agustino– la consolida la urbe dual y más. Como lo afirmaba Aníbal Quijano en su estudio Dominación y cultura: lo cholo y el conflicto cultural en el Perú”. “Todas las ciudades, esas llamadas megalópolis latinoamericanas, sobreviven en una tensión entre lo visible y lo invisible, entre lo que se sabe y lo que se sospecha. El tema aunque recurrente para las ciencias sociales, es harto complejo en estos procesos de hibridez. Así, existe un Perú indudable y patente y otro borroso e incomprensible. Insisto, hay un Perú oficial, otro real y otro más, ese Perú fantástico y virtual”.
La Carretera Central es el panorama y el fin de los sueños. Uno de sus polos fue (es) el mercado mayorista de La Parada. Desde ahí se articularon los ejes para el traslado de los inmigrantes que llegaban a la capital sobre todo de la zona del Valle del Mantaro, Cerro de Pasco, Huánuco y Huancavelica. Al convertirse en emporio comercial, generó miles de puestos de trabajos legales y de los otros. Entonces arribaron a Lima familias enteras que precisamente no venían a vacacionar. Al contrario. Su viaje era la aventura desesperada por la sobrevivencia y en ese nuevo foco urbano engrosaron un contingente pobre, violento entre el desarraigo, la miseria y la discriminación.
El eje Carretera Central tiene las funciones y negocios más concentrados en Lima. Las otras palancas urbanas serían en Lima Norte, las avenidas Túpac Amaru y la Panamericana Norte entre Comas, San Martín, Los Olivos etc. Aunque el pívot más dinámico estaría ubicado en la avenida Próceres de la Independencia de San Juan de Lurigancho en Lima Este. Y las avenidas Los Héroes y Pachacútec en San Juan de Miraflores de Lima Sur. Cumple igual función la avenida Huaylas en Chorrillos y es importante también la avenida Gambetta en el Nuevo Callao.
Urbano 2. Lima fue fundada cinco veces. En algunas ocasiones con visión de conjunto y perspectiva urbanísticas y otras, entre la anarquía y la incoherencia. La primera fundación de Lima ocurrió entre los siglos 900 al 1000 DC y es obra del cacicazgo o cultura de los Ichmas en un valle organizado a partir de su ríos y canales. Eran tiempo del Perú pre inca que llega hasta su segunda fundación cuando en 1470 el Inca Tupac Yupanqui invade el valle. La tercera fundación es la española, con Francisco Pizarro el 18 de enero de 1535 que organiza la urbe con otros conceptos, el de las cuadras y manzanas. La siguiente institución es con la independencia de 1821. Pero la fundación más importante se produce en 1950, cuando los migrantes provincianos crean la nueva ciudad que se iría convirtiendo en una megalópolis de más de 10 millones de habitantes.
Así, Lima, se organiza como una ciudad de desplazamientos tectónicos sociales que se incorporan a espacios aglutinantes y yuxtapuestos. Urbe sin plan es megalópolis de perpetua construcción-deconstrucción. En Lima coexiste la fusión simbólica de lenguajes encontrados y complementarios. Por ello resulta una ciudad de interculturalidad-red y formatos activos-creativos violentos, de sobrevivencia en devenires hipermodernos sujetos a un análisis abierto.
Si comparamos a Lima y sus tráfico con urbes como Ciudad de México, Bombay o Hong Kong, en principio habría que analizar, más allá de su delimitación territorial y su unidad social, que Lima es la contraposición de lo móvil con lo estacionario. En Lima viven varias ciudades. Aquella de la tradición señera y las otras amalgamas de emporios migracionales asimétrico. Luego existe una Lima anclada en la explosión de su ensanchamiento cultural que viene construyéndose desde la experiencia burguesa tradicional, el criollismo de soleras y el trayecto perpetuo desde el desplazamiento y las experiencias excepcionales de interculturalidad simbólica y asimilación de sus controversias.
Un viajero, un extranjero, que llegue hoy a Lima notara en el acto que Lima es ciudad de ataderos y cruces. Urbe de contraseñas, códigos y rebases. Lima luce así gramática pública que está escrita entonces en sus muros y paredes de acuerdo a su componente nacional. Ciudad de inmigrantes y desbordes populares, que obedece a una conducta que bien podría remontarse a los sectarios de Bizancio –César Vallejo escribía de Lima: “ahora que me asfixia Bizancio”–, sectarios que a mediados del siglo VII destrozaban imágenes sagradas e íconos argumentando que el verdadero Dios no debía ser reducido a una estatua o a un grabado. Por ello se les llamó iconoclastas. Lima así deviene en sus iconografías, tropicales, azarosas y harto de genética andina.
Urbano 3. Un recorrido por Lima Este, saliendo por la Carretera Central, nos mostrará esa urbe convulsa de nichos populares de la llamada cultura chicha y la estética provocadora de sus afiches y letreros en una alianza entre lo costumbrista y las nuevas tendencias que imperan en la urbe. Bordeando la autopista que serpentea entre los primeros promontorios del valle que va ganando altura con rumbo a la Cordillera de los Andes, unos muros y rótulos en colores estridentes, se descubren entre las carretillas, los ambulantes raudos y los mototaxis.
En el estudio ‘Chicha Power’ de los comunicadores, Jaime Bailón y Alberto Nicoli se concluye que hoy ‘lo chicha’ está consolidado. Si los sociólogos de otros tiempos aseguraban
Que existían dos lecturas harto diferenciadas en la sociedad peruana. La negativa de trasgresión de las leyes, de algo mal hecho o de informalidad. Y la otra, la del sincretismo, la mixtura de todas las culturas del país ancladas en Lima. Escribía Julio Mendívil: “Al colocar al inmigrante provinciano en Lima como eje de la construcción de una identidad nacional, la chicha debía representar una democratización cultural, pues la imagen del país que había construido la oligarquía criolla excluía a la mayoría de los peruanos al proponer como propios los moldes de nación y cultura llegados de la Europa ilustrada”.
La arteria es zona de nadie para cientos de nuevos limeños que bajan desde los conglomerados de Huaycán, Huachipa, Carapongo, Vitarte, Ceres o Manchay. Un fin de semana, por ejemplo, se llega a divertirse, se viene a bailar pero también a comer. Desde la Cruz de Yerbateros y hasta más allá de los bordes de Ñaña, los llamados “complejos” o “playas”, chichodromos y hasta discotecas como el Complejo Santa Rosa de Santa Anita, el Lucero, el Cochas, el Hatunwuasi, La Balanza, el Plaza Vitarte, el Playa Central, El Paraíso de Vitarte, La casa del folclore, el Lucerito de Pariachi y otros más, funcionan las 24 horas del día.
El engranaje social de la zona ha generado la vigorización de las relaciones familiares, de nexos de paisanaje y complicidad barriales. Los espectáculos mejor organizados son los de las fiestas patronales provincianas o carnavales o yunzas. Estas actividades tienen el soporte de sus organizaciones de paisanos que suman en Lima más de ocho mil instituciones. Los seguidores de los grupos chicha, desde los recientes, Clavito y su Chela, Lobo y la Sociedad Privada y los bandas tradicionales de Pascualillo, Grupo Guinda, Centella o Centeno, ocupan también un lugar protagónico y originan un movimiento masivo sin precedentes que no lo consiguen ni los partidos políticos o las iglesias evangélicas.
Junto a la decena de locales de música andina y de cumbia, la culinaria también oferta es frondosa. Existe una exposición y comercialización de una gastronomía tradicional de chupes, chicharrones, modernizada con potajes que se han puesto de moda como el chancho al palo y antes, las salchipapas. Todo ello en medio de los restaurantes formales como las cebicherías, las pollerías y los chifas. Llegada la noche la avenida se torna estrepitosa, bullanguera y popular. La Carretera Central es la fiesta perpetua de la nueva Lima, chillona como una cola de serpiente encendida en la noche.
Urbano 4. Hace un tiempo, a raíz de la muestra “El desborde popular. El Perú moderno de José Matos Mar” en el Museo de Lima Metropolitana, la cita fue clave para entender Lima desde un momento radical en su historia. Aquel inicio de un proceso de invasión de migrantes provincianos que se originó a partir de los inicios de la década de los cincuenta del siglo pasado. Matos Mar como buen antropólogo registro con fotografías propia y ajenas (retratos de Carlos Chino Domínguez), aquellos momentos cuando se produce una factura de la urbe limeña aún señorial, y pasa a convertirse en una ciudad convulsa y que dio paso de una épica de los nuevos pueblos, distritos, entonces llamados barriadas que hoy han ganado y conquistado zonas geográfica importantes en el perfil posapocalíptico –como diría Carlos Monsiváis– de Lima.
Según el recordado antropólogo César Ramos Aldana, curador de la exposición: “Los migrantes desafiaron la pobreza y emergieron de pampas, cerros y arenales para fundar una nueva patria sobre esteras y maderas y que hoy aportan al progreso de nuestra ciudad”. La muestra de Matos Mar es narrada a través del amplio registro fotográfico desde la primera invasión en el cerro San Cosme, en El Agustino, hasta la creación de los distritos de Lima Norte y de los nuevos barrios de la ciudad. Cierto, el estudio pone énfasis en La Carretera Central y ahí está el quid del asunto. Mostrar las expectativas de progreso social de los migrantes y las conquistas ciudadanas y sus aportes a la creación de mejores condiciones de vida.
La Carretera Central había generado ese primer momento de ‘el desborde popular’. Recuérdese que si en un censo de la UNMSM, en 1956, se registraba medio centenar de barriadas que rodeaban la capital [el 9.5% de la población de Lima Metropolitana] en el libro Matos Mar se afirma que ya en la década los ochenta existían 598 de los llamados PP. JJ. (Pueblos jóvenes), es decir, 2’184,000 habitantes. Hoy se ha triplicado la cifra y amplios sectores sociales (el segmento “E”) son incompatibles con las estadísticas por vivir incluso al margen de los reconocido AA. HH. (Asentamientos humanos). Súmese los estudios de Teófilo Altamirano que en aquel momento descubre que en la capital ya existían más de 70 mil instituciones provincianas afincadas en la urbe con una dinámica voraginosa.
En este proceso denso y aglutinante aparece la cultura chicha. Los estudiosos de entonces decía que el fenómeno operaba y se ensamblaba al acervo limeño como una filosofía de lo amorfo, emergente, cortoplacista. Era así el hijo amoral y natural de la república informal y hasta virtual. La diversidad y el multiculturalismo soldado al mapa oficial. Para entender el asunto hay que abrir nuevos espacios de discusión –decían los economistas–, generar planes económicos, revincular la universidad a la vida política y defender la identidad cultural. Proclama babeante para acercar las ideas a la sociedad. Lo virtual a lo real.
Urbano 5. Bien, ‘lo chicha’ ya está instalado con sus mercados y su urbanizadora líder, Los Portales. En la Carretera Central en las zonas de Huachipa, Ñaña, Huampaní, por ejemplo, habita gran parte de la emergente “clase media”. Sí, con comillas. Porque es un corpus social que hasta hoy nadie puede definir. El estamento es flotable y no se parece a la clase media tradicional. Algo la diferencia: es que es el sector con mejor estabilidad económica en el país.
El último informe de Arellano Marketing confirma que esta nueva clase media ya sumó 12 millones y medio de peruanos que mayoritariamente se concentran en los extremos de las urbes. En Lima Este, en distritos como Santa Anita, Ate, El Agustino. Distritos que tienen la misma capacidad adquisitiva y de compra que los habitantes de La Molina, Surco, San Borja o incluso San Isidro.
Por proyección de Lima Este, hay pues en Lima otro tipo de ciudadano que se ha sumado a los que ya existían. Los emergentes. Aquellos que ganan un promedio de 5,000 soles, que tiene casa o terreno propio, que posee auto, que goza de luz, agua, gas, cable e Internet en casa. Que ha enviado a sus hijos a estudiar a universidades privadas o particulares. Que desde el viernes festeja y los domingos sale a la playa o al campo. Que sus compras las realiza en los retail o grandes mercados, que está militando en lo último de la tecnología. Que detesta la combi y prefiere el taxi. Que evita el emporio Gamarra y va de compras al Mall Aventura Plaza.
Ya lo escribí alguna vez, la clase media en el Perú es un oxímoron por vanidosa y un pleonasmo por menesterosa. Un informe del BID dice que el 70 % de la población en el Perú pertenece a la clase media. Extraño como todo del BID, para ello sustentan que para pertenecer a este sector basta con un sueldo de 900 soles mensuales. ¡Cómo! Soy enemigo de las estadísticas. Son las zorras de las matemáticas. Como adicto al mercado Minka sé que nadie posee una camioneta 4×4 —ni china– con esos ingresos y nuestras calles y avenidas van atrancadas de ellas. Sin embargo, ningún smarphone Nokia Lumia 920 o un reloj Maurice Lacroix le otorgan a uno caché y prestigio como una camioneta Land Rover Range Rover v8. Sí, las mismas que corren por la Carretera Central.
La ciudad que creció de la migración esta Lima con sus 43 distritos o reinos ¿Reinos? ¿De qué otra manera se puede denominar a una ciudad donde cada cierto número de cuadras diferentes normas definen las reglas de urbanismo, al punto que en una misma calle se pueden construir edificios de 20 pisos en un lado y en el otro solamente de 2? ¿Qué pensar de una zona geográfica donde cada autoridad cobra impuestos diferentes en montos y en motivos a los de sus vecinos? Así entonces, el submundo social marginal se hace universo y vaga, se aísla entre los extremos de la anomia y la llamada choledad. Sí aquella de la marginalidad que se alimenta de razones psicológicas individuales como de los procesos de reducción temporal del mercado de trabajo y de la informalidad socio-culturales.
Urbano 6. Como los estudios sobre la nueva Lima de Romeo Grompone, Gonzalo Portocarrero, Sinesio López, Aldo Panfichi o Guillermo Nugent, el libro “Lima y sus arenas. Poderes sociales y jerarquías culturales” de Danilo Martuccelli es un enorme aporte para encontrar otras claves para entender la urbe limeña y sobre los factores socio-históricos que impidieron el advenimiento de una nación, la consolidación del “Pueblo” como actor político, así como el establecimiento de regulaciones sociales menos nocivas tanto a nivel interpersonal como social. Por ejemplo no sobredimensiona la ruptura que significó el régimen fujimorista. Más bien insiste sobre el papel que tuvo el periodo 1985-1990 en el proceso de transformación que conoció Lima.
Dice Daniel Iglesias que Por los análisis de Martuccelli muestran que Lima mutó enormemente durante el gobierno aprista a tal punto que la figura referente del Pueblo como destinatario del discurso político y de las prácticas de politización dejó de existir. Estas transformaciones se vieron reflejadas, según el autor, en la aceleración del colapso del urbanismo, el crecimiento de la informalidad así como nuevas lógicas de supervivencia en medio de una crisis económica generalizada con fondo de violencia política a raíz de los ataques de Sendero Luminoso.
Y si en la ciudad convulsa, el espíritu festivo esta en cada esquina, existe también una conducta que caracteriza a la urbe: El “achoramiento”. Léase, violencia ciudadana. La capital del Perú engulle tres nuevas estructuras sensuales para asumir la sobrevivencia. La megalópolis se atraganta y su cultura funda su imaginario en los subsuelos del erario pasional. La norma se hace licencia. El desorden se respeta y genera la psiquis vitaminizada. La ciudad abriga a sus hijos. El paisaje limeño en un daguerrotipo de melancolías. Un agua fuerte de infracciones la infecta colorida. El proceso redime al pobre e intoxica levemente al rico, que los hay. La justicia es “achorada” y la equidad es su culpa. La educación no sentimental se “achora” y “achora” al alumnado.
Mientras tanto, la orquesta de Clavito y su Chela sigue cantando en Huaycán para el programa Domingo de fiesta de Canal 7. Clavito es un artista sui generis. De ex policía y comando en el VRAEM ahora es la estrella más rutilante de la cumbia peruana. En aquella zona que en sus orígenes fue un bastión de la barbarie del senderismo, hoy el debate sigue encendido. Y Lima sigue siendo la megalópolis del futuro entre las cumbias de borrachos y los salmos celestiales.
(Crónica publicada en la revista impresa Lima Gris número 14)
I. M. Alfredo Portal
1.
Un fantasma recorre la historia, es el fantasma de Marx, aplastado por el muro más que por el puro y la contundente memoria de los cínicos dogmáticos –sí, aquellos, como decía G. Caín, que aman el cine–. Me refiero a Groucho no al autor de Das Kapital. Estoy hablando del actor, no de la pareja de Engels. Recuerdo al comediante, aquel que decía: «La política no hace extraños a los compañeros de cama. El matrimonio sí». Groucho, ese que con su habano y sus gruesos bigotes de utilería hizo de la actuación lo que el otro Marx con sus ofertas le hizo a la economía: revolucionarla y, al hacerlo, destruir el orden y las reglas.
Groucho Marx se fue de este mundo en 1977 en Los Angeles. Ya pasaron 25 años a pesar de la aritmética exacta. Toda una vida hubiera dicho él sólo con una mueca. Y como Marx era un genio, nos acordamos de su existencia sólo cuando ocurre algo insólito. Groucho era único, un talento del absurdo y un maestro de lo aberrante. Hablaba y echaba humo. Su frase era su trance. Decía aquello que a unos se les ocurre pero como son normales no lo dicen.
Ese fue el capital de Marx. La palabra. Aquel día, con 86 años a sus espaldas, quedó mudo. La prensa de estrellas diría al día siguiente algo así. Aquel que era Groucho y que en realidad se llamaba Julius Henry Marx ha muerto atragantado de adverbios y sofocado de adjetivos. Su fallecimiento sustantivo sirvió para revisar una vida alucinante y movida –y neurótica hubiera escrito Freud en un papel negro–. Y que confiesen sus tres ex esposas: Ruth, Kay y Eden. Y que cuenten sus tres hijos, Arthur, Miriam y Melinda. Y que hablen sus 18 películas, 14 de ellas junto a sus hermanos, y millones de admiradores. Su epitafio aún caliente hace sonreír a quienes visitan su tumba: «Disculpe que no me levante».
2.
Julius Henry Marx nació el 2 de octubre de 1890, en la ciudad de Nueva York (Estados Unidos). Fue un comediante, actor, cantante y escritor de reconocido prestigio mundial y pasó casi siete décadas haciendo reír al público con su gran ingenio. Una vez describió su comedia como “el tipo de humor que hacía reír a la gente”. Aunque originalmente aspiró a ser médico, Marx comenzó su carrera como cantante. Sin embargo, uno de sus primeros esfuerzos resultó desastroso. Como parte del Trío “Le May”, Marx se quedó en Colorado durante un tiempo después de que otro miembro del grupo se marchase con su sueldo, por lo que tuvo que trabajar en un supermercado para ganar el dinero suficiente para regresar a Nueva York.
Judío de Nueva York fue hijo de sastre y actriz. Su arte, así, no tenía medida. Su barrio era una torre de Babel recostada boca abajo. Entonces, de niño oyó a gritos, idiomas, hablas, lenguas, dialectos, jergas, de emigrantes judíos, alemanes, italianos e irlandeses, así tuvo cinco hermanos en silencio. El primero se llamó Manfred. Murió a los tres años de pesadillas y carcajadas. Le siguieron Leonard [Chico], Adolph [Harpo], Milton [Gummo] –que por alguna razón que nadie se explica, odiaba el cine como amaba la radio– y Herbert [Zeppo]. Groucho era el cuarto aunque siempre fue el primero, Broadway lo adoraba.
Minnie, la mamá, al ver que el marido daba puntadas sin hilo –un desastre era ser sastre—fundó la familia Marx, artistas de vodevil. Y más que un elenco era una turba. Luego, Minnie abandonó las tablas por razones de celos. Se había enamorado de sus hijos y entonces se encendieron las luces, subieron el telón y aparecieron los Hermanos Marx. Su primer espectáculo se llamó «Cinco Esta Noche Cinco». Nadie entendía nada pero todos no paraban de reír. En el cine los cinco se redujeron a cuatro primero, luego a tres y finalmente en su decadencia, Groucho se hizo único y existió entre nosotros. Su mejor película –Orson Welles decía que era insuperable—fue «Héroes de ocasión». Marx inmolado en plena plusvalía de la fama.
3.
En un celebrado artículo de Cabrera Infante, «Siglo y sigilo de Groucho», aquel se pregunta de éste: «¿Y los juegos de palabras de Groucho? Son intraducibles a otro idioma, como los juegos malabares mudos de Harpo no son traducibles para nada. Que el arte de los Marx, tan 1ocal y tan loco, se haya hecho universal [Groucho diría que Universal no, sino Paramount] no se debe al cine. Creo que se debe a nuestra reverencia por la irreverencia». Groucho era culto, ácido y a veces odiado. De ahí su frase célebre: «Soy tan viejo que recuerdo a Doris Day antes de que fuera virgen». Es más, era amigo del poeta T.S. Eliot y nadie logró descifrar ese nexo sin contexto. Justicia poética. Su risa era su metáfora.
En una carta fechada en Londres el 26 de Abril 1961, T.S. Eliot le escribe: «Querido Groucho:
Le escribo esta carta para informarle que me dio un gran gusto recibir su fotografía. Pronto la pondré en su marco y la colgaré en el muro de honor junto a la de otros amigos como W.B. Yeats y Paul Valéry. Tal vez por cortesía me pide usted una foto. Sea por una cosa o por otra, no se salvará de recibirla, pues ya ordené una copia que se la dedicaré expresándole mi gratitud y asegurándole mi admiración. Debe saber que es usted mi personaje fotográfico más apreciado. Por eso me gustaría ocupar un lugar, aunque sea más humilde, en su colección. Mi esposa y yo esperamos que cuando usted y la señora Marx vengan a Londres acepten venir a cenar a nuestra casa. Sinceramente suyo T.S. Eliot PD: A mí también me gustan los puros, pero no aparece ninguno en mi fotografía».
Breton y Dali admiraron la vena marxista. El humo de su humor, su mente con espasmos dementes le otorgaron a su existir el elixir para el aburrimiento. Más surrealista que real socialista este Marx hizo de la risa un acto extraterrestre, de ahí que me convirtiera en un fanático marxiano y en un terrícola marxista. Este es mi manifiesto común, casi comunista.
CODA
Finalmente diré que a este hijo de inmigrantes alemanes y judíos le bastaron 86 años y una neumonía para dejarnos una herencia plagada de citas y frases para el recuerdo. Su legado, impregnado por una mordacidad e ironía innatas que tanto inspiró a otros cómicos como Woody Allen, se antoja en estos tiempos de fiebre política como un remedio contra una crisis de valores que, hoy en día, habría encontrado en Groucho a una de las voces más disidentes y ácidas de la sociedad norteamericana. ¿Se imaginan al cuarto de los hermanos Marx con una cuenta en Twitter? “Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como @realDonaldTrump”. Y el mundo, por lo menos, soltaría otra carcajada.
(Texto tomado del libro USTED ES LA CULPABLE. Editorial Norma. Lima 2006)
“He derramado cien lágrimas por la pendiente de mis senos y en una laguna enorme se ha posado mi tristeza hasta pesarme como cristales rotos por la noche oscura. La angustia tiene los pliegues de mi vestido negro.”
Raquel Prialé
Un caso excepcional en las letras peruanas es el de la poeta huancaína Raquel Prialé que a los 91 años publica su segundo libro presentado en la FIL 2018. Un ejemplo perdurable y vital.
1.
Raquel Prialé Jaime tiene 91 años y sigue escribiendo poesía. Ahora que se mantiene completamente lúcida y recordando que era una mujer con una vida interior muy intensa. Que en el silencio de su poesía había un estruendo de su extremada intimidad. Que quería que la amen pero que nadie la entendía. Y hace unos días en la Feria Internacional del Libro de Lima (FIL) 2018, presentó su segundo poemario,“Muña con olor a viento”. Y sorprendió a todos, esta venerable dama que vive en poesía y que recién a los 85 años publicó su primer libro.
Raquel Prialé Jaime, nació en Huancayo un 8 de marzo de 1927. Es hija del recordado político aprista, Ramiro Prialé y Luzmila Jaime Torres. Su madre falleció cuando Raquel tenía solo 14 años y con su padre en prisión por sus ideas políticas, encontró en la poesía un escape creativo que le permitió forjar una vocación que, no hace poco, decidió que fueran sus hijos los primeros en conocer sus textos que ella escribió a los 15 años pero jamás los mostró porque le parecían tan íntimas y hasta borrascosos.
A pesar de una infancia difícil, Raquel Pialé pudo dedicarse a la pedagogía. Luego de estudiar Educación en la ya legendaria Escuela Normal de Palián (llamada entonces Escuela Normal Urbana de Junín) viajó a Lima. De esos años es fundamental el apoyo que tuvo de su abuelo que reemplazó a su padre y madre, cobijándola junto con sus demás hermanos. A los 18 años ya estaba enseñando en el colegio Peruano-Japonés “José Gálvez”, del Callao y tras un pasaje de dos años, trabajó en el colegio italiano “Américo Vespuccio”, que funcionaba en Lima. Luego retornaría a Huancayo donde fue profesora y directora de un memorable jardín de infancia.
2.
De aquel tiempo vehemente están escritos sus poemas intensos en el sumario del amor. Su primer novio que la persiguió a la capital. Su atolondramiento frente a él y su pérdida. Luego su matrimonio en Huancayo. Y la familia, el cuidado por sus hijos. Y la perpetua escritura. Raquel Prialé, como muchas mujeres en el Perú, escribía poesía, en silencio, desgarrándose en ese tejido de palabras cómplices. Reivindicándose solo con sus imágenes y versos, cosiéndose a una gramática pasional de la más sublimes de las entregas.
El poeta Tulio Mora, autor del prólogo “Muña con olor a viento”, señala que Raquel Prialé fue ejemplar en su propósito: “Lo más conmovedor es que las poetas de ese tiempo pudieran resistir con inteligencia al escarmiento de género. Sabemos hoy que una de las estrategias más eficaces que encontraron las escritoras (pero también filósofas, matemáticas, pintoras y músicas) en la cultura occidental pre-capitalista fue incorporarse a la vida conventual para encontrar en el diálogo místico la mejor oportunidad de desarrollarse literariamente. Así ocurrió con la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz o la española Teresa de Jesús, que invirtieron el destino marginal asignado a su género y eludieron las acechanzas de la inquisición construyendo una coartada casi indiscutible, al otorgar a la poesía el papel de la interlocución con Dios”.
Pero Raquel Prialé supo que su credo fue la familia y el secreto de su escritura (y lecturas, por cierto), estuvo en esa religión del leer. Gran lectora de poetas que en su época eran referenciales, como Gabriela Mistral (la extraordinaria escritora chilena, que también fue educadora), Rubén Darío, Pablo Neruda, Vicente Huidobro (es gran admiradora del poeta creacionista), y entre los peruanos, por supuesto, de César Vallejo y de Magda Portal, prefirió la discreción siguiendo el mismo destino que fue habitual a muchas escritoras desde nuestras notables y enigmáticas Clarinda y Amarilis, dos altas voces de la poesía colonial peruana que probablemente jamás serán reconocidas con nombre propio, hasta Clorinda Matto de Turner, nuestra escritora más paradigmática por el maltrato de que fue objeto.
3.
Y de ese mundo de ensoñación, de pronto otra vez la violencia y la tristeza. Como cuando recuerda a su madre que murió víctima de la tuberculosis: “Ella estaba postrada en una cama del rincón y yo la veía desde una ventana. Me mandaba besos de lejos, no me tocaba porque estaba con la enfermedad. Y un día regresé y ya no la encontré”. Y luego como era la joven asilada en casa de sus parientes porque su padre había sido deportado. Y después el esposo, con quien con los años se alejaron y en esos días, lo asesinaron los terroristas porque él colaboró con los militares para enfrentar al terrorismo. Y Sendero Luminoso lo amenazó y luego lo mató.
La intensidad de su vida es conmovedora. Entender su mundo desde la orilla pasional significa que vivir es un exceso, de tristeza, de amor, de placer y de contemplación. Pero su poesía es la desnudez de los sentidos, un grito y como está en sus versos: “garabatos hechos en la pared de mi orfandad, furia con amor salvaje”. La vida te celebra, Raquel Prialé.
Este amor es de la lluvia sobre el heno
que brota de lo más profundo
y es tan bello que contigo puedo ver la noche.
La terrible tempestad /el sol parejo allá en el horizonte.
No te encuentro
cuando busco tu frente con mis manos
no sé dónde está
dónde has llegado
ni dónde te escondes (….)
De Muña con olor a viento. Lancom. Lima 2018.
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