Antecedentes
Para todos los estudiosos, hasta la muerte de José Carlos Mariátegui y la aparición de Víctor Raúl Haya de la Torre, sí existió cultura obrera. En La Protesta, glorioso órgano de expresión de la clase obrera, dirigida por Delfín Lévano, uno de los más importantes dirigentes del proletariado peruano, en su número 80, febrero de 1920, en la primera página, se informaba que en 1908, en Lima, obreros anarquistas, creaban el Centro de Estudios Especiales “1ero. de Mayo”, estableciendo vínculos con la fábrica textil de Vitarte y donde organizaban conferencias, polémicas, edición de periódicos. Y no sólo ello. Hacían cultura: convertían un patio en teatro e instalaban mesas para lecturas, pues habían bibliotecas en sus centros laborales. Allí también se realizaban veladas literarias y bailes familiares, Unían cultura y vida cotidiana, lo que lograban una influencia importante en el lugar donde se desarrollaban. Lamentablemente, en 1910, se produjo la ruptura de este grupo.
La oligarquía y la cultura obrera
Los anarcosindicalistas y los obreros tuvieron una honda preocupación por discutir dentro del movimiento obrero la problemática de la cultura nacional e internacional. De este modo, el obrero se convertía en un protagonista principal de los hechos nacionales. No sólo tenía en mente sus problemas laborales reivindicativos, su pliego de reclamos, sino también el problema de la prensa sindical, el teatro, las fiestas populares (era famosa la Fiesta del Agua o de la Planta, donde se reunían miles de trabajadores para homenajear a la Naturaleza que les daba vida), discutían los hechos de la vida internacional. Y todo esto dentro de sus propios sindicatos.
Es cierto que la oligarquía de entonces era un gobierno elitista que jamás quiso vincularse con los sectores populares en el plano cultural, a no ser para su explotación. Sólo el diario El Comercio, de la familia Miró Quesada, que representaba a lo oligarquía agroexportadora especialmente, por ejemplo, criticaba dichas veladas culturales, lo que era una demostración que la cultura obrera aunque fuese calificada de “mediocre” por el decano del periodismo peruano, significaba una presencia inocultable de la cultura de clase en la vida del país.
Mariátegui, Haya y la cultura obrera
Cuando Mariátegui se acerca a los obreros y su cultura lo hace penetrando en ella, siendo él en ella. No trata de influenciarla, sino de construir un proyecto revolucionario dentro de la clase obrera. Esta es una nota esencial respecto al proyecto de Haya, pues la preocupación central del Amauta es que la cultura (y todo hecho político) debe nacer y desarrollarse al interior de la misma clase. Y eso significaba: cercanía, concreción, compromiso, comunicación, sensibilidad, militancia, sentimiento de clase. Y su relación del Amauta no se quedaba en lo puramente “nacional”, sino ensanchaba su visión hacia lo internacional. No es fortuito que, cuando Mariátegui regresa de Europa, su primera conferencia a los obreros es sobre la “Historia de la crisis mundial”, es decir, ponerla rápidamente en contacto con el mundo contemporáneo. Todo esto está fundamentado en las revistas que fundara: “Labor” y “Amauta”.
El Apra tiene otra concepción de la cultura. Ya no es la cultura de clase la que debe hegemonizar, sino una cultura “popular”, una cultura masiva. Por eso el Apra, en sus locales partidarios, capta militantes a través de cursos de repostería, inyectables, bordados, academias preuniversitarias, cortes de pelo, etc., dejando de lado el poder creativo del pueblo. Y esto mediocriza nuestro mundo cultural. No significaba que esos cursos no pertenecieran a formas culturales determinadas, pero abonarse sólo a ellos y no incorporar nuestra cultura literaria, nuestra historio, nuestro desarrollo económico y político era rebajar la conciencia de nuestro pueblo. Es cierto, el Apra gana masas, pero en el marco de un mundo cultural sin perspectivas y con la voz de un jefe que se convierte en el Mesías, en el Todopoderoso. Al contrario de Mariátegui, que propugnaba la organización social, la crítica, la polémica de asuntos importantes para la revolución y no solamente para ganar elecciones (como hacen, dizque, los izquierdistas de ahora).Razón tenía Carlos Malpica, un recordado y honesto dirigente de la izquierda, exaprista y exmirista, lamentablemente fallecido, cuando recordaba que hace muchos años no sale ni se incorpora al Apra algún intelectual de prestigio.
La burguesía y la cultura obrera
Diferente a la oligarquía, la burguesía intermediaria, subordinada a la imperialista y a las transnacionales, sí tiene un proyecto cultural de masas, y es la que se expresa a través de los medios de comunicación. En los 70 se expresaba, básicamente, a través de PANTEL (Panamericana TV). Y frente a esto la clase obrera no pudo responder. Y no era culpa de ella. Lo era tanto de la burguesía, del imperialismo como de las organizaciones que actuaban dentro de ella, que sólo la utilizaban como agitadora social o como punta de lanza contra los empresarios para los reclamaos salariales, pero no como un ser integral, humano, que también tiene necesidades de aprendizaje y conocimiento. En buena cuenta, convirtieron a la clase obrera en un “islote reivindicativo y agitativo”. No había charlas culturales, ni nadie se preocupaba si escribía o testimoniaba su vida y lucha diaria y sindical, porque sus pliegos sindicales lo hacían y hacen ahora las ONGs respectivas. No hubo (ni hay) interés por qué tipo de música crea o prefiere. Una estadística realizada en los principales sindicatos de Lima, en los 80, nos revelaba que, de los encuestados, el 26% hablaba quechua y el 28% estaban afiliados a instituciones culturales. Lo que demostraba que el obrero sí tiene interés por la cultura. Y por su lengua.
Los secretarios de cultura en los sindicatos
El sindicato fue el núcleo vital y enérgico en la vida popular. Ahora no. El sindicato es donde sólo se reúnen para dilucidar los problemas sindicales, de salarios, de marchas, de paros o de huelgas, pero jamás para hacer una velada cultural. A lo más una “pollada o anticuchada”. Los secretarios de cultura no tienen idea qué hacer con su área de trabajo, sólo saben que deben ayudar al secretario general. Incluso, cuando piensan en alquilar un local lo hacen siempre pensando cerca de la Plaza Dos de Mayo, donde está la CGTP, su Central General, y no en la influencia que pueden tener en un Pueblo Joven o barrio popular. De esta manera, los locales sindicales ya no tiene la convocatoria que tenía en los tiempos del Amauta. Y el reflejo de este adelgazamiento y equivocación ideológica está en el papel que cumple el Secretario de Cultura. En primer lugar, dicha secretaría es tomada “como un cargo más”, por lo que nadie tiene en claro el papel que debe cumplir. Y este debe ser un reto para revertir en futuro dicha situación.
La izquierda y la cultura obrera
La izquierda ha abandonado las enseñanzas del Amauta en su acercamiento con los sectores obreros y populares. Han dejado que los obreros sean “enganchados” por la cultura burguesa (y ellos mismos también). Más aún, les han enseñado a ser paternalistas y paternalizados. Y esto ¿cómo se demuestra? Muy fácil. A través de algunas “instituciones de apoyo u ONGs” reemplazan las discusiones o escritos de los obreros, quienes ya no discuten sus problemas, ya no preparan sus pliegos de reclamos, todo se lo hacen dichas instituciones, invalidándolos para las tareas de pensamiento y discusión. Son los “intelectuales izquierdistas” los que hablan, critican, evalúan, sientan líneas sobre su actuación. Los obreros o los dirigentes populares son los convidados de piedra.
Síntesis
Mariátegui quería y trataba que el intelectual se fusionara con el movimiento obrero en su lucha por el socialismo, no lo reemplazara. Haya, al contrario, los dividía en trabajadores manuales e intelectuales. Tal como lo hace la izquierda hoy en día. ¿Habrá tiempo para remediar esta situación? Por el momento creemos que no. Por ejemplo, en las actuales circunstancias, en el contexto de un proceso eleccionario, nadie habla de un Proyecto Cultural. A lo menos leemos que debe integrarse el Instituto Nacional de Cultura y la TV del estado y que debe constituirse una Oficina de Turismo Cultural. Eso, obviamente, no es serio. La cultura sigue siendo la quinta rueda del coche, la cenicienta de nuestra vida cotidiana. Y no sólo desde la derecha.