Atención. SOS. Señoras y señores, lamento comunicarles que el culo fascista, elefantiásico y posmecano industrial tomará el poder tarde o temprano. La revolución del culo será por seducción o no será. Y será por la retaguardia, a punta de nalgadas y pigofilia (amor al pernil). Cada uno irá tomando sus posiciones. No las del Kamasutra o las del Golden book of the sex, sino la del soldado raso en Full metal jacket y con el sargento Hartman vomitando ajos y cebollas. Pose de atención-firmes, homus erectus, para la avalancha y huaico de jarretes que se vienen, cayendo en paracaídas o en formato de lluvia de meteoros: decenas, cientos, miles, millones de culos orondos y obsesos rebotando, reptando, acercándose peligrosamente al poder instituido. El des-potismo nunca tuvo un mejor nombre en esta lucha sin cuartel, pelea, taekwondo y boxeo tailandés de culos contra culos. Es hora de apagar los celulares y ponerse los lentes 3D, tal y como ordena un culo parlante en una película posporno holandesa.
La revolución violenta y a pistoletazos es parte de un pasado que se fue en un mar de potasio: Cuba cedió a sus jineteras, y la otrora URSS, Polonia, Hungría, Checoslovaquia y Bulgaria exportan actrices porno, gang bang, bondage y bukake por doquier. Hoy en día, todo está integrado a la gran faja corporativa de la máquina encima del hombre, pues la machine-gun esclavo-mediática copula al hombre/mujer/LGTB y asexuales. Y el culo sabe perfectamente que el único camino que le queda para salir victorioso e izar bandera es dar la cara, mostrar sus abultadas formas a las grandes multitudes adictas de nalgas, turgentes carnes, molledos, protuberancias, molleja y menudencias. Solo así el camino al poder será-es una realidad palpable y al tacto y sin pagar peaje salvo dejarse ser (“laissez faire, laissez passer”) o rendirse a la fuerza gravitacional del deseo antropófago, porque el culo ladra, muerde y amenaza con convertirse en institución, país o continente, OEA, OIT, Unicef y Naciones Unidas. El miedo al culo y a su geometría no-euclidiana crece aritmética y proporcionalmente.
El tafanario ya ha dado las directivas. Sus órdenes se cumplen sí o sí, o las cabezas clavas rodarán. No quedará títere con mitra. Batallones de culos marcharán como en The wall, de Pink Floyd o, mejor, como en la Guerra de las galaxias, de George Lucas, o la Guerra y la paz, de Tolstói. Quizá el culo héroe se quede gatillando solitario como en la novela Los de abajo, del mexicano Azuela o desaparezca en alguna de las máquinas fallidas de Stanislaw Lem o Boris Vian. Y no habrá necesidad de señalarle el enemigo, enemy detected, porque el culo, acostumbrado al ataque relámpago, blitzkrieg y multiblitzkrieg, no soporta competencia alguna, y todos son potenciales adversarios: la educación, la cultura, las artes, las religiones y hasta las fuerzas militares y policiales. El culo, como nuevo regente y producto del avance tecno-pos-metal-mecánico, ataca de frente y sin aviso ni aspaviento, pues su multifascetismo, adaptación y apresamiento son al culo como una raya a la cebra, y todo trasero es un león que ruge y se guía por el instinto.
Un culo politizado es el más feroz de los culos, lo mismo que un culo religioso pan o monoteísta, o un culo esquizofrénico, loco de atar o con problemas de personalidad (“culo bipolar”) fluoxetinado y con megadosis de ácido valproico, Aquinetón y Largactil. Ni qué decir del culo krokodril, posácido lisérgico o el culo peyote-ayahuasca-san Pedro: divino, embriagante y trascendental; o del culo cardenalicio en sotana y postura de misionero, o el culo skin-hardcore-punk: oi, oi, oi. El culo politik es como un espolón o un caballo de Troya: guarda dentro de sí sus perversas intenciones y, generalmente, está al servicio de otros, porque el culo seudoideológico no tiene bandera y se vende al mejor postor, sobre todo si alguien está dispuesto a saciar todos los deseos insatisfechos de un culo trepador: fama, dinero, estatus, fiestas, relaciones sociales, placeres cirenaicos y epicúreos, sillones municipales, retretes y/o sillones presidenciales, etc.
El culo revolucionario, partisano, zapatista o montonero (no etnocacerista) tiene su lema hecho tatuaje-escarificación en carne viva: “Culo o muerte, venceremos”, “El poder nace del culo” y “Salvo el culo todo es ilusión”. Nunca camina solo. Anda en patota (potota) o grupo a modo de guerrilla urbana o de comando de exterminio. Y te sorprende en cualquier esquina: jean apretado, minifalda castrense, hilo dental, faja y suspensorio o “calzoneta conchera”, pues el culo posmoderno es unisex o multisex, al modo de los peces y su infinito orden cromosomático. Su pertenencia unívoca hacia uno de los sexos se ha diluido y metamorfoseado en un ideario del culo despeneado y desvaginado; un culo limpio de polvo y paja, y suave como la piel del durazno o como el cuello de ganso que usaba Gargantúa para limpiarse la entrepierna. Desbrozarlo será un sacrificio y una inmolación.
Los metrosexuales también se apuntan en el culto uránico al culo. Los molledos: saltan las cuerdas, hacen flexiones en máquinas sacaculos, toman hormonas, aminoácidos, carbohidratos, proteínas y ácido fólico (para posibles embarazos). Siempre piensan que no hay sana competencia con los culos hotentóticos, khoikhoi o megadimensionados por la genética u otros formulismos. Y, por lo tanto, lo mejor es apuntar a fuerza de estiramientos de los glúteos mayor, medio y menor, aunque sea a punto de torniquetes o forzadas piruetas de flexión y ejercicios “quemagrasas” o de “fortalecimiento” en la faja sin fin o en la bicicleta estacionaria, hecha, cómo no, para engrosar y abultar el culo sobre un asiento que es, a la vez, una waflera o molde de panadería.
Felizmente, el culo tiene sus teóricos, analistas de sistemas, gente especializada en la hermenéutica culear, la interpretación de esa raya que divide a tirios y troyanos, al Cielo y al Infierno, a la paz de la catástrofe inevitable. Incluso el filósofo Sloterdijk le ha dedicado párrafos en su monumental Las esferas y en su Crítica de la razón cínica; ni qué decir de Diógenes, el Perro, quien evacuaba en público para mostrar su culo irreverente y dialéctico; o los poemas que escribió Francisco de Quevedo en su Gracias y desgracias del ojo del culo, haciendo alarde de las “carnestolendas” (dirigidas a Juana, “mujer gorda por arrobas”); o el Soneto al hueco del culo, escrito al alimón entre Rimbaud y Verlaine: “Es la argolla extasiada y la flauta mimosa,/tubo por donde baja el celestial confite,/Canaán femenino de humedades nacientes.”
Y, en estos tiempos finise-culares, es imposible pasar un solo día sin una dosis de culos, tan necesarios, civilizados e indispensables como la arquitectura ovoide actual (cuyos primeros vestigios podrían estar en la cerámica nalgo-globular de Chavín de Huántar) o el pan francés, que también tiene forma de culo. En Brasil, los concursos de belleza se han sincerado, y ahora existe el “Miss Culo” o “Miss Bumbum”, como lo llaman allá, y ya no importa si no hablas correctamente o si te falta un brazo o un ojo o si eres calva o calvo, como un culo: lo importante es que el jarrete esté en perfectas condiciones: equino, entolodóntico, abultado, esférico y solemne, y que cubra toda la pantalla plana de un televisor de 50 pulgadas.
Asimismo, haciendo un poco de historia –y siguiendo a Witold Gombrowicz, quien avizoró pitonisamente la civilización del culo–, las rabonas tuvieron su época, siempre atrás del batallón, como en la Guerra contra Chile, al igual que las vivandières de la Francia napoleónica. Pero, hoy en día, las rabonas ya no lloran ni sirven domésticamente a los soldados, sino que ellas o los rabones –las y los de silicona, aceite de avión, engrudo, dunlopillo e implantes de tecnopor– van adelante con su manual de guerrillas, el foquismo de Régis Debray y la praxis de tierra arrasada. Ellas son las que doblegan a multitudes, las que piden la rendición incondicional de reinos, países y comarcas, porque, al fin y al cabo, la “culocracia” es real y representativa, con derecho a voto cada menstruo electoral. Y un grupo argentino, Los calzones, incluso le ha dedicado una canción: La culocracia/que nos gobierna/que nos arrastra/la que te aplasta/si no pensás igual./La culocracia/que nos dirige/la que corrompe/y se ríe de tu credo./La culocracia que nos empuja/ que nos obliga/que solo le importa/a quién vas a votar./Ay, ay, ay/gobiernan como el culo”.
Pero, si hay alguna música que le gusta al culo o a los culos, así, en mayestático, esta es, sin ninguna duda, el reggaeton, el moombahton, la salsita “sensual”, el “perreo”, “sandungueo” o el trans, cuyos tonos monocordes y asincopados estimulan los esfínteres –según los entendidos– y funcionan como “nalgoterapia” (no la de Patch Adams), la nueva ciencia médica no-tradicional que está poniendo de cabeza al mundo entero y que promete paz, orden, salud y progreso a los ciudadanos “sobrenalgados”; menos estrés y más felicidad. Miles de beneficiados lo certifican, miles de culi-suscriptores lo respaldan; las vedettes y los metrosexuales son sus mejores feligreses. Los profetas del culo ya han hablado del Armagedón, el Apocalipsis y el Nibiru. Solo hay que tener un poco de paciencia, escuchar atentamente la tonadilla, “mover el bote” y dejarse poner el culo en la cara.
Leer la primera parte aquí:
La revolución del culo