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«La noche del campeón», un cuento de Gabriel Rimachi Sialer

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A todos los campeones del mundo.

I

Las luces de los postes aparecían y desaparecían en el parabrisas mientras Mario buscaba pasajeros en la avenida. El letrero de “TAXI” se iluminaba por una luz roja que parpadeaba de rato en rato. Estaba cansado y no había mucha gente, raro para un fin de semana que coincidía con la quincena. Ya aparecerían. Bostezó. Mientras tanto su estómago sonaba de hambre y el trasero le quemaba de tanto estar sentado manejando. Vio en una esquina descampada una carpa que ofrecía comida caliente. Se detuvo, contó el poco dinero que había ganado y bajó a comer algo. Antes de salir se miró en el espejo: su rostro estaba cansancio pero aun así se arregló el peinado de mecha larga y ensayó un par de sonrisas. Matador. Sabía que sus ojos siempre habían sido el gancho con las chicas, el color verde claro de su mirada las atraía y él no desperdiciaba ninguna oportunidad. Era un campeón.

            Hacía un frío húmedo a esa hora, como siempre. Una señora algo gruesa y buenamoza se le acercó con una sonrisa de ventas que le hizo mucha gracia y le ofreció el menú:

            —¿Qué le sirvo, joven? Tenemos caldo de gallina, con presa y sin presa.

            —¿Cuánto cuesta el caldo sin presa?

            —Tres soles sin presa y cinco con presa; el tallarín y el chaufa de pollo están a tres soles.

            Mario la miró a los ojos:

            —¿Y no tiene un menú? Algo para parar el estómago, pero barato nomás que recién estoy comenzando y no está buena la plaza.

            —¿Mala noche? Preguntó ella, coqueta.

            —Mala. Pero ya cambiará… —suspiró— los fines de semana siempre cae algo más que otros días, pero recién salgo así que deme una oferta. —La miró directo a los ojos, entrecerrándolos un poco, se sentía muy sensual cuando miraba así, matador.

            —Bueno, joven —dijo la señora, impactada por su mirada— sólo por ser usté le puedo hacer un menú: caldo sin presa más su combinado chifa y un té por cinco soles… como para que aguante toda la noche.

            Mario contó sus monedas, separó el dinero para el petróleo y cigarrillos y sonrió.

            —Ya, sale, deme un menú, pero bien despachao, como pa´ campesino.

            —Bueno— dijo ella sonriéndole con cierta coquetería— ¿quiere que prenda la tele?

            —No, señito, no se preocupe, mejor musiquita, ¿no? Póngase unos valsecitos, como para calentar la noche, ¿no?

            —Estás con frío… —lo tuteó, mirándolo a los ojos— te voy a dar algo caliente…

            —Podría ser… ¿un besito?… digo… con todo respeto.

            Ella lo miró a los ojos, luego vio sus brazos fuertes, de trabajo, ―no tendrá más de treinta años— pensó; vio el peinado de mecha larga y sintió ganas de apretarle los cabellos, su camisa abierta en dos botones dejaban ver un cuello que a ella le pareció perfecto para besar; le sonrió más coqueta que antes y se alejó rumbo a la radio, puso un CD del Zambo Cavero, miró a Mario que empezó a mover la cabeza al ritmo de la canción y le sonrió; ella suspiró disimuladamente y fue a servirle la comida. Mario miró la carpa, estaba un poco sucia; la luz de los fluorescentes iluminaba el interior verde fosforescente con rayas naranjas de la lona. La cocina industrial sonaba como una turbina de avión cuando el kerosene se encendía. Un televisor de catorce pulgadas, en blanco y negro, entretenía a un grupo de comensales —también taxistas— y a una pareja de universitarios que, con la mirada perdida, tragaban la presa de gallina sin saborearla. Estaban ebrios. Observó su carro, ya estaba viejo pero qué diablos, todavía arrancaba; además le había costado mucho trabajo conseguirlo, más aún mantenerlo y era su única herramienta de trabajo con la que llevaba dinero a casa para mantener a su mujer y a su hija de tres meses. Suspiró. La señora se acercó con el plato del caldo humeante, movía las caderas bien formadas en un vaivén cadencioso que buscaba atraer la atención de Mario. Cuando le puso el plato delante, dijo:

            —Espero que te guste mi sazón— y le guiñó un ojo; él le respondió:

            —De tus manos, veneno, preciosa— y sonrió devolviendo el guiño, frotándole disimuladamente la mano— qué bonitas manos, las cosas que harán.

            Por toda respuesta ella rio bajito, pero no retiró su mano, luego se fue. Mientras la señora se alejaba moviendo las caderas con más ganas que antes, Mario le miró el trasero, redondo, bien formado, que dejaba traslucir las marcas del calzón tipo bikini bajo el pantalón de lycra fucsia. Vio su espalda cubierta por un polo bien pegado que hacía notar el sostén y unos rollos a media espalda y sobre la cintura. Se llevó la cuchara a la boca, el caldo ya estaba tibio. Mientras comía, ella le hacía gestos coquetos desde el lugar donde estaban las ollas, y él le correspondía.

            Esta noche campeono, pensó, termino de comer y me la llevo a la playa en el carro, o por aquí nomás. Analizó todas las posibilidades que no incluyeran desembolso alguno de dinero porque estaba con las justas, salvo para los ponchos, pero la guantera guardaba una tira. En eso estaba cuando la señora volvió para llevarse el plato vacío.

            —¿Y usted cómo se llama, preciosa? Preguntó tocándole nuevamente la mano.

            —Rosa— Respondió, jugando con sus cabellos ondulados por el frizado.

            —Nombre de flor— le susurró.

            —¿Y tú? — Dijo ella sonriendo y mirando hacia todos lados.

            —Sol —respondió él.

            Rosa rio entonces y Mario vio sus labios carnosos extenderse como una tentación irremediable que tendría que saciar. Rio con ella y aprovechó para cogerla de las manos; ella le preguntó:

            —¿De verdad te llamas Sol?

            —No, preciosa, me llamo Mario — y tuteándola, continuó— anda ven, siéntate un rato, sólo un minuto y nada más, no es muy agradable comer solo.

            —No puedo, estoy atendiendo…

            —Anda, sólo un minutito—. Mario empujó una silla y ella se sentó.

            —Sólo un minuto porque estoy atendiendo… ¿Y por qué me dijiste que te llamabas Sol?

            —Es que la rosa se abre cuando sale el sol… —y sonriéndole coquetamente le apretó más las manos, ella sonrió y lo miró a los ojos con un brillo malicioso—. Termino de comer y nos vamos a dar una vuelta en mi carro, luego te traigo de regreso… ¿Qué dices? Así nos conocemos un poco más y, quien sabe…

            —¿Sí? —Respondió ella— no sé, no tengo costumbre de salir con desconocidos… por más que tengan los ojos tan bonitos como los tuyos.

            —¿Te gustan mis ojos, ah?, pueden mirarte toda la noche si quieres, sólo dime que sí.

            —Qué coqueto… pero recién te conozco, qué vas a pensar de mí… que soy…

            —Pero ya nos presentamos —interrumpió Mario— así que ya no somos desconocidos ¿no?

     —Déjame pensarlo un rato —se zafó de él, y acarició sus manos—…tienes manos grandes…

            —Y no sólo las manos… —dijo Mario.

            —¿Qué?— dijo ella con una sonrisa coqueta, moviendo ligeramente la cabeza, como sorprendida.

            —Que termino de comer y te espero para salir un rato ¿Qué dices?

            —Termina de comer y te respondo.

            Mario vio el polo de Rosa, le quedaba pegado al cuerpo, los grandes pezones endurecidos se levantaban sobre la tela, sintió una leve corriente de electricidad por la espalda y un endurecimiento entre sus piernas, se acomodó en la silla y al notar esto, ella fue a traerle el plato de tallarines con arroz; se lo sirvió y la llamaron de otra mesa para pedir la cuenta, le guiñó un ojo y le dijo con una sonrisa que iluminaba su rostro trigueño y sus ojos grandes: ya regreso.

            Mario comió deprisa, ni siquiera saboreó la comida, sólo pensaba en esos pechos y esas caderas que esa noche serían suyas ―qué rica, cómo será en la cama, termino de comer y la llevo a la playa, allí no pago peaje y por un par de soles me cuidan el carro y nadie molesta… esta noche campeono, carajo. Terminó el plato y bebió el té tibio de un trago. Pidió la cuenta. Mientras Rosa cambiaba el billete por sencillo para el vuelto, él no dejaba de observarla, ya con la mirada encendida en deseo. Estaba sobreexcitado; cuando se puso de pie, un bulto que entre sus piernas se dejaba notar, atrajo la mirada de Rosa.

            —Oye… qué es eso… ¿ah? —Preguntó acercándose lo suficiente para rozarle el pantalón con su mano— acomódalo… qué va a pensar la gente, que nos estamos calentando delante de todos.

            Él se acomodó el pantalón y la tomó de la mano. En un descuido de los demás comensales y de la cocinera, la jaló hacia la parte trasera de la carpa.

            —¿A dónde vamos? Tengo que terminar de atender a la gente —dijo ella mientras caminaban.

            —Aquí nomás, un ratito —y tomándola por la cintura la abrazó y le estampó un beso largo y cálido que la dejó sin aliento.

            —…Qué bien besas… —dijo ella—… pero alguien nos puede ver… un besito más y regreso ¿ya?

            Se volvieron a besar. Esta vez, Mario deslizó sus manos por debajo del pantalón de lycra fucsia y apretó sus nalgas, atrayéndola hacia su sexo endurecido. Al sentir el calor y la dureza del miembro, Rosa suspiró y lo abrazó con más fuerza, mientras empezaba a frotarse contra él, acelerando su respiración y su excitación. Él sacó las manos del pantalón de ella y las llevó hacia sus pechos, levantó el polo y le bajó el sostén, cuando vio sus senos, se lanzó sobre esos pezones que había imaginado mientras comía. Los succionaba una y otra vez, ella gemía bajito y continuaba frotándose contra su cuerpo, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos. Estuvieron así casi diez minutos, mordiéndose los labios, jugando con sus cabellos, apretándose, tocándose los sexos, hasta que una llamada de la cocinera los despertó.

            ―¡Señora Rosa! ¡Señora Rosa!

            Rosa lo empujó suavemente y fue corriendo a atender la carpa, Mario le dijo jadeante ―te espero en el carro… ―. Ella volteó a mirarlo y respondió ―en cinco minutos estoy allí, y desapareció bajo el toldo, mientras se acomodaba el cabello. Mario fue a su carro, se sentó con la puerta abierta, encendió un cigarrillo y fumó a largas bocanadas, estaba contento. Esa noche, una vez más, campeonaría. Acomodó el asiento del copiloto, lo reclinó un poco para no perder tiempo a la hora del ataque, sacó los preservativos de la guantera y separó uno en la división para el sencillo que estaba bajo el radio. ― ¡El radio! Claro, música para completar el ambiente…—. Buscó en las estaciones y al inicio del dial oyó una melodía que le pareció apropiada, puso el volumen adecuado, se sacó la correa del pantalón y la guardó bajo su asiento, para no perder tiempo.

            Abrió los primeros botones de su camisa y se sintió como los dandys de las películas sobre Vietnam que siempre veía los domingos por la tarde. Cuando acomodó el espejo retrovisor para ensayar unas miradas, sus ojos tropezaron con el zapatito de Azucena, su hija, que colgaba como amuleto de suerte y recuerdo permanente de su condición de padre de familia. Sintió que un remordimiento empezaba a despertar, recordó a su esposa y pensó en qué estaría haciendo a esas horas, seguro dormía y soñaba con él, quizá lo esperaría con la comida caliente, de repente ella… ―lo siento bebé, pero esta noche papi campeona—, y diciendo esto desató el zapatito y lo guardó en la guantera.

            Cuando se acomodó en el asiento, vio que Rosa ya estaba cerca. Le abrió la puerta, ella subió y se sentó, él encendió el motor y cuando quiso avanzar hacia la avenida, ella le dijo:

            —Estaciónate por aquí nomás, cerca de la carpa, le he dicho a la muchacha que voy a traer unas cosas de la tienda; no tenemos mucho tiempo… si le digo que me demoro, de repente coge toda la plata y me roba el negocio, así son todas las serranas.

            —Bueno, como quieras, pero dime dónde puedo estacionar el carro, y que sea seguro… tú eres la que conoce el barrio…

            —Allí —dijo ella señalando un terral que funcionaba como losa de fulbito en las mañanas.

            No había postes de luz y no pasaba gente a esas horas, además, estaba a unos metros de la carpa. Mario estacionó el carro, apagó el motor, bajó un poco el volumen de la radio y abrazó a Rosa que quiso hacerse la difícil, pero no podía. Mario le atraía demasiado y no tenía mucho tiempo para gozarlo. Sólo se dejó llevar. Sólo se entregó. Mario la besó. Empezó el ataque del campeón. Le subió el polo y le bajó el sostén, sus pechos grandes y duros mostraban unos enormes pezones marrones que se erguían como dados, él los besaba mientras se quitaba los pantalones y la ropa interior. Rosa jadeaba con cada beso y apretón que recibía de Mario, sintiendo que se le iba la vida en cada caricia; se sacó las sandalias frotando sus pies entre sí, Mario se dio cuenta de esto y supo que ésa era la señal, ya bastaba de besos y abrazos, era la hora del campeón. Le quitó el pantalón de lycra y lo dejó en el asiento de atrás, luego siguió la trusa bikini. Semidesnuda, la sentó encima de él y empezó a besarla, Rosa se movía en círculos frotándose contra el miembro de Mario, que quería desesperadamente poseerla, pero ella continuaba con el juego de la tentación. No tuvo que esperar mucho. Él perdió el control de la situación y le rogó que le dejara entrar; ella, que jugueteaba con sus pechos haciéndolos saltar sobre los labios de Mario, se detuvo un instante en seco y le dijo al oído:

            ―… y qué esperas… que te dé permiso…

            Esto lo enloqueció, atrajo el cuerpo de ella hacia el suyo y, cuando se acomodaba encontrando la postura perfecta, sintió que le golpeaban la ventana de la puerta, fuertemente. Rosa seguía frotándose sin parar y no oyó nada, sólo gemía. Mario vio que quien tocaba la ventana era la cocinera de la carpa, que le hacía señas desesperadas con las manos e intentaba decirle algo. Se tiró hacia atrás, hizo el ademán de abrir la ventana, pero Rosa estaba descontrolada, había tomado entre sus manos el sexo de Mario y lo llevaba hacia la entrada del placer donde él —aún a pesar de la interrupción— hubiera querido estar, por lo menos un minuto. Rosa sintió una corriente de aire frío que corría por su espalda, volteó para cerrar la ventana y se encontró con que Mario la había bajado toda, y que la cocinera los miraba con curiosidad.

            —¡Magaly! ¡Qué haces acá! ¡Con quién has dejado el negocio! —Preguntó bajando el polo, que tenía recogido sobre las enormes tetas, acomodándose el sostén.

            —¡Señora! ¡Señora! —decía Magaly, muy nerviosa, agitando las manos.

            —¡Qué—pá—sa! —Gritó Mario, muy molesto, mientras conseguía poner su miembro en la entrada del sexo de Rosa — por fin… sólo un empujoncito y…

            —¡Señora! ¡Señora! — Seguía diciendo la cocinera.

            —¡Qué Magaly! ¡Qué! — Gritó Rosa sin dejar de moverse en círculos sobre Mario.

            —¡El Señor Carlos! ¡El Señor Carlos! Acaba de venir en la moto, ¡está preguntando por usté!

            Rosa dio un salto felino sobre Mario, se puso el pantalón de lycra fucsia, la trusa bikini y las sandalias, en menos de un minuto. En ese orden. Le dio un beso en los labios a Mario, que estaba mudo y calato, y le dijo: ―mañana te espero a la misma hora, disculpa, mi marido nunca viene al negocio… te veo mañana… chau. Cuando bajó del carro, Mario le gritó por la ventana: ―¡por lo menos ponte bien el calzón! Y echó a reír.

            Rosa se dio cuenta de que el calzón estaba sobre el pantalón y, junto con Magaly, rieron. La cocinera la tapó con su mandil y ella se cambió a pocos metros del carro. Mario miraba ese culo que se le iba de las manos, si su marido se hubiera demorado quince minutos más… Se vistió entonces y se fue de ese lugar pensando en volver al día siguiente.

            Cuadras más adelante detuvo el carro en un kiosco y compró cigarrillos, aún continuaba caliente. Hizo tres viajes al centro con dos mujeres mayores y gordas, y un viaje con un borracho; finalmente llevó a una pareja de jóvenes a un restaurante fino. Durante todo el camino, la pareja no dejaba de besarse y tocarse, hasta el extremo de viajar casi echados sobre el asiento, lo cual no mejoraba en nada el estado de Mario, que se movía a cada rato en su asiento. Cuando los dejó, pensó en ir a casa y estar con su mujer. Seguro que estaría dispuesta, sí, seguro, eso haría: llegaría, la haría feliz, él se quitaría toda esa tensión de encima y dormiría tranquilo, total, con los viajes hechos había ganado más dinero que en las noches anteriores y hacía mucho que no estaba con su mujer, aunque ella le había insinuado algo varias veces pero para él ya no era lo mismo. Ya no era su amante, su mujer, su hembra. Era la madre de su hija y eso era un freno para sus pasiones, una piedra en el calzoncillo, una trampa de ratón en el calzón. Por eso no la tocaba desde que nació su hija, hacía tres meses. Ella le había dicho que era normal, pero que no abusara. También era una persona, con sentimientos, con deseos y que lo amaba, que si él ponía de su parte irían donde un psicólogo para que los ayudara, ―no a ti, mi amor, yo sé que no estás loquito, es por nosotros, por nuestra familia, porque te amo… —Pero Mario nada, sin darse cuenta iba matando la magia que lo llevó a casarse cuando se sintió más enamorado que nunca y, mientras tanto, las luces de las calles avanzaban sobre el parabrisas del taxi. Faltando un kilómetro para llegar a casa vio la hora: cuatro y media de la mañana. En una esquina una silueta estiró el brazo. Mario aceleró y en esos segundos pensó “mejor me voy a casa, estoy con sueño, cansado y más caliente que burro en primavera”, sonrió, “bueno, si está en la ruta, que sea la última carrera…”. Y detuvo el auto junto a la silueta de una muchacha joven que, sin preguntar, abrió la puerta delantera y se sentó.

            Mario se percató de que la joven lloraba, era bonita y traía un vestido muy corto, mostrando un poco más que el muslo. Una casaca de cuero negro la abrigaba. El auto avanzó.

            —¿Adónde la llevo señorita? Usted dirá.

            —A cualquier lugar… no importa.

            —¿Cómo que a cualquier lugar?

            —No me importa, nada me importa. Respondió la joven entre suspiros.

            Mario llevó el carro hacia un lado de la pista, encendió las luces intermitentes y apagó el motor. Se volvió hacia la joven y tomándola del mentón le preguntó mientras le acercaba su pañuelo:

            —Ya no llores, amiga, sea lo que sea que te pase, no vale la pena llorar, no remedia nada.

            —Gracias por el pañuelo —dijo ella apartándose de Mario, olía fuerte a licor— lo que pasa es que mi enamorado acaba de terminar conmigo.

            —¡Y por eso lloras!, ese chico es un idiota, mira que dejar a una chica tan linda como tú.

            —Me llamo Jessica. —Dijo la chica sollozando.

            Mario  pensó  inmediatamente en la situación: la chica en tragos, él caliente, ni hablar, de esta no sales invicta, mamacita…

            —Porque hay que ser idiota para dejarte —continuó él, ya más motivado por las circunstancias— pero bueno… aún quedan muchos hombres sobre la tierra ¿no? Claro que… algunos más guapos que otros —y probó con la mejor de sus sonrisas.

            En medio de la turbidez, ella reparó en esos ojos verdes y esa sonrisa matadora, hizo un ademán de puchero y lo abrazó. Me doblé, pensó Mario, seguro que a esta flaca la han dejado como a mí: a medio vivir, y le respondió con otro abrazo. Ella preguntó, luego de un hipo: ¿Crees que soy fea?

            Listo, esa era la señal. Mario encendió la radio, la música era suave. A través del cristal del auto se veía a una pareja que hablaba y hablaba y de rato en rato reía, luego se hacían cosquillas. Luego se besaban. Luego se inclinaban sobre el asiento. Luego ya no se les vio.

II

            Cuando el sol se deslizó por entre las cortinas del hostal, detuvo sus primeros rayos sobre el rostro de Mario, que abrió los ojos lentamente y, estirando un brazo, buscó en la cama a Jessica. No la encontró. Lo primero que se le vino a la mente fue ¡la billetera!, saltó desnudo de la cama y corrió hacia la silla donde descansaban sus pantalones. Buscó en sus bolsillos, encontró su billetera y contó el dinero. Estaba completo. Buscó sus documentos, sus recibos, la foto de su matrimonio, el retrato de su hija, todo estaba en orden. Soy un campeón, susurró. Y se metió a la ducha.

            Cuando salió estaba más fresco, se vistió y peinó frente al espejo.

            ―Ahora, a casa, a descansar como debe ser. Qué suerte, no podía haberme quedado así después de lo de Rosa, ni hablar. Menos mal que tengo carro porque si no… ¡el carro! Metió las manos a los bolsillos buscando las llaves y no las encontró. Los vació hasta dejar el fundillo expuesto, buscó entre las sábanas, sobre la mesa de noche, en el cajón del velador… ahí estaban las llaves. Salió corriendo al pasadizo y sacó la cabeza por la ventana, miró hacia abajo y vio su carro estacionado, completo. Suspiró aliviado y volvió a la habitación. ¡Qué buena noche! Ojalá todas fueran así, ¿cómo haré para levantar a esta flaquita otra vez?— decía mientras se amarraba las zapatillas sentado en la cama— ¡Buéh! Mejor así, son cosas que pasan, ahora ¡a casa! ― Se puso de pie y acomodó su camisa, revisó la habitación para no olvidarse de nada y cuando estuvo seguro de eso, salió. En la recepción, el cuartelero le entregó sus documentos, el recibo y un sobre cerrado que decía: “Para Mario, de Jessica”.  Lo recibió doblándolo en dos, lo guardó en el bolsillo de su pantalón, entró a su auto y se marchó. Llegó a casa a las diez de la mañana, su mujer estaba con una bata puesta, esperándolo con el desayuno servido en la mesa. Cuando lo vio entrar, respiró fuerte y hondo, y salió a saludarlo. Sonriendo, le preguntó en un tono fingidamente cariñoso mientras él cargaba a su hija y le hacía gracias tontas:

            —¿Por qué llegas a esta hora?

            —¿Me estás interrogando? —Preguntó Mario, indignado.

            —No. Lo que pasa es que siempre llegas más temprano.

            —Sí… tienes razón, el carro se malogró y tuve que empujarlo hasta un grifo.

            —¿Ah sí? —Preguntó ella mientras le servía el café.

            —Sí. Menos mal que la noche no estuvo tan mal, si no, no hubiera podido repararlo.

            —¿Te fue muy bien entonces?

            —Más o menos, sabes que los fines de semana siempre se gana un poco más que otros días, no es mucho, pero es un poco más. Eso es lo que importa.

            —Si pues, eso es lo que importa— Susurró ella.

            —Sí, estoy muy cansado.

            Terminado el desayuno, Mario se fue a descansar, su hija se quedó dormida en la cuna y Alejandra lavó los platos. Estaba celosa, sabía que algo había pasado, o al menos que algo estaba pasando. Fue a su habitación y vio a Mario echado en la cama, en ropa interior. Tenían poco tiempo de casados y ella lo deseaba. Se acercó al borde de la cama, se acomodó a su lado, él sintió su presencia cercana y la abrazó, vio su rostro y descubrió algo que no veía hace mucho tiempo, o que no quiso ver: que Alejandra estaba enamorada de él.

            —¿Qué pasa, mi amor? — Preguntó Mario, somnoliento.

            —Nada —dijo ella mientras lo abrazaba y besaba— es que te amo tanto, que no quiero perderte.

            —No me vas a perder…

            —¿Seguro?

            —Seguro.

            —Te amo, mi amor, te amo… —dijo ella jugando con su cabello de mecha larga.

            —Y yo a ti.— Suspiró.

            —Entonces… ámame.

            Ella se quitó la bata y Mario vio que ese hermoso cuerpo desnudo le pertenecía. Sintió un remordimiento por su constante rechazo, por todas las veces que la había dejado de lado a causa de sus prejuicios. La besó con amor, como hacía tanto tiempo no lo hacía. Luego la cubrió con el edredón y empezaron a juguetear como antes de casarse, cuando visitaban hostales y playas y no desperdiciaban ninguna oportunidad de viaje o campamento para estar juntos. Como cuando eran completamente libres y felices.

III

            Una semana después, Mario llevaba la ropa a la lavandería en el auto. Su relación había cambiado mucho desde aquel día, era como si las cosas hubieran vuelto a ocupar su lugar, como si ese día se hubiera ordenado todo lo que andaba mal. En la lavandería, el señor que atendía revisó los bolsillos de los sacos, camisas, pantalones, y encontró un sobre con el nombre de Mario. Antes de que éste saliera del local, lo llamó y se lo entregó.

            Mario lo recibió indeciso, no recordaba el sobre aquél hasta que leyó el nombre: Jessica.

            ―Es mi prima―, le dijo al que atendía, que se alejó sin mayor ceremonia. Debe ser su teléfono o su dirección, justo, sabía que tenía que ser completo —pensaba— pero no puedo leerlo aquí.

            Fue a su auto, avanzó unas cuadras y se detuvo en un parque muy tranquilo, apagó el motor, recostó su asiento y, una vez cómodo, encendió un cigarrillo. Abrió el sobre y sacó una nota doblada en dos. Cuando terminó de leerla, se sentó de golpe y acomodó el asiento a su lugar original. Estaba pálido. El rostro se le avejentó cincuenta años en cincuenta segundos. Sólo cuando la voluta del cigarrillo quemó sus labios, salió del trance. Volvió a leer la nota, ese “lo siento mucho” al final de la carta, sellado con lápiz labial. Trató de calmarse y sonrió. Era una broma, habitual chiste de bar, un mito urbano. Arrugó el papel y lo arrojó a la calle lo más lejos que pudo. Cuando encendió el auto para irse, vio que el viento le devolvía aquella pequeña pelota de papel arrugado hasta la llanta delantera. Entonces apagó el motor y permaneció mudo, sentado en su taxi, durante muchas horas.

            Un año después, con el insoportable peso de la culpa en sus espaldas, Mario enterraba a Alejandra en el Cementerio Municipal; aquél hermoso cuerpo entregado al amor se había llenado de manchas lilas que la hacían gritar, y que luego la llevaron inevitablemente ante la muerte. Siete meses más tarde la pequeña Azucena moría también en la cama de un hospital infantil: la leche que recibió de su madre a través de los pezones heridos por sus inocentes encías traviesas, la mató. Mario había ido perdiendo todo en el camino: el carro, la casa, su esposa, su hija, su familia, el sueño, sus muebles, su dinero, la esperanza, su vida… no, su vida no la perdió, él pudo salvarse. Logró esquivar a la muerte aquella noche de fin de semana.

            Era un campeón.

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Gabriel Rimachi Sialer. Escritor y periodista. Autor de los libros de cuento "Canto en el infierno", "El color del camaleón", "El cazador de dinosaurios", "Historias extraordinarias", "La increíble historia del capitán Ostra" y de la novela "La casa de los vientos". Responsable de antologías de narrativa fantástica, cuentos suyos han sido incluidos en importantes antologías. Dirige el podcast "Libros que arden" en Spotify y el Círculo de Lectores Perú www.circulodelectores.pe

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Condenaron a 20 años de prisión a integrantes de ‘Los injertos del Tren de Aragua’

Proxenetas venezolanos pensaron que en el país la impunidad aún manda.

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Creyeron que en el Perú todo se podía hacer sin consecuencias. Pero no fue así. Cuatro integrantes de la banda criminal venezolana ‘Los injertos del Tren de Aragua’ fueron condenados a 20 años de prisión por el delito de explotación sexual de 10 mujeres extranjeras en el distrito limeño de San Martín de Porres.

Tony Suárez (22), María Griman (27), Izmaury Galindo (26) y Yohan Pedra (34) deberán además pagar, de forma solidaria, una reparación civil de S/ 20 000 a favor de las víctimas, según informó la Fiscalía Provincial Especializada en Delitos de Trata de Personas de Lima Norte.

La investigación reveló que las mujeres habían sido engañadas con la promesa de trabajo en Chile. Pero al llegar a Lima, se les informó que no podían continuar su viaje. Allí comenzó la pesadilla: fueron retenidas y obligadas a ejercer la prostitución, bajo amenazas de muerte.

Ante la gravedad de los hechos y tras recibir pedidos de auxilio, las autoridades lograron ubicar el 3 de septiembre de 2022 un inmueble en la urbanización Fiori, en Lima norte, donde operaba esta red criminal. Allí fueron detenidos los delincuentes venezolanos y se rescató a las víctimas.

La fiscal Luisa Inés Quispe Asmat presentó pruebas contundentes en el juicio: peritajes psicológicos, testimonios, actas de intervención, informes policiales y documentos incautados. Todo confirmó el accionar violento y sistemático del grupo criminal.

Este caso deja una lección clara: el Perú no es tierra sin ley, y quienes llegan del extranjero a delinquir creyendo que no habrá castigo, se equivocan. La justicia puede tardar, pero llega. Y en este caso, fue firme contra quienes buscaron lucrar con el sufrimiento humano.

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Más de 140 mil escolares se benefician con mejoras en 168 colegios

El Ministerio de Educación invierte más de 14 millones de soles para garantizar ambientes seguros y adecuados para el aprendizaje.

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El Ministerio de Educación (Minedu) ha destinado más de S/14 millones para mejorar las condiciones de 168 colegios públicos en 31 distritos de Lima Metropolitana, beneficiando directamente a casi 140 mil escolares. Esta intervención incluye desde reparaciones estructurales hasta la entrega de mobiliario escolar, con el objetivo de asegurar entornos seguros y funcionales para estudiantes y docentes.

Las obras se vienen realizando de forma progresiva durante todo el año y contemplan la instalación de mallas raschell contra la radiación solar, renovación de carpetas, sillas y mesas, mantenimiento de estructuras metálicas, y acondicionamiento de puertas, ventanas y otros ambientes. Ante las lluvias persistentes, se ha priorizado la atención en los distritos más afectados, como San Juan de Miraflores y Villa María del Triunfo. En estos sectores ya se trabaja en instituciones como Sol de Los Milagros, Juan Guerrero Quimper, José Olaya Balandra y Bartolomé Mitre.

La intervención se ha dividido en cuatro etapas. Las dos primeras, desarrolladas entre marzo y mayo, beneficiaron a más de 57 mil estudiantes en 61 colegios con una inversión de S/4.5 millones. Actualmente, se ejecuta una tercera fase en 51 instituciones, con S/4.7 millones destinados para mejorar la educación de más de 40 mil escolares. A partir del 7 de julio, arranca una cuarta etapa que atenderá a 56 colegios adicionales, con una inversión similar y más de 41 mil beneficiarios.

Estas acciones del Minedu se respaldan en las leyes 32272 y 32260, que permiten intervenciones inmediatas y financiamiento directo en instituciones educativas públicas afectadas por daños estructurales o emergencias climáticas.

Los colegios intervenidos están ubicados en distritos como Villa El Salvador, San Juan de Lurigancho, El Agustino, Lurín, Ate, Los Olivos, Comas, Chorrillos, Ventanilla, entre otros, abarcando un amplio sector de Lima Metropolitana.

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Mineros informales bloquean siete carreteras tras ser excluidos del REINFO

La exclusión de más de 50 mil mineros del REINFO expone el fracaso de una política de formalización que nunca llegó a los territorios.

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Las tensiones en el sector minero estallaron este lunes 7 de julio, luego de que el Gobierno excluyera a más de 50.000 mineros de la pequeña minería y minería artesanal del Registro Integral de Formalización Minera (REINFO). La medida ha desencadenado bloqueos en al menos siete vías nacionales, interrumpiendo el tránsito en regiones clave como La Libertad, Arequipa, Cusco e Ica.

El ministro de Energía y Minas, Jorge Montero, señaló que solo 31.500 mineros han cumplido parcialmente con los requisitos del REINFO y deberán completar cinco etapas adicionales antes de diciembre de 2025. Estas incluyen la formalización laboral, acuerdos de acceso a superficie, firma de contratos con los titulares de concesiones y la incorporación al nuevo Fondo Minero, un mecanismo diseñado para canalizar recursos hacia el desarrollo sostenible del sector.

Por su parte, la presidenta Dina Boluarte justificó la exclusión afirmando que cerca de 45.000 mineros llevaban más de cuatro años sin avanzar en su formalización, a pesar de una prórroga otorgada desde noviembre de 2024. Además, se identificaron 1.500 casos de uso irregular de permisos, incluyendo su alquiler o tercerización en zonas ya concesionadas, lo que habría generado conflictos legales y sociales.

Siete carreteras bloqueadas

De acuerdo con el último reporte de la Superintendencia de Transporte Terrestre de Personas, Carga y Mercancías (Sutran), todas las interrupciones en vías nacionales están vinculadas directamente a protestas por parte de mineros informales y pequeños productores. El monitoreo realizado en coordinación con la Policía Nacional, Defensa Civil y concesionarias viales muestra las siguientes rutas afectadas:

Trujillo – Agallpampa – Quiruvilca (km 121), La Libertad: interrumpida por huelga de mineros.

Longitudinal de la Costa Sur (km 443), Ica, Nasca: bloqueada por protesta de la Confederación Nacional de Pequeña Minería.

Mara – Velille (km 37+600), Cusco, Chumbivilcas: vía cerrada por manifestación de mineros artesanales.

Mara – Velille (km 121), Cusco, Chamaca: nuevo punto de bloqueo reportado por la misma confederación.

Costa Sur (km 619), Arequipa, Chala: interrupción por movilización de pequeños mineros.

Costa Sur (km 782), Arequipa, Camaná: manifestación de pobladores vinculados a la minería informal.

Sierra Norte (km 129+500), La Libertad, Quiruvilca: protesta de mineros artesanales.

La situación genera serias afectaciones al transporte de carga, alimentos y personas, además de evidenciar un problema estructural no resuelto: la informalidad minera y la incapacidad del Estado para implementar una política de formalización efectiva y sostenida en el tiempo.

Desde el Gobierno, el mensaje es claro: quienes no cumplan con los pasos establecidos quedarán fuera del proceso. Sin embargo, la falta de acompañamiento técnico, la demora institucional y la débil presencia estatal en zonas mineras explican en parte el fracaso de la formalización. Hoy, esa deuda estalla en las carreteras.

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Miguel Ángel Requejo: una ‘tentativa de homicidio’ que exige justicia

La jueza Kharla Orellana Sánchez dictó nueve meses de prisión preventiva contra Miguel Ángel Requejo, acusado de embestir con su camioneta en el restaurante ‘El Charrúa’.

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En un país donde la impunidad muchas veces se confunde con indulgencia, el Poder Judicial ha ordenado nueve meses de prisión preventiva contra Miguel Ángel Requejo Astochado, el sujeto imputado por tentativa de homicidio calificado, omisión de socorro y otros cargos, tras haber embestido con su vehículo el restaurante «El Charrúa», en La Molina. Este hecho, que dejó cuatro heridos y cuantiosos daños materiales, pudo haber terminado en una tragedia de dimensiones mayores.

La noche del miércoles 2 de julio, Requejo Astochado —según la acusación fiscal— condujo y estrelló su automóvil directamente contra el establecimiento gastronómico, poniendo en grave riesgo la vida de comensales y trabajadores. Entre los lesionados figuran Augusto Fernando Ramengui Quintanilla, Mario Rodolfo Barbacci Quintanilla, Aníbal Aliaga Masías y Dante Ricardo Consiglieri Chávez. Más allá del impacto físico y económico, lo ocurrido revela una profunda irresponsabilidad criminal que hoy intenta disfrazarse de arrepentimiento.

Durante la audiencia, la fiscal Karen Rosario Cueva Quispe fue categórica: el acusado no solo huyó de la escena sin brindar auxilio a los heridos —lo cual evidencia su desprecio por la vida ajena— sino que además tiene antecedentes por lesiones dolosas. A pesar de autodenominarse empresario, no presentó prueba alguna de arraigo laboral. ¿Cómo confiar entonces en que no intentará fugar del país?

Lo más llamativo, sin embargo, fue el cambio de actitud del imputado al escuchar la decisión de la jueza Kharla Orellana Sánchez, quien finalmente acogió el pedido fiscal, dictando 9 meses de prisión de preventiva y dispuso su reclusión hasta abril de 2026. En ese momento, el acusado rompió en llanto y pidió perdón entre balbuceos, apelando a la conmiseración con frases como «El restaurante es como mi casa» o “no sé qué pasó, perdí mis lentes”.

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Técnicos de la FAP son investigados por robar componentes aeronáuticos en Iquitos

Grave escándalo en la Fuerza Aérea del Perú: red de corrupción, robo de componentes aéreos y presuntos vínculos con sicarios comprometen al Grupo Aéreo N.º 42 en Iquitos.

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Por Jorge Linares

El pasado 7 de enero del presente año fue hallado el TIP FAP Boris Meléndrez Seminario en una situación comprometedora con una caja conteniendo diversas piezas pertenecientes a las aeronaves DHC6-Twin Otter Series 300/400, dentro de uno de los almacenes del Grupo Aéreo N° 42 en la ciudad de Iquitos.

Asimismo, se pudo comprobar que no es la primera vez que el TIP FAP Meléndrez incurre en estos actos perniciosos contra la Fuerza Aérea del Perú, como consta en la carpeta fiscal N° 1328-2024, donde se le investiga por ser el único responsable de la pérdida de 4 componentes aéreos: 2 unidades FCU (unidad de control de combustible) y 2 unidades gobernadores de hélices, valorados aproximadamente en medio millón de dólares.

Según las investigaciones de este caso, llama la atención que dos de los testigos claves —el TIP FAP Ronal Borbor Reátegui y el TC3 FAP César Vega Paredes— expresan contradicciones con respecto a la presencia de ambos en un área restringida como es el almacén de alto costo.

De acuerdo con las investigaciones por parte de la Policía y el Ministerio Público, se viene descubriendo más nombres relacionados a otros hechos similares y se puede vincular con una organización criminal dentro de la institución aérea, porque estas personas se han valido de los servicios de un sicario para atentar contra la vida del personal denunciante o de cualquier persona que atente contra sus intereses. Esta afirmación lo corroboró el SO3 FAP Gonzalo Jesús Espinoza Camacho en una colaboración notarial (16 de julio de 2024) al verse descubierto y ser parte de esta estructura criminal, como consta en la carpeta fiscal 17-2025, derivada de la carpeta fiscal 1161-2024.

El SO2 FAP (r) Carlos Andrés Burgos Huapaya, quien en su momento fue abogado de los implicados, manifestó que había dejado de llevar la defensa legal del SO3 FAP Anghelo Albornoz Córdova porque era indefendible ante las evidencias que hay en su contra por haber envenenado al perro guardián para ingresar sin autorización al hangar del Escuadrón de Mantenimiento N° 426 del Grupo Aéreo N° 42 el 13 de julio del 2024 a las 3:40 a.m. y que contó con la participación de los técnicos TC3 FAP César Vega Paredes, SO2 FAP Julio Gonzáles Ramírez y el sicario, quien hasta la fecha no está identificado; pero hay una probabilidad de que sea un mal miembro de la PNP del grupo terna. Burgos también aseveró que este robo de piezas de aviones es una práctica antigua en el Grupo Aéreo N° 42.

Desde el inicio de las investigaciones hasta la fecha, ninguno de los investigados se presentó a dar sus declaraciones, dejando entrever una posición obstruccionista y sospechosa para esclarecer estos hechos execrables que son materia de investigación, a excepción del SO3 FAP Gonzalo Jesús Espinoza Camacho, quien se ratificó de su primera manifestación en la sede policial y fiscal. Todos los implicados pertenecían al área de mantenimiento de motores del Grupo Aéreo N° 42 y ya fueron dados de baja, a excepción del TIP FAP Ronal Borbor Reátegui, quien pidió de manera voluntaria su pase a retiro, despertando mayor sospecha en su persona ya que tenía una carrera militar ascendente.

Es de mucha valía que las autoridades del Ministerio de Defensa y de la Fuerza Aérea del Perú, brinden importancia a este escándalo de corrupción dentro de la institución aérea, porque más allá del evidente robo millonario que le vienen haciendo al país estos malos efectivos, perjudican de manera directa la gran labor social que realiza el Grupo Aéreo N° 42 en la Amazonía peruana.

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Pisaq y Tipón bajo amenaza: turistas defecan en nuestro patrimonio por falta de baños

Una denuncia ciudadana revela que, por falta de baños y señalización, turistas estarían utilizando zonas arqueológicas como letrinas

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Hay actos que no solo denotan ignorancia, sino un desprecio inconsciente –y por eso más brutal– por la historia que nos sostiene. Lo que está ocurriendo en los Parques Arqueológicos de Pisaq y Tipón no es una simple anécdota escatológica, como algún burócrata desganado podría resumir en un parte olvidable. Es, en verdad, una forma sutil y cruel de profanación.

El 29 de junio, según denuncias de guías turísticos, visitantes defecaron y orinaron entre las piedras sagradas de nuestros ancestros. Y no lo hicieron por rebeldía o vandalismo gratuito, sino porque no hay baños. Así de sencillo. Así de grotesco.

La escena sería cómica si no fuera tan trágica: turistas desesperados, buscando dónde aliviarse, mientras la brisa andina arrastra los ecos de un pasado glorioso convertido en letrina. ¿Cómo llegamos a esto? ¿Cómo es posible que un país que se llena la boca hablando de su riqueza patrimonial no sea capaz de instalar un baño seco, una letrina digna, un mísero cartel que diga “por aquí no”?

El problema no es nuevo. Lo nuevo es la frecuencia con la que se repite, la indiferencia con la que se recibe, y la absoluta desidia de quienes deben solucionarlo. La Dirección Desconcentrada de Cultura de Cusco, órgano que debería velar por estos santuarios, parece vivir en un letargo administrativo. La escasa señalización, la falta de personal de resguardo y la inexistencia de puntos de información para los visitantes no son fallas técnicas: son síntomas de una renuncia institucional a proteger lo que nos define.

Pero la responsabilidad no termina ahí. El Ministerio de Cultura, que debería ser la conciencia vigilante del país, se ha convertido en una oficina de trámites opacos, más preocupada en sostener convenios insólitos con asociaciones ufológicas que en evitar que las ruinas se llenen de heces.

Lo que ocurre en Pisaq y Tipón no es solo un atentado físico contra las piedras: es una erosión simbólica. Cada micción entre muros incas es una bofetada a nuestra identidad. Cada excremento, una prueba de que el Estado se desentiende de su misión civilizatoria. Porque eso es, al final, el patrimonio: un recordatorio de que venimos de algo más alto que nosotros mismos.

No basta con declarar la indignación. Urge que el Estado reaccione, que asigne presupuesto, que entienda –de una buena vez– que la defensa del patrimonio no es un lujo, sino una urgencia nacional. Que los caminos del turismo no pueden estar sembrados de basura, ni los templos ancestrales convertidos en urinarios.

Si no somos capaces de proteger ni siquiera las huellas de quienes nos precedieron, ¿cómo aspiramos a dejar alguna huella nosotros?

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Respuesta a Carta Notarial de Hotel Casa República

El gerente general del ‘Hotel Casa República’ envió una carta notarial requiriendo que se rectifiquen las supuestas expresiones falsas y difamatorias publicadas en una nota periodística del 17 de junio en nuestra web. Esta es la respuesta de Lima Gris.

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Llegó a nuestra redacción una carta notarial fechada el 25 de junio de 2025, recibida con fecha 2 de julio del presente, enviada por el gerente general del Hotel Casa República, señor Juan José Mendoza Arredondo, en la que se nos requiere la rectificación de una nota periodística publicada el 17 de junio de 2025 en el portal digital de la revista Lima Gris, titulada: “Barranco y el ruido del Hotel Casa República”, bajo el argumento de que la misma contendría afirmaciones «falsas y difamatorias».

Al respecto, como medio de comunicación debidamente constituido y en ejercicio legítimo de la libertad de prensa, respetuosamente expresamos lo siguiente:

  1. Libertad de información y de expresión protegidas constitucionalmente

La publicación realizada por Lima Gris responde a la labor periodística de informar sobre hechos de interés público, en este caso, las quejas y preocupaciones de vecinos del distrito de Barranco respecto al impacto de ciertas actividades nocturnas en su entorno urbano y patrimonial. Esto se encuentra amparado por el artículo 2 inciso 4 de la Constitución Política del Perú, que reconoce el derecho fundamental a «buscar, recibir y difundir información de toda índole por cualquier medio de comunicación». Este derecho no solo ampara a los periodistas, sino también a la ciudadanía que tiene derecho a ser informada.

  • Veracidad y sustento de la información publicada

Contrario a lo afirmado en su carta notarial, la publicación en mención no contiene expresiones difamatorias ni afirmaciones falsas. La información difundida ha sido elaborada con base en fuentes verificables, incluyendo testimonios directos de residentes, material audiovisual y reportes ciudadanos disponibles en redes sociales y otras plataformas. En ningún momento se ha atribuido de manera maliciosa o con intención de dañar, la generación de «escándalos nocturnos» al hotel sin fundamento fáctico.

  • No existe animus difamandi

El contenido publicado se enmarca en un ejercicio legítimo de crítica y fiscalización periodística. Como lo ha sostenido reiteradamente el Tribunal Constitucional del Perú y la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el debate público admite expresiones incluso severas cuando se trata de asuntos de interés común. La publicación no ha tenido como propósito afectar la imagen de su representada, sino evidenciar un problema urbano percibido por un sector de la comunidad.

  • Exigencia desproporcionada y amedrentamiento a la prensa

La amenaza de iniciar acciones penales y civiles en caso de no acceder a un pedido de «rectificación total en 24 horas» constituye una forma de censura indirecta y presión indebida sobre la libertad de prensa, prohibida por el artículo 13 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos. Resulta preocupante que un actor privado pretenda condicionar la labor informativa mediante la judicialización de contenidos críticos.

  • Posibilidad de réplica o descargo

Como corresponde a un medio que respeta el pluralismo, reiteramos que el Hotel Casa República pudo ejercer su derecho a réplica en el mismo portal, en vista que pudimos comunicarnos telefónicamente con el gerente Juan José Mendoza Arredondo, y cuyas versiones fueron debidamente transcritas en la misma publicación en calidad de descargo.

Por lo tanto, no existe obligación legal de rectificar contenidos que han sido redactados de buena fe, con base en hechos y bajo un interés informativo legítimo. En consecuencia, rechazamos el requerimiento de rectificación exigido en su carta notarial.

Sin otro particular, reafirmamos nuestro compromiso con el periodismo independiente, crítico y respetuoso del estado de derecho.

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Sujeto embiste su camioneta en conocido restaurante porque local lo había expulsado debido a que se encontraba presuntamente bajo los signos del alcohol [VIDEO]

Miguel Ángel Requejo Astochado ahora será denunciado por tentativa de homicidio.

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Un demente al volante. La noche de ayer, comensales del restaurante ‘El Charrúa’, ubicado en el distrito de La Molina, previo el incidente, indicaron que Miguel Ángel Requejo (51 años), había discutido con los mozos del local, quienes procedieron a expulsarlo ya que el sujeto había ingerido bastante alcohol y estaba incomodando a los demás comensales.

Minutos después, el sujeto se sube en su moderna camioneta para conducir sin frenos hasta la fachada del local, colisionando sin importarle que adentro se encontraban personas consumiendo.

Producto del salvaje impacto resultaron heridas dos personas, además del daño material ocasionado por el irresponsable conductor.

Uno de los afectados mencionó que procederá a denunciar penalmente a Requena, calificando el hecho de tentativa de homicidio, tildando además de “enfermo mental” al ebrio chofer, quien no paraba de gritar en todo momento, relata el agraviado, que era un magnate y podía hacer cualquier cosa.

«Ya está detenido. Es un enfermo mental. Esto es un intento de homicidio. Nosotros estamos pidiendo la cuenta y pagando. En un principio estaba sentado y me levanté no sé cómo segundos antes de que el carro se empotre por eso que estaba a un costado e igual me hizo volar», detalló a Canal N.

fuente: latina.

En tanto, el restaurante ‘El Charrúa’, lamentó el incidente ocurrido anoche, manifestando que colaborará directamente con la Policía para suministrar las grabaciones dentro del local.

«Desde ‘El Charrúa’, reafirmamos nuestro firme compromiso con la seguridad y el bienestar de todos nuestros clientes y colaboradores. Como medida preventiva y con el objetivo de reforzar nuestros protocolos internos, hoy miércoles 3 de julio permaneceremos cerrados», indicaron.

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