Connect with us

Cultura

La cultura lleva tu nombre

Avatar photo

Published

on

Se fue hace veinte años. La cultura, sus amigos, su barro, le siguen echando de menos. Y es que no ha habido nadie capaz de tomar su lugar, ni de emular sus logros intelectuales. Este es un testimonio, una revelación, pero es sobre todo una confesión de parte de cómo nos conocimos y cómo, pocos años después, nos despedimos. Si la cultura tuviera un nombre, un apellido, esos son los suyos: Manuel Baquerizo Baldeón.

Hasta entonces solo había leído su nombre en los suplementos culturales y me había solazado con sus impecables críticas de arte. Pero ahora lo tenía allí, frente a mí, con su saco a cuadros y su gorrita de golf, destacando entre las veinte personas que habían asistido a la pinacoteca. Sostenía una copa entre las manos. Me acerqué, menguado, y él estrechó mi mano como se la estrecharía a cualquiera, amable pero distraído. Le planté mi nombre, balbuciente, y entonces se hizo el milagro: “Ah, es usted, mire qué gusto, lo he leído muchas veces”. Lo único que Manuel Baquerizo Baldeón podía haber leído de mí era un artículo raquítico sobre la papa a la huancaína que me había costado la vida publicar en un diario de Huancayo. Mis cuentos permanecían bajo siete llaves. Hasta esa noche poco había conseguido con ellos, pese a haber abandonado dos carreras, haberme peleado con mi familia, haber casi muerto de hambre con tal de llegar a ser un escritor.

Mi pálido éxito radicaba en que dos veces me hubieran nombrado finalista en unos concursos literarios y que una revista me diera la oportunidad de conocer a Julio Ramón Ribeyro. En realidad no había tenido una mano amiga, un preceptor, un cofrade intelectual, ni siquiera enemigos literarios (esos llegarían después) que orientasen mi literatura. Esa era la razón por la que había caminado a tropezones, en la más completa orfandad, confiándole todo al instinto porque de técnicas y recursos no tenía la menor noticia.

Pero parecía que mi fortuna empezaba a cambiar, porque ahí estaba el destino con su saco a cuadros y su gorrita de golf, dándole la oportunidad a mis desvalidos cuentos, por primera vez, de tener a alguien que los ausculte, los diagnostique, los medique. Y no cualquiera. Nadie menos que el maestro. Ya lo había dicho Laura Riesco: “Manuel Baquerizo, él mismo, es un acontecimiento irrepetible de las letras peruanas. Se trata del más acucioso investigador de la literatura peruana, sobre todo andina, capaz de enclavarse en los pliegues más profundos de la cultura de nuestro país. Nunca perdió, sin embargo, la visión del entorno latinoamericano y mundial”. Cuánta razón tenía. Pero ese no era el momento para pedirle que viera mis cuentos. Era el momento de brindar, conversar a flor de agua sobre la muestra pictórica que había reunido al mismo grupo de siempre, ofrecerle un espacio en el diario en el que yo trabajaba para asegurar nuevos encuentros y, en uno de ellos, filtrarle de contrabando mis relatos.

La táctica de ofrecerle una columna en el diario dio un excelente resultado: Manuel Baquerizo se convirtió en un asiduo colaborador de la página cultural y pronto empezó a visitar la redacción. Todavía no estrechábamos la amistad, pues yo seguía esquivo, pero no por altanería como todos creían sino por cortedad, y seguía bajando los ojos cuando él conversaba conmigo, o seguía sintiéndome un sabelonada cuando lo escuchaba hablar de cualquier tema.

El diario donde me deslomaba, Primicia, quedaba en plena Calle Real, en una casona en la que, se decía, había nacido el gran poeta de los polirritmos: Juan Parra del Riego. La redacción quedaba en el segundo piso, pero no teníamos recepción, así que recibíamos a nuestros invitados en el patio. Una noche, Manuel Baquerizo llegó abrazado de la última novela de Mario Vargas Llosa, una sobre un señor que anotaba en un cuaderno sus fantasías eróticas. Admiraba —admiro— tanto a Vargas Llosa que siempre estaba —estoy— a la caza de anécdotas sobre él. Imaginé que Baquerizo, con lo distinguido que era en el mundo intelectual, podía haber alternado con el novelista.

—¿Usted conoce a Vargas Llosa? —le pregunté.

El maestro afirmó con la cabeza. Pese a que mi tarea de editor había quedado inconclusa, lo invité a sentarse en uno de los sillones verdes colocados en el patio, debajo de la arquería, y me senté a escucharlo. Me contó que en una ocasión los críticos Abelardo Oquendo y Carlos Araníbar, integrantes de un círculo de escritores en ciernes de la universidad de San Marcos, lo invitaron a una tertulia de amigos. Entre ellos había un muchacho desconocido del círculo, alto, espigado, que iba por primera vez a la reunión. Le invitaron a leer un cuento y él lo hizo, interrumpiéndose cada tanto, balbuciendo, sobreponiéndose a su propio nerviosismo. “Todos lo escuchábamos con atención. Se trataba de un cuento sobre una extraña mujer que contaba su vida en los cafés y bares de Lima”, recordaba Baquerizo. La reunión, lamentablemente, fue desalentadora para el muchacho: al finalizar, todos lo miraron, guardaron silencio, y cuando reanudaron la conversación empezaron a hablar de otras cosas, evadiendo desdeñosamente su cuento: “Era Vargas Llosa, oiga usted, y era todavía estudiante. No sabe la pena que me causó que nadie le hiciera caso”.

Sinceramente, me fascinó la anécdota, como me fascinó el modo de narrar, de pegar la hebra de Baquerizo, a quien a partir de entonces empecé a ver con muchísimo más respeto. Me enteré que acababa de cesar en la Universidad Nacional del Centro, en el cargo de vicerrector, y que ahora se dedicaba exclusivamente a lo que mejor sabía hacer: potenciar la cultura. Leía desde las seis de la mañana, periódicos, libros y revistas, y por la tarde se sentaba a escribir largos y cerebrados ensayos sobre arte y literatura; es decir, vivía una vida más rica e intensa que la realidad cotidiana, como lo decía él mismo. Nuestra amistad era, todavía, germinal.

Unos meses después, por bocazas, me metí en un embrollo del que no hubiera podido salir sin el socorro de Baquerizo. Eran épocas difíciles, de dictadura civil, y un buen día llegó a la redacción un nuevo director para el periódico: Richard Molinares. Se trataba de un treintón enorme, con calvicie prematura, que —decían— llegaba de un periódico limeño que le servía rastreramente al absolutismo. Al principio medimos nuestras miradas, nos apartamos el uno del otro, sin darnos una tregua. Luego, por cosas del trabajo, fuimos acercándonos, hasta que terminamos por allanar nuestras diferencias. Una noticia remeció el país por esos días: un grupo de terroristas encapuchados secuestró la residencia diplomática del Japón, tomando cautivas a más de treinta personas, entre las que se contaban magistrados, empresarios y congresistas. En la abridora del diario se afirmaba que unos terroristas habían tomado “de” rehenes a treinta personas, y yo (metiche y arrogante) le sugerí a Richard que cambiara la preposición material “de” por la partícula gramatical “en”, puesto que los cánones lingüísticos así lo exigían (en realidad se lo había escuchado decir a Martha Hildebrandt una vez y no me había dado el trabajo de ahondar en el tema). Richard me hizo caso, sin saber que estimulaba el fuego de una trapatiesta magnífica, y al día siguiente el diario, con enormes letras coloradas, informaba que unos “terroristas habían tomado ‘en rehén’ a treinta personas en la residencia del embajador japonés”. Desde muy temprano empezaron a llegar las llamadas telefónicas, algunas mordaces y otras furibundas, pero todas enfiladas contra el titular: “No sean, pues, ignorantes, nos dijo el dueño del periódico, enojadísimo, tirando un ejemplar sobre la mesa de redacción. ¿Desde cuándo se toma ‘en rehenes’ a la gente?”. Hasta media mañana me tocó a mí torear los insultos y las imprecaciones, pero a esa hora llegó Richard y, con cara de yo no fui, le endosé el problema para que lo enfrentara en su condición de conductor del medio. Nadie tuvo compasión con él, nadie le dio el beneficio de la duda, nadie siquiera le palmeó la espalda, así es que a las tres de la tarde se plantó delante de mí para espetarme: “Tú me metiste en esto y ahora me sacas”. Pasaba que ni él ni yo teníamos argumentos sólidos para defender nuestra posición lingüística y, huérfanos e indoctos, estábamos a merced de la maledicencia de la sociedad que nada perdona. Con su sonrisa marcial, con su saco a cuadros y su gorrita de golf, recordé entonces la sabiduría de Manuel Baquerizo. Busqué su número de teléfono en la guía de abonados y me contestó una voz femenina, informándome que el maestro no estaba en Huancayo, que había viajado a Lima. El cielo se desplomó sobre mí. Cuentan mis compañeros de trabajo que me veía desesperado, que recorría la estancia a pasos agigantados, que tenía la marca de la muerte en la cara. Debía ser cierto porque me sentía perdido, sin un pérfido libro donde hacer la consulta, con todas las salidas tapiadas. Pero existe una fuerza interna —lo confirmo— que delimita la supervivencia del hombre. Esa fuerza me condujo a pensar sobre frío: Baquerizo me contaba que siempre que iba a Lima pasaba gran parte de la tarde en la librería El Virrey. Pregunté por el número telefónico de la librería y llamé. Me respondió una contestadora automática, toda una novedad para la época, que me enlazó luego con una recepcionista.

—Buenas tardes, disculpe, llamo de Huancayo —empecé.

—Sí, ¿en qué puedo ayudarlo? ¿Desea un catálogo?

—No, muchas gracias —dije—. En realidad llamo porque quisiera saber si el doctor Manuel Baquerizo está en la librería.

—Manuel Baquerizo —repitió la recepcionista—. No, aquí no trabaja.

—Ya sé que no trabaja con ustedes —repliqué—. Es un cliente y siempre se pasa horas en la librería.

—No, pues, no conocemos a nadie con ese nombre.

—Entonces hágame un favor, señorita —imploré—. Mire si en las mesas hay un señor con saco a cuadros y una gorrita de cuero.

La respuesta de la recepcionista, casi inmediata, me restituyó una brizna de esperanza: “Sí, allá al fondo hay un señor con esas características”. Le pedí que por favor me comunicara con él y ella, raro modelo entre las de su especie, accedió, imagino, levantándose de hombros. Segundos más tarde la voz de Manuel Baquerizo, enérgica y francota, sonaba en el auricular.

—Aló, ¿con quién hablo?

—Soy Bossio, doctor, buenas tardes.

—Ah, don Sandro, qué sorpresa.

—Sí, disculpe que lo importune, pero se trata de un asunto de vida o muerte.

En seguida le puse al corriente de lo ocurrido y, al final, con una súplica, le solicité asistencia. “No se preocupe, don Sandro, me dijo. Estamos en el lugar ideal. Déjeme revisar unos libros y lo llamo en una hora”. Manuel Baquerizo era un hombre cumplidor, escrupuloso con los tiempos, y ese día lo constaté: una hora después sonó el teléfono y ahí estaba de nuevo su voz intensa: “Sí, don Sandro, tiene usted toda la razón. El Diccionario de Seco y el manual de Lázaro Carreter están de acuerdo con su planteamiento. Lo que pasa es que ‘rehén’ es sinónimo de ‘prenda’ y hay que trabajar con todas sus preposiciones. O sea, decir ‘quedaron en rehén’ equivale a decir ‘quedaron en prenda’. Esa es la razón”. De inmediato le alcancé a Richard los esclarecimientos correspondientes y al día siguiente sacamos una nota aclaratoria con las explicaciones de Baquerizo. Nadie ya dijo esta boca es mía.

A las pocas semanas conocí a Eleodoro Vargas Vicuña, a quien entrevisté con gran ilusión, porque accedió a darme una audiencia, pese a que hacía muchísimos años que se negaba a conversar con la prensa. Me precio de haber sido el último periodista en haberle hecho una larguísima entrevista, que luego publiqué en mi periódico y dupliqué en algunos medios de Lima. En cuanto se divulgó, Manuel Baquerizo me llamó a la redacción y, por primera vez, me invitó a una copa. Fuimos a una panadería del centro, aledaña a la catedral, donde el maestro era querido y respetado, y donde —según me dijo— se preparaba el mejor “caliente” de Huancayo. Supe entonces que Baquerizo era un buen bebedor, culto y refinado, y que el ron Caldas era su favorito. Esa noche me felicitó, me dijo que había hecho una excelente entrevista, y que había logrado con Vargas Vicuña lo que nadie había conseguido hasta entonces: que confesara su nacimiento en Acobamba, Tarma, en contraposición a Arequipa, de donde se reclamaba por pecaminoso orgullo. Bebimos tres rondas del delicioso trago sin apartar de nuestra mesa las técnicas y los recursos literarios más efectivos. Ese encuentro me brindó los arrestos necesarios para, a la semana siguiente, presentarme en su casa sin previo aviso: habiéndome llenado de valor, llegaba a ella con una carpeta bajo el brazo, continente de cinco cuentos, corregidos y recorregidos para ver si pasaban su prueba de fuego. Se los entregué al maestro con el pedido de que los revisara. Él le dio una mirada a los papeles, luego cerró la carpeta, y afirmó: “perfecto, dijo, los veo y le llamo”. Fueron las semanas más angustiosas de mi vida. Mientras esperaba la llamada del maestro, un sudor helado recorría mi cuerpo, como ramalazos, y me decía que si Baquerizo les cortaba la cabeza, habría fracasado en mi intento de ser escritor, y doce años de trabajo se habrían ido por el excusado. A los pocos días me llamó, pero no para alcanzarme una crítica, sino para pedirme autorización para corregir los cuentos. “Haga con ellos lo que crea conveniente, doctor, al final están preparados para todo”, le respondí. Quince días después recibí de nuevo su llamada, citándome en su casa, a donde acudí puntualmente. Hablamos varias horas, de otras cosas que nada tenían que ver con mis cuentos, mientras yo me consumía en ansiedad, hasta que ya cerca de las diez de la noche sacó la carpeta y me la entregó mientras me decía: “He leído todos sus cuentos, don Sandro, y todos me han gustado. Pero hay dos que realmente me han impactado: el de la enfermera y el de la pianista. Son realmente excepcionales”. Pero había un grave problema —me dijo— que no permitía que mis cuentos alcanzaran su esplendor: la prosa. Entonces eché una mirada a los papeles y me escalofrié con la cantidad de palabras tachadas, de frases sustituidas, de calificativos eliminados, de preposiciones agregadas. Realmente, poco quedaba de lo que yo alguna vez había escrito, y entre los jeroglíficos y las tachaduras solo de vez en cuando reconocía una o dos palabras que habían quedado en pie. “Tiene que evitar el circunloquio”, me dijo. Llegué a casa con los ánimos por los suelos, pensando que mi carrera literaria tocaba a su fin. La desesperanza hizo presa de mí durante unos días, pero al cabo de ellos estaba de nuevo sobre el caballo, repasando las correcciones de Baquerizo, escrutándolas, estudiándolas, colonizándolas con lápiz y papel, remitiéndome al diccionario. Semanas después, de tanto haber reescrito los cuentos con las correcciones, y de tanto haber estudiado el uso de los infinitivos y los gerundios, estaba realmente maniatizado. Hice varias versiones más de los cuentos y, para probarme una vez más, los metí en un sobre y los envié al concurso de cuentos de una empresa petrolera.

Entretanto, seguí cultivando mi amistad con Baquerizo. Nos reuníamos semanalmente en su casa (recuerdo con agrado ese patio solariego donde arrimaba cómodos sillones para conversar en la intemperie y, además, el olor delicioso de las maderas barnizadas de su sala en el segundo piso) o, a lo mejor, en un café. Y conversábamos. La mayoría de las veces él hablaba (monologaba) y yo me embebía en su verbo, en sus vivencias, en su mundo pasado. Pero a veces yo inquiría y él respondía. Así me enteré de muchísimos pasajes de su vida: que había empezado trabajando en la universidad San Cristóbal de Huamanga, que había tenido una fuerte polémica filosófica con Abimael Guzmán Reynoso, que una vez había bebido más de lo necesario con Ciro Alegría y habían terminado en un rinconete de baja monta, que a veces firmaba sus escritos como J. Barquero, que había dirigido varios suplementos culturales (del que más orgulloso se sentía era de Proceso), que había sido gran amigo de José María Arguedas. ¿Por qué el maestro, con ese verbo y esa nombradía, se había quedado a vivir en Huancayo? Un día se lo pregunté y me respondió que vivir en provincia le permitía seguir las incidencias literarias del mundo, del país y del interior al mismo tiempo. Amaba, realmente, a su tierra, a la que llamaba “su barro”. En verdad, había leído todos los libros, todos, los clásicos, los contemporáneos y a veces pensaba que aún los que estaban por escribirse. En otra ocasión le pregunté por su biblioteca y me llevó a conocerla. El momento en que ingresé en ella parece haberlo descrito Carlos Ruiz Zafón en su novela sobre libros malditos: “Un laberinto de corredores y estanterías repletas de libros ascendía desde la base hasta la cúspide, dibujando una colmena tramada de túneles, escalinatas, plataformas y puentes que dejaban adivinar una gigantesca biblioteca de geometría imposible”.

Al rayar el fin del milenio, a un grupo de amigos se nos ocurrió fundar un semanario de interés público llamado Página 20. Al principio fue una publicación más, llena de material de relleno, hasta que una compañera y yo tomamos el control y, con la venia de Enrique Melgar Moscoso, el financista, decidimos convertir el medio en una plataforma de resistencia política. Recuerdo mucho a gente valiosísima como Mario Castillo, Toño Bráñez, Paúl Cárdenas y Hernando Torres que no tuvieron empacho en arriesgar hasta la vida por cumplir con las difíciles comisiones que les encargábamos. Este nuevo espacio también contó con la pluma de Manuel Baquerizo, quien, además, corregía nuestros textos (en una ocasión Mario Castillo se presentó en la redacción, muy deprimido, diciendo que el doctor había “despedazado” su texto). Fue la época en que la Academia Peruana de la Lengua lo incorporó como Miembro Correspondiente y nosotros, claro, le dimos una portada. Se alegró mucho y nos dijo que había sido una noticia inesperada: “Lo cierto es que yo no me dedico al trabajo intelectual en forma sistemática y orgánica. Escribo sobre un tema, solamente cuando me agrada y cuando siento placer o satisfacción en hacerlo”. Fue la época también en que entró en nuestra vida Jair Pérez, un leído estudiante de literatura de San Marcos que tenía una bonita taberna, donde empezamos a reunirnos los viernes por la noche para dar recitales y conversar y emborracharnos sin disimulo. Gracias a Baquerizo (sobre todo durante el congreso de literatura que organizó con Nicolás Matayoshi por aquella época) conocí a mucha gente. Mis amistades legadas por él se cuentan por montones, pero puedo recordar a Miguel Gutiérrez, a Oswaldo Reynoso, a Virginia Vilchez, a Zein Zorrilla, a Samuel Cárdich, a Washington Delgado, a María Teresa Zúñiga. Con muchos de ellos me encontraría años después en Europa, o en México, o en Argentina, en las diferentes ferias de libros a las que asistiría, pero entonces yo era apenas un pobre periodista iluso que vivía casi del aire. Otro amigo muy cercano presentado por Baquerizo es Jorge Jaime Valdez.

La aventura de Página 20 terminó dramáticamente, con dos de nosotros encarcelados y perseguidos por la dictadura, llenos de deudas, pero con la satisfacción de haber puesto el pecho en su oportunidad. Los chicos que aprendieron con nosotros, poco después, publicaron un valiente periódico universitario con el molde de nuestro desaparecido semanario.

Por entonces tenía una enamorada con la que nos veíamos a hurtadillas, en un departamento de soltero que había habilitado para fines bélicos, y una tarde en que estaba con ella, retozando a oscuras, sonó el teléfono. Reconocí de inmediato la voz de Baquerizo. Ahí estaba otra vez, hablándome con gran entusiasmo, casi con frenesí: “Don Sandro, me acaba de llamar González Vigil, de Petroperú, y me dice que tres de sus cuentos han quedado finalistas en el concurso de este año”. Desde luego, quedé pasmado, entrelazados mis dedos con los de la enamorada fugaz, perdido en las tinieblas azules de la habitación. “Aló, don Sandro, ¿está ahí?”. Claro que estaba ahí, escuchando la voz llena de ímpetus del maestro, su exaltación. Me vestí de inmediato y fui en su búsqueda. Me llevó a la presentación de un libro y se encargó de que dieran la buena nueva por el micrófono. Tiempo después me enteré que Baquerizo había comprado un buen lote de los libros donde se publicó uno de los cuentos finalistas, el más breve, y que lo obsequiaba a mis espaldas a todos sus amigos, diciéndoles que en Huancayo había también buena literatura.

A los pocos meses de cerrarse el semanario político, el doctor me llamó para proponerme la dirección de otro medio de comunicación escrito, “independiente y culto”, según me dijo. Después de algunas tratativas, concordamos con Ricardo Soto, el propulsor, que yo me haría cargo de la plana periodística del nuevo semanario y que Manuel Baquerizo dirigiría un suplemento cultural mensual. Varias fueron las reuniones para determinar los nombres: finalmente el medio se llamó Nuevo siglo y el suplemento Ciudad letrada. Trabajamos tres meses, denodadamente, pero la situación política era atroz y, pese a habernos hecho el firme propósito de no tocar temas gubernativos, el medio empezó a virar hacia ellos, hasta convertirse, otra vez, en una trinchera de combate a la dictadura. La organización que nos subvencionaba trabajaba independientemente, pero temía represalias del gobierno, así es que un buen día nos sentamos a conversar amigablemente y decidimos ponerle fin al medio. “Lo único que les pido, les dije, es que matemos a la madre, pero no al cordero”. Entendieron mi demanda y fue así como Ciudad letrada se independizó y se posicionó en las esferas literarias del país. “Me siento complacido de tener en mis manos este mensuario nutrido y acorde con los tiempos. Es halagüeño saber que las ediciones se terminan y las tiradas crecen mes a mes, pues hemos empezado a llegar a Lima, Puno, Huánuco, Iquitos y otros lugares distantes”, diría Baquerizo tiempo después en una larga entrevista periodística.

Fueron los últimos meses de vida del maestro. Salieron veinte números de Ciudad letrada y yo colaboré muchísimo con ella. En una ocasión, incluso, representé a Baquerizo en el Club Huancayo de Lima para presentar la revista a un gremio de abogados huancaínos. Y es que el maestro, sin que nos diéramos cuenta, había caído enfermo.

Era la época en que yo, con todo lo aprendido, escribía una novelita de amor ambientada durante el terremoto de 1746, y había entrado a trabajar en la universidad que Baquerizo —cosas del destino— había abandonado hacía poco.

Un día me enteré que el maestro estaba internado en el hospital de la seguridad social. Fui a verlo y le llevé un libro. Me dijo que el mal había empezado con un zumbido en el oído y que ahora, después de varias pruebas, no podían diagnosticarlo, así que debía trasladarse a Lima. En efecto, en el mes de noviembre de 2001, se lo llevaron al hospital Guillermo Almenara. Me llamó varias veces. Me contaba que tenía dolores insoportables en los músculos, que había bajado de peso, que los médicos continuaban buscando la enfermedad. Y me recomendaba que no descuidara la edición de Ciudad letrada. Un día me enteré que, finalmente, habían dado con el mal y que se trataba de una miopatía. Entonces fui a una tienda de ropa y le compré una camisa de franela, roja y a cuadros como a él le gustaban, y viajé con ella a Lima para saludarlo. Lo encontré postrado, marchito, pero aún rebosante de la vitalidad que nunca le abandonó. Conversamos interminables horas.

Entretanto, a escondidas de todos, envié la novelita a un concurso literario patrocinado por el Banco Central de Reserva, pensando que si no ganaba, nadie se enteraría que había participado.

Baquerizo murió en febrero. Ese día me llamó Carolina Ocampo para echarme el mundo encima y recuerdo que, ebrio de furia y desaliento, recorrí las casas de los amigos más cercanos informándoles de lo acontecido. Las exequias fueron fastuosas: el alcalde de Huancayo, Dimas Aliaga Castro, le hizo un homenaje y cubrió su ataúd con la bandera de la ciudad. En el cementerio la familia me hizo el honor de ser uno de los oradores sombríos del cortejo. Mientras sellaban el nicho y alguien cantaba ese huaynito que tanto le gustaba al maestro “…Ay, la vida se me está yendo como se fue mi suerte…” sentí que el dolor de la garganta, como una represa fracturada, se derramaba en lágrimas arrasadoras. Al voltear, Jair Pérez también lloraba, y más allá Ana Espejo, y más allá Giovanna Almonacid, y más allá Sergio Castillo, y más allá Abel Montes de Oca. Llegaron cartas de pésame de todas partes del mundo y con Nicolás Matayoshi decidimos publicar un número de homenaje de Ciudad letrada con las decenas de epigramas y obituarios arribados.

Un mes después, me llamó el propio Luis Jaime Cisneros para felicitarme por haber obtenido el premio del Banco Central de Reserva. Mi novelita, escrita a la loca en una difícil situación económica, vencía. Después la historia es conocida: me entrevistaron en todos los periódicos y en la televisión, me dieron un cheque nada despreciable, publicaron mi libro, se multiplicaron las ediciones, me invitaron a viajar por varias partes del mundo, pero nunca tuve el premio que realmente apetecía: que Manuel Baquerizo Baldeón, mi maestro, leyera la novela fraguada con sus propias manos. Y, claro, que usara la camisa roja que se quedó sin abrir.

Comentarios
Click to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Cultura

Vargas Llosa cumple 89 años y en su honor habrá lecturas dramatizadas de sus obras

Amado por muchos y odiado por algunos, el premio Nobel de Literatura Llosa ha vuelto a visitar los Barrios Altos y el resto de escenarios que inspiraron sus novelas y hoy disfruta su cumpleaños junto a su familia.

Avatar photo

Published

on

Jorge Mario Pedro Vargas Llosa (Arequipa, 28 de marzo de 1936), conocido como Mario Vargas Llosa, sin duda es uno de los personajes más connotados en la historia peruana, por su calidad literaria y por haber alcanzado la cumbre en las letras, al cosechar a lo largo de su carrera diversos premios y en especial por ser designado como Premio Nobel de Literatura 2010.

Por ello, es considerado como uno de los novelistas contemporáneos más importantes y es uno de los autores supervivientes del boom latinoamericano. Y en honor a las celebraciones por su cumpleaños número 89, su editorial, Penguin Random House, organizó para este viernes 28 de marzo una serie de lecturas dramatizadas de algunas de sus principales obras, en cuatro distritos de Lima capital.

Las lecturas dramatizadas de “La ciudad y los perros”, “La casa verde”, “Los cachorros”, “Conversación en La Catedral”, “La tía Julia y el escribidor” y “Travesuras de la niña mala” se realizarán en los siguientes puntos:

En Plaza Norte, en San Martín de Porres, la lectura será a las 11:00 y 11:30 am.

En la Plaza San Martín, en el centro de Lima, la lectura será a las 12:45 y 1:15 pm.

En el Parque Kennedy, en Miraflores, la lectura será a las 4:00 y 4:30 pm.

En el Parque Federico Villarreal, en Barranco, la lectura será a las 5:30 y 6 pm.

Las lecturas de las obras de MVLL será hoy en cuatro puntos de Lima.  

El autor de Los Cachorros, tras reconciliarse con la tierra que lo vio nacer y tras vivir en Europa, siempre se afinca en Arequipa y en Lima, donde goza del cariño de los amigos, e incluso de los que no lo son, porque finalmente, siempre tendrán algo qué decir de él.

Tapa de la edición número 17 de la revista impresa Lima Gris publicada en 2019.

¡Feliz cumpleaños Mario y que sean muchos más!

Comentarios
Continue Reading

Cultura

Lima Gris Podcast: Mario Castro Cobos «Lo que les reprocho a esas películas de izquierda, es no ser lo suficientemente de izquierda» [VIDEO]

Nuestro invitado habló del financiamiento que reciben las películas peruanas y señaló que esta en contra de cualquier censura contra el cine peruano.

Avatar photo

Published

on

En el nuevo episodio del podcast de Lima Gris, tuvimos como invitado a Mario Castro Cobos, director y crítico de cine. Con él conversamos sobre la importancia de la piratería, la ausencia de una cinemateca nacional y sobre el polémico proyecto de ley que busca regular el financiamiento al cine peruano.

Castro Cobos mencionó: «Lo que les reprocho a esas películas de izquierda, es no ser lo suficientemente de izquierda».

Sobre el financiamiento que algunas productoras recibieron para realizar una película y al final la película nunca fue entregada, el crítico de cine señaló: «En algunos casos parece que no salieron bien las películas y más bien las esconden».

Aquí la entrevista completa.

Comentarios
Continue Reading

Cultura

Cusco – Ollantaytambo: Grave atentado al Patrimonio Arqueológico

Frente a los ojos del Ministerio de Cultura se viene atentando nuestro patrimonio arqueológico en Cusco.

Avatar photo

Published

on

La construcción de un hotel en el corazón de Ollantaytambo, un sitio arqueológico de inmenso valor histórico y cultural, ha desatado la alarma entre los especialistas y la comunidad. La obra, que comenzó el año pasado, avanza a pasos agigantados bajo el amparo de un permiso de restitución volumétrica, sin embargo, las irregularidades en su ejecución han encendido las alarmas, ya que ponen en grave riesgo la monumentalidad del casco histórico de Ollantaytambo.

En los documentos para el permiso de construcción aparece como solicitante la señora Lucinda Miranda Farfán, y en la documentación de la empresa hotelera uno de los socios sería Derik Miranda Farfán. Una clara inversión familiar que debe ser investigada por las autoridades competentes.

Fuente: Municipalidad de Ollantaytambo.

Grosera construcción

La Autorización de restitución volumétrica, N°001-2025. GDUR-MDO. Firmada por José Carlos Cárdenas Chamorro. Gerente de Desarrollo Urbano y Rural de la Municipalidad Distrital de Ollantaytambo, autoriza la reconstrucción de una vivienda tradicional de adobe y techos de teja. Sin embargo, la realidad es otra. En su lugar, se levanta una construcción moderna de fierro y cemento, con techos de estructura metálica y cobertura de vidrio. La altura de la edificación ha duplicado la altura original del inmueble, creando un desequilibrio visual que atenta contra la armonía del paisaje arqueológico.

Sin supervisión arqueológica

A esto se suma la preocupante falta de supervisión arqueológica durante el movimiento de tierras. La Dirección Desconcentrada de Cultura de Cusco, responsable de velar por la protección del patrimonio, no solicitó la implementación de un plan de monitoreo arqueológico, dejando a la deriva el valioso legado cultural del sitio, en vista que dicha construcción se está desarrollando en espacio de una terraza inca donde no se tenia pre existencias de construcciones contemporáneas excepto la pequeña vivienda de adobe. En esta situación también debió obligar el Ministerio de Cultura un Plan de Monitoreo Arqueológico.

Construcción del hotel en Ollantaytambo.

¿Oscuro negociado entre funcionarios y dueños del hotel?

La situación se vuelve aún más grave si se considera que el mismo documento de autorización de restitución volumétrica, firmado por el Gerente de Desarrollo Urbano y Rural de la Municipalidad Distrital de Ollantaytambo, José Carlos Cárdenas Chamorro, indica:
“Mantenimiento del volumen original, El inmueble objeto de intervención consta de 2 niveles, Cubiertos con tejas artesanales, inclinadas se debe respetar el color de las fachadas según los estipulado en la ordenanza municipal N| 008 2013-A-MDO. Se debe preservar otras características esenciales del inmueble, como. Su diseño arquitectónico, materiales originales y estilo. Los balcones deberán ser instalados alineados verticalmente. Con el muro de las fachadas y sus dimensiones deberán corresponder fielmente a las del inmueble original a restituir. Se expide la presente autorización a la solicitud del administrado. Cumplirse. Los trámites formales de dicha solicitud. En caso de no cumplir con la indicado, se anula la presente autorización de restitución volumétrica por daño estructural”.

Sin embargo, las irregularidades en la construcción siguen adelante, lo que hace sospechar de una posible colusión entre los funcionarios y los propietarios de dicha construcción.

Un llamado a la acción

La construcción del hotel en Ollantaytambo es un claro ejemplo de cómo la ambición económica puede poner en peligro el patrimonio cultural de un país. La comunidad, los especialistas y las autoridades deben unirse para detener esta obra ilegal y exigir la protección del sitio arqueológico. La Dirección Desconcentrada de Cultura de Cusco tiene la obligación de actuar con prontitud y firmeza para frenar la construcción y asegurar la preservación de Ollantaytambo.

¿Qué debería hacer el Ministerio de Cultura?

  • Paralización de la construcción: La obra debe ser suspendida inmediatamente para evitar daños irreversibles al patrimonio.
  • Investigación exhaustiva: Se debe realizar una investigación a fondo para determinar la responsabilidad de los funcionarios involucrados en la autorización y supervisión de la construcción.
  • Anulación del permiso de restitución volumétrica: El permiso debe ser anulado para evitar que la construcción continúe y consiguientemente el daño al patrimonio.
  • Implementación de un plan de monitoreo arqueológico estricto: Es fundamental contar con una supervisión arqueológica constante durante las obras para garantizar la protección del patrimonio arqueológico.

Finalmente, Ollantaytambo es un lugar que refleja la historia del Imperio Inca, no puede convertirse en víctima de la voracidad económica. Es hora de que las autoridades tomen medidas contundentes para proteger este valioso legado y asegurar que las futuras generaciones puedan disfrutar de su belleza e historia.

El ministro de Cultura Fabricio Valencia debe dejar de perseguir a pequeñas librerías y ocuparse en defender Ollantaytambo, ciudad inca donde el ministro también tiene su hotel.

Comentarios
Continue Reading

Cultura

Álvaro Quispe Pérez: «Los partidos políticos ya no forman jóvenes»

El autor del libro «Juventudes» conversó con Lima Gris sobre el rol de los jóvenes en el pasado y el presente.

Avatar photo

Published

on

Álvaro Quispe Pérez a los 22 años fue regidor de la Municipalidad de Villa María del Triunfo; desde muy joven conoció la vida política. En su libro Juventudes, Políticas Públicas, Participación y Contracultura hace un recorrido sobre los movimientos juveniles en el Perú y en el extranjero. «Haciendo el libro, hay temas que yo no conocía, es que había generaciones en el Perú y en el mundo que asumían los problemas de su país, querían cambiar el mundo, lo asumían ellos no mirando solo a una población etaria, es decir, eran jóvenes que asumían un compromiso mayor, ellos se sentían en la capacidad, más allá de su falta de preparación, porque eran muy jóvenes, de querer hacer cambios estructurales, transgresores», menciona Álvaro Quispe.

Aquí la entrevista con el autor de Juventudes.

Tu libro aborda las políticas públicas, la participación y la contracultura. ¿Cuál es el papel que ha jugado la contracultura en los jóvenes?

Mira, en el libro señalo que había manifestaciones contraculturales que han terminado arropando, complementando la lucha juvenil, en el caso de la música, incluso la moda, y la minifalda desde los 60 fue una expresión de rebeldía, que permitía liberalizar mentes, posturas, sociedades, y después ya es un elemento de moda, pero primero ha sido casi un arma de batalla.

Entonces, vemos cómo los jóvenes van logrando complementarse con todas las acciones, y por todos los ámbitos del arte, la literatura, la cultura, la música, van saliendo escenarios que favorecen esta lucha. Creo yo que en el Perú no hubo un escenario contracultural muy sólido; no lo hubo. Si nos vamos al discurso o a las manifestaciones rebeldes, tomaría, pues, los colectivos literarios de los 80, la música subte, que creo que es la expresión contracultural más articulada, me parece, bastante marginal y amateur, pero la más articulada y sostenida en el tiempo, que producto de ello, ahora los que antes eran hasta perseguidos, ya son una especie de rock stars.

Mencionas como contracultura algunos ejemplos, pero si hablamos de la contracultura que llegó a Lima por la Carretera Central, también hay como una especie de movimiento subterráneo que tomó la capital y se instaló en los conos ¿Cómo interpretas la llegada de miles de jóvenes y niños en los años 70?

Es cierto, yo he vivido un cono, o sea, no me lo van a contar. Pero eso muchas veces es como si no existiera, ¿no?, creo que esa manifestación cultural de la migración, no solo por la carretera central, sino después por la Panamericana, fue un producto del terrorismo. Lima Sur está más lleno de gente de Ayacucho, más por Apurímac, que sectores de Huancayo. Pero ellos sí trasladan su convicción. Algo que rescato mucho es que son personas que han logrado traer su capacidad de organización, digamos, en sus provincias y sus distritos, y han podido vencer las grandes dificultades que hay en los conos de Lima en términos de servicios básicos. Pero en términos ya de posturas, yo lo que más rescato es cómo, en la actualidad, tanto temas de la música, cuestiones vernaculares, cuestiones creativas de los diseños, por decir, los afiches de la música, cómo eso se ha creado toda una línea gráfica, que lo aprovechan otros sectores. Entonces, creo que la contracultura, en este caso de la migración y provinciana, acá no ha sido reconocida, sigue invisibilizada.

¿Qué presidente en el último siglo se ha preocupado por la juventud?

El tema joven ingresa en los noventa. Fujimori ubica una oficina muy pequeña y austera. O sea, recién nomás estamos hablando, y empieza ahí a salir a dar los primeros lineamientos. Yo creo que los que ponen en la agenda, siendo sincero, son Toledo y García. Ahora, quienes han hecho en torno a su gestión pública más por los jóvenes, tienen eso varias aristas, porque primero, para actuar en favor de la juventud, tiene que trabajar en temas de educación, en temas de empleo. Podría señalarse la agenda pública ya de Toledo y García, el crecimiento económico de Toledo y García, fundamentalmente. Me parece interesante eso, porque muchos jóvenes del 2006, 2011, 2012, como había más empleo y se democratizó también el consumo, porque teníamos mayor capacidad de consumo, yo, desde mi perspectiva, veía mayor esperanza en los jóvenes.

¿A mayor capacidad económica, mayor consumo?

Los jóvenes a los que nos gustaba la música tuvimos la oportunidad de disfrutar todo eso. En esa época, antes era carísimo y no venía nadie al Perú. Hay hasta cuestiones de entretenimiento, cuestiones de acceso a la educación, de acceso a mayor empleo, que creo que habría que medir cada gobierno algunas cosas positivas.

¿Qué gobierno se ha preocupado más por la cultura?

Queda claro que el gobierno comunista no ha sido. Todo lo contrario. Yo creo que ahí la cultura evolucionó desde una mirada del Estado. El Estado promovía más bien temas que iban propiamente contra el país. Los famosos y mal llamados diarios chichas, porque hay que quitarle el término chicha, nos promueven humor y promueven varias políticas que no ayudan a fortalecer nada cultural. ¿Se supone que el gobierno que creó el Ministerio de Cultura debería ser el que más se preocupó?

Alan García no solo creó el Ministerio de Cultura, también inauguró la Casa de Literatura Peruana y construyó el Gran Teatro Nacional en la avenida Javier Prado. Si bien hay fuertes cuestionamientos al gobierno de García, creo que, en el sentido cultural, edificó algunas bases para que esto siga creciendo.

Sí, creo que el gobierno de García, en realidad, como él traía cierta carga del primer gobierno, que también ahí hay muchos aspectos culturales que sería bueno tomar en cuenta, pero quiso avanzar en el 2011 muy rápido. Entonces, priorizó, y es políticamente entendible, el tema de la inversión y otras cosas. Pero en el tema de cultura, yo recuerdo alguna reunión en la que participé con otros funcionarios; él fue articulando en el camino un plan, y el plan era convertir como un eje cultural lo que es Javier Prado y Aviación. Y que, lamentablemente, el otro gobierno no ha cumplido, y que hoy vemos lo que está sucediendo con el Archivo Nacional. El eje era así: era la Biblioteca Nacional, el Teatro Municipal, el INC (Mincul), lo que vendría a ser el Archivo General de la Nación, que está al costado de la biblioteca, que está abandonado el terreno, y el Gran Teatro Nacional. Por eso le pusieron la Estación La Cultura.

Y el Ministerio de Educación se encuentra a la espalda…

Exacto. Lo construyeron también en ese escenario como un libro, para que sea como libros apilados. Era un buen eje, que allí se podía hacer todo un movimiento cultural. Pero en la Casa de la Literatura también; yo en esa época estaba en el sector de Educación, y me consta que hubo oposición, y lo hicieron un poco bajo el estilo de García, o sea, como se dice, sí o sí, no a las patadas. Transformaron la Estación Desamparado. Después, el gobierno de Ollanta Humala, hay que decirlo, quiso cerrar esa Casa de la Literatura. O sea, quisieron trasladar la Casa de la Literatura a una oficina de tres pisos.

Hubo una visión de tener gran infraestructura cultural

El Teatro Nacional es un teatro de primera. Al que haya visitado otro teatro en el mundo, va a saber que a este no le envidia nada. Y tal vez le faltó un discurso más agresivo a nivel cultural. Creó muy tarde el Ministerio.

Creó un Ministerio de Cultura que ahora muchos quieren que desaparezca.

No debe desaparecer. Deben desaparecer las camarillas que hay ahí. Se han juntado ahí núcleos, argollas. En ese ministerio Alan García lo puso a Juan Ossio, eso fue a pedido de Mario Vargas Llosa. Porque Juan Ossio es el discípulo y amigo de Vargas Llosa. Y era natural, era el Nobel, no le podías negar eso. Eso te lo tenía que haber relanzado Ollanta Humala, pero no lo hizo, al final trajo a la cantante Susana Baca. Es muy buena, todo, pero no en gestión.

Es importante tener un gran gestor cultural para estas cosas…

Hay algo que quería decirte, en el primer gobierno de García, hay un hecho que lo estoy investigando, también te comento, que él genera el Seminario de Identidad Cultural Latinoamericana en Perú. Son dos hasta tres ediciones, se llamaba el SICLA, y no conozco de otro país, donde un presidente haya convocado a la crema y nata de la música y de la cultura a su país en una semana. Vino desde Fito Páez, Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Mercedes Sosa, León Gieco, entre otros.

¿En los últimos años crees que la juventud ha sido manipulada para algunos movimientos sociales?

Sí, yo creo que sí. Yo creo que la juventud tiene poca conciencia crítica, muy poca conciencia social. Me parece que eso también parte de que las universidades hacen poca política universitaria. Ya no se hace política en las universidades. O sea, es una política de grupos, de argollas, de élites. Entonces ya no es un laboratorio de ideas políticas y sociales, que siempre creo que la universidad debe asumir ese rol. Las universidades también están para generar conciencia crítica.

Los partidos políticos ya no forman juventud, hay que decirlo, por lo menos en los últimos 10, 15 años. Su función es muy limitada, ya no tienen discurso para los jóvenes, y ya no siembran ilusión para los jóvenes. Entonces, ahí hay un gran problema; los colegios, otro problema. Y creo que las redes sociales terminan, digamos, generando una dinámica social en que el joven es ahora inmediatista. En la época de Vizcarra, la prensa estaba con Vizcarra, por decir, era una cosa ya vergonzosa. Entonces no hay espacio de debate; es muy lamentable que en la prensa en el Perú ya no haya debate.

En el libro también mencionas al celular ¿la tecnología se ha convertido en un arma para los jóvenes?

Sí, yo creo que todo cambio tecnológico y digital, que hoy lo analizamos desde el celular, termina potenciando el activismo social de cualquier grupo etario, en este caso de los jóvenes con mayor razón porque están más relacionados a la tecnología. Y entonces lo que antes, en los 60, terminaba siendo algo artesanal, como un mimeógrafo, donde iban sacando sus volantitos, iban preparando sus pancartas. Igual, con todas esas carencias, lograron organizarse y hacer grandes manifestaciones. En la actualidad, el celular termina siendo la principal arma de convocatoria, prácticamente quien convoca ahora a una manifestación; el celular es como tu aliado.

Yo creo que los jóvenes hacen muy bien en usar la tecnología; eso ha amplificado su voz, ha roto barreras también de la prensa, que a veces hay prensa que censura y que quiere comunicar lo que quiere. Entonces el celular también termina siendo un arma de libertad para romper todas esas estructuras mediáticas que quieren comunicar por sus intereses. Ahora se viralizan las noticias, en este segundo. Eso me parece fundamental para el activismo, para la libertad, para la búsqueda de derechos y oportunidades para la juventud.

El partido Morado se vende como un partido con líderes jóvenes, ¿esto es así?

No, para nada, ese partido es una pantomima, en realidad, con Guzmán a la cabeza. Ahí hay un aprovechamiento y un oportunismo político vergonzoso del partido Morado, porque realmente nunca han tenido una agenda para jóvenes, o una agrupación real. Yo creo que hay mucho oportunismo, y usan a la fecha estos jóvenes fallecidos (Inti y Brayan), lo cual es lamentable. Quienes cometieron el crimen deben pagar, pero no se puede usar su memoria como para querer hacer de esta manifestación espontánea una gesta histórica, que permita tener una memoria que recordar para fortalecer los intereses de estos partidos.

¿Te parece que la marcha contra Merino fue espontánea?

Yo creo que hay un gran sector de jóvenes, productos que estaban encerrados en la pandemia, y que les vendieron una propuesta. Sí salieron espontáneamente, porque conozco muchos casos de jóvenes que no hacen política, y que sí dieron el tiempo de organizarse con sus amigos, tomar su taxi, irse a Lima. Hay muchos que han salido así, porque dominaban los medios y porque dominaban medios digitales. Ojo que acá en el Perú, un sector que hace política tiene un gran grupo de medios digitales; ellos lo quieren ocultar, pero están articulados. Yo los veo, los consumo, me parecen interesantes algunas cosas, pero tienen sus egos.

Actualmente una gran cantidad de jóvenes se preocupa más por los memes ¿Cuál es el futuro del país en manos de jóvenes que carecen de cultura general?

Yo creo primero que el país en realidad vive una crisis, debe entrar en un proceso de refundación. Vivimos en una democracia sin líderes, porque nadie identifica un líder real, en una democracia sin instituciones, porque el Congreso, el Gobierno, el Poder Ejecutivo, el Poder Judicial, la Fiscalía, todo está desacreditado, la Policía, nadie cree en ninguna institución, basta de las encuestas, pasan el 10% y algunos están en el 3%, y también se vive una democracia sin partidos, y eso es muy lamentable que haya una democracia sin partidos porque se supone que de los partidos donde se van a hacer los ejes programáticos de los futuros gobiernos y donde van a salir los gestores, los estadistas, los cuadros técnicos y políticos a dirigir este país.

¿Es necesaria una reforma educativa pensando en los jóvenes?

Sí, creo que sí. Si bien hubo una reforma magisterial que se ha ido debilitando en el tiempo por los gobiernos y no han seguido esa política, que era lo que buscaba, era capacitar a los profesores en base a la meritocracia, creo que sí se debería dar una reforma de la currícula escolar que genere y permita un pensamiento más crítico de los escolares con su país y que no se esté privilegiando, como hubo algunas gestiones, no de gobiernos completos, pero de algunos ministros o ministras en temas, por decir, de género, que han priorizado una agenda que no es tan prioritaria como el pensamiento crítico. Me hubiera encantado que muchos de esos grandes educadores más bien pelearan por cursos de filosofía, de lógica, de cívica, en vez de estar pensando en agendas LGTB, que no estoy en contra, pero que no creo que sea la prioridad de los escolares para su crecimiento.

¿Apoyas las agendas LGTB?

No, yo apoyo la libertad, apoyo que se reconozcan derechos, creo que igual debe haber más derechos para la persona, para las minorías; o sea, no se les puede tratar como sectores invisibilizados, que no tengan la capacidad. Si quieren casar, regular algún escenario de matrimonio homosexual, yo estoy de acuerdo, tal vez no en escenarios tan amplios como pueda haber, por ejemplo, en México o en Europa, pero también privarles de que no puedan casarse o de que sus bienes no puedan compartirlos me parece un exceso. Hay derechos que se van adquiriendo en otros países porque las sociedades han avanzado en otro tipo de pensamientos y, mal que bien, saben entender esos escenarios, pero en el Perú no. Es un país muy conservador, no pueden venir de golpe a querer imponer una agenda.

El próximo Congreso será bicameral, ¿Es una oportunidad para que más jóvenes participen y ocupen escaños?

Creo que es el momento para que la juventud despierte, o para que los políticos y los jóvenes que quieren hacer política se despierten, y haya un voto masivo por representantes jóvenes. El último Congreso tiene cinco representantes jóvenes, entonces es el Congreso con más jóvenes. El padrón electoral de la juventud es, del 100% del padrón electoral de la población nacional, cerca del 27% del joven; o sea, van a llegar a 7 millones de jóvenes que van a votar. O sea, ¿Cómo es posible que si 7 millones de jóvenes tienen la capacidad de votar, no puedan elegir?

De 130, si quieren el 10%, para el parlamento, y ahora con el Senado… Bueno, ahora en el Senado, hay que decirlo, no pueden usar ningún representante en edad joven, pero sí diputados; diputados deberían estar no menos del 10% de jóvenes.

¿Por qué cree que existen muy pocas publicaciones sobre el tema de las juventudes en Perú?

Sí, es una muy buena pregunta, y te cuento algo de historia. Yo este libro lo tenía ya planeado hace mucho tiempo, hace unos 4 o 5 años. En la pandemia, como todos, no teníamos tanta carga; le empecé a meter y avanzar. Y partiendo de la pregunta que señalas, que ya no se publica, ni por determinado tema específico, ni en conjunto, es decir, no se publica sobre la participación de los jóvenes, o el empleo de la juventud, o la educación de los jóvenes, en fin.

Entonces, creí que era una buena oportunidad para lanzar un libro que logre complementar varios temas, que tenga varias aristas, y de modo tal que pueda hacer también un poco de historia, porque el libro tiene mucha historia; no quería dejar el lado histórico. ¿Por qué no se publica? Porque la juventud no forma parte del debate, ese es el problema.

¿Dónde están los jóvenes?

En un momento, del 2000 al 2010, se empezó a dar un debate fuerte, la juventud, se crearon instituciones y ene cosas. El producto que también venía de una movilización contra el futurismo y la famosa movilización de jóvenes universitarios del año 97. Entonces, como que ya se habían generado condiciones. Los partidos entendieron que había que hablar a los jóvenes para construir la democracia con los jóvenes, pero después del 2013 o 2015, si quieres, ya eso se ha reducido.

Yo creo que es una buena oportunidad para que la juventud se haga sentir, que haya representantes, que el concepto ingrese a la agenda en todos sus ángulos: salud, educación, empleo juvenil, participación, resocialización de jóvenes en conflicto con la justicia. Y creo yo que si alguien logra ubicar eso en el debate, se va a desarrollar más contenido. La última encuesta nacional de juventud en el Perú, es decir, la lectura de qué piensan los jóvenes, y cuántos son, y cómo son, y dónde están, es del año 2011. Estamos en el año 2025; han pasado 14 años. No hay datos. No hay data pormenorizada, específica, oficial, sobre jóvenes de manera integral, me refiero. Con la ley puedes rescatar algunas cifras. Pero cómo es posible que un gobierno que ha triplicado su presupuesto de 2011 a la fecha, que vienen a ser como 800 millones, no haya podido financiar una encuesta que vale cerca de 2 millones, 2 millones y medio.

Para finalizar, ¿Qué van a encontrar los jóvenes en tu libro?

Yo creo que los jóvenes en general, y cualquier ciudadano, van a encontrar en el libro, primero, una línea histórica, una línea de tiempo histórica, de cómo los grupos de jóvenes en el Perú y en el mundo han podido organizarse, unirse, plantear banderas, en algunos casos conseguir derechos y oportunidades, en otros fracasar. Pero creo que han dejado un ejemplo importante de cómo la juventud sí tiene la capacidad de asumir un compromiso por su país, por su sociedad y por el mundo.

Ese es un punto interesante. Y lo otro es una gran reflexión en torno a que el Estado, las instituciones públicas, tienen primero el deber y segundo, la capacidad de diseñar acciones que puedan resolver la demanda de los jóvenes. Demandas postergadas se pueden solucionar o promover soluciones desde el Estado.

Y el otro aspecto es que la participación política en la juventud debe darse; no se debe caer solamente en la crítica de la política, hay que participar en cualquier espacio, distrital, regional, local, y el libro te señala que se han elegido más de 8.500 autoridades jóvenes, son 8.500 jóvenes que , del año 2006 hasta el año 2022, en 16 años, se han sentado en municipios, en eventos regionales para decidir acciones a favor de su comunidad. Hay que impulsar y fortalecer ese movimiento, ese proceso, porque son ellos al final los que van a generar liderazgos en su localidad y son los que en el futuro serán llamados a tener liderazgos nacionales.

Comentarios
Continue Reading

Cultura

Fondo Editorial Ensad presenta una recopilación de la historia de Yuyachkani en una nueva publicación

El libro «Textos de Miguel Rubio sobre el Grupo Cultural Yuyachkani» es una recopilación que abarca más de cuatro décadas de pensamiento y creación teatral de esta legendaria agrupación.

Avatar photo

Published

on

El Fondo Editorial de la Escuela Nacional Superior de Arte Dramático (ENSAD) presenta una nueva publicación que recopila la historia y el pensamiento escénico del Grupo Cultural Yuyachkani, unas de las agrupaciones teatrales más influyentes del Perú y Latinoamérica.

Este volumen reúne 60 artículos publicados entre 1976 y 2024 en la prestigiosa revista Conjunto, editada por Casa de las Américas desde 1964 y especializada en artes escénicas latinoamericanas y caribeñas.

La compilación ha sido realizada por la investigadora y editora cubana Vivian Martínez Tabares, quien también ha trabajado en una obra similar sobre el grupo colombiano La Candelaria.

La selección de textos ofrece un recorrido por las diferentes etapas de Yuyachkani, un colectivo que, desde su fundación en 1971, ha desarrollado una propuesta teatral comprometida con la memoria, la identidad y los procesos sociales del país. A través de estos artículos, es posible conocer la evolución de su trabajo, sus procesos de creación y su impacto en la dramaturgia y la investigación teatral.

Además, este libro es un valioso material de referencia para estudiantes, investigadores y artistas interesados en la historia del teatro latinoamericano y su vinculación con los movimientos sociales y políticos de la región.

Esta publicación busca impulsar la producción académica y artística en el ámbito de las artes escénicas. A través de su labor, el Fondo Editorial ENSAD contribuye a la investigación, difusión y acceso a materiales especializados, fortaleciendo así el desarrollo cultural y educativo del país.

La presentación oficial del libro se llevará a cabo el lunes 24 de marzo a las 7:30 p.m. en la Casa Yuyachkani (Jr. Tacna 363, Magdalena del Mar), y contará con la participación de Karen Bernedo, Gabriela Paredes, Miguel Rubio y Lucía Lora, quienes dialogarán sobre el contenido de esta publicación y la trascendencia del grupo en la escena teatral.

Grupo Cultural Yuyachkani. Foto: Marlène Ramírez Cancio.

El dato:

Durante la presentación el libro estará disponible a un precio especial de S/ 20. El ingreso al evento es libre, con aforo limitado, y se permitirá el acceso por orden de llegada.

Comentarios
Continue Reading

Cultura

«Concolones de Amor»: una mirada a la poesía de Edwin Tovar Chumpitaz

Con una voz audaz y lúdica, el poeta recorre la rebeldía, el deseo y el amor.

Avatar photo

Published

on

Dentro de la poesía peruana hay diversas voces que fluctúan en un mar de publicaciones, pero solo algunas destacan por su intensidad poética.  De los recientes poemarios publicados “Concolones de Amor” (2025) de Edwin Walter Tovar Chumpitaz se abre camino con un lenguaje directo y eficaz.

Tovar Chumpitaz (1973) nació en Coayllo, Cañete, pero como muchas familias migrantes se estableció en el distrito de Santa Anita. Paralelamente a la poesía, el autor de “Concolones de Amor” se dedica a la administración de empresas y escribe columnas para Diario UNO.

El nuevo poemario de Tovar fusiona lo erótico, lo urbano y lo existencial en una amalgama de emociones viscerales. Su libro construye un universo poético en el que la pasión y la reflexión se entrelazan con referencias culturales y una fuerte carga sensorial. La voz del poeta es audaz y lúdica. Su obra se ubica dentro de una poesía urbana y pasional, que oscila entre la celebración del deseo y la melancolía de su fugacidad.

En el poema Babel,Tovas Chumpitaz construye una metáfora poderosa entre el deseo físico y la incomprensibilidad del lenguaje. La imagen de la «Babel» sugiere una relación hermética, inalcanzable para terceros. La repetición de «nadie podrá» refuerza la exclusividad del vínculo entre los amantes, un lazo cifrado en el cuerpo, inasible para el resto del mundo. La musicalidad y el tono solemne contribuyen a su aire de misterio y exclusividad. El cierre del poema reafirma la idea del amante como el único lector posible del cuerpo amado.

En Traicionero amor, el autor juega con la intertextualidad bíblica al evocar las traiciones de Judas y Pedro, estableciendo un paralelismo entre la historia sagrada y una decepción amorosa personal. La sencillez de la estructura y el uso del lenguaje coloquial le confieren un tono directo. Su principal fortaleza radica en su brevedad y contundencia. La ironía implícita en la comparación con la traición de Cristo aporta un matiz interesante, a pesar que resulta predecible.

En Barranco Love,el poeta retrata un encuentro pasional en Barranco, con una atmósfera bohemia y callejera. Se mezclan elementos urbanos y gastronómicos con el erotismo, lo que refuerza la sensorialidad de la escena. La referencia a «butifarras del Bar Juanito» añade un guiño localista, que ancla el poema en una Lima nocturna, vibrante y desinhibida. Las imágenes sensoriales son destacables, logrando transmitir el frenesí del momento.

En Reloj o delirio de una pasión eterna, Tovar explora el deseo de inmortalizar un instante de pasión, enfrentando el amor con la inexorabilidad del tiempo. La referencia al bolero «Reloj no marques las horas» refuerza la sensación de desesperación por detener el presente. La combinación de erotismo y angustia existencial le da una profundidad emocional significativa.

Otro de los poemas destacables es Arrebato febril. Aquí la voz del poeta evoca la transgresión amorosa y el deseo desenfrenado, planteando el amor como un acto de rebeldía. La referencia a Carmen Ollé sugiere un diálogo con la tradición poética peruana, en particular con la literatura que desafía convenciones.

Finalmente, en las páginas de “Concolones de Amor”, la ciudad arde y sus sombras respiran. Entre el asfalto y la piel, entre el deseo y la duda, cada verso es un latido que navega entre lo erótico, lo urbano y lo existencial.

Comentarios
Continue Reading

Cultura

Fallece destacada curadora y galerista Élida Román

Baluarte de las artes peruanas falleció a la edad de 83 años tras permanecer varias semanas hospitalizada.

Avatar photo

Published

on

Matices sombríos cubren este día de marzo luego que se conociera que la reconocida curadora del arte peruano, Élida Román, falleciera a la edad de 83 años luego de haber estado hospitalizada varias semanas en el hospital Santa Rosa.

Más de cinco décadas dedicada a las artes, la notable galerista trabajó de manera incansable en favor de la promoción de la cultura peruana. Curadora de importantes exposiciones de artistas como Fernando de Szyszlo o Jorge Eduardo Eielson.

El círculo artístico, familiares y amigos lamentaron la sensible partida de Élida Román, mencionándose a los artistas José Carlos Revoredo y Hernán Pazos, quienes recientemente estuvieron a cargo de una exposición benéfica en favor de la curadora.

“Ella fue una intelectual comprometida con el arte peruano, su trabajo fue una guía para generaciones de artistas”, recordó José Carlos Revoredo, abogado y amigo de Élida, según declaraciones recogidas por la revista Cosas.

Eterna amante de la cultura peruana

Élida Román fue una destacada crítica de arte, investigadora y curadora peruana con una amplia trayectoria en el ámbito cultural del país. A lo largo de su carrera, desempeñó roles significativos, como Directora Ejecutiva del Instituto de Arte Contemporáneo de Lima (IAC-Lima), Directora de Cultura en la Municipalidad de Miraflores y Directora del Museo de Arte Italiano del Instituto Nacional de Cultura (INC).

Su labor como crítica de arte se ha reflejado en diversas publicaciones, incluyendo colaboraciones en El Comercio desde 1968 hasta 2015. Además, ha representado a Perú como comisaria en bienales internacionales en países como Colombia, Uruguay, Brasil, Ecuador, Eslovenia y Chile, y ha sido jurado en eventos artísticos en Ecuador, Chile, Bolivia, Colombia, Venezuela y Panamá.

El dato

El velatorio se realizará este martes 18 de marzo desde las 5:30 pm en la Iglesia Nuestra Señora de Fátima.

Comentarios
Continue Reading

Cultura

La novela negra griega: Petros Markaris y la hipótesis del chamo muerto

Un artículo de Hans Herrera Núñez

Avatar photo

Published

on

Markaris es la seriedad del género policial. Sus delincuentes son muchos más, son el triunfo de la cultura de la corrupción en una Atenas con sabor a Lima y Santiago. «Tiempo atrás había rosquillas de pan y delincuentes griegos [peruanos o chilenos]. Ahora hay cruasanes y albaneses [venezolanos]».

Noticias de la noche, 1995 (Nυχτερινό δελτίο), es una novela que abre la extensa saga del inspector Jaritos. Escrita por el formidable novelista y dramaturgo griego de origen armenio, Petros Márkaris ( Πέτρος Μάρκαρης), posiblemente el autor griego vivo más traducido pero a su vez un emigrante en su país que no contó con la nacionalidad griega hasta muy adulto debido a que su padre era armenio y su madre griega y él mismo había nacido en Stambul. Novelista y ex comunista, la obra de Markaris es un emblema del policial mediterráneo, muy diferente al policial americano o el noir escandinavo. La obra de Markaris tiene por protagonista no el crimen, sino las diferencias entre clases sociales, los inmigrantes y los crímenes del capitalismo tanto ilegales como legales.

Mientras en Perú, Colombia, Ecuador y Chile los crímenes en torno al fenómeno de emigración aumentan, la obra de Markaris nos sirve de espejo negro que profundiza en el tema. En lugar de chamos tenemos albaneses, Pero los problemas son los mismos. Markaris escribe de una forma tal que hace desear que Latinoamérica aprenda a escribir sobre un fenómeno del cual no dice ni cuenta nadie nada, al menos no con gracia.

Noticias de la noche cuenta la historia de un homicidio doble, la indiferencia de la sociedad griega por tratarse de albaneses (pueblo que se vino abajo cuando su república socialista, una dictadura atroz colapsó al final de la guerra fría). El paralelismo contemporáneo es innegable. Otro país semi socialista, Venezuela no ha colapsado, pero ha terminado por expulsar a millones de sus habitantes como mano de obra barata empujada en ocasiones al crimen y la explotación o la misma trata de personas.

Escrito magistralmente, la aproximación de Markaris describe un fenómeno que se vuelve universal, el de los inmigrantes como la clase social más baja.

Aquí unos extractos:

«Echo un vistazo a mi mesa y no veo el cruasán ni el café. Esta es su única misión fija: traerme cada mañana el café y el cruasán. Levanto la cabeza y lo miro extrañado.

—¿Qué ha pasado hoy con mi desayuno, Zanasis? ¿Te has olvidado?

Cuando entré en el cuerpo desayunábamos rosquillas de pan. Limpiábamos la mesa con la mano para quitar las semillas de sésamo, y al otro lado se sentaba algún Dimos o Meños o Lambros: asesinos, rateros o vulgares carteristas.

Zanasis sonríe.

Había estado merodeando por la casa de la pareja que encontramos asesinada el martes al mediodía. Aunque la puerta de la vivienda llevaba abierta toda la mañana, no había entrado nadie. ¿Quién iba a meterse en una chabola sin pintar, con una ventana sin postigos y la otra cerrada con tablas? Ni los ladrones se dignarían mirarla. Finalmente, en torno al mediodía, una vecina curiosa que se dio cuenta de que la puerta había estado abierta toda la mañana y que no había ninguna señal de vida, entró para echar un vistazo. Tardó una hora en llamarnos porque se desmayó. Cuando llegamos nosotros, dos mujeres seguían tratando de calmarla rociándola con agua, como se hace con los pescados para que mantengan su aspecto fresco.

Había un colchón desnudo sobre el suelo de cemento. La mujer que yacía de espaldas sobre él debía de tener unos veinticinco años. Presentaba un enorme tajo en el cuello, como si alguien le hubiese abierto una segunda boca, un poco más debajo de la normal, para facilitar la salida de la sangre. Su mano derecha permanecía agarrada al colchón. No sé de qué color habría sido su camisón, pero en ese momento era de un rojo vivo. El hombre que estaba tendido boca abajo a su lado, con el tórax fuera del colchón, debía de tener unos cinco años más que ella. Sus ojos parecían fijos en una cucaracha que pasaba ante ellos en aquel instante, sin prisas. Tenía cinco cuchilladas en la espalda, tres horizontales que iban desde la altura del corazón hasta el omóplato derecho y dos más debajo de la cuchillada central, una a continuación de la otra, como si el asesino hubiese querido grabarle en la espalda la «T» de tormento. La chabola era como todas las casas de quienes salen de un infierno para entrar en el siguiente, con una mesa plegable, dos sillas de plástico y un hornillo de gas.

Dos albaneses acuchillados sólo interesan a los de la tele, y eso si la masacre resulta fotogénica y produce náuseas a las nueve de la noche, justo cuando la gente se sienta a cenar. Tiempo atrás había rosquillas de pan y griegos. Ahora hay cruasanes y albaneses».

En otro fragmento continúa sobre las víctimas,

«Empleamos una hora escasa en completar la primera fase: fotografiar los dos cadáveres, tomar huellas dactilares, recoger cuatro o cinco pruebas en bolsas de plástico y precintar la puerta. El forense ni siquiera se tomó la molestia de presentarse. Prefirió recibir los cadáveres en el depósito. No hacía falta una investigación. ¿Qué había que investigar? La casa no tenía ni armario. Los cinco harapos de la mujer colgaban de un gancho en la pared. Los del hombre estaban a su lado, sobre el cemento.»

(…)

Sólo quedaba volver a la jefatura para la segunda fase, el informe, que iría directamente al archivo. Buscar al que los había matado sería una pérdida de tiempo.

(…)

Al volver al despacho, mi primera reacción fue archivar el caso. Terroristas, robos a mano armada, drogas… ¿Quién tiene tiempo para ocuparse de los albaneses? Otra cosa sería si hubiesen matado a uno de los nuestros, a un griego, de esos que ahora comen sándwiches y crepés. Pero, entre ellos, que hagan lo que quieran. Basta con disponer de ambulancias para trasladarlos.

¿Quién dice que aprendemos de nuestros errores? Yo nunca aprendo. Al principio me prometo no mover un dedo y luego empieza a remorderme la conciencia. Yo no sé si porque me ahogo en el despacho y me aburro, o porque aún me queda algo del instinto del policía, algo que se ha salvado de la rutina, lo cierto es que se apoderan de mí las ganas de tomar cartas en el asunto. Envié a las comisarías la descripción del albanés que había hecho la faena. La verdad es que no se precisan extensas investigaciones. Basta con peinar las plazas. Plaza de Omonia, plaza de Vazi, plaza Kotziá, plaza Kumunduru, la plaza del Metro en Kifisiá. Plazas… El mundo se ha convertido en un zoológico al revés. La gente está encerrada en jaulas y los animales se pasean por las plazas y nos miran. Sabía que mis esfuerzos estaban condenados de antemano. No tenía la menor posibilidad de encontrarlo. Sin embargo, a los tres días me lo mandaron desde Lutsa.

(…)

-¡Es él! —gritó en cuanto vio al albanés.

La creí al instante (…). El hombre era tal y como me lo había descrito. No se le había escapado ni un detalle

Markaris también es un agudo observador como lo demuestra en el capítulo 2 en que nos comparte el fenómeno de la estandarización del lenguaje policial, así como la transformación de la prensa. El director de policía, jefe de Jaritos, viene de capacitarse en el FBI y ha adoptado sus formas. Cómo menciona Markaris:

«El director alza la vista y me mira.

—¿Novedades en el caso del albanés? —pregunta.

—Nada, señor director. Aún estamos interrogándolo.

—¿Pruebas incriminatorias?

Preguntas cortantes, respuestas cortantes, justo lo necesario para demostrar que es un jefe superocupado, eficiente, conciso, concreto, que va al grano. Trucos yanquis, ya lo he dicho.

—No, pero tenemos una testigo ocular que lo ha reconocido, como ya le comenté

—Esto no constituye necesariamente una prueba incriminatoria. Lo vio cerca de la casa, pero no entrar ni salir de ella. ¿Huellas dactilares?

—Muchas. La mayoría de la pareja, pero ninguna del sospechoso. No se ha encontrado el arma homicida. —El muy imbécil consigue que yo también hable telegráficamente.

-Bien. Di a la prensa que por el momento no hay declaraciones.

Esto no era necesario que me lo indicara. Si hubiera declaraciones, las haría él mismo. No sólo esto, sino que me pediría que se lo anotara todo en un papel para aprendérselo de memoria y soltarlo luego. No me estoy quejando, en realidad me importa un bledo. Los reporteros se me indigestan. Esto es lo mismo que la rosquilla de pan y el cruasán. Antes había periodistas y diarios, ahora hay reporteros y cámaras».

Finalmente se encuentra Jaritos con el albanés en la sala de interrogatorio. La descripción es de un realismo social impecable.

«Observo al albanés, que ha apoyado las manos en la mesa. Dos manos nudosas, con dedos gruesos y uñas largas y negras, el luto de la desgracia. Su mirada descansa en ellas. Las contempla como si las viera por primera vez. ¿De qué se extraña? ¿De haber matado con ellas? ¿De que sean tan toscas y sucias? ¿De que Dios le haya dado manos?

—¿Vas a decirme por qué los mataste? —le pregunto.

Aparta lentamente la vista de sus manos.

—¿Tener cigarro?

—Dale uno de los tuyos —ordeno al agente.

Me mira sorprendido. Cree que quiero aprovecharme de él. Él fuma Marlboro, mientras que yo sigo con los Karelia. Ofrezco un Marlboro al albanés para ablandarlo. El agente le mete el cigarrillo en la boca y yo se lo enciendo. El tipo da dos largas y ansiosas caladas, retiene el humo en los pulmones, como si quisiera aprisionarlo, y después lo suelta lentamente, en pequeñas bocanadas, para no derrocharlo. Levanta las dos manos a la vez y pilla el cigarrillo entre el índice y el pulgar de la mano derecha.

—Io no matar —dice y, en ese mismo instante, sus dos manos se mueven como rayos y se coloca el pitillo en la boca mientras su pecho se hincha para dejar espacio al humo. Su instinto le advierte que podría quitarle el cigarrillo por no haberme dicho lo que yo quería oír, y se apresura a chupar lo que pueda.

—¡Me estás tomando el pelo, mariconazo, albanés de mierda! —grito, fuera de mí—. ¡Te endiñaré todos los asesinatos de asquerosos albaneses que están pendientes de resolución desde hace tres años y te caerá una condena de por vida, me cago en tu Berisa!

—Io tres años no aquí. Io venir… —se interrumpe porque no sabe decir «el año pasado» y busca otra expresión—: Io venir noventaydós —concluye, satisfecho de haber solucionado el problema idiomático. Ha escondido las manos debajo de la mesa, evidentemente para que yo no vea el pitillo y no se me ocurra quitárselo.

—¿Y cómo lo vas a demostrar, desgraciado? ¿Con tu pasaporte?

Me lanzo de repente, lo agarro y lo levanto. No esperaba mi reacción. Sus manos golpean con fuerza la parte inferior de la mesa y el cigarrillo se le cae al suelo. Echa una mirada furtiva y angustiada al pitillo caído y después la dirige a mí, inquieto. El policía avanza el pie y pisa el cigarrillo, mientras sonríe satisfecho al albanés. Chico listo, las pilla al vuelo.

—Entraste en Grecia clandestinamente, no figuras en ninguna parte, ni visado ni sellos ni nada. Puedo hacerte desaparecer y nadie se preguntará qué ha sido de ti. Ni te he visto ni te conozco, porque no existes, ¿me oyes? ¡No existes!

—Io venir para mujer —dice aterrorizado mientras lo zarandeo.

(…)

—¡Y como no te abría te pusiste furioso, entraste por la noche y los mataste!

—¡No! —grita aterrorizada.

Me siento en la silla frente a él y lo miro a los ojos, sin decir nada. Su angustia crece porque no sabe cómo interpretar mi silencio. Afortunadamente, porque así no se da cuenta de que estoy en blanco. ¿Qué puedo hacer? ¿Dejarlo sin comer? Eso le daría igual, porque de todas formas sólo come una vez cada tres días, y eso con un poco de suerte. ¿Llamar a un par de tíos para que lo sacudan? Ha recibido tantas hostias en la vida que aguantará lo que le echen sin rechistar.

—Escucha —le digo con calma, casi con dulzura—. Voy a poner en papel todo lo que hemos dicho aquí, lo firmas y te quedas tranquilo.

No responde, se limita a observarme con aire indeciso, lleno de dudas. No es que le asuste la idea de la cárcel, sino que ha aprendido a mostrarse desconfiado. No cree que el mal tenga un fin y que después llegue un respiro. Teme que, de quedar demostrada una cosa, luego le caiga otra y otra más, porque ésta ha sido siempre su suerte. El hombre necesita ayuda para convencerse.

—A fin de cuentas, en la cárcel no estarás tan mal —añado en tono amistoso—. Tendrás tu propia cama, tres comidas al día, todo pagado por el Estado. Estarás tranquilo y ellos cuidarán de ti, como ocurría en tu país. Y si eres listo, antes de un par de meses te meterás en alguna de las mafias y, encima, ganarás algún dinero. La cárcel es el único lugar donde no hay paro. Con un poco de vista, saldrás de allí con unos ahorrillos.

Sigue mirándome, mudo. Sin embargo algo relampaguea en su mirada, como si le sedujera la idea. Sé que querrá sopesar la sugerencia y me levanto.

—No es preciso que me des una respuesta ahora mismo —le digo—. Piénsatelo y mañana hablamos.

Mientras me dirijo hacia la puerta, veo que el policía saca el tabaco y le ofrece un cigarrillo. He de pedir que trasladen a este muchacho, lo quiero a mi lado.»

Y no obstante es una novela policial, Markaris extiende su ojo policía de la literatura en detalles sociales para brindar un paisaje más realista que no ha cambiado desde 1995.

«Me ha costado treinta años recorrer el camino que conduce de la rosquilla de pan al cruasán, y ella me viene con que me va la chusma porque no trago a los divos de pacotilla.»

Es lo que le reclama a su mujer cuando llegado a casa tiene que aguantar una serie sobre policial en exceso romantizados.

En otro momento habla de la pareja de su hija, momento que se aprovecha para contar de pasada la historia reciente de la dictadura desde el ojo de un policía narrado por un comunista.

«Claro, también está ese tipo, lo había olvidado. Mejor dicho, intento no acordarme de él. En el fondo no es mal muchacho, estudia para perito agrónomo. Pero me fastidia que esté tan cachas, que vaya por ahí en camiseta de manga corta, tejanos y zapatillas de deporte; todos los que tenemos así en el Cuerpo son unos cretinos. Pero qué sé le va a hacer, también él es de la generación de los cincuenta. No me refiero a los de la época de la posguerra, sino a los de hoy en día. La llamo generación de los cincuenta porque su vocabulario se reduce a cincuenta palabras. Si quitamos «joder», «maricón», «rollo» y «gilipollas», nos quedan cuarenta y seis de renta contributiva, como dicen los de Hacienda. Me acuerdo del período entre el 1971 y los sucesos de la Politécnica*, de la consigna «Pan, educación y libertad» y de nosotros, cuando nos mandaban para detener y dispersar a los manifestantes. Enfrentamientos directos, persecuciones en plena calle, cabezas abiertas, sus insultos y nuestras represalias. Cómo íbamos a sospechar entonces que todo aquel lío sólo serviría para llegar a las cincuenta palabras. Igualmente podríamos haber recogido los bártulos y habernos marchado a casa, porque para eso, no valía la pena».

*Los sucesos de la Escuela Politécnica ocurrieron en noviembre de 1973, cuando se generalizaron una serie de protestas estudiantiles y tomaron cariz de rebelión general contra la dictadura de los coroneles. La intervención de la policía armada y del ejército provocó un baño de sangre.

También ofrece observaciones de la vida marital como realidad social.

«La primera fase de la vida conyugal corresponde a la alegría de la convivencia. La segunda, a los hijos. La tercera y más importante, a los desquites. Cuando llegas a esta etapa ya puedes relajarte, porque sabes que nada va a cambiar. Los hijos pronto emprenderán su camino y tú volverás a casa después del trabajo sabiendo que allí te espera tu mujer, la cena y los desquites».

También con un lenguaje brusco y al grano refiere el mundo interior de la policía, como en esta descripción del policía burócrata en el caso de un subalterno:

«La gente como Zanasis es así. De golpe, cuando menos te lo esperas, se les ocurre una idea genial y consiguen algo que, tratándose de ellos, roza el milagro. Sin embargo, a la que introduces un elemento nuevo, algo imprevisto, la sobrecarga les funde los plomos y se pierden en la oscuridad».

A la audaz y entrometida periodista Karayorgui, el inspector le dedica unos pensamientos nostálgicos de tiempos pasados por insistir en escarbar en el caso de los albaneses.

«Me encantaría pegarle una bronca pero tenemos órdenes de arriba de mostrarnos amables con los periodistas. Tiempo atrás los tratábamos de una forma muy distinta».

En otro fragmento de la novela destaca la capacidad de Markaris de describir el paisaje de los marginados, como cuando Jaritos vuelve a la escena del crimen a catear por segunda vez la chabola de los albaneses en una auténtica metáfora de su investigación,

«Contemplo la ropa y me pregunto qué significa.

—Ayúdame a levantar el colchón —le pido a Sotiris.

Lo agarramos de los dos extremos y lo doblamos. Tres cucarachas salen de debajo y corren asustadas por el cemento. Una de ellas es un poco lenta y me da tiempo a aplastarla con el pie. Las otras dos se escapan. Éste es el resultado de nuestro registro: una cucaracha muerta y dos evadidas

También le da ocasión de referirse a los barrios bajos de Atenas.

«Alguien había condenado a las familias de la calle Akrita a vivir juntas a la vez que en soledad pues la calle no medía más de tres metros de ancho y las casas se alineaban a ambos lados. (…) La mayoría eran casitas de una sola planta, y sólo muy de tanto en tanto se alzaba alguna de dos pisos. De algunos terrados sobresalían antenas de televisión y de otros barras de hierro, unas tiesas y otras dobladas, prueba de que esperaban levantar una segunda planta algún día. Entretanto había caducado la esperanza, y muchas casas eran tan estrechas que no haría falta un metro para medirlas, bastaría la palma de la mano. Las más pobres lucían las puertas más hermosas, hojas de madera pintadas de color azul cielo, rojo o verde. En las otras, en las casas «bien», habían colocado puertas de hierro forjado color teja, cuyos diseños recordaban esqueletos de flores o ramas de un bosque carbonizado

O en el diálogo con el tendero, un retrato de la economía de Grecia,

«—Sólo sé que la mujer no vino más que un par de veces. La primera compró margarina y un paquete de espaguetis, y la segunda, una bolsa de judías.

—Menuda memoria —comento para halagarle y animarle a hablar.

—No es buena memoria, es falta de trabajo. Aquí la gente compra tan poco que uno recuerda las ocasiones como si se tratara de fiestas nacionales.

—No obstante, si hubiesen vivido aquí habrían comprado más a menudo.

—Perdone que se lo diga, pero no sabe de qué está hablando. Ellos pasan diez días con un guiso de judías.

—¿Ha visto a algún extraño frecuentar la casa?

—¿Qué extraño?

—Cualquiera que no fuera del barrio.

Comprendo por su mirada que está empezando a agobiarse.

—Escuche, teniente —dice—. Comprendo que quiera hacer su trabajo, pero ¿a qué viene tanto jaleo por un par de albaneses? Ya tienen al que los mató, ¿por qué quiere revolver más el asunto? A fin de cuentas, con dos albaneses muertos y otro en la cárcel, este país será un lugar mejor.»

Para los que no lo sepan el barrio Rendís es en Atenas lo que Puente Alto en Santiago de Chile, Cerro norte en Montevideo y Atocongo en Lima, es decir un lugar que aparece en las notas de tinta roja de los periódicos.

—¿Le apetece un dulce de naranja amarga?

Otro encanto de Markaris es el Retrato social que hace con cualquier personaje circunstancial, como la anciana informante en la novela. Ella le cuenta sobre su vida al inspector cuando este solo busca información sobre el crimen. Es así que sabemos que la anciana tiene una hija que vive en otra ciudad y que la manda aceite de oliva y algo de dinero para no tener que vivir juntos. En fin, lo que le cuenta son quejas, Pero más que quejas.

«Cuando se es joven, es la suegra la que no quiere. Cuando se es mayor, es el yerno. La mejor edad es entre los cuarenta y los cincuenta. Entonces todos te quieren y a ti no te importa nadie, pero…»

En otro momento la anciana le cuenta.

«—¿Puede decirme algo de los albaneses? —me apresuro a interrumpirla antes de que llegue a sus primos terceros.

—¿Qué quiere que le diga? Gente tranquila, más pobre que las ratas. Aunque, tal como va el mundo, llamamos tranquilos a los que tienen miedo.

—¿Y ellos? ¿Eran tranquilos o tenían miedo?

Me mira y sonríe. El movimiento de sus labios concentra todas las arrugas en las mejillas, como si fueran agujas de pino.

—¿Qué diría que soy yo? —pregunta—. ¿Tranquila o miedosa?

—Tranquila.

—Se lo parece a usted, pero no es así. —Se sienta en la silla y me mira a los ojos—. ¿Ve el teléfono? —Señala el aparato, pegado a la tele—. Me lo pusieron el año pasado. Hasta hace un año, estaba sola y sin teléfono. Si me hubiese muerto, los vecinos se habrían enterado por el olor. Debería cantarle las cuarenta a mi hija, que vive a cuerpo de rey y a mí me deja sola en este agujero. Paso por lo de no vivir en su casa, si no puede alojarme, pero es que cuando vino mi nieta para estudiar en Atenas, le alquilaron un pisito en Pangrati. ¿Tan difícil hubiese sido alquilar uno más grande para que yo hubiese ido con ella? Debería hablarle de todo esto pero me lo guardo para mí y callo. ¿Y sabe por qué? Porque tengo miedo de que se enfade y deje de mandarme el aceite, las olivas y las ochenta mil que me envía… según ella cada mes, pero digamos cada dos, para ser más exactos. Usted me ve tranquila porque tengo miedo. Pero por dentro hierve la cólera.

—Quiere decir que a ellos también se los veía tranquilos pero que tal vez era por miedo.

—No lo sé. Yo los veía ir y venir y me extrañaba.

—¿Por qué se extrañaba?

—Porque se iban como fugitivos y volvían como ladrones, siempre en plena noche. Al despertar por la mañana, estaban aquí. Una noche, después de apagar la tele, me senté junto a la ventana. Yo, hijo mío, me siento a ver la tele a las tres de la tarde y me lo trago todo. Sólo me aburro y la apago cuando empiezan con la política y los amores. La política, porque no entiendo ni papa; los amores, porque son mentira y me indigno. Los veo pegarse, sufrir y discutir y, cuando me canso de quejarme, apago. Yo viví cuarenta años con mi marido, nos peleábamos por la comida, por el dinero, por la hija, pero jamás reñíamos por el amor. ¿Cree usted que mi hija se casó por amor con el de Kalamata? Ella quería asegurarse el futuro y él quería llevársela a la cama. Claro, que mi hija no le dejaba tocarle ni un pelo. Al final, él se cansó y, para acostarse con ella, decidió casarse.

—¿Y esto qué tiene que ver con los albaneses?

—No se precipite —dice—, todo tiene que ver con todo. Porque, de no haber sido por la película de amor de aquella noche, yo no habría estado en la ventana y no los habría visto llegar en la limusina

—¿En limusina?—pregunto, y me acuerdo del comentario del tendero acerca de una furgoneta.

—Yo la llamo limusina porque no entiendo de esas cosas. De todas formas, era un coche enorme, cerrado, de esos en los que caben diez personas. Salen la chica y él, y entran en casa corriendo, y el coche se va enseguida. Al poco rato, la casa queda iluminada con la luz de gas, porque ellos no tienen electricidad. La cosa no duró más de tres minutos. Ni maletas ni nada. Sólo la chica, que llevaba un bulto en brazos. —Me mira, y la sonrisa vuelve a cubrir sus mejillas de pinaza.

(…)

Salgo de la casa de la vieja maldiciendo por dentro a los más jóvenes, que tratan de cubrir el expediente con cinco preguntas hechas deprisa y corriendo, para acabar pronto. Si cuando se llevó a cabo la primera investigación alguien hubiese tenido la paciencia de sentarse con la vieja y escuchar sus penas, todo esto lo habríamos sabido ya antes de trasladar los cadáveres al depósito. Por lo visto, nosotros también podemos aplicarnos lo que los homosexuales dicen de los suyos. No es lo mismo ser gay que maricón. No es lo mismo ser policía que polizonte.»

Por cierto la parte de la vieja abre con la pregunta que abre este apartado, —¿Le apetece un dulce de naranja amarga? —, la cual no es otra cosa que una fórmula poética propia de los mitos. Quienes saben de alta literatura comprenderán a lo que me refiero. Y solo por este uso de esta fórmula hace de Petros Markaris un genio de la literatura. Y por supuesto la potencia de Markaris yace en sus diálogos y el papel que ofrece a las mujeres en la novela, sin forzar ningún inútil feminismo, más bien le confiere profundidad su larga experiencia de dramaturgo.

Todo lo que empieza como noticia nocturna acaba en literatura.

Y colorín colorado este crimen recién ha comenzado.

Comentarios
Continue Reading
Advertisement

LIMA GRIS TV

PUBLICIDAD

PRNEWS

PARTNER

 

CONTACTO

Síguenos en Twitter


LIMA GRIS RADIO

Trending