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Cultura

La cultura lleva tu nombre

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Se fue hace veinte años. La cultura, sus amigos, su barro, le siguen echando de menos. Y es que no ha habido nadie capaz de tomar su lugar, ni de emular sus logros intelectuales. Este es un testimonio, una revelación, pero es sobre todo una confesión de parte de cómo nos conocimos y cómo, pocos años después, nos despedimos. Si la cultura tuviera un nombre, un apellido, esos son los suyos: Manuel Baquerizo Baldeón.

Hasta entonces solo había leído su nombre en los suplementos culturales y me había solazado con sus impecables críticas de arte. Pero ahora lo tenía allí, frente a mí, con su saco a cuadros y su gorrita de golf, destacando entre las veinte personas que habían asistido a la pinacoteca. Sostenía una copa entre las manos. Me acerqué, menguado, y él estrechó mi mano como se la estrecharía a cualquiera, amable pero distraído. Le planté mi nombre, balbuciente, y entonces se hizo el milagro: “Ah, es usted, mire qué gusto, lo he leído muchas veces”. Lo único que Manuel Baquerizo Baldeón podía haber leído de mí era un artículo raquítico sobre la papa a la huancaína que me había costado la vida publicar en un diario de Huancayo. Mis cuentos permanecían bajo siete llaves. Hasta esa noche poco había conseguido con ellos, pese a haber abandonado dos carreras, haberme peleado con mi familia, haber casi muerto de hambre con tal de llegar a ser un escritor.

Mi pálido éxito radicaba en que dos veces me hubieran nombrado finalista en unos concursos literarios y que una revista me diera la oportunidad de conocer a Julio Ramón Ribeyro. En realidad no había tenido una mano amiga, un preceptor, un cofrade intelectual, ni siquiera enemigos literarios (esos llegarían después) que orientasen mi literatura. Esa era la razón por la que había caminado a tropezones, en la más completa orfandad, confiándole todo al instinto porque de técnicas y recursos no tenía la menor noticia.

Pero parecía que mi fortuna empezaba a cambiar, porque ahí estaba el destino con su saco a cuadros y su gorrita de golf, dándole la oportunidad a mis desvalidos cuentos, por primera vez, de tener a alguien que los ausculte, los diagnostique, los medique. Y no cualquiera. Nadie menos que el maestro. Ya lo había dicho Laura Riesco: “Manuel Baquerizo, él mismo, es un acontecimiento irrepetible de las letras peruanas. Se trata del más acucioso investigador de la literatura peruana, sobre todo andina, capaz de enclavarse en los pliegues más profundos de la cultura de nuestro país. Nunca perdió, sin embargo, la visión del entorno latinoamericano y mundial”. Cuánta razón tenía. Pero ese no era el momento para pedirle que viera mis cuentos. Era el momento de brindar, conversar a flor de agua sobre la muestra pictórica que había reunido al mismo grupo de siempre, ofrecerle un espacio en el diario en el que yo trabajaba para asegurar nuevos encuentros y, en uno de ellos, filtrarle de contrabando mis relatos.

La táctica de ofrecerle una columna en el diario dio un excelente resultado: Manuel Baquerizo se convirtió en un asiduo colaborador de la página cultural y pronto empezó a visitar la redacción. Todavía no estrechábamos la amistad, pues yo seguía esquivo, pero no por altanería como todos creían sino por cortedad, y seguía bajando los ojos cuando él conversaba conmigo, o seguía sintiéndome un sabelonada cuando lo escuchaba hablar de cualquier tema.

El diario donde me deslomaba, Primicia, quedaba en plena Calle Real, en una casona en la que, se decía, había nacido el gran poeta de los polirritmos: Juan Parra del Riego. La redacción quedaba en el segundo piso, pero no teníamos recepción, así que recibíamos a nuestros invitados en el patio. Una noche, Manuel Baquerizo llegó abrazado de la última novela de Mario Vargas Llosa, una sobre un señor que anotaba en un cuaderno sus fantasías eróticas. Admiraba —admiro— tanto a Vargas Llosa que siempre estaba —estoy— a la caza de anécdotas sobre él. Imaginé que Baquerizo, con lo distinguido que era en el mundo intelectual, podía haber alternado con el novelista.

—¿Usted conoce a Vargas Llosa? —le pregunté.

El maestro afirmó con la cabeza. Pese a que mi tarea de editor había quedado inconclusa, lo invité a sentarse en uno de los sillones verdes colocados en el patio, debajo de la arquería, y me senté a escucharlo. Me contó que en una ocasión los críticos Abelardo Oquendo y Carlos Araníbar, integrantes de un círculo de escritores en ciernes de la universidad de San Marcos, lo invitaron a una tertulia de amigos. Entre ellos había un muchacho desconocido del círculo, alto, espigado, que iba por primera vez a la reunión. Le invitaron a leer un cuento y él lo hizo, interrumpiéndose cada tanto, balbuciendo, sobreponiéndose a su propio nerviosismo. “Todos lo escuchábamos con atención. Se trataba de un cuento sobre una extraña mujer que contaba su vida en los cafés y bares de Lima”, recordaba Baquerizo. La reunión, lamentablemente, fue desalentadora para el muchacho: al finalizar, todos lo miraron, guardaron silencio, y cuando reanudaron la conversación empezaron a hablar de otras cosas, evadiendo desdeñosamente su cuento: “Era Vargas Llosa, oiga usted, y era todavía estudiante. No sabe la pena que me causó que nadie le hiciera caso”.

Sinceramente, me fascinó la anécdota, como me fascinó el modo de narrar, de pegar la hebra de Baquerizo, a quien a partir de entonces empecé a ver con muchísimo más respeto. Me enteré que acababa de cesar en la Universidad Nacional del Centro, en el cargo de vicerrector, y que ahora se dedicaba exclusivamente a lo que mejor sabía hacer: potenciar la cultura. Leía desde las seis de la mañana, periódicos, libros y revistas, y por la tarde se sentaba a escribir largos y cerebrados ensayos sobre arte y literatura; es decir, vivía una vida más rica e intensa que la realidad cotidiana, como lo decía él mismo. Nuestra amistad era, todavía, germinal.

Unos meses después, por bocazas, me metí en un embrollo del que no hubiera podido salir sin el socorro de Baquerizo. Eran épocas difíciles, de dictadura civil, y un buen día llegó a la redacción un nuevo director para el periódico: Richard Molinares. Se trataba de un treintón enorme, con calvicie prematura, que —decían— llegaba de un periódico limeño que le servía rastreramente al absolutismo. Al principio medimos nuestras miradas, nos apartamos el uno del otro, sin darnos una tregua. Luego, por cosas del trabajo, fuimos acercándonos, hasta que terminamos por allanar nuestras diferencias. Una noticia remeció el país por esos días: un grupo de terroristas encapuchados secuestró la residencia diplomática del Japón, tomando cautivas a más de treinta personas, entre las que se contaban magistrados, empresarios y congresistas. En la abridora del diario se afirmaba que unos terroristas habían tomado “de” rehenes a treinta personas, y yo (metiche y arrogante) le sugerí a Richard que cambiara la preposición material “de” por la partícula gramatical “en”, puesto que los cánones lingüísticos así lo exigían (en realidad se lo había escuchado decir a Martha Hildebrandt una vez y no me había dado el trabajo de ahondar en el tema). Richard me hizo caso, sin saber que estimulaba el fuego de una trapatiesta magnífica, y al día siguiente el diario, con enormes letras coloradas, informaba que unos “terroristas habían tomado ‘en rehén’ a treinta personas en la residencia del embajador japonés”. Desde muy temprano empezaron a llegar las llamadas telefónicas, algunas mordaces y otras furibundas, pero todas enfiladas contra el titular: “No sean, pues, ignorantes, nos dijo el dueño del periódico, enojadísimo, tirando un ejemplar sobre la mesa de redacción. ¿Desde cuándo se toma ‘en rehenes’ a la gente?”. Hasta media mañana me tocó a mí torear los insultos y las imprecaciones, pero a esa hora llegó Richard y, con cara de yo no fui, le endosé el problema para que lo enfrentara en su condición de conductor del medio. Nadie tuvo compasión con él, nadie le dio el beneficio de la duda, nadie siquiera le palmeó la espalda, así es que a las tres de la tarde se plantó delante de mí para espetarme: “Tú me metiste en esto y ahora me sacas”. Pasaba que ni él ni yo teníamos argumentos sólidos para defender nuestra posición lingüística y, huérfanos e indoctos, estábamos a merced de la maledicencia de la sociedad que nada perdona. Con su sonrisa marcial, con su saco a cuadros y su gorrita de golf, recordé entonces la sabiduría de Manuel Baquerizo. Busqué su número de teléfono en la guía de abonados y me contestó una voz femenina, informándome que el maestro no estaba en Huancayo, que había viajado a Lima. El cielo se desplomó sobre mí. Cuentan mis compañeros de trabajo que me veía desesperado, que recorría la estancia a pasos agigantados, que tenía la marca de la muerte en la cara. Debía ser cierto porque me sentía perdido, sin un pérfido libro donde hacer la consulta, con todas las salidas tapiadas. Pero existe una fuerza interna —lo confirmo— que delimita la supervivencia del hombre. Esa fuerza me condujo a pensar sobre frío: Baquerizo me contaba que siempre que iba a Lima pasaba gran parte de la tarde en la librería El Virrey. Pregunté por el número telefónico de la librería y llamé. Me respondió una contestadora automática, toda una novedad para la época, que me enlazó luego con una recepcionista.

—Buenas tardes, disculpe, llamo de Huancayo —empecé.

—Sí, ¿en qué puedo ayudarlo? ¿Desea un catálogo?

—No, muchas gracias —dije—. En realidad llamo porque quisiera saber si el doctor Manuel Baquerizo está en la librería.

—Manuel Baquerizo —repitió la recepcionista—. No, aquí no trabaja.

—Ya sé que no trabaja con ustedes —repliqué—. Es un cliente y siempre se pasa horas en la librería.

—No, pues, no conocemos a nadie con ese nombre.

—Entonces hágame un favor, señorita —imploré—. Mire si en las mesas hay un señor con saco a cuadros y una gorrita de cuero.

La respuesta de la recepcionista, casi inmediata, me restituyó una brizna de esperanza: “Sí, allá al fondo hay un señor con esas características”. Le pedí que por favor me comunicara con él y ella, raro modelo entre las de su especie, accedió, imagino, levantándose de hombros. Segundos más tarde la voz de Manuel Baquerizo, enérgica y francota, sonaba en el auricular.

—Aló, ¿con quién hablo?

—Soy Bossio, doctor, buenas tardes.

—Ah, don Sandro, qué sorpresa.

—Sí, disculpe que lo importune, pero se trata de un asunto de vida o muerte.

En seguida le puse al corriente de lo ocurrido y, al final, con una súplica, le solicité asistencia. “No se preocupe, don Sandro, me dijo. Estamos en el lugar ideal. Déjeme revisar unos libros y lo llamo en una hora”. Manuel Baquerizo era un hombre cumplidor, escrupuloso con los tiempos, y ese día lo constaté: una hora después sonó el teléfono y ahí estaba de nuevo su voz intensa: “Sí, don Sandro, tiene usted toda la razón. El Diccionario de Seco y el manual de Lázaro Carreter están de acuerdo con su planteamiento. Lo que pasa es que ‘rehén’ es sinónimo de ‘prenda’ y hay que trabajar con todas sus preposiciones. O sea, decir ‘quedaron en rehén’ equivale a decir ‘quedaron en prenda’. Esa es la razón”. De inmediato le alcancé a Richard los esclarecimientos correspondientes y al día siguiente sacamos una nota aclaratoria con las explicaciones de Baquerizo. Nadie ya dijo esta boca es mía.

A las pocas semanas conocí a Eleodoro Vargas Vicuña, a quien entrevisté con gran ilusión, porque accedió a darme una audiencia, pese a que hacía muchísimos años que se negaba a conversar con la prensa. Me precio de haber sido el último periodista en haberle hecho una larguísima entrevista, que luego publiqué en mi periódico y dupliqué en algunos medios de Lima. En cuanto se divulgó, Manuel Baquerizo me llamó a la redacción y, por primera vez, me invitó a una copa. Fuimos a una panadería del centro, aledaña a la catedral, donde el maestro era querido y respetado, y donde —según me dijo— se preparaba el mejor “caliente” de Huancayo. Supe entonces que Baquerizo era un buen bebedor, culto y refinado, y que el ron Caldas era su favorito. Esa noche me felicitó, me dijo que había hecho una excelente entrevista, y que había logrado con Vargas Vicuña lo que nadie había conseguido hasta entonces: que confesara su nacimiento en Acobamba, Tarma, en contraposición a Arequipa, de donde se reclamaba por pecaminoso orgullo. Bebimos tres rondas del delicioso trago sin apartar de nuestra mesa las técnicas y los recursos literarios más efectivos. Ese encuentro me brindó los arrestos necesarios para, a la semana siguiente, presentarme en su casa sin previo aviso: habiéndome llenado de valor, llegaba a ella con una carpeta bajo el brazo, continente de cinco cuentos, corregidos y recorregidos para ver si pasaban su prueba de fuego. Se los entregué al maestro con el pedido de que los revisara. Él le dio una mirada a los papeles, luego cerró la carpeta, y afirmó: “perfecto, dijo, los veo y le llamo”. Fueron las semanas más angustiosas de mi vida. Mientras esperaba la llamada del maestro, un sudor helado recorría mi cuerpo, como ramalazos, y me decía que si Baquerizo les cortaba la cabeza, habría fracasado en mi intento de ser escritor, y doce años de trabajo se habrían ido por el excusado. A los pocos días me llamó, pero no para alcanzarme una crítica, sino para pedirme autorización para corregir los cuentos. “Haga con ellos lo que crea conveniente, doctor, al final están preparados para todo”, le respondí. Quince días después recibí de nuevo su llamada, citándome en su casa, a donde acudí puntualmente. Hablamos varias horas, de otras cosas que nada tenían que ver con mis cuentos, mientras yo me consumía en ansiedad, hasta que ya cerca de las diez de la noche sacó la carpeta y me la entregó mientras me decía: “He leído todos sus cuentos, don Sandro, y todos me han gustado. Pero hay dos que realmente me han impactado: el de la enfermera y el de la pianista. Son realmente excepcionales”. Pero había un grave problema —me dijo— que no permitía que mis cuentos alcanzaran su esplendor: la prosa. Entonces eché una mirada a los papeles y me escalofrié con la cantidad de palabras tachadas, de frases sustituidas, de calificativos eliminados, de preposiciones agregadas. Realmente, poco quedaba de lo que yo alguna vez había escrito, y entre los jeroglíficos y las tachaduras solo de vez en cuando reconocía una o dos palabras que habían quedado en pie. “Tiene que evitar el circunloquio”, me dijo. Llegué a casa con los ánimos por los suelos, pensando que mi carrera literaria tocaba a su fin. La desesperanza hizo presa de mí durante unos días, pero al cabo de ellos estaba de nuevo sobre el caballo, repasando las correcciones de Baquerizo, escrutándolas, estudiándolas, colonizándolas con lápiz y papel, remitiéndome al diccionario. Semanas después, de tanto haber reescrito los cuentos con las correcciones, y de tanto haber estudiado el uso de los infinitivos y los gerundios, estaba realmente maniatizado. Hice varias versiones más de los cuentos y, para probarme una vez más, los metí en un sobre y los envié al concurso de cuentos de una empresa petrolera.

Entretanto, seguí cultivando mi amistad con Baquerizo. Nos reuníamos semanalmente en su casa (recuerdo con agrado ese patio solariego donde arrimaba cómodos sillones para conversar en la intemperie y, además, el olor delicioso de las maderas barnizadas de su sala en el segundo piso) o, a lo mejor, en un café. Y conversábamos. La mayoría de las veces él hablaba (monologaba) y yo me embebía en su verbo, en sus vivencias, en su mundo pasado. Pero a veces yo inquiría y él respondía. Así me enteré de muchísimos pasajes de su vida: que había empezado trabajando en la universidad San Cristóbal de Huamanga, que había tenido una fuerte polémica filosófica con Abimael Guzmán Reynoso, que una vez había bebido más de lo necesario con Ciro Alegría y habían terminado en un rinconete de baja monta, que a veces firmaba sus escritos como J. Barquero, que había dirigido varios suplementos culturales (del que más orgulloso se sentía era de Proceso), que había sido gran amigo de José María Arguedas. ¿Por qué el maestro, con ese verbo y esa nombradía, se había quedado a vivir en Huancayo? Un día se lo pregunté y me respondió que vivir en provincia le permitía seguir las incidencias literarias del mundo, del país y del interior al mismo tiempo. Amaba, realmente, a su tierra, a la que llamaba “su barro”. En verdad, había leído todos los libros, todos, los clásicos, los contemporáneos y a veces pensaba que aún los que estaban por escribirse. En otra ocasión le pregunté por su biblioteca y me llevó a conocerla. El momento en que ingresé en ella parece haberlo descrito Carlos Ruiz Zafón en su novela sobre libros malditos: “Un laberinto de corredores y estanterías repletas de libros ascendía desde la base hasta la cúspide, dibujando una colmena tramada de túneles, escalinatas, plataformas y puentes que dejaban adivinar una gigantesca biblioteca de geometría imposible”.

Al rayar el fin del milenio, a un grupo de amigos se nos ocurrió fundar un semanario de interés público llamado Página 20. Al principio fue una publicación más, llena de material de relleno, hasta que una compañera y yo tomamos el control y, con la venia de Enrique Melgar Moscoso, el financista, decidimos convertir el medio en una plataforma de resistencia política. Recuerdo mucho a gente valiosísima como Mario Castillo, Toño Bráñez, Paúl Cárdenas y Hernando Torres que no tuvieron empacho en arriesgar hasta la vida por cumplir con las difíciles comisiones que les encargábamos. Este nuevo espacio también contó con la pluma de Manuel Baquerizo, quien, además, corregía nuestros textos (en una ocasión Mario Castillo se presentó en la redacción, muy deprimido, diciendo que el doctor había “despedazado” su texto). Fue la época en que la Academia Peruana de la Lengua lo incorporó como Miembro Correspondiente y nosotros, claro, le dimos una portada. Se alegró mucho y nos dijo que había sido una noticia inesperada: “Lo cierto es que yo no me dedico al trabajo intelectual en forma sistemática y orgánica. Escribo sobre un tema, solamente cuando me agrada y cuando siento placer o satisfacción en hacerlo”. Fue la época también en que entró en nuestra vida Jair Pérez, un leído estudiante de literatura de San Marcos que tenía una bonita taberna, donde empezamos a reunirnos los viernes por la noche para dar recitales y conversar y emborracharnos sin disimulo. Gracias a Baquerizo (sobre todo durante el congreso de literatura que organizó con Nicolás Matayoshi por aquella época) conocí a mucha gente. Mis amistades legadas por él se cuentan por montones, pero puedo recordar a Miguel Gutiérrez, a Oswaldo Reynoso, a Virginia Vilchez, a Zein Zorrilla, a Samuel Cárdich, a Washington Delgado, a María Teresa Zúñiga. Con muchos de ellos me encontraría años después en Europa, o en México, o en Argentina, en las diferentes ferias de libros a las que asistiría, pero entonces yo era apenas un pobre periodista iluso que vivía casi del aire. Otro amigo muy cercano presentado por Baquerizo es Jorge Jaime Valdez.

La aventura de Página 20 terminó dramáticamente, con dos de nosotros encarcelados y perseguidos por la dictadura, llenos de deudas, pero con la satisfacción de haber puesto el pecho en su oportunidad. Los chicos que aprendieron con nosotros, poco después, publicaron un valiente periódico universitario con el molde de nuestro desaparecido semanario.

Por entonces tenía una enamorada con la que nos veíamos a hurtadillas, en un departamento de soltero que había habilitado para fines bélicos, y una tarde en que estaba con ella, retozando a oscuras, sonó el teléfono. Reconocí de inmediato la voz de Baquerizo. Ahí estaba otra vez, hablándome con gran entusiasmo, casi con frenesí: “Don Sandro, me acaba de llamar González Vigil, de Petroperú, y me dice que tres de sus cuentos han quedado finalistas en el concurso de este año”. Desde luego, quedé pasmado, entrelazados mis dedos con los de la enamorada fugaz, perdido en las tinieblas azules de la habitación. “Aló, don Sandro, ¿está ahí?”. Claro que estaba ahí, escuchando la voz llena de ímpetus del maestro, su exaltación. Me vestí de inmediato y fui en su búsqueda. Me llevó a la presentación de un libro y se encargó de que dieran la buena nueva por el micrófono. Tiempo después me enteré que Baquerizo había comprado un buen lote de los libros donde se publicó uno de los cuentos finalistas, el más breve, y que lo obsequiaba a mis espaldas a todos sus amigos, diciéndoles que en Huancayo había también buena literatura.

A los pocos meses de cerrarse el semanario político, el doctor me llamó para proponerme la dirección de otro medio de comunicación escrito, “independiente y culto”, según me dijo. Después de algunas tratativas, concordamos con Ricardo Soto, el propulsor, que yo me haría cargo de la plana periodística del nuevo semanario y que Manuel Baquerizo dirigiría un suplemento cultural mensual. Varias fueron las reuniones para determinar los nombres: finalmente el medio se llamó Nuevo siglo y el suplemento Ciudad letrada. Trabajamos tres meses, denodadamente, pero la situación política era atroz y, pese a habernos hecho el firme propósito de no tocar temas gubernativos, el medio empezó a virar hacia ellos, hasta convertirse, otra vez, en una trinchera de combate a la dictadura. La organización que nos subvencionaba trabajaba independientemente, pero temía represalias del gobierno, así es que un buen día nos sentamos a conversar amigablemente y decidimos ponerle fin al medio. “Lo único que les pido, les dije, es que matemos a la madre, pero no al cordero”. Entendieron mi demanda y fue así como Ciudad letrada se independizó y se posicionó en las esferas literarias del país. “Me siento complacido de tener en mis manos este mensuario nutrido y acorde con los tiempos. Es halagüeño saber que las ediciones se terminan y las tiradas crecen mes a mes, pues hemos empezado a llegar a Lima, Puno, Huánuco, Iquitos y otros lugares distantes”, diría Baquerizo tiempo después en una larga entrevista periodística.

Fueron los últimos meses de vida del maestro. Salieron veinte números de Ciudad letrada y yo colaboré muchísimo con ella. En una ocasión, incluso, representé a Baquerizo en el Club Huancayo de Lima para presentar la revista a un gremio de abogados huancaínos. Y es que el maestro, sin que nos diéramos cuenta, había caído enfermo.

Era la época en que yo, con todo lo aprendido, escribía una novelita de amor ambientada durante el terremoto de 1746, y había entrado a trabajar en la universidad que Baquerizo —cosas del destino— había abandonado hacía poco.

Un día me enteré que el maestro estaba internado en el hospital de la seguridad social. Fui a verlo y le llevé un libro. Me dijo que el mal había empezado con un zumbido en el oído y que ahora, después de varias pruebas, no podían diagnosticarlo, así que debía trasladarse a Lima. En efecto, en el mes de noviembre de 2001, se lo llevaron al hospital Guillermo Almenara. Me llamó varias veces. Me contaba que tenía dolores insoportables en los músculos, que había bajado de peso, que los médicos continuaban buscando la enfermedad. Y me recomendaba que no descuidara la edición de Ciudad letrada. Un día me enteré que, finalmente, habían dado con el mal y que se trataba de una miopatía. Entonces fui a una tienda de ropa y le compré una camisa de franela, roja y a cuadros como a él le gustaban, y viajé con ella a Lima para saludarlo. Lo encontré postrado, marchito, pero aún rebosante de la vitalidad que nunca le abandonó. Conversamos interminables horas.

Entretanto, a escondidas de todos, envié la novelita a un concurso literario patrocinado por el Banco Central de Reserva, pensando que si no ganaba, nadie se enteraría que había participado.

Baquerizo murió en febrero. Ese día me llamó Carolina Ocampo para echarme el mundo encima y recuerdo que, ebrio de furia y desaliento, recorrí las casas de los amigos más cercanos informándoles de lo acontecido. Las exequias fueron fastuosas: el alcalde de Huancayo, Dimas Aliaga Castro, le hizo un homenaje y cubrió su ataúd con la bandera de la ciudad. En el cementerio la familia me hizo el honor de ser uno de los oradores sombríos del cortejo. Mientras sellaban el nicho y alguien cantaba ese huaynito que tanto le gustaba al maestro “…Ay, la vida se me está yendo como se fue mi suerte…” sentí que el dolor de la garganta, como una represa fracturada, se derramaba en lágrimas arrasadoras. Al voltear, Jair Pérez también lloraba, y más allá Ana Espejo, y más allá Giovanna Almonacid, y más allá Sergio Castillo, y más allá Abel Montes de Oca. Llegaron cartas de pésame de todas partes del mundo y con Nicolás Matayoshi decidimos publicar un número de homenaje de Ciudad letrada con las decenas de epigramas y obituarios arribados.

Un mes después, me llamó el propio Luis Jaime Cisneros para felicitarme por haber obtenido el premio del Banco Central de Reserva. Mi novelita, escrita a la loca en una difícil situación económica, vencía. Después la historia es conocida: me entrevistaron en todos los periódicos y en la televisión, me dieron un cheque nada despreciable, publicaron mi libro, se multiplicaron las ediciones, me invitaron a viajar por varias partes del mundo, pero nunca tuve el premio que realmente apetecía: que Manuel Baquerizo Baldeón, mi maestro, leyera la novela fraguada con sus propias manos. Y, claro, que usara la camisa roja que se quedó sin abrir.

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Cultura

Leticia, la ciudad de moda

Lee la columna de Jorge Linares

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Por Jorge Linares

Hace miles de años este territorio que se conoce hoy como el “Trapecio Amazónico” estaba poblado por familias bien asentadas, Arawak Maipuren, Bora Huitoto, Peba Yagua y Tikuna; luego, los estudios de los destacados antropólogos asentados en Colombia, Hildebrand y Reichel (1978), demostraron que los nativos que se sumaron a habitar estas zonas en el siglo V, fueron, los Caumare, Cahuachi, Mayoruna, Omagua, Yurimagua, Ibanoma y Aizuar. En el siglo XVI el español Francisco de Orellana mantiene el primer contacto con los Omaguas en la Amazonía, según las Crónicas de Carvajal, dando paso después al proceso de cristianización a los originarios a través de las reducciones, incursionando la Iglesia por toda esta zona a través de los jesuitas, franciscanos y agustinos hasta la actualidad; en ese proceso, en el siglo XVIII, se vinieron constituyendo una serie de asentamientos ante la presencia de los lusos en territorio de la corona española y se empezaron a demarcar los límites a partir del Tratado de Madrid, y así se fundaron los pueblos más alejados de las respectivas coronas sobre el Amazonas: Nuestra Señora de Loreto de Ticunas (1760) por el jesuita Joaquín Hedel, y por el lado portugués, sesenta kilómetros más abajo, el fuerte Tabatinga (1767).

Asimismo, hacen su recorrido expedicionarios e investigadores como Samuel Fritz, Charles La Condamine, Francisco Requena, Paul Marcoy, Antonio Raymondi hasta la primera expedición hidrográfica, al mando del almirante Tucker, quien tenía dentro de su tripulación al ingeniero Manuel Charón, el gran responsable de cambiar el nombre de “Fuerte Mariscal Ramón Castilla” por “Leticia”, en honor a la dama iquiteña Leticia Smith, de quien se había quedado enamorado; es importante mencionar que inicialmente este poblado llevaba el nombre de San Antonio. En todo este proceso de evolución, el año 1928 se firma el Tratado Salomón-Lozano, y al siguiente año Leticia pasa a formar parte Colombia; el año 1932 Leticia es tomada por militares peruanos y luego es devuelta el año 1933.

Este episodio bélico valió para que dos personas fascinantes de la literatura universal, dos Nobel sudamericanos, aborden este incidente que quedó registrado en la novela “Las Cartas del Boom”; la iniciativa fue de Gabriel García Márquez, quien propuso a Mario Vargas Llosa escribir la novela “A Cuatro Manos” sobre Leticia; cada uno iba abordar por su lado, tanto el colombiano y el peruano, pero finalmente el proyecto se desvaneció y se convirtió en una novela no escrita; es preciso manifestar que iba a ser un gran clásico de la literatura porque se iba a exponer en vitrina a las ciudades de Iquitos y Leticia que estaban estrechamente vinculadas, pero más allá de ese hecho, se considera que uno de los propósitos de escribir esta obra literaria, era narrar irónicamente la probabilidad de cómo los presidentes Sánchez Cerro y Olaya Herrera, trazan una guerra para ambos arraigarse en el poder, dando crédito a la frase del piloto de la Luftwaffe, Erich Hartmann “La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”.

Nada distante de la realidad, hasta hace poco tiempo Dina Boluarte y Gustavo Petro, decidieron retirar sus plenipotenciarios de cada capital; no obstante, muchas decisiones desacertadas se toman en Lima y Bogotá sobre las zonas de frontera, sin saber, que hay un lazo de unión y cooperación entre peruanos, colombianos y brasileros. A pesar de estar relegados, la comunicación es en portugués, castellano y lenguas originarias, la red comercial de intercambio goza de un crecimiento intenso e impresionante. Esta unidad siempre es fortalecida con los eventos propiciados en cada urbe, distinguiéndose la ciudad colombiana con la “Confraternidad Amazónica”, que es un espacio donde la cultura, el arte, la música, el deporte y toda actividad creativa nos cohesiona y vincula como amazónicos, a diferencia de la política o de los pensamientos nacionalistas enraizados en el chauvinismo, reafirmando así, sin ninguna duda, que las fronteras son líneas imaginarias impuestas desde el tiempo de la Colonia.

Uno de los lugares indiscutibles que Gabo hubiese elegido caminar, tendría que haber sido el Cementerio Jardín de los Recuerdos, independientemente de su importancia sacrosanta; allí se guarda la memoria de la ciudad, ahí reposan los primeros pobladores que se asentaron en Leticia y conserva valiosa información para recopilar; otros lugares, serían el imponente Museo y Biblioteca del Banco de la República; asimismo, el Mercado Tour de las Octavas para escuchar los relatos orales de los pobladores, ingresar a la Catedral de Nuestra Señora de la Paz y subir a su mirador con una vista impresionante del Parque Santander, entre otros lugares maravillosos de la ciudad.

La seguridad de sus calles hace que el desplazamiento de los turistas sea más confiable y puedan refrescarse con unas bebidas frías en Kawana o Vicpal y disfrutar de una buen caldo de costilla en el Viejo Tolima, o una bandeja paisa en la balsa El Pirarucú, donde se pone en valor la yuca en diferentes presentaciones. El buen momento económico del sol con el peso hace que las tiendas comerciales, perfumerías, billuterías, sean puntos imperdibles de visita por nuestros compatriotas atiborrando los Almacenes Jumer, Top Brands, Gloria y toda la shop zone colombiana.

Lo que nos llama la atención, es la cultura turística de los pobladores y sobre todo la preparación del “speech” de los guías turísticos, quienes nos ilustran acerca de la migración de las aves que se avizoran en la copa de los árboles del Parque Santander, el manejo de la medicina amazónica en el Parque Ecológico Mundo Amazónico, lo bien conservado de los bosques y bungalows de la reserva natural Tanimboca, la explicación didáctica y entendible del Tratado de San Ildefonso y su repercusión en este territorio; y, también, el gran trabajo de orientación vocacional en niños que van fortaleciendo su cultura e identidad en CAFAMAZ.

El año pasado, esta ciudad fue escenario de convenciones y reuniones nacionales e internacionales, destacando las binacionales peruano-colombianas entre el sector público y privado, de antropología, y una cumbre entre los presidentes de Brasil, Lula Da Silva y de Colombia Gustavo Petro, quien prometió programas de desarrollo para la Amazonía y le dio tiempo para recitar un extracto del poema de La Vorágine de José Eustasio Rivera, que este año cumple cien años de su edición.

En la actualidad, Leticia es una ciudad opulenta, su joven y dinámico alcalde, Elquin Uni, ha empezado un irreversible proceso de cambio en el lugar, viene generando un plan de desarrollo en base a una economía naranja, que tiene reverberaciones en los lugareños y empresarios del sector turístico que desean fortalecer el corredor turístico entre Leticia e Iquitos. Hace poco tiempo participó del Primer MercaIquitos en isla Santa Rosa y manifestó sinceramente que busca unir fronteras, ya que su ciudad viene recibiendo un promedio de 100 mil turistas al año que beneficia directamente a isla Santa Rosa y Tabatinga. El contraste de la antípoda de la frontera es evidente, resalta ante nuestros ojos la modernidad y el atraso entre el lado colombiano y el peruano; ante esta realidad, el burgomaestre Uni, es consciente que el turismo es una herramienta de cambio y desarrollo para toda esta zona e invitó al alcalde del centro poblado Isla Santa Rosa, Yván Yovera, para unir esfuerzos, mejorar los recursos turísticos para incrementar el flujo de turistas, siendo conscientes que hay mucho por hacer en el trifinio amazónico.

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Cultura

Centenario del natalicio de Jorge Eduardo Eielson

La celebración del centenario del nacimiento del artista peruano se realizará del jueves 11 de abril al domingo 12 de mayo.

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La Pontificia Universidad Católica del Perú inaugurará la exposición Canto Abierto: Homenaje a Jorge Eduardo Eielson, bajo la curaduría de Mariana Rodríguez y Carlos Castro. Este montaje se realiza en el marco de la celebración del centenario del nacimiento del artista peruano, que lleva por título Eielson 100.

Jorge Eduardo Eielson fue un artista integral y versátil que exploró distintas expresiones como la poesía, la novela, el ensayo y las artes visuales, además, fue fuente de inspiración para artistas contemporáneos. Su creación plástica abarca unos 60 años de producción y ha sido reconocida en los campos artísticos más importantes de Europa, Norteamérica y Latinoamérica.

“Canto abierto” es una exposición colectiva que reúne a 11 artistas peruanas y peruanos de distintas generaciones cuyas obras dialogan con el legado artístico de Jorge Eduardo Eielson. Para ello, se exhibirán obras de Eielson en base a 4 ejes representativos de su producción artística: la apropiación del arte del antiguo Perú, el paisaje del litoral peruano, el entramado de materiales y el espacio estelar.

A partir de ello, las y los diferentes artistas revelarán formas particulares y originales de tratar estos ejes también pertenecientes a la obra eielsoniana a través de la fotografía, la pintura, el videoarte, la escultura y la instalación.

Los artistas que participan son Nereida Apaza, Luz María Bedoya, María José Guerrero, Billy Hare, Rafael Hastings, Alejandra Ortiz de Zevallos, Carlos Runcie Tanaka, Paola Torres, Esther Vainstein, Silvia Westphalen y Ricardo Wiesse.

La muestra estará abierta al público de manera gratuita del 10 de abril al 12 de mayo, de lunes a domingo de 10:00 a.m. a 10:00 p.m. en la Galería del Centro Cultural PUCP, ubicada en avenida Camino Real 1075 en San Isidro.

Actividades

Dentro de las actividades en el homenaje se podrá encontrar el “Taller de Nudos Eielsonianos”. En este taller reflexionará sobre los nudos en la obra de Jorge Eduardo Eielson desde una experiencia participativa y sensorial. Trabajaremos con los conceptos de unidad-colectividad, fuerza-soltura y estructura-equilibrio propios de la naturaleza del nudo, con la motivación de encontrar en el anudar una experiencia física, personal y explorativa. Estará a cargo de Alejandra Ortiz de Zevallos, docente y artista egresada de la Facultad de Arte y Diseño PUCP. Día viernes 12 de abril 5:00 p.m. CCPUCP aula 3.

También se realizará el taller “Canto Abierto” Mediación artística. Un recorrido didáctico por las obras de la exposición donde dialogaremos sobre los procesos creativos de los artistas y cómo el trabajo de Eielson ha influenciado y abierto posibilidades para la exploración técnica y temática. Posteriormente pasaremos a un taller donde crearemos y descubriremos nuevos recursos plásticos.  El taller estará a cargo de Rosa María Valle, artista visual y educadora. Día sábado 13 de abril, 10:00 a.m. Galería CCPUC.

Otro de los talleres es Canto Abierto. Conversatorio con artistas plásticos en torno al legado eielsoniano. Participan Ricardo Wiesse, Alejandra Ortiz de Zevallos y María José Guerrero Fonseca. Moderador: Paulo Dam. Día miércoles 17 de abril, 7:00 p.m.  Todos los talleres son con ingreso libre y el cupo es limitado. Inscripciones aquí https://forms.gle/uZ9UrJpLfdNsUjEw5.

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Cultura

Universidad de Lima publica libro que reflexiona sobre las relaciones semióticas del lenguaje y el trabajo

Se trata de un ejemplar único en Latinoamérica, pues no existe otro caso que explore la semiótica en el ámbito laboral diario.

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El Fondo Editorial de la Universidad de Lima publicó el libro Semiótica y trabajo. Ensayos sobre el trabajo contemporáneo, un conjunto de textos que aborda la relación que existe entre el ejercicio laboral que se realiza de manera cotidiana y la semiótica. Sus líneas ofrecen un análisis sobre cómo esta práctica utiliza el lenguaje, produce signos y crea todo un ambiente de sentido.    

La obra reúne once artículos escritos por seis italianos, cinco peruanos y un argentino, que desarrollan temas como la globalización, la mercancía, el neocapitalismo, la informalidad, la uberización, entre otros. La edición estuvo a cargo de Eduardo Yalán, docente de la Universidad de Lima, en colaboración con Enrique León y Paulo F. Lévano.

La publicación intenta acortar la brecha en el estudio de este tema entre Europa y Latinoamérica, debido a que solo en la primera se trabajaba el rol comunicativo del trabajo. Además, representa un esfuerzo por fortalecer lazos entre la Universidad de Lima y la escuela italiana, que actualmente es la más activa en investigación semiótica. También, es una respuesta al contexto surgido tras la pandemia del covid-19, que modificó las formas del trabajo a nivel mundial.  

La Universidad de Lima amplió su investigación de los fenómenos semióticos ―más allá de las películas, la publicidad o el texto escrito― a espacios vivos y cotidianos como el laboral y todo lo que ocurre a su alrededor. En esa línea, le anteceden a Semiótica y trabajo. Ensayos sobre el trabajo contemporáneo los libros Semiótica de la ciudad: prácticas, imaginarios y narrativas (2021), editado por nuestro docente Elder Cuevas, y la traducción de Trazados etnosemióticos (2022), escrito por Francesco Marsciani. 

El libro Semiótica y trabajo. Ensayos sobre el trabajo contemporáneo ya se encuentra a la venta en las librerías Libun. Para conocer más sobre esta publicación, se puede escuchar una entrevista a los autores Eduardo Yalán y Enrique León en un episodio especial del podcast Ulima Zona de Libros

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Cultura

Demolición del Hotel Sheraton en Cusco [VIDEO]

Diez años después del atentado cultural cometido por la empresa constructora R&G, los cimientos de Hotel Sheraton serán demolidos.

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Después de casi una década la construcción del Hotel Sheraton en la calle Saphy del Cusco será demolida luego que el pasado 04 de marzo, el Quinto Juzgado Civil de la Corte Superior de Justicia del Cusco emitió la resolución judicial 143 donde establece un plazo de 30 días hábiles para que la Dirección Desconcentrada de Cultura (DDC) del Cusco realice un informe técnico para la demolición de la estructura construida inapropiadamente en una zona arqueológica

El documento exige a la DDC-Cusco y a la Municipalidad Provincial de Cusco (MPC) cubrir los gastos derivados de la demolición y de la restitución del bien patrimonial que fue destruido para dar paso al hotel hoy situado en la calle Saphy, a solo dos cuadras de la Plaza de Armas de Cusco.

Aquí todos los detalles del atentado cultural cometido por la constructora R&G en la ciudad imperial.

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Cultura

Percy Vílchez le responde al escritor Rodrigo Núñez Carvallo

La respuesta a los improperios del autor de “Sueños Bárbaros”.

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Hace unos días el escritor Rodrigo Núñez Carvallo, autor de la novela “Sueños Bárbaros”, usó sus redes sociales para publicar insultos contra Percy Vílchez Salvatierra. En ese texto Núñez Carvallo tildó de arribista y trepador a Vílchez. ¿Cuál fue el motivo de la agresión verbal? pues al parecer al escritor barranquino le molestó que se cuestione al poeta César Vallejo y se tire flores a Chocano.

El comportamiento de Núñez Carvallo no es nuevo, permanentemente insulta de manera gratuita a diferentes personajes de la cultura y la política. Algunos atribuyen su comportamiento a su estado de salud, resentimiento y problemas familiares sin resolver.

Sobre los improperios de Rodrigo Núñez, el abogado y escritor Percy Vílchez Salvatierra manifestó: “A veces los señores también tenemos que tratar con gente de mala procedencia. Lo que dice Rodrigo Núnez Carvallo no tiene ninguna justificación, era lo que había expuesto sobre Chocano, y que siempre hago una apología de Chocano, pese a elementos negativos que tuvo. Considero que siempre se tiene que atacar a las ideas, no se sale con mala crianzas y con disparates”.

Aquí la respuesta completa de Percy Vílchez.

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Cultura

Día Mundial de la Poesía ignorado por el gobierno de Dina Boluarte

La falta de bagaje cultural en los altos funcionarios del gobierno provoca la nula celebración de eventos culturales.

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El 21 de marzo se celebró el Día Mundial de la Poesía, una celebración que pasó inadvertida en el país y que fue ignorada por el gobierno de Dina Boluarte.

Fueron pocos lo escritores y personalidades de la cultura que vía sus redes sociales publicaron algún mensaje dedicado a las letras. Lejos de eso, el crítico Percy Vílchez Salvatierra mencionó: “Se encumbran falsedades por todos lados, los escritores que están en provincia creen que son más importantes que los de Lima. Los que están en la Católica o Universidad de Lima, no se hablan con los otros marginales que andan por las ferias de barrio. Entonces, existe un escenario poético nacional que realmente es un fiasco”.

Aquí los comentarios completos sobre el Día Mundial de la Poesía.

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Cultura

Municipalidad del Callao declara que cada 24 de marzo se celebre el Día del Criollismo Chalaco

Concejo Provincial homenajeará en esa fecha el natalicio de la primera guitarra peruana Óscar Avilés.

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El Concejo Provincial del Callao declaró el 24 de marzo de cada año como el Día del Criollismo Chalaco, en conmemoración del natalicio del ilustre músico y cantautor chalaco Óscar Avilés Arcos.

Esta declaratoria se oficializa mediante el Acuerdo de Concejo Nº 09-2024 AC/MPC de la Municipalidad Provincial del Callao, publicado este último jueves en una edición extraordinaria del Diario Oficial El Peruano.

En su artículo primero, la norma extraordinaria dispone incluir esta celebración en el calendario de festividades de la Provincia Constitucional del Callao.

Asimismo, el referido acuerdo de concejo institucionaliza el Premio Óscar Avilés Arcos “como máximo reconocimiento de la Música Criolla de la Provincia Constitucional del Callao”.

Avilés “nos ha dejado un excelente legado artístico, que es necesario valorar como elemento fundamental para fortalecer la identidad cultural de los vecinos de la Provincia Constitucional del Callao”, detalla la norma, en su parte considerativa.

“La celebración del centenario del natalicio de tan ilustre personaje constituye el motivo preciso para establecer el 24 de marzo de cada año como el Día del Criollismo Chalaco e institucionalizar el reconocimiento cultural Óscar Avilés Arcos a quienes realicen un aporte al desarrollo cultural del Callao en el campo de la música criolla”, agrega.

El acuerdo de concejo publicado en el Diario Oficial El Peruano está firmado por el alcalde provincial del Callao, Pedro Spadaro Philipps.

Fuente: El Peruano.

Los 100 años de Óscar Avilés

El 24 de marzo del año 1924 nació en el Callao quien sería una de las insignias más reconocibles del criollismo peruano, Óscar Avilés Arcos. Cantautor, guitarrista, productor discográfico y arreglista, la Primer Guitarra del Perú forma parte ya de nuestra historia pues sus canciones nos han acompañado en diversos momentos de nuestras vidas.

El señor de la guitarra, don Óscar Avilés. Foto: archivo GEC.

Empezó su carrera musical en 1939 a la edad de quince años, como cajonero del dúo de hermanos “La Limeñita y Ascoy”. En 1942, con el grupo de cuerdas Núñez, Arteaga & Avilés gana el concurso radial organizado por el periodista Roberto Nieves del diario “La Noche”, a raíz del cual se le comenzó a llamar “La Primera Guitarra del Perú”.
En 1946 formó parte de Los Trovadores del Perú, junto con Miguel Paz, Oswaldo Campos y Panchito Jiménez. Conformó el trío Los Morochucos, entre los años 1947 y 1952 conjuntamente con Alejandro Cortéz y su fundador Augusto Ego Aguirre, quienes luego de un receso volvieron a reunirse entre los años 1962 y 1972. Asimismo, fundó en 1952 la primera Escuela de Guitarra de estilo criollo, que mantuvo sus puertas abiertas hasta 1967.

Durante la década de 1970 formó trío con Arturo “Zambo” Cavero, y Augusto Polo Campos, grabó con muchos artistas criollos de primera línea, entre ellos Jesús Vásquez, Eloísa Angulo, Panchito Jiménez, Los Hermanos Zañartu, Los Hermanos García, Cecilia Bracamonte, Zoila Zevallos, Los Ases del Perú, Los Hermanos Catter, Nicomedes Santa Cruz. También ha grabado con el Tenor Peruano Luis Alva, acompaño los versos del actor Luis Álvarez y la española Gabriela Ortega y artistas populares como también internacionales como es el caso de Olga Guillot, Leo Marini y Xiomara Alfaro, entre otros.
Como arreglista, compositor, ejecutante y difusor de la música criolla ha merecido diversos reconocimientos, además de numerosos Discos de Oro por sus logradas ventas fonográficas.

Falleció el 5 de abril del año 2014.

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Cultura

Falleció Luis Palao: esta fue su última entrevista

Ha muerto un grande… un mago de los pigmentos, un genio de la acuarela y de la pintura. El maestro Luis Palao Berastain acaba de partir a los 81 años. Lima Gris lamenta su partida, pero celebra su inmortal legado artístico. Aquí nos honramos en publicar su última entrevista realizada en Arequipa.

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Luis Enrique Graciano Palao Berastain (1943) es un excepcional dibujante y pintor realista que se pasó la vida retratando a los habitantes más modestos que merodean en el campo. Encontrarlo es muy difícil, ya que prácticamente es un ermitaño que se aleja de la civilización. Cuando le pregunté si podía visitarlo unos minutos, se puso arisco y me dijo que no, porque recién había regresado de Chumbivilcas. Felizmente y ante la insistencia de casi un año accedió a un encuentro en la Plaza de Armas de la Ciudad Blanca. A él le disgusta que le llamen maestro porque no se considera como tal.

Luis Palao solo viaja en camiones porque no le agradan los buses y los aviones. Su actitud respetuosa es inagotable, por ello, en algún momento pidió disculpas por tanto improperio y humildemente a pesar que estudió en la Universidad Nacional de la Plata de Argentina afirmó que su educación es solo al nivel secundario de un colegio nacional.

Señor Palao ¿qué lectura ha realizado últimamente?

A mi no me gustan esas cosas, ni revistas, libros, televisión o radio. Discúlpeme la expresión pero siempre lo he visto como una cojudez, que sé yo.

Entonces ¿cuál es su pasatiempo?

Para mí no es importante ni el tiempo, ni el destiempo. Pienso que lo único que tenemos los pobres es el tiempo nada más, o sea, veinticuatro horas al día. Creo que alguien se lo da a los ricos y a los pobres y ese es el único capital que tenemos.

¿Cómo hace con su pintura?

La pintura para mí no es importante. Yo no vivo para la pintura; no soy un pintor, y nunca he sido un pintor. Nunca he ido a una escuela de arte ni esas cojudeces, ni he querido ser pintor tampoco y nunca he comprado un libro de pintura para ver figuritas.

¿Y qué de las exposiciones?

Para qué voy a ir a una exposición si no voy a entender nada, ¿qué cosa podría entender allí?

Debe haber una explicación de que usted haya obtenido aquel trazo en su dibujo y en su pintura si no hubo una formación previa.

Oiga usted, en el Colegio Nacional Independencia Americana donde estudié el profesor de historia me llevó a las cuevas de Sumbay y ahí habían unos dibujos. Por supuesto yo hacia esos dibujos mientras que otros escribían y otros buscaban en la arena a ver si se encontraba algún vestigio cerámico para llevarlo al museo del colegio. El hombre de Sumbay tenía miles de años y ya dibujaba. El profesor lo dijo claramente, que una de las primeras expresiones del ser humano era dibujar y que después evolucionó mucho y entonces pudo escribir y hasta ahí no he llegado. Por eso es que nunca en mi vida he comprado un periódico o un libro porque no evolucioné. Solo quedé en las cuevas de Sumbay con un poco de tiza que yo mismo preparé creando mis colores y dibujé en cualquier superficie sea porosa o lisa porque soy de los Andes. Solo dibujaba al personaje que en ese momento pasaba por los parajes arriando a los guanacos. El que me enseñó eso fue Churajón Málaga un gran maestro de historia que de profesión era antropólogo.

Usted siempre apostó por lo nuestro.

Nunca me han interesado otros países, pero he conversado con gente que salía y alguna vez conversé con un payaso que se llamaba Szyszlo y que no llegaba ni a payaso. Él era patético, un admirador de la caca de las bacinicas de Nueva York y le encantaba la caca de las bacinicas de París. Lo despreciaba y me tuve que retirar porque no podía soportar que un peruano como yo se ponga debajo de un francés o debajo de un norteamericano y ni siquiera lo obligaban a hacerlo pero él se ponía debajo de ellos, como tantos pintores que se me han acercado y se han puesto automáticamente debajo de los pintores de Lima, cuando en Lima no hay ni mierda de pintura y si no he ido a Lima es porque no hay nada que ver. Tienen un Museo de Arte en Paseo Colón donde todos los pintores son de diferentes países, y estos hijueputas limeños se dan el gusto de decirnos que somos provincianos. Yo estudié geografía en tercer año de primaria y Lima solo tiene ocho provincias nada más y nosotros somos departamento pero nos tratan de provincianos. Y en el museo de Paseo Colón los pocos pintores peruanos son Daniel Hernández de Huancavelica, Ignacio Merino de Piura, Francisco Laso de Tacna, Teófilo Castillo de Carhuaz, Carlos Baca Flor de Islay de la tierra grande que está peleando hoy por el valle del Tambo, es decir, pintores de verdad.

Es cierto. Ninguno es de Lima

Y sigo: Sabogal fue de Cajabamba en Cajamarca, Camilo Blas y Horacio Urteaga también fueron cajamarquinos. Teodoro Nuñez Ureta fue de Arequipa, Mariano Fuentes Lira de Cusco, Carlos Dreyer era alemán pero pintaba en Puno. Digamos que las raíces del arte están enclavadas en los departamentos de esta patria, es por eso que siempre me gustó vagar e ir donde había nacido Vallejo y donde nació Sabogal, también visité el pueblo de Ichocán donde nació Yma Súmac que cantaba como un pajarillo y si fui a Piura fue para conocer la tierra de Merino y si fui a Carhuaz fue para ver la tierra de Teófilo Castillo y si fui a Cusco fue por sus grandes piedras y sus grandes hombres y pintores como Francisco Gonzales Gamarra. Nuestra patria está llena de pintores y grandes poetas. Nunca compré un libro porque lo escuché personalmente a Eleodoro Vargas Vicuña cuando escribió el Taita Cristo y conocí personalmente a José María Arguedas porque me gustaba escucharlo y si me decían que vaya a Puquio, iba hasta Puquio porque estaba ocioso y nunca he trabajado para nadie. Y me fui a caminar detrás de los caminos de Jorge Vinatea Reinoso, los de Orbegoso y los de Pantigoso. Y cuando fui a Huancayo fui a buscar al gran pintor wanka Guillermo Guzmán Manzaneda. Entonces no había motivo para subirse a un camión e ir a Lima, porque no había ni mierda en Lima. Y ellos empiezan a decir que nosotros somos provincia.

Entonces usted…

De qué quiere hablar conmigo si no vale la pena porque yo solamente soy un resentido social. Soy nada más un peruano que ama a su gente, a sus mendigos y campesinos sin tierra; como diría algún poeta: “Para pintar la belleza tenemos el corazón y para pintar el pueblo tenemos la sangre”

¿Se siente orgulloso de ser arequipeño?

Mire, yo no soy arequipeño. Mi padre era de Arequipa y mi madre era de Lima, yo debo haber nacido en Huacho en la hacienda Humaya y me he criado toda mi vida en Cusco. En Arequipa no ha pasado nada importante.

¿Qué significa eso?

En Arequipa solamente hay tres cosas importantes para mí: la tumba de mi padre, la tumba de mi madre y la tumba de mi hermana Rosa.

Entonces ¿Dónde se ha sentido usted más cómodo?

Nunca me he sentido cómodo. Me sentiría más cómodo de vagabundo para seguir y si es que llegara a un estado más grande cuando me reciba seré mendigo y después moriré en un basurero. Ahí sí me voy a sentir cómodo con los perros y con las moscas y con la basura. Y con las pinturitas que he hecho con esos colorcitos que yo mismo he  preparado, porque nunca he ido a una tienda a comprar chisguetes ni americanos ni franceses.

Usted mismo preparaba sus pigmentos

Desde que tuve siete años, porque tuve la suerte de conocer a mi profesor don Víctor Torres Cruz del barrio de Miraflores de la escuela Muñoz Najar. Al principio me había comprado unos libritos para dibujar, pero cuando el profesor me enseñó a hacer tiza, con agua, yeso cernido, cola de reses de animales y de los cachos hervidos, entonces dije: nunca más en mi vida gasto un centavo en un libro. Mejor buscaré un maestro y Víctor Torres también me enseñó a hacer acuarelas y oleos. Íbamos al camal a buscar unos pelos de vaca de las orejas y los metíamos en plumas de pato y ganso y lo amarrábamos en un palo y ya teníamos brocha. Y me dije: esto es mi patria, ahí estaba el milagro de este maestro porque me enseñó algo que aún lo tengo en mi memoria y como yo soy más primitivo que la escritura, me quedé en el dibujo en la época que el hombre recién estaba tratando de representar a un animal o a otro hombre y la primera letra que se hizo en Grecia fue la Alfa que representaba el ojo de un animal de ganado y el ojo de un ser humano. Así nació la escritura, por eso que yo nunca quise llegar a ella y solo me he quedado en el dibujo y el diseño.

¿Y alguna vez enseñó sus técnicas a otros alumnos?

Una vez un señor Eduardo del Pino del ministerio de Educación, me quería, porque yo trabajaba en el periódico Correo haciendo dibujos y caricaturas, me llevó a la escuela para que enseñara y un día salió en los periódicos que la Escuela de Bellas Artes estaba en desgracia, que cualquier pelucón y vagabundo era maestro sin ningún título, y por supuesto, me botaron ese mismo día. No llegué a tener ni cinco dias enseñando en la Escuela Baca Flor.

¿Qué sentido tiene la vida para usted?

Yo no sé si tiene sentido, no sé. No soy juez en esta vida. He vivido de vago nada más y he pintado solo a la gente que he admirado y no sé hacia dónde va la vida. Solo sé que hay muchísimas personas que me gustaría verlas dibujadas porque son admirables, me refiero a esos campesinos que no tienen tierras, mis hermanos los mendigos, los enfermos mentales, las casas que se caen, las obras de los albañiles que pusieron los adobes y ahora se caen. Ahora es triste pasar por Arequipa y si alguien tiene la costumbre que yo he tenido de chupar los pinceles, que no pinten acuarela en Arequipa porque el agua está envenenada por las mineras.

¿Qué piensa de esas grandes mineras que funcionan en Arequipa?

Yo no soy juez para hablar de esos adefesios y no sé ni qué significa minero. Alguna vez escuché a un profesor de botánica que cuando se destruye un árbol, Tambo ha perdido un árbol, por consiguiente, el departamento de Arequipa ha perdido un árbol también y consecuentemente el Perú ha perdido un árbol también y consecuentemente América Latina ha perdido un árbol y finalmente el mundo ha perdido un árbol. Ese árbol era del mundo más que del valle del Tambo.  Para que haya vida en el planeta solo se necesitan dos cosas: oxígeno y agua. No se necesitan Bancos, teléfonos, libros, maquinarias, ni autos. Y para que haya vida humana un feto también necesita oxígeno y agua, entonces nosotros somos como fetos de este planeta, nada más. Ahora esos señores que explotan millones de dinamita, y echan millones de litros de veneno a las aguas como arsénico, cianuros y cosas así, no le darían de beber esas aguas a sus hijos. Así es la cosa, pero según ellos se necesita dinero para sobrevivir en este planeta.

¿Qué opina de la gastronomía arequipeña?

No me gustan los cocineros, nunca en mi vida he entrado a un restaurante, y nunca nadie ha limpiado las babas de mi plato. Toda mi vida yo mismo me he cocinado. Toda la gastronomía deliciosa hoy día se la comen y mañana se convierte en caca y todos los camarones que matan también. Mi profesor Germán Coaguila creador de hermosos tratados de biología y de química nos explicó cómo es que el camarón pone sus huevos en las orillas de los ríos y el mar, y cómo es que esos huevos luego transitan por las corrientes marinas pegados en las orillas durante meses hasta convertirse en larvas donde son comida para los peces y esas larvas se convierten en alevinos y luego empiezan a tomar forma de camarones cuando desarrollan sus antenas que son su sentido del tacto y después verán qué desembocadura del río les conviene más por los nutrientes y los helechos pegados en los baches de las piedras que vienen desde las alturas de los nevados es el alimento de los camarones, de los ispis y los carachis, y ellos empiezan a trepar para ver dónde hay mejores algas y así sobreviven hasta que llega el ser humano para ponerles una trampa y después de cazarlos los venden en cualquier puente y luego esos camarones van a parar a un restaurante, o a una chichería arequipeña para que los grandes señores se los traguen. Nunca en mi vida he comido un camarón porque ese alevino sobrevive solo y es un ejemplo de vida. En Tambo he buceado en el río con esos camarones porque mi abuela, la madre de mi padre era de Tambo.

Eso es un verdadero ecosistema entre el hombre y la naturaleza

El ser más elevado de la especie humana es el campesino. Es el único indispensable en este mundo y cuando el ser humano después de las cavernas rupestres tuvo que buscar un cobijo, luego evolucionó y encontró que el milagro de la vida estaba en la semilla que fue la gran primera reforma de la especie humana al domesticarla. Después de ese chispazo de luz no se ha creado nada importante en el mundo.

¿Por qué dice que nunca le interesaron las galerías de arte? si usted antes exponía muy bien.

No es que no me interesaran las galerías de arte. Cada uno tiene el derecho de poner el negocio que le dé la gana y no me meto en el trabajo de nadie. Quizás lo puedo decir por lo resentido social que soy, porque hace como diez años que ninguna galería de arte me ha invitado a exponer. En Arequipa no me han invitado hace cincuenta años. Y usted es el único loco que quiere hablar con un loco.

Pero solo hace unos años yo he visto obras suyas en la galería de Eduardo Moll en Miraflores, incluso él mismo me explicó el chorreado de su obra.

Cuando el señor Moll iba a Calca o a Chinchero a buscarme me pidió algunas pinturas, por supuesto que se las proporcioné. Hace quince años en Calca él se llevó unos cuadros y yo nunca le pregunté de qué se trataba porque creo que de acuarela no sabía nada y de pintura tampoco. Pienso que era un comerciante nada más. 

Entonces, usted sí ha pintado a pedido.

Yo nunca lo he buscado… y nunca he trabajado para ningún cliente, ni para una galería, ni para un señor o señora. Pinto para mi propia recreación nada más. Me interesa recrear lo que veo; mañana cuando salga no sé por dónde iré y qué cosa dibujaré con mis cartones, mis carbones, y mis cuatro pigmentos.

Usted es un resentido social ¿Acaso es por la gente que le ha rodeado?

Bueno, si a uno le chancan el dedo, el dedo se resiente ¿no? Soy resentido no por lo que me han hecho a mí, sino por lo que la sociedad le hace a la naturaleza y por lo que hace con los animales y con las diferentes especies como los camarones, los peces, los pájaros y por lo que hacen con las chacras y sembríos. Cuando voy por cualquier camino y encuentro a una señora con un sombrero de chacarera y cuando converso con ella y me dice: “Esta era mi chacra pero mi hijo se ha recibido de médico y ahora no tengo dónde estar porque la ha vendido a otros y ahora la han convertido en una urbanización y ahí estaba antes mi casita”. Gente así encuentro casi siempre en mis caminos. Por supuesto que eso me tiene que resentir, pero como mi trabajo no es ser resentido social y solamente pintar y dibujar, eso es lo que tengo que hacer.

¿Cuál es la obligación de un pintor?

Pienso que la obligación de un pintor, si es que verdaderamente llegara a ser un pintor es dejar un testimonio pintado de la época que ha vivido. Entonces esa mujer campesina así sin campo qué sembrar es mi testimonio y la bronca que yo tengo me la guardo para mí porque lo único que tengo que hacer es dibujar a esa señora con toda la dignidad que se merece y con todo el respeto que me enseñaron mis padres por mis semejantes. Ese es mi oficio al final, dejar ese documento visual y pintar a esa señora apoyada al borde del camino sin nada qué hacer todo el día, solamente esperando la muerte.

Y para usted ¿Qué significa la muerte?

En el colegio nos enseñaron que había tres muertes. La muerte natural que es cuando los bichos que tenemos en el organismo nos van matando naturalmente como tiene que ser. La muerte accidental que es cuando viene alguien con un auto se sube a la vereda y atropella y mata a tres niñas, a eso le llaman accidente aunque se haya quitado la vida a otro ser humano, pero eso ya no es una muerte accidental, eso se llama asesinato. Por supuesto odio a todos los que conducen automoviles porque son temerarios nada más. Y la tercera muerte es cuando alguien decide matarse, y se arroja de un puente y se autoelimina. Pienso que la muerte tiene que ser natural y me parece que está bien.

¿Siempre tuvo ese afán de recorrer los senderos del Perú a pie?

De Cusco a Abancay son dieciocho días a pie, de Abancay a Ayacucho o al menos hasta Chinchero son diecisiete días. Yo no conozco el camino Inca, he caminado sencillamente porque tenía una orden de captura en la PIP (Policía de Investigaciones del Perú). He llegado a pueblos que si no tenían puestos de policía era lo perfecto para mí y ahí me he quedado.

¿Por qué lo persiguió la policía?

El único título que yo tengo son atestados de vagancia. En cualquier puesto y en cualquier pueblo me bajaban y me decían: “Adónde va ese pelucón, a qué se dedica, para quién trabaja, dónde queda su domicilio”“Me gusta hacer dibujos y no tengo domicilio” les respondía y el comisario decía: “¡Mientras lo vamos a averiguar este hombre se queda carajo! Y háganle un atestado de vagancia”.

Eso suena estúpido pero es cierto. Antes existía el atestado de vagancia y las levas de parte del Ejército.

Tengo más de 40 atestados de vagancia.

Me da la impresión que a usted no le gusta hablar de pintura.

Podemos hablar pero usted no me pregunta mucho de pintura.

Está bien ¿Alguna vez ganó mucho dinero con la pintura?

Nunca me he preocupado por esa cojudez. Dinero es lo más fácil de conseguir porque si pinto un camión me dan una propina y nunca le he puesto precio a nada. Cada vez que le hacía un dibujo callejero a alguien, me decían ¿Cuánto le debo? Su voluntad señor. Siempre he vivido de las voluntades y nunca le he puesto precio a nada y de eso me siento muy tranquilo. Algunos tenían buena voluntad y otros la tenían más pequeña.

¿Con Eduardo Moll pasó lo mismo? ¿Pagaba con buena voluntad?

Con Moll siempre fue así. Yo le decía: “Usted ponga precio”. Y cuando debía dinero yo les decía a mis acreedores: esto es todo lo que tengo y entonces escogían mis cuadros y ellos les ponían un precio equivalente a mi deuda y se iban satisfechos con sus cuadros.

¿Dónde estarán esas obras?

Por ahí me han dicho: Palao estás exponiendo en Trapecio, en Borkas, en Corriente Alterna; tu obra está ahí. Pero yo nunca he ido a esas galerías.

Es cierto, hay muchos Palao en la capital limeña.

Yo he pintado más de sesenta años. La primera exposición fue en Buenos Aires en 1965. Hace cincuenta años mi padre don Mariano me pidió un cuadro para presentarlo aquí en su tierra porque yo nunca me he identificado con Arequipa y tenían que evaluarme porque era un concurso municipal y ganó el primer premio y el segundo fue declarado desierto. Que quede claro: “He gastado mi vida para pintar, no he usado la pintura para vivir. He usado mi vida para pintar” que es completamente diferente. 

Usted valora al hombre del campo ¿Qué opina de la Reforma agraria?

Los cachacos conmigo no van porque 1950 tiraron una ráfaga contra la Municipalidad y ahí estaba mi tío Arturo Villegas Romero que cayó muerto con Bellido a su costado. Y cuando mi padre fue a recoger el documento de necropsia de mi tío, este decía que tenía tierra en los pulmones y lo enterraron detrás del cuartel Salaverry estando vivo.  Era la Revolución de Arequipa y los del colegio Independencia también hicieron su paro porque siempre quisieron cerrar el colegio, pero los militares se impusieron cuando crearon grandes Unidades Escolares y Colegios Militares. Y nosotros los “Independientes” porque estudiábamos ahí sabíamos que aquel colegio fue creado por el libertador Simón Bolívar, como también creó el Educandas de Cusco y el Glorioso San Carlos de Puno. Fuimos creados por un libertador, no por un dictador. 

Se nota que admira mucho a Bolívar.

No solamente a Bolívar, sino a todos los hombres que estuvieron con él. Y no sé si se llame gesta, pero he caminado por todos los lugares donde caminó él, y seguido los pasos de cada uno de ellos, y les tengo una admiración impresionante.

Bien por eso, pero también sabemos que ellos emprendieron la campaña libertadora porque fueron muy bien pagados.

Oiga, yo veo que usted pertenece a los explotadores y yo a los explotados, y está muy bien, somos enemigos personales y yo tengo muchos enemigos. Yo soy del pueblo, usted no es del pueblo.

¿Y usted por qué se precipita a opinar así?

Porque usted me acaba de levantar la misma tesis que levanta cualquier reaccionario de acá, cualquier chico que estudia en los kindergarten que se llaman universidades particulares.

Yo solo aplico lo que usted antes me dijo, cuándo le enseñaron a desconfiar de todo.

Un momento. Yo desconfío de todo, pero cuando tengo un maestro y veo en la biblioteca del colegio que Corbacho el primer director del Independencia en la revuelta donde fue fusilado Mariano Melgar en Umachiri donde Mateo Pumacahua murió casi sin apoyo porque los masacraron, Corbacho porque era doctor lo sacaron del país y lo mandaron a España como a muchos, pero él quería seguir luchando y fue el primer peruano que cruzó toda la Amazonia a pie y cuando llegó se puso inmediatamente a las órdenes de Bolívar y fue el primero en pelearse y una vez que luchó dijo: “Ahora hay que educar al pueblo”. Entonces ahí empezaron a crear los Colegios Nacionales de Artes Ciencias y Letras como le mencioné y aquí se creó el Colegio Nacional de la Independencia Americana.

Pero usted dijo que había abandonado los libros.

Yo nunca he vuelto a leer un libro desde los trece años, ni un periódico, ni una revista.

A pesar de eso tiene mucha información histórica.

No. Yo solo le estoy hablando del colegio y de mi profesor de historia cuando decía: “Ustedes están entrando al Colegio de la Independencia Americana y el que entra a este colegio nunca sale”, y verdaderamente nunca salí de la “I” todavía.

Luis Palao Berastain, 25 de Mayo de 1965 – Primera Exposición de Pintura “Acuarelas Peruanas”- Municipalidad de Salto – Provincia de Buenos Aires -Argentina.

¿Y qué me dice de la literatura?

Acá también vino un payasito que se llama Mario Vargas Llosa para hablar huevadas y yo vine de Cusco y sencillamente vi que él era un niño de kindergarten. Porque acá hemos tenido poetas y escritores de verdad, como el mono Alberto Hidalgo, el poeta cusqueño Luis Nieto Miranda, el poeta Raúl Brozovich Mendoza que acaba de morir. Hemos tenido el gran poeta en quechua Andrés Alencastre, cuyo seudónimo era Killku Huaraka. Ya vieron que en el Perú hay maestros no cojudecitas como Varguitas Llosa.

Nadie habla lo que usted dice. Se está refiriendo a un Premio Nobel de literatura

Por supuesto que le tuvieron que dar un Nobel, si la primera función para eso es arrodillarse delante de un rey. Y él se arrodilla como lo hacen aquí cuando vienen diez turistas y en el hotel se arrodillan.

Para finalizar ¿Alguna vez ha tenido amigos?

Si de algo estoy seguro en la vida es que nunca he mantenido amistad con nadie, nunca he tenido ningún amigo porque mantener una amistad quiere decir mantener de verdad y como le comenté mi madre siempre me dijo que desconfíe de todo el mundo y he funcionado toda mi vida desconfiando de todo el mundo; entonces, amistades no tengo. Así he subido solo al Misti, al Chachani, al Ampato y he caminado por todos lados y nunca he necesitado de esa cojudez que la gente llama amistad y hasta el día de hoy duermo por ahí o donde alguien me cobije.

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