1.
Cada peruano tiene su propio cebiche y cada quien su recinto y establecimiento. Más ahora que ha dejado de ser plato doméstico para convertirse en paradigma de reputación y sabiduría de uno. La institución ‘cebichería’ aporta en la notoriedad e imagen del perfil más cuidado de todos. Se escoge el sitio y la plaza como se elige novio, equipo de fútbol o perfume muy personal. Una ‘cebichería’, entonces, merece estudio y análisis porque debe ir con la tendencia, con el caché ciudadano y sobre todo, con la personalidad del elector. Pobre de aquel que elija un recinto cebichero sin linaje, será entonces condenado al averno de la vergüenza y la zoncería.
Lo he afirmado otra vez, el cebiche es el potaje más complicado de la gastronomía peruana por su sencillez. Y es complejo porque las carnes marinas no se cuecen –aunque tienen fuego interior–, se maceran, y en extremo, solo se remojan. Son entonces pulpas crudas, blandeadas y empapadas. Y es bandeja de memoria por su fórmula: ácida, picante y dulce. Tiene aroma a sahumerio y esencia a bálsamo. Por ello, es plato del instante, su tiempo es atemporal y solo es del momento eterno. El cebiche no se reproduce pero tiene hija: la leche de tigre. En las costas peruanas es chalana de vientos y mareas y ungüento digestivo para mitigar la desmesura de los zumos de la tranca inmejorable. Así, cura la tormenta digestiva y aviva la arrechura.
Todos los potajes se fundaron en la tierra. El cebiche es plato de mar dentro. Por eso cuando se lo devora uno siente que está en una balsa o yate. El cebiche es plato de galeón y fragata por la cercanía entrañable con el mar. A babor, es de pescados de filetes blancos y a estribor, de mariscos virulentos de pulpas jurásicas. Comer un cebiche en la playa, frente al mar o en el puerto, es capítulo de bitácoras arraigadas. Asociado al limón purificador y cebollas lacrimógenas, produce orgasmos paulatinos. Armonizado con cerveza fría o vino blanco cuasi helado, origina en la caverna del paladar una orgía de musas y cancamusas benéficas. Sé come de día, lo prefiero por la noche, luego de la lidia amorosa.
El Cebiche es peruano por antigüedad. Seguro que los comían en Caral por su cercanía al mar. Y están registrados en los huacos moches y de la collera del señor de Sipán, cómo producían sus alimentos, o sembraban, o cazaban y cómo se comía en el norte del Perú hace casi 5 mil años. Las carnes y tubérculos se hacían en pachamanca, al vapor, los hervían o los maceraban. En Brujas de Cachiche con César Alcorta, Walter Alva y Fernando Cabieses, culminamos un safari gastronómicos en los pagos del Señor de Sipán. Y cierto, dimos cuenta de un Cebiche de lenguado con ají limo macerado en jugo de tumbo. El tumbo, pariente de las granadillas de Lambayeque, es planta mágica e hizo de limón antes del limón, para el majestuoso cebiche.
Don Pedrito Solari y Javier Wong, maestros de los cebiches en el Perú
2.
El futbolista Toto Terry era amigo de Pedrito Solari, el cebichista mayor. Terry comía todo crudo desde aquella amanecida en Chincha donde se empujó una corvina al limón y sin ropa. Eso lo recordaba Solari ahí en su local a puerta cerrada entre las calles Cahuide y Pachacútec en Jesús María. Solari y su filosofía y maestría: el “Cebiche cinco elementos” que era patente de filósofo: Lenguado en cubos perfectos, limón amadurado, ají limo del rojo, cebollas machas “y nada más” que es el quinto ingrediente. Algunos pedían yucas y choclos desgranados. Pero él recomendaba no distraer la matriz de su plato emblemático y único con tamañas mariconadas.
Que Pedrito fue quien afinó su creación, allá por 1934, cierto. El cebiche en un santiamén. Así confirmo que es verdad que los potajes tienen edad como las mujeres, pero que no se dicen. Solari tenía la mirada más profunda del ejido, y lo recuerdo. Y hacía memoria de sus inicios en los jirones Matajudíos, el Callejón del gallo, o la Quinta los trapitos, en la Lima vieja. Porque viejo era su arte como este gran capítulo de la cocina antediluviana. Cierto, su cebiche fue arcaico por posmoderno, vetusto de glamur y harto vigoroso y cada vez más fresco para devorarlo apenas se servía en plato hondo y con cuchara y con el auto encendido para fugar a los paraísos ensabanados del tálamo.
Con don Pedro Solari estábamos de acuerdo que ‘la cebichería’ –con b de bonito– resultaba una institución de anclaje, solera y abolengo exclusiva de Lima y El Callao antes de los procesos del desborde popular y los laberintos de la ‘choledad’. Cebiche se puede probar hoy en el Perú, pero como restaurante con ese nombre, en la capital y su puerto. Exagero por jugar de local, el cebicherismo contra natura también se practica desde Tumbes y hasta Chimbote pero a veces peca de surrealista por ser presentado como una banda, con tomates, zarandajas, cancha y hasta apio, de cómplices
3.
En el capítulo nacional, allá por los años cincuenta del siglo pasado, la primera cebichería se llamó “El Peñón” de don Roque Chee y de su esposa Hilda Rodríguez. El local se ubicaba en la cuadra tres de la avenida Luna Pizarro en La Victoria en una zona muy popular rodeada de tallares y callejones. No obstante, apoteósico “El Peñón”, que amén de los cebiches, presentaba en pizarra un Cebiche a la piedra que era un verdadero “levantamuertos”. La familia Chee en realidad más que construir hizo pública una cocina de crustáceos y moluscos con escaso cartel legal. Recogiendo el viento marino, ahí se oficializó la Parihuela –que venía del Callao en plan de fuga– y se presentó en sociedad con independencia absoluta a la llamada Leche de tigre (invento de un cocinero huancaíno) especialistas en Patasca de cabezas y tripas.
El Peñón fue al principio apenas un restaurante de un solo ambiente donde se expendía cebiches de pescados y mariscos –ya se incluía lechugas, camotes y rocotos– con autorización edil. Y vamos que se los elaboraba de cojinova y hasta de bonito. Había los “mixtos” y se remataba con la contundente Parihuela –sopa o chupe marino denso, concentrado, de rechupete, con hartos tomates sudados– de cangrejos, choros y a veces camarones. No existía el “Chepita Royal” ni “El mordisco” ni “Mi barrunto”. Sus habitúes, eran gente matrera y de pueblo entrenada en el disfrute de los frutos marinos. Con vino blanco o cervezas heladas, ¡Vaya al diablo el perrito y la calandria!
Otra nave insignia de nuestro plato nacional fue “Mariscos Rolando” de la cuadra nueve del Jirón Washington en el Centro de Lima. El local llegó a tener cuatro pisos y fue sitio obligado de artistas, periodistas, futbolistas y uno que otro abogado. Rolando Herrera, el propietario era un tipo especial, de origen arequipeño, tenía una mano ‘bendita’ por quítame estas pajas. Con su hermano “Chino viejo”, le otorgaron realce y lujo al cebiche que solo se atendía al mediodía. Todos sus mozos poseían dotes artísticas, y el antro era una fiesta. Aparte de los cebiches, qué de sudados, qué de pescados al vapor, y mi favorito, el lenguado al mensí. El restaurante de Rolando Herrera ya no existe más, la destrucción del Centro de Lima se lo llevó de aquella cuadra que era un carnaval en ese tiempo y ahora solo quedan los rescoldos de la memoria limonosa.
Cebiche en La Mar de Miraflores.
4.
Hace unos días, unos amigos mejicanos me llevaron en la Ciudad de México a conocer sus cebiches. En El Danubio a siete cuadras de El Zócalo en calle Uruguay Nro. 3 en el Centro Histórico, pidieron un cebiche del mero mero México. Perdón, era una suerte de ensalada nada jugosa, con trozos de pescado marchitado, ajíes amargos, cebollas en cuadritos, tomate palta y kétchup. Nada que ver. Luego, yo mismo encontré el restaurante El Cardenal Centro Histórico, e igual, el cebiche fue intragable. No obstante, fue inmejorable en su Sopa Verde o las Angulas a la bilbaína. No tengo nada con los mexicanos o ecuatorianos. Pero el Cebiche es de los “5 elementos”, como lo afirmó para siempre el gran Pedrito Solari.
Y el Cebiche peruano, según historiadores como Juan José Vega, viene de las épocas de la Cultura Mochica cuando se elaboraba con pescado fresco y era macerado con el jugo fermentado de una fruta llamada tumbo, y posteriormente, con los quechuas, el pescado era macerado con chicha. Recién con los españoles, es que se agregan dos ingredientes de la costumbre culinaria mediterránea: el limón y la cebolla. De esa época es el aporte de la gran influencia morisca. Hoy existen cebiches de toda laya. En el restaurante “Manolo” de La Punta el cebiche se elabora con mango y en otros huariques se le agrega leche de tarro, una descalificada aberración, como mezclarlo con palta y tomate y pop corn.
¿Y cómo se escribe Cebiche? Por ahí decían de acuerdo al pescado. Pescado pobre -es un decir- con “C” y “B” y si es de carnes marinas apitucadas, con “S” y “V”. Veamos, el plato fue declarado por un Decreto Supremo del Instituto Nacional de Cultura “Patrimonio Cultural de la Nación”. Tanto, sí. El Decreto Supremo de marras argumenta que el título es por considerarlo históricamente en uno de los platos principales del país. La norma del 2004, indica que la ortografía correcta es con “S” y “V”, y no con “C” y “B” como los peruanos estamos acostumbrados a escribirlo. Posteriormente en la Resolución Ministerial 708/2008 del Ministerio de la Producción publicada el 18 de septiembre de 2008 en el diario oficial El Peruano, se declara el 28 de junio de cada año el “Día del Ceviche” a nivel nacional.
Monoru Kunigami de las cebichería La Buena muerte. Antiguo local Barrios Altos.
5.
Los asiáticos llegados al Perú desde el siglo XVIII afirmaban haciéndose los pendejos que todo del mar se come, menos los barcos. Y no les faltaba razón. La colonia japonesa, que es protagónica en la historia del Perú desde 1900, matizó su cocina original con el concepto nikkei, de fusiones y contrastes. En el caso del cebiche brindaron un aporte de variante fundamental: al pescado no se lo macera siquiera sino que se lo remoja ligeramente en un jugo de limón con salsa de soya y un toque de wasabi. No es ortodoxo, pero es plato de recreación.
Grandes cocineros de raíz oriental son autores de esta extraordinaria refundición. El genio del maestro Humberto Sato no se puede soslayar. Allá, en su restaurante laboratorio de la Av. Costanera en el distrito de San Miguel instauró una cocina de encuentro inventivo y resolución prodigiosa, también en el capítulo de pescados y mariscos –solo recordar su Chita a la sal y me pongo a llorar –. En ese orden, Rosita Yimura, la capitana de La Ciudad del Pescador, es otra exponente mayor de platos contemporáneos de este encuentro cultural. Había que probar su Pulpo a la oliva para encontrar la razón de comer. En todo caso, Sato como Yimura son dueños de un cebiche de autor, pleno, con sapiencia y cuajo.
Minoru Kunigami fue el cebichista forjador de una nueva estación de la cocina peruana. En 1959 había fundado su restaurante de pescado y mariscos La Buena Muerte. El nombre se le ocurrió porque su local se ubicaba frente a la plazuela e iglesia del mismo nombre. Algunos intrépidos señalan que esta debió ser la primera cebichería en Lima. No creo. Otras cebicherías tienen data más antigua. Sin embargo, el ciudadano Kunigami fue un adelantado en tejer dos cocinas ancestrales, la peruana y la japonesa. Su propuesta de cebiches mixtos pasando por un Tacu tacu con uñas de cangrejo y hasta el kamaboko rotundo, confirman que en ese viejo local de los Barrios Altos se erigió una cocina original y de fuste.
Don Octavio Otani, de las cebicherías Lobo de mar, Miraflores.
6.
Octavio Otani y sus establecimientos bautizados como Lobo de mar son también baluartes de esta cocina nikkei fundadora. Su origen es peculiar porque sus padres don Ishizaku Otani y Shisuyo de Otani fueron de los primeros migrantes japoneses que llegaron al Perú en los albores del siglo XX. Estaban radicados en Huaral donde habían tenido 12 hijos cuando ocurrió la Segunda guerra mundial y lo perdieron todo. Ya refugiados en los pagos de Surco se dedicaron al negocio de la comida. Hoy donde se ubica Monterrico establecieron un tambo lo que ahora podemos llamar una bodega que ofrecía pensión a los trabajadores de las chacras de la zona. Aquello fue el inicio. Entonces don Octavio comenzó a preparar cebiches de bonito y de cojinova. El resultado un plato singular, un registro único que él humildemente señalaba que era por el uso del batán.
El mérito de la familia Otani y el aporte principal a la profusión de sus cebiches es el trato de los frutos de mar apenas macerados. Preparados al instante, además por una respetable razón económica. Cuando el cebiche pasaba horas macerándose, entonces se reducía a casi la mitad. Su estilo se ha venido estilizando siempre y se respeta rigurosamente la frescura, sencillez y calidad y cuidado de sus insumos. Además, el trato con los caracoles, el pulpo, el camarón y el calamar amén de la sal y limón no llevan otros sazonadores que aquello es el gran aporte de la cocina nikkei que se puede comprobar en restaurantes como La Buena Muerte y Lobos de mar.
En el espectro de cocineros nikkei no puede falta el gran sensei Lorenzo Kanashiro de El Atlántico restaurante de la Av. Nicolás Arriola en La Victoria. Su cebiche también es único, fresco, rotundo. Lorenzo viene de la vieja guardia de cocineros de fonda. En su antiguo local de la Av. Manco Cápac se forjó de una experiencia con la cocina criolla que luego gracias a la influencia de sus hijas –tres son cocinas de la nueva hornada— devino en un notable hacedor de placer para el paladar. Baste probar su Cebiche de tramboyo y pejesapo, entonces se comprenderá que la eternidad sí tiene sabor
Lorenzo Kanashiro, de El Atlántico Restaurante de Santa Catalina, La Victoria.
7.
Otro cebichero de nota es Javier Wong –solo trabaja con lenguados y pulpos–se puede codear con artistas plásticos y escritores. En el libro “Javier Wong. El mejor cebiche del mundo”, Gastón Acurio dice sobre este prodigio culinario de Wong: “Es la utopía de cualquier chef: cocinar por cocinar, porque lo llevas dentro. Poder saltar de la cama a la cocina y esperar a que tus clientes lleguen a comer lo que tú cocines”. Wong tiene talento pero es un chiflado. En todo caso es cocinerista de humores. Cuando está contento cocina mejor. Amigo de poetas como César Calvo, Antonio Cisneros y Rodolfo Hinostroza, se torna audaz. Se le respeta, porque sus cebiches son como un poema.
En mis recientes recorridos por el interior del país he probado cebiches distintos y diferentes. En Tumbes se come con cubitos de tomate y un frejol llamado zarandaja. En Piura lo distinguido es el limón es de la región de Chulucanas y con pescados como la cachema o la caballa. De Chiclayo es imborrable el recuerdo de la variable del Chiringuito (Guitarra o Raya seca y deshilachada con jugos de limón). En Chimbote no me pierdo el “Salpreso”, un cebiche de pescado semi seco que el cliente lo prepara al gusto.
Y es una delicia en Iquitos el cebiche de dorado, pescado de río con sabor a mar. Supongo que soy injusto con algunos cebiches. Me gusta el de Ica, en “Soy Perú” en calle Salaverry 329 y en compañía de la poeta Leydy Loayza. De Arequipa, los cebiches de Chala, Ocoña, Camaná y Mollendo. Cebiches que dan pelea con todas las zarzas. La última vez me prepararon un plato llamado “Sivinche” de camarones. Potaje preparado en “Laurita, la Cau Cau”, un plato rescatado de los peroles de las mejores picanterías del sur.
Cebiche de Catacaos, piurano, en la picantería La Paisana. Magadalena, Lima.
8.
Finalmente diré que en La Quebrada, Cañete. En setiembre son las festividades de Santa Efigenia. Ahí se organiza un extraño ritual, el Festival Nacional de Comegatos en homenaje a la santa patrona. Para la ocasión y por mi curiosidad periodística cubrí esa fiesta. Pobres gatos -ojo, criados para la ocasión-. Ahí se lucían qué de manjares a base de la carne de los meninos. Potajes inéditos para pasar a la inmortalidad. Además, el aquelarre sale con festejo y harto cu-cu, ese movimiento de la lujuria incontenible. Y hay pisco acholado y cachina y bajamar y hasta con revolcada con harina de chuño para esos cojudos que son víctimas de los diablos azules, que algo estarán pagando. Así puede probar Picante de gato, Seco de gato, Gato brosther y la última vez me sorprendieron con Cebiche de gato. Todos los cebiches son un manjar, este último me ubicó en los mismos fastos del cielo, salvo, sin respirar.
Bien, el Cebiche es más grande que cualquier norma gramatical. Su construcción es todo un arte hecho con la sencillez del ingenio. Hoy es potaje del pobre o del que tiene dinero y se prepara en todo el Perú. Su elaboración no pasa de los cinco minutos y se come de inmediato. Le gusta al grande y al chico, a mujeres y hombres. Es pues, la síntesis de nuestra gran culinaria nacional que sabe de abundancias y diversidad y también de reconocimiento y camaradería. Entonces debo nombrar los cebiches de Sonia Guardia, matrona de Chorrillos, los de Gastón Acurio, los de Cucho La Rosa, los de Fernando Vera Horna y los que preparaba mi padre.
Senseí, Humberto Sato. Restaurante Costanera 700.