Opinión
Encuentros y desencuentros con el escribidor
Lee la columna de Carlos Rivera

Por Carlos Rivera
La primera gran oportunidad perdida
El inicio de la campaña electoral para las presidenciales del noventa estuvo sazonada por insultos, rabietas y demás agravios entre los partidos políticos, como si las elecciones fueran un singular banquete de inmundicia entre los aspirantes a la «Primera Magistratura» (así llamaban al cargo los respetables y cultísimos periodistas capitalinos). Siempre el buen decir adecentado, la palabra rebuscada, la frase poética para salir de lo común. Entonces yo contaba con trece años y mi único refugio eran los libros y todo lo que cayendo en mis manos tuviera letras. Recordé en esos momentos que años atrás en mis afanes de búsqueda de ídolos y modelos, me encontré con la obra de Mario Vargas Llosa.
Una vez, recostado y aburrido en mi cama sin poder dormir, decidí hurgar en el viejo cajón de revistas antiguas y demás cachivaches, donde hallé algo para entretenerme: una gruesa revista antigua en blanco y negro que contenía un extenso reportaje a Julia Urquidi. Sí, la famosa tía Julia que inspiró a Vargas Llosa su provocadora novela La tía Julia y el escribidor. Leí la nota ardorosamente y conseguí el libro después, entendiendo a mi manera, desde la cortedad de mis años, las distintas dimensiones de la realidad, la ficción y aquellas pasiones que nos pueden conducir a la locura. Desde entonces supe que quería ser escritor; desde ese suceso revelador, Mario se convirtió en culpable de consolidar aún más esta toxicomaníaca pasión volviéndome su «fan»; recortaba cualquier fotografía suya que saliera en los diarios o revistas, pegándolas en un viejo cuaderno que el tiempo y el descuido se encargaron de desaparecer.
En mi familia todos éramos socialistas. Fidel Castro, Barrantes, la Unión Soviética eran los temas recurrentes de conversación; nuestro apoyo era total, a rajatabla. La tesis era la siguiente: la izquierda con los pobres, la derecha con los banqueros. Crecí entonces con la simpatía marcada hacia el socialismo y cuando Mario saltó a la palestra política en un mitin, allá en 1987, en rechazo a la estatización de la banca y del brazo de toda la parafernalia publicitaria y de los carroñeros líderes mediáticos que lo secundaban, mi familia lo aborreció. Me fastidiaba la incertidumbre. Mi ídolo, mi modelo de escritor defendiendo a los malditos banqueros, y el aprismo y la izquierda «estoicamente» sacando cara por la medida. Ahora el FREDEMO postulaba al escritor a la presidencia. No era posible. ¿Qué había pasado con Mario? Aún no entendía de los vaivenes ideológicos a los que estaba acostumbrado nuestro novelista. A pesar de ello, solo y triste me iba con mi aire de adolescente proletariado a los mítines de la Izquierda en la Plaza de Armas, aplaudía y escuchaba con atención los gritos de unos cuantos pelagatos que se rompían el pulmón como una enorme masa. «¡Proletarios del mundo entero, uníos!», decía el buen Karl Marx (y yo lo repetía como lorito). También deseaba conocer en persona a Mario y estrecharle la mano e intentar tomarme una fotografía con él. La oportunidad electoral parecía precisa para mi propósito. Pero un izquierdista (de 13 años), según mi catecismo marxista cavernícola, jamás podía mezclarse con esos tipos que defendían a los ricos, mejor dicho, no debía compartir plaza con esos pitucos que el novelista ahora representaba. En esos días noticiaron por los medios que el escribidor llegaba a Arequipa para cumplir con unos mítines en el Cercado y la plaza Las Américas de Cerro Colorado, a unas cuadras de donde vivía. Se chismoseaba sobre ómnibus contratados y un millonario despliegue de volantes y regalos. Mario llegaría entre las siete y ocho de la noche a la plaza de mi distrito, el alcalde preparaba un pomposo recibimiento dada la militancia fredemista que compartían. Fui sigilosamente al lugar como un espía, como alguien que de pura casualidad pasa por el ahí. A su llegada, la gente –que no era mucha– se arremolinó a su alrededor con abrazos, saludos y gritos eufóricos de «¡Mario presidente! ¡Mario presidente!». El picapica y los ramos de flores decoraron la noche. Lo observé y lo sentí imponente, no reflejaba la imagen misma del poder sino la del puro intelectual comprometido con una causa. Dentro de mí, las ganas me indicaban correr, ganar su mano y decirle a uno de esos fotógrafos que merodeaban el paraje que nos tomaran una instantánea para inmortalizar su presencia; y lo que yo no hice, muchos lo hicieron sin gran esfuerzo. Amaba la literatura, admiraba a Mario, pero él era liberal, y este escribiente, izquierdista. He ahí el dilema y me quedé con los brazos cruzados, lleno de sentimientos encontrados. Corría el tiempo y el escribidor desplegaba su cariz político. Habló y todos aplaudieron su breve discurso, luego se fue centelleante ante mis atónitos ojos llenos de lágrimas y de rabia.
La segunda vez
Alejado de los avatares de la política peruana, Mario volvió a la literatura a tiempo completo. Su nombre se voceaba mundialmente como candidato al Nobel, su estatura intelectual tomaba una solidez impresionante. Yo caí seducido por la política y quise contribuir con mi granito de arena. Lejos ya de la miserable dictadura de Fujimori y Montesinos y respirando eso que dicen democracia, me lancé a apoyar a Alejandro Toledo con un grupo de amigos. En la efervescencia de la carrera electoral, nos enteramos que Toledo llegaría un sábado para un mitin por la mañana al ritmo de un candente sol en plena Plaza de Armas. Pero la directiva era que había que recibirlo en enorme caravana desde el aeropuerto. Llegué al lugar a las 10:00 a.m., la cantidad de carros que se aprestaban a acompañarlo era impresionante. Toledo todavía no llegaba (eran los comienzos de la hora Cabana), de modo que podía distraerme curioseando el recinto. A un lado, casi distante del populacho un grupo de periodistas susurraban como cuidando que nadie se enterara de la primicia: Vargas Llosa vendría a respaldar al nuestro candidato. ¡Magnífico! La gente esperaba a Toledo por el pasadizo principal y aproveché para irme a buscar otras puertas y ver la sigilosa entrada de Mario. Ni rastro del novelista, pasaron unas horas y dos sujetos con la velocidad de un rayo aparecieron custodiándolo y de inmediato lo introdujeron en un vehículo de lunas polarizadas, quise acercarme pero los policías me lo impidieron. Con el alboroto tras la llegada del cholo sano y sagrado, perdí de vista a mis amigos. Los motores se encendieron, subí como pude a la primera camioneta que hallé al paso, con una banderita, mi silbato y la rimbombancia por la enorme caravana y el emocionante deseo de aproximarme al escritor.
Al llegar a la Plaza de Armas, mis ilusiones se pulverizaron: un mar humano de gente gritando alborotada esfumó la posibilidad de acercarme a él. Toledo ingresó por San Agustín y la música del escenario retumbaba los oídos con el slogan sugerente harto conocido: «Toledo, más trabajo». Mientras nos distraían con música de campaña electoral en el alto escenario, apareció el cholo junto a Mario Vargas Llosa y el alcalde Juan Manuel Guillén Benavides. La gente vio con agrado y aplaudió con tesón el respaldo. El lugar se convirtió en una fiesta.
Concluido el mitin, intenté sortear la muchedumbre, acercarme y «robarle» a Mario un apretón de manos o un abrazo. Era imposible, por la seguridad y los policías que acordonaron la zona. Agotado y derrotado, regresé a mi casa, agarré Ceremonias de Cortázar y por unos instantes me alucinaba en la maravilla estructural de su narrativa. De reojo, Los cuadernos de don Rigoberto, desde la mesita de noche, me hacía un guiño para no sepultar aún mis esperanzas.
La oportunidad perfecta
El Paraíso en la otra esquina servía para pretextar la presencia de Mario, otra vez en Arequipa. La Alianza Francesa celebraría un conversatorio sobre Flora Tristán junto a Sara Jofré, Tito Cáceres Cuadros y Eusebio Quiroz Paz Soldán. Dicho evento se llevaría a cabo en el Monasterio de Santa Catalina y posteriormente cruzarían hacia los claustros de la Alianza para una recepción. Accedí a una invitación, por un proyecto periodístico que realizaba con unos amigos. Aquel 23 de marzo de 2003 sería la oportunidad que estaba esperando: llegaba Mario, pero también cumplía años mi dulce enamorada. Armados de micrófono, una cámara y reportera nos aprestábamos a cubrir el evento. A mis compañeros poco les importaba la presencia del novelista, sólo los alimentaba el puro interés de la noticia. En la Plaza de Armas se instaló una pantalla gigante y sillas para que los que no contaban con las invitaciones del caso no se pierdan de las magistrales ponencias. Filmamos lo que nos interesaba, tenía que distribuir bien mi tiempo, pero a las 9:00 de la noche debía recoger a mi novia de la universidad, además de entregarle su regalo que guardaba en mi saco. Mario, a las 8:55, cruzó la calle acompañado de un séquito, para ingresar a la Alianza Francesa. Encargué entonces a mis amigos cubrir la recepción en tanto tomaba un taxi rápidamente y regresaba con mi enamorada. Al regresar, el local estaba repleto de gente: una reja gruesa y varios hombres de seguridad no permitieron el ingreso a nadie que no tuviera invitación o credencial de periodista. En vano rogué a mis colegas periodistas que ubicaran a mis compañeros, quienes de seguro me devolverían mis documentos que por descuido dejé en una de las mochilas. A nadie pareció importarle mi súplica. Resignado, nos dirigimos abrazados hacia la calle a esperar silenciosamente el final del evento. Los tiernos ojos de mi novia y su fuerte abrazo, como sintiéndose culpable, trataron de aliviar el sabor de la amargura: el escribidor estaba adentro y yo tristemente afuera. Mientras los minutos transcurrían, ocurrió en segundos como un relámpago, salió Mario junto a Patricia. Se dirigían (o mejor dicho venían) hacia mí; en el lugar había una vendedora de caramelos que quizás no sabría quién era él; se acercaron más y lo tuve cara a cara. Estreché la mano de Mario y toqué uno de sus hombros e hice una venia hacia su esposa (mi enamorada estaba muda); busqué en los alrededores un miserable fotógrafo o alguien con una filmadora, pero no había nada de eso, no pude ni siquiera lograr que me autografiara uno de sus libros que compré y olvidé adentro. «¡Mario!», grité cuando él ya huía de la muchedumbre, de la prensa y de los fanáticos que pululaban en pos de una primicia, un saludo o una firma. Mario se introdujo en un auto rojo junto a su esposa y se marchó. Al rato mis amigos con todo el equipo me dieron alcance y nos despedimos sin comentar nada. En mi interior hervía el resentimiento. Fui a casa de mi novia y nos sentamos en su viejo sofá intentando celebrar su día. ¿Quieres que te lea algo, amor mío?, dijo melodiosamente, mientras sus dulces labios buscaban los míos en un honesto y sublime esfuerzo por aliviar mi pena. Léeme algo de Gabo, respondí. ¡Sí, hoy sólo quiero leer a Gabriel García Márquez…!
Opinión
Día de la Infamia en la Amazonía: crímenes de Lesa Humanidad en Loreto
Lee la columna de Jorge Linares

Por Jorge Linares
El 29 de junio de 1985, en una noche serena del pueblo de Lagunas, en la región Loreto, la tranquilidad fue arrancada de raíz. Exactamente a las 11:00 p.m., desembarcaron en el puerto Santa Gema más de 50 terroristas encapuchados y fuertemente armados, quienes tomaron por asalto la Plaza de Armas con la ayuda del Dr. Castillo —médico del pueblo— y de otro grupo de senderistas que se encontraban atrincherados en las cuatro esquinas del centro.
Los terroristas tenían por objetivo asaltar, robar e incendiar todas las oficinas del Estado, además de asesinar a las personas que se opusieran a sus peticiones. La comisaría, en ese momento, estaba resguardada por el policía Luis García Ramírez, quien valientemente repelió el numeroso ataque, llegando a generar seis bajas y un herido en el bando criminal. Lastimosamente, fue abatido sanguinariamente por estos delincuentes.
El mismo fatal desenlace tuvieron los pobladores Javier Arévalo Guzmán, empleado del Banco Agrario, quien recibió un certero disparo en el pecho que acabó instantáneamente con su vida, y el joven ingeniero agrónomo Pablo Teodoro Inga Vásquez, quien recibió dos disparos en el cuerpo, quedando tendido en la Plaza de Armas. Acercándose, el médico terrorista pisó el pecho del joven caído, quedando registradas las huellas de su zapato en la camisa ensangrentada de la víctima.

Al pasar las horas, Pablo Inga fue rescatado por su primo y conducido a su casa para curar las heridas de bala; pero el destino ya estaba marcado para este joven profesional: había perdido mucha sangre y murió en los brazos de su madre, ante la mirada iracunda de su padre y de sus familiares, en la madrugada del 30 de junio, a las 4:00 a.m.
Esta escena desgarradora quedó en la memoria de tres familias que, hasta ahora, cargan la cruz de la infamia terrorista. Una verdad que se cuenta a medias o con falsos testimonios. La familia Inga está sorprendida porque hay variaciones en el informe de este hecho sedicioso presentado ante la Comisión de la Verdad, como fechas y nombres que generan confusión respecto de la realidad.

Tula Inga Vásquez de Iglesias manifiesta:
—Yo sé quién mató a mi hermano. Yo le enfrenté más de dos veces en las calles de Iquitos al criminal Martín Reátegui Bartra. Él debe vivir agradecido a mi madre, porque no quiso proseguir con el juicio, ya que ella decía que nunca le iban a devolver a su hijo. A mí me llama la atención que las autoridades municipales, el Ministerio de Cultura y las universidades, como la Universidad de Lima, le brinden espacio a este terrorista y asesino para ser conferencista o profesor. Él debe mantenerse alejado de los niños y de los jóvenes, porque va a querer inculcar su ideología genocida. Las nuevas generaciones deben crecer sabiendo el terror que sembraron Sendero Luminoso y el MRTA en todo el país, para que no se repita.
Opinión
¡Viva el Perú!, ¡Viva la justicia!
Ningún otro país en la historia moderna ha logrado lo que el Perú ha demostrado al mundo: someter a la justicia a todos sus expresidentes vivos en un periodo tan corto.

Por Jorge Paredes Terry
No es un relato de venganza, sino de equidad ante la ley. No es persecución política, sino la afirmación rotunda de que nadie está por encima de la Ley. Mientras otras naciones luchan contra la impunidad de sus élites, el Perú ha convertido sus tribunales en un faro de esperanza para las democracias que anhelan justicia.
Desde Alan García, quien optó por el suicidio antes que enfrentar las pruebas en su contra por el escándalo de Odebrecht, hasta Pedro Castillo, encarcelado por intentar cerrar el Congreso de la República, pasando por Alejandro Toledo, extraditado desde Estados Unidos para cumplir una condena de 20 años; Ollanta Humala, sentenciado a 15 años por lavado de activos; Martín Vizcarra, se libró por el momento de una prisión preventiva por corrupción; Pedro Pablo Kuczynski, bajo arraigo domiciliario por sobornos; y Alberto Fujimori, quien murió sin limpiar su nombre tras años en prisión por crímenes de lesa humanidad. Siete expresidentes, siete personajes que los libros los retratarán como lo más ruin y deshonroso de la historia moderna del Perú.
Este fenómeno no es casualidad, sino el resultado de una sociedad que ya no tolera la impunidad. Mientras en otros países los poderosos negocian su libertad, en el Perú la justicia ha hablado con pruebas, no con privilegios. La detención de Castillo en pleno ejercicio del poder, en menos de tres horas después de su intento de cierre del congreso, demostró que las instituciones peruanas actúan con autonomía, salvo excepciones donde se observa que algunos magistrados se inclinan por alguna de las partes.
¿Es nuestro país un modelo perfecto? No. Persisten la polarización, las críticas por selectividad y la lentitud de algunos procesos. Pero mientras en México, Argentina, Colombia o Brasil los expresidentes se pasean libres pese a escándalos millonarios, en el Perú la cárcel no distingue colores políticos. La justicia, aunque tardía, ha sido implacable.
“El Perú ha demostrado que ni el poder absoluto, ni el tiempo, ni siquiera la muerte borran los crímenes de los gobernantes. Es una lección para la humanidad», escribió The Washington Post en 2024. Y es cierto. Nuestro país, golpeado por crisis, corrupción e inestabilidad, ha dado al mundo una enseñanza invaluable: la democracia no se defiende con discursos, sino con hechos.
Hoy, mientras Toledo, Humala pagan sus condenas; mientras Castillo enfrenta su juicio por rebelión; mientras Fujimori murió sin rehabilitación y García solo escapó de la justicia por su propia mano, el mensaje es claro: en el Perú, el poder ya no es un salvoconducto, mensaje directo también para la actual mandataria Dina Boluarte y la exalcaldesa de Lima Susana Villaran, las cuales, si la justicia prevalece, seguirán el mismo camino.
Mensaje a la juventud peruana.
Hermanos y hermanas de la nueva generación:
Miren bien lo que está pasando en nuestro país. Siete expresidentes, los hombres más poderosos de su época hoy están muertos o presos. Alan García prefirió el suicidio antes que la cárcel. Fujimori murió sin limpiar su nombre. Toledo, Humala, Castillo ven el amanecer tras las rejas. PPK, en arresto domiciliario y Vizcarra más tarde que pronto será el nuevo inquilino del Fundo Barbadillo.
¿Qué nos enseña esto?
Primero: El poder no los hizo invencibles. Creían que sus títulos, sus contactos, su dinero mal habido o su popularidad los salvarían. Se equivocaron.
Segundo: La corrupción siempre termina en derrota. Esos mismos que robaron millones hoy no pueden disfrutarlos, salvo Nadine Heredia que logró burlar a la justicia, pero esperemos el cambio de régimen en Brasil y dicha señora tendrá que retornar y cumplir su condena.
Tercero y más importante: La justicia existe cuando el pueblo la exige. Estos casos no avanzaron por magia, sino porque ciudadanos como ustedes, estudiantes, trabajadores, jóvenes indignados salieron a las calles, fiscalizaron, no se callaron.
A ustedes les toca escribir el siguiente capítulo.
No repitan los errores del pasado. No idolatren políticos corruptos, aunque les repitan mil veces que «roban pero hacen obras». No normalicen lo injustificable.
El Perú que heredarán será el que construyan HOY con sus acciones:
Viva el Perú! ¡Viva una justicia que no se inclina! Porque cuando la ley triunfa sobre la impunidad, no solo gana un país, gana la dignidad de toda una región y gana la humanidad.
Opinión
Tocar con los ojos (sobre Una ballena blanca…, de Mario Castro Cobos)
Lee la columna de Salvador Carrillo

Por Salvador Carrillo
“Una ballena gigante, una ballena blanca, en la niebla” (2025) es un filme
experimental que busca educar al espectador en una forma estética de percibir
el mundo. La obra obliga a detenerse, a contemplar planos de nubes, texturas
de hojas, globos: un reencuentro con lo cotidiano desde una perspectiva
eminentemente visual. Revaloriza la mirada, como si intentara adentrarse en la
experiencia mística y contemplativa de aquello que se observa. Podría decirse
que el director ha intentado filmar el silencio y enseñar lo que significa tocar
con los ojos.
Podemos clasificar las escenas, principalmente, en dos tipos: la contemplación
de las texturas de los objetos y la de los seres humanos. Casi pareciera que la
contemplación de los primeros funcionara como una antesala para aprender a
mirar a las personas más allá de los marcos mentales, y así redescubrirlas
desde una dimensión estética.
Aunque no existe aquí una narrativa en el sentido convencional, se percibe una
suerte de hilo conductor en esta sucesión de imágenes contemplativas: una
mujer que reaparece en distintas situaciones —sentada absorta en sus
pensamientos, o interactuando de manera singular dentro de un grupo—. Su
figura adquiere un protagonismo sutil, destacándose sobre las demás escenas
en las que intervienen personas, como si encarnara el núcleo emocional y
simbólico de la obra.
Ella remite a los experimentos audiovisuales de Warhol, quien detenía la
cámara para filmar el rostro de una persona en estado de quietud. Del mismo
modo, el director, a través de diversas experiencias contemplativas, busca
inculcar una forma de ver. En este sentido, resulta especialmente significativa
la escena en que la mujer habla sin que se escuche lo que dice: solo su sonrisa
y sus gestos permanecen. Es una invitación a privilegiar lo visual, a persistir en
la contemplación, no desde la comprensión racional, sino desde la vivencia
estética.
La dinámica en la que, en varios pasajes del filme, ella aparece junto a otros,
colocándose mutuamente las manos sobre el pecho y sosteniendo la mirada,
responde a la misma lógica pedagógica: una educación sensorial y estética. Se
transita así desde la observación de objetos hacia la apreciación visual de los
seres humanos, ahora resignificados como presencias artísticas: tocar con los
ojos.
Es una producción audiovisual en la que el autor intenta revelar cómo
experimenta visualmente el mundo, en qué elementos se detiene, cómo
contempla estéticamente a los seres humanos. Más que una película en el
sentido convencional, podría tratarse de una composición de videoarte que
persigue desestructurar la experiencia directa de la realidad, basándose en el
principio esencial del cine: imágenes en movimiento.
Película
Películas
https://www.youtube.com/@marszproject7155/videos
Opinión
Como un gamonal del siglo pasado, César Acuña se hace cargar por campesinos
Lee la columna de Jorge Paredes Terry

Por Jorge Paredes Terry
El “plata como cancha” en su última visita a Pataz, volvió a escenificar un viejo ritual del poder peruano: el político que se hace cargar por los pobres para demostrar que es “uno más del pueblo”. En imágenes que rápidamente se viralizaron, el líder de Alianza para el Progreso (APP) apareció siendo transportado en hombros por campesinos, sonriente, repartiendo promesas, como si el tiempo no hubiera pasado. La escena, grotesca y humillante, parece sacada de un archivo del siglo XIX, cuando los hacendados exhibían su dominio montados sobre los hombros de los indios. Pero hoy, en lugar de látigos y tierras, el gamonal moderno usa su cargo y la plata del estado.
Acuña, dueño de un imperio educativo y con décadas en la política, no es nuevo en este tipo de teatros. Su carrera está construida sobre el clientelismo descarado: regala dinero en efectivo, becas de dudosa calidad, materiales de construcción y hasta medicinas a cambio de lealtades. En Pataz, como en tantos otros pueblos, la fórmula se repite: llega con fanfarria, reparte promesas como si fueran caramelos, posa para las fotos abrazando a ancianos y niños, y luego se va, dejando atrás más pobreza que soluciones. Es el mismo juego de siempre, pero con selfies y redes sociales.
Lo irónico es que, mientras Acuña se hace cargar como un cacique de antaño, su partido controla municipios y gobiernos regionales con una red de favores que poco tiene que envidiarle al gamonalismo clásico. Antes, los terratenientes mandaban con el látigo y la amenaza; hoy, lo hacen con contratos públicos, empleos temporales y la promesa de una beca en una universidad de garaje. La esencia es la misma: el pobre sigue siendo usado como animal de carga, solo que ahora, en lugar de arar la tierra, aplaude en mítines.

Pero hay algo aún más cínico en este espectáculo. Mientras Acuña juega al “hombre del pueblo”, su fortuna,amassada gracias a universidades que venden títulos como pan caliente, lo delata como parte de una élite que disfraza su explotación de filantropía. El hacendado de antes al menos no fingía: sabías que te explotaba. El nuevo gamonal te vende la ilusión de que algún día, si le eres fiel, tendrás una migaja de su riqueza.
La imagen de los campesinos cargando a Acuña no es solo un acto de sumisión: es un símbolo de cómo el poder en el Perú nunca ha dejado de humillar a los más pobres. La Reforma Agraria acabó con los terratenientes, pero no con la mentalidad que los sostenía. Hoy, los nuevos gamonales no necesitan haciendas; les basta tener un puñado de billetes y una cámara cerca. Y el pueblo, como en los tiempos de Max Uhle, sigue cargando el peso de quienes dicen gobernarlo.
Opinión
Poder Judicial no puede amparar persecución al periodista Ricardo Belmont
Lee la columna de Rafael Romero

Por Rafael Romero
Los magistrados de la Segunda Sala Penal de Apelaciones de Chorrillos, presidida por Luis Alberto Arancibia Agostinelli e integrada por Jorge César Mayta Palián y Carlos Alberto Ccallo Chirinos, tienen en sus manos un caso donde se persigue mediática y políticamente a un periodista: a don Ricardo Belmont Cassinelli (RBC).
Es decir, cuando apenas acababa la persecución judicial del fujimontesinismo, que duró 18 años, desde 1996 al 2014, lamentablemente muy pronto llegaría a la puerta de RBC otra clase de “lawfare”, perpetrada por su propio hijo, quien desde abril del 2016 tomó con matones su canal y al año siguiente, en el 2017, el hoy inquilino de ese hijo, Phillip Butters Rivadeneyra, declaró públicamente desde Radio Exitosa que Belmont se creía una santa y que él ya le había comprado su canal para vengarse de todos sus “pinches enemigos”, incluido el Hermanón.
Esa declaración de Butters la hizo frente a Nicolás Lúcar; pero ahora, ocho años después de ese ucase, en momentos en que el país está en crisis a causa de la codicia y la avaricia, con esa clase de querellas maliciosas, caprichosas y antojadizas solo se malgasta el tiempo del Poder Judicial en lugar de concentrar todas las fuerzas de la magistratura contra la delincuencia callejera u organizada, contra el abuso y la prepotencia.
Lamentablemente, tenía que aparecer un juez supernumerario, y para remate tocayo del querellante Phillip Butters, para sentenciar en primera instancia al periodista Ricardo Belmont Cassinelli, dizque por supuestos agravios contra el “Sabelón”, y sin reparar en ningún momento en los graves ataques y amenazas lanzadas por el querellante Butters, y sin meditar en su objetivo principal como es la venganza en contra de Ricardo Belmont.
Esa sentencia de primera instancia podría enmarcarse en la nueva persecución contra RBC, la iniciada en el 2016 con la toma por la fuerza del Canal 11 y luego con la toma de la Planta de Transmisión en el Cerro Marcavelica de Chorrillos, al punto en que hoy el verdadero dueño de la televisora, como es Ricardo papá, está despojado del medio de comunicación que fundó debido al plan del dúo perverso conformado por dos angelitos, el querellante Butters y el primogénito del Hermanón.
Sin embargo, ¡qué curioso!, son más de ocho años de enfrentamientos y litigios, y cuando en el año 1923, Ricardo Belmont ya tenía listo su Partido Cívico Obras, ¡zas!, empezó un juicio por una supuesta usurpación; y luego de inscrito oficialmente el partido, un año después, el pasado 15 de julio del 2024, aparece otro juicio, el de una querella de Butters por quítame estas pajas, quien es una persona con objetivos políticos y por eso se ha metido al partido Avanza País, para ser candidato a la presidencia y así continuar haciéndole fieros y remedos a su querellado Ricardo Belmont.
No sé por qué Butters odia tanto o envidia infinitamente a Ricardo Belmont, y hasta quiere imitar su paso por la radiodifusión poniendo las siglas de su nombre “PBO” a su grupo mediático, tal como Ricardo llamó “RBC Televisión” a su medio de comunicación. El caso es que los dos son personajes públicos, y por ello renuncian o toleran las críticas porque están expuestos a las mismas, relativizándose su derecho a la intimidad o el honor, a diferencia de cualquier otro ciudadano que no es mediático.
Por tanto, la actuación pública de ambos es, ha sido y será polémica, sobre todo cuando el querellante Butters lanzó ataques, frases y expresiones más graves e irreproducibles contra Ricardo. En ese sentido, resulta inequitativo, asimétrico y hasta gravoso para RBC la sentencia condenatoria del juez de primera instancia, tocayo de Butters, y peor se vulnera la dignidad y el honor de RBC cuando su querella contra Butters jamás prosperó, peor cuando este declaró en diversas ocasiones que le meterá preso a Ricardo y que se va a encargar de que la pase mal en la cárcel o que se muera dentro, debiendo los magistrados de la Sala Penal de Chorrillos, frente a esta clase de intríngulis y conflictos, actuar con mucha mesura, con un sano criterio de conciencia y con sabiduría judicial, no debiendo amparar el abuso del derecho.
Un tema objetivo es que la judicatura penal de Chorrillos, en primera instancia, no amparó la demanda de RBC, es decir, no ha querido declarar fundada su querella, pero sí admitió la pretensión del querellante Butters. Ahora bien, como es sabido, en la ciencia y la praxis jurídica, y a la luz de la misión y visión del Poder Judicial, toda sentencia y resolución de la administración de justicia debe evaluar, ponderar y valorar su impacto en la sociedad y en el Estado Democrático y Constitucional de Derecho.
Y si ese querellante, Butters, va a postular a la presidencia por Avanza País, y si RBC es el fundador del Partido Cívico Obras, con larga ejecutoria en la política peruana, la pregunta cae de madura: ¿se puede llegar a tanto por parte de algunos rivales del periodista RBC, acaso al punto de querer usar a los magistrados del Poder Judicial para sacarlo de la carrera electoral por encima de la voluntad popular?
Esas son las sombras que hay en todo este caso, donde no se admite la querella del periodista Ricardo Belmont, pero si se admite la querella de Butters, quien ha venido atacándolo públicamente desde hace ocho años por lo menos. En consecuencia, este deslinde de la judicatura peruana contra el favoritismo tiene que darse necesariamente en la Sala Penal de Chorrillos para preservar su integridad, su ética pública y la transparencia, debiendo tener muy presente como órgano colegiado su apego a la sabiduría judicial y al sano criterio de conciencia. Pues si se revisa bien este expediente, y la historia detrás del mismo, se descubrirá que son más graves los ataques del querellante Butters contra RBC, y no al revés, sobre todo desde su confesión pública frente a Nicolás Lúcar (Radio Exitosa), cuando prometió acabar con el periodista Ricardo Belmont, en abril del 2017.
Es más, de cara al Poder Judicial, RBC es la víctima y no el victimario, incluso ya perdió su canal de televisión y ahora se le quiere bloquear como candidato presidencial del Partido Cívico Obras, partido que junto al canal 11, fueron los únicos que jamás se arrodillaron en la salita del SIN de Montesinos.
De manera que debemos preguntarnos hoy dónde queda el Artículo 1° de la Constitución, dónde queda la condición de adulto mayor (Ley N° 30490) de Ricardo Belmont, y dónde queda la defensa de la persona humana y el respeto a su dignidad, siendo todo eso el fin supremo de la sociedad y del Estado.
Pero, en virtud de la “pluralidad de instancia”, la Sala Penal de Apelaciones de Chorrillos puede y debe enmendar la sentencia de primera instancia por adolecer de motivación y fundamento, al estar divorciada de un contexto histórico político y social, al estar fuera de la realidad y al no haber evaluado y ponderado todos los hechos de este caso, siendo evidente que el agraviado es Belmont y no Butters.
Es deplorable que esta clase de iniquidades y asimetrías solo sucedan el Perú, donde el agraviado aparece como agresor y la víctima como victimario. Un absoluto abuso. El mundo al revés, y como dice mi amigo Herbert Mujica solo en el Perú llueve para arriba.

Por José Emilo Caro Gómez
Estaba atorado en el taxi rumbo al Centro Cultural Ccori Wasi, para la presentación del libro Las huellas nada más de Roberto Reyes, quienes, junto con Murillo, son los sobrevivientes del Grupo Narración. La tertulia fue en un anfiteatro amplio, cómodo y rebosante de rostros jóvenes: Una atmósfera cálida que casi me deja sin lugar.
Tomó la palabra Roberto Reyes, agradeció al auditorio por el tiempo y por su gentileza de estar, comentaba que el día anterior fue a la presentación de un novelista famoso, pero que asistió poco público. Recordó cuando quiso dedicarse a escribir, lo fácil que se ve en el producto final y lo difícil que es el proceso. Muchas veces uno puede tener la historia oral más rica y trágica, pero convertir eso en libro es místico.
El creador puede quedarse sin palabras al segundo día. Como autor, uno entiende esto, el terror a la página en blanco. En el brindis posterior a la presentación, dentro de la galería de arte del Centro Cultural, yo estaba junto con Funes el Memorioso y algunos amigos reflexionando sobre los principales problemas de la República del Perú, el país bananero, como decía Funes. Y su interlocutor mentó: “-Claro, la dictadura nuevamente-”. Pasaban las fuentes, los bocaditos, las presas de pollo con centro de fuego maravilloso, vino y agua para los abstemios. La galería de arte ahora es rebosante y bulliciosa. Adquirí el libro de cuentos, pues debía seguir con mi itinerario. Ya tenía en las manos el cuerpo del delito: un asesinato literario cometido por Random House en su sello Alfaguara.

No fui a la presentación de Los eunucos inmortales porque ese día tenía que jugar a la pelota con mi hijo. Le comentaba, mientras devoraba las piernitas de pollo que metía de vez en cuando a la flama para mantenerla tibia en esa noche de invierno de panza de burro limeño: Mira la nota del editor, en la página 9, citó: ‘Se ha realizado una versión integral del texto, corrigiendo erratas y ajustando aspectos formales —como uso de las mayúsculas y la ortografía— conforme a las normas lingüísticas actuales’”. Compadre, pero si es la primera copa que te tomas y ya con esos factos, Funes- dijo el presentador del libro Las huellas nada más-. Nos miramos todos en un minuto de silencio dentro de la multitud que se aglutina por una foto con el autor.
Los eunucos inmortales es, ante todo, una novela experimental cuyas páginas discurren a modo de testimonio” Viendo el vaso medio lleno o medio vacío. Esa nota editorial parece ser una estrategia para desautorizar ediciones anteriores y reconocer únicamente la versión de 1995” (por eso desconoce las demás).
—¿Eso dice la información del libro?
—Sí —respondí—, en los paratextos. Interpreto que para causar revuelo.
El corrector de Random House se atreve a corregir a Oswaldo Reynoso, un especialista reconocido en la materia, su expertis y dominio lo destacaron de los demás correctores de estilo que residían en el Hotel de la amistad y, de vez en cuando, era convocado para trabajar en los documentos del Buró del Comité Central del Partido Comunista Chino, lo que en buena cuenta era un reconocimiento a su talento en el dominio del lenguaje español.
Muestra de ello es su libro El escarabajo y el hombre, que fractura el lenguaje, proponiendo que la literatura como arte puede transgredir el lenguaje para conseguir ciertos detalles estéticos, simbólicos o simplemente por placer.
“Es interesante tu postura, muy acorde al contexto de este evento Podrías leerlo y comentarlo en un artículo extenso”, menciona José García Cosavalente, panelista de hoy. Le hago una seña a Funes para irnos, me despido del autor y de los presentadores. En el taxi rumbo a los juegos de mesa para jugar Exploding Kittens, en casa de un amigo copywriter, poeta y crítico. Conversando un poco más con Funes el Memorioso, él, totalmente indignado, me leía algunos párrafos y los comentaba: No sé chino, así que su traducción sería cosa de otro día, pero veamos el detalle. Al menos de pasada analicemos el caso de las mayúsculas, me dice: “Porque en más de 20 años las reglas ortográficas casi no han cambiado, salvo en el caso de la tildación en los determinantes demostrativos. Así que esa nota de editor solo podría aplicarse al Cantar de mio Cid del 1207, ese sí que era un español con normas ortográficas y gramaticales distintas.”
Lo miro serio.
- Busca una página al azar , es el mejor test.
Página 28: “Informes y documentos públicos del Partido y del Gobierno chinos se han ido perdiendo como…”. ‘partido’ Partido, ‘gobierno’ Gobierno. Se entiende que escribe con mayúscula cuando te refieres al gobierno como un Estado, y se escribe con minúscula cuando se refiere a la acción de gobernar. En la primera edición de 1995 (PEISA), se usa partido y gobierno en minúsculas, como en las ediciones de 1999 (San Marcos), 2005 (San Marcos), y la de 2006 (Narraciones 2, Universidad Ricardo Palma). También en la de 2011 (San Marcos, vía ISBN).

En las Obras completas que sacó la Universidad Ricardo Palma, fue revisada por el autor en vida, la usa así: “partido” y “gobierno”. Por tanto, estas correcciones parecen incorrectas. Es posible que, en algunas mayúsculas minoritarias, el autor buscara transmitir algo más allá de una simple corrección gramatical. Al elegir minúsculas, incluso en casos donde gramaticalmente debería haber mayúsculas, es parte de un estilo personal o ideológico. Esto no es incorrecto en textos no formales,
Te voy a contar algo, Funes el Memorioso, por tu lucidez y tu reflexión, no puedo opinar sobre ello, tú lo dijiste todo. Sin embargo, cuando el vecino del segundo piso increpó a Oswaldo porque en el patio interior tenía tantos papeles en bolsas, de lejos, pues la altura del segundo piso era considerable, parecía basura. Oswaldo le gritó: ‘¡Son correcciones de prueba! Mire, son hojas bond, no es papel higiénico ni basura’. Le respondió. El vecino, algo increpado: ‘Disculpe, no sabía que era escritor, pero es un abuso, pobres árboles. No olvide botar esos papeles que dan mal aspecto’. Se cruzaron unas miradas de pocos amigos.
Ahora que veo el libro Los eunucos inmortales y, sinceramente, parece que el departamento de corrección de estilo de Alfaguara es tan eficiente en esta reedición como los libros que le pirateaban a Reynoso, pues en ellos veías la libertad de corregir al autor. Es posible que estas decisiones respondan a políticas de uniformidad editorial, como en el papel finísimo de la publicación, que en menos de un año será de otro papel, al grado de ser casi añejo, con circunferencias dislocadas de distintos tamaños, pequeñas manchas aquí y allá, formando un tapiz vintage en cada página.
Sin embargo en este caso, han pasado por alto elementos esenciales de la obra original, y las decisiones editoriales parecen no haber considerado plenamente la intencionalidad estilística de Reynoso. Prefiero las ediciones anteriores de hojas blancas o color marfil grueso. Limpios, pulidos como joyas preciosas donde no falta ni una m, pues para los amantes de la literatura, la calidad reside en el lenguaje poético; alterar esto es mutilar un coleccionable.
Opinión
Cuestionan a Raúl Canelo por no representar a los abogados de Lima

Por: Rafael Romero.
Poco tiempo pasó, desde que llegó al decanato del Colegio de Abogados de Lima (CAL), para que Raúl Canelo Rabanal quede absolutamente desdibujado y hoy la inmensa mayoría de jurisconsultos citadinos señala que él no los representa. ¿Qué ha sucedido con el profesor bonachón y patero de la PUCP?
Seguramente el poder a algunos los marea, ¿o será que desea ir al senado de la República y se ve obligado a usar como trampolín electoral a la institución del ilustre CAL?
A mediados de mayo pasado Raúl Canelo fue suspendido por 6 meses del cargo de decano del Colegio de Abogados de Lima como consecuencia de tres hechos en los que presuntamente abusó del cargo.
Pero, pese a ser hombre de derecho, sorprendió a propios y extraños al reaccionar desaforadamente diciendo que no acataría dicha suspensión y acusó al Consejo de Ética de tener serios cuestionamientos. No obstante, son más serios los cargos que se le atribuyen, pero eso no parece quitarle el sueño al cuestionado Canelo Rabanal.
La sanción también conlleva la prohibición de ejercer la profesión de abogado debido a la suspensión temporal de su colegiatura. Lo concreto es que las evidencias saltan a la vista y es que Raúl Canelo se habría excediendo en sus funciones de forma abusiva y arbitraria, vulnerando el Estatuto del CAL y manteniendo una actitud innoble con otros colegas de la orden.
Las presuntas infracciones incurridas por los “canelistas” son: 1) crear una “Oficina de Control Interno” en el CAL, pese a que la junta directiva no tenía la competencia para hacerlo, máxime cuando ya existe una Junta de Vigilancia; 2) remover al abogado Víctor Alca del cargo de director de Bienestar Social bajo el pretexto de la causal “retiro de confianza”, figura que no existe en el Estatuto del gremio; y 3) nombrar a la abogada María Vera como accesitaria del Consejo de Ética, pese a no haber sido elegida por la asamblea general.
Por lo demás, también es grave la denuncia de varios abogados contra Canelo y su grupo en el sentido de que tendrían una maquinaria destinada a inventar denuncias y presentar hechos falsos con el objetivo de atacar, desacreditar y difamar a sus opositores, para lo cual presentarían memes, panfletos y falsedades en las redes sociales.
Queda todavía por desentrañar cómo va el manejo económico en el CAL, desde la fecha en la cual llegó Raúl Canelo al decanato, y eso será presentado en un próximo artículo.
Opinión
Crónica de una fiscalía convertida en novela
Continúa la saga de las fiscales enfrentadas, donde ni Patricia Benavides ni Delia Espinoza defienden principios, sino protagonismo. En esta intriga interminable, la ley es solo un adorno, y la teleaudiencia ya no espera justicia, sino el capítulo mil de un drama sin final.

El Perú, es un país que ya no se asombra de nada y ha quedado atrapado en una trama que parece escrita por un guionista adicto al melodrama jurídico. Una historia de poder, traición, maniobras legales y fiscales enfrentadas como archienemigas de telenovela, pero con escudos, títulos y escoltas. La realidad ha superado al libreto. Lo que presenciamos no es justicia, sino una guerra entre facciones que han tomado por asalto las instituciones para convertirlas en trincheras.
El Ministerio Público ya no imparte justicia: ahora emite episodios. Cada día, un nuevo capítulo. Cada hora, una nueva sorpresa. Y así, entre flashes noticiosos y comunicados indignados, abogados, opinólogos y congresistas se pasean por los ‘sets’ de la indignación fingiendo preocupación por el Estado de derecho, cuando en realidad lo único que defienden es a su gente, a su bando, a su tribu.
Todo comenzó —o al menos en esta temporada— con la Junta Nacional de Justicia (JNJ) desenterrando una decisión que ya se creía sepultada porque tenía la condición de ‘cosa decidida’: revocó la destitución de Patricia Benavides Vargas y la repuso como fiscal suprema y, por rebote, como Fiscal de la Nación.
El cliffhanger fue inmediato. Horas después, Benavides, escoltada por su guardia personal y una batería de abogados, irrumpió en los pasillos del piso nueve del Ministerio Público con la intención de recuperar su trono; pero la recepción no fue para nada cálida. Delia Espinoza—su némesis—le cerró la puerta en la cara; literalmente.
Este episodio provocó indignación genuina en la facción conservadora… y rating asegurado. Porque, seamos sinceros, a estas alturas nadie cree que alguna de estas señoras defiende el principio de legalidad. Aquí lo único que importa es el hambre de poder. El guion se escribe solo, mientras el país asiste con palomitas de maíz en mano a este thriller institucional donde el Estado es el escenario y la ley, un insignificante adorno.
En esta historia, uno de los momentos más cuestionados llegó cuando Benavides Vargas, sin haber retomado formalmente sus funciones de fiscal, ya contaba con seguridad policial, como si estuviera de regreso en su despacho. Y cuando el capítulo aún no había terminado, la JNJ —con un toque autoritario digno de series de los 80— envió un oficio a la Policía Nacional solicitando que sacaran a Delia Espinoza de su oficina, y que repusieran a Benavides en el cargo de Fiscal de la Nación. Todo sin esperar a que el Poder Judicial se pronunciara. Pero así se mueve esta serie: por impulso, por drama y por espectáculo.
Y esta mañana, en el más reciente episodio —casi un especial de temporada— el Poder Judicial suspendió a Patricia Benavides como fiscal suprema y fiscal de la Nación por un plazo de 24 meses. ¿La razón? su presunta participación en una organización criminal, acusada de delitos que parecen extraídos de un tratado de derecho penal completo: cohecho activo y pasivo, tráfico de influencias, patrocinio ilegal, y un largo etcétera que suena más a inventario de corrupción que a expediente judicial.
Los ‘actores secundarios’ también tuvieron su momento de gloria ante los reflectores. Abogados de apellidos rimbombantes como ‘Abanto’ o ‘Del Castillo’ alzaron la voz ante lo que consideran una traición a su causa. Porque saben perfectamente que, con esta suspensión, su clienta Patricia Benavides ya no podrá regresar a su cargo, porque su mandato se extinguirá antes de que pueda volver.
Mientras tanto, los seguidores ‘caviares’ de Delia Espinoza —la otra protagonista de esta ficción institucional— celebran con mesura y respiran tranquilos. Dicen que esta medida no fue improvisada, que se remonta a mayo de 2024, cuando la propia Espinoza, entonces titular de la Fiscalía Suprema en Delitos Cometidos por Funcionarios Públicos, solicitó al juez supremo Checkley una suspensión de 36 meses para Benavides. Y aunque pasaron 13 meses de silencio, finalmente el juez Segismundo León Velasco le dio la razón. Una resolución que, de paso, invalida también el acto de la JNJ que había devuelto a Benavides al cargo.

¿El resultado? Patricia Benavides no podrá ejercer ni como fiscal suprema ni como fiscal de la Nación, al menos hasta junio de 2027. Un final inesperado para una protagonista que parecía eterna.
En otros términos, la justicia ha hablado. Y aunque el elenco no parece dispuesto a respetar el guion judicial, un fallo debe acatarse; al menos en teoría. En la práctica, esperemos el siguiente episodio. Porque, como en toda serie de culto, siempre hay espacio para una nueva temporada.
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