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Opinión

En memoria de Don Lizardo Salvatierra Paredes, fundador de San Juan de Lurigancho

Lele el artículo de Percy Vílchez Salvatierra

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El 31 de octubre de 1930 nació Lizardo Salvatierra Paredes. Muy joven ingresó a la empresa Backus & Johnston donde laboró por 32 años de 1949 hasta 1991. Allí fue dirigente sindical dado que la política y la defensa de los derechos de los trabajadores fueron parte integrante de su día a día. Tal es así que fue fundador de la Federación Cervecera Cristal.

En ese sentido, como, por sobre todas las cosas, fue aprista desde muy temprano (creció en Cartavio en los años inmediatamente posteriores al Holocausto del Año de la Barbarie y el Apra, entonces, era no solo una organización legendaria sino una promesa y una esperanza para el pueblo en el Norte) y en Lima se hizo dirigente del Partido de la Estrella en San Juan de Lurigancho, distrito grandísimo cuya fundación como tal le debe a sus acciones todo aunque en conjunción con la de otros esforzados vecinos más Ramiro Prialé que auspició las gestiones correspondientes desde su posición fundamental en la escena nacional.

En estos lares, asumió la investidura de Gobernador en los años amargos de la guerra contra la subversión terrorista de la extrema izquierda y fue respetado incluso por aquellos que en esos tiempos no tenían ningún problema con hacer volar a los dirigentes y representantes cuyas acciones atentaban contra los intereses del pueblo o incidían en las innúmeras formas que la corrupción tiene en nuestro país desde antaño dado que siempre sirvió al pueblo y no se sirvió de la política para satisfacer bajezas de ningún tipo.

Amaba al país y le gustaba el futbol. Auspició a un equipo llamado «Once Amigos» y fue socio del Club Sporting Cristal (el #208).

Criollo espléndido y guapo, colorado en verano y rosado en invierno, nunca pálido, escorpio nato, seductor, aunque severo, serio, pero dueño de grandes alegrías. Tenía visos de melancolía que aparecían de vez en cuando dejando en presencia del gran hombre un cierto rastro de poesía y bruma sobre su horizonte de tribuno de la plebe.

He atravesado tantas formas de vida que a veces creo haber avergonzado a mi padre si es que no he estado a la altura de la ética que él exigía a la familia y a todo aquel que apreciaba al menos en apariencia y según la mayoría de reportes (nadie es santo y nadie es pecador al 100%). Sin embargo, he tratado de no incidir en acciones nefastas pues el gran hombre me enseñó que la honestidad es el valor fundamental para ser un hombre de bien, algo que, para él, que conocía a fondo la política, era la virtud más importante y la más escasa en la escena pública y por eso la cultivaba en todas sus formas.

Facilitó todo a sus hijos e incluso a sus nietos a tal punto que jamás tuve un solo apremio hasta su muerte cuando ya tenía trece años. Sin mi abuelo (más propiamente mi padre) andé en el mundo sin rumbo y esa es la grave orfandad que me tocó, pero siempre que he tratado de poner en práctica la bonhomía lo he tenido presente como un genio tutelar, un lar o un penate.

II.

Es muy difícil comprender a las personas que queremos, sobre todo, en nuestro ámbito familiar más estricto.

A veces nunca nos ponemos de acuerdo o no expresamos todo lo que sentimos. A veces es todo lo contrario y eso es una muestra breve de lo que debe ser el infierno.

Varios rinden absoluta admiración al pasado de sus antepasados y son unos pobres diablos en lo personal respecto de sus propios “prestigios”. Otros, se inventan abuelos importantes o buscan vincularse con políticos, luchadores sociales o héroes sin ningún rubor, tan solo para parecer algo más de lo que son y hallar así, por lo menos, indirectamente, un respaldo popular.

A mí, en cambio, no me interesan mis antepasados ni mis familiares cercanos respecto de enaltecer alguna gloria pasada o cualquier cosa por el estilo aunque los quiera a todos de la manera que a cada uno le corresponde y según lo merezcan, más o menos, pero si hubo alguien a quien quise sin reservas fue mi abuelo materno y  no solo porque fue el único que conocía sino porque era un buen hombre, un hombre honesto de verdad que no aceptaba ni el más mínimo favor sin recompensar a quien lo hacía o denegando el gesto si creía que era algo que le comprometiese.

Parecía no deberle nada a nadie y así era en gran medida. Era un caballero a la antigua usanza con códigos de conducta y toda esa onda que solo puede merecernos el mayor de los respetos. En síntesis, un señor cabal y absoluto, muy señor de sí mismo y de sus dominios que eran el alcance de sus propiedades y cargos y, sobre todo, el ámbito perfecto de su palabra férrea y sagrada.

Lo quise una vez y lo sigo queriendo todavía, aun cuando nunca lo comprendí de ninguna forma y aun cuando no he sido el mejor de sus hijos.

En todo caso, mi abuelo murió cuando yo tenía trece años, aunque casi no hablábamos desde que cumplí mi primera decena en esta Tierra. Ya en aquellas épocas, que no podía imaginar que serían las ultimas, mi entendimiento del mundo y mi talante me llevaba a contrariarle hablándole de la revolución y de Mariátegui y a ser muy irreverente cuando el viejo me decía que la verdadera revolución estuvo siempre del lado del APRA, pero no sé si no entendía o no quería decirme, dada mi edad tan temprana o dada mi insolencia, que el mismo pueblo aprista y revolucionario que él conoció, cuando era apenas un chiquillo fascinado por los ecos trágicos que el Año de la Barbarie había impuesto como una pátina sangrienta sobre todo Trujillo y el Norte entero, había sufrido varias veces la negativa de los directivos de la cúpula del partido para no llevar a cabo el incendio jacobino del que solo remedaron La Marsellesa y nada más. Quizás no me consideraba un compañero para tratar esos asuntos, pero la verdad creo que lo debe haber motivado la practicidad de los hombres experimentados que ya han pasado de todo y que han asumido una diversidad de cargos de representación relevantes: secretario de defensa del sindicato de Backus y Johnston, gobernador del distrito de San Juan de Lurigancho, etc.

Además, estas últimas conversaciones se dieron cuando yo había transgredido el umbral de los niños bien educados y me estaba tornando el rebelde impenitente que he sido toda la vida, cosa que el viejo, acostumbrado a la severidad y a la disciplina, personal y hasta partidaria como todo aprista antiguo, veía con los ojos severísimos, pero distantes que tuvo siempre, salvo cuando le cubría las pupilas la tristeza, cosa que ocurría rara vez, pero cuando pasaba era desconcertante puesto que el coloso exhibía, entonces, una grieta en su carácter de acero. Cierta vez, en este sentido, lo sorprendí mirando el horizonte desde la ventana de su estudio y ese debe haber sido mi primer contacto con ciertas manifestaciones que solo la poesía más profunda puede despertar en nuestros sentimientos, un instante muy humano y terrible que uno no puede comprender al primer golpe de vista y que nos lleva a hacernos preguntas y preguntas sin encontrar nunca una respuesta satisfactoria.

Sé que el abuelo tenía muchos motivos para sentir ese desamparo que le cubría a veces. Sabíamos todos que era huérfano de padre desde la edad de cinco años, aunque él nunca haya hecho la menor referencia a su vida pasada, pues él siempre era el hombre del presente y hasta del futuro, siempre estaba lleno de planes y proyectos y llevó a cabo la mayoría de ellos, aunque le faltó tiempo y a alguien que secundase sus ideas pues no tuvo continuidad alguna, al menos no de modo inmediato. En realidad, hablaba muy poco con los de la casa a quienes dominaba solo con detener su vista sobre todos y aun conmigo hablaba poco, aunque hubo un buen tiempo en el que salíamos a todas partes, al sindicato, al local del partido, al hospital, al banco, a la bolsa de valores, a los restaurantes naturistas que frecuentaba siempre para tratar de curarse de sus diversas dolencias, etc.

Era un viejo enorme y fuerte, pero la enfermedad lo fue minando y cuando murió pesaba la mitad de los kilos que había conocido en su plenitud cuando era un tipo robusto como un toro. Paradójicamente, fue, también, un gran aficionado a la tauromaquia. El hombre, así, podía jactarse de su poder físico y moral, un toro y un patriarca.

El viejo era, en todo caso, la imagen del padre y el poder y todas las otras referencias psicológicas que pueden devenir de esta estructura natural y contra su sistema y su forma de entender el mundo me rebelé y perdí y caí y volví a levantarme solo pues ya no había nadie a mi lado y así seguí hasta que empecé a ganar y hasta que aprendí a caer y a seguir levantándome con la frente en alto y sin ningún rastro ni acción que pudiese conducirme a la vergüenza.

El viejo a quien ahora recuerdo y que parecía estar siempre en lo correcto no estuvo conmigo en los momentos definitivos y concluyentes de las vidas que cursé y nunca recibí un consejo ni un alcance suyo además de la imagen viva de su conducta. Por eso es que jamás respeté a nadie que no fuera, verdaderamente, un campeón y una persona genuina y honesta porque él era la medida que yo exigía al mundo entero para poder reconocerle algún valor. (El viejo fue aprista desde la edad de 8 años, es decir, desde el bienaventurado año de 1938 y aun en sus fotos de niño parecía un héroe). Hasta la fecha, pese a mis mil máscaras, no puedo fingir que “respeto” a un estafador o a un corrupto, etc.

Quizás yo haya deambulado casi siempre por rumbos que no eran permeables a la bonhomía, pero así es la vida a veces. A mí, en todo caso, me basta con no haberme corrompido jamás y en ser fuerte, algo que aprendí con el paso de los años porque yo he buscado esa fuerza y he buscado superarme por encima del promedio en todos los niveles.

Bien vistas las cosas, creo que tampoco necesité aquellos consejos que he mencionado pues fui y soy muy soberbio y me he enfrentado a todo lo que lo ha merecido un enfrentamiento, aunque no me hubiera hecho daño evitar algunos conflictos y ser más sereno.

En todo caso, me expuse a todo y dejé que la vida y la muerte me brindaran su sabiduría hasta que me hice un hombre pleno y entendí que mis mejores reflexiones acerca del orden moral no provenían de los miles de libros que leí ni de mis propias especulaciones sino que de alguna manera remota servían al propósito de honrar a mis mayores, pero no he podido enaltecer a ninguno salvo a mi abuelo Lizardo y a mi abuela Agustina pues el resto han sido espejismos y está bien ponerlo por escrito en alguna parte. Todo esto puede ser una impresión falsa provocada por la necesidad de poner en orden al mundo, al propio mundo interno de uno mismo, en mi caso, pero podría ser que no y que fuera una forma de tributo a la raíz y al cable a tierra que todo mortal necesita para estabilizarse.

Mi impresión final es que si no fuera por mis abuelos podría decir que yo he estado solo en el mundo con todo lo que eso conlleva.

Es algo muy curioso todo esto pero así me he sentido hoy cuando se cumplen noventa y tres años del nacimiento de mi abuelo, quien falleció hace casi treinta años y a quien nunca pude llorar sino hasta una cierta noche cuando veía dormir a mi hija pues todo el amor del mundo estuvo pendiente entre mis ojos y el rostro de mi niña dormida y entonces me dí cuenta de cuanto quise salvar a mi abuelo cuando estuvo muy enfermo y ya nadie pudo abrazarlo y decirle lo mucho que lo quisimos. Entendí, sobre todo, cuanto quise llorarlo cuando se fue.

III.

1.

En invierno la niebla cubría el malecón y llegaba hasta la entrada de nuestra casa situada a tres cuadras del río Rímac. El frío era confrontado por el café hirviendo que el viejo se servía en un tazón horrible al que le decía “pocillo” al borde de las cinco de la mañana en bividí y ya perfumado. Ese pocillo, su reloj de dijes de escorpiones, sus guayaberas, sus correas de cuero grueso a la antigua usanza con sus iniciales en la hebilla, sus lentes de carey atigrado, el seguimiento de Radio Cora desde la madrugada y su bello nombre son los elementos más fáciles de reconocer en mi memoria en relación con mi abuelo Lizardo Salvatierra.

2.

El día era aún la noche, pero aquel ya había empezado en la casa, más precisamente, en el departamento que ocupaba mi abuelo. Se levantaba siempre muy temprano y prendía su radio para escuchar las noticias más recientes y las más antiguas canciones. También, le gustaba sintonizar algunas emisoras de A.M. (Radio Cora creo que siempre estuvo en Amplitud Modulada), pero no recuerdo cuales.

3.

Lizardo se iba a trabajar temprano porque entraba a las ocho de la mañana y no regresaba a casa, generalmente, hasta las cinco de la tarde luego de salir de la fábrica a las cuatro. Ocho horas diarias durante treinta y tres años como se hacían antes los hombres duros. Detestaba la impuntualidad, la deshonestidad, la flojera, la “sinvergüencería” y la corrupción a tal punto que hasta el día de su muerte me parecía imposible imaginarlo haciendo alguna acción que no se ajustase a su estricto sentido de la ética aunque sin duda debió haber cometido algunas ligeras excepciones puesto que cuando no tenía el rostro duro de gran señor que resuelve todos los problemas sin decir una sola palabra fuera de lugar parecía un niño travieso y eso lo hacía plenamente humano. Lo vi así dos o tres veces en el curso de los trece años que viví con él y aún brillan en mis pupilas sus ojos alegres y su rostro colorado, hermoso como el sol. Por lo demás, siempre parecía ser muy serio, aunque a veces la tristeza le embargaba y ocultaba raudamente su dureza habitual. En relación a esa seriedad sabemos que es la mejor manera de ocultar o de refrenar a un pícaro. En relación a esa tristeza súbita que le tocaba debe ser que había en él algo de poeta y no sé qué otras penas recónditas que fui conociendo poco a poco.

4.

Cuando lo conocí, es decir cuando recuerdo haberlo conocido era grande y fuerte como un toro. Cuando partió era la mitad de corpulento y era ya un hombre debilitado por la enfermedad y creo que por la incomprensión de sus seres queridos. Quizás no tanto como El Rey Lear, pero casi. Tal vez el destino de todos los individuos fuertes sea ser incomprendidos por los seres que aman. Quizás haya sido la falta de comunicación. El viejo hablaba muy poco y generalmente lo que él decía se acataba y se cumplía sin ningún tipo de objeción y sin embargo, ah, sin embargo.

5.

Siempre me pareció un hombre poderoso y de alguna manera lo fue. Fue sindicalista en Backus & Johnston, varias veces fue delegado y ostentó el ejercicio de diversas secretarias. Sobre todo, la importante Secretaría de Defensa en una época cuando los sindicatos tenían mucho poder. De él, por supuesto, proviene todo lo que aprendí a reconocer como bueno en un político y todo lo que de malo he aprendido a repudiar y a combatir.

6.

Era, simplemente, fuerte, severo y digno como creo yo que fueron los antiguos romanos devotos de la república. Sin duda, había en él algo tan antiguo como ellos.

7.

Paseábamos mucho juntos cuando era yo muy pequeño y el hombre me parecía un coloso. A todo lugar donde llegábamos, la gente lo saludaba con respeto. Lo admiraba entonces y lo admiro ahora, aunque generalmente no lo comprendía.

Una vez, por ejemplo, paseábamos solos por la zona de los bancos de Zárate, aunque vivíamos entonces como a doce cuadras exactas de dicho lugar. Le pedí casi caprichosamente que me comprara un helado grande, no recuerdo si un sándwich o una copa D’Onofrio, pero uno de los más caros que había entonces. Me dijo que no porque nos estaban esperando en la casa para almorzar y porque a mis hermanos seguro, también, les debía haber provocado comer un helado aquel mediodía. Hasta ahora recuerdo la bronca que tuve.

En ese momento, padecí de un injustificado berrinche interior que no llegué a exteriorizar, por supuesto, porque ante el viejo era imposible contrariarlo o hacer una pataleta, su sola mirada te abstenía de tener cualquier arranque así de ridículo.

Desde que me dijo que no hasta que me dijo que iba a comprar un peziduri para comer todos juntos en la casa no deben haber transcurrido ni siquiera un par de segundos, pero a mí me pareció un lapso tan extenso que dio lugar a todo lo que acabo de describir. Sin duda, pese a sus buenos esfuerzos y su noble ejemplo yo era un niño más o menos engreído y no alcanzaba a darme cuenta de la grandeza de ese acto. De hecho, por mucho tiempo, pesó en mí más ese gesto suyo de negarme ese helado personal antes que entender la necesidad de compartir con la familia. Así, nos enseñaba como debían ser las cosas, pero no todos advertimos esas formas casi indirectas con las que nos transmitía su sabiduría.

8.

Fue gobernador de San Juan de Lurigancho y, en ese periodo, cierta vez que fuimos a la feria de Chacarilla de Otero, el carnicero habitual que frecuentaba la familia no quiso cobrarle una cantidad descomunal de carne que acababa de elegir. El viejo le agradeció con sus maneras bellas y cortantes de gran señor y pagó como si nada. Y así podría enumerar dos mil anécdotas más.

Recordar esa escena y pensar en la clase de políticos que existen en este momento me provoca escupir el rostro de esos canallas que serían capaces de venderse hasta por unos mendrugos. Como escribió Hemingway en “París era una fiesta”, hay seres que traslucen su trascendencia como un caballo fino su pureza de sangre y otros que traslucen su falta de dignidad como chancros ulcerosos. 

El viejo era fino, pero no como un caballo pura sangre sino como un toro de lidia. Por supuesto, era aficionado a la tauromaquia, al box y a todos esos entretenimientos de antes que ahora escandalizan la moral de los progres.

Durante su gestión, a veces, era citado a altas horas de la noche a dialogar en los barrios más alejados del distrito y en estricto cumplimiento de sus funciones y, sobre todo, atendiendo siempre al bienestar de la ciudadanía iba siempre, sin miedo, y dialogaba con todos, absolutamente con todos y todos lo respetaban. Entendí así que cuando una persona actúa rectamente sin dañar a los demás puede enfrentar y dialogar hasta con los seres más intransigentes sin riesgo.

Fue aprista y honesto y sirvió al pueblo entendiendo el viejo lema de “primero, el pueblo” y al parecer lo respetaron hasta los terroristas de la extrema izquierda porque cierta vez que en la puerta de nuestra casa fue dejado un coche extraño no duró ni media hora en ser trasladado hasta la esquina donde explotaría al cabo de un rato y donde no representaba ningún atentado contra la autoridad.

9.

La leyenda familiar nos indicaba que había quedado huérfano de padre a los cinco años. Su madre hermosa, aunque humilde debió abandonar su pueblo natal debido a las tentaciones peligrosas que despertaba la joven viuda en un entorno sin protección ni defensa alguna para ella. Y así, luego de atravesar durante varios días el camino de Santiago de Chuco hacia la costa, el niño y su madre, no al revés, llegaron a Cartavio.

Era la mitad de la década del treinta y los sembríos inmensos de caña de azúcar como un océano esmeralda pese a su belleza vespertina no podían acallar los influjos revolucionarios y el holocausto sufrido por el pueblo aprista hace apenas un lustro ni el fuego infernal de la zafra podía silenciar los lamentos y los gritos revolucionarios de oposición ante la muerte o, mejor dicho, el genocidio realizado durante el infame “año de la barbarie”.

Ser aprista, entonces, era ser revolucionario. Era ser, sin duda, muy valiente. Y, así, Lizardo, no sé bien cómo hasta la fecha, fue aprista desde los ocho años. Corrobora este recuerdo el hecho de haber visto en mi niñez un carné de tapas rojas y papel amarillo en el que constaba el año 1938 como su marca de afiliación. Al principio me sorprendía que un menor de edad formase parte de una organización política clandestina y proscrita, pero luego entendí que el niño trabajaba en los campos de caña desde los cinco años recogiendo los restos que los tractores no podían recoger y, también, que eso solo podía suceder en Cartavio, la cuna de la revolución y elogio y gloria perenne del aprismo más rancio y duro de La Libertad.

10.

Llegó a Lima en su juventud luego de haber intentado el camino del espíritu al haber estudiado para ser pastor en un seminario metodista. Dicen que al principio caminaba desde el Rímac hasta Chorrillos en busca de trabajo y se oficiaba en todo lo que podía. Constructor o albañil, pescador, eventual administrador de negocios informales y otro centenar de oficios hasta que ingresó a la fábrica de cerveza en la que trabajó durante 33 años.

11.

Siempre tuvo dinero pues era un varón precavido y además de las acciones que Backus otorgaba a sus trabajadores sabía invertir en la Bolsa de Valores respecto de otras empresas. Así construyó hasta dos casas grandes. Sin embargo, una vez cuando era muy muchacho caminando por los Barrios Altos lo asaltaron unos palomillas. Él se defendió, pero lo superaron en número y por medio de la amenaza de navajas le sustrajeron el sueldo que recién había cobrado. Según nos contaron, como a muchas otras personas del barrio, un faite de la zona reprendió a los rateros de esa ocasión casi de inmediato e hizo que le devolvieran el dinero y le dijo que si iba caminar por ciertos caminos mejor debía llevar a la mano un filo o una navaja. Lizardo nunca requirió dicho filo, pero nunca más nadie lo asaltó. Al cabo del tiempo su apariencia física fue tan imponente que muy pocos se hubiesen atrevido a llegar hasta él.

No dijo nunca quién era ese faite de los Barrios Altos que lo ayudó cuando era todavía tan jovencito. Quizás no supo cómo reconocerlo luego o simplemente no le interesaba vincularse con nadie que formase parte de los bajos fondos. Siempre hemos creído que era Tatán.

12.

Fue uno de los fundadores principales de Zárate y uno de los principales impulsores de la formación del distrito de San Juan de Lurigancho.

13.

Fue cargador del Señor de los Milagros y devoto de la Virgen de la Puerta de Otuzco.

14.

Fue socio del Club de Leones de Zárate y del Club San Fernando de Campoy

15.

Fue aficionado a los toros y al box.

16.

Fue hincha y socio del Club Sporting Cristal.

17.

Fue criollo y amigo de todos los artistas famosos del criollismo de los años sesentas y setentas entre ellos Rafael Amaranto. Escribir el recuento de sus denodadas jornadas jaraneras daría un tono demasiado festivo a este recuerdo y homenaje, pero es válido apuntarlo como contrapunto pues pese a su legendaria seriedad tuvo, también, un lado más o menos bohemio.

18.

Fue aprista toda su vida y murió siendo aprista el 25 de noviembre de 1995.

19.

Tuvo una hija, un hijo y varios nietos. A veces, pese a que ha transcurrido tanto tiempo desde su partida tenemos ganas de que esté con nosotros y que estemos todos juntos de nuevo como antes.

20.

Lizardo Salvatierra más que mi abuelo fue mi padre y hoy, 31 de octubre, cumpliría noventa y tres años. Que sirvan estas palabras para hacer saber al mundo y a mí mismo que lo amé toda la vida, aunque no recuerdo habérselo dicho ni una vez.

21.

Mi padre era prudente al hablar y yo hablaba todo el tiempo sin reserva alguna. Espero que haya tenido siempre presente, en medio de su silencio habitual y mi barullo permanente, lo mucho que lo quería y admiraba… lo mucho que lo quiero, que lo admiro y que lo extraño.

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Feria Internacional del Libro de Lima y el intento de legitimar al MRTA

Se canceló la presentación del libro del terrorista del MRTA. Historiador Antonio Zapata fue el autor del prólogo.

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La Feria Internacional del Libro de Lima (FIL- Lima) programó la presentación del libro Revolución en los Andes (2020) para hoy 29 de julio de 2025, testimonio del terrorista Víctor Polay Campos, líder del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), condenado por terrorismo. Sin embargo, gracias a la presión mediática se canceló este vergonzoso evento.

Lo que debería ser una fecha para celebrar la independencia, iba a ser el evento que daría voces al análisis de un texto que justifica la barbarie disfrazada de testimonial. Para quienes no tienen memoria o son muy jóvenes para recordarlo, el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru surgió en 1982 con Polay como su mando principal fue el responsable de la toma de la embajada del Japón en diciembre de 1996 y la muerte muchos peruanos inocentes.

¿En qué momento decidimos que era aceptable legitimar el relato del comandante del MRTA organización armada que cometió secuestros, asesinatos y actos de violencia contra los peruanos? ¿Qué clase de memoria se está escribiendo cuando se le cede la palabra a un condenado por terrorismo, sin que medie crítica, sin contexto, sin un mínimo de dignidad hacia las víctimas?  O es que luego de aprobar la ley de amnistía para quienes causaron el terror desde el estado peruano, en la FIL- Lima creyeron que los peruanos quedamos desmemoriados por decreto. No señores, y lo más cuestionable es ¿Quiénes presentarían el texto publicado en plena pandemia? El historiador Antonio Zapata, la antropóloga Natalí Durand y el analista político César Coca.

El prólogo del libro de Play lo escribió el propio Antonio Zapata, quien dejó clara su postura:

“La invitación de Víctor Polay para escribir el prólogo de su testimonio fue una agradable sorpresa”, tiene derecho a sentir agrado por un terrorista o por sus ideas. Pero eso no lo exime de la responsabilidad de lo que implica eso. En el ensayo escrito, Zapata lo describe como un “romántico revolucionario”, “valiente” y “elegante”. Nunca lo llama terrorista. Nunca lo juzga. Se limita a explicar, matizar. Dice que no pensó en el largo plazo.

Además, confiesa simpatizar con alguno de sus actos “me gustó la campaña del Nor Oriente porque fue alegre y desenfadada”, madre mía, simpatizar con lo hecho por el MRTA. Zapata quizás se refiera a la toma de Tabaloso y Soritor (San Martin) en 1990, liderados por el frente nororiental de Víctor Polay Campos, quien junto a su destacamento subversivo tomaron ambas ciudades luego de atacar el puesto policial. Marcando el inicio de su lucha terrorista. ¿Qué tiene de alegre el inicio del MRTA señor Zapata?

Jóvenes, Víctor Polay no es un perseguido o condenado por sus ideas. Es un preso por hechos concretos: asesinatos, secuestros extorsivos, atentados contra gente inocente. Una cifra desgarradora destacada por Zapata: “En el razonamiento de Polay, ahí está la causa del bajo número de víctimas causadas por el MRTA; según las cifras de la CVR (Comisión de la verdad y reconciliación) algo menos del 2%”. Esto nos hace recordar al vocero Jorge Trelles del fujimorismo quien en un exceso de sinceridad nos recordó en el 2011: «En todo caso, nosotros (el fujimorismo) matamos menos, menos que los dos gobiernos que nos antecedieron». Es el mismo razonamiento, los dos lados del terror en los noventas dando él su testimonio.

Polay no está preso por pensar distinto. Está preso por haber dirigido una organización armada terrorista.

Nos queda reflexionar que, a pesar de la cancelación del evento, existió la pretensión de presentar este libro en un espacio público como la FIL Lima, no es una mera coincidencia o un error de los organizadores, es un acto político auspiciado por el Ministerio de Cultura, la municipalidad de Jesús María, entre otros, justo en el último año del gobierno de Dina Boluarte. Es un intento deliberado de insertar la narrativa del MRTA en el debate cultural, con el aval de académicos y editoriales que deberían, al menos, tener la decencia de reconocer la gravedad del personaje al que le están prestando su voz. Creo que seguirán buscando espacios, este libro ya ha encontrado espacios en Chile del lado del MIR.

¿Hasta cuándo vamos a seguir tolerando esta amnesia selectiva? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que la cultura sirva como escudo para blanquear relatos violentistas?

No intentemos reconstruir la historia. La memoria no se negocia. Se construye con verdad, con justicia, pero también con límites.

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Pintor Kenneth O’brien

Lee la columna de Rodolfo Ybarra

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Hace unas semanas, el poeta Kenneth O’Brien presentó una muestra individual de pinturas en la casa Poco Floro del centro de Lima a la que tituló “Atávicos & cromáticos” con cuadros de diferentes formatos y soportes, en su mayoría reciclados de las calles, cartelones, triplay, mapresa, pedazos de cuna y demás con colores vivos y resaltantes.

Quizás las obras que más llaman la atención sean: “La Pelirroja”, “Un largo y hondo desprecio por la humanidad” o sus bicicletas o motos a lo Chagall o Basquiat con un toque callejero o suburbano o un descafeinado Duchamp-Humareda-Polanco, etc.

Queremos confesar que vimos la exposición a destiempo, aunque ya habíamos apreciado en su casa (la que ahora tiene en La Punta) algunos de estos trabajos, siempre con una aureola de locura, excentricidad o atrevimiento y más en estos tiempos en que lo conceptual está inhabilitando la capacidad de crear o por lo menos aprobar la perspectiva.   

Pero Kenneth es sobre todo un poeta en color y en libros como OS o esa antología poética titulada La Bestia Ambulante. En un texto inédito que nos pasó hace unos meses, se puede leer: He visto escaleras vacías/Ni subían, ni bajaban (…) Como corcheas o ropa mojada/Que tendidas en un pentagrama/Hacen una sinfonía a la nada. O este otro donde vomita su estro: Habría que escribir los malditos poemas/Como un hada catastrófica/Mitad rata, mitad Dios/Habría que construirlos/Como quien se muda de una a otra casa…

Este escriba le ha seguido el rastro estos últimos dos años con sus recitales en “Rayuela”, un bar contracultural en “Chorranco” donde bajaban personajes de la fauna literaria o bohemios bebedores de cerveza; espacio que luego se mudó a la avenida Terán donde discurría la poesía como un río desbordado, la música selecta en estéreo (Nicolás Duarte, Humberto Campodónico, Blanca Galdos, etc.), y las buenas conversas; así como también extendidas partidas de ajedrez que tenían una trampa porque después que logras ganar algunas partidas te chocas con una pared, un amigo que tiene un Elo de 2000 y pues ahí se acaban todos los sueños de opio ajedrecero, sobre todo para los que aprendimos de pie en las mesas del parque Universitario.

Y Kenneth O’Brien ríe a mandíbula batiente, no se hace problemas. Es más, los necesita. Es soñador con un cigarrillo en las manos siempre planeando nuevos trabajos y nuevas formas de hacernos ver el (su) mundo.

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¡Felices Fiestas Patrias!

La familia y los símbolos nos unen.

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Desde niño me enseñaron que los símbolos patrios eran sagrados. Representaban no solo la grandeza del Perú, sino también el reflejo de lo que podíamos ser como ciudadanos; personas justas, trabajadoras y con identidad. Recuerdo con cariño los cursos de Cívica y Formación Laboral, donde más allá de la teoría, aprendíamos a respetarnos, a pensar en el bien común y a sentirnos útiles como parte de una patria compartida.

Cada 28 de julio era una verdadera fiesta. No por las bandas o los desfiles oficiales, sino porque en el corazón de cada peruano palpitaba el orgullo de ser parte de esta tierra. Y aunque éramos muy jóvenes, no nos faltaba sentido crítico. Preguntábamos y queríamos entender qué pasaba en el país. Mientras otros jugaban en el recreo, yo leía el periódico. Así me enteré que el crimen en Perú siempre existió, conocí nombres como el ‘Loco Perochena’ o ‘Django’, y también descubrí el dolor de las pérdidas, como la muerte de Elvis. Fue en esas páginas impresas, donde me enteré de que Perú apoyó a Argentina en la Guerra de las Malvinas y donde encontré el humor político de ‘Monos y Monadas’, revista que años después me uniría en una entrañable amistad con Nicolás Yerovi.

Mi amor por el himno nacional y la bandera no se ha desvanecido, aunque hoy muchos miren con escepticismo esos valores. Es cierto, vivimos en la era del TikTok, de los influencers y youtubers, que con palabras soeces y chacota desmedida trivializan el respeto y banalizan la realidad. Pero eso no significa que el patriotismo sea un falso valor y mucho menos anticuado. Al contrario, hoy es más necesario que nunca.

A las nuevas generaciones les digo: —en tiempos difíciles, amar al Perú es construir solidaridad desde lo cotidiano, participando, informándose, respetando al otro, y cumpliendo a cabalidad las leyes. Si los gobiernos de turno no promueven masivas campañas de valores, hagámoslo nosotros desde casa, desde las aulas, desde el trabajo, desde las redes—.

No dejemos que la decepción y el desencanto nos robe la esperanza. El Perú no es solo su caótica clase política. El Perú somos nosotros, porque somos más grandes que cualquier transitoria crisis. Y por eso, hoy y siempre, con orgullo, emoción y firmeza, grito:

¡Feliz 28 de julio… Felices Fiestas Patrias!

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La broma infinita: César Acuña, poeta universal

Lee la columna de Juan José Sandoval

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Por Juan José Sandoval

Tuve que ir obligado por una chamba a la Feria Internacional del Libro de Lima, cuyo pago era equivalente al costo de la entrada, un libro de remate, un café y una lata cerveza. Nada más, bueno tampoco había que hacer mucho en la labor encomendada, reducida a aplaudir a los autores de una presentación de libro, además de transmitirlo por redes.

Usualmente llego a la FIL con nulas expectativas. Lo que quiero está caro o no hay. Pero vi mucha producción peruana de cómics y literatura de géneros como la ciencia ficción y el horror.

Me consta que la producción editorial independiente es mucho más atractiva que la oferta librera de las grandes cadenas, que usualmente acaparan los reflectores.

Sé de buena fuente también, que las ganancias son bajas, a pesar de las grandes cifras récord que los organizadores anuncian cada año.

Eso se refleja también en que cada vez ganan más presencia los influencers, cuyos stands no sólo venden libros sino también merchandising exclusivo.

Genera gracia que haya un síntoma mediático de que en el Perú se celebra la cultura con la FIL. Pero preocupa que no se note a la hora de elegir a nuestros gobernantes, cuyas políticas públicas taclean la expresión de arte que emerge de la ciudad, como lo hacen los alcaldes de Miraflores y La Molina, que pertenecen al grupo celestial del alcalde de Lima, posible candidato presidencial.

A saber del vocabulario político que manejan estos dueños de pequeñas parcelas de la patria, muy poco o nada han de leer para desafiar a la ignorancia.

La otra vez di en obsequio un libro de Vargas Llosa a un empresario fujimorista y lo tomó como una ofensa. Yo siento que leer a MVLL es no solo crecer en ideas, sino también conocer el Perú en sus relatos. Lamentablemente la mitad del país se siente a gusto siendo analfabeta e incluso con prepotencia para argumentar.

Por eso, a pesar de que me aburre y desprecio la FIL, voy porque tengo que chambear, tengo que chismear y de paso otear el paisaje literario.

En ese sentido, el panorama es bastante repetido, las mismas caras en diferentes mesas hablando lo de siempre. ¿No somos acaso un país innovador? Uno de los libros más disruptivos de la historia lo hizo un puneño, Carlos Oquendo de Amat. Eso fue hace cien años. Su libro se vende a 20 soles, versión Universidad Ricardo Palma, y 10 soles versión Contracultura. A propósito del stand de este último, aún quedan ejemplares de David Galliquio, que es uno de los ilustradores más corrosivos de esta parte del continente.

Quizás la zona que más me llamó la atención fue la de los fondos editoriales universitarios, donde se puede apreciar la producción intelectual por la que apuestan las casas de estudios.

Sorpresa no menor fue el stand de la universidad César Vallejo, del empresario César Acuña. Intrigado me acerqué pensando que encontraría investigaciones plagadas de inexactitudes con alto grado de turnitín, o alguna tesis que sobrevivió a los huaicos.

 Por el contrario, vi un catálogo bastante atractivo en cuanto a literatura. Donde esperé encontrar mediocridad intelectual, vi títulos de escritores como Villoro y Piglia. Colecciones de gran factura de la cultura peruana, literatura infantil y ediciones de lujo de la obra de Vallejo.

Haciendo gala de mi momento DBA, quise payasear con uno de los editores de la universidad con la pregunta: ¿dónde está el libro «Plata como cancha»? Buscando saber sobre aquel trabajo periodístico que detalla cómo el dueño de la universidad fue construyendo un imperio a base de perro muerto y arreglos millonarios bajo la mesa, como las cláusulas de confidencialidad que mantiene de por vida con su hermano Virgilio, con el profesor al que le robó la tesis y con su primera esposa.

Acuña ha buscado por años encarnar el personaje del emprendedor provinciano que vino de abajo a conquistar el mundo. Muy lejos de aquel político que manda en el país a punta de maletinazos.

Mantengo la hipótesis que César Acuña posee un inescrupuloso plan a largo plazo, con el que busca apropiarse de la imagen del creador de «Los heraldos negros», y que las nuevas generaciones comiencen a ver a este diminuto picapiedra como el vate que revolucionó la lírica de la palabra.

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Libro del líder del MRTA en la FIL

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Por estos días de julio, cuando los peruanos deberíamos izar la bandera en señal de orgullo y memoria por nuestra república, la Feria Internacional del Libro de Lima —esa vitrina de la cultura— ha decidido brindarle micrófono, auditorio y solemnidad a uno de los personajes más siniestros de nuestra historia reciente: Víctor Polay Campos, cabecilla del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), grupo armado que sembró muerte, secuestro y destrucción bajo el disfraz de una falsa revolución.

El libro Revolución en los Andes: desde la prisión, Víctor Polay responde; no es literatura: es una operación ideológica disfrazada de testimonio. Es la puesta en escena de una voz que jamás pidió perdón, que jamás renunció a la violencia como vía para imponer su voluntad, y que ahora, desde la cárcel, busca reescribir la historia con tinta y papel lo que antes pretendió imponer con fusiles y dinamita.

Lo más escandaloso no es que el libro exista —la libertad de expresión admite incluso a los monstruos—, sino que sea promovido en una feria con auspiciadores desde instituciones gubernamentales, privadas, diplomáticas, y donde incluso participa la embajada de Japón (residencia que fue tomada por el MRTA en 1996).   Le preguntamos a la Cámara Peruana del Libro. ¿Dónde está el criterio moral? ¿Quién decidió que la historia de un terrorista debía presentarse el mismo 29 de julio, en pleno aniversario patrio, como si se tratara de un tributo alternativo al Perú?

Y peor aún, ¿por qué figuras como Antonio Zapata, Natalí Durand y César Coca prestan su voz a este acto de apología al terrorismo? La gran pregunta es: ¿Lo hacen en nombre de la pluralidad académica o de una militancia camuflada de neutralidad?

La Fiscalía ha solicitado ampliar la investigación por apología del terrorismo. Ojalá la justicia llegue antes de que la historia se contamine aún más.

El MRTA no fue una utopía extraviada ni una noble causa mal ejecutada: fue una organización terrorista. Y Polay no es un pensador: es un reo por delitos de lesa humanidad. Convertir su palabra en “memoria” es una ofensa para sus víctimas. Y permitir que se presente como autor en una feria cultural es simplemente obsceno. 

Seguro Francisco Sagasti estará en primera fila solicitando un nuevo autógrafo o, como a él le encanta decir, “diploma de rehén”.  

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El peor Congreso de la historia elige una Mesa Directiva a su medida

Fujimoristas conversos, falsos marxistas, niños y un acusado por delitos graves, esa es la mesa directiva que este Congreso se merece.

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Por: Jorge Paredes Terry

El Congreso de la República, esa institución que debería ser el reflejo de la voluntad popular y el equilibrio democrático, ha vuelto a superar sus propios récords de indignidad. Con un 4% de aprobación, sumido en escándalos de corrupción, acusaciones de tráfico de influencias y una absoluta desconexión con las necesidades del país, este desprestigiado Legislativo ha elegido una mesa directiva que es el fiel reflejo de su decadencia: ilegítima, cuestionada y, sobre todo, hecha a la medida de los intereses más oscuros de la partidocracia corrupta y delincuente.

No es exageración decir que es un parlamento de la cloaca. Este es, sin duda, el peor Congreso de la historia reciente. Sus integrantes han sido señalados por presuntos delitos, sus bancadas se fragmentan en luchas de poder mezquinas y su labor legislativa se reduce a blindar impunidades y repartirse prebendas. Mientras el país clama por soluciones a la crisis económica, la inseguridad y la corrupción, nuestros «honorables padres de la patria» (¿honorables?) se dedican a negociar votos bajo la mesa para asegurar puestos clave.  

La mesa directiva que nadie quería pero que ellos y solo ellos buscaban, fujimoristas conversos, cerronistas y niños, todos comiendo en un solo plato.

Está elección no ha sido más que un reparto de cargos entre los mismos de siempre. Los nombres que hoy ocupan la presidencia y las vicepresidencias no representan a la ciudadanía, sino al reparto de favores que solo buscan controlar la agenda a su conveniencia. ¿Democracia? Aquí solo hay un pacto de sinvergüenzas.

Y lo peor es que todo huele a ilegalidad. Denuncias de compra de votos, de presión a congresistas disidentes y de maniobras al límite del reglamento, han marcado este proceso. Pero, ¿qué podemos esperar de un Congreso donde la ética es un concepto ajeno y vacío y el servicio público un negocio privado?  

Un insulto a la ciudadanía  

Mientras millones de peruanos luchan por sobrevivir en medio del desempleo y la precariedad, este Congreso se encierra en sus juegos de poder. La mesa directiva elegida es el símbolo perfecto de esta podredumbre: un grupo que no tiene la más mínima legitimidad moral para dirigir el Legislativo, pero que, eso sí, sabe muy bien cómo repartirse los privilegios.

¿Habrá consecuencias? Difícil. En un sistema donde la impunidad es la norma, estos actos quedan en la indignación momentánea y luego… nada. Pero el pueblo no olvida. Y aunque hoy esta casta política crea que puede seguir burlándose de la democracia, la historia los juzgará como lo que son: cómplices de la decadencia nacional.

Este Congreso no nos representa

No hay otra forma de decirlo: este Congreso y su nueva mesa directiva son una vergüenza. Son el resultado de un sistema corrompido, de una clase política que ha convertido el servicio público en un botín. Y mientras ellos celebran sus acuerdos en la sombra, el país se hunde.

Pero que no se confíen. El desprecio ciudadano ya los alcanzó, y aunque hoy crean que pueden actuar sin consecuencias, el tiempo y la memoria de un pueblo harto, les pasará la factura. Este es el Congreso que se merecen… pero no el que nosotros merecemos.

Basta ya!

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Verástegui eterno

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El calendario no miente: este 27 de julio se cumplen siete años de la muerte de Enrique Verástegui. Y hoy que suenan los cantos escolares por fiestas patrias y el sol irrumpe por
los vericuetos de la casa, hago un tiempo para pensar en él. Ahí lo veo, desgreñado y taciturno, sentado en su casa repleta de libros o en un bar del centro de Lima, sorbiendo un poco de café expreso y en profunda meditación consigo mismo.

Parte del Movimiento Hora Zero, sus motivos no solo fueron literarios, sino también lingüísticos, económicos, esotéricos o matemáticos. En su escritura hay un afán totalizador, interdisciplinario y altamente reflexivo. Por ejemplo, en Motor del deseo (1987) maneja variables determinadas para comprender la creatividad y composición poética. Propone que un poema, en realidad, es una máquina de significados que produce cortocircuitos o “desajustes” a la máquina social. En ese sentido, la ecuación verásteguiana sería “Poema = Cuerpo y Cuerpo= Poesía”. La correlación entre hablar y escribir recupera una necesaria unión entre palabra y humano: gracias al poema, el hombre puede resignificar su máquina mental, es decir, el poema es una forma de hackear la maquinaria social y liberar el cuerpo.

Por otro lado, sobre la integridad de diversos saberes en el discurso poético afirma: “el texto no es más que la articulación de los diversos discursos (…) desde la matemática a la música, desde la economía a la filosofía y desde ésta a la antropología y la físico-química más la biología pasando por la astronomía”. Amplificando los géneros, también brinda una explicación sobre las “medidas de fuerza de los códigos académicos” que dictan las formas posibles y aceptadas de la escritura poética. Así funcionan como medios de mantener un canon determinado mediante medidas de austeridad homólogas a las dictaminadas por los gobiernos y el Estado; por eso, los poetas que buscan la “pureza del lenguaje” solo se aprovechan de la “plusvalía” que les brinda el gusto estético aprobado.

Murió en Lima en el 2018. En la víspera, leyó Maitreya: Florecí más que nadie/pero perfidia cayó sobre mí,/doblándome como una flor,/herrumbrándome, y fui silenciado. /Maitreya pasó desapercibido como una sombra por la /vida,/¿no dan ganas de llorar?

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29 Festival de Cine de Lima: Punku, un cine experimental tedioso

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Hay películas que se parecen a sueños mal recordados: fragmentarios, inconexos, cargados de símbolos que no conducen a ninguna parte. Punku, del director Juan Daniel Fernández Molero, es una de esas películas. Pretende ser un portal hacia un cine nuevo, “descolonizado”, libre de las ataduras narrativas del occidente, pero acaba siendo un callejón sin salida donde se acumulan pretensiones estéticas y un experimentalismo vacío que confunde lo críptico con lo profundo.

La cinta, ambientada en la ciudad de Quillabamba, se presenta como un retrato caleidoscópico de personajes locales. Pero lo que se vende como observación poética es en realidad un catálogo de anécdotas deshilachadas, carentes de conflicto, emoción o siquiera una mínima intención dramática. El espectador se ve obligado a contemplar una sucesión de imágenes que más parecen material de archivo que cine en sentido pleno. ¿Dónde está la historia? Ni siquiera el exotismo, que tantas veces ha sido el salvavidas de ciertas películas tropicalistas, aparece aquí con algún vigor.

Fernández Molero parece obsesionado con la ruptura: rompe con la estructura narrativa, con la continuidad visual, con la lógica emocional. Recurre a múltiples formatos —Super 8, 16 mm, digital— como si el mero cambio de textura pudiese suplir la ausencia de contenido y de talento. El resultado es un ejercicio que no dialoga con el público, sino que lo margina, como si la incomprensión fuese parte del mérito.

Lo más preocupante, sin embargo, no es la audacia formal, sino la costra de seudo-intelectualidad que recubre cada plano. Punku no invita a pensar; obliga a soportar. Ni siquiera el desfile del concurso de Miss Sirena —que en otra película podría ser un momento de humor o crítica social— logra romper la monotonía general. Todo permanece encapsulado en una solemnidad forzada, como si el director temiera ser entendido.

¿Qué hace esta obra en la competencia de ficción del festival? No lo entendemos, pero Fernández Molero, sigue atrapado en el umbral de una idea que nunca llega a desarrollarse, continúa explorando un cine que parece escrito en clave, y que desprecia al espectador.

Punku significa puerta, pero esta puerta no se abre ni conduce a ningún lado: es un muro disfrazado de cine.

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