Opinión
En memoria de Don Lizardo Salvatierra Paredes, fundador de San Juan de Lurigancho
Lele el artículo de Percy Vílchez Salvatierra

El 31 de octubre de 1930 nació Lizardo Salvatierra Paredes. Muy joven ingresó a la empresa Backus & Johnston donde laboró por 32 años de 1949 hasta 1991. Allí fue dirigente sindical dado que la política y la defensa de los derechos de los trabajadores fueron parte integrante de su día a día. Tal es así que fue fundador de la Federación Cervecera Cristal.
En ese sentido, como, por sobre todas las cosas, fue aprista desde muy temprano (creció en Cartavio en los años inmediatamente posteriores al Holocausto del Año de la Barbarie y el Apra, entonces, era no solo una organización legendaria sino una promesa y una esperanza para el pueblo en el Norte) y en Lima se hizo dirigente del Partido de la Estrella en San Juan de Lurigancho, distrito grandísimo cuya fundación como tal le debe a sus acciones todo aunque en conjunción con la de otros esforzados vecinos más Ramiro Prialé que auspició las gestiones correspondientes desde su posición fundamental en la escena nacional.
En estos lares, asumió la investidura de Gobernador en los años amargos de la guerra contra la subversión terrorista de la extrema izquierda y fue respetado incluso por aquellos que en esos tiempos no tenían ningún problema con hacer volar a los dirigentes y representantes cuyas acciones atentaban contra los intereses del pueblo o incidían en las innúmeras formas que la corrupción tiene en nuestro país desde antaño dado que siempre sirvió al pueblo y no se sirvió de la política para satisfacer bajezas de ningún tipo.
Amaba al país y le gustaba el futbol. Auspició a un equipo llamado «Once Amigos» y fue socio del Club Sporting Cristal (el #208).
Criollo espléndido y guapo, colorado en verano y rosado en invierno, nunca pálido, escorpio nato, seductor, aunque severo, serio, pero dueño de grandes alegrías. Tenía visos de melancolía que aparecían de vez en cuando dejando en presencia del gran hombre un cierto rastro de poesía y bruma sobre su horizonte de tribuno de la plebe.

He atravesado tantas formas de vida que a veces creo haber avergonzado a mi padre si es que no he estado a la altura de la ética que él exigía a la familia y a todo aquel que apreciaba al menos en apariencia y según la mayoría de reportes (nadie es santo y nadie es pecador al 100%). Sin embargo, he tratado de no incidir en acciones nefastas pues el gran hombre me enseñó que la honestidad es el valor fundamental para ser un hombre de bien, algo que, para él, que conocía a fondo la política, era la virtud más importante y la más escasa en la escena pública y por eso la cultivaba en todas sus formas.
Facilitó todo a sus hijos e incluso a sus nietos a tal punto que jamás tuve un solo apremio hasta su muerte cuando ya tenía trece años. Sin mi abuelo (más propiamente mi padre) andé en el mundo sin rumbo y esa es la grave orfandad que me tocó, pero siempre que he tratado de poner en práctica la bonhomía lo he tenido presente como un genio tutelar, un lar o un penate.
II.
Es muy difícil comprender a las personas que queremos, sobre todo, en nuestro ámbito familiar más estricto.
A veces nunca nos ponemos de acuerdo o no expresamos todo lo que sentimos. A veces es todo lo contrario y eso es una muestra breve de lo que debe ser el infierno.
Varios rinden absoluta admiración al pasado de sus antepasados y son unos pobres diablos en lo personal respecto de sus propios “prestigios”. Otros, se inventan abuelos importantes o buscan vincularse con políticos, luchadores sociales o héroes sin ningún rubor, tan solo para parecer algo más de lo que son y hallar así, por lo menos, indirectamente, un respaldo popular.
A mí, en cambio, no me interesan mis antepasados ni mis familiares cercanos respecto de enaltecer alguna gloria pasada o cualquier cosa por el estilo aunque los quiera a todos de la manera que a cada uno le corresponde y según lo merezcan, más o menos, pero si hubo alguien a quien quise sin reservas fue mi abuelo materno y no solo porque fue el único que conocía sino porque era un buen hombre, un hombre honesto de verdad que no aceptaba ni el más mínimo favor sin recompensar a quien lo hacía o denegando el gesto si creía que era algo que le comprometiese.
Parecía no deberle nada a nadie y así era en gran medida. Era un caballero a la antigua usanza con códigos de conducta y toda esa onda que solo puede merecernos el mayor de los respetos. En síntesis, un señor cabal y absoluto, muy señor de sí mismo y de sus dominios que eran el alcance de sus propiedades y cargos y, sobre todo, el ámbito perfecto de su palabra férrea y sagrada.
Lo quise una vez y lo sigo queriendo todavía, aun cuando nunca lo comprendí de ninguna forma y aun cuando no he sido el mejor de sus hijos.
En todo caso, mi abuelo murió cuando yo tenía trece años, aunque casi no hablábamos desde que cumplí mi primera decena en esta Tierra. Ya en aquellas épocas, que no podía imaginar que serían las ultimas, mi entendimiento del mundo y mi talante me llevaba a contrariarle hablándole de la revolución y de Mariátegui y a ser muy irreverente cuando el viejo me decía que la verdadera revolución estuvo siempre del lado del APRA, pero no sé si no entendía o no quería decirme, dada mi edad tan temprana o dada mi insolencia, que el mismo pueblo aprista y revolucionario que él conoció, cuando era apenas un chiquillo fascinado por los ecos trágicos que el Año de la Barbarie había impuesto como una pátina sangrienta sobre todo Trujillo y el Norte entero, había sufrido varias veces la negativa de los directivos de la cúpula del partido para no llevar a cabo el incendio jacobino del que solo remedaron La Marsellesa y nada más. Quizás no me consideraba un compañero para tratar esos asuntos, pero la verdad creo que lo debe haber motivado la practicidad de los hombres experimentados que ya han pasado de todo y que han asumido una diversidad de cargos de representación relevantes: secretario de defensa del sindicato de Backus y Johnston, gobernador del distrito de San Juan de Lurigancho, etc.
Además, estas últimas conversaciones se dieron cuando yo había transgredido el umbral de los niños bien educados y me estaba tornando el rebelde impenitente que he sido toda la vida, cosa que el viejo, acostumbrado a la severidad y a la disciplina, personal y hasta partidaria como todo aprista antiguo, veía con los ojos severísimos, pero distantes que tuvo siempre, salvo cuando le cubría las pupilas la tristeza, cosa que ocurría rara vez, pero cuando pasaba era desconcertante puesto que el coloso exhibía, entonces, una grieta en su carácter de acero. Cierta vez, en este sentido, lo sorprendí mirando el horizonte desde la ventana de su estudio y ese debe haber sido mi primer contacto con ciertas manifestaciones que solo la poesía más profunda puede despertar en nuestros sentimientos, un instante muy humano y terrible que uno no puede comprender al primer golpe de vista y que nos lleva a hacernos preguntas y preguntas sin encontrar nunca una respuesta satisfactoria.
Sé que el abuelo tenía muchos motivos para sentir ese desamparo que le cubría a veces. Sabíamos todos que era huérfano de padre desde la edad de cinco años, aunque él nunca haya hecho la menor referencia a su vida pasada, pues él siempre era el hombre del presente y hasta del futuro, siempre estaba lleno de planes y proyectos y llevó a cabo la mayoría de ellos, aunque le faltó tiempo y a alguien que secundase sus ideas pues no tuvo continuidad alguna, al menos no de modo inmediato. En realidad, hablaba muy poco con los de la casa a quienes dominaba solo con detener su vista sobre todos y aun conmigo hablaba poco, aunque hubo un buen tiempo en el que salíamos a todas partes, al sindicato, al local del partido, al hospital, al banco, a la bolsa de valores, a los restaurantes naturistas que frecuentaba siempre para tratar de curarse de sus diversas dolencias, etc.
Era un viejo enorme y fuerte, pero la enfermedad lo fue minando y cuando murió pesaba la mitad de los kilos que había conocido en su plenitud cuando era un tipo robusto como un toro. Paradójicamente, fue, también, un gran aficionado a la tauromaquia. El hombre, así, podía jactarse de su poder físico y moral, un toro y un patriarca.
El viejo era, en todo caso, la imagen del padre y el poder y todas las otras referencias psicológicas que pueden devenir de esta estructura natural y contra su sistema y su forma de entender el mundo me rebelé y perdí y caí y volví a levantarme solo pues ya no había nadie a mi lado y así seguí hasta que empecé a ganar y hasta que aprendí a caer y a seguir levantándome con la frente en alto y sin ningún rastro ni acción que pudiese conducirme a la vergüenza.
El viejo a quien ahora recuerdo y que parecía estar siempre en lo correcto no estuvo conmigo en los momentos definitivos y concluyentes de las vidas que cursé y nunca recibí un consejo ni un alcance suyo además de la imagen viva de su conducta. Por eso es que jamás respeté a nadie que no fuera, verdaderamente, un campeón y una persona genuina y honesta porque él era la medida que yo exigía al mundo entero para poder reconocerle algún valor. (El viejo fue aprista desde la edad de 8 años, es decir, desde el bienaventurado año de 1938 y aun en sus fotos de niño parecía un héroe). Hasta la fecha, pese a mis mil máscaras, no puedo fingir que “respeto” a un estafador o a un corrupto, etc.
Quizás yo haya deambulado casi siempre por rumbos que no eran permeables a la bonhomía, pero así es la vida a veces. A mí, en todo caso, me basta con no haberme corrompido jamás y en ser fuerte, algo que aprendí con el paso de los años porque yo he buscado esa fuerza y he buscado superarme por encima del promedio en todos los niveles.
Bien vistas las cosas, creo que tampoco necesité aquellos consejos que he mencionado pues fui y soy muy soberbio y me he enfrentado a todo lo que lo ha merecido un enfrentamiento, aunque no me hubiera hecho daño evitar algunos conflictos y ser más sereno.
En todo caso, me expuse a todo y dejé que la vida y la muerte me brindaran su sabiduría hasta que me hice un hombre pleno y entendí que mis mejores reflexiones acerca del orden moral no provenían de los miles de libros que leí ni de mis propias especulaciones sino que de alguna manera remota servían al propósito de honrar a mis mayores, pero no he podido enaltecer a ninguno salvo a mi abuelo Lizardo y a mi abuela Agustina pues el resto han sido espejismos y está bien ponerlo por escrito en alguna parte. Todo esto puede ser una impresión falsa provocada por la necesidad de poner en orden al mundo, al propio mundo interno de uno mismo, en mi caso, pero podría ser que no y que fuera una forma de tributo a la raíz y al cable a tierra que todo mortal necesita para estabilizarse.
Mi impresión final es que si no fuera por mis abuelos podría decir que yo he estado solo en el mundo con todo lo que eso conlleva.
Es algo muy curioso todo esto pero así me he sentido hoy cuando se cumplen noventa y tres años del nacimiento de mi abuelo, quien falleció hace casi treinta años y a quien nunca pude llorar sino hasta una cierta noche cuando veía dormir a mi hija pues todo el amor del mundo estuvo pendiente entre mis ojos y el rostro de mi niña dormida y entonces me dí cuenta de cuanto quise salvar a mi abuelo cuando estuvo muy enfermo y ya nadie pudo abrazarlo y decirle lo mucho que lo quisimos. Entendí, sobre todo, cuanto quise llorarlo cuando se fue.

III.
1.
En invierno la niebla cubría el malecón y llegaba hasta la entrada de nuestra casa situada a tres cuadras del río Rímac. El frío era confrontado por el café hirviendo que el viejo se servía en un tazón horrible al que le decía “pocillo” al borde de las cinco de la mañana en bividí y ya perfumado. Ese pocillo, su reloj de dijes de escorpiones, sus guayaberas, sus correas de cuero grueso a la antigua usanza con sus iniciales en la hebilla, sus lentes de carey atigrado, el seguimiento de Radio Cora desde la madrugada y su bello nombre son los elementos más fáciles de reconocer en mi memoria en relación con mi abuelo Lizardo Salvatierra.
2.
El día era aún la noche, pero aquel ya había empezado en la casa, más precisamente, en el departamento que ocupaba mi abuelo. Se levantaba siempre muy temprano y prendía su radio para escuchar las noticias más recientes y las más antiguas canciones. También, le gustaba sintonizar algunas emisoras de A.M. (Radio Cora creo que siempre estuvo en Amplitud Modulada), pero no recuerdo cuales.
3.
Lizardo se iba a trabajar temprano porque entraba a las ocho de la mañana y no regresaba a casa, generalmente, hasta las cinco de la tarde luego de salir de la fábrica a las cuatro. Ocho horas diarias durante treinta y tres años como se hacían antes los hombres duros. Detestaba la impuntualidad, la deshonestidad, la flojera, la “sinvergüencería” y la corrupción a tal punto que hasta el día de su muerte me parecía imposible imaginarlo haciendo alguna acción que no se ajustase a su estricto sentido de la ética aunque sin duda debió haber cometido algunas ligeras excepciones puesto que cuando no tenía el rostro duro de gran señor que resuelve todos los problemas sin decir una sola palabra fuera de lugar parecía un niño travieso y eso lo hacía plenamente humano. Lo vi así dos o tres veces en el curso de los trece años que viví con él y aún brillan en mis pupilas sus ojos alegres y su rostro colorado, hermoso como el sol. Por lo demás, siempre parecía ser muy serio, aunque a veces la tristeza le embargaba y ocultaba raudamente su dureza habitual. En relación a esa seriedad sabemos que es la mejor manera de ocultar o de refrenar a un pícaro. En relación a esa tristeza súbita que le tocaba debe ser que había en él algo de poeta y no sé qué otras penas recónditas que fui conociendo poco a poco.
4.
Cuando lo conocí, es decir cuando recuerdo haberlo conocido era grande y fuerte como un toro. Cuando partió era la mitad de corpulento y era ya un hombre debilitado por la enfermedad y creo que por la incomprensión de sus seres queridos. Quizás no tanto como El Rey Lear, pero casi. Tal vez el destino de todos los individuos fuertes sea ser incomprendidos por los seres que aman. Quizás haya sido la falta de comunicación. El viejo hablaba muy poco y generalmente lo que él decía se acataba y se cumplía sin ningún tipo de objeción y sin embargo, ah, sin embargo.
5.
Siempre me pareció un hombre poderoso y de alguna manera lo fue. Fue sindicalista en Backus & Johnston, varias veces fue delegado y ostentó el ejercicio de diversas secretarias. Sobre todo, la importante Secretaría de Defensa en una época cuando los sindicatos tenían mucho poder. De él, por supuesto, proviene todo lo que aprendí a reconocer como bueno en un político y todo lo que de malo he aprendido a repudiar y a combatir.
6.
Era, simplemente, fuerte, severo y digno como creo yo que fueron los antiguos romanos devotos de la república. Sin duda, había en él algo tan antiguo como ellos.
7.
Paseábamos mucho juntos cuando era yo muy pequeño y el hombre me parecía un coloso. A todo lugar donde llegábamos, la gente lo saludaba con respeto. Lo admiraba entonces y lo admiro ahora, aunque generalmente no lo comprendía.
Una vez, por ejemplo, paseábamos solos por la zona de los bancos de Zárate, aunque vivíamos entonces como a doce cuadras exactas de dicho lugar. Le pedí casi caprichosamente que me comprara un helado grande, no recuerdo si un sándwich o una copa D’Onofrio, pero uno de los más caros que había entonces. Me dijo que no porque nos estaban esperando en la casa para almorzar y porque a mis hermanos seguro, también, les debía haber provocado comer un helado aquel mediodía. Hasta ahora recuerdo la bronca que tuve.
En ese momento, padecí de un injustificado berrinche interior que no llegué a exteriorizar, por supuesto, porque ante el viejo era imposible contrariarlo o hacer una pataleta, su sola mirada te abstenía de tener cualquier arranque así de ridículo.
Desde que me dijo que no hasta que me dijo que iba a comprar un peziduri para comer todos juntos en la casa no deben haber transcurrido ni siquiera un par de segundos, pero a mí me pareció un lapso tan extenso que dio lugar a todo lo que acabo de describir. Sin duda, pese a sus buenos esfuerzos y su noble ejemplo yo era un niño más o menos engreído y no alcanzaba a darme cuenta de la grandeza de ese acto. De hecho, por mucho tiempo, pesó en mí más ese gesto suyo de negarme ese helado personal antes que entender la necesidad de compartir con la familia. Así, nos enseñaba como debían ser las cosas, pero no todos advertimos esas formas casi indirectas con las que nos transmitía su sabiduría.

8.
Fue gobernador de San Juan de Lurigancho y, en ese periodo, cierta vez que fuimos a la feria de Chacarilla de Otero, el carnicero habitual que frecuentaba la familia no quiso cobrarle una cantidad descomunal de carne que acababa de elegir. El viejo le agradeció con sus maneras bellas y cortantes de gran señor y pagó como si nada. Y así podría enumerar dos mil anécdotas más.
Recordar esa escena y pensar en la clase de políticos que existen en este momento me provoca escupir el rostro de esos canallas que serían capaces de venderse hasta por unos mendrugos. Como escribió Hemingway en “París era una fiesta”, hay seres que traslucen su trascendencia como un caballo fino su pureza de sangre y otros que traslucen su falta de dignidad como chancros ulcerosos.
El viejo era fino, pero no como un caballo pura sangre sino como un toro de lidia. Por supuesto, era aficionado a la tauromaquia, al box y a todos esos entretenimientos de antes que ahora escandalizan la moral de los progres.
Durante su gestión, a veces, era citado a altas horas de la noche a dialogar en los barrios más alejados del distrito y en estricto cumplimiento de sus funciones y, sobre todo, atendiendo siempre al bienestar de la ciudadanía iba siempre, sin miedo, y dialogaba con todos, absolutamente con todos y todos lo respetaban. Entendí así que cuando una persona actúa rectamente sin dañar a los demás puede enfrentar y dialogar hasta con los seres más intransigentes sin riesgo.
Fue aprista y honesto y sirvió al pueblo entendiendo el viejo lema de “primero, el pueblo” y al parecer lo respetaron hasta los terroristas de la extrema izquierda porque cierta vez que en la puerta de nuestra casa fue dejado un coche extraño no duró ni media hora en ser trasladado hasta la esquina donde explotaría al cabo de un rato y donde no representaba ningún atentado contra la autoridad.
9.
La leyenda familiar nos indicaba que había quedado huérfano de padre a los cinco años. Su madre hermosa, aunque humilde debió abandonar su pueblo natal debido a las tentaciones peligrosas que despertaba la joven viuda en un entorno sin protección ni defensa alguna para ella. Y así, luego de atravesar durante varios días el camino de Santiago de Chuco hacia la costa, el niño y su madre, no al revés, llegaron a Cartavio.
Era la mitad de la década del treinta y los sembríos inmensos de caña de azúcar como un océano esmeralda pese a su belleza vespertina no podían acallar los influjos revolucionarios y el holocausto sufrido por el pueblo aprista hace apenas un lustro ni el fuego infernal de la zafra podía silenciar los lamentos y los gritos revolucionarios de oposición ante la muerte o, mejor dicho, el genocidio realizado durante el infame “año de la barbarie”.
Ser aprista, entonces, era ser revolucionario. Era ser, sin duda, muy valiente. Y, así, Lizardo, no sé bien cómo hasta la fecha, fue aprista desde los ocho años. Corrobora este recuerdo el hecho de haber visto en mi niñez un carné de tapas rojas y papel amarillo en el que constaba el año 1938 como su marca de afiliación. Al principio me sorprendía que un menor de edad formase parte de una organización política clandestina y proscrita, pero luego entendí que el niño trabajaba en los campos de caña desde los cinco años recogiendo los restos que los tractores no podían recoger y, también, que eso solo podía suceder en Cartavio, la cuna de la revolución y elogio y gloria perenne del aprismo más rancio y duro de La Libertad.
10.
Llegó a Lima en su juventud luego de haber intentado el camino del espíritu al haber estudiado para ser pastor en un seminario metodista. Dicen que al principio caminaba desde el Rímac hasta Chorrillos en busca de trabajo y se oficiaba en todo lo que podía. Constructor o albañil, pescador, eventual administrador de negocios informales y otro centenar de oficios hasta que ingresó a la fábrica de cerveza en la que trabajó durante 33 años.
11.
Siempre tuvo dinero pues era un varón precavido y además de las acciones que Backus otorgaba a sus trabajadores sabía invertir en la Bolsa de Valores respecto de otras empresas. Así construyó hasta dos casas grandes. Sin embargo, una vez cuando era muy muchacho caminando por los Barrios Altos lo asaltaron unos palomillas. Él se defendió, pero lo superaron en número y por medio de la amenaza de navajas le sustrajeron el sueldo que recién había cobrado. Según nos contaron, como a muchas otras personas del barrio, un faite de la zona reprendió a los rateros de esa ocasión casi de inmediato e hizo que le devolvieran el dinero y le dijo que si iba caminar por ciertos caminos mejor debía llevar a la mano un filo o una navaja. Lizardo nunca requirió dicho filo, pero nunca más nadie lo asaltó. Al cabo del tiempo su apariencia física fue tan imponente que muy pocos se hubiesen atrevido a llegar hasta él.
No dijo nunca quién era ese faite de los Barrios Altos que lo ayudó cuando era todavía tan jovencito. Quizás no supo cómo reconocerlo luego o simplemente no le interesaba vincularse con nadie que formase parte de los bajos fondos. Siempre hemos creído que era Tatán.
12.
Fue uno de los fundadores principales de Zárate y uno de los principales impulsores de la formación del distrito de San Juan de Lurigancho.
13.
Fue cargador del Señor de los Milagros y devoto de la Virgen de la Puerta de Otuzco.
14.
Fue socio del Club de Leones de Zárate y del Club San Fernando de Campoy
15.
Fue aficionado a los toros y al box.
16.
Fue hincha y socio del Club Sporting Cristal.
17.
Fue criollo y amigo de todos los artistas famosos del criollismo de los años sesentas y setentas entre ellos Rafael Amaranto. Escribir el recuento de sus denodadas jornadas jaraneras daría un tono demasiado festivo a este recuerdo y homenaje, pero es válido apuntarlo como contrapunto pues pese a su legendaria seriedad tuvo, también, un lado más o menos bohemio.
18.
Fue aprista toda su vida y murió siendo aprista el 25 de noviembre de 1995.
19.
Tuvo una hija, un hijo y varios nietos. A veces, pese a que ha transcurrido tanto tiempo desde su partida tenemos ganas de que esté con nosotros y que estemos todos juntos de nuevo como antes.
20.
Lizardo Salvatierra más que mi abuelo fue mi padre y hoy, 31 de octubre, cumpliría noventa y tres años. Que sirvan estas palabras para hacer saber al mundo y a mí mismo que lo amé toda la vida, aunque no recuerdo habérselo dicho ni una vez.
21.
Mi padre era prudente al hablar y yo hablaba todo el tiempo sin reserva alguna. Espero que haya tenido siempre presente, en medio de su silencio habitual y mi barullo permanente, lo mucho que lo quería y admiraba… lo mucho que lo quiero, que lo admiro y que lo extraño.

Mi película n. 24 dura casi 26 minutos. Me sirvió para aclarar ideas, definir caminos. Qué encontré en ‘mi personaje’. Reticencia o resistencia o temor a viajar (fuera de su ciudad). Se ve a alguien que pareciera aparte de no haber dormido muy bien entre molesto y divertido por la entrevista – conversación que le están haciendo (más molesto que divertido, más cansado que entusiasmado, a juzgar por el aspecto de su cara). ¿Entonces, por qué hablar? De alguna manera, o de más de una, el entrevistado está rompiendo o ensayando romper con su querida y sostenida vida sedentaria.
¿No parece todo esto algo banal? Se puede especular sobre el esfuerzo que le cuesta el viaje (¿algún trauma detrás?) no obstante los obvios beneficios múltiples de un viaje… Surge pronto la idea de un desdoblamiento, de estar allá y acá, de ser dos y de llevar dos vidas, de ser al menos dos personas, y el intentar parir algo negado en el medio de un viaje… Astroboy aporta el mito encantador que muestra (desde la infancia lejana y cercana) un camino.
El entrevistado no parece alguien muy místico, precisamente, pero se agarra del concepto o de la sensación de que hay energías dentro y fuera de sí que necesita hacer suyas o si se quiere, conectar con ellas. Unirse a ellas. Darles forma, expresión, vida particular y concreta. O más modestamente, ser un canal para que se expresen a través de él. Sea como fuere hacerlo es decisivo.
Creo que la parte más interesante (incluso la que justifica este trabajo, me parece) es cuando por fin se aprecia más claramente la herida personal. La necesidad de oponer al mundo (a versiones poco inspiradas del mundo) PRUEBAS. Esa voluntad de probar algo porque nadie te cree, de esforzarte para dar los mejores argumentos posibles contra la corriente del sentido común o la estupidez, y es así como el entrevistado (el cineasta) describe el ambiente humano tras su bonita y pacífica experiencia en el preescolar: enfermos, brutales, groseros, violentos… ¿Exagera?
Y lo mismo con una rama de su familia. Una conclusión: tienes una razón para vivir si quieres que te dejen vivir, sí: vivir tu propia vida y afirmar cómo te sientes, qué piensas, y construir una obra es eso para ti.
Película
Más películas
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Opinión
Las minas para quienes las trabajan
La CONFEMIN PERÚ convoca a la movilización NACIONAL más contundente en la historia de la pequeña minería y minería artesanal.

Por Jorge Paredes Terry
El jueves 26 de junio, a las 8:00 AM, en el Campo de Marte (Jesús María, Lima), no habrá espacio para la indiferencia. Nos movilizaremos con fuerza para exigir lo que nos corresponde por derecho: el control de nuestras minas y el pleno desarrollo de nuestra actividad. No nos quedaremos callados ante la injusticia. Este no es solo un reclamo por nuestros trabajos, sino una lucha por la justicia social y el reconocimiento de la importancia vital del sector de la pequeña minería y minería artesanal (PMMA) para la economía peruana.
Por generaciones, la PMMA ha sido el sostén de miles de familias en todo el Perú, generando empleo, impulsando el desarrollo local y contribuyendo significativamente al Producto Bruto Interno (PBI). Somos los guardianes de un legado ancestral, los que extraemos los recursos minerales que alimentan la industria nacional e internacional. Nuestra actividad no solo genera riqueza, sino que fortalece el tejido social de nuestras comunidades, preservando nuestras tradiciones y cultura. Sin embargo, a pesar de nuestra innegable contribución, hemos sido históricamente marginados, relegados a la informalidad y sometidos a políticas que nos perjudican.
Basta de promesas vacías, de leyes ineficaces y de un proceso de formalización que nos excluye. Por siglos hemos trabajado estas tierras, somos herederos de una tradición milenaria, y el saqueo por parte de la oligarquía y las empresas extranjeras TERMINA AHORA. Exigimos la inmediata ampliación del proceso de formalización, la aprobación de la Ley MAPE y la Ley de Reversión de concesiones ociosas. No nos callarán, no nos ignorarán, no nos detendrán. Nuestro trabajo dignifica a miles de familias peruanas, sostiene economías locales y contribuye al desarrollo del país. No permitiremos que nos arrebaten nuestro sustento. Por nuestros derechos, por nuestras familias, por el futuro de nuestras comunidades, ¡LEVANTÉMONOS Y DEFENDAMOS LO NUESTRO! Difunde este llamado. El jueves, ¡todos a Campo de Marte! Que se escuche nuestra voz. ¡Las minas son para quienes las trabajan! ¡Unámonos y hagamos temblar al poder!

La presidente Dina Boluarte fue a inaugurar una escuela pública en Talara (Piura), y terminó dictando cátedra de intolerancia. Frente a más de mil estudiantes, no les habló del futuro o de quedarse en Perú, país de oportunidades. No habló de los sueños. Habló de sus críticos. De esos “ciegos, sordos y no mudos” que —¡osadía imperdonable! —Se atreven a cuestionarla. Y lo peor no fue solo el tono. “Critican desde su corazón desleal con el desarrollo de la patria”, dijo sin titubeo. “Critican, pero no ven las obras”. “Nos recargamos de esas energías negativas”. ¿Desleal el que piensa distinto?
No, señora presidente. No es deslealtad. Es un derecho. La Constitución reconoce incluso la crítica a resoluciones judiciales. ¿Y usted pretende que no se cuestione su gestión? ¿Ese es el mensaje que quiere dejar a los estudiantes del Perú? Qué espera entonces; si el Estado reduce el polígono de protección de las Líneas de Nazca, silencio. Si se intoxican estudiantes con alimentos del programa Wasimukuna del MIDIS, silencio. Si se contratan a los amigos o allegados de los ministros, como lo ocurrido en el MINEDU y MINCUL silencio. Si el MININTER no puede con la delincuencia, si desaparecen tesis de congresistas o se pierden donaciones en el Ministerio de la mujer no exista crítica.
En las aulas del Perú se les dice a los docentes y estudiantes que una de las competencias más urgentes del siglo XXI: el pensamiento crítico. Para la OEA (2015), “construirse como pensador crítico implica abandonar una postura egocéntrica en la que los argumentos son ciertos porque tenemos confianza en ellos o porque tenemos cierta preferencia afectiva hacia ellos, porque nos conviene que sea así o simplemente porque así lo hemos creído siempre” (p. 10). Y usted, en una institución educativa pública, les dice a los estudiantes que no sean críticos. Que seguir la línea del gobierno es sinónimo de lealtad. ¿Entonces cómo se construyen ideas, cómo se proponen soluciones de contexto, si solo se permite seguir órdenes como peones bajo el miedo al látigo?
Recuerde, presidente, que el himno nacional no dice «callamos por mandato”. Dice: «¡Somos libres!» Y esa libertad incluye la de pensar. La de decir. Quien no critica está condenado a fracasar por seguir a quien cree que tiene siempre la razón, a quien cree que solo su criterio es válido. Eso no es liderazgo. Es dogma. Es autoritarismo disfrazado de progreso. ¿Dónde se formó en Derecho, señora Boluarte? ¿En qué manual le enseñaron que disentir es deslealtad? ¿Con qué lógica se ataca a quien piensa distinto?
Lo irónico es que quien más dignidad mostró ese día fue un estudiante. Sí, un adolescente peruano. Que, con respeto, pero con firmeza, le pidió: «Es hora de un verdadero cambio, de un compromiso real con las necesidades de nuestro pueblo. La juventud peruana espera, con esperanza y exigencia, un gobierno a la altura de nuestros sueños». Le dijo que la juventud no quiere solo palabras, quiere compromiso. Le habló de frente. Un estudiante del colegio Ignacio Merino de Talara, frente a todos, sin papeles que lo amarren ni miedo que lo frene, le dio una lección de ciudadanía. Clase que sus ministros, asesores y congresistas a sueldo no se atreven a dictarle: “Sabemos su gran compromiso al estar aquí, la verdad, pero no podemos ignorar la creciente desconfianza que genera la política actual”. Y usted eligió responderle desde la tribuna del agravio. Le contestó con el látigo simbólico. Con la burla solapada. Con el autoritarismo que no necesita uniforme, solo soberbia.
Construir colegios no le da permiso para deseducar. Poner ladrillos no la autoriza a silenciar conciencias. Y cortar cintas no la absuelve del deber democrático de escuchar. Entonces, en agosto del 2026, ¿deberíamos pensar que para ese entonces expresidente Boluarte será desleal si se atreve a criticar al nuevo gobierno? ¿Sería desleal con el sistema de justicia si se atreve a criticar alguna resolución en su contra? ¿Nos van a decir que ya no se puede opinar porque criticar es sabotear?
La política sin crítica no es política. Es fanatismo. O peor aún, autoritarismo religioso con sotana de obra pública. ¿Y para cuándo el diálogo presidente Boluarte? ¿Para cuándo el gobierno que escucha sin atacar? ¿Para cuándo un Estado que no ve enemigos en cada voz crítica? ¿Para cuándo los puentes —no los de concreto—, sino los del consenso político? Debemos entender, entonces, que la política en el Perú será solo confrontación y alianzas entre adeptos. Qué futuro le espera a un país donde el diálogo es percibido como traición, y la discrepancia como deslealtad.
Cuándo tendremos un o una presidente capaz de convocar a la nación incluso en medio de posiciones contrarias. Presidente, si usted fue capaz de dejar atrás sus promesas de campaña y sentarse con los Acuña y los Fujimori, ¿por qué no puede hacer lo mismo con quienes simplemente piensan diferente a usted?
La invalidación no suma adeptos. El ataque no construye gobernabilidad. Y me pregunto: ¿los que hoy callan y obedecen sin cuestionar, estarán con usted cuando lleguen los juicios, las investigaciones, los balances finales? ¿Le serán leales cuando ya no tenga poder?
Las 50 muertes en el sur se acercan cada vez más a su destino. ¿Cómo enfrentará esos momentos? O peor aún quienes estarán con usted, le recuerdo que, a Toledo y Humala no les quedó partido político, a usted tampoco. El poder sin consenso es una soledad peligrosa. Basta con ver el voto de la bancada de Cerrón y la izquierda de donde usted vino. Se está quedando sola señora presidente.
Opinión
La guerra de dos mundos
Delia Espinoza y Patricia Benavides protagonizan una pugna vergonzosa por el control absoluto del Ministerio Público. Su enfrentamiento no es por justicia, sino por intereses de poder, respaldadas por facciones políticas —conservadoras y progresistas— que instrumentalizan la Fiscalía como campo de batalla ideológico.

En un Estado de derecho, el fiscal de la Nación no es una figura decorativa ni un operador político. Su papel esencial es defender el ‘principio de legalidad’, que significa actuar con estricta sujeción a la ley, investigar con independencia, sin favorecer ni perseguir a nadie por intereses personales o ideológicos. Sin embargo, en el Perú contemporáneo, la más alta autoridad del Ministerio Público ha dejado de representar esa función republicana para convertirse en ficha de poder dentro de una guerra abierta entre facciones políticas. Hoy, Delia Espinoza Valenzuela y Patricia Benavides Vargas, lejos de honrar sus cargos, encarnan una pugna vergonzosa que pone en jaque la legitimidad de la institución que deberían proteger.
Desde hace unas horas, la Fiscalía de la Nación parece una escena de ‘teatro absurdo’. Delia Espinoza permanece atrincherada en su despacho, haciendo vigilias simbólicas con velas para demostrar que no cederá el cargo. Mientras tanto, Patricia Benavides, tras una resolución de reposición emitida por la Junta Nacional de Justicia (JNJ), intentó reinstalarse por la fuerza con respaldo policial y con una carta intimidante dirigida a Espinoza, exigiéndole que se abstenga de firmar resoluciones.
Ninguna cede, ninguna retrocede. El Ministerio Público ha quedado como rehén de una guerra personal disfrazada de debate institucional. La pregunta de fondo no es quién debe ocupar el cargo, sino si ¿alguna de estas fiscales está verdaderamente interesada en defender la legalidad por encima de su ambición?

Patricia Benavides: la fiscal del sector conservador
Patricia Benavides Vargas, destituida en mayo de 2024 por la JNJ, representa una de las etapas más oscuras del Ministerio Público en la última década. Llegó al cargo envuelta en polémicas académicas —no se han hallado sus tesis de maestría y doctorado— y salió con acusaciones graves por presunto tráfico de influencias, abuso de poder, obstrucción de justicia y uso político del aparato fiscal.
Uno de los casos más evidentes fue su interferencia directa en la investigación contra su hermana, la jueza Enma Benavides Vargas, acusada de liberar a narcotraficantes a cambio de sobornos. La fiscal Bersabeth Revilla, a cargo del caso, fue retirada por Patricia Benavides de forma arbitraria, lo cual fue considerado una falta muy grave por la JNJ. La historia se repitió con el fiscal Luis Felipe Zapata, apartado por investigar a otro fiscal (Miguel Vegas Vaccaro) afín a Benavides. Según se comprobó, los informes usados para justificar estas remociones estaban plagados de datos falsos. En otras palabras, usó su poder para proteger intereses personales y castigar la independencia.

Las revelaciones del exasesor Jaime Villanueva —hoy colaborador eficaz— son aún más alarmantes. Villanueva reveló que su exjefa Benavides se reunió en al menos cinco ocasiones con la presidenta Dina Boluarte entre 2022 y 2023. En esas reuniones, se habrían negociado favores judiciales a cambio de respaldo político. Por ejemplo, cuando Boluarte Zegarra en su condición de titular del Midis era investigada por lavado de activos en el caso «Los Dinámicos del Centro», Villanueva coordinó con el fiscal Rafael Vela para evitar que se pidiera prisión preventiva contra la chalhuanquina. ¿Cuál fue el resultado? Dina Boluarte ascendió sin obstáculos a la presidencia de la República tras la caída de Pedro Castillo.
Las relaciones entre Benavides Vargas y la mandataria Boluarte Zegarra continuaron, incluso después de las muertes durante las protestas en Juliaca. Patricia Benavides buscó frenar la destitución del general Raúl Alfaro —quien se negó a detener a Castillo durante el intento de golpe— y negoció presuntos archivos de investigaciones a cambio de nombramientos de confianza en el Programa Nacional de Infraestructura Educativa (PRONIED) y el Fondo de Vivienda Policial (FOVIPOL), según los testimonios del propio Villanueva.

Pese a este historial, Patricia Benavides ha recibido el respaldo explícito de sectores conservadores y del aprismo. Rafael López Aliaga, aún alcalde de Lima que pronto abandonará la comuna metropolitana, la condecoró por su enfrentamiento contra Pedro Castillo, presentándola como heroína democrática. Pero más allá de las narrativas épicas, los hechos revelan una fiscal que no solo traicionó el ‘principio de legalidad’, sino que convirtió la Fiscalía de la Nación en su oficina de operaciones políticas.
Delia Espinoza: la fiscal del ala progresista
Delia Espinoza Valenzuela, actual fiscal de la Nación, no representa una solución institucional a la crisis, sino la otra cara de la misma moneda. Su nombramiento en octubre de 2024 fue visto por muchos como un intento de “limpiar la casa”, pero rápidamente quedó claro que también juega sus propias cartas políticas. Su cercanía con sectores autodenominados “caviares” o progresistas ha provocado desconfianza, y sus decisiones han levantado sospechas de que estaría usando su poder para proteger a sus aliados.

Una de sus primeras acciones como fiscal fue presentar demandas de inconstitucionalidad contra leyes que otorgaban mayores facultades a la Policía Nacional en las investigaciones preliminares. La justificación fue la defensa de la autonomía del Ministerio Público, pero varios congresistas lo interpretaron como una forma de deslegitimar la labor policial en medio de investigaciones sensibles.
Desde el Congreso —especialmente desde bancadas como Fuerza Popular y Renovación Popular— se ha acusado a Espinoza Valenzuela de encubrir a fiscales investigados, de proteger redes internas en el Ministerio Público, y de tomar decisiones que benefician al sector judicial progresista con el que se le vincula. Incluso desde el Ejecutivo, el ministro del Interior presentó una denuncia constitucional contra ella por presunto abuso de autoridad, alegando que desconoció normativas que otorgan a la Policía liderazgo en las primeras etapas de investigación.
Además, hay acusaciones de que su ascenso al cargo fue negociado dentro de una Junta de Fiscales Supremos fragmentada, donde habría ofrecido archivar investigaciones a cambio de votos favorables, lo que pone en entredicho la legitimidad de su nombramiento. Su imagen de fiscal «anticrisis» se ha ido diluyendo frente a un estilo de gestión defensivo, confrontacional y cada vez más politizado.

Dos mujeres, un camino de decadencia
Patricia Benavides y Delia Espinoza representan facciones opuestas del tablero político peruano. Una es la favorita de la derecha y el aprismo. La otra, de los sectores progresistas. Pero ambas coinciden en lo esencial; han hecho del Ministerio Público una trinchera personal y una herramienta de poder. La institucionalidad ha quedado en segundo plano, desplazada por una lógica de supervivencia política donde el ‘principio de legalidad’ solo se invoca cuando conviene.
En lugar de investigar con independencia, han usado sus cargos para blindar aliados, negociar favores y enfrentarse entre sí como si la Fiscalía fuera un botín. No hay transparencia, no hay rendición de cuentas, no hay justicia imparcial.
El Perú necesita con urgencia una Fiscalía de la Nación que no responda a intereses personales ni políticos, sino al mandato constitucional de investigar y sancionar con independencia. Lo que hoy tenemos, en cambio, es una guerra vergonzosa entre dos fiscales que se disputan un cargo como si fuera una presidencia alterna del país. Esta batalla no solo erosiona la credibilidad del Ministerio Público, sino que degrada peligrosamente la fe ciudadana en el sistema de justicia. Mientras no se ponga fin a esta pugna y se restablezca el ‘principio de legalidad’, ninguna de las dos merece el sillón fiscal.
Opinión
El asalto institucional que sacude los cimientos de la democracia en el Perú
Hoy, la toma de la Fiscalía de la Nación por Patricia Benavides, destituida en 2024, expone un golpe institucional que sacude los cimientos de la democracia peruana. Respaldada por una resolución cuestionada de la Junta Nacional de Justicia (JNJ) y fuerzas de seguridad leales al régimen de Dina Boluarte. Benavides intenta recuperar su cargo, pese a que la JNJ solo podría restituirla como fiscal suprema, no como máxima autoridad. La fiscal titular, Delia Espinoza, se resiste, declarando que no reconocerá un cargo obtenido por la fuerza política.

Por Jorge Paredes Terry
Este acto es parte de un engranaje corrupto que involucra al Congreso, la JNJ y el Tribunal Constitucional (TC). El Congreso, controlado por fuerzas fujimoristas, cerronistas y acuñistas, eligió a los miembros de la JNJ, quienes, en un acto sin precedentes, emitieron una resolución sin unanimidad, usurpando competencias y violando la Ley de Procedimiento Administrativo. El TC, nombrado por el mismo Congreso, permanece en silencio cómplice, avalando el operativo al no pronunciarse sobre la demanda competencial que cuestiona los límites de la JNJ. Su inacción permite que Dina Boluarte, quien enfrenta acusaciones por graves delitos, elimine a su principal opositora, la fiscal Espinoza, reponiendo a Benavides, aliada política que en 2022 facilitó su ascenso al poder.
El asalto a la Fiscalía es un atropello constitucional. La JNJ sobrepasa sus límites, ignorando precedentes del Tribunal Constitucional que establecen que la nulidad de un proceso no restaura automáticamente cargos obtenidos por designación interna. La resolución de la JNJ además omitió pruebas clave, como el informe que demuestra la destitución ilegal de una fiscal para obstruir una investigación contra la hermana de Benavides, presuntamente vinculada al narcotráfico. Diversos Juristas califican la resolución como un título inválido para ejercer como fiscal de la Nación.
Este asalto es la culminación de una estrategia de cerco perfecto: el Fujimorismo y Cerronismo controlan el Congreso e instalan operadores; Boluarte busca inmunidad persiguiendo fiscales que la investigan; y el TC legitima el abuso con su silencio, allanando el camino a una dictadura técnico-legal. La ciudadanía asiste a la destrucción del Estado de Derecho. La JNJ, el TC y el Congreso han secuestrado la justicia para convertirla en un botín político. Hoy no solo la Fiscalía está bajo asalto, sino la democracia peruana misma. Es imperativo que la ciudadanía se levante y defienda la democracia antes de que sea demasiado tarde. El silencio es complicidad. La lucha por la justicia y la democracia requiere la participación activa de todos.

Por Tino Santander
Los miraflorinos se han rebelado contra las políticas autoritarias del alcalde Carlos Canales. Lo acusan de sembrar cemento en desmedro de la poca arborización del distrito. Además, sus críticos más severos señalan que existen graves indicios de corrupción e incompetencia en las obras, y ponen como ejemplo la ciclovía de la avenida comandante Espinar y el puente Miraflores-Barranco, que tanto perjuicio ha causado a los vecinos y a los limeños en general.
Abel Condori y Justo Mamani me invitaron a participar en los plantones de los vecinos insurrectos en el parque Kennedy. Ellos creen que la clase media miraflorina puede sumarse a una insurrección contra el sistema. Justo Mamani me dijo: «También son peruanos. No te olvides de que las clases medias nos pueden ayudar a acabar con los podridos que gobiernan el Perú». Lo escuché. En ese momento apareció el periodista Rafo León, conocido como «la china Tudela», agitando alocadamente como si fuese un revolucionario dispuesto a dar la vida por la causa vecinal contra el alcalde Canales. Abel Condori dijo: «Mira, Justucha, compañero Tino, ese es el periodista racista y clasista que habla mal de los puneños. ¿Te acuerdas cuando insultaba al compañero Walter Aduviri? Con este vamos a hacer Frente Único. No jodas, Justo». Nos quedamos callados mientras los vecinos gritaban consignas contra el alcalde.
«Compañeros —les dije—, es verdad que los miraflorinos no están luchando por conseguir agua y desagüe para diez millones de peruanos, ni contra los bancos usureros que controlan la economía nacional, ni contra el monopolio farmacéutico del Interbank, ni por infraestructura agraria, de salud y educación. Ellos tienen otros problemas. Pero lo que nos une es la lucha contra la corrupción y contra el fraude electoral. Esta insurrección es el inicio para que puedan escalar sus reivindicaciones a otro nivel y así contar con ellos para transformar el país en una verdadera democracia».
«Eres iluso, compañero —dijo Abel—. Ellos son racistas y clasistas. Ese Rafo León nunca se va a juntar con nosotros. No podemos mezclarnos con ellos porque no nos quieren, y nosotros tampoco. Tú sabes el odio que siente la gente por la frustración que vive la inmensa mayoría. Ellos se imaginan un Perú diferente al nuestro; ellos aspiran a ser Miami, mientras que nosotros queremos un país democrático, libre, donde impere la ley y esta no sea un instrumento de los grupos de poder económico, como hasta ahora».
«No —les dije—. Tenemos que superar nuestros prejuicios. Además, este movimiento de las clases medias recién empieza. No hay nada orgánico; es todavía una algarada, un vacilón para los pitucos. Lo importante es ayudarlos, movilizarnos con ellos, que sientan que el pueblo, a pesar de nuestras diferencias, los apoya. Tenemos que estar a la altura del reto que significa transformar el Perú. En la batalla contra el crimen organizado, la corrupción política y el fraude electoral, estamos todos. En la próxima movilización, participaremos orgánicamente y veremos cómo los ayudamos».
«Compañeros —dijo Justo, señalando la Iglesia “Virgen Milagrosa”—, si tomamos esta iglesia con la gente que no tiene agua ni desagüe, con los colectivos que luchan contra los bancos y el monopolio farmacéutico, ¿tú crees que los “combativos vecinos de Miraflores” nos van a apoyar o van a pedir que nos saquen a palos y nos acusen de “tucos”? No jodas, Tino. Ellos son otro Perú, al margen de nosotros. Entiende: no nos quieren».
La insurrección democrática, la revolución social y la desobediencia civil son tareas que deben ser tolerantes con la diversidad de condiciones económicas, sociales y políticas si queremos acabar con los podridos que gobiernan.

Por estos días, en el Congreso de la República, se escenificó una de esas farsas que ya no sorprenden, pero sí indignan. Fabricio Valencia Gibaja, el actual ministro de Cultura —o lo que queda de esa cartera— fue interpelado por su gestión desastrosa. El escenario fue casi simbólico: un hemiciclo semivacío, con parlamentarios ausentes como si la destrucción del patrimonio milenario del Perú fuera un asunto menor. Esa imagen lo decía todo: el país se cae a pedazos y un gran porcentaje de los supuestos padres de la patria miran para otro lado.
El ministro fue interrogado sobre el escandaloso recorte del polígono de protección de las Líneas de Nasca y Palpa, una mutilación al patrimonio mundial que haría revolver en su tumba a María Reiche. Lejos de responder con honestidad, Valencia optó por la evasiva, la retórica hueca y la mentira abierta. Como si la verdad pudiera ocultarse bajo el manto de la burocracia.
Pero el punto más grotesco vino cuando se le preguntó por Shirley Hopkins, beneficiada con órdenes de servicio en su gestión y, presuntamente vinculada sentimentalmente con el ministro. Fue allí donde la compostura se desmoronó. El ministro, visiblemente nervioso, negó toda relación, balbuceó excusas y trató de esquivar el tema del uso indebido de un vehículo oficial, hoy bajo investigación fiscal. La escena fue patética, digna de una tragicomedia mal escrita.
Y es que la trama de este drama tiene nombres y apellidos: según fuentes del propio ministerio, desde Palacio de Gobierno se habría ordenado al ministro acelerar un informe —elaborado por funcionarios de la DDC de Ica— para justificar la resolución que recorta el área protegida de las Líneas. El documento, firmado por la también cuestionada viceministra Moira Novoa Silva, ha sido repudiado por arqueólogos, especialistas y una parte del Congreso aún comprometida con la cultura.
Ante el escándalo, el Ejecutivo solo ha optado por la táctica del camuflaje: “pausar” el proceso, socializarlo, dilatarlo. Pero el crimen está en marcha. Fabricio Valencia no solo ha demostrado incompetencia; ha mostrado sumisión, cobardía y desprecio por la historia del Perú. Lo que ocurrió en Nasca no es un error técnico: es un acto deliberado que pretende la destrucción cultural. Y sus responsables no deben quedar impunes. El silencio de Alberto Martorell y su nuevo cargo en el Mincul abre una nueva línea de investigación.

Por Edwin A. Vegas Gallo
El Tratado del Alta Mar, TAM, cubre el 64% de los océanos (49% del planeta Tierra) y, después de veinte años de trabajo sobre el tema, es una nueva conquista de las Ciencias Oceánicas y del Derecho Ambiental y no tiene en su gestación nada de “oenegenero”, como lo pretenden presentar en Perú políticos y gremios empresariales desconocedores de aquel.
El nacimiento del TAM se dio el domingo 5 de marzo de 2023, en la V Conferencia Intergubernamental del instrumento internacional jurídicamente vinculante en el marco de la Convención de Naciones sobre el Derecho del Mar CNUDM, relacionado con la conservación y uso de la diversidad biológica marina de las zonas situadas fuera de la jurisdicción nacional”.
Tanto fue el resultado de este Acuerdo que la presidenta de la Conferencia, Rena Lee (Singapur), señaló: “Después de 20 años, el barco llegó a la costa”. Se adoptó por consenso el 19 de junio, en el marco de la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (que usó Perú para delimitar frontera marítima con Chile), relativo a la conservación y uso sostenible de la diversidad biológica marina de las zonas situadas fuera de la jurisdicción nacional.
En dichas reuniones participó el gobierno peruano, vía Cancillería, y debió tomar la providencia del caso para evitar desinteligencias políticas, como ocurrió con el Acuerdo de Escazú.
Este Tratado regula el alta mar, entendida como “las aguas internacionales que comienzan a 200 millas náuticas de las costas”, que hasta antes de este Acuerdo, carecía de protección o gestión específica, con menos del 1% de las zonas de alta mar total o altamente protegidas.
El TAM hace que el alta mar, una “res communis usus”, se transforme en “patrimonio común de la humanidad” (art. 5 b del TAM), aunque ese acuerdo no ha establecido al momento una autoridad ni un mecanismo adecuado a esa naturaleza de bien, como sí se hizo para los fondos marinos y oceánicos fuera de la jurisdicción nacional y sus recursos, tema del cual Perú debe estar atento.
Este Tratado o Acuerdo oceánico busca revertir el estado de emergencia de los mares del mundo, en concordancia con alcanzar el Objetivo 14 de desarrollo sostenible y el Marco Global de Biodiversidad de Kunming-Montreal (diciembre 2022); sobre todo en la ampliación de áreas marinas protegidas, la lucha contra la pesca ilegal, no declarada y no reglamentada de flotas extranjeras, que entran y salen de nuestras 200 millas, sin que los entes de vigilancia intervengan.
Por cierto, en el TAM, hay 33 referencias a los pueblos indígenas y 29 a comunidades locales, aunque si bien son ajenas a la experiencia en alta mar, les da derecho de opinión en este tema, debido al principio de integración marina.
Las cuestiones esenciales del TAM pasan por la investigación y desarrollo, especialmente de los recursos genéticos marinos, con la repartición justa y equitativa de sus beneficios (monetarios y no monetarios), así como las áreas marinas protegidas, del sistema de evaluación de impacto ambiental y la construcción de capacidades y transferencia de tecnología.
Hay que entender que este Acuerdo no tiene que ver nada con la pérdida de soberanía alimentaria ni de dominio marino, ni mucho menos con el control de la pesca artesanal ni industrial, en la que los gremios empresariales peruanos hacen su agosto, empobreciendo al mar peruano; ya que en las negociaciones del tratado se generó el consenso de que el manejo pesquero de los países no debía ser regulado por aquél.
La implementación de este TAM, pienso, será complicada. El principal problema a resolver es determinar quién vigilará las áreas marinas protegidas en alta mar. Otro problema es que no hay un arreglo preciso para la resolución de disputas. En el caso de Perú, que no es miembro de la CONVEMAR, al momento de ratificar por el Congreso este TAM, puede pedir solución de controversias al Tribunal Internacional de Derecho del Mar o a la Corte Internacional de Justicia. Ni que decir de los recursos financieros y los mecanismos de desembolso que se requieren para su funcionamiento.
Aun con todo, este acuerdo histórico sobre la biodiversidad marina en aguas internacionales contribuirá a la protección vital contra la contaminación, contra la pesca ilegal, no declarada y no reglamentada, así como evitar la destrucción del hábitat en estas zonas críticas, para beneficio de las generaciones futuras.
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