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Opinión

El (violento) Día de la Mujer en Perú ¿Libre?

En el Día de la Mujer, simpatizantes de Perú Libre agredieron a una mujer periodista y a otros cuatro profesionales de prensa. Es indignante que desde el gobierno se incite a la violencia.

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El día de ayer, 8 de marzo, se conmemoró a nivel internacional el Día de la mujer, pero también se sometió al nuevo gabinete al debate congresal para el otorgamiento de la confianza. Esto último, que debería ser un hecho importante, ha devenido en un patético show de impresentables que buscan desesperadamente la cámara de televisión para generar algún titular o salir en algún medio de comunicación para tener “presencia” ante sus cada vez más confundidos electores.

Ayer fue 8 de marzo, día internacional de la mujer, y el presidente Pedro Castillo, rodeado de sus partidarios de Perú Libre, brindó un discurso edificante sobre la importancia de la mujer en el destino del Perú: “Saludo a las mujeres trabajadoras que luchan por el reconocimiento de sus derechos en una sociedad machista. Es hora de pagar la deuda histórica y cerrar la brecha de la desigualdad en dirección de un país más justo para todas las peruanas”.

Ayer fue 8 de marzo, día internacional de la mujer, y el presidente Pedro Castillo pareció olvidar la denuncia por violación que presentó Rosa Vásquez, una joven que fue traída desde Cajamarca por el congresista de Perú Libre, Américo Gonza, para que trabaje en su campaña, y quien la violó en repetidas ocasiones en el mismo local partidario. Cuando Rosa Vásquez quiso denunciarlo, este le ofreció S/6,000 soles: “Mil para tu salud y cinco mil para tu negocio, pues, mamita, qué más vas a hacer, ¿logras algo?, ¿qué ganas?”, le dijo el congresista, tal como se ve y escucha en un video.

Ayer fue 8 de marzo, día internacional de la mujer, y mientras las redes sociales se llenaban de fotos de ositos y flores, de memes sobre el respeto a la mujer, de poemas y canciones, los partidarios de Perú Libre arrastraban de los pelos a la periodista de Caretas, Romina Solórzano, mientras se manifestaban en las puertas del Congrezoo de la República. Otros periodistas agredidos fueron los de Diario Uno y La República. Hay fotos y videos donde se ve, claramente, esta salvajada.

Ayer fue 8 de marzo, día internacional de la mujer, pero hoy 9 de marzo, la congresista de Perú Libre, Margot Palacios, declara en televisión sobre lo ocurrido a la periodista de Caretas, que «No se puede controlar el sentir del pueblo». Habrá que guardar la frase porque servirá para justificar, mañana más tarde, cualquier acto de violencia o de sangre, como los que promueve el mismo congresista Montoya desde la otra orilla. Ese Perú, de libre, solo tiene el nombre. Una pena.

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Gabriel Rimachi Sialer. Escritor y periodista. Autor de los libros de cuento "Canto en el infierno", "El color del camaleón", "El cazador de dinosaurios", "Historias extraordinarias", "La increíble historia del capitán Ostra" y de la novela "La casa de los vientos". Responsable de antologías de narrativa fantástica, cuentos suyos han sido incluidos en importantes antologías. Dirige el podcast "Libros que arden" en Spotify y el Círculo de Lectores Perú www.circulodelectores.pe

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Opinión

Enrique Congrains Martin

Lee la columna de Rodolfo Ybarra

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ECM perteneció a la generación del cincuenta junto a MVLL, Ribeyro, Zavaleta y otros; muy interesado en el realismo urbano y más aún, en la marginalidad, escribió Lima, Hora Cero (1954), Kikuyo (1955) y la extraordinaria novela No una sino muchas muertes (NUSMM, 1957) donde nos muestra los basurales de Lima, el mismo lo dice en una entrevista con el crítico Wolfgang Luchting. Y que luego desarrollarían escritores como Oswaldo Reynoso con los Inocentes y, mucho después, Cromwell Jara con su Montacerdos y su Patíbulo para un Caballo.

En NUSMM, los locos son vendidos o comprados y son usados como mano de obra gratuita, esclavos sin razón que fabrican pomos, tazas o botellas para la industria farmacéutica y demás. Aquí no hay condición social, son sobrevivientes, seres inexistentes en cualquier censo o cálculo estadístico. La “vieja” que regenta esta “fábrica” no tiene alma, su origen es sórdido, no tiene nada que la valide per se, que la haga amable o con algún tipo de conmiseración. Solo el dinero la mueve y no confía en nadie, solo en unos perros y en el “zambo” que la protege y le entrega favores de entrepierna.  Esta novela fue llevada al cine por Pancho Lombardi con guion de José Watanabe y teniendo como figuras estelares a Elvira Travesí y a Elena Romero. No obstante, es una versión recortada y no logra alcanzar los niveles que el libro expone de forma cruda y salvaje.

Cincuenta años después, ECM publica El narrador de historias (2007), un texto futurista dentro de la ciencia ficción que se ubica en el año 2075 donde Brasil ha anexado a Paraguay, y Argentina ha hecho lo mismo con Bolivia y en la que se desarrolla una guerra entre argentos y chilenos. El autor nos pone en un escenario bélico donde la literatura se ha reducido al lenguaje oral y así el protagonista Cayetano Cómpanis, sobrevive contando una misma historia, una versión de La pata del mono de Jacobs, con relativo éxito.

Hace unos días la Casa de la Literatura y el escritor Víctor Campos Ñique convocaron a los escritores José Donayre Hoefken, Erik Fernández, Óscar Limache, Arturo Delgado Galimberti y este servidor para disertar sobre la vida y obra de este psicopompo literario y que contó, además, con su familia directa. Fue un día de fiesta, testimonios y gratitud a uno de los grandes de la literatura peruana.

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Soy marxista, pero de Groucho

Lee la columna de Edwin Cavello

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Mi relación con el marxismo empezó en Buenos Aires, a comienzos del 2001. No fue por Karl, ni por el Manifiesto Comunista, ni mucho menos por El Capital. Mi marxismo viene de Groucho, el genio del bigote pintado, el puro y las cejas arqueadas; un revolucionario del humor absurdo que, junto a sus hermanos, fundó su propia corriente.

Una tarde de verano, haciendo zapping, me topé con El Bar, un reality show transmitido
por América TV. Allí, entre 12 personajes que convivían en una casa en San Isidro,
apareció un tipo distinto: Eduardo Nocera, a quien todos llamaban simplemente Edu. En
esos tiempos prehistóricos de internet y sin redes sociales, era difícil saber quién era
realmente. Pero bastaba verlo un par de minutos para notar que no era un concursante
más.

Hablaba de pintura, de cine, de literatura, de música. En medio de ese formato plagado de
banalidad, su presencia era una rareza luminosa. Edu era un bicho raro, de esos que no
se olvidan porque cargan con una locura brillante. En uno de los capítulos, soltó el
nombre de Groucho Marx y comenzó a desmenuzar su obra: películas, libros, vicios,
amores y, por supuesto, su humor ácido e irreverente. En ese instante, supe que tenía
una deuda pendiente con ese personaje.

Busqué sus películas y me sumergí en la demencia creativa de Una noche en la ópera,
Un día en las carreras, Una noche en Casablanca, El hotel de los líos… Y también devoré
sus libros Groucho y yo y Memorias de un amante sarnoso, donde el cinismo se mezcla
con la ternura y la inteligencia desarma cualquier solemnidad.

Años después, entendí que El Bar, producido por Cuatro Cabezas de Mario Pergolini y
conducido por Andy Kusnetzoff, también había sido una forma de subversión: colar en la
televisión comercial a un personaje como Nocera, escritor y profesor universitario, fue una
manera astuta de filtrar cultura por los poros del espectáculo.

Por eso debo confesar, que mi formación no solo vino de libros o charlas con mis padres.
La pantalla chica, a veces, supo ser una maestra inesperada. Hoy, Groucho sigue siendo
un referente de irreverencia, de lucidez y de resistencia al aburrimiento.

Y hoy, cuando muchos creen que el humor se hace “Hablando huevadas”, reafirmo mi
militancia: Soy marxista, pero de Groucho.

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¿Quién responde por la impunidad en Cultura?

El ministro Fabricio Valencia y otros exministros de Cultura se encuentran bajo la lupa, pero sin consecuencias.

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Desde su creación, el Ministerio de Cultura ha sido sinónimo de improvisación, baja ejecución presupuestal y escándalos de corrupción. Pese a sus limitados recursos, su historial está marcado por denuncias graves y funcionarios de alto nivel bajo investigación. La actual demora en los procesos fiscales contra varios de sus exministros plantea serias dudas sobre la eficacia de la justicia y el rol del Ministerio Público.

La exministra de Cultura, Leslie Urteaga Peña, quien en 2018 lideró la Dirección General de Defensa del Patrimonio Cultural, enfrenta una investigación preparatoria por presunta negociación incompatible, colusión y discriminación. Según la Fiscalía, integró una red que defraudó al Estado mediante la sobrevaloración de servicios y la utilización de un anciano de escasos recursos como supuesto proveedor. Una ferretería vinculada a esta red habría recibido 200 mil soles.

A esta situación se suma la investigación contra la exministra Patricia Balbuena, acusada de peculado doloso en el caso ‘Richard Swing’. Este escándalo, que involucró a cinco exministros de Cultura entre 2018 y 2020, muestra una presunta red que favoreció a Richard Cisneros con más de 175 mil soles en contratos irregulares. Rogers Valencia, Ulla Holmquist, Luis Jaime Castillo, Sonia Guillén y la propia Balbuena fueron señalados como presuntos responsables de estas contrataciones, que, según colaboradores eficaces, se habrían dado por órdenes de Palacio de Gobierno.

El patrón se repite: investigaciones abiertas, nombres en titulares y promesas de justicia que se diluyen con el tiempo. Hoy, el actual ministro de Cultura, Fabricio Valencia es investigado por la Fiscalía de Ica, con el respaldo de la Fiscalía Superior Penal de Lima, y ha iniciado una pesquisa preliminar de 60 días, con posibilidad de extensión, por un presunto atentado contra las Líneas de Nasca, mientras los procesos contra sus antecesores siguen sin resolución clara.

La pregunta es inevitable: ¿el Ministerio Público busca justicia real o simplemente administra el olvido? La acumulación de casos sin sanción crea una percepción de impunidad institucionalizada. Si el tiempo sigue beneficiando a los investigados, la lucha contra la corrupción se convertirá en una consigna vacía, y el Ministerio de Cultura continuará siendo un símbolo del fracaso del Estado en sancionar a quienes traicionan el servicio público.

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Regreso a Galarza

Lee la columna de Julio Barco

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Sergio Galarza es un escritor que leí mucho de adolescente. En tiempos donde la brújula de mis gustos era mi salvaje corazón. Conecté con su libro Matacabros, con aquellas escenas de la vida en Lima, con adolescentes, alcohol y violencia. Después leí Todas las mujeres son galgos, El infierno es un buen lugar, La soledad de los aviones e incluso su novela Paseador de perros, escrita en su etapa europea.  

¿Qué me atraía de esos libros? ¿Por qué los buscaba desesperadamente por las librerías de Quilca? ¿Acaso el lenguaje desinhibido? Sí, fue un autor que me tocó digamos entre los dieciséis. Lo leímos con la tribu del barrio, mientras prendíamos un fallo y nos contábamos algunas escenas, generalmente ambientadas por The Velvet Underground.

Pasaron los años y ahora estoy frente a uno de sus nuevos trabajos, Cuentos para búfalos (2015), que ya muestra a un narrador adulto, sí, aunque igual nos devuelve algunas escenas de sus primeros trabajos. El título tiene un motivo especial: es una referencia a una reflexión de Roberto Bolaño, donde comparaba el acto de ganar concursos con el de cazar animales salvajes. Esos búfalos son los diez textos que comprenden el volumen. Y nacieron por la urgencia de tener dinero para solventar el nacimiento no de uno sino de dos hijos.

En La chica sin un brazo Galarza regresa a su primer tópico (los homofóbicos), así como Skate or Die y Todas las mañanas de mi padre guardan similitud con su mirada juvenil. Sin embargo, Al borde del borde, premiado generosamente con doce mil euros, es el cuento más destacado. El narrador es un pituco y estudiante de Derecho, fanático de la música alternativa. También es amigo de Harry, el personaje central, que tiene un puesto de discos de música, el Harry Underground. Así, la historia es un fresco de la juventud, el rock y el desenfreno. 

Si bien todos los cuentos son consecuencia de concursos, guardan una misma sintonía, un nervio realista. A su vieja facilidad para crear escenas memorables se suma la reflexión política y una mirada distante que le da más hondura de sus textos.  Volvamos a Galarza.

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Cuadrilátero, de Daniel Rodríguez (2024)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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Qué tan inusual es Cuadrilátero (dentro del cuadrilátero no demasiado inspirado del cine peruano). En principio, y con ciertas prevenciones, sí; es inusual, hay un intento de hacer algo distinto, que se agradece; pero, desde otro punto de vista, en realidad, no, es solo y otra vez más-de-lo-mismo. Pese a los esfuerzos. ¿Mi conclusión o síntesis de estos dos puntos contrarios? Creo que hay que perseverar por el camino que está abriendo o tratado de abrir. Creo que hay una búsqueda pero que aún no logra escapar de lo peor del realismo, razón de las desgracias del cine peruano. ¿Y a qué me refiero con realismo?  

A un estilo de actuación y una cosmovisión reductora y simplificadora. Sabemos que el realismo no es la ‘realidad’, y el realismo a la peruana es grandioso, reduce el realismo, la realidad ya reducida previamente. Qué hazaña, compatriotas. Gloria al cliché.

Cuadrilátero, aunque no parezca, nos muestra las piezas de su juego. Su hermetismo es más enigmático que misterioso, tiene más de adivinanza o encriptamiento, que de búsqueda de lo ‘misterioso en sí’. No digamos del misterio de la vida, digamos del misterio del comportamiento humano.

Cuadrilátero coquetea con el fantástico. Y el fantástico no se deja seducir. Aprovecha -a medias- la oportunidad hacia una masiva salida sádica (era una posibilidad ‘extrema’; para entendernos: acuérdense del desenlace ‘tímido’ de Días de Santiago, de Josué Méndez). Tibio-tibio.

Es un juego que aparentemente no tiene explicación. O es muy sencillo. Comportamiento ‘animal’. Animalizado o des-humanizado. O solo son humanos, capaces no solo de lo mejor sino de lo peor; o de lo irracional (la carta marcada sería la palabra trauma) tras una pátina enferma de ‘orden’.

Orden, simetría, reglas y más reglas. Inflexibles y no de lo más sutiles. Que una película te torture puede ser bueno y malo. Pero tortúrame para decirme algo que no sepa o que haya olvidado. ¿Gusto, glorificación de la violencia? (aparece por ahí alguna melodía como para recordar lo lejos que está La naranja mecánica).

Las explosiones de violencia -no sé qué tan contradictoramente- resultan un alivio. Lo abstracto, por su parte, funciona o contribuye para crear enrarecimiento, opresión. O será -insisto- la mentalidad reduccionista pequeñoburguesa de mis compatriotas al hacer cine lo que me produce, por lo menos en parte, la opresión.

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¿La sociedad de minería y su títere de palacio buscan criminalizar la protesta minera?

Buscarían crear las condiciones para generar caos y violencia con elementos infiltrados y así justificar la captura de sus principales dirigentes y asesores para descabezar a la CONFEMIN.

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Por Jorge Paredes Terry

En los últimos años, los gobiernos de turno han perfeccionado un método represivo para neutralizar las demandas sociales: la criminalización de la protesta. Bajo el pretexto de mantener el «orden público», se estigmatiza a los movimientos sociales, se infiltran agentes provocadores, y se judicializa a los dirigentes legítimos.

Hoy, este riesgo acecha a la Confederación Nacional de la Pequeña Minería y Minería Artesanal (CONFEMIN) quienes se encuentran en una movilización pacífica frente al Congreso de la República.  

El pretexto: un informe policial sospechoso.

Según el Memo 012-2025 de la Dirección de Seguridad del Estado, se alerta sobre una supuesta «toma violenta» del Congreso por parte de los mineros artesanales, argumentando que habría «infiltrados» para generar caos. Este lenguaje es clásico en los manuales de criminalización: se sataniza la protesta antes de que ocurra, justificando una represión desmedida.  

Lo grave es que, tras este operativo, podrían estar las grandes compañías mineras y consultoras de seguridad internacional, interesadas en debilitar a los pequeños mineros para imponer sus proyectos extractivos sin resistencia.  

El objetivo: descabezar el movimiento.

El verdadero peligro no es solo la represión en las calles, sino la detención selectiva de dirigentes y asesores, acusándolos de sedición, disturbios o terrorismo. Así se busca quebrar la organización, sembrar miedo y desarticular la lucha.  

Llamado a la prudencia y la resistencia legal.  

Frente a esto, los mineros deben:  

1. Mantener la protesta pacífica, sin caer en provocaciones.  

2. Documentar todo acto represivo (grabaciones, testimonios).  

3. Exigir veeduría internacional para evitar abusos.  

4. Preparar defensa legal anticipada, ante posibles detenciones arbitrarias.  

El pueblo no olvida. Si el gobierno insiste en reprimir en lugar de dialogar, quedará claro quiénes defienden al pueblo y quiénes protegen los intereses de las grandes mineras.

Que la lucha no se apague con la cárcel, sino que crezca con la verdad!

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Caso Cócteles: entre el show de Domingo Pérez y el blindaje a Keiko Fujimori

El caso “Cócteles” dejó de ser un simple proceso judicial y se ha convertido en el reflejo de una guerra política que agota al país. ¿Hasta cuándo la opinión pública tolerará esta disputa interminable entre caviares y conservadores, donde la justicia sirve de arma política?

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El caso “Cócteles” lleva años arrastrándose en el sistema judicial peruano, y lejos de aclarar responsabilidades o establecer verdades jurídicas, se ha convertido en otro episodio de la agotadora pugna política entre los bandos que dominan el debate nacional: los autodenominados «caviares» y la derecha conservadora.

Esta semana, el fiscal José Domingo Pérez volvió a aparecer ante los medios con nuevas acciones persecutorias contra Keiko Fujimori, en el marco de la investigación por presunto lavado de activos a través de falsos aportes a su campaña presidencial del 2011. Según la fiscalía, los llamados “cócteles” sirvieron como fachada para ingresar fondos irregulares, incluyendo donaciones de la empresa Odebrecht.

Aunque la gravedad de las acusaciones no debe minimizarse, el estilo del fiscal Pérez sí genera cuestionamientos. Su permanente exposición mediática, sus frases calculadas para el impacto, y la forma teatral con la que presenta sus argumentos, alimentan la idea de que no busca solo justicia, sino protagonismo. El Ministerio Público no puede comportarse como una figura televisiva. Si la intención es desarticular redes de corrupción, la sobriedad institucional debería ser la regla, no la excepción.

En abril pasado se cayó el juicio oral contra Keiko Fujimori por el caso ‘Cócteles’, tras anulación del PJ.

Sin embargo, la crítica no puede quedarse en el plano del Ministerio Público. Cada vez que Keiko Fujimori enfrenta un revés legal, sus aliados de la derecha conservadora reaccionan con indignación automática. Invocan una supuesta persecución política, acusan al sistema de querer bloquear su participación electoral, y construyen un discurso victimista que choca con su habitual defensa del “orden” y la “legalidad”.

Hay algo profundamente incoherente en esa defensa cerrada, casi corporativa, de una figura con tantos cuestionamientos judiciales. El “espíritu de cuerpo” con el que blindan a Keiko no es un gesto de principios democráticos, sino una estrategia para mantener una figura útil al statu quo conservador.

Así, el caso “Cócteles” ya no es solo un expediente fiscal, sino el reflejo de una guerra política que cansa y divide al país. ¿Hasta cuándo la opinión pública debe tolerar esta disputa interminable entre caviares y conservadores, donde la justicia se usa como arma y escudo según convenga?

Lo que el Perú necesita es un sistema judicial que no sea espectáculo ni herramienta política. Y una clase política que entienda que la corrupción —venga de donde venga— no se combate con discursos hipócritas ni con defensas interesadas, sino con coherencia y respeto por la ley.

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El sueldo de la vergüenza

La presidenta Dina Boluarte gobierna sin resultados, pero cobra como reina. En plena crisis nacional, se premia con un sueldo de S/35 mil mensuales, demostrando un profundo cinismo y total desconexión con un pueblo que sobrevive con migajas.

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En medio de un país herido por la inseguridad, sumido en la informalidad laboral, con servicios públicos colapsados y una clase trabajadora que sobrevive con el salario mínimo, la presidenta Dina Boluarte Zegarra ha decidido que su prioridad no es el pueblo que dice representar, sino su propio bolsillo. Su reciente aumento de sueldo a más de S/35,000 mensuales, convalidado por el ministro de Economía Raúl Pérez Reyes y refrendado en Consejo de Ministros, revela no solo una desconexión absoluta con la realidad, sino una clara señal de desprecio hacia la ciudadanía que día a día se esfuerza por sobrevivir.

La voracidad de Dina Boluarte: entre viajes inútiles y salarios insultantes.

Este gesto, que supera el 125 % de incremento respecto al salario presidencial vigente, no solo es inoportuno, sino profundamente inmoral. Mientras los ciudadanos son víctimas de extorsiones, asesinatos y desempleo, la presidenta ha optado por priorizar la valorización de su cargo como si se tratara de una ejecutiva en una multinacional, y no de una funcionaria pública al servicio de una nación en crisis. ¿Cuáles son los méritos para semejante retribución? ¿Qué logros justifica semejante gasto en medio de recortes y deudas externas?

Desde el 2006, cuando Alan García corrigió el abuso cometido por el corrupto Alejandro Toledo al imponerse un sueldo presidencial de S/42,000 mensuales, todos los sucesores –incluido Pedro Castillo– mantuvieron el salario en S/15,600. Fue un gesto político que por lo menos marcó un mínimo de respeto institucional. Pero Dina Boluarte, cuya gestión se caracteriza por su precariedad técnica, falta de transparencia, represión social y opacidad administrativa, ha elegido romper con absoluta indolencia ese pacto tácito con el sentido común. Con apenas legitimidad política, sin partido, sin bancada sólida y con un país sumido en múltiples crisis, la mandataria parece decidida a asegurarse su propia prosperidad mientras el país se desangra.

Lo más grave es que este aumento no fue transparente. Un documento fechado el 10 de febrero de 2025 (Oficio N.º 001180-2025-DP/SSG) enviado desde su propio despacho a la Presidencia del Consejo de Ministros da cuenta del inicio del proceso que terminaría en el Decreto Supremo que oficializa su nuevo sueldo. Primero negaron su existencia y luego intentaron ocultarlo bajo la figura de “documento confidencial”. El cinismo de este mandato presidencial no conoce límites.

El ministro de Economía, Raúl Pérez Reyes, con un discurso timorato, justificó el aumento comparando el salario de Boluarte con el de otros mandatarios latinoamericanos. Lo que no dijo es que esos países, en su mayoría, tienen economías más estables, mejores índices de seguridad ciudadana y servicios públicos más eficientes. El argumento del “salario competitivo” no aplica para una presidenta cuyo gobierno reprime y no da explicaciones de sus investigaciones a la opinión pública, cuyo liderazgo es inexistente, y cuya gestión ha endeudado al país por más de S/13 mil millones para adquirir 24 aviones de guerra que ningún conflicto bélico actual justifica.

En vez de invertir en hospitales, cárceles o vías de transporte, el gobierno destinó más de S/13 mil millones a aviones de guerra.

Este aumento, además, podría marcar un nefasto precedente. Si la presidenta chalhuanquina puede duplicar su sueldo sin mayor oposición, ¿qué impide que ministros, directores, gerentes públicos y demás funcionarios empiecen a reclamar lo mismo? No se trata de populismo ni de demonizar el gasto público, sino de responsabilidad política y ética. En un país donde el sueldo mínimo apenas alcanza los S/1,025, donde la canasta básica se vuelve inalcanzable, y donde la desigualdad se acentúa día tras día, este tipo de decisiones son provocaciones directas al pueblo.

¿Y después qué? ¿Una pensión vitalicia de S/35,000? Aunque la Ley n.º 26519 establece S/15,600 mensuales para los expresidentes, la práctica política peruana ha demostrado que lo legal importa poco cuando el poder se ejerce sin escrúpulos. Si expresidentes de transición como Merino y el ‘morado’ Sagasti intentaron cobrarla, ¿qué impedirá a Boluarte hacerlo, ahora con un sueldo duplicado?

Joyas, cirugías, y viajes ¿en qué momento gobierna Dina Boluarte?

Dina Boluarte Zegarra pasará a la historia no como una lideresa, sino como un símbolo de la desconexión del poder. Una mandataria más interesada en los beneficios personales que en el bienestar colectivo. Gobernando entre vuelos diplomáticos y decretos ocultos, mientras el Perú se incendia, y la clase trabajadora –la verdadera columna vertebral de esta nación– es ignorada, despreciada y ahora, burlada.

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