Desde la aparición del ser humano en la prehistoria, toda su energía ha estado dedicada a sobrevivir y a buscar los medios para dominar el mundo, controlar las fuerzas de la naturaleza y trascender más allá de esta vida, incluso más allá de la muerte, tal como lo demuestra el delicado arte funerario presente en las culturas ancestrales, por ejemplo en el Perú o en Egipto.
El “homo sapiens” es por naturaleza un inventor y un descubridor. Desde la fabricación de puntas de proyectil hechas en piedra –que hoy se exhiben como piezas de arte lítico en los museos–, el ser humano no solo se contentó con ser un cazador y recolector, sino que siempre aspiró a más.
En el camino descubrió el fuego, la agricultura, y obviamente esa maravillosa herramienta sin la cual la organización social sería impensable: el lenguaje oral, que permitió comunicar su ser interior, relacionarse con los demás y transmitir el conocimiento. La escritura, desde una rudimentaria pictografía, se consolidó con los años en una herramienta poderosa para el arte y la ciencia, así como para perpetuar la historia de todos los pueblos.
Pero también el ser humano oscila entre el bien y el mal. Víctima de sus pasiones y sus conflictos, desde los albores de la historia descubrió métodos para hacer daño a sus semejantes: la pólvora, las armas de guerra, la bomba atómica, las armas químicas…, sofisticando cada día su poder letal.
Para Marshall McLuhan la invención de los medios de comunicación ha sido una manera de ampliar la función de los sentidos corporales como la vista, el tacto, el oído: la electricidad, la imprenta, la fotografía, la cinematografía, la radiofonía, la televisión, la computadora, la Internet, el wifi.
En mi artículo “La aldea global y el reto de las identidades regionales” (https://tinyurl.com/3kp2frn5) señalo sobre las nuevas Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC): “Marshall McLuhan planteó que todos los cambios sociales son el efecto que las nuevas tecnologías de la información y comunicación ejercen sobre el orden de nuestras vidas sensoriales. Su concepto de aldea global ha dado origen al de globalización, que define la autonomía de la persona en la sociedad de la información”.
Hoy que vivimos inmersos en la llamada “sociedad de la información”, es muy necesario reflexionar sobre el uso que estamos dando a estas herramientas tecnológicas, creadas para mejorar la comunicación, pero que también se usan para desinformar, manipular, confundir y alienar a los individuos. Ya se sabe que más de la mitad de lo que circula por Internet y las redes sociales es “basura informática”.
EDUCACIÓN EMOCIONAL/SENTIMENTAL
La importancia de la adaptación humana en tiempos de crisis es una exigencia. Por ello, es urgente que el Estado y la sociedad en general desarrollen la “educación emocional”, como requisito fundamental para el equilibrio personal y social.
Como antropólogo social, me preocupa analizar la necesidad y relevancia de la educación emocional de las personas, desde la infancia, niñez y adolescencia, con la finalidad de forjar su carácter y personalidad, así como cimentar valores éticos y humanos, reforzando la resiliencia o capacidad para enfrentar las situaciones adversas.
La lucha por la sobrevivencia y la realización personal son actividades inherentes a todo ser humano, para lo cual el individuo, desde que nace, tiene que forjar su personalidad, carácter, destrezas y habilidades para enfrentar la vida social y laboral.
La salud no es sólo la ausencia de enfermedad, sino que es un estado de bienestar integral que incluye también la estabilidad psicológica, emocional y social.
La sociedad, desde tiempos prehistóricos, impone exigencias a los individuos en su lucha diaria por existir. Si la pelea por la sobrevivencia en medio hostil, frente a las fuerzas de la naturaleza, fue el resorte que impulsó la existencia humana, en la actualidad los seres humanos siguen batallando con la necesidad de sobrevivir en un medio cada vez más competitivo.
Sin embargo la actualidad, la vida moderna, está marcada por el auge de las nuevas tecnologías, la internet, la velocidad de las comunicaciones y el fenómeno de la globalización, el impacto de las redes sociales en la vida cotidiana y ahora con la pandemia de coronavirus que ha ocasionado más de seis millones de muertes en el mundo, generando además un estado permanente de estrés, ansiedad y depresión, así como la adaptación a la “nueva normalidad” y a las normas de distanciamiento y uso de mascarillas. El impacto negativo en la economía se aprecia en el desempleo, baja rentabilidad, crisis social, aumento de la delincuencia.
Para poder ser sostenible y prevenir problemas personales y sociales, es necesario que el Estado peruano y la sociedad en su conjunto se preocupen en desarrollar estrategias para la formación de la “Inteligencia emocional” de las personas, para que los individuos desarrollen “resiliencia”, es decir adaptación a situaciones adversas o frustrantes. Sólo de esa manera se podrá contar con ciudadanos psicológicamente estables y que aporten de manera positiva al desarrollo personal, familiar y social.
En la vida cotidiana se observan con frecuencia casos de personas que han tenido excelentes calificaciones en el colegio, que se evidencia en notas aprobatorias en las materias tradicionales, diplomas de excelencia, pero que luego han tenido dificultades en su vida personal y familiar. También hay muchos casos de jóvenes que egresan de las universidades con muy buenas notas, pero que en su vida personal han fracasado.
¿Qué sucedió? ¿Acaso las buenas notas son sinónimo de éxito en la vida? Y no nos referimos al éxito económico, porque también se observa que hay casos de profesionales que han tenido serias dificultades para manejar situaciones adversas, precisamente porque no tuvieron una educación emocional. Esto quiere decir que la “instrucción”, la educación escolar, técnico y universitaria requieren también un enfoque integral sobre el ser humano.