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Borges, Vargas Llosa, Bolaño, Reynoso no se me van de la mente. Justo por estos días, a nivel Perú, hubo una polémica sobre Reynoso y la venta de sus libros para ser editados en Alfaguara. Por estos mismos días, Vargas Llosa recordó que Borges se enojó con él porque le cuestionó la precariedad con la que vivía; o eso sentí; y Bolaño, pues, pienso en lo que solía decir sobre los escritores de su tiempo; que eran de la clase media más baja, y que en general, aspiraban a ser parte de la vida burguesa del momento. Al final, estos tres escritores difunden su obra por todo el orbe; y esas posturas quedan solo como modo de entender la ubicación ideológica de cada autor en su tiempo; lo que me hace ver y leer las posturas en las que se ubicaron. Supongo que, en parte, ese discurso antisistema es lo atrayente de Bolaño, ahora que es industrializado en Alfaguara. Igual de curioso es lo que pasó con M. Gutiérrez y una de sus últimas novelas, editadas en el mismo sello.
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De fondo, el texto anterior era una radiografía de un tiempo: el instante donde las novelas de temas contra el sistema se volvían parte del mismo. Yo lo miré desde lejos, pero sentí cólera. Habíamos perdido ese idealismo que todavía flotaba en los años finales de la segunda mitad del siglo XX. Y hoy que retomo estos apuntes para pensar en algunas ideas sobre Oswaldo Reynoso aspiró la dulce nostalgia de un pasado que se va: ahora todo es vender y a ello se reduce lo que entendemos por éxito literario. Si tu libro vende, no lo dudes, es bueno; si nadie lo compra, escúchalo bien: es malo. Sin embargo, Reynoso vendía. Y vendía harto, incluso antes de ser devorado por las transnacionales. Lo vemos ahí en los colegios, sentado en carpetas toscas de madera marrón oscura, ofreciéndoles una charla sobre educación, arte, política y ortografía a un puñado de adolescentes aburridos y angustiados de tener que pasarse la hora del salón frente a un viejo canoso. Pero la imagen no es exacta: Reynoso tocaba fibras. Y, siendo un intelectual, gustaba. Las fibras de esos jóvenes inocentes se estremecían: que no sabían que la literatura trababa de ellos. Jóvenes como ellos, aunque de otros barrios, con el desorden de existir propio de la edad, reinan en esa novelita escrita por los cincuentas con epígrafe de Jean Genet. La importancia de Reynoso es descubrir la ciudad. Él pertenece a esa camada de arequipeños que aprovecharon a Lima como tema de trabajo. Mario Vargas Llosa, por ejemplo. En realidad, el tema de lo arequipeño no es baladí: hay una tradición muy enriquecida de autores del sur, de donde viene Reynoso. De Arequipa también son Hidalgo, Montesinos, A. Guzmán. Volviendo al literato: asimila la calle, la jerga, lo popular, pero con ojos de niño, de poeta, con ojos limpios. Como dijo el puneño Oquendo de Amat: con el lenguaje del primer hablar. Sigue, tal vez, la onda de Baudelaire: la genialidad es la infancia recuperada a tesón. O, de repente, lo que sugiere Bataille: solo en la infancia es posible la libertad. Habla de peluquerías y uno siente el sabor dulzón del lenguaje de las tijeras cortando una cabeza y ¡zas! ya estás andando por el centro de Lima, Plaza San Martín, y observas todo el lenguaje de la realidad más inmediata:
Diligente como dueña de casa desplegó un paño blanco, blanco. Limpió acomedido máquinas y tijeras. Abrió un frasco de perfume y aspiró, goloso, y, con disimulo coquetón, se miró en el espejo. Don Lucho, entre tanto, prendió un inca. (Fragmento de Los inocentes (1992) Editoria: Aladino)
La Lima reynosiana tiene sinestesia: sabor, olor, textura: verde caramelo de menta, semáforos. La obra de Reynoso es fenomenológica: se acerca a la realidad, busca la belleza de lo concreto. No importa que su Lima no sea la Lima que observamos, porque lo enriquecedor de la literatura no es copiar la realidad, sino, interpretarla. Su arte prosístico no linda con lo denotado, busca connotar, interpreta: dice metafórico, dice en sublime. Hay algo de furioso gozo en su Ubre. La ciudad se dice en los colores, los sabores, en la virtud de los climas internos: en el monólogo. Es, como quería Barthes, una literatura del placer. Y un joven, al abrir este trabajo, como si pelará una fruta, siente la furiosa sinceridad de este libro y termina cobrando empatía por Cara de Ángel, el Príncipe, Manos Voladoras, entre otros. Degusta un libro vivo, un helado de sentires urbanos.
Reynoso termina de dar su charla y se sienta en una mesa. Pone una pila de sus libros y dice:
-Bueno jóvenes, a precio popular. Solo a 10 soles.
Los muchachos, altos y entusiastas, hacen cola a borbotones. Y mientras el escritor pregunta, con antelación, los nombres, para sellar su firma, nosotros comprendemos de dónde viene la urgencia del trabajo diario. Nos da así un ejemplo en vida del ser escritor y comunicarse con la realidad. En algún diario, declarará que no hace literatura para los burgueses que pueden pagarse un libro de 50 soles. No, lo hace para los estratos populares. Así fue cercano al frágil imperio de los Populibros de Manuel Scorza, donde se publicó en un tiraje alto este libro con otro nombre: Lima en rock. Y puntualizo lo de tiraje largo porque en el Perú, señores, no se publica más de 500 libros, porque aquí la gente no lee y no se trata de desperdiciar el dinero, aunque para el poeta librero -o librero poeta- Ángel Yzquierdo Duclós esto sea vital: porque él desea sacar 50000 ejemplares de su Albatros o nunca sacarlo. Volviendo al tema. Sin embargo, hay que aclarar, que es este Reynoso, profesor en diferentes universidades del Perú e incluso de Venezuela, no es el único que recordamos. Su obra juvenil -que influenció a Sergio Galarza, Óscar Malca, Richard Parra, entre otros tantos autores-, y que dibujó a un Reynoso juvenil y escolar (o, mejor dicho, comprometido con la escolaridad, es decir, con la infancia) no es el único Reynoso. Está también el gran conversador de la bohemia de Lima, en las mesas del Queirolo, junto a poetas de la generación del 70, del 80, y en el mítico Don Lucho, que tuvo por años una foto del maestro de un homenaje hecho por Miguel Ildefonso, a pocos años de su muerte. Hombre de ideas donde se mezclaba su conocimiento de la Historia Peruana, la Literatura Francesa, la Guerra entre Sendero y el Estado… Ese rey de los diálogos, la buena charla, las citas exquisitas y los comentarios profundos de política y toda clase de temas. Este autor no era pues un vargasllosiano alejado de los bares, corriendo, religioso, por las mañanas y escribiendo bajo un horario. Le gustaba el ambiente: había una poesía en sentarse, beber una cerveza y desperdiciar algunas horas frente a una hermosa conversación. Sentir el gozo visual: la espuma dorada brotando de las mesas. En el Bar Ciro, por ejemplo, y donde estuvo hasta el final su cuadro. Hubo un tiempo donde se lo robaron, así que pusieron un segunda que ya nadie pudo robar porque llegó la pandemia y el bar fue clausurado. ¿Me preguntó dónde estará ese cuadro de marco negro y con vidrio que, en noches de bohemia, nos recordaba al escritor? Haciendo memoria, Reynoso también se me presenta en el parque de Huancayo, allá por el año 2013 en una Feria del Libro, donde fuimos junto a Omar Livano -poeta tajador- y su novia de entonces; y Nelcy, una amiga que estudiaba inglés y de reynosiana sensibilidad. Me acuerdo que en ese mismo evento conocí al poeta horazeriano Sergio Castillo, el del parche negro y de versos como:
Y eres un otorongo escapado de la noche
La sublime violencia de los justos
El signo dulce de aquellos extremistas
Eres tan denso que haces brillar la noche en tus ojos
Encendidos
(De “Los broches mayores del sonido (209) Mora, Tulio. Editorial: Cultura Peruana)
Reynoso tenía facilidad de palabras y se movía entre ferias del libro y colegios, o en eventuales mesas de bohemia. ¿Será que el aliento lírico de su obra En octubre no hay milagros nace de aquella ráfaga de experiencias? Si Los inocentes es el gozo, este libro es la herida, el dolor. Prosa a cinceladas, a mordiscones dulces, como de fruta cortada en proporciones jugosas y geométricas. El fondo, el mismo, pero más pútrido: la realidad social, la corrupción, la hipocresía. ¿Qué milagros pedirle a la efigie del Señor de los Milagros si la sociedad limeña se ahoga en su propio caos? Hay una dualidad en los limeños: por un lado, le rezan y hacen pedidos a una efigie; por otro, tratan mal a sus semejantes. Un provinciano (como Reynoso o Vargas Llosa, los de Arequipa) pueden sumergirse en esa naturaleza axiológica. Sin embargo, la respuesta del autor no es solo ética, es estética: el valor de una novela sin moral ni principios es sostenerse por una poesía bruñida, por un lenguaje sonoro y ardiente de calles, de soledad, de morado: exceso de morado, que torna lila a veces el cielo, o color chicha morada… De fondo, claro, un golpe a la sociedad limeña, a sus hipocresía y sinsabores. Líneas arriba, el poeta horazeriano Castillo hablaba de otorongos, para referirse quizás a la propia intensidad: Reynoso eligió otro animal: un insecto: el Escarabajo. ¿Homenaje kafkiano? Este es su libro Metaliterario. Habla del propio esfuerzo del artista por convertir, como aquel insecto, su desperdicio diario en una sólida hoja de palabras. Literatura hablando de literatura. La metáfora es clara como la dorada cerveza: escribir es utilizar todos tus recursos internos, incluso los más miserables e ínfimos. El inicio, la oralidad del primer diálogo es importante: Reynoso capta el decir de la calle, escucha el ritmo del hablar diario, embalsamado de refranes, de ritmos, de palabras con más tono y peso, palabras que guardan una distancia con lo dicho y ofrecen contrastes; y, luego, escribe. En eso se diferencia de Ribeyro, pero se acerca a Cronwell Jara, otro autor de una furiosa poética escatológica. Sin embargo, Ribeyro, Jara, Reynoso son poetas a su manera de la Urbe, de la realidad más inmediata. También entre los que le cantaron a Lima podemos ubicar al memorable Ladislao Plasencki, y a autores de su propia generación como Enrique Congrains.
Durante todos estos años mis ejemplares de la obra de Reynoso han ido desapareciendo. Lo que resulta bastante positivo para saber qué la obra de este autor se mueve, se cambia, se vende, se pierde y encuentra: ese movimiento dice mucho de la vida de este libro. El último ejemplar que conseguí de Los inocentes fue editado en 1992; en principio este cuentario se publicó en 1961 y el último libro de Reynoso salió en el 2012. En busca de la sonrisa encontrada podemos afirmar este goce textual:
Leer estos textos es abrir una ventana para contemplar la aventura de la vida desde el goce fáustico de la palabra y de los sentidos. (Del libro En busca de la sonrisa encontrada (2012) Editorial: Cascahuesos Editores)
Aquí vemos un pasaporte al gozo textual: riqueza de imágenes, prosa mística y sinestésica. Sin embargo, también en este trabajo podemos encontrar algo de filosofía fenomenológica:
y entonces descubrí que su sonrisa y el resplandor de su mirada venían también de una milenaria cultura refinada que no solo había dejado huellas en su cerámica, en sus tejidos o en sus monumentos de piedra o de barro, sino también en la belleza de los rostros de los muchachos pobres, indios, mestizos, selváticos o afroperuanos, de mi patria, sin futuro. (Del libro En busca de la sonrisa encontrada, ibidem)
Sobre la publicación de Los inocentes, Arguedas dijo que:
Quisiéramos afirmar que con “Los inocentes”, de Oswaldo Reynoso, se inicia el hallazgo de las formas de revelarlo. Reynoso ha creado un estilo nuevo: la jerga popular y la alta poesía reforzándose, iluminándome. Nos recuerda un poco a Rulfo, en esto. (Del libro Los Inocentes, ibidem)
Cierto: la prosa del mexicano Rulfo mantiene un estilo bastante cuidado, donde la prosa logra atmósferas solo concebidas por la poesía. No es pues tiempo de clasificar un género en otro: Reynoso hace poesía haciendo prosa, como Vila-Matas hace ensayo haciendo novelas, o Balzac (o Palma) hacen historia haciendo novelas. Reynoso escribió sus obras con pulso poético, lo que impide que su fulgor pereza y su música nos siga encantando. Entre los vídeos y documentos que hay en internet, sorprende encontrar uno (https://www.youtube.com/watch?v=8LA7IzH1j2Y) donde el escritor regresa a Arequipa, junto al narrador Orlando Mazeyra; en este vídeo se observa al autor tocando puertas y descubriendo una donde estaba una sobrina de su profesora, la señorita Alicia, y que nos permite entrar más a fondo en la vida adolescente del autor. Y ver más a fondo de donde parte la obra de Reynoso, como joven mataperros silbando sus versos cerca al Río Chili… con seguridad riendo, porque aquí en el Perú el gozo es rebeldía, la sonrisa imposible y la inocencia un crimen. Sin embargo, y aquí la prédica de Reynoso, era necesario cambiar esos parámetros luchando por una mejor educación, alimentándonos de libros y de rebeldía.
(Publicado en la revista Poetas de Asfalto número 171-172)