TEXTO Y FOTOS MARIO NAVARRO
Pernoctó durante tres décadas en las calles; toda una vida itinerante con pies descalzos. Con una frazada deshilachada sobre los hombros recorría las calles y las plazas bajo un sol inclemente; y sus noches de cartón eran alcanzadas por algunas luces tristes de la ciudad, entre algarrobos longevos que cuidaban sus sueños vagabundos.
Por circunstancias dolorosas que no están corroboradas del todo, su aspecto era semejante a un loco del tipo ermitaño. Decían también que saludaba en inglés y que se despedía en alemán; que su mente era la de un genio de otra época, siempre solitario e irredento, con un porte semejante al de un filósofo griego que da cátedra y que puede abrir las puertas de un mundo paralelo.
Se comenta que había sido un académico; un personaje político de entraña; sus allegados especulan que este curioso personaje tuvo su punto de quiebre cuando viajó a Chile junto a un contingente de socialistas para apoyar al gobierno de Salvador Allende, y al parecer, aquel fatídico 11 de Setiembre de 1973, él se encontraba cerca del Palacio de la Moneda, y se sospecha que fue hecho prisionero y torturado ferozmente; no obstante, fue su pasaporte alemán el que le salvó la vida. Aquel Mito del Hombre Libre se erigió como un monumento de bronce en una plazuela imaginaria.
Octavio Zapata Albán es el nombre de aquella persona que conocimos todos los piuranos en su decadencia, y en su innegable soledad. Todos fuimos testigos cuando disparaba desde su barricada de guerrillero con frases incomprensibles, cuyos laberintos nos obligaba a imaginar a otra constelación lejana en años luz; en suma, un profeta bíblico que vociferaba como un Juan Bautista, entre bocinazos mezclados con los aullidos de la ciudad, y con las sórdidas y eternas risas de la indiferencia.
Son muchas las historias, los relatos, y las anécdotas que me unen a éste Quijote posmoderno: un cuadro al óleo, una camiseta pintada, un evento para recaudar fondos y emprender una ayuda para él que sirvió principalmente para remover el olvido, y restituir la dignidad de un residente de las calles. Asimismo, logré grandes amistades que conocí por él, y para él.
Lo que contaré a continuación, ocurrió en las últimas semanas y afortunadamente hasta hoy ha traído buenos presagios. Octavio por poco y muere en Navidad. Llevaba más de tres días sin poder moverse de su misma trinchera de cemento entre las calles Tacna, y Ramón Castilla; en aquel momento ya se palpaba su condición dramática de soldado caído; tenía el rostro y las piernas hinchadas. Era una escena de lo más terrible y desasosegada; y confieso que me asusté de no reconocerlo. Su solemnidad de ciudadano del mundo estaba desdibujada, apenas le quedaba su voz impecable con la que desintegraba lo último que tenía en la cacerina de un patriota que se quedó sin patria; entonces, salimos del letargo y empezamos a actuar. Al verse rendido, aceptó ser trasladado a un hospital en una camioneta de patrullero de la comisaría de Castilla, y a pocas horas de una noche que se venía con pompa, olor a pavo, y sabor a panetón.
Su ingreso por emergencia fue agónico, desesperado, y triste como un poema de Vallejo. Su primer examen arrojaba 4 de hemoglobina, y al pasar el mediodía solo pedíamos un milagro de Navidad. No había camilla para él, ni para otros pacientes como sucede en nuestro injusto sistema de salud. Mientras recibía la ducha se desmayaba, y su primera trasfusión de sangre tuvo que esperar más de tres horas. Por causas inexplicables y un as de suerte la noche buena llegó; el cielo se encendía por todas partes y Octavio dormía como un niño en un pesebre prestadito dentro de un hospital, con su primera unidad de sangre subministrada. De esa manera fuimos saliendo poco a poco de la emergencia.
18 días después hubo de todo: Los voluntarios aumentaron, Octavio se volvió más mediático que de costumbre; aunque su familia siguió tan ausente y fantasmal como siempre; solamente un primo hermano suyo se apersonó, y mejoraron algunos asuntos en materia legal. Sus amigos contemporáneos desfilaron por el hospital para saludarlo y demostrarle que siempre estuvieron cerca, y que esta vez él ya no debía resistirse a recibir ayuda.
Libros, revistas, poemarios, periódicos, frutas, comida, recetas, una radio, y una guitarra que afinada silbó villancicos hicieron que la magia de la navidad se prolongue dentro de su habitación; y evidentemente, no pudo faltar el respectivo tablero de ajedrez que lo distraía enormemente, y que en aquellos años mozos le hizo ganar algunos premios. Siempre con requerimientos exquisitos para su paladar, Octavio se mostró locuaz, y presto a la música, observando videos de Tom Petty, y leyendo a Agatha Christie.
Lo desagradable de esta experiencia por increíble que parezca vino de parte del personal de enfermería y otros encargados del hospital; algunos médicos se quejaban de la presencia de Octavio por el hecho de ocupar una cama que le había sido arrebatada a otro paciente con más dignidad, y que contaba con más familiares custodios. Su condición de indigente una vez más le pasó factura; lo postergó, lo volvió invisible ante los ojos de profesionales que se precian de tener vocación de servicio. Sin que se le evaluara correctamente, le apresuraron el alta; sin la debida endoscopia de rigor, entre otros exámenes que están dentro del protocolo para aquellos pacientes que presentan un cuadro de cirrosis crónica. En fin, son cosas que suceden solo en este país, en donde el único destino que tiene un paciente psiquiátrico es la calle.
Felizmente, y a pesar de todo, pudimos gestionar una estadía de seis semanas en el Centro de Reposo San Juan de Dios; conjuntamente, la Municipalidad de Piura mediante su alcalde Oscar Miranda se comprometió a reactivar un convenio con aquella institución para poder acoger a nuestro querido amigo; y una vez recuperado, poder buscarle un asilo donde pueda vivir con decoro y sin sobresaltos por el resto de sus días.
La convivencia con Octavio se ha vuelto cada vez más fraternal, muy cálida, grata y amena. Los amigos que lo acompañamos hasta el día de hoy; por cierto ya somos un ejército (su propio ejército invisible “Garra Negra”), estamos pendientes de su recuperación, y seguimos unidos para darle calidad de vida. Pero lo principal de esta grata aventura: ha sido, y continúa siendo el hecho de poder compartir tiempo, conversaciones, respetos, y abrazos solidarios que han logrado que la recuperación sea posible.
La gratitud que Octavio muestra es más que satisfactoria; porque sabe que ya no está solo, y que procuraremos acompañarlo todo el tiempo que sea posible. Por ahora duerme en una cama caliente, recibe su medicina, y los cuidados que merece cualquier persona de su edad.
La calle y él han iniciado una tregua al fin. La calle y todos sus prejuicios se vienen silenciando; los vicios han hecho un alto al fuego, y la soledad, esa antigua compañera de viaje se ha ido de una vez por todas. La proyección de construir un albergue a partir de esta historia ya está en mente, y ha quedado en las manos de una paisana que acaba de visitar a Octavio; ella le acaba de estrechar la mano, y en su nombre promete hacerlo en Piura próximamente.
(Publicado en la revista impresa Lima Gris 11)
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