Mi experiencia (o mi relación) con Willaq pirka fue saludablemente amarga. Tras ‘emociones encontradas’ desoí su llamada a entregarme a lo que me pedía; sentí, de manera muy aguda, una cosa muy simple: que me quería engañar. Con su gran despliegue de supuesta inocencia. Con su bien calculado uso de un encanto que incluye simplificaciones y omisiones para nada encantadoras.
¿Qué quería de mí, como espectador, o como ser humano -o como mero ‘consumidor’- esta película? ¿Se trataba de un dulce y tierno llamado al encuentro (maravilloso) con verdades humanas universales -emitidas desde personajes-encarnaciones del Perú Profundo- para volver o para descubrir por vez primera ‘la pureza del origen’; la percepción de la niñez, tan llena de verdad conmovedora? ¿Viéndola, podría yo, tal vez, entonces, recuperar mi alma de niño, mi inocencia perdida?
Al mismo tiempo que… tan o más importante, podría, al menos en cierto modo, ‘entender mejor mi país’. Fíjense bien que la cultura originaria hace el papel de niño en más de un sentido aquí… Toda una oportunidad para ejercitar alegremente un paternalismo infantilista. ¡Qué placer! Y el tercer elemento ya lo saben: una mirada sentimental y sobre todo autocomplaciente y conformista del cine. ¡Qué esfuerzo para no contar tu propia real y desgarrada historia!
Willaq pirka es una de esas películas ideales, idílicas, irreales; no solo aproblemática sino desproblematizadora (llámalo ‘cine popular’ o ‘cine para las masas’; por favor, nada para perturbar la digestión, ni el flujo del capital) que escenifica pseudo reconciliaciones… sin apenas rozar conflictos -de ahí su miseria, como su éxito- proponiéndonos un relato ‘light’ -al extremo-, hábil relato ‘que no ofende a nadie’ y que emociona a todos (tanto que puedo imaginar sin problemas a empresarios, miembros del gobierno y de la policía botando su lagrimita al verla). Populismo. Gatopardismo. Un juguete provocador -digamos que- de orgasmos caviares, y, como acabo de decir, aún más allá.
Resulta alarmante que tantos compren un punto de vista así, que procura ’con inocencia’ vender respuestas simplonas. En vez de intentar plantear algunos de nuestros acuciantes problemas. Por desgracia, escribo en Perú, en la horrible Lima, los primeros días de febrero de 2023, cuando más de medio centenar de compatriotas ha sido arrancado de la vida -‘preferentemente’ indígenas- por el propio Estado, circunstancia que no parece muy propicia para blanditos cuentos de hadas. ¿Cómo se dice Disney en quechua -ni siquiera Ghibli-? Y cuando, solo para mencionar la tesis de uno de nuestros intelectuales: “Lo que hay es un proceso revolucionario de la misma importancia del que lideró Túpac Amaru II” (Guillermo Lumbreras).
Estamos (¿no lo ven? ¡en dónde están! ¡vuelvan!) ante una de esas obras (¿que por qué nadie o tan pocos critican públicamente?) que da en la yema del gusto de los prejuicios de los espectadores ‘normales’ que, aceptando el juego de hacerse los inocentes, o los tontos, o los niños (con perdón de los niños que no son tontos: tendrán que crecer para eso) compran, sin ver lo que tienen ante sus ojos, y que es tan obvio (salvo ‘patología de la normalidad’, es decir, justo contra lo que debe luchar un cine digno): un ejército de clichés de manual (‘cine para toda la familia’) que cumple con una función eminentemente (vergonzosamente) consoladora (‘cine para sentirte bien’). Qué hábiles estos chicos para darle ‘lo que le gusta a la gente’. ¡Aplausos! Y en el idioma que quieras.
Todo tan aburridamente típico (cosa que muchos olvidan, incluyendo a los ‘conocedores’) de ese Gran Simulador de Inocencia (homogeneizador de conciencias, o de inconciencias, gran desactivador del pensamiento crítico) llamado ‘cine comercial’ (un nombre más claro sería: ‘cine de evasión’).
¿Pero qué nos dice en realidad este clonazepam fílmico?
Hay un supuesto falso en el que no quiero dejar de insistir. El de ‘película inocente’. Como si hubiera película inocente y como si el cine no fuera un aparato ideológico. Como si la estética -‘de una manera consciente, o no’- no estuviera al servicio de la ideología. Es decir: como si no hubiera un cálculo detrás: un cálculo, en este caso enemigo (o poco amigo) de la complejidad. Es que de verdad yo no veo por aquí -ni de broma- su linda película de izquierdas. -Siendo yo mismo de izquierdas-. Y eso que hubiera sido genial encontrarme con que reinventaron el cine iraní… ¡Oh Kiarostami! ¡Oh Panahi! Conviene en este punto citar a André Bazin en su artículo sobre Alemania, año cero, de Rossellini, cuando dice que en este tipo de películas queremos vernos a nosotros mismos como niños pero atribuyéndoles nuestros sentimientos, olvidando que hay un misterio real en ellos, misterio al que muy probablemente perdimos el acceso. O que tememos.
En este sentido no experimenté ese falso creerme o sentirme reconciliado, por haber vivido ‘una experiencia auténtica’ y por haber absorbido -qué notable- sin esfuerzo aparente (¿será por la magia del cine?) ‘la esencia del ande’. Así como la de la niñez, pues todo viene en un mismo paquete. Como si a partir de ahora lo comprendiéramos ‘todo’ y hubiéramos resuelto la complejidad, el misterio y el abismo del otro, gracias a un pase mágico-estético-religioso trascendente. Ya pues, queridos camaradas: no jodan. Más que producirse una transformación lo que se produjo fue una ratificación grosera de los prejuicios idealizantes y paternalistas del espectador.
Pienso en tres personajes de esta película.
1) El personaje ausente de la hermana mayor de la familia del niño-protagonista, que fue a Lima para ser universitaria y que probablemente nunca se comunicará, ni regresará.
2) La mujer digamos loca a causa de un hijo que, probablemente, por ser de izquierdas, e incluso por ser terrorista, fue borrado del mapa por policías o militares.
Y si no te gusta que te cuenten el final mejor deja de leer… Pero si no lo hiciste, ahí te va:
3) En plan ‘meta’ aparece el supuesto director que ha contado la vuelta de la hermana, como el clímax, para explicar a continuación que ese hecho no se produjo pero que hizo la película para que ese hecho se produjera (en la película). Esto es propiamente el dedo en el ojo. Lloren, aplaudan y pasen la voz, etc.
Para 1) y 2): no incluir (aunque sea como enunciados) a esos personajes, hubiera sido bastante problemático para la película, ‘ya que quieres reflejar la realidad’ ¿o no?, hubiera quedado un hueco, pero ‘el corte’, la decisión o la necesidad de no desarrollarlos, de apenas tocarlos, cuando son fundamentales (la explicación del Perú para decirlo muy rápido está en el centralismo limeño que revienta al resto del país, que obliga a estos personajes irse y ‘perderse’ y en el tercer caso, a enloquecer) les hubiera arruinado el negocio de lo idílico. No interrumpan. Estamos vendiendo humo rosado. Una película también se define por lo que no cuenta. Sí pues, tratar de meterse a fondo hubiese requerido de coraje, solidez, seriedad. Así, Willaq pirka no es mucho más que otra muestra de las películas tipo ‘indio permitido’.
Concepto que no puede ser más fructífero. Que es el que nos señala claramente cuál es la situación y cuál es el camino:
Término trabajado por Rosamel Millaman y Charles Hale pero originalmente creado por Silvia Rivera Cusicanqui. Con la política del ‘reconocimiento light’ se crea un sujeto: ‘el indio permitido’; el indio que el Estado quiere ver, usando la palabra indio a propósito, porque trata de enfatizar que es la forma despectiva en que los Estados tratan a los pueblos. ‘El indio permitido’ sería entonces el sujeto que está aprobado y validado por el gobierno, que acepta sin cuestionar las políticas del Estado que los promueve y que no demanda nada más allá. Hale añade que, cuando se promueve ese sujeto permitido, a la vez está prohibido el otro, ‘el indio insurrecto’, que es el que dice que NO, aquel que no está de acuerdo con el sistema neoliberal y que dice ‘no voy a consentir tus políticas multiculturales que no tienen sustancia’.
Mientras tanto, la película de la realidad, esa que se está desplegando de manera esperanzadora y aterradora justo frente a nuestras narices y nuestros ojos; la de un pueblo que lucha por justicia, por igualdad, por sus derechos, por una democracia que no sea ‘un cuento de hadas’ en medio de un escenario de guerra, no es otra que la de ‘el indio insurrecto’…
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* Este artículo no trata especialmente de las supuestas o reales virtudes de la película comentada. Ese trabajo ya ha sido ampliamente cubierto por otros. Olvidando, a mi entender, de manera muy notable, el punto principal.