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Tres escenas de la irrelevancia de la cultura en el Perú

Una mirada a la destrucción de La máquina de arcilla en Huanchaco, el caso de la fortaleza Kuélap en Amazonas y sobre la boda monumentalmente ridícula en Trujillo.

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La cultura en el Perú es tan ‘la última rueda del coche’ que la boda de Belén Barnechea, repostera en boga en ciertos medios e hija de un político vano que ha sobresalido sólo por la minusvalía de los demás candidatos, incidental candidato presidencial que cree merecer gobernar cuando nunca ha tenido ningún mérito y, sobre todo, un buen relacionista público —recuérdese los audios con Rómulo León, etc.— ha recibido más atención mediática  que el derrumbamiento de Kuélap o la mutilación irreversible de La Máquina de Arcilla de Huanchaco, muestra de land art creada por Emilio Rodríguez Larraín.

Claro que como todo el mundo sabe el motivo del escándalo no fue la boda en sí sino la parafernalia adyacente, es decir, la puesta en escena del homenaje que propusieron o consintieron los involucrados que, por supuesto, no merecen tener ninguna crítica excepto la de haber incidido en una huachafería tremenda y en un entreguismo, acaso ciego y hasta inocente pero entreguismo al fin y al cabo, que es la marca característica de la ‘élite’ que ha dominado la economía y la política en el país durante los últimos doscientos años, es decir, una pseudocasta abiertamente proextranjera, convenida y débil que se postró ante los ‘libertadores’ (las anécdotas acerca de los comportamientos de los criollos burgueses cuando el paso de Bolívar por estas tierras son injuriantes hasta para el más inmoral de los canallas), se postró ante los chilenos, se postró ante el capital inglés y, luego, ante el estadounidense y, como no puede ser olvidado, se postró una y mil veces ante los mandatarios (más o menos connacionales) más obtusos de la Historia respecto de amar al Perú como Sánchez Cerro (de quien se dice que hizo un harén con las más conspicuas representantes de esta clase social que fueron por su propia mano o entregadas por los alcahuetes de sus familiares más cercanos) y Fujimori, etc.

La máquina de arcilla.

El extenso párrafo anterior se justifica porque el único motivo de crítica que debe formularse contra la puesta en escena de marras es haber accedido a sobajar al Perú prehispánico ante un descendiente de aristócratas españoles y su gente, es decir, el novio y su familia.

Todo lo demás es superfluo pues han equivocado el tiro tanto los indignados indigenistas que han malinterpretado la Danza de la Soga (como si fuera una mera representación del esclavismo) y los que han defendido la estupidez de los realizadores del pasacalle en cuestión al considerar que la Danza de la Soga es representativa de la región o un vestigio directo de la cultura Moche cuando, en realidad, no se sabe bien como se pudo llevar a cabo esa danza recuperada o inventada hace poco menos de un siglo y que tiene como base a varias imágenes de antiguos ceramios (en los que, dicho sea de paso, el esplendor moche distaba tanto de los miserables ejecutantes de la danza actual como pueden distanciarse, mutuamente, un diamante respecto de un coprolito minúsculo). Al parecer, los danzantes de la soga si bien no son sólo esclavos, son prisioneros de guerra que son conducidos al sacrificio, algo acaso mucho más grave e ignominioso que la esclavitud misma aunque en esto no ha reparado casi nadie.

Respecto de los hispanistas sólo cabe decir que su volición propeninsular o antinegrolegendaria los hace reaccionar de una manera airada contra los victimizados indigenistas (vaya maldición nacional que en buena parte sean izquierdistas) o fantasear con un Trujillo utópico en el que han sabido coexistir todos los pasados del país cuando, en realidad, en esta villa norteña sólo hubo, siempre, una gran complacencia de todas las clases sociales respecto de ser palanganas o jactanciosos para no crearse mayores conflictos al mismo tiempo que optaron por vivir una mentira tras otra sin ningún asomo de crítica (salvo por uno o dos individuos que no son causa suficiente de redención para nadie), no en vano el Apra estuvo tantos años en el poder pese a no tener ninguna propuesta moderna ni pertinente y el Fujimorismo arrasa en todas las elecciones desde hace una década sin ninguna oposición importante (a estas alturas, debe ser claro para todos que el antifujimorismo ordinario es solo una punta de lanza de la izquierda más ciega y malintencionada que, como siempre, arrastra a algunos personajes de bien aunque sumamente ingenuos, sin obtener ningún fruto de provecho para la gente). Es curioso todo esto pues Trujillo no puede ser un referente de ninguna condición importante para el país en tanto no nos ha propuesto en décadas ni intelectuales ni políticos de fuste (salvo una o dos excepciones desde hace más de medio siglo), pero esa es otra historia.

Pese a lo expuesto, esto no ha sido lo más grave pues los victimizados indigenistas e izquierdistas falsamente reinvindicacionistas del mundo prehispánico, soslayan que en aquellos tiempos hubo tanta o más devastación que cuando los españoles. Tampoco han entendido que su concepción del pasado imperial-virreinal que suelen llamar ‘colonial’ es un lastre para el Perú pues ‘el sueño del pongo’ y las fantasías endebles de Arguedas no significan nada para un Perú mestizo y achorado que no necesita de tutelas ni de tergiversaciones históricas para hacer valer sus derechos. De hecho, para cualquier peruano promedio sería útil tener presente que hasta las Reformas Borbónicas, este país fue un hegemón continental tan valioso que cuando las guerras de independencia empezaron, los dos frentes existentes tuvieron como meta final aniquilar el poderío hispano-peruano para consolidar la libertad de sus propios territorios. Imagino, en este orden de cosas, la exposición orgullosa de un peruano del futuro acerca de la importancia del Perú durante muchos siglos sin incidir en el victimismo francamente patético de los indigenistas. Entonces, seríamos un pueblo mucho más pleno y poderoso libre de estigmas y acomplejamientos pues sólo un demente puede torcer la historia y lo que sucedió en nuestro país pues aquí no hubo ‘colonia’ sino un reino importantísimo y tampoco hubo un exterminio al modo de los yanquis contra los pieles rojas; hubo, no cabe duda, grandes holocaustos y muertes, pero en nada distantes de las que hicieron los Incas con los Chancas y las que hicieron otros pueblos con sus rivales en aquellas épocas más sanguinarias.

Hija de Barnechea se casa con nieto de conde de España y adornan su boda  con mujeres indígenas
Boda de la hija de Barnechea.

Entonces, si hubiera que elegir entre un tipo de relación con España, en lugar de insistir en la maldita utopía arguediana indigenista que es más susceptible de ser asimilada por los pieles rojas respecto de los yanquis, debería optarse por la relación que tienen los yanquis con los británicos. Es decir, un peruano promedio debería estar en condiciones de exaltarse orgullosamente por lo que ha recibido de España (como por algunos elementos prehispanos distintos de los Incas) y, al mismo tiempo, como buenos descendientes de españoles, mandar a los peninsulares, según corresponda, a ‘tomar por culo’ o a ‘pasárselos por los cojones’ junto a su macilenta aristocracia, en el caso de que aquellos crean estar en una posición superior (en caso contrario, la confraternidad no tendría porqué ser mal recibida; recuérdese como Chocano no sólo inflaba el pecho por su filiación imperial indígena —poéticamente inventada— y por su ficticio origen aventurero blanco sino que, además, en uno de sus usuales momentos de clarividencia celebró que su fantasía proviniera de ‘un abolengo moro’, crisol y más crisol de razas espléndidas en una inteligencia de primer orden.

Por desgracia para el Perú, los auténticos conceptos elevados y reales acerca de nuestros orígenes son silenciados y encubiertos por quienes, en teoría, dominan las humanidades y manejan la precaria ‘academia’ existente, ahora mismo, que exhibe las severas taras que hacen ver siempre al peruano promedio como el fruto de un atentado cuando debería verse como el producto de una mezcla magnífica aún cuando, luego los burócratas y mediocres criollos se hicieran del poder por un tiempo tan prolongado y nefasto como los últimos doscientos años casi sin excepciones.

En síntesis, en torno a todos estos sucesos, el pasacalle de la  boda de Belén Barnechea implica un sobajamiento ostensible como siempre ha hecho la clase dominante económica y políticamente en el Perú ante los extranjeros.

También, se ha dado un victimismo ridículo entre los ‘críticos, pero, eso no niega que, en la parte opositora a este indigenismo victimista, haya una ceguera increíble de acuerdo a las razones que he expuesto.

Kuélap y La Máquina de Arcilla, por otro lado, representan algo muy distinto pues el derrumbamiento de la primera se debió a una deficiente gestión de parte del Ministerio de Cultura y la mutilación de la segunda se debió a la desidia de una población a la que nunca le interesó valorar la propuesta de Rodríguez Larraín y como el mismo autor no dejará de advertir, si esa propuesta no caló en la ciudadanía, su fin no es ni un tragedia ni una cosa que merezca tener ninguna relevancia pues cumplió con su cometido. Esto es interesante pues el Mincul no puede preocuparse por caprichos civiles cuando tiene muchísimas obligaciones públicas que incumple y no atiende pese a las advertencias de los expertos pues debe entenderse que un derrumbamiento como el sucedido en Kuélap no se da de la noche a la mañana sino que es un proceso que ha demorado años y en todo ese período la ineficacia gubernamental ha sido absoluta a tal punto que se ha preferido invertir en el teleférico para los visitantes antes que en la preservación del monumento en sí, grosero error de óptica debido a que prevalece una mentalidad ‘turística’ antes que ‘cultural’ en el sector en cuestión.

Vamos a recuperar Kuélap", precisó el ministro de Cultura, Alejandro Salas
Kuélap y la desidia del ministro Alejandro Salas.

Particularmente, deploro la perdida de La Máquina de Arcilla, pero, es menester recordar que estuvo abandonada y expuesta a siniestros desde el primer momento. Es una lástima lo que ha sucedido con ella, sin duda, y los responsables deben ser identificados y sancionados, pero no debemos olvidar que el abandono de parte de la ciudadanía ha sido el primer detonante de su destrucción.

Finalmente, retomando el tema de la boda del momento, la supuesta ‘élite’ nacional nació caduca y enfermiza. Los últimos doscientos años no han hecho sino agravar esas taras tal cual se ha evidenciado en el evento que medio mundo ha criticado sin advertir que todos han estado envueltos en marañas de mentiras y desviaciones tan o más graves como el victimismo indigenista que de nada sirve a la consolidación de una identidad nacional potente y orgullosa.

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Pintor Kenneth O’brien

Lee la columna de Rodolfo Ybarra

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Hace unas semanas, el poeta Kenneth O’Brien presentó una muestra individual de pinturas en la casa Poco Floro del centro de Lima a la que tituló “Atávicos & cromáticos” con cuadros de diferentes formatos y soportes, en su mayoría reciclados de las calles, cartelones, triplay, mapresa, pedazos de cuna y demás con colores vivos y resaltantes.

Quizás las obras que más llaman la atención sean: “La Pelirroja”, “Un largo y hondo desprecio por la humanidad” o sus bicicletas o motos a lo Chagall o Basquiat con un toque callejero o suburbano o un descafeinado Duchamp-Humareda-Polanco, etc.

Queremos confesar que vimos la exposición a destiempo, aunque ya habíamos apreciado en su casa (la que ahora tiene en La Punta) algunos de estos trabajos, siempre con una aureola de locura, excentricidad o atrevimiento y más en estos tiempos en que lo conceptual está inhabilitando la capacidad de crear o por lo menos aprobar la perspectiva.   

Pero Kenneth es sobre todo un poeta en color y en libros como OS o esa antología poética titulada La Bestia Ambulante. En un texto inédito que nos pasó hace unos meses, se puede leer: He visto escaleras vacías/Ni subían, ni bajaban (…) Como corcheas o ropa mojada/Que tendidas en un pentagrama/Hacen una sinfonía a la nada. O este otro donde vomita su estro: Habría que escribir los malditos poemas/Como un hada catastrófica/Mitad rata, mitad Dios/Habría que construirlos/Como quien se muda de una a otra casa…

Este escriba le ha seguido el rastro estos últimos dos años con sus recitales en “Rayuela”, un bar contracultural en “Chorranco” donde bajaban personajes de la fauna literaria o bohemios bebedores de cerveza; espacio que luego se mudó a la avenida Terán donde discurría la poesía como un río desbordado, la música selecta en estéreo (Nicolás Duarte, Humberto Campodónico, Blanca Galdos, etc.), y las buenas conversas; así como también extendidas partidas de ajedrez que tenían una trampa porque después que logras ganar algunas partidas te chocas con una pared, un amigo que tiene un Elo de 2000 y pues ahí se acaban todos los sueños de opio ajedrecero, sobre todo para los que aprendimos de pie en las mesas del parque Universitario.

Y Kenneth O’Brien ríe a mandíbula batiente, no se hace problemas. Es más, los necesita. Es soñador con un cigarrillo en las manos siempre planeando nuevos trabajos y nuevas formas de hacernos ver el (su) mundo.

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¡Felices Fiestas Patrias!

La familia y los símbolos nos unen.

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Desde niño me enseñaron que los símbolos patrios eran sagrados. Representaban no solo la grandeza del Perú, sino también el reflejo de lo que podíamos ser como ciudadanos; personas justas, trabajadoras y con identidad. Recuerdo con cariño los cursos de Cívica y Formación Laboral, donde más allá de la teoría, aprendíamos a respetarnos, a pensar en el bien común y a sentirnos útiles como parte de una patria compartida.

Cada 28 de julio era una verdadera fiesta. No por las bandas o los desfiles oficiales, sino porque en el corazón de cada peruano palpitaba el orgullo de ser parte de esta tierra. Y aunque éramos muy jóvenes, no nos faltaba sentido crítico. Preguntábamos y queríamos entender qué pasaba en el país. Mientras otros jugaban en el recreo, yo leía el periódico. Así me enteré que el crimen en Perú siempre existió, conocí nombres como el ‘Loco Perochena’ o ‘Django’, y también descubrí el dolor de las pérdidas, como la muerte de Elvis. Fue en esas páginas impresas, donde me enteré de que Perú apoyó a Argentina en la Guerra de las Malvinas y donde encontré el humor político de ‘Monos y Monadas’, revista que años después me uniría en una entrañable amistad con Nicolás Yerovi.

Mi amor por el himno nacional y la bandera no se ha desvanecido, aunque hoy muchos miren con escepticismo esos valores. Es cierto, vivimos en la era del TikTok, de los influencers y youtubers, que con palabras soeces y chacota desmedida trivializan el respeto y banalizan la realidad. Pero eso no significa que el patriotismo sea un falso valor y mucho menos anticuado. Al contrario, hoy es más necesario que nunca.

A las nuevas generaciones les digo: —en tiempos difíciles, amar al Perú es construir solidaridad desde lo cotidiano, participando, informándose, respetando al otro, y cumpliendo a cabalidad las leyes. Si los gobiernos de turno no promueven masivas campañas de valores, hagámoslo nosotros desde casa, desde las aulas, desde el trabajo, desde las redes—.

No dejemos que la decepción y el desencanto nos robe la esperanza. El Perú no es solo su caótica clase política. El Perú somos nosotros, porque somos más grandes que cualquier transitoria crisis. Y por eso, hoy y siempre, con orgullo, emoción y firmeza, grito:

¡Feliz 28 de julio… Felices Fiestas Patrias!

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La broma infinita: César Acuña, poeta universal

Lee la columna de Juan José Sandoval

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Por Juan José Sandoval

Tuve que ir obligado por una chamba a la Feria Internacional del Libro de Lima, cuyo pago era equivalente al costo de la entrada, un libro de remate, un café y una lata cerveza. Nada más, bueno tampoco había que hacer mucho en la labor encomendada, reducida a aplaudir a los autores de una presentación de libro, además de transmitirlo por redes.

Usualmente llego a la FIL con nulas expectativas. Lo que quiero está caro o no hay. Pero vi mucha producción peruana de cómics y literatura de géneros como la ciencia ficción y el horror.

Me consta que la producción editorial independiente es mucho más atractiva que la oferta librera de las grandes cadenas, que usualmente acaparan los reflectores.

Sé de buena fuente también, que las ganancias son bajas, a pesar de las grandes cifras récord que los organizadores anuncian cada año.

Eso se refleja también en que cada vez ganan más presencia los influencers, cuyos stands no sólo venden libros sino también merchandising exclusivo.

Genera gracia que haya un síntoma mediático de que en el Perú se celebra la cultura con la FIL. Pero preocupa que no se note a la hora de elegir a nuestros gobernantes, cuyas políticas públicas taclean la expresión de arte que emerge de la ciudad, como lo hacen los alcaldes de Miraflores y La Molina, que pertenecen al grupo celestial del alcalde de Lima, posible candidato presidencial.

A saber del vocabulario político que manejan estos dueños de pequeñas parcelas de la patria, muy poco o nada han de leer para desafiar a la ignorancia.

La otra vez di en obsequio un libro de Vargas Llosa a un empresario fujimorista y lo tomó como una ofensa. Yo siento que leer a MVLL es no solo crecer en ideas, sino también conocer el Perú en sus relatos. Lamentablemente la mitad del país se siente a gusto siendo analfabeta e incluso con prepotencia para argumentar.

Por eso, a pesar de que me aburre y desprecio la FIL, voy porque tengo que chambear, tengo que chismear y de paso otear el paisaje literario.

En ese sentido, el panorama es bastante repetido, las mismas caras en diferentes mesas hablando lo de siempre. ¿No somos acaso un país innovador? Uno de los libros más disruptivos de la historia lo hizo un puneño, Carlos Oquendo de Amat. Eso fue hace cien años. Su libro se vende a 20 soles, versión Universidad Ricardo Palma, y 10 soles versión Contracultura. A propósito del stand de este último, aún quedan ejemplares de David Galliquio, que es uno de los ilustradores más corrosivos de esta parte del continente.

Quizás la zona que más me llamó la atención fue la de los fondos editoriales universitarios, donde se puede apreciar la producción intelectual por la que apuestan las casas de estudios.

Sorpresa no menor fue el stand de la universidad César Vallejo, del empresario César Acuña. Intrigado me acerqué pensando que encontraría investigaciones plagadas de inexactitudes con alto grado de turnitín, o alguna tesis que sobrevivió a los huaicos.

 Por el contrario, vi un catálogo bastante atractivo en cuanto a literatura. Donde esperé encontrar mediocridad intelectual, vi títulos de escritores como Villoro y Piglia. Colecciones de gran factura de la cultura peruana, literatura infantil y ediciones de lujo de la obra de Vallejo.

Haciendo gala de mi momento DBA, quise payasear con uno de los editores de la universidad con la pregunta: ¿dónde está el libro «Plata como cancha»? Buscando saber sobre aquel trabajo periodístico que detalla cómo el dueño de la universidad fue construyendo un imperio a base de perro muerto y arreglos millonarios bajo la mesa, como las cláusulas de confidencialidad que mantiene de por vida con su hermano Virgilio, con el profesor al que le robó la tesis y con su primera esposa.

Acuña ha buscado por años encarnar el personaje del emprendedor provinciano que vino de abajo a conquistar el mundo. Muy lejos de aquel político que manda en el país a punta de maletinazos.

Mantengo la hipótesis que César Acuña posee un inescrupuloso plan a largo plazo, con el que busca apropiarse de la imagen del creador de «Los heraldos negros», y que las nuevas generaciones comiencen a ver a este diminuto picapiedra como el vate que revolucionó la lírica de la palabra.

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Libro del líder del MRTA en la FIL

Lee la columna de Edwin Cavello

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Por estos días de julio, cuando los peruanos deberíamos izar la bandera en señal de orgullo y memoria por nuestra república, la Feria Internacional del Libro de Lima —esa vitrina de la cultura— ha decidido brindarle micrófono, auditorio y solemnidad a uno de los personajes más siniestros de nuestra historia reciente: Víctor Polay Campos, cabecilla del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), grupo armado que sembró muerte, secuestro y destrucción bajo el disfraz de una falsa revolución.

El libro Revolución en los Andes: desde la prisión, Víctor Polay responde; no es literatura: es una operación ideológica disfrazada de testimonio. Es la puesta en escena de una voz que jamás pidió perdón, que jamás renunció a la violencia como vía para imponer su voluntad, y que ahora, desde la cárcel, busca reescribir la historia con tinta y papel lo que antes pretendió imponer con fusiles y dinamita.

Lo más escandaloso no es que el libro exista —la libertad de expresión admite incluso a los monstruos—, sino que sea promovido en una feria con auspiciadores desde instituciones gubernamentales, privadas, diplomáticas, y donde incluso participa la embajada de Japón (residencia que fue tomada por el MRTA en 1996).   Le preguntamos a la Cámara Peruana del Libro. ¿Dónde está el criterio moral? ¿Quién decidió que la historia de un terrorista debía presentarse el mismo 29 de julio, en pleno aniversario patrio, como si se tratara de un tributo alternativo al Perú?

Y peor aún, ¿por qué figuras como Antonio Zapata, Natalí Durand y César Coca prestan su voz a este acto de apología al terrorismo? La gran pregunta es: ¿Lo hacen en nombre de la pluralidad académica o de una militancia camuflada de neutralidad?

La Fiscalía ha solicitado ampliar la investigación por apología del terrorismo. Ojalá la justicia llegue antes de que la historia se contamine aún más.

El MRTA no fue una utopía extraviada ni una noble causa mal ejecutada: fue una organización terrorista. Y Polay no es un pensador: es un reo por delitos de lesa humanidad. Convertir su palabra en “memoria” es una ofensa para sus víctimas. Y permitir que se presente como autor en una feria cultural es simplemente obsceno. 

Seguro Francisco Sagasti estará en primera fila solicitando un nuevo autógrafo o, como a él le encanta decir, “diploma de rehén”.  

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El peor Congreso de la historia elige una Mesa Directiva a su medida

Fujimoristas conversos, falsos marxistas, niños y un acusado por delitos graves, esa es la mesa directiva que este Congreso se merece.

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Por: Jorge Paredes Terry

El Congreso de la República, esa institución que debería ser el reflejo de la voluntad popular y el equilibrio democrático, ha vuelto a superar sus propios récords de indignidad. Con un 4% de aprobación, sumido en escándalos de corrupción, acusaciones de tráfico de influencias y una absoluta desconexión con las necesidades del país, este desprestigiado Legislativo ha elegido una mesa directiva que es el fiel reflejo de su decadencia: ilegítima, cuestionada y, sobre todo, hecha a la medida de los intereses más oscuros de la partidocracia corrupta y delincuente.

No es exageración decir que es un parlamento de la cloaca. Este es, sin duda, el peor Congreso de la historia reciente. Sus integrantes han sido señalados por presuntos delitos, sus bancadas se fragmentan en luchas de poder mezquinas y su labor legislativa se reduce a blindar impunidades y repartirse prebendas. Mientras el país clama por soluciones a la crisis económica, la inseguridad y la corrupción, nuestros «honorables padres de la patria» (¿honorables?) se dedican a negociar votos bajo la mesa para asegurar puestos clave.  

La mesa directiva que nadie quería pero que ellos y solo ellos buscaban, fujimoristas conversos, cerronistas y niños, todos comiendo en un solo plato.

Está elección no ha sido más que un reparto de cargos entre los mismos de siempre. Los nombres que hoy ocupan la presidencia y las vicepresidencias no representan a la ciudadanía, sino al reparto de favores que solo buscan controlar la agenda a su conveniencia. ¿Democracia? Aquí solo hay un pacto de sinvergüenzas.

Y lo peor es que todo huele a ilegalidad. Denuncias de compra de votos, de presión a congresistas disidentes y de maniobras al límite del reglamento, han marcado este proceso. Pero, ¿qué podemos esperar de un Congreso donde la ética es un concepto ajeno y vacío y el servicio público un negocio privado?  

Un insulto a la ciudadanía  

Mientras millones de peruanos luchan por sobrevivir en medio del desempleo y la precariedad, este Congreso se encierra en sus juegos de poder. La mesa directiva elegida es el símbolo perfecto de esta podredumbre: un grupo que no tiene la más mínima legitimidad moral para dirigir el Legislativo, pero que, eso sí, sabe muy bien cómo repartirse los privilegios.

¿Habrá consecuencias? Difícil. En un sistema donde la impunidad es la norma, estos actos quedan en la indignación momentánea y luego… nada. Pero el pueblo no olvida. Y aunque hoy esta casta política crea que puede seguir burlándose de la democracia, la historia los juzgará como lo que son: cómplices de la decadencia nacional.

Este Congreso no nos representa

No hay otra forma de decirlo: este Congreso y su nueva mesa directiva son una vergüenza. Son el resultado de un sistema corrompido, de una clase política que ha convertido el servicio público en un botín. Y mientras ellos celebran sus acuerdos en la sombra, el país se hunde.

Pero que no se confíen. El desprecio ciudadano ya los alcanzó, y aunque hoy crean que pueden actuar sin consecuencias, el tiempo y la memoria de un pueblo harto, les pasará la factura. Este es el Congreso que se merecen… pero no el que nosotros merecemos.

Basta ya!

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Verástegui eterno

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El calendario no miente: este 27 de julio se cumplen siete años de la muerte de Enrique Verástegui. Y hoy que suenan los cantos escolares por fiestas patrias y el sol irrumpe por
los vericuetos de la casa, hago un tiempo para pensar en él. Ahí lo veo, desgreñado y taciturno, sentado en su casa repleta de libros o en un bar del centro de Lima, sorbiendo un poco de café expreso y en profunda meditación consigo mismo.

Parte del Movimiento Hora Zero, sus motivos no solo fueron literarios, sino también lingüísticos, económicos, esotéricos o matemáticos. En su escritura hay un afán totalizador, interdisciplinario y altamente reflexivo. Por ejemplo, en Motor del deseo (1987) maneja variables determinadas para comprender la creatividad y composición poética. Propone que un poema, en realidad, es una máquina de significados que produce cortocircuitos o “desajustes” a la máquina social. En ese sentido, la ecuación verásteguiana sería “Poema = Cuerpo y Cuerpo= Poesía”. La correlación entre hablar y escribir recupera una necesaria unión entre palabra y humano: gracias al poema, el hombre puede resignificar su máquina mental, es decir, el poema es una forma de hackear la maquinaria social y liberar el cuerpo.

Por otro lado, sobre la integridad de diversos saberes en el discurso poético afirma: “el texto no es más que la articulación de los diversos discursos (…) desde la matemática a la música, desde la economía a la filosofía y desde ésta a la antropología y la físico-química más la biología pasando por la astronomía”. Amplificando los géneros, también brinda una explicación sobre las “medidas de fuerza de los códigos académicos” que dictan las formas posibles y aceptadas de la escritura poética. Así funcionan como medios de mantener un canon determinado mediante medidas de austeridad homólogas a las dictaminadas por los gobiernos y el Estado; por eso, los poetas que buscan la “pureza del lenguaje” solo se aprovechan de la “plusvalía” que les brinda el gusto estético aprobado.

Murió en Lima en el 2018. En la víspera, leyó Maitreya: Florecí más que nadie/pero perfidia cayó sobre mí,/doblándome como una flor,/herrumbrándome, y fui silenciado. /Maitreya pasó desapercibido como una sombra por la /vida,/¿no dan ganas de llorar?

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29 Festival de Cine de Lima: Punku, un cine experimental tedioso

Lee la columna de Edwin Cavello

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Hay películas que se parecen a sueños mal recordados: fragmentarios, inconexos, cargados de símbolos que no conducen a ninguna parte. Punku, del director Juan Daniel Fernández Molero, es una de esas películas. Pretende ser un portal hacia un cine nuevo, “descolonizado”, libre de las ataduras narrativas del occidente, pero acaba siendo un callejón sin salida donde se acumulan pretensiones estéticas y un experimentalismo vacío que confunde lo críptico con lo profundo.

La cinta, ambientada en la ciudad de Quillabamba, se presenta como un retrato caleidoscópico de personajes locales. Pero lo que se vende como observación poética es en realidad un catálogo de anécdotas deshilachadas, carentes de conflicto, emoción o siquiera una mínima intención dramática. El espectador se ve obligado a contemplar una sucesión de imágenes que más parecen material de archivo que cine en sentido pleno. ¿Dónde está la historia? Ni siquiera el exotismo, que tantas veces ha sido el salvavidas de ciertas películas tropicalistas, aparece aquí con algún vigor.

Fernández Molero parece obsesionado con la ruptura: rompe con la estructura narrativa, con la continuidad visual, con la lógica emocional. Recurre a múltiples formatos —Super 8, 16 mm, digital— como si el mero cambio de textura pudiese suplir la ausencia de contenido y de talento. El resultado es un ejercicio que no dialoga con el público, sino que lo margina, como si la incomprensión fuese parte del mérito.

Lo más preocupante, sin embargo, no es la audacia formal, sino la costra de seudo-intelectualidad que recubre cada plano. Punku no invita a pensar; obliga a soportar. Ni siquiera el desfile del concurso de Miss Sirena —que en otra película podría ser un momento de humor o crítica social— logra romper la monotonía general. Todo permanece encapsulado en una solemnidad forzada, como si el director temiera ser entendido.

¿Qué hace esta obra en la competencia de ficción del festival? No lo entendemos, pero Fernández Molero, sigue atrapado en el umbral de una idea que nunca llega a desarrollarse, continúa explorando un cine que parece escrito en clave, y que desprecia al espectador.

Punku significa puerta, pero esta puerta no se abre ni conduce a ningún lado: es un muro disfrazado de cine.

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Hernán Barcos, liderazgo positivo desde Alianza Lima

Lee la columna de Rafael Romero

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Por Rafael Romero

He tenido la oportunidad de escribir algunas notas sobre el Club Alianza Lima. Por ejemplo, el 22 de julio del 2022 en EXPRESO, cuando publicamos el título “Pablo Lavandera, futbolista del pueblo” (https://www.expreso.com.pe/opinion/pablo-lavandeira-futbolista-del-pueblo/). Pero en el segundo párrafo de esa columna ya hacía referencia al Pirata Hernán Barcos con estos términos:

El 2021, Barcos mostró su liderazgo y lo sigue haciendo, pero este 2022 Lavandeira aporta lo suyo a un grande del fútbol peruano. Sin ir muy lejos, en los últimos años, Alianza Lima ha consolidado su porte y marca en el plano futbolístico e institucional, y eso gracias a sus dirigentes, socios, hinchas y cuerpo técnico -en buenas manos como las del profesor Carlos Bustos-, sin dejar de lado lo que siempre ha caracterizado a esta escuadra, es decir, su pasión, mística y “corazón” sobre el gramado, potenciados por el respaldo popular que no abandona ni deja de alentar, lo cual constituye una fortaleza para el club “blanquiazul”.

Empero, han pasado cuatro años, y hoy, en la era de Pipo Gorosito, la figura de Hernán Barcos reluce con gran vigor y se ha hecho del corazón aliancista y de millones de peruanos.

No cabe duda que actualmente Barcos es un líder de marca mayor, realidad que nace de su esencia humana, por ser una buena persona que trasciende al fútbol y al club para convertirse en un referente a imitar por su don de gentes, por su humanismo y sus nobles sentimientos de respeto a propios y extraños, amén de su sensibilidad social, especialmente para con los niños, a quienes les lleva alegrías incluso cuando están en su lecho de recuperación médica, proporcionándoles el 9 de Alianza Lima su ayuda y optimismo.

En el presente 2025, Hernán Barcos, a sus 41 años, ha ratificado una vez más su  grandeza blanquiazul desde Porto Alegre, al anotar el gol de empate frente a Gremio, con lo cual no solo selló el 3 a 1 a favor de Alianza Lima sino que enmudeció a un estadio que tenía más de 60,000 almas y demostró la “ciencia y saber” del Club Íntimo, tal como reza la letra de la clásica polca “¡Arriba Alianza!”, compuesta por el profesor Óscar Corcuera Osores (1924 – 2020), coetáneo, paisano cajamarquino y amigo de mi padre, Uladislao Romero Araujo (1921 – 2021).

Sin embargo, más allá del balompié, el Perú y el mundo necesita más “Hernán Barcos”, más “Piratas”, en tanto seres humanos con carácter, determinación, franco compañerismo, en tanto apóstoles que actúan con fuerza espiritual, con compromiso, con voluntad de triunfo y con positivismo para superar los retos.

Es decir, se requiere personas que triunfen, que sean dueños de un especial porte personal, como Hernán, poseedor de un “alma grande” y que en todo ejerzan el liderazgo, pues todos esos elementos constituyen fortalezas y paradigmas no solo para la gente que le sigue en el fútbol sino más allá de los estadios, especialmente entre los más jóvenes y adolescentes. Porque el liderazgo de Barcos es deportivo, pero también es un liderazgo extradeportivo que trasunta bondad, empatía, paz y amistad.

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