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Segunda mirada o… cómo me gustan los militares
Lea la columna de Maruja Valcárcel.

Por: Maruja Valcárcel.
En nuestro país, pleno de ingenio, de humor y más, hemos tenido una y mil formas para decir qué sentimos, qué detestamos o de qué simplemente nos burlamos. Todo por supuesto en nombre de lo que somos, ciudadanos con el alma llena de sueños, pero dolorosamente también lastimados desde hace tantos y tantos años por quienes, gracias a que ignoramos que cada cinco años nos ponemos un dogal al cuello, gracias al sistema que tenemos, se entronizan.
Esto es, usted, querido lector, escoge de entre el ramillete de seres extraños que se prodigan en calles y plazas con sus imágenes en fotos gigantescas y cartelones con promesas de todos los colores, anunciando el ‘Cielo como límite’, escoge un nombre, un solo nombre, el de quien lo protegería y haría realidad su afán más importante, esto es, crecer, desarrollarse, ser feliz.
Eso, ser feliz. Así, ese nombre, de cuello y corbata… o faldas, termina siendo su tutor, su dador, su ‘Pater Familias’, su dueño. Porque luego, cuando se mude a Palacio, se dedicará a reinar nomás, ¿y… usted? Puede irse a llorar a la playa.
Creo que debe haber un error. Un sistema democrático es aquel que permite la intervención del pueblo en todos sus alcances; es decir, usted los elige para que administren sus bienes y… su vida (…no sé si se han dado cuenta), pero luego se dan de bruces ante un muro indiferente que no los escucha, no les permite acercarse. Y la parte más compleja es que en eso de administrar sus intereses se da cuenta finalmente, ante la evidencia de su hambre total, que sus más importantes representantes políticos engordan, sí, engordan de manera impúdica y sin gracia. Sus rostros abotagados y sus enormes vientres los delatan. Y usted, su prole, adelgazan de conocimientos, de salud, de tiempo extraviado entre buses destartalados. No tienen tiempo para la ilusión.
Y… algo que tendríamos que corregir. Hemos perdido la capacidad de una segunda mirada sobre lo que sucede a nuestro enrarecido alrededor. Le explico. Acaba de publicarse en letras de molde, que se asignará un presupuesto del orden casi inimaginable, para un país que ni se le ocurre entrar en guerra con nadie, de una cifra que no quisiera mencionar para que usted no entre en convulsiones… Se habla de más de tres mil millones de soles para empoderar a las Fuerzas Armadas. Sí señor, algo así como el presupuesto que permitiría hacernos de un Sistema de Postas de Salud en muchos pueblos hasta hoy abandonados. O escuelitas, o Centros de Transferencia Tecnológica para los campesinos del ande, para que abandonen la impuesta huelga de brazos caídos que impide incorporarlos a la actividad productiva del país.
Todo esto sería posible, pero… a ella le gusta la idea de quedarse hasta el 2026. He aquí la fecha que le han entregado para que pueda entrar al Reino de los Cielos. Y estará segura de que esto será posible si les compra aviones de guerra, barcos… tanques y demás juguetes que adoran los muchachos de uniforme desde niños. Un sueño hecho realidad. La oportunidad es única. Es ahora o nunca.
Señora, de todo corazón, tiene que echar una segunda mirada a esta propuesta, tiene que escuchar toda la canción, es un antiguo valsecito criollo que termina anunciando a la damisela encantadora que…Los militares te pueden dejar plantada. Se lo digo con todo mi afecto.
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Lo viejo funciona
Resulta difícil encontrar ahora un aparato electrónico que tenga una larga duración, sobre todo en los celulares, los cuales año a año tienen una nueva versión, así sea el cambio de color o un mínimo detalle que vuelca a los consumidores a salir corriendo para comprarla. Y es que a las grandes empresas, sobre todo del rubro tecnológico, no les conviene que duren; al contrario, buscan vender más y para ello fuerzan a la persona a tener que renovar de equipo móvil.

Por: Raúl Villavicencio H.
Seguramente muchos ya habrán visto toda la primera temporada de la serie ‘El Eternauta’ y conocerán la trama de la historia. Es ahí donde se hace énfasis en los aparatos construidos hasta mediados de la década de 1980, esos que no requieren de una conexión a internet, de pantallas táctiles o de un sinfín de botones que lo convierten en polifuncionales. Cumplen su tarea de manera satisfactoria y lo más importante de todo: son duraderas.
Resulta difícil encontrar ahora un aparato electrónico que tenga una larga duración, sobre todo en los celulares, los cuales año a año tienen una nueva versión, así sea el cambio de color o un mínimo detalle que vuelca a los consumidores a salir corriendo para comprarla. Y es que a las grandes empresas, sobre todo del rubro tecnológico, no les conviene que duren; al contrario, buscan vender más y para ello fuerzan a la persona a tener que renovar de equipo móvil.
Los fabricantes intencionalmente utilizan materiales de baja calidad para que la duración de los equipos se reduzca, es lo que se llama obsolescencia programa y solamente busca fomentar una cultura consumista. Es así que vemos vehículos, televisores o refrigeradoras antiguas que fácilmente tienen un tiempo de vida útil superior a los diez, quince o veinte años, en tanto, los aparatos digitales ante una leve avería ya pasan a convertirse en chatarra. Repararlos nos costaría casi la mitad del precio de uno nuevo y es ahí donde nos inclinamos por adquirir uno nuevo.
En la actualidad muchos de los aparatos que usamos a diario funcionan con energía, sea el celular, una laptop, un automóvil, aparatos médicos, todo lo que uno se pueda imaginar. Pareciera que la humanidad estuviese condenada a depender de cientos de artilugios para vivir, resultando casi impensable ver a un joven en la calle sin estar pegado a una pantalla de celular.
El último apagón en España puede significar un aviso de que muchas cosas dejarían de funcionar si no volvemos a ver las cosas con mayor simpleza y volteamos la mirada nuevamente a lo esencial y práctico. Durante el corte de luz miles de habitantes se convirtieron en unos inútiles para la sociedad, olvidándose que pueden cumplir con todas sus tareas con un poco más de esfuerzo.
Columna publicada en el Diario Uno.
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El amor de familia en la televisión
La familia siempre fue un valor esencial en la vida real y en los medios televisivos, destacando amor, unión y enseñanzas.

En las décadas de 1970 y 1980, la televisión fue más que entretenimiento: fue un espejo de los valores que definían a la sociedad. Entre ellos, el amor familiar ocupaba un lugar central. Las historias que llegaban a los hogares hablaban de unidad, respeto mutuo, fraternidad y superación de conflictos, transmitiendo enseñanzas que perduraban más allá de la pantalla.
¿Cómo olvidar a la familia Ingalls en “La casa de la pradera” (1974–1983)? En una pequeña comunidad del siglo XIX, se reflejaba la vida de una familia con valores de trabajo, solidaridad y amor familiar. De igual manera, “Papá lo sabe todo” (1954–1960) ofrecía un retrato entrañable del padre sabio y presente, Jim Anderson, siempre dispuesto a orientar a sus hijos con sentido común y ternura.
“Días felices” (1974–1984), con su espíritu rocanrolero de los años 50, mezclaba diversión con valores tradicionales, reforzando la amistad y la lealtad familiar. En “Ocho son suficientes” (1977–1981), un padre viudo enfrentaba, con humor y calidez, los desafíos de criar a ocho hijos, demostrando que el amor y el apoyo podían con todo.
Más adelante, “Tres por tres” (‘Full House’ 1987–1995) nos enseñó que las familias no siempre siguen un molde tradicional. Danny Tanner, junto a su cuñado y su mejor amigo, criaba a sus hijas con devoción. La secuela “Fuller House”, disponible en Netflix, continúa ese legado con las hijas ya adultas, ahora como madres. También “Grande, pa” (1991–1994), desde Argentina, conmovía al mostrar a Arturo, un viudo que, junto a su empleada, educaba a sus tres hijas con amor y mucho humor.

Hoy, la familia ya no responde a un modelo idealizado y se ha vuelto plural y diverso. Aunque las redes sociales nos conectan, también pueden aislarnos emocionalmente. Y ya no se espera que las personas sacrifiquen su felicidad por un tradicional rol familiar.
La autonomía personal y la búsqueda del bienestar individual son válidas, pero no deberían eclipsar la importancia de los vínculos afectivos. Porque, más allá del formato, el amor de familia —ese que se siente, que perdura y que sana— sigue siendo el mayor de los guiones posibles.
Columna publicada en el Diario Uno.
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Grandes películas del cine asiático

Por: Raúl Villavicencio H.
En estos últimos años es de mi preferencia la producción cinematográfica proveniente de países como Corea del Sur, Japón, Singapur o la China. Los dos primeros países a mi parecer han sacado durante los últimos años películas memorables, que te dejan pensando durante varios días, alejadas de la parafernalia que me pueden ofrecer las super producciones norteamericanas, muchas de ellas preparadas para pasarla bien y distraerse por un día.
Muy al contrario de los filmes ‘gringos’, en el cine asiático he encontrado joyas que tocan problemas tan comunes, pero que muchos por vergüenza o por no ser lo “políticamente correcto” prefieren obviarlas. Es por ello que paso a mencionar solo algunas películas que me dejaron marcado a lo largo de mi vida. Contemplativas o de suspenso, todas te mantienen atento todo el tiempo.
“Los siete samuráis” (1954): el genial director japonés Akira Kurosawa cuenta la historia de siete guerreros del siglo XVI que son contratados por unos aldeanos para defenderlos de saqueadores.
“Oldboy” (2003): obra maestra del cine surcoreano, dirigida superlativamente por Park Chan-wook. Ese largomentraje es parte de una trilogía de suspenso y horror psicológico. Alabada por la crítica especializada.
“Parasites” (2019): el surcoreano Bong Joon-ho nos regala una película de suspenso y humor negro que aborda la problemática de las diferencias socioeconómicas en su país. Aquella película le otorgó la primera Palma de Oro a Corea del Sur en su historia, replicando ese hito en los premios Oscar al llevarle el premio a mejor película, siendo la primera película en idioma no inglés en llevarse esa preciada estatuilla.
“Burning” (2018): una vez más Corea del Sur le ofrece al mundo una pieza de orfebrería excelentemente pulida por el director Lee Chang-dong, quien en 148 minutos nos narra sobre cómo la fascinación hacia una persona puede terminar ‘quemando’ a un individuo. Película basada del cuento breve “Quemar graneros” del escritor japonés Haruki Murakami. Soberbia.
“Drive my car” (2021): las tres horas de película excelentemente dirigidas por el cineasta y guionista japonés Ryûsuke Hamaguchi son un mensaje de cómo superar el dolor, la pérdida, del desprendimiento, recordándonos que a pesar de todas las tragedias que nos puedan ocurrir el mundo seguirá avanzando, utilizando como metáfora un automóvil para unir a todos los personajes. Disponible aún en Netflix.
Columna publicada en el Diario Uno.
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El edificio Oropesa
Paralizada la obra por falta de recursos, en noviembre de 1986 el joven e inexperto expresidente Alan García, caminando un día por ahí, vio el imponente edificio inconcluso, anunciando de manera autoritaria y populista que “un país pobre no podía darse el lujo de desperdiciar una obra así”, procediendo a ‘expropiarla’ y entregarla al Ministerio del Interior.

Por: Raúl Villavicencio H.
En la intersección de las avenidas Tacna con Emancipación se erige un enorme edificio de 18 pisos que, desde que tengo uso de razón, permanece desolado. Se trata del edificio Oropesa, que para inicios de la década de 1980 se constituía como una de las más modernas edificaciones de la ciudad.
La inmobiliaria Oropesa quería darle al Centro de Lima un espacio para cómodas oficinas, una amplia playa de estacionamiento, e incluso en los últimos pisos se habían diseñado fascinantes departamentos con una impresionante vista. Queriendo concretar esa magnifica obra de ingeniería, la empresa recurrió a solicitar un préstamo al entonces Banco Central Hipotecario, sin embargo, esta solo les entregó una parte para posteriormente, por intermedio del ‘fantasma’ Fernando Ponce Salomón, exigir la devolución de la totalidad de la deuda.
Paralizada la obra por falta de recursos, en noviembre de 1986 el joven e inexperto expresidente Alan García, caminando un día por ahí, vio el imponente edificio inconcluso, anunciando de manera autoritaria y populista que “un país pobre no podía darse el lujo de desperdiciar una obra así”, procediendo a ‘expropiarla’ y entregarla al Ministerio del Interior.
Lamentablemente dicho ministerio no se preocupó por terminar la obra, dejándola tal como la había recibido. A la par, se supo que Fernando Ponce Salomón nunca había existido, pues se trataba de un ‘fantasma’ creado por el banco para quedarse con el edificio.
Conociendo finalmente que ese edificio se encontraba en litigio, el ex presidente aprista, mediante el Decreto Supremo 038-89/PCM, se lo entregó esta vez al Poder Judicial, quien finalmente terminaría siendo juez y parte en todo ese embrollo.
Ese poder del Estado, al ver que no iba a poder disponer de ese inmueble sin pisotear uno que otro derecho, en 1994 se lo terminó devolviendo a la inmobiliaria Oropesa, pero había un gran inconveniente: en Registros Públicos aparecía el edificio como propiedad del Estado.
Ya son más de cuatro décadas en que ese edificio luce con las entradas tapiadas, cubierto de basura, insectos y roedores, pero la bendita justicia peruana prefiere ir sumamente lenta, como esperando que el último de sus apoderados muera para finalmente quedársela; y es que ese edificio se encuentra en una ubicación estratégica de Lima, llegando a valorizarse en más de cien millones de dólares.
Columna publicada en el Diario Uno.
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Conversación en la plaza: historia de un cortejo en el siglo pasado
Don Jorge, un anciano de 89 años, compara cómo se cortejaba en el siglo pasado.

Por: Raúl Villavicencio H.
Al frente de la iglesia San José, muchos ancianos, entre hombres y mujeres por encima de las ocho décadas, pasan sus tardes tomando un poco de sol, muchos de ellos acompañados de una enfermera o algún familiar que le pueda asistir, y unos cuantos aún conservan las energías para pasear por la pequeña plaza solos, siempre con la cautela requerida.
Recostados en una silla de ruedas, observando a los niños jugar por su costado o escuchando tenuemente el ruido de la calle y el transitar de las personas, aquellas personas con una vasta experiencia parecieran querer sentir una vez más la vitalidad que alguna vez tuvieran en sus años primaverales.
Uno de ellos, don Jorge, un apacible anciano a punto de cumplir 90 años, me cuenta sobre aquella vez en que se hicieron la ‘vaca’ con sus amigos del colegio para irse caminando desde Jesús María hasta el Callao.
“Nos íbamos caminando por toda la hacienda Pando, que en ese entonces era pura chacra, hasta el Callao. A veces los policías nos detenían porque nos veían con nuestros uniformes y nos preguntaban a dónde nos íbamos, ya que a esa hora se suponía teníamos que estar estudiando”, me cuenta con voz pausada y serena.
No es fácil poder conversar en un espacio público con una persona mayor de edad ya que por cuestiones naturales de los años el sentido auditivo se va perdiendo, o a algunos ancianos les cuesta mucho poder hablar y sostener una conversación en voz alta. Pasando largo rato por ahí, intentando con uno y otro iniciar una charla amena, veía que el tiempo se me iba yendo y ya estaba a punto de emprender la media vuelta; sin embargo, don Jorge, entre indeciso y esquivo inicialmente, se animó a contarme sobre cómo era el cortejo y el amor durante la década de 1950.
“En ese tiempo nos íbamos a ‘jironear’. Los jóvenes teníamos que estar muy bien vestidos porque no se podía ir así nada más por ahí. Las muchachas, muy guapas y educadas ellas, se fijaban hasta en el más mínimo detalle de cada uno, y para enamorarlas había que ser muy respetuosos y caballeros”, contaba don Jorge con una memoria envidiable.
A diferencia de hoy donde la juventud prefiere contactarse por primera vez con un frío “hola” en un mensaje de texto; a mediados del siglo pasado era muy importante la impresión que se daba, y eso no quería decir necesariamente que uno esté bien vestido de pies a cabeza, sino que primaba por sobre todo los modales para acercarse hacia la otra persona.
“Una cosa muy importante era ganarse la simpatía y aprobación del padre de la muchacha. Cuando ella nos presentaba a su papá teníamos que lucirnos y demostrar nuestras verdaderas intenciones con su hija. No había ocasión en que no estemos nerviosos, porque en ese entonces los padres eran muy rigurosos y exigentes con las parejas de sus hijas”, relataba.
“Y después —añadía— tenía que pasar al menos un año para recién hablar sobre un contacto más íntimo con la otra persona. Ahora no pasa ni un mes y ya están teniendo relaciones sexuales… se saltan muchas cosas los jóvenes ahora. Antes uno primero tenía que conocer bien a la pareja, pasar por el enamoramiento, el noviazgo y recién ahí hablar de matrimonio. Esas cosas se han perdido”.

En ningún momento la voz de don Jorge perdía la ecuanimidad, empero, había que poner bastante atención en el ligero énfasis que le ponía a ciertas palabras, sobre todo en aquellas donde mostraba mucha incomodidad, como cuando se refería a las constantes rupturas amorosas entre los jóvenes. Su voz era pausada sin llegar a decirse que arrastraba las palabras, sino que de su boca salían las palabras necesarias para elaborar una oración completamente racional; carente de divagaciones y muletillas, mucho menos adjetivos ofensivos o palabras en doble sentido. Era, sin tanta ornamentación ni solemnidad absurda, como si eligiera sabiamente qué color utilizar para terminar una pintura. Los años, pienso, te enseñan a ser cauteloso y mesurado con lo que dices.
Don Jorge se lamentaba que las parejas de hoy terminen su relación en unos cuantos años y que en cuestión de meses inicien una nueva.
“Yo empecé a trabajar desde los 19 años y a los 29 ya estaba casado. Tengo 4 hijos y como 14 o 15 nietos. Ahora, a lo mucho una pareja quiere tener un hijo o en su defecto se conforma con tener un perro. He estado casado más de 55 años hasta que mi mujer decidió adelantarme”, prosigue y un vendedor ambulante nos interrumpe la conversación. Él, con un movimiento cortés de su cabeza, le avisa que no está interesado en comprarle. Sus modales están muy bien pulidos y resaltan cuando uno lo trata por primera vez.
—Usted me comentaba que en muchos programas de la televisión actual son las responsables de este descontrol en la juventud, ¿cómo así?
“Ahí solo pasan discusiones, infidelidades, escándalos. No entiendo cómo puede ver la gente ese tipo de programas, sobre todo en horario donde toda la familia está reunida. Que una chica está con uno, luego con otro, y luego con otro, y eso la juventud lo normaliza, cree que es lo correcto”.
La tarde se estaba yendo y la plaza poco a poco se iba vaciando; el viento de mayo empezaba a soplar con más fuerza y eso significaba que nuestra conversación estaba a punto de terminar. La campana de la iglesia nos avisó que eran las cinco de la tarde. Don Jorge alzó la vista al ver que las personas iban ingresando lentamente a la casa de Dios.
“Te agradezco la conversación. Yo había venido a dejar unas botellas de plástico que tenía guardadas. En la esquina hay un depósito donde luego se las llevan para reciclarlas —me dice, indicándome con la mirada el lugar donde se encontraba el depósito —; pensaba hacer hora hasta que empiece la misa. Me encontraba muy aburrido, pero hoy fue diferente”, dijo emocionado.
Me despido estrechándole la mano a don Jorge, aquel anciano que me duplica la edad, el quinto de quince hermanos, el ex trabajador de Sedapal. Antes que se retire le pregunto por qué no usaba bastón como todos los de su generación. Él, dibujando una sonrisa pícara, me responde que lo hacía “ver muy viejo”.
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Turismo Diplomático a costa del erario público: un privilegio injustificable
Los diplomáticos deben proteger los intereses del país ante otros Estados y negociar acuerdos bilaterales; sin embargo, en la práctica, disfrutan de una vivienda de lujo, choferes, mayordomos, cocineras, y hasta el personal de limpieza, con viáticos para viajes, seguros de salud y educación privada de sus hijos, que se pagan con el dinero del erario público, mientras que la mayoría de los ciudadanos lucha por llegar a fin de mes.

Cuando los diplomáticos se encuentran en sus misiones internacionales, a menudo parecen estar más enfocados en disfrutar de lujos que en cumplir con sus funciones. En banquetes oficiales, no es raro verles consumir vinos de altísima gama como los exclusivos Grand Cru, Château Lafite Rothschild o Château Margaux. Estos lujos, presentados bajo la excusa de fortalecer las relaciones internacionales a través de la gastronomía y el protocolo, se convierten en símbolos de una diplomacia que, en muchas ocasiones, nada tiene que ver con los intereses nacionales.
A lo largo de sus misiones, los embajadores participan en banquetes desmesuradamente pomposos, organizados por chefs de renombre mundial y con menús carísimos que, más que representar la cocina de un país, se convierten en sinónimos de estatus y sofisticación sin justificación alguna. Pero lo que realmente escandaliza no son solo las cenas opulentas, sino el hecho de que todos estos excesos se pagan con los recursos de los contribuyentes, es decir, con el dinero de todos nosotros.
¿A qué costo se financian estos excesos?
Cuando un diplomático es asignado a una embajada, consulado o misión fuera de su país, el Estado se hace cargo de todos sus gastos. Esto incluye, por supuesto, un salario mensual que puede llegar a los US$ 17,000, dependiendo del país en el que se encuentren. El caso del cuestionado embajador Néstor Popolizio, designado jefe de misión en la ONU en Nueva York, es un ejemplo flagrante. En 2024, Popolizio percibía un salario mensual superior a S/ 70,000, una suma que es inconcebible cuando se observa el contraste con la realidad económica de la mayoría de los ciudadanos.
A esto hay que añadir los gastos de vivienda, con alquileres de residencias oficiales que no tienen ningún límite en cuanto a costos. El diplomático no solo disfruta de una vivienda de lujo, sino también de todos los servicios que implica mantenerla: choferes, mayordomos, cocineras, y hasta el personal de limpieza. Todo esto, sin mencionar los viáticos para los viajes, pasajes aéreos, seguros de salud internacionales y, por supuesto, la educación privada e internacional de sus hijos. Es un sinfín de gastos que se pagan con el dinero del erario público, mientras que la mayoría de los ciudadanos lucha por llegar a fin de mes.

¿Realmente cumplen con su función?
La naturaleza de la labor diplomática es clara: representar y proteger los intereses de su país ante otros Estados o ante organizaciones internacionales, negociar acuerdos bilaterales o multilaterales, proteger a sus compatriotas en el extranjero y fomentar las relaciones amistosas. Sin embargo, en la práctica, muchos diplomáticos se alejan de estas funciones y utilizan su inmunidad diplomática como un escudo para cometer prácticas cuestionables e indecorosas.
El uso indebido de la inmunidad diplomática no es algo extraño, ni aislado. La historia está plagada de casos en los que diplomáticos han cometido espionaje, evasión de impuestos, tráfico de drogas o hasta pornografía infantil, sin enfrentar consecuencias legales en los países que los acogen. Además, algunos se han aprovechado de sus privilegios para incurrir en contrabando, utilizando valijas diplomáticas y vehículos oficiales para trasladar mercancías ilegales, sabiendo que no pueden ser inspeccionados por la policía local.
La inmunidad diplomática, lejos de ser una herramienta para garantizar la protección de los diplomáticos en situaciones legítimas, se ha convertido en una puerta abierta a la impunidad, la corrupción y una serie de delitos que, por alguna razón, nunca se sancionan. Y si esto no fuera suficiente, la explotación laboral de empleados personales bajo su mando también es un hecho. Muchos diplomáticos no dudan en imponer condiciones de trabajo abusivas a sus empleados caseros, forzándolos a trabajar largas horas a cambio de sueldos miserables, sabiendo que su estatus de inmunidad los pone fuera del alcance de cualquier denuncia.
La ineficacia del control interno: ¿Quién supervisa a los diplomáticos?
En Perú, el Ministerio de Relaciones Exteriores es la entidad encargada de supervisar, nombrar y sancionar a los diplomáticos. Sin embargo, la vigilancia y el control de sus actividades son más que cuestionables. Según la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961, los diplomáticos tienen inmunidades que les otorgan ciertos privilegios. No obstante, esa misma convención también establece normas que deben cumplirse dentro del país anfitrión. ¿Pero realmente se sigue este marco? ¿Y quién hace cumplir esas reglas?
Los diplomáticos parecen vivir en una burbuja de impunidad donde los excesos no solo son tolerados, sino también justificados bajo el paraguas del protocolo y la hospitalidad internacional. De hecho, estos funcionarios del Estado no solo asisten a cenas de gala, a la ópera y a eventos internacionales, sino que, con la asignación económica extra que reciben del Ministerio de Relaciones Exteriores, tienen la capacidad de organizar sus propios eventos privados, invitar a quienes deseen y realizar viajes a destinos turísticos exclusivos, siempre «en nombre de la diplomacia». Pero, ¿realmente está este derroche de dinero sirviendo a los intereses del país? ¿O se trata simplemente de una excusa para disfrutar de una vida de lujo a costa del erario público?
Los escándalos más recientes de diplomáticos peruanos
Los excesos de los diplomáticos peruanos en los últimos tiempos han dado mucho de qué hablar, y no precisamente por sus logros internacionales. En muchos casos, las denuncias de conductas inapropiadas han puesto en evidencia la desconexión de estos funcionarios con la realidad del país que representan. Uno de los ejemplos más recientes es el caso del embajador en Egipto, José Betancourt Rivera, quien fue retirado de su puesto por su actitud arrogante y su comportamiento deplorable hacia altos funcionarios egipcios. Esta es solo una muestra de lo que ocurre cuando los diplomáticos no rinden cuentas ni cumplen con sus funciones de manera responsable.
Otro caso emblemático es el de Alfredo Ferrero Diez-Canseco, quien en 2024 fue designado embajador en Estados Unidos, mientras enfrentaba investigaciones por colusión agravada en el contexto del caso Odebrecht. Su nombre fue vinculado a una trama de corrupción, y se le embargaron propiedades por un monto de S/27 millones, incluido un palco suite en el Estadio Monumental. A pesar de las acusaciones en su contra, fue nombrado embajador sin que se hayan tomado medidas para transparentar su desempeño.
El embajador Manuel Rodríguez Cuadros, quien fue altamente cuestionado por el elevado costo del alquiler de su residencia en Ginebra, también es otro ejemplo de los excesos. Mientras él defendía la cifra oficial, se supo que su alquiler mensual ascendía a US$ 32,640, una cantidad que sobrepasaba cualquier justificación dentro del marco de la austeridad pública. Hay que mencionar que de acuerdo a lo que indicaba el contrato de alquiler, sólo el jardín de la lujosa casa de Rodríguez Cuadros contaba con una superficie total de 2,443 metros cuadrados.
A estos casos se suma el de Óscar Maúrtua, excanciller del Perú, quien fue denunciado por apropiación indebida de fondos destinados a víctimas del terremoto de 2001. Sin embargo, en 2008, la Corte Superior de Justicia anuló el proceso y archivó el caso. Asimismo, el exlegislador Álvaro Gutiérrez lo denunció constitucionalmente por su presunta participación en maniobras para favorecer a la aerolínea chilena LAN, que no cumplía con sus obligaciones fiscales en el país. Durante el mandato del expresidente sentenciado por corrupción Alejandro Toledo, Maúrtua participó en el avión parrandero; que era toda una fiesta con mucho alcohol en el avión presidencial con otros personajes del oficialismo con recursos del Estado. Actualmente, Maúrtua sigue siendo una figura prominente dentro del mundo de la diplomacia.

Asimismo, el cuestionadísimo embajador Néstor Popolizio ha protagonizado diversas denuncias, en el ejercicio de su carrera diplomática. En 2020, se denunció que altos funcionarios del Cancillería, incluyendo al entonces canciller Popolizio, permitieron que se difunda grabaciones privadas del embajador Fortunato Quesada, las cuales fueron obtenidas sin su consentimiento, y fueron brindadas a la prensa con el propósito de generar presión mediática para su destitución. Popolizio habría obstruido las investigaciones internas al haber pedido que no se incluyera una conversación que lo involucraba directamente. Asimismo, Popolizio en 2019 admitió que el embajador César Bustamante Llosa sostuvo una reunión a solas con el exjuez César Hinostroza en la cárcel de Madrid en 2018; sin embargo, inicialmente negó la confirmación de este encuentro.
También, es preciso recordar, que el flemático excanciller Gustavo Meza-Cuadra, del modo más vergonzoso se resistió hacer respetar la soberanía del Perú ante los despropósitos e intromisión de las misiones diplomáticas de Australia, Francia, y Colombia, que enviaron una carta al Parlamento de Perú para exigir que dejen sin efecto la Ley N° 31018 que exoneró de los cobros de peajes durante la coyuntura de pandemia, defendiendo malhechoramente a las empresas concesionarias de sus países.

El costo de la diplomacia: ¿vale la pena?
El presupuesto asignado para las misiones diplomáticas peruanas es exorbitante. Para el año fiscal 2025, el Ministerio de Relaciones Exteriores tiene asignado un presupuesto de S/ 1,156 millones, de los cuales el 98.4% se destina a la Cancillería. Una porción de este dinero se gasta en la restauración del Palacio de Torre Tagle, cuyo costo asciende a S/ 55.8 millones. Además, el viaje reciente del ministro Elmer Schialer a Washington D.C. para la elección del secretario general adjunto de la OEA costó más de S/ 24,000, sin que haya una justificación clara de los beneficios que este viaje representa para el país.

Los diplomáticos viven como aristócratas: salarios exorbitantes, residencias de lujo, autos de alta gama, personal doméstico, seguro médico privado, educación para sus hijos en colegios internacionales, entre otros beneficios. Todo esto, mientras la mayoría de los ciudadanos se enfrenta a una realidad económica cada vez más difícil. La pregunta que todos nos hacemos es: ¿realmente cumplen con sus funciones? ¿Son estos gastos justificados? ¿Los resultados son visibles?
Conclusión: ¿Un servicio público o un privilegio?
Es evidente que el modelo de diplomacia que se maneja actualmente en el Perú está más enfocado en el lujo y el privilegio personal que en el bienestar común. El alto costo de las misiones diplomáticas y la falta de control efectivo sobre las actividades de los diplomáticos son una muestra de la desconexión que existe entre estos representantes del Estado y la ciudadanía que financia sus excesos. En lugar de ser defensores de los intereses nacionales, muchos se han convertido en símbolos de la ineficacia, la corrupción y el abuso de poder.
Es hora de cuestionar si este modelo realmente sirve a los intereses del país o si, en cambio, se ha convertido en una excusa para justificar una vida de lujo y privilegios que no tiene cabida en un Estado democrático y que simplemente ha convertido a los diplomáticos en un holograma que simboliza el privilegio de la inutilidad.
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El apagón y la radio
Los habitantes del viejo continente no sabían cómo reaccionar, encontrándose incluso a algunos extremistas decir que se trataba del fin del mundo o de un apocalipsis zombi.

Por: Raúl Villavicencio H.
Durante mis viajes al centro del país he visto tanto a camioneros, pobladores, campesinos o dueños de una pequeña bodeguita acompañarse en sus jornadas diarias al lado de una radio, ya sea a pilas o conectado a un enchufe.
A pesar de que este mundo moderno que da saltos agigantados en tecnología, lejos de la estrepitosa y sofocante ciudad aún se pueden experimentar mañanas donde el único sonido es el susurro del viento o el cantar de las aves, el murmullo de las hojas o el paso eterno de un río. Es ahí donde muchas veces la señal satelital no llega y el único recurso para estar al tanto de lo que pasa en el mundo es una pequeña radio con batería.
Hace unos días ocurrió un hecho sin precedentes en España y otros países de Europa, catalogados como del primer mundo, donde en algunos sectores se quedaron sin luz hasta por doce horas. Fue tan extraño ver a los europeos colocarse en la situación que viven millones de latinoamericanos cuando se trata de quedarse sin fluido eléctrico por horas o días. Los habitantes del viejo continente no sabían cómo reaccionar, encontrándose incluso a algunos extremistas decir que se trataba del fin del mundo o de un apocalipsis zombi.
Ver a los peninsulares abasteciéndose con alimentos no perecibles, agua o papel higiénico me hizo acordar cuando se decretó en el Perú la primera cuarentena por el coronavirus. Pero muchos de ellos fueron incluso un poco más lejos quedándose ‘petrificados’ en el lugar donde les agarró el apagón, sin saber cómo reaccionar en ese tipo de situaciones. O aquellos que gritaban desesperadamente en los parques y plazas como si hubieran visto a un demonio aparecerse en el cielo. Cosa de locos.
Más allá de lo anecdótico y preocupante, el apagón en Europa deja una gran lección a futuro: el ser humano no puede ni debe depender completamente de la electricidad para poder subsistir. Trenes paralizados, semáforos inservibles, edificios enteros, hospitales, comisarías, supermercados, y hasta la propia red de internet quedaron obsoletas por casi medio día. Afortunadamente en este país tercermundista aún millones de peruanos, sobre todo en las provincias más remotas, pueden continuar con su vida sin la necesidad de estar pegados a una pantalla.
Columna publicada en el Diario Uno.
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Las máquinas ‘pensando’ por los humanos
Es innegable que la IA ha llegado para facilitarnos la vida en ciertas ocasiones, pero convertirla en nuestra fuente inagotable de conocimiento puede resultar contraproducente con el tiempo. Al igual que un músculo, el cerebro también requiere de ejercicios mentales para mantener su agudeza y rapidez, sobre todo en el ámbito laboral para no ver a jovencitos quedarse en silencio ante una consulta de su jefe o superior.

Por: Raúl Villavicencio H.
El último miércoles se celebró el Día Internacional del Libro en distintos países y no pude evitar pensar cómo ha cambiado esa sana costumbre de ponerse a leer al día un libro durante 30 o 40 minutos.
Ha quedado demostrado que el hábito de leer tiene ciertos beneficios para el desarrollo cognitivo y la salud mental, desarrollando el ser humano el fortalecimiento de la concentración, la refinación del lenguaje, la expansión creativa, así como una evidente riqueza en su vocabulario.
Sin embargo, los resultados de la Encuesta Nacional de Lectura (ENL) del año 2022 muestran que los peruanos leemos a lo mucho 2 libros al año, estando muy por debajo de otros países de la región.
Las causas de ello resultan distintas. Podría mencionarse que muchos padres han optado por entregarle a sus hijos, a muy corta edad, dispositivos móviles para su entretenimiento y distracción, bloqueándoles la posibilidad de que desarrollen mediante los juegos tradicionales habilidades sociales o motrices.
A propósito de los celulares y computadoras de última generación, estas ahora vienen implementadas con Inteligencia Artificial (IA), las cuales le evitan el esfuerzo al humano de querer indagar por cuenta propia, dejándole prácticamente ‘masticada’ las respuestas a sus inquietudes, sea la hora que sea.
Está claro que las nuevas generaciones aún leen, pero habría que preguntarse cuáles son sus fuentes. No se puede comparar una buena tarde de lectura, alejado de las distracciones de este mundo que va a mil por hora, a ponerse a leer comentarios en TikTok o Instagram; o buscar el resumen de una tarea mientras está conversando en WhatsApp con sus amigos.
Es innegable que la IA ha llegado para facilitarnos la vida en ciertas ocasiones, pero convertirla en nuestra fuente inagotable de conocimiento puede resultar contraproducente con el tiempo. Al igual que un músculo, el cerebro también requiere de ejercicios mentales para mantener su agudeza y rapidez, sobre todo en el ámbito laboral para no ver a jovencitos quedarse en silencio ante una consulta de su jefe o superior.
Qué placentero puede resultar sentarse a conversar con una persona capaz de mirarnos a los ojos sin que tenga que agacharlos cada cinco minutos para responder sus estados de WhatsApp, escribiendo “ja ja ja”, pero que su rostro permanezca impávido.
Columna publicada en el Diario Uno.
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