Columna Pirata / Rodolfo Ybarra
ROCK INDI(GENTE)
Published
11 años agoon
Fotos: Susana del Castillo
A inicios de 1980 los vendedores de casetes y vinilos de rock se nucleaban pavorosos en la puerta de la universidad Villarreal, centro de Lima, avenida La Colmena cuadra 3. Ahí se encontraban diversos personajes que, como el streaking(*), esos desnudos que asombraron la Lima postvietnam, poco a poco irían desapareciendo: el pescador Vicente Fu, un adolescente Ron Kin, el popular Borrego, el flaco Felipe, el Comegato, el Che Luján, el cholo Adrián, la gente de Bandera Negra, las Tombas, Mariella y Alipio o “Petete” entre otros que fueron recalando poco a poco, haciéndose un lugar en la escena subterránea de esos años de violencia política, apagones, inflación, crisis económica y desidia cultural.
Después de 30 años, esto es lo que queda de un grupo de fans, grouppies e impulsores de una música que ha convertido en multimillonarios, burócratas, representantes de gobierno y hasta en sir ha muchos de sus iconos. Total, los recuerdos se los lleva el viento o regresan precisos como un boomerang: «Para el último número les voy a pedir ayuda. Los de las entradas baratas, hagan palmas. Los demás, hagan sonar sus joyas».
1
El gordo Peña, viejo amigo y colaborador, viene a visitarme y me cuenta que se ha encontrado con Alipio, un antiguo vendedor de vinilos y casetes de la Colmena. Me dice que el hombre está en la ruina, ya no puede más, y me da las coordenadas cerca de la plaza Unión de Lima. Inmediatamente recuerdo el primer lustro de los ochentas cuando en ropa de colegio me acercaba donde estos señores desaliñados que ofrecían un apetitoso menú de música variada que iba desde el rock clásico, Led Zepellin, Buchman Turner Overdrive, Ten Years After, The Who, King Crinson, etc., hasta el más reciente sonido metálico de esa época, Black Metal de Venom, los Carnivore o Vulcano y el Warfare Noise brasileño, Chacal, Mutilator, Sarcófago, etc.
Fue Palma, un amigo de colegio, quien intercedió por mí ante Alipio para convertirme en su ayudante vendedor de discos en aquel verano del 83. Y ahí mismo, en una carreta azul sobre el que descansaba una desvencijada tornamesa, empezó una de las aventuras más interesantes de cómo convertirse en melómano recibiendo una paga por ello. El negocio de Alipio no era precisamente vender los vinilos –es más, siempre salía con una triquiñuela para no ofertar el disco y preservar la gallina de los huevos de oro– sino copiarlos “en alta fidelidad” en casetes Maxwells, Sony o TDK, y, si el cliente pagaba un poco más, la grabación podía quedar en una cinta de cromo de hora y media a la que se le agregaba un bonus track de regalo y se le rompían las lengüetas para preservar el valioso material.
Alipio era un tipo fornido, de mediana estatura y tenía un corte de pelo a lo carré que simulaba un casco, usaba siempre una raída casaca de cuero y lentes a lo Ray-ban o al de conductor de aeroplano que le daban un aire a algún personaje decadentista de Mad Max. Era bueno para los negocios, lo que se conoce como un gran ofertador o martilleante, y un gran conocedor del rock de los cincuentas, sesentas y setentas. Al atardecer, ponía a todo volumen el tocadiscos y empezaba la juerga, porque todas las noches era fiesta para Alipio y los amigos. Las bancas de madera colocadas al borde de la avenida La Colmena servían de descanso y tribuna para la ocasional platea que se quedaba hasta entrada la madrugada cuando los pirañas todavía respetaban a los transeúntes locales y cuando ese motociclista enmascarado –que en un par de años más fungiría de presidente de la república– todavía no se paseaba por ahí.
Recuerdo perfectamente esos bacanales de música y ron cuitado con emoliente, comida de carreta o al paso. Las largas conversas sobre música, arte y cultura popular y que casi siempre derivaban en política, porque la política era un artículo de pan llevar en las conciencias de esos años. El discurso quemaba en la boca de muchos y la lengua se descolgaba más de la cuenta. El decreto legislativo 046 de Belaunde Terry y el duro ministro de justicia, Felipe Osterling recién empezaba a escucharse relacionado con un caso de abigeos o de invasión extranjera que se irradiaba desde Ayacucho. El asunto concluía cuando Alipio en un arranque de histeria volteaba la carreta y los discos rodaban por la pista a la de Dios y había que recogerlos uno por uno y apaciguar al eufórico o eufóricos que casi siempre terminaban abrazados al pie de las escaleras de la universidad profiriendo palabras irreconocibles.
2
Llamo por teléfono a la fotógrafa Susana del Castillo Facho, quedamos en encontrarnos en un punto intermedio de la ciudad para acudir a una cita a la que no hemos sido invitados. Ella está en Breña y yo en Pueblo Libre. El camino es en línea recta, las líneas geodésicas o sinuosas las dejamos para después, así que no hay problema. El carro va por la avenida Brasil, bordea la plaza Bolognesi, sigue por la avenida Alfonso Ugarte, elude a unos perros vagabundos, a una tropa de gritantes de la academia Pedro Paulet, y recala a un costado de la plaza Unión, plaza proleta, rotonda provinciana donde todos miran con desconfianza y protegen sus bolsillos.
A mitad de uno de los puentes encontramos a un hombre sentado con una taza de plástico, tiene una pequeña ruma de vinilos y unos cuantos casetes. No me reconoce, después de treinta años, ya no queda nada del Alipio que conocí, seguro él afirma lo mismo de mí: no me reconoce. Me dice que le colabore, que le ayude, que está hasta las huevas, y le compro varios vinilos descascarados o rotos; mientras le pregunto por la gente de esa época, trato de hacerle la conversa, pero el hombre se siente molesto por la cámara fotográfica, le causa alergias. “No fotos”, me dice y se tapa la cara. “Aquí ha venido la gente de Lúcar y unos periodistas que hacen reportajes para canal 2 y los he tenido que botar. No me gustan las entrevistas. Qué es eso de estar preguntándole a uno por sus cosas. No me gusta nada”. Sí, Alipio, le digo, no te molestes. Por lo menos, me podrás contar qué fue de los otros amigos. “Sí, me dice. Te acuerdas de Felipe. Pobre Felipe. Se murió. Y Vicente, ese loco está con diabetes, se está muriendo, creo que le van a cortar las patas. Y el negro Rigo lo encontraron tieso en su casa. Ya ves amigo, de esa época ya no queda nada”. Regresaron a casa, le respondo. I’m going home. Sí, me dice, a lo Alvin Lee. El helicóptero de la canción queda zumbando en mis oídos. Imposible juntar a los viejos amigos. Imposible traerlos de vuelta. I’m going home, I’m going home, I’m going to see my baby.
3
Mick Jagger contó alguna vez que junto a Keith Richards recogían botellas en las calles con el fin de agenciarse un poco de dinero para comprar cuerdas para la guitarra. Lo mismo le pasó a muchos bluseros como Ike Turner, Little Milton, Rufus Thomas, B.B. King o ‘Howlin’ Wolf del pobrísimo Sun Studio –donde grabaría Elvis Presley–; quizás Wolf sea la imagen emblemática cuando canta How many more years (no confundir con How many more time de Led Zepellin) con un puñado de dólares en la mano a la amada que se va: I’m gonna fall on my knees, I’m gonna raise up my right hand/ Say I’d feel much better darling, if you’d just only understand, etc. Del mismo modo, Bob Marley vivía en una choza y, según cuenta su viuda Rita: “solo tenía un par de calzoncillos que –ella– lavaba todas las noches”, jugaba fútbol sin zapatos (la zapatilla siempre fue un lujo para los pobres jamaiquinos) y por eso se pinchó el pie con un clavo oxidado que luego le desencadenaría la muerte.
No obstante, si el rock y sus variantes se iniciaron con los negros cantando spirituals en las plantaciones de algodón y/o en los bajos fondos de la estratificación social, muchos de los principales propulsores y emblemas del rock terminaron compartiendo sus vidas con el jet set o con las alcurnias y realezas de sus tiempos. Mientras tanto, los seguidores y propulsores de este género casi siempre se quedaron en el mismo lugar: detrás de la mampara, a la expectativa viviendo de la gloria de sus ídolos. En suma, el rock contracultural, tal y como afirma Luis Britto García, ya fue absorbido en su totalidad y ahora es una mercancía para canalizar la rabia o el desencanto juvenil y no tan juvenil hacia planos más “estéticos” y/o pintorescos. El simple gusto.
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En el centro de Lima, era común ver al maestro Rigo arropado con una frazada marca Tigre (o marca Santa Catalina, su verdadero sello), tocando una guitarra despanzurrada. Rigo había formado parte de la mítica banda Los Dollars 500 que asoló los oídos del puerto chalaco en los años sesentas y que –según dicen muchos conocedores—llegó a grabar un 45. Lo cierto era que Rigoberto fabricaba guitarras, las hacía a medida con o sin palanca; modelos stratocaster, Gibson SG o Ibanez RG, etc., y siempre andaba con bellas mujeres, y sus amistades eran cultísimos anónimos como la filósofa argentina Marissa quien vivía en unos altos a una cuadra del Queirolo del jirón Quilca. Todo era felicidad para él, además de ser admirado por los músicos de la época. Usaba su cabello largo que acababa en una colita al estilo de la corte inglés del siglo XVIII. Unas semanas antes de partir nos encontramos en el chifa Hermanos de Jesús María, conversamos hasta las tres de la mañana sobre temas sucedáneos del rock y sobre su lamentable situación económica: estaba durmiendo en un garaje y realizaba algunos cachuelos que apenas le alcanzaban para pasar el día. También hablamos de su hermano, eximio guitarrista Edgar Casas, con quien tenía duelos guitarreros que duraban días o semanas. Y así nos despedimos con el sonido de los armónicos y el pasito aicidiciano de Angus Young que a veces le gustaba remedar a Rigo. Una noche el sueño se hizo largo y ya no despertó.
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Alipio agitando los brazos, me vuelve a hablar de Vicente Fú y otra vez en paso xendra volvemos a mediados de los ochentas, parados en la puerta del cine Saenz Peña en el Callao, recién se estrenaba el licor isopropílico Cien Fuegos y los grupos metal de aquella época ya empezaban con el estruendo: Almas Inmortales, Orgus, Anubis, etc.
Los jóvenes tomaban sendas bocanadas de pico del CF. A este oidor se le apagó el televisor, la gitana acompañante le logró despojar de su chamarra de cuero y todo lo que tenía en el bolsillo; y las cosas hubieran llegado a mayores, si Vicente no lo hubiera cargado o llevado a rastras para devolverlo a La Colmena. Ahí donde los días y las horas se medían con canciones, ahí donde una tarde podía ser The Mule y sus casi 30 minutos de duración o los solos kilométricos de Steve Ray Vaughan o los 55 minutos de Thick as a Brick de Jethro Tull.
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Regresando por la avenida Wilson nos encontramos con el nirvanero Christian que toca canciones con una guitarra eléctrica enchufada a un pequeño amplificador artesanal; también tiene un parante y un micrófono de botellero. A su costado hay un plato de sopa que funge de recipiente para que los transeúntes dejen sus monedas sin interrumpir la música. I’m worse at what I do best/ And for this gift I feel blessed/ Our little group has always been/ And always will until the end/ Hello, hello, hello, how low?
Por la radio anuncian un homenaje y colaboración a Gerardo Manuel, otrora hombre fuerte del rock en el Perú, con su Disco Club y su grupo El Humo; ahora, sin embargo, no tiene seguro y tiene que costear los gastos del señor Parkinson.
El reconvertido al cristianismo y legendario promotor del rock, Lucho Aguilar refiere que Coco Cotos, músico de Los Silverston, se encuentra grave y abandonado a su suerte. Carlos Rodríguez, un viejo periodista y administrador de una galería roquera de la avenida Brasil, me da mayores datos: “Huy, ¡carajo!, me dice –al modo de The Howl de Ginsberg y su visión apocalíptica–, el hombre está mal. Y como él, he visto a muchos roqueros abandonados a su suerte. Sin seguro. Sin jubilación. Lo que pasa es que viven la vida rápidamente sin pensar en el mañana y cuando se les acaba la juventud se quedan en la calle”.
Es hora de regresar a casa. El tráfico atascado por una eventual marcha antiminera obliga al carro a voltear por la Colmena. Viejos recuerdos de neón se esparcen en el aire. Ahí se encuentra otra vez Alipio parado en la avenida haciendo “el remolino”, girando sobre sus macarios con los brazos abiertos y la cara mojada por la lluvia y dando de patadas a sus discos que vuelan en el aire como palomas y que esta vez, con seguridad nadie los recogerá.
*
El streaking fue una protesta de desnudos que sacudió la mojigatería limeña a mediados de los setentas. Consistía en desnudarse en plena vía pública y correr por las calles o cruzar una pista donde lo esperaban los amigos o auxiliares para devolverle las ropas. Uno de los lugares de mayores demostraciones de streaking fue la plaza san Martín. Aunque el principal componente era político –recordemos la guerra fría USA-URSS y que el gobierno militar de Velasco había iniciado las expropiaciones–, muchos solo veían un acto de exhibicionismo muy aprovechado por las revistas de la época como Caretas que mensualmente publicaba su secuencia de fotos de los streakings limeños. Los roqueros de aquellas épocas también se sumaron a las protestas y corrieron desnudos por las principales calles de la capital. Quizás la moda se impulsó cuando en 1974 el actor Robert Opel, en una de las ceremonias del Oscar, corrió sin ninguna prenda detrás del presentador David Niven.
ENTREVISTA PUBLICADA EN LA REVISTA IMPRESA LIMA GRIS N° 6 LA PUEDES DESCARGAR AQUÍ https://www.limagris.com/descarga-la-revista-lima-gris-n-6-con-solo-un-click/
Rodolfo Ybarra. Ha estudiado matemática pura, física, electrónica y comunicaciones. Ha publicado una veintena de textos entre novelas, cuentos, poemarios y ensayos. Ha dirigido un programa de televisión de contracultura y política, y editado revistas y fanzines. Se expresa también vía el vídeo y la música. Desde el 2007 maneja el blog www.rodolfoybarra.blogspot.com.
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Periodista de «Tv Perú» pide ayuda urgente y se derrumba todo lo que nos cuentan por televisión. Se trata de Brenda Osorio Roca, quien trabaja en el área de producción de canal 7 Tv Perú, y que ha denunciado, vía su cuenta de Facebook, que su madre se encuentra grave y que no tiene cama y que los del Minsa, en dos semanas de estar llamando por teléfono, no han llegado; así como la dramática situación de su esposo que se encuentra con oxígeno alquilado particularmente.
Aquí su testimonio:
“Me dediqué por semanas a las actividades del presidente sin pensar que me volvería parte de la noticia, soy periodista y estoy contagiada con COVID-19, contagié a toda mi familia, ahora mi madre lucha por su vida sin oportunidades.
Dónde están las camas de UCI? Mi mamá está luchando por su vida y esperando en el hospital de Collique en Comas donde ya no hay ninguna disponible, hace tres días no nos llaman para avisarnos de su estado (tenemos derechos como familiares).
Hace dos semanas y nadie del Minsa ha venido a hacernos las pruebas ni moniterearnos, de manera particular hemos logrado confirmar lo que tanto temíamos.
Por favor ayúdenme para que le den una oportunidad de vida a mi madre Norma Rocca Leguía.
(…) “Mi esposo está con oxígeno alquilado por nosotros (en casa) dio positivo. Se hizo la prueba en una clínica. Recién hoy (domingo 3 de mayo) ha venido personal de la Villa Panamericana y todos los demás hemos dado positivos”, indicó. Sin embargo, pese a dar positivo a la enfermedad, afirma no les brindaron alguna solución médica.
Asimismo, ante este llamado de urgencia diferentes autoridades han hecho eco del mismo. Entre ellos, el congresista Gino Costa quien, vía twitter, pidió una respuesta inmediata del @Minsa_Peru y @EsSaludPeru. Finalmente, la Defensoría del Pueblo ya tomó cartas en el asunto.
No hay palabras, señores. Esto es el Perú real. No el que nos venden por televisión. No el que imaginan los ministros y las autoridades: Teodocia Méndez había traído a Lima a su pequeño hijo para un tratamiento del estómago cuando la sorprendió la cuarentena y tuvo que quedarse en un cuarto alquilado por todo este tiempo. Y ante el hambre, la falta de dinero y el nulo apoyo de las autoridades, decidió caminar hacia su tierra Huaraz.
En el camino, la gente solidaria la apoyaba cargando al niño convaleciente por tramos y alcanzándole el poco alimento y agua que tenían consigo, hasta que en el trayecto de Tunan-Huaricanga-Chasquitambo, después de mucho dolor y sufrimiento, el pequeño niño de 3 años dejó de respirar en los brazos de su madre.
Los demás caminantes acudieron en el auxilio de Teodosia, pero nada pudieron hacer. Recién en la zona de Chasquitambo, carretera de penetración Huaraz-Pativilca, la Policía Nacional auxilió a la madre de familia conduciéndola hacia el hospital de Barranca donde los médicos certificaron el cadáver del pequeño
En estos momentos, las autoridades provinciales cumpliendo los protocoles de ley, realizan los trámites correspondientes y así trasladar el cuerpo del niño de iniciales M.T.B. a Pomabamba donde se encuentran sus familiares para darle la última despedida.
Este es el verdadero Perú que duele en el alma, señores. El Perú de las enormes desigualdades. El Perú que tiene hambre y no tiene trabajo. El Perú que tiene enfermedades pero no tiene la cura. El Perú que no sale en los noticieros y el que los políticos obvian y ocultan en sus mensajes y peroratas.
Las cárceles se levantan porque hay cientos de presos enfermos con coronavirus y el estado no hace nada. No hay mascarillas. No han sido aislados (no hay donde) y no hay medicinas. Y no hay ninguna medida sanitaria, eso aparte del brutal hacinamiento y otras enfermedades preexistentes como la tuberculosis MDR. Y qué hace Vizcarra, pues los manda a masacrar. Resultado: 8 personas fallecidas y decenas de heridos. Esto aparte de los muertos por Covid-19 y que se quiere minimizar diciendo que solo son 500 los infectados.
Para los que entienden que un penal guarda solo a gente que más bien debiéramos exterminar, hay que recordar que más de la mitad de la población carcelaria no tienen juicio o están en prisión preventiva. Y casi 2700 lo están por no haber pagado la pensión a sus hijos y, en muchos casos, son padres que no tienen trabajo y que seguro se quedaran más tiempo presos porque a estas alturas son pocos los que podrían tener o conservar un empleo.
A esto hay que agregarle que Antauro Humala ha dado positivo, habiéndose hecho dos veces las pruebas rápida que, como sabemos, no sirven para nada y recién el sábado 25 se le hizo una prueba molecular y arrojó que tiene Covid-19. El partido etnocacerista sacó un comunicado donde “responsabiliza al gobierno por este hecho, ya que el mayor Antauro es un preso político, a quien se le mantiene en la práctica secuestrado hace quince años siendo inocente de los crímenes que se le acusa (homicidio y secuestro), utilizando un juicio viciado en el que, entre otras atrocidades, el poder judicial se negó a realizar la imprescindible reconstrucción de los hechos. Por otra parte, la defensa del mayor Antauro había solicitado el 31 de marzo que se le examine en un hospital a través de un habeas corpus, pues estuvo expuesto a personal sospechoso de infección con coronavirus; sin embargo, este fue rechazado. Hoy el mayor Antauro presenta síntomas tales como dolor de garganta, fiebre y tos, y su salud y vida están en riesgo. Exhortamos a las autoridades competentes a que se le dé inmediata y adecuada atención en un hospital, lo cual el Grupo Parlamentario Etnocacerista verificará que se cumpla.”
Algo que es importante y grave es que los presos reciben visitas de familiares y están siendo fajas de conducción de la peste, infectando y reinfectando a la sociedad civil. Por cualquier lado, es lamentable que Vizcarra y sus genios inútiles no se den cuenta de que los problemas se preveen y se solucionan inmediatamente, no después cuando ya no hay nada que hacer.
Escribe: Rodolfo Ybarra
Falleció Margarito Machahuay, el gigante de Óscar Wilde, y, más, el gran gigante bonachón de Roald Dahl. Y ahora se va nuestro Supermán cholo, nuestro amigo de las calles que una vez por Las Carrozas, en Barrios Altos, nos salvó el pellejo. Cómo olvidar tu abrazo solidario, viejo amigo. Buen viaje, Margarito!!! Buen viaje, Avelino!!! Nuestros superhéroes nos están dejando solos.
Esteban Avelino Chávez Martínez, el verdadero nombre de nuestro superhéroe, nunca subió a un avión, nunca encontró a su Superchica, nunca levantó su mano contra nadie. Alguna vez se disfrazó del che Guevara, y, la responsabilidad del personaje, lo llevó a vestirse mejor de Supermán, alguien con superpoderes para combatir a los malvados y tan lejano como Hollywood. No obstante, su planeta Krypton siempre fue el centro de Lima cuando deambulaba por la plaza de Armas o por el Jirón de la Unión, con el brazo arriba en señal de vuelo y las estatuas humanas lo saludaban y hasta lo reverenciaban, pues él siempre fue el veterano de los personajes callejeros limensis.
Los niños se le acercaban para tomarse una foto y los turistas lo retrataban como símbolo de un Perú que pocos pueden entender. Una vez, en una entrevista para el diario El Trome, le preguntaron cuánto había logrado recaudar para operarse del glaucoma en Cuba, y nuestro Supermán cholo volteó para un lado, escarbó en su bolsillo y dijo que solo tenía 9 soles; y apuntó: “Nunca pude ahorrar, porque en mi casa somos pobres y siempre había gastos”. Ahí también dijo que los verdaderos superhéroes son los que luchan, trabajan y salen adelante por su familia.
Seguro hay muchos anécdotas con este querido personaje. Solo diré que un día, hace unos años, estaba haciendo un trabajo periodístico, cerca a la temible Huerta Perdida, y ya llegando a Las Carrozas, unos delincuentes con cuchillos en mano me cerraron el paso. Y de pronto, de la nada, salió Avelino, el Supermán cholo y les habló a los facinerosos: él es mi amigo. Y me sacó de ese escenario como un Deus ex machina y nos fuimos a tomar una gaseosa.
Gracias por darle alegría a nuestro pueblo, gran Avelino, nuestro Superman Cholo. Seguro te vas acompañado de otro grande de verdad como Margarito Machihuay. Que la Tierra les sea leve.
Escribe: Rodolfo Ybarra
En esto, sí, creo, nadie nos gana ni siquiera Francia, España o Italia. Y a la falta de respiradores artificiales, trajes especiales para nuestros médicos o de camas UCI, ya tenemos «Comando Humanitario» para recoger cadáveres. Incluso el alcalde Forsyth, de La Victoria, ha mandado a hacer bolsas de óbito a los comerciantes de Gamarra (o sea, «damos trabajo en plena crisis», y, además, dice que sabe exactamente cuántos van a morir!!!). Y en provincias, como en Ascope o en Chiclayo, los alcaldes y gobiernos regionales están comprando, al ‘gana gana’, terrenos o rellenos sanitarios para hacer fosas comunes y quemar a los muertos que os agradecerán por tan enorme esfuerzo de no dejarlos tirados en la calle a vista y paciencia del respetable. Los traficantes de tierras prenden velas al nuevo dios Covid-19.
Apuntemos que el Coronavirus mata a los de arriba y a los de abajo. No escatima en sexos. Niño, joven o anciano. Todo vale. Los cálculos ya están dados y el porcentaje de muerte es del 3 al 5 %. Esto significa que si toda la población peruana se infectara, tendríamos entre uno y dos millones de muertos. (¡Gran negocio para los enterradores y agencias funerarias que están haciendo su agosto!).
Hace poco Chile tenía el doble de infectados que Perú, pero tenía muchos menos muertos que nosotros porque aquí los sistemas de salud están colapsados desde hace años y lo que nadie nombra es las otras enfermedades endémicas como la TBC multidrogoresistente, el raquitismo, la malaria o la anemia, etc., y que nuestro país está mal alimentado, desnutrido, pura comida chatarra, puro arroz, fideos y papas fritas, puro carbohidratos son el menú de millones de enclenques peruanos. Nuestro panorama es sombrío hasta para el más optimista. Solo ver los testimonios de los médicos y de los enfermeros que están desertando es lastimoso y pinta de cuerpo entero la verdadera situación que estamos pasando.
Pero, no nos acongojemos. Y como medida de refuerzo a estas medidas de salubridad, todo enfermo de Covid-19 es mandado a su casa a pasar su cuarentena y a morir tranquilamente en paz y en armonía con el universo. El estado asegura el recojo de los cadáveres de manera aséptica y sin más complicaciones. “El grupo humanitario que hemos creado responde a la necesidad de manejar los cadáveres con mucha dignidad y respeto”, agregó el titular de la cartera de salud. Por eso, pide a los familiares hacerse a un lado y dejar que el personal especializado haga lo que tenga que hacer para lo cual se cumplirá con un protocolo y el apoyo de nuestra gloriosa Policía Nacional del Perú que estrena trajes especiales para estos casos. Pero, eso sí, quedan abolidas las ceremonias y los sacerdotes tendrán que echar los santos óleos o despedir a los finados por streaming, faceboock o WhatsApp. Las flores serán de plástico o, mejor, virtuales con emoji.
¡Patria o Muerte, Venceremos!
Pasen la voz.
Actualidad
DONALD TRUMP, RICARDO PALMA, ANTONIO RAIMONDI Y EL CORONAVIRUS
Published
5 años agoon
12/04/2020Escribe: Rodolfo Ybarra
La papa, un tubérculo propio del Perú, al que los incas le extrajeron el ácido prúsico (un veneno), salvó de la hambruna al mundo en las épocas de la pestes europeas. “Literalmente el mundo le debe la vida al Perú y a la papa”, repetía nuestro maestro Virgilio Roel. Y ahora, los estudios indican que la hidroxicloroquina podría ayudar a combatir el Coronavirus. Y la hidroxicloroquina se extrae de la quina, el arbolito que sale en nuestro escudo nacional y que, por cientos de años, los nativos peruanos la han usado para combatir el paludismo, la terciana o la malaria.
Esto pone al Perú otra vez como farmacosalvador y herbolario del mundo. Incluso Donald Trump (que se roba todo) ha pedido a sus laboratorios que le produzcan este medicamento a toda máquina y sin poner peros: “No tenemos tiempo para decir: ‘Venga, vamos a tomarnos un par de años para probarlo’, y vamos a probar con tubos de ensayo y laboratorios. Me encantaría hacerlo, pero tenemos a gente muriéndose hoy”. Y más, ha generado que las farmacéuticas que producen quinina industrial, suban sus acciones en un 15%. Y que todos los laboratorios del mundo pongan sus ojos en el Perú.
Mientras tanto, aquí, en nuestra amazonía, este remedio se sigue produciendo de manera artesanal cortando trozos del árbol de la quina y metiéndolo en una botella para que se fermente con aguardiente y miel por varios días. Y que, en Lima, lo podíamos encontrar en los mercados artesanales o en las ferias provinciales que llegan todos los años en diciembre (la hemos visto en “La Feria de los Deseos” del Campo de Marte). Habría que recordar que en el año 1629, una epidemia de Malaria mató a 27 cardenales en Roma y la quinina peruana le puso fin. Y curó al hijo de Luis XIV rey de Francia. Igual en la Segunda Guerra Mundial salvó a miles de soldados norteamericanos que combatían en el Pacífico y que habían contraído la malaria. En esos años, el Perú le había declarado la guerra a Alemania y como parte de su aporte en la lucha con el Eje, donó cientos de árboles de quina que ocasionó la depredación casi total de este árbol milenario y milagroso.
Don Antonio Raimondi menciona que “El género Chincona comprende muchas especies útiles a la Medicina, suministrando las preciosas cortezas que se conocen en el comercio con el nombre de Cascarilla, de la que se extrae el más activo y seguro febrífugo que posee la Terapéutica, esto es, la Quinina”. Agrega que “Para beneficiar la Cascarilla se usa cortar el árbol casi a raíz de la tierra, quitarle su epidermis, dividir su corteza en muchas tiritas, que se despegan por medio de un cuchillo, y en seguida se hacen secar al sol; la corteza de las pequeñas ramas, siendo delgada, se enrosca sobre sí misma, y constituye la Cascarilla en canuto; la de las ramas más grandes y la del tronco, se somete a una presión, de modo que quede en pedazos llanos. En fin, para expedirla a Europa, se envuelve la corteza en cueros frescos, los que, secándose, se contraen y adquiere una gran solidez y constituyen los fardos que se conocen con el nombre de zurrones” (Raimondi 1857: Elementos de la botánica aplicada a la medicina y a la industria en los cuales se trata especialmente de las plantas del Perú. Pgs. 194, 196).
Por cierto, en una de sus tradiciones, don Ricardo Palma narra cómo la bella Condesa de Chinchón, que pintó Goya en uno de sus celebrados cuadros y que fue la esposa del XIV virrey del Perú, don Luis Jerónimo Fernández Bobadilla y Mendoza, se salvó milagrosamente de morir cuando ya había sido desahuciada por los médicos de la época. Y lo hizo bebiendo los polvos del árbol de la quina. La historia de RP, muy avisado y siempre dado a más sentidos que el literal, se tituló: “Los polvos de la Condesa”. Ese milagro médico relacionado a tan afamado personaje, dio el nombre científico a nuestra quina: Cinchona officinalis. La incluimos aquí como un homenaje a este arbolito que pocos conocen y que muchas veces confunden con el árbol del ficus. Y de hecho el árbol que aparece en nuestra bandera propuesto por Bolívar en 1825, en muchos casos, no es la quina, sino el ficus, tal y como afirma el investigador Roque Rodríguez: “Ese ejemplar copioso del distrito de Tinco, en la región Ancash, que sirvió de modelo para el escudo no oficial, no es quina ni ningún género de cinchona, sino un ficus, que fue tomado por lo frondoso y hermoso”.
Finalmente, la quina viene también incluida en nuestra bebida de sabor nacional, el pisco sour, en forma de agua tónica y del amargo de angostura. Todo vale en estos tiempos de Coronavirus. Están servidos y aprovechemos los últimos 500 árboles de quina que quedan en el Perú. Nuestro arbolito y símbolo patrio en extinción.
Salud y leamos.
LOS POLVOS DE LA CONDESA / Ricardo Palma (1833-1919)
I
En una tarde de junio de 1631 las campanas todas de las iglesias de Lima plañían fúnebres rogativas, y los monjes de las cuatro órdenes religiosas que a la sazón existían, congregados en pleno coro, entonaban salmos y preces.
Los habitantes de la tres veces coronada ciudad cruzaban por los sitios en que sesenta años después el virrey conde de la Monclova debía construir los portales de Escribanos y Botoneros, deteniéndose frente a la puerta lateral de palacio.
En éste todo se volvía entradas y salidas de personajes más o menos caracterizados.
No se diría sino que acababa de dar fondo en el Callao un galeón con importantísimas nuevas de España, ¡tanta era la agitación palaciega y popular!, o que como en nuestros democráticos días se estaba realizando uno de aquellos golpes de teatro a que sabe dar pronto término la justicia de cuerda y hoguera.
Los sucesos, como el agua, deben beberse en la fuente; y por esto, con venia del capitán de arcabuceros que está de facción en la susodicha puerta, penetraremos, lector, si te place mi compañía, en un recamarín de palacio.
Hallábanse en él el Excmo. Sr. D. Luis Jerónimo Fernández de Cabrera Bobadilla y Mendoza, conde de Chinchón, virrey de estos reinos del Perú por S. M. D. Felipe IV, y su íntimo amigo el marqués de Corpa. Ambos estaban silenciosos y mirando con avidez hacia una puerta de escape, la que al abrirse dio paso a un nuevo personaje.
Era éste un anciano. Vestía calzón de paño negro a media pierna, zapatos de pana con hebillas de piedra, casaca y chaleco de terciopelo, pendiendo de este último una gruesa cadena de plata con hermosísimos sellos. Si añadimos que gastaba guantes de gamuza, habrá el lector conocido el perfecto tipo de un esculapio de aquella época.
El doctor Juan de Vega, nativo de Cataluña y recién llegado al Perú, en calidad de médico de la casa del virrey, era una de las lumbreras de la ciencia que enseña a matar por medio de un récipe.
-¿Y bien, D. Juan? -le interrogó el virrey más con la mirada que con la palabra.
-Señor, no hay esperanza. Sólo un milagro puede salvar a doña Francisca.
Y D. Juan se retiró con aire compungido.
Este corto diálogo basta para que el lector menos avisado conozca de qué se trata.
El virrey había llegado a Lima en enero de 1639, y dos meses más tarde su bellísima y joven esposa doña Francisca Henríquez de Ribera, a la que había desembarcado en Paita para no exponerla a los azares de un probable combate naval con los piratas. Algún tiempo después se sintió la virreina atacada de esa fiebre periódica que se designa con el nombre de terciana y que era conocida por los incas como endémica en el valle del Rimac.
Sabido es que cuando en 1378 Pachacutec envió un ejército de treinta mil cuzqueños a la conquista de Pachacamac, perdió lo más florido de sus tropas a estragos de la terciana. En los primeros siglos de la dominación europea, los españoles que se avecindaban en Lima pagaban también tributo a esta terrible enfermedad, de la que muchos sanaban sin específico conocido y a no pocos arrebataba el mal.
La condesa de Chinchón estaba desahuciada. La ciencia, por boca de su oráculo D. Juan de Vega, había fallado.
-¡Tan joven y tan bella! -decía a su amigo el desconsolado esposo-. ¡Pobre Francisca! ¿Quién te habría dicho que no volverías a ver tu cielo de Castilla ni los cármenes de Granada? ¡Dios mío! ¡Un milagro, Señor, un milagro!…
-Se salvará la condesa, excelentísimo señor -contestó una voz en puerta de la habitación.
El virrey se volvió sorprendido. Era un sacerdote, un hijo de Ignacio de Loyola, el que había pronunciado tan consoladoras palabras.
El conde de Chinchón se inclinó ante el jesuita. Este continuó:
-Quiero ver a la virreina, tenga vuecencia fe y Dios hará, el resto.
El virrey condujo al sacerdote al lecho de la moribunda.
II
Suspendamos nuestra narración para trazar muy a la ligera el cuadro de la época del gobierno de D. Luis Jerónimo Fernández de Cabrera, hijo de Madrid, comendador de Criptana entre los caballeros de Santiago, alcaide del alcázar de Segovia, tesorero de Aragón y cuarto conde de Chinchón, que ejerció el mando desde 14 de enero de 1629 hasta el 18 del mismo mes de 1639.
Amenazado el Pacífico por los portugueses y por la flotilla del pirata holandés Pie de palo, gran parte de la actividad del conde de Chinchón se consagró a poner al Callao y la escuadra en actitud de defensa. Envió además a Chile mil hombres contra los araucanos y tres expediciones contra algunas tribus de Puno, Tucumán y Paraguay.
Para sostener el caprichoso lujo de Felipe IV y sus cortesanos, tuvo la América que contribuir con daño de su prosperidad. Hubo exceso de impuestos y gabelas, que el comercio de Lima se vio forzado a soportar.
Data de entonces la decadencia de los minerales de Potosí y Huancavelica, a la vez que el descubrimiento de las vetas de Bombón y Caylloma.
Fue bajo el gobierno de este virrey cuando en 1635 aconteció la famosa quiebra del banquero Juan de la Cueva, en cuyo banco -dice Lorente- tenían suma confianza así los particulares como el gobierno. Esa quiebra se conmemoró, hasta hace poco, con la mojiganga llamada Juan de la Cova, coscoroba.
El conde de Chinchón fue tan fanático como cumplía a un cristiano viejo. Lo comprueban muchas de sus disposiciones. Ningún naviero podía recibir pasajeros a bordo, si previamente no exhibían una cédula de constancia de haber confesado y comulgado la víspera. Los soldados estaban también obligados, bajo severas penas, a llenar cada año este precepto, y se prohibió que en los días de Cuaresma se juntasen hombres y mujeres en un mismo templo.
Como lo hemos escrito en nuestros Anales de la Inquisición de Lima, fue esta, la época en que más víctimas sacrificó el implacable tribunal de la fe. Bastaba ser portugués y tener fortuna para verse sepultado en las mazmorras del Santo Oficio. En uno solo de los tres autos de fe a que asistió el conde de Chinchón fueron quemados once judíos portugueses, acaudalados comerciantes de Lima.
Hemos leído en el librejo del duque de Frías que en la primera visita de cárceles a que asistió el conde se le hizo relación de una causa seguida a un caballero de Quito, acusado de haber pretendido sublevarse contra el monarca. De los autos dedujo el virrey que todo era calumnia, y mandó poner en libertad al preso, autorizándole para volver a Quito y dándole seis meses de plazo para que sublevase el territorio; entendiéndose que si no lo conseguía, pagarían los delatores las costas del proceso y los perjuicios sufridos por el caballero.
¡Hábil manera de castigar envidiosos y denunciantes infames!
Alguna quisquilla debió tener su excelencia con las limeñas cuando en dos ocasiones promulgó bando contra las tapadas; las que, forzoso es decirlo, hicieron con ellos papillotas y tirabuzones. Legislar contra las mujeres ha sido y será siempre sermón perdido.
III
Volvamos a la virreina, que dejamos moribunda en el lecho.
Un mes después se daba una gran fiesta en palacio en celebración del restablecimiento de doña Francisca.
La virtud febrífuga de la cascarilla quedaba descubierta.
Atacado de fiebres un indio de Loja llamado Pedro de Leyva, bebió para calmar los ardores de la sed del agua de un remanso, en cuyas orillas crecían algunos árboles de quina. Salvado así, hizo la experiencia de dar de beber a otros enfermos del mismo mal cántaros de agua en los que depositaba raíces de cascarilla. Con su descubrimiento vino a Lima y lo comunicó a un jesuita, el que, realizando la feliz curación de la virreina, hizo a la humanidad mayor servicio que el fraile que inventó la pólvora.
Los jesuitas guardaron por algunos años el secreto, y a ellos acudía todo el que era atacado de tercianas. Por eso, durante mucho tiempo, los polvos de la corteza de quina se conocieron con el nombre de polvos de los jesuitas.
El doctor Scrivener dice que un médico inglés, Mr. Talbot, curó con la quinina al príncipe de Condé, al delfín, a Colbert y otros personajes, vendiendo el secreto al gobierno francés por una suma considerable y una pensión vitalicia.
Linneo, tributando en ello un homenaje a la virreina condesa de Chinchón, señaló a la quina el nombre que hoy le da la ciencia: Chinchona.
Mendiburu dice que al principio encontró el uso de la quina fuerte oposición en Europa, y que en Salamanca se sostuvo que caía en pecado mortal el médico que la recetaba, pues sus virtudes eran debidas a pacto de los peruanos con el diablo.
En cuanto al pueblo de Lima, hasta hace pocos años conocía los polvos de la corteza de este árbol maravilloso con el nombre de polvos de la condesa.
Ricardo Palma
Lima, Octubre 15, 1872
Escribe: Rodolfo Ybarra
Ya que las tácticas y estrategias de Vizcarra no están funcionando, o, por lo menos, no como debieran, en parte por esos «tecnócratas» fracasados que lo acompañan en el «Comando Covid-19». Y también debido a la falta de pruebas moleculares y rápidas, la escasa tecnología que manejamos y que se han empleado en Wuhan China para acabar con esta peste, como son los cascos inteligentes con cámaras térmicas para medir temperatura corporal en un radio de 5 metros y con alarma o los teledrones para transportar medicinas y alimentos o asignados a la vigilancia, o los salvoconductos que generan código QR con sistema de semáforo (rojo-amarillo-verde) para transitar según estado de salud en últimos 14 días, etc., PROPONGO que la Fuerza Aérea fumigue la ciudad de Lima, la que concentra más del 70% de infectados, con poderosos somníferos y nos pongan a dormir a todos hasta que la peste se extinga o muera por inanición. Así ya no consumiremos alimentos, no habrá recibos de agua, luz o internet o gastos de gasfitería por los desagües atorados, o ganas de darnos un par de vueltas por la realidad.
En caso de que la Fuerza Aérea no esté en capacidad de esta labor onírica, se puede apelar a comprar unos cuantos miles de arrobas de valeriana y vaciarlos en la Atarjea y así todos los ciudadanos de Lima beberán y dormirán de lo lindo por un tiempo prolongado o lo que demore esta jodida cuarentena. Todo quedará en manos de un equipo especial de las Fuerzas Armadas, Defensoría del Pueblo y representantes democráticamente elegidos del FREPAP. (¡Líbranos de todo mal, oh purpurado Ataucusi!)
Y así se evitará el contagio de persona a persona, y, en un par de semanas, o un poco más, todos volveremos a la normalidad como si nada hubiese pasado. Y, como un plan de acción oportunista, recomendamos que mientras los más 10 millones de limeños duermen la mona, la gloriosa banda de la Guardia República (¡existe?) nos acompañe con su tocada marcial. Y que, por horas, se dicten clases masivas de urbanismo con megáfonos puestos en todas las esquinas de Lima-limón. A ver si así cambiamos algo. ¡Aprendemos mientras dormimos! También se pueden enseñar clases de inglés, francés, ruso o chino para hablar en el lenguaje de este maldito virus con corona. Y por las noches que toquen todos los Nocturnos de Chopin.
PD: Este texto está dedicado a nuestro amigo Demóstenes Mamani, fallecido de Coronavirus en España. También va dirigido a nuestro buen amigo RFG, paciente extemporáneo de Covid-19, que ha sido puesto en cuidados intensivos y que se rió mucho con esta parodia solo hace unos días. Recupérate amigo. Y ríamos, mantengamos el sistema inmunológico arriba que es al final de cuentas lo único y último que nos puede defender de esta peste. ¡Avanti popolo!
Escribe: Rodolfo Ybarra
I
Feliz cumpleaños Oswaldo Reynoso, amigo, maestro. Seguro más tarde celebraremos con otros cófrades almorzando o cenando en el D’Giulio o en Tabla Caliente de San Felipe junto a nuestro querido amigo freiriano José Rouillon que ahora también te acompaña en el cielo.
Te dejo este post como una flor.
II
Un año más sin Oswaldo Reynoso.
Revisando unos papeles encontré esta nota de O.R. Algunas veces le acompañé a conseguir diversas prendas. Él era muy exigente con sus sacos y con sus camisas, le gustaba que le queden a la talla y sin nada de arrugas. Lo último que me pidió que le buscara fue un saco de cuero negro con bolsillos en los costados, estilo medio rocker. Y se lo conseguí. Fue todo un honor, maestro, amigo, hermano, gran timonel de las letras peruanas.
Ah, por cierto, para los que piensen que hay algo de frivolidad en todo esto, un día le dije que había encontrado un saco de un muerto que podía ser su talla y él me dijo que no importaba y mejor, pues, si era reciclado. El legado de O.R. es enorme y no solo es literario.
III
Este texto regresa de la nube y aquí lo dejo:
Adiós Oswaldo Reynoso, mi amigo, mi hermano, mi maestro, el que siempre habló claro y con la verdad, el que nunca se calló, el que siempre enseñó con el ejemplo, aún en las épocas más difíciles cuando levantar la voz era un peligro para todos. Recuerdo cuando me escapaba de mis clases de Redacción Periodística y te visitaba en tu casa de Jesús María y me recibías amablemente y yo me quedaba hurgando en tu biblioteca, en tus papeles y en tu vieja máquina de escribir Olivetti Lettera 32 y tú me decías: “Ybarra, yo era como tú…”. Y francamente no sabía a qué te referías, si a mi curiosidad o a esto de estar siempre inquieto buscando algo al fondo de las cosas. O cuando nos reuníamos, a mediados de los noventas, en la casa del novelista Manuel Rilo, en Barrios Altos, junto a otros amigos, para cocinar y conversar y hablar de esto que es la literatura, los buenos cuentos, los buenos poemas. (“Mira, Ybarra, ya a nadie le interesa la buena prosa, ahora todos quieren escribir por escribir…”). Hace poco tiempo nos encontramos en un bar de san Felipe y nos enseñaste, a mí y a Isela de Sirona, todos tus rayos x y demás resultados médicos, y nos dijiste “para qué quiero todo esto, si lo que quiero es tener calidad de vida”. Y terminaste lanzando todos esos papeles al piso. “A la m… con la medicina, ya estoy viejo para esto”. Y pediste una gaseosa y una cerveza. Y brindamos por el encuentro y por, después de tantas cosas, estar todavía vivos y por caminar bajo los árboles de esta Lima, la horrible, donde las letras valen menos sin tu pluma, ágil, poética, aguda y ácida como las lágrimas. Hasta siempre don Oswaldo Reynoso, de verdad te vamos a extrañar.
IV
«Algún día encontrarás un corazón a la altura de tu inocencia». OR.
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