El búho insomne / J. Rosas Ribeyro
ROBERTO BOLAÑO, MARIO SANTIAGO, EL INFRARREALISMO Y YO
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11 años agoon
Bolaño en Chapultepec, fotografía tomada por José Rosas Ribeyro
1. Infrarrealismo. El infrarrealismo no tenía un ideario ni una estética, era una rebeldía antisistema, una oposición a las mafias literarias, la afirmación de una literatura perturbadora, quitasueño, inconforme, una apertura al mundo. La literatura como un fuego que quema al que la escribe y al que la lee, una literatura íntimamente ligada a la vida; una ruptura, una búsqueda. Más negación que afirmación. Es imposible decir cómo nació y cuándo exactamente. A finales de 1975 se reunieron en casa de Bruno Montané varios poetas jóvenes y de allí salieron unos manifiestos individuales que nadie más firmó aparte de sus propios autores: Mario Santiago y Roberto Bolaño. En ese momento yo no había llegado aún a México.
Pero el infrarrealismo en movimiento (y no como movimiento) nació unos meses más tarde, cuando yo ya había conocido a Roberto y Mario en la Casa del Lago, un centro cultural de la UNAM. Y nació en el café La Habana entre conversaciones interminables y larguísimas caminatas sin rumbo por las calles del DF. Así comenzamos a ponerle bombas de poesía a la república literaria de los licenciados, a los escritores que eran a la vez secretarios de algún secretario de gobernación o de otra cosa y a los cortesanos de todo pelaje. El infrarrealismo nunca fue un grupo organizado ni nada por el estilo. Lo integrábamos informalmente Roberto y Mario, Bruno Montané, los hermanos Méndez, José Peguero y Lupe Ochoa, Rubén Medina, Jorge Hernández (quien después pasó a llamarse “Piel Divina”) y yo. Eran los años del sexenio de Luis Echeverría, quien, en 1968, como secretario de gobernación, había sido responsable directo de la masacre de Tlatelolco. Y si bien ese hecho estaba aún muy vivo en las conciencias, entre los infrarrealistas casi nunca se discutía de política aunque había una tácita posición común de rechazo al PRI, el eterno partido gobernante y a todo lo que oliera a “nacionalismo revolucionario”.
Yo a veces conversaba sobre temas políticos con Roberto Bolaño porque él había tenido una experiencia concreta ligada a la caída del gobierno de la Unidad Popular en Chile y la sangrante y mortífera imposición de la dictadura de Pinochet, y yo había sido expulsado del Perú y enviado a México por la engañosa dictadura de Velasco Alvarado. Cuando discrepamos más Roberto y yo fue cuando ocurrió la expulsión de Octavio Paz a la cabeza de la revista Pluraly su reemplazo por unos escritorzuelos que se decían “izquierdistas”. Bolaño decidió conseguir un espacio en la nueva versión de la revista y así, a través de él y de su pluma, se publicaron allí algunos textos infrarrealistas, desgraciadamente al lado de un máximo de mediocridad creativa e intelectual. Yo nunca estuve de acuerdo con esta posición suya que me pareció muy oportunista.
2. Cómo conocí a Roberto Bolaño y Mario Santiago. A finales de 1975 los dos cabecillas infras animaban en la Casa del Lago unas lecturas semanales de poesía joven de Latinoamérica y otros lugares. En compañía de mi pareja de aquel entonces, la escultora Magarita Caballero, quien me había pasado el dato, asistí a un recital sobre poesía peruana. Y así fue como descubrí en una tarima, sentados detrás de una larga mesa, a dos jóvenes greñudos como yo que no paraban de fumar mientras leían con brío poemas de algunos amigos de Lima: Jorge Pimentel, José Watanabe, Tulio Mora, Manuel Morales, Elqui Burgos, Balo Sánchez León, Enrique Verástegui y algunos más. Ya para entonces mi sorpresa era mayúscula pero lo fue aún más cuando uno de los dos, no sé cuál, leyó un texto mío. Al final del recital, desde la sala, agradecí a los dos melenudos por haberme incluido en su selección. Ellos, por supuesto, preguntaron que quién era yo. Les dije mi nombre, ellos se presentaron como Roberto Bolaño y Mario Santiago, poetas infrarrealistas, y así, tras un fuerte abrazo, los tres nos hicimos amigos y yo pasé a ser infra.
La foto en grupo, también en Chapultepec, tomada por fotógrafo ambulante. Archivo José Rosas Ribeyro. Leyenda: de izquierda a derecha: Rubén Medina, Roberto Bolaño, J. Rosas Ribeyro, Margarita Caballero y Mario Santiago Papasquiaro.
3. Una amistad. Mi amistad con Roberto Bolaño está íntimamente ligada a mi amistad con Mario Santiago quien, en esa época, no había añadido aún Papasquiaro a su seudónimo literario. Ambos eran tipos que vivían solo para la literatura, la poesía como que la llevaba en el cuerpo, en la mente, en todas partes. Para ellos la literatura no tenía nada que ver con una profesión, no era una carrera sino una pasión irresistible, lo cual no es corriente en un país de escritores profesionales, cuya carrera es la literatura y viven de ella, buscando premios, becas, publicaciones. Y justamente en el tema de las publicaciones había una diferencia de fondo entre Roberto y Mario.
El mexicano, en esa época, no buscaba publicar ni nada de eso, él escribía en todas partes, todo el tiempo, y a menudo dejaba los poemas tirados u olvidados. Le prestabas un libro y si lograbas que te lo devolviera -cosa que ya era un milagro-, lo que recibías era un libro en el que en todas las partes en blanco de sus páginas él había escrito sus propios poemas. Esas no eran prácticas de Roberto Bolaño, quien tenía una relación con los libros más “normal”. En esos años mexicanos Roberto era aún un poeta inédito que leía muchísimo, hablaba hasta por los codos, no bebía alcohol, se alimentaba mal (nuca lo vi sino comiendo tortas y bebiendo enormes vasos de café con leche), andaba muy mal vestido pero vivía la literatura con una pasión casi delirante. Nada parecía interesarle más que la literatura y, sobre todo, que la poesía. Aunque en el paisaje literario mexicano de la época se situaba en una total marginalidad, yo creo que él ya tenía una fe total en el éxito que alcanzaría un día, más tarde o más temprano. Cuando publicó Reinventando el amor, una pequeña plaquette de poesía, ya sabía que empezaba con eso un largo y difícil camino que lo llevaría lejos.
La marginalidad de Roberto no era autodestructiva y nihilista como la de Mario Santiago. Era una etapa de afirmación juvenil en ruta hacia la construcción de una obra literaria. Decía antes yo que ambos vivían a fondo por la literatura y no de la literatura, lo cual no era mi propio caso pues yo tenía otras preocupaciones, políticas, laborales, etcétera. Mario vivíaesta pasión en una especie de suicidio permanente, se veía en él el demonio de la autodestrucción. Todavía no estaba autodestruyéndose con el alcohol, pero sí había en su manera de vivir la literatura una especie de marginalidad frente al mundo, una marginalidad autodestructiva. Roberto Bolaño, en cambio, aunque también vivía en estado de marginalidad frente al mundo, asumía de manera diferente esa marginalidad.
Para Roberto Bolaño la marginalidad era como un periodo necesario de alguien que sabe que el día de mañana su literatura va a terminar por imponerse. O sea que detrás del Roberto Bolaño marginal, rebelde y pobre había el tipo que sabía que iba a publicar, que iba a sacar sus libros, que iba a ser leído. No sé si él habrá pensado en esa época que iba a tener el éxito que ha tenido después, que empezó a tener justo cuando se murió, pero no me cabe duda alguna de que sí creía firmemente en el poder de su literatura. Roberto, había decidido no terminar siquiera los estudios secundarios para poder leer a su gusto y a sus anchas, sin obligaciones académicas, sin más dirección y disciplina que la que le dictaban sus propias ganas.
Y su única manera de existir en esa condiciones en el cerrado mundo de la literatura, sobre todo en un país como México, lleno de mafias literarias y de académicos egocéntricos, era jodiendo. Jodiendo y abriéndose camino a codazos. Y fue así como lo hizo. Pero, como decía antes, los objetivos últimos de Mario y Roberto no eran los mismos. Bolaño murió derrotado por una enfermedad que lo atacó durante mucho tiempo y a la que él hubiera querido vencer para seguir viviendo y escribiendo. Mario, en cambio, en cierta forma, se mató. Es verdad que lo atropelló un vehículo pero igual se hubiera muerto en otra circunstancia, porque desde muy joven jugaba con la muerte, se enfrentaba a ella armado solo con sus magníficos poemas. Unos poemas que se esforzaba en ignorar estúpidamente la gran mayoría de escritores, de poetas y de académicos mexicanos.
4. Leer a Bolaño. No creo que haya ninguna regla o manera preestablecida para abordar la obra de Bolaño, así que lo que voy a decir aquí es totalmente subjetivo y se basa sobre todo en mi propia experiencia como lector de quien fuera mi amigo. Debo decir que yo tuve el extremo privilegio de leerlo en cuanto publicó por primera vez, cuando en septiembre de 1976 salió, con olor a tinta aún, la plaquetteReinventar el amor, en cuya dedicación manuscrita se lee, entre otras cosas: “para mi hermano, mi camarada (…) mi bomboncito de arsénico”. Desde entonces me fui deslumbrando con libros como La literatura naziy un pequeño libro que es un derivado del anteriory una pequeña obra maestra: Estrella distante. Es buenísimo, una maravilla absoluta. Según yo, de lo mejor que escribió. Otro libro muy bueno es Nocturno de Chile y luego, evidentemente, Los detectives salvajes y 2666, que son obras maestras. Me gustan además los dos libros de cuentos: Llamadas telefónicas y Putas asesinas. Algo que me sorprende es que hay gente que dice que no pudo terminar de leer Los detectives salvajes, que les fue muy bien con la primera parte, pero que con la segunda ya no pueden. Yo me digo que quienes no han podido leer Los detectives salvajes de principio a fin no podrán nunca leer 2666 que es una obra muchísimo más compleja y, si se quiere, difícil.
Bolaño en una cantina de ciudad de México, foto tomado por José Rosas Ribeyro.
5. El valor de la obra de Bolaño. Para abordar este tema seriamente habría que escribir un ensayo, tener todos los libros en cuestión a la mano, estudiarlos a fondo, analizarlos. Yo no soy un académico ni pretendo serlo y los académicos muy a menudo me aburren. Tampoco soy crítico literario y cuando escribo artículos son más bien crónicas personales en las que, por supuesto, aparecen mis pasiones literarias. Entonces, cuando hablo de literatura suelo ser muy instintivo, absolutamente subjetivo. Así, pues, sobre la valoración de la obra de Bolaño yo no soy la persona más indicada, por lo que decía antes y porque fui su amigo. Sin embargo, así de pasada, puedo decir que para mí es crucial el hecho de que Bolaño tiene un lenguaje muy propio: yo no he leído otro narradordeLatinoamérica que narre como narra Bolaño.
Hay en él una mezcla de trabajo con el lenguaje y una frescura, cierta desfachatez, en su manera de narrar las cosas, una mezcla de osadía y, al mismo tiempo, de búsqueda de cierta perfección.Luego, me parece sumamente interesante el hecho de que haya tenido proyectos ambiciosos: empieza con las novelas pequeñas, luego pasa a una obra mayor que es Los detectives salvajes.Allí incluye algo que a mí me interesa particularmente: un falso diario. Tanto Bolaño como yo, somos lectores de diarios, un “género” que en el Perú casi no existe. Mucha gente ni siquiera sabe qué es un diario, nadie lee diarios y, menos aún, los escriben y publican. Una excepción es Ribeyro y otra (bueno, voy a hacer auto publicidad) soy yo, ya que tengo no sé cuántos volúmenes ya, todavía inéditos, de Los días ordinarios, mi diario. Bueno, decía que Bolaño incluye un falso diario en Los detectives salvajes y otras diversas maneras de narrar, algunas lo acercan a la poesía, otras al ensayo, otras a la novela policiaca.
En 2666 cada uno de los libros que constituyen la obra está narrado de manera diferente y desde un punto de vista muy distinto. En ese sentido, Roberto era muy creativo y construye sus propios libros recurriendo sin temor a todo lo que había leído, que era muchísimo. Bolaño no terminó siquiera la secundaria, dejó el colegio a los 14 o 15 años y se fue de Chile muy joven, con su familia. Poseía, pues, esa virtud que a menudo tienen los autodidactas: una formación indisciplinada, anárquica, muy libre, basada en el placer de la lectura y no en la obligación académica. Y por eso al escribir se tomaba la libertad de recurrir a todo, sin anteojeras ni prejuicios, con curiosidad y pasión, con admiración e ironía. Su literatura rompe con esa pasta académica que tiene la obra de muchos escritores latinoamericanos que, ellos mismos, son académicos.
En el Perú hay varios casos, pero no voy a mencionarlos. Escriben una literatura horrorosa. Lo contrario de, por ejemplo, Oswaldo Reynoso, para mí, y de lejos, el mejor narrador del Perú. Así, pues, Bolaño no tiene nada de académico y hace su literatura con desfachatez, utilizando todo lo que tiene a mano y todo aquello a que lo lleva su inmensa curiosidad literaria. Sus novelas son entonces completamente híbridas, hay en ellas todo tipo de narración, todo tipo de punto de vista, todo tipo de lenguaje.Y todo eso funciona muy bien junto, lo cual me parece sumamente interesante, apasionante.
6. El Norte/los personajes. La mayor parte de Los detectives salvajes no transcurre en Sonora sino en México DF. El viaje al Norte, hacia ese territorio desconocido, donde puede ocurrir cualquier cosa, formaba parte de un paisaje utópico vehiculado a través de imágenes de lo más diversas, muchas de ellas divulgadas o recreadas por el cine. 2666 corresponde a otra cosa: el paisaje utópico se ha convertido en la imagen terrenal del infierno, el Lugar del Mal, el lugar del horror absoluto. Pero hay que tomar en cuenta que Santa Teresa, la ciudad del norte inventada por Bolaño, no es Sonora ni Ciudad Juárez, es una ciudad literaria donde ocurren crímenes atroces.
En una reciente exposición de los archivos dejados por Bolaño, que he visitado en Barcelona, se puede ver una especie de plano ideado por él de la ciudad en la que ocurrirían los abominables crímenes que se describen en 2666, los cuales, como es normal, no podemos dejar de relacionar con los que ocurren de verdad en el norte de México.Que yo sepa Bolaño nunca viajó al norte de México. En verdad ese viaje que ocurre en Los detectives salvajes tiene como fuente de inspiración uno que sí realizaron Mario Santiago y Rubén Medina hacia el norte de México y los Estados Unidos. Bolaño reciclaba todo lo que ocurría a su alrededor y lo transformaba. Hechos realizados por otros pasaban a formar parte de su autobiografía literaria, Belano es Bolaño y mucho más, de la misma manera como Mario Santiago es Ulises Lima y mucho más.
Y lo mismo ocurre con los otros personajes: todos están alimentados por todos los demás, decir quién es quién en Los detectives salvajes, creo que no tiene razón de ser, pese a que en la exposición que mencionaba antes puede verse un documento manuscrito en el que Bolaño escribe que Mario Santiago es Ulises Lima, Bruno Montané es Felipe Müller, etcétera. Me parece que eso fue una guía de base para después entremezclar historias reales e inventadas y crear personajes de ficción. Todos los “detectives salvajes” somos todos y cada uno de los detectives salvajes.
Papasquiaro
7. Recuerdos. Muchos son los recuerdosde Roberto y de Mario en los años infras y posteriores. Muchos recuerdoscon los que quiero construir un libro que se llamará Un mundo al revés. Recuerdo, por ejemplo, con una sonrisa que se me dibuja en la boca, aquella vez en que una amiga muy querida, Dina García, se apareció por la Casa del Lago llevando unos patines en el bolso. Se los prestó a Roberto Bolaño y éste se puso a patinar dando vueltas como Chaplin en Tiempos modernos. Otro recuerdo: estamos en el café La Habana cuatro o cinco de los infrarrealistas cuando irrumpe en el local Darío Galicia. A través de movimientos femeninos muy violentos su cuerpo transmite indignación, la cual se impone aún más en el ambiente por sus gritos que hacen referencia al asesinato de Pasolini.
¿Quién es?, pregunto yo que no lo conozco. Y Roberto me responde al oído: uno de los más importantes poetas mexicanos. Y así podría seguir con los recuerdos: las visitas a Efraín Huerta en su casa, los encuentros cantineros con Jorge Sabines, las conversaciones amistosas con Miguel Donoso Pareja, las películas de Fassbinder en el auditorio del Instituto de Antropología e Historia, las irrupciones infrarrealistas en mi oficina para raptarme y llevarme a una cantina, las caminatas por Tepito, los bares del centro, los dancings de malamuerte con ficheras, los libros que uno le prestaba a Mario Santiago y que él devolvía repletos de versos suyos en cada espacio blanco… Pero tal vez el recuerdo más infrarrealista de todos sea el escándalo que se produjo cuando participamos en una fiesta en casa de Álvaro Uribe, un escritor niñito bien de papá y mamá, que había ganado un premio de cuento.
Como Bolaño había sido premiado en poesía lo habían invitado a la rumba, y llegó con nosotros, éramos unos cuatro, creo. Para beber donde Uribe sólo proponían refrescos, nada de alcohol, así que nos procuramos por nuestra cuenta algunas sustancias que embriagan. En un momento dado Marga, que era mi compañera en aquel tiempo, se puso a bailar de manera muy erótica con una alemana que era la novia del hijo del director de la Orquesta Sinfónica de México. Y eso para Uribe y sus iguales fue algo insoportable. Nos terminaron echando fuera y nos fuimos contentos mientras Mario gritaba: “¡chinguen a su madre pinches culeros!” y Roberto y yo nos moríamos de risa.
8. Roberto, Mario y mi vida. Puedo decir que hubo un antes y un después de mi experiencia en elinfrarrealismo. Y que de esa experiencia casi cotidiana con el furor de la poesía salí transformado. Mario Santiago y Roberto Bolaño fueron amigos entrañables y me hicieron volver a la literatura cuando yo andaba tal vez demasiado metido en la problemática política. Cuando dejé México y me vine a vivir a París no se rompieron los lazos. Al contrario, se mantuvieron incluso de manera a veces extraña. Recuerdo aquella vez en que no sé porqué razón yo regresaba a pie a casa bordeando el Sena y, de repente, como ocurría frecuentemente en México, me encontré con Mario y Roberto. Fue una enorme sorpresa, un azar nada fortuito.
Otras veces estuve con Mario en París cuando volvió de Israel medio alucinado y enfermo. Tenía las manos destrozadas por la sarna y nos la transmitió a varios. Lo volví a ver en México, en el café La Habana, como antaño, y sentí de nuevo la duplicidad de nuestra relación: él era demasiado radical en su existencia, iba siempre demasiado lejos y demasiado rápido y era casi imposible seguirlo. Yo me acomodaba más en el mundo aunque el mundo tal cual es nunca me ha gustado. Mario en cierta forma me reprochaba lo primero pero compartía conmigo el descontento ante la vida. A Roberto, la última vez que lo vi fue en París, cuando se editó su primer libro traducido al francés. Estuvimos conversando largo rato después de que nos saludáramos con un fuerte abrazo. Habían pasado los años pero la fraternidad seguía viva.
Lamentablemente, la conversación fue interrumpida a propósito por Carolina, la primera mujer de Bolaño, a la que no le gustaba, por un lado, que Roberto se encontrara con los amigos de la época mexicana y, por otro, que se separara de ella durante “demasiado” tiempo. Bueno pues, todo eso, toda esa experiencia vital y poética deja huellas, marcas que no se borran nunca.Y la persona que soy hoy y que escribe, piensa y siente no sería la misma si no hubiera vivido el tiempo del infrarrealismo, la complicidad infra,la rebeldía infra, la pasión infra, la urgencia poética infra y la amistad con dos seres excepcionales: Mario Santiago y Roberto Bolaño.
ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA IMPRESA LIMA GRIS N° 6
J. Rosas Ribeyro. Escritor, poeta y periodista nacido en Lima, Perú, residente en París, Francia. Salió del Perú deportado por una dictadura militar. Sus obras han sido publicadas en Perú y México principalmente, pero también en España, Estados Unidos, Ecuador, Reino Unido y Francia. Tiene un doctorado de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Es miembro de la redacción de la revista francesa Espaces Latinos y colaborador de la revista literaria virtual latinoamericana El Hablador. Ha sido periodista y productor de programas culturales en Radio Francia Internacional. Ha realizado traducciones de: Jacques Roubaud, Boris Vian, Blaise Cendrars y otros autores en lengua francesa Libros publicados: Curriculum mortis , París, 1985, Ciudad del infierno, Lima, 1994, País sin nombre, Lima 2011, Todo es aluvión, México, 2012. Contemplaciones (apuntes de un sobreviviente), Lima, 2013.
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RECORDANDO A TULIO MORA (1947-2019) / UN TESTIMONIO Y 5 FOTOS
Published
6 años agoon
27/01/2019Recibí la noticia de la muerte de Tulio Mora mientras iba en un autobus a encontrar a una amiga, en Barcelona. Lo supe por un escueto post de Eloy Jáuregui en Facebook. No fue una sorpresa: hace unas semanas, estando yo en Lima, fui a visitarlo con Jorge Pimentel en su lecho de enfermo y sabía muy bien que el cáncer ya lo había condenado. Sin embargo, pese a verlo muy débil y conversar con él levemente, pensé que aún viviría algunos meses más. No lo quiso la Parca y el que era un viejo amigo, Tulio Mora, ha partido dejándonos su excelente poesía, muchos recuerdos y el dolor de su ausencia.
Justamente, pensando en los recuerdos fui a buscar imágenes de Tulio en mi archivo fotográfico. He aquí lo que encontré:
Primeramente, una foto muy conocida, captada por el Chino Domínguez en el Túngar, el taller de baterías que Leoncio Bueno tenía en Breña. La foto no tiene fecha pero debe de ser de 1967 o 68. Tulio, de pie, al lado izquierdo de la imagen tiene una mano apoyada sobre un hombro de José Tang, a quien ahora ha ido a acompañar en el imperio de la nada, junto con Pablo Guevara y Juan Ramírez Ruiz, también presentes en la foto.
La segunda imagen fue tomada por un fotógrafo ambulante en el Parque Universitario, en una mañana húmeda de julio de 1967. Tulio está sentado a la derecha y yo a la izquierda, al medio Ana María Mur (que falleció hace algunos años) y Alfredo Pita.
Ese día nos fuimos a casa llevando cada uno una copia de la foto anterior en la que previamente escribimos algo. Como ésta que tengo es mi copia no figura en ella lo que yo escribí, aparecen en cambio -como pueden ver-, en lo alto, unas palabras de Ana María; al centro lo que escribió Tulio y que no logro descifrar, y abajo lo de Pita.
La foto siguiente la tomé yo en Ayacucho durante la Semana Santa de 1969. Sentado a la izquierda: Edgar Verástegui y a la derecha Tulio.Esta foto sí que era, hasta hoy, totalmente inédita.
Foto inédita es también la última. Fue tomada por Juan Morillo en Ayacucho y, como la anterior, durante la Semana Santa. Tulio tiene el rostro hinchado pues fue agredido con una quena metálica durante una bronca que nos hicieron,días antes, unos ayacuchanos sin que yo sepa hasta ahora porqué. En verdad, pienso que fue una agresión completamente gratuita.
Con estas fotos de nuestros años juveniles quiero recordar con cariño al amigo Tulio Mora, quien publicó su primer poema en «Estación reunida», la humilde revista que yo y otros compañeros editábamos en San Marcos. Estos recuerdos llevan consigo ahora el dolor de su ausencia.
No hay manifestación en el mundo de la autodenominada «izquierda» en la que no se grite «¡la izquierda unida, jamás será vencida!». Alain Touraine, célebre sociólogo francés, con fuertes lazos intelectuales, políticos, amistosos y familiares con Latinoamérica y, en particular, con Chile, dijo una vez, en tono un poco burlón, que la izquierda nunca ha estado unida y que siempre ha sido vencida.
Esto, que parece una broma, que escandaliza a algunos «izquierdistas», es hoy tan cierto como lo fue ayer en diversas partes del mundo. En el Perú, como era de esperar, el llamado Frente Amplio en vez de unir fuerzas se está desuniendo por lo lo menos en dos corrientes, a lo cual hay que agregar a los partidarios de Santos que nunca aceptaron entrar en el FA ni el liderato de Verónica Mendoza.
En España la división no solo se hace realidad a través del enfrentamiento entre el PSOE y Podemos sino que en el interior mismo de estas organizaciones ésta se instala y puede incluso llevar a sonadas rupturas. En Francia, la situación es similar: división profunda en el propio PS y una brecha enorme entre este partido y la alianza Front de Gauche-Partido Comunista. En Reino Unido lo mismo: en verdad bajo el manto del Partido Laborista conviven dos sectores irreconciliables.
En Alemania la socialdemocracia tiene a su izquierda una organización que crece y se desarrolla, La Izquierda, formada por disidentes del Partido Socialista y antiguos miembros o simpatizantes del PC. Así, pues, la situación es bastante similar en muchas partes y pone en evidencia que la socialdemocracia y la «izquierda» electoralista pasan por una profunda crisis, una enfermedad grave de la cual no se salvarán sino ponen de vuelta y media sus frágiles principios, que ya no corresponden con el mundo de hoy, no cambian sus sistemas organizativos y, lo más importante, dejan de ser la ambulancia social del sistema imperante y se reafirman como lo que nunca debieron dejar de ser: los más radicales críticos del capitalismo y sus instituciones, los más firmes anticapitalistas Y eso en el seno de las bases sociales y no con simples discursos en los parlamentos.
Dos documentales proyectados en Cine Latino de Toulouse, recrean la memoria del cine argentino a través de dos personalidades opuestas y controvertidas: el gran cineasta Leonardo Favio y el empresario que utilizó el cine para enriquecerse Héctor Olivera.
Leonardo Favio (1938-2012) se llamaba en el registro civil Jorge Fouad y nació en un medio sumamente pobre. Por toda Latinoamérica se hizo muy famoso a través de sus canciones, pero se ignoraba (ignorábamos) que era cineasta, un inmenso cineasta. Recuerdo que alguien me habló de su cine en los años setenta, pero solo me fue posible ver sus películas mucho tiempo después.
Y fue precisamente en Toulouse, en este festival al que asisto, llamado por entonces «Encuentros con el cine de América Latina», que pude por fin descubrir su cine a través de «Crónica de un niño solo» (una obra maestra a nivel mundial), «Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más…», «Juan Moreira» y»Nazareno Cruz y el Lobo», si mal no recuerdo. Después he visto prácticamente todas sus películas, salvo «Perón, sinfonía del sentimiento» una hagiografía del controvertido líder argentino. Y desde aquella vez en Toulouse hasta ahora le tengo una enorme admiración pese a su enardecido peronismo que no comparto para nada.
Este año Cine Latino presenta el documetal titulado «Favio, estética de la ternura», realizado por los hermanos Andrés y Luis Rodríguez. Aunque es un documental bastante mediocre, nos da la posibilidad de escuchar al propio Favio hablando de su cine poco antes de fallecer y tambien los testimonios de su mujer, su hijo, su hermano, algunos de los actores que trabajaron en sus filmes y amigos.
Donde más falla este documental es al incluir filmaciones actuales, no tanto las de los barrios populares a los que estuvo ligado el cineasta y cantautor, sino aquellas que «actualizan» imágenes de sus películas y, sobre todo, de «Crónica de un niño solo». Como si las imágenes filmadas por el propio Favio no bastaran. Otro fallo del filme es no detenerse nada en la carrera de cantautor, pese a que él liga una a la otra: sin el éxito como autor e intérprete de música popular nunca hubiera podido hacer su cine, las películas tal y conforme él las quería, según su propio testimonio.
El otro documental argentino ligado a la memoria y al cine es «La sombra», de Javier Olivera. Mientras se sigue paso a paso la demolición de la mansión que fuera de Héctor Olivera, el realizador recuerda a su padre. Mientras Favio entregó su vida al cine y se hizo incluso cantautor para poder hacerlo, Olivera se sirvió del cine para hacerse rico. Y en el documental del hijo vemos la ascensión social de un nabab que encontró en el cine su mina de oro.
Actualidad
CINE LATINO, TOULOUSE: DESDE CUBA MELODRAMA, MORALISMO Y DIDACTISMO
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9 años agoon
18/03/2016Si bien hoy el cine cubano logra escapar a veces al control directo del oficial ICAIC, no por eso nos entrega necesariamente películas transgresoras, originales, rompedoras. Parece ser que ya pasó la época de los chabacanos filmes que imitaban a la comedia popular italiana y lo que ahora se puede ver, como es el caso en Toulouse, en el festival Cine Latino, son melodramas moralizadores, cargados de santas intenciones, en los que los personajes nunca cobran vida en la pantalla porque en verdad no son personajes sino seudo encarnaciones de vicios o virtudes, lo que está mal o lo que está bien, comportamientos desviados o comportamientos ejemplares, etc.
Dos ejemplos de lo que decimos los hemos encontrado en estos días de festival en Toulouse. Uno es «El acompañante», película dirigida por Paven Giroud, que forma parte de la sección competitiva del evento. Este melodrama, que transcurre en un «sidatorio», o sea los sanatorios donde se encerraba manu militari a quienes lleveban el virus Hiv en la sangre, confronta a un boxeador que se dopó y tuvo que dejar los guantes, a un exsoldado que se infectó de sida en África, una doctora militar muy estricta pero de corazón bueno, un doctor descarriado, mentiroso, degenerado, y un enfermo que no piensa sino en ganar dinero a través de apuestas, entre otros seres «ejemplares» negativa o positivamente.
Algunos de ellos se redimirán con el sacrificio y la bondad y, en un caso, podrá triunfar (el boxeador) o morir entregándose a una «causa buena». Otro ejemplo de este cine moralizante y «didáctico» es «Conducta», filme de Ernesto Daranas, que se exhibe en Francia con el título: «Chala, una infancia cubana».
Aquí lo que encontramos es un niño semi abandonado a su suerte por una madre puta y drogadicta, una maestra abnegada que lucha contra la rigidez de las normas y las decisiones burocráticas, un vecino (amante de la puta) que se dedica al combate de perros y a las apuestas, etc.
Aquí también se trata de prototipos que se utilizan como marionetas para moralizar sobre lo que está bien y lo que está mal en una sociedad como la cubana y plantear una moraleja didáctica. Estas películas tienen algo en común con, por ejemplo, el cine que se hacía en España en la época franquista: filmes que debían educar, moralizar, señalar el buen camino, es decir, plantear tareas que no son las del arte auténtico.
Sin embargo, siempre en el marco del cine independiente, se puede oponer las películas antes señaladas a verdaderas creaciones cinematográficas como «Juan de los muertos» de Alejandro Brugués, un filme de vampitos que es, al mismo tiempo, una de las críticas más feroces al sistema burocrático cubano post revolucionario, y «La obra del siglo» de Carlos Machado Quintela, una película que combina ficción y documental para crear una obra original, estéticamente lograda y también con una fuerte carga crítica y de ruptura en relación a mucho de lo que se viene haciendo en Cuba.
A mi parecer este filme, que el año pasado estuvo en Cine Latino de Toulouse, solo se puede comparar a «Memorias del subdesarrollo», la obra maestra de Tomás Gutiérrez Alea.
Actualidad
CINE LATINO, TOULOUSE: «ALBA», ANA CRISTINA Y MACARENA, DESDE ECUADOR
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9 años agoon
14/03/2016Hoy pensaba referirme a varias películas, pero finalmente sólo hablaré de una, que me ha seducido por completo. Viene de Ecuador y es la opera prima de Ana Cristina Barragán. También es la primera participación como actriz de Macarena Arias, quien era en el momento una chica púber de 11 años y hoy es una adolescente de 14 que quiere continuar actuando.
La película se titula «Alba», pero bien podría llamarse; parafraseando un título del gran Leonardo Favio: «Crónica de una niña sola». Alba es una niña que vive en un mundo muy propio, encerrada en sus juegos, sus rompecabezas, como queriendo obviar un entorno real marcado por la convivencia con una madre enferma, que prácticamente no se levanta nunca de la cama.
Ana Cristina Barragán nos narra con mucho dominio del lenguaje cinematográfico la soledad interior de esta niña magníficamente interpretada por Macarena Arias. Sensibilidad con retención, colores mates, música que no invade ni apoya demasiado las imágenes, son algunas de las características de este nuevo descubrimiento del cine ecuatoriano.
Hay que destacar la extraña belleza de la muy joven Macarena Arias, la cual se conjuga maravillosamente con su talento e inteligencia: todo el filme reposa sobre sus hombros. Le auguro un enorme futuro como actriz. Por otro, subrayar también el talento y la sensibilidad de la joven ralizadora que empezó a imaginar este proyecto cuando solo tenía 21 años y se preparó para llevarlo a cabo realizando varios cortometrajes sobre chicas púberes. Y hay algo de la propia realizadora que se refleja en el rostro de Alba.
Para finalizar quiero precisar que esta «crónica de una niña sola» se convierte, conforme transcurre el filme, en el encuentro de dos soledades: la de la niña que pierde a su madre y la del descubrimiento de un padre tan solitario como ella misma. En suma: una bellísima película que se suma a algunos de los logros ya obtenidos por el cine ecuatoriano.
Aunque, como ya lo he dicho y repetido varias veces, no daré mi voto a ninguno de los candidatos que aspiran a ser presidentes del Perú, sigo con bastante dedicación el desarrollo de la campaña electoral. De lo que he escuchado y visto ¿qué conclusiones saco?
1) Es un asco. Y lo es no solo porque buena parte de los candidatos no tienen el nivel intelectual ni la catadura moral como para hacerse cargo de la presidencia de un país, sino -y sobre todo- porque en ella no se aborda casi nunca la política en lo que tiene de noble, es decir, la confrontación de visiones del mundo y de la sociedad en que actúan, la propuesta de proyectos de transformación, una perspectiva hacia el futuro, una reafirmación de principios esenciales de libertad y de aliento a la creación en el campo de la cultura y las artes y también de las ciencias.
2) Lo que hay -y de sobra- son insultos, condenaciones de unos a otros, estigmatizaciones, rechazos a veces incluso violentos de los candidatos a los que no se sigue, una competencia por designar quién es el más corrupto, el más plagiario, el más mentiroso, el más criminal, el más incapaz, el más bruto y etc etc. O sea, el grado cero de la política.
3) En medio de este lodazal que es la «política» peruana, se puede rescatar, creo yo, a dos candidatos: Alfredo Barnechea, quien, como ya lo he dicho antes, destaca por su conocimiento real del país, su nivel intelectual muy superior al de todos los demás, su propuesta de acciones concretas para superar las lacras del Perú y, sobre todo, porque aporta una visión de país hacia el futuro, un proyecto de país. Yo no votaré por él porque ese proyecto, que podemos calificar de socialdemócrata, no es el mío: yo soy anticapitalista y libertario.
El otro candidato es una candidata: Verónika Mendoza. Ella lleva un lastre dificil de borrar: es la gran amiga de Nadine Heredia y una de las fundadoras de ese engendro que es el Partido Nacionalista de Ollanta Humala. Es verdad que una vez elegida con dicha bandera «rompió» con el nacionalismo pero, creo yo, esa ruptura no es tal: el discurso muy ONG de Mendoza en verdad no rompe con esa vieja y carcomida ideología que es el nacionalismo «social».
Otro lastre de Mendoza es su entorno político: una izquierda que, desde Mariátegui hasta ahora, no ha aprendido nada, discute con dificultad con quienes no ven las cosas como ella, descalifican en lugar de confrontar visiones, ideas y proyectos y aunque proclama una soñada unidad no logra ésta ni en sus propias filas: hay otras candidaturas que pretenden representar a la «izquierda» y muchos que se acercaron al Frente Amplio han terminado alejándose de él.
Pese a todo eso, Verónika Mendoza presenta cierto nivel intelectual, parece ser que no es personalmente corrupta, por lo menos cree en lo que dice, aunque por lo general es tan general lo que dice que es difícil estar en desacuerdo, en principio, con ella. Pese a estas objeciones, tanto Alfredo Barnechea como Verónika Mendoza no me producen vergüenza, lo cual, en medio de la podredumbre política peruana, ya es algo.
Antes de que la amnesia que caracteriza al mundo de hoy hunda en el olvido el año 2015, quiero recordar aquí, en una lista, las películas que me interpelaron, estremecieron, interrogaron, interesaron, emocionaron… Películas venidas de todas partes del mundo que tuve la suerte de ver en las salas de París.
Un cinéfilo como yo ve cada año cientos de filmes, muchos en festivales y otros en salas de la distribución comercial y de “cine arte” de Francia. No me voy a poner en plan juez y decidir cuál es mejor que otra, sé que mi lista –como todas- es arbitraria porque corresponde a mi gusto personal y a lo que me lleva a mí a una sala oscura, que no es comer popcorn ni beber litros de gaseosa.
Estas es, pues, mi lista, sin orden de preferencia sino siguiendo el impulso de mi memoria.
-Cemetery of Splendour, de Apichatpong Weerasethakul (Tailandia)
–Las mil y una noches (trilogía), de Manuel Gomes (Portugal)
–Hill of Freedon, de Hong Sangsoo (Corea)
–Mia madre, de Nanni Moretti (Italia)
–Fatima, de Philippe Faucon (Francia)
–Mustang, de Deniz Gamze Ergüven (Turquía/Francia)
-Broadway Therapy, de Peter Bogdanovich (Estados Unidos)
-Shan He Gu Ren (Más allá de las montañas), de Jia Zhang-Ke (China)
–21 nuits avec Pattie, de Arnaud y Jean-Marie Larrieu (Francia)
–El botón de nácar, de Patricio Guzmán (Chile)
–A la folie, de Wang Bing (China)
–El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra (Colombia)
–Nuestra hermana menor, de Hirokazu Kore-Eda (Japón)
–Foxcatcher, de Bennett Miller (Estados Unidos)
–Casa grande, de Felipe Barbosa (Brasil)
–Las maravillas, de Alice Rohrwacher (Italia)
–Back home, de Joaquim Trier (Noruega/Francia)
–El club, de Pablo Larrain (Chile)
–Ixcanul, de Jayro Bustamante (Guatemala)
-Much Loved, de Nabil Ayouch (Marruecos)
–Une histoire de fou, de Robert Guédiguian (Francia)
–Sangue del moi sangue, de Marco Bellocchio (Italia)
–La loi du marché, de Stéphane Brizé (Francia)
–Que horas ela volta?, de Anna Muylaert (Brasil)
–Güeros, de Alonso Ruiz Palacios (México)
Ya conté en un post anterior que cuando estoy en el Perú solo leo literatura peruana. Igualmente, en las librerías mi aprovisiono casi exclusivamente en libros peruanos o editados en el Perú. Así, pues, en mi último viaje adquirí, entre otros libros,»Vallejo en los infiernos» de Eduardo González Viaña y «Marginalia» de Carlos Yushimito, dos libros muy diferentes uno con el otro y de autores de generaciones, formaciones y universos literarios absolutamente distantes.
Debo decir que la novela de González Viaña sobre Vallejo antes de su viaje a Europa y las razones y consecuencias de su encarcelamiento en Trujillo, quería leerla hace tiempo, pero siempre me fue imposible encontrarla en cualquier tipo de librería.
Me intrigaba ese libro y me interesaba conocer la información nueva que decía poseer el autor sobre Vallejo en esos años. Poco antes de regresar a París pude satisfacer mi deseo y comprar «Vallejo en los infiernos». Y fue ésta mi primera lectura recién desembarcado yo de nuevo en Francia. Qué decepción, siento decirlo.
González Viaña se pierde en estampas costumbristas, se deja ganar por su afición por la magia, los hechiceros, los curanderos y a veces por su necesidad de reafirmar el compromiso político del poeta. El resultado es una novela pesada, no por la calidad de la narración sino porque se pierde en el camino. Con la información que tenía el autor hubiera podido hacer una novela compacta, sin palabrería, seca, algo así como el «Ravel» de Jean Echenoz, una pequeña obra maestra.
«Marginalia» lo compré una tarde en la librería El Virrey de Miraflores. Me impresionó de entrada la belleza de la edición y luego me intrigó el contenido, ya que no se trataba de una obra narrativa sino en un conjunto de fragmentos en los que el autor se acerca a temas muy diversos. Me dio la impresión de que era algo similar a las «Prosas apátridas» de Ribeyro, libro que aprecio muchísimo.
Yo había leído antes «Las islas», libro de cuentos de Yushimito, muy «bien» escrito, muy pulcro, una buena tarea de un alumno inteligente y aprovechado de una respetable universidad privada. En San Marcos, un día que fui para participar en el taller de narrativa, encontré a un joven que estaba en plena redacción de su tesis doctoral en literatura y no sé cómo hablamos de Yushimito.
Coincidimos en considerar que «Las islas» es un libro vacío, sin carne, sin alma. Un libro de alguien con buena formación universitaria pero que no tiene mucho que decir no puede asumir tampoco que la buena literatura es fuego. Pues cuando leí «Marginalia» me ocurrió algo parecido y muy pronto perdí el entusiasmo inicial.
En los fragmentos de este libro una vez más tenemos a un Yushimito sin sangre, sudor ni lágrimas, que nunca va al fondo de las cosas, allí donde duele, angustia, preocupa o se sueña. De todo el libro solo rescato yo el fragmento 44 subtitulado «Autobiografía». Si Yushimito avanzara por ese camino, creo yo que podría escribir una literatura valiosa, pero hasta ahora no es el caso.
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