Ernest Hemingway.
Alguna vez me dijeron que escribir implica la tortura del lenguaje persiguiendo fines estéticos. En lo personal no puedo explicar por qué escribo. Por qué me levanto con la necesidad de contar una historia, una historia que no necesariamente terminará publicada, pero que clama por tener vida propia.
Hay una satisfacción inenarrable en el hecho de darle a vida a seres y lugares que nunca antes existieron y que yacen contenidos en el mundo virtual de la hoja en blanco de una pantalla de diecisiete pulgadas, una especie de liberación o redención, un peso de encima del que nos libramos. Uno no piensa en nada más después de ello. Una vez contada, la historia deja de ser nuestra. Con suerte, dicha historia terminará en alguna página web, en una revista impresa o formando parte de un libro que lleve nuestra foto. Pero la razón por la cual ha sido escrita resulta siempre misteriosa, como el afluente que por las noches llena nuestra cabeza de sueños.
La revista “The Atlantic” hace, como todos los años, un resumen de las mejores entrevistas a escritores realizadas durante este 2015, en el que hablan sobre su arte y los autores que reverencian. El título de esta sección de entrevistas, “By Heart”, es una oportunidad única para quienes deseamos empezar en el oficio de escribir, pues permite un acercamiento a la intimidad del proceso creativo, influencia literaria y libros que han pulido la narrativa de escritores que están en el pico de su popularidad.
Joe Fassler, autor de las entrevistas y compilador de la nota, señala: «Si estas entregas tienen un tema en común, es como la lectura tiene el poder de cambiar nuestras mentes y de transformar la forma en que vemos las cosas. Cada escritor tiende a contarme la misma historia con pequeñas variantes: “Leí algo, y ya no fui el mismo después”. Pero lo que leyeron y el tipo de cambio que se dio en ellos, es algo diferente en cada historia».
By Heart está llena de consejos para escribir. No es un consejo en el sentido propio de la palabra, sino el recuento de los retos de cada escritor en determinado trabajo o proceso. No poder encontrar la voz correcta para el narrador, el enfoque correcto para la historia que va a ser contada.
Escuchar el batallar diario de personas que han creado obras admiradas por la crítica y vernos reflejados en sus angustias y miedos nos permite sensibilizarnos y encontrar un norte para la idea que tenemos en mente, además de lidiar con el desánimo que produce una profesión solitaria y rigurosa como es el de contar historias, crear personajes ficticios que resulten creíbles, brindar nuestra interpretación del mundo con la claridad suficiente para calar en la conciencia y en el espíritu de un lector. Dice Fassler: «Esta empatía con los testimonios vertidos por escritores profesionales nos ayudará a tomar mejores y aguzadas decisiones».
Todo proceso creativo resulta muy personal, incluso irrepetible, propio de las mentes individuales, y sin embargo hay retos en la escritura que resultan cuestiones comunes. Todo aquel que haya decidido hacer literatura sabe que el deseo de escribir es apenas una chispa, incapaz de crear fuego sostenible en el tiempo. Es un trabajo diario, encomiable, el hacer que esa pequeña brasa encendida no se eche a perder.
Requiere constancia, disciplina, lecturas diarias (la calidad de nuestros escritos siempre estará en proporción directa con la calidad de nuestras lecturas) y muchas, pero muchísimas renuncias a todo lo que antes era parte de nuestra vida. Y eso es solo el comienzo. Escribir requiere tiempo, distancia del mundo, soledad, silencio. El mundo actual es una caja llena de ruido, el tiempo del que disponemos apenas alcanza para reponernos de las jornadas agotadoras que pagan las cuentas en casa y nos dan de comer.
Hay que lidiar con la mirada desconfiada de quienes creen que hemos perdido la cabeza, desquiciados por algún evento trágico del cual no hemos podido reponernos, y de otros tantos –los que más, que creen que el título de escritor es un eufemismo para una vida de vagancia y relajo. Que escribir es algo que cualquier puede hacer sentándose una hora a golpear las teclas como venga en gana, o peor aún, que no tiene valor alguno si no produce un ingreso económico y cuya producción solo puede medirse en la cantidad de hojas que escribas al día.
Ante ese golpe de realidad, el proceso de escribir se vuelve casi una bochornosa confesión dentro de la sociedad que nos rodea, y una práctica difícil si es que la motivación que impulsa nuestro deseo de escribir no es la correcta. A eso hay que sumarle el engorroso, pero necesario, aprendizaje de las reglas básicas del lenguaje (olvídate de las tildes, pero la puntuación es una regla necesaria) y de los tropos literarios y de, como se lee en una parte de la novela “Ask the dust” de John Fante: escribir mucho y viviendo la mitad de lo que vive el resto, pues la otra mitad la pasamos sentados frente a la hoja en blanco.
Una de las cosas que se explora en By Heart es “el sonido y el (sin) sentido: dejando de lado la gramática y leyendo en voz alta”. Al respecto, Jesse Ball, autor la genial (pero genial) novela “Toque de queda”, dice: «Cuando me dejo llevar, empiezo a murmurar en voz baja lo que voy escribiendo. Probablemente sea vergonzoso si lo hago en un lugar público, sentado ahí, hablándome a mí mismo (a menudo trato de sentarme lo más lejos posible del resto). Cuando uno lee en voz alta, uno se encuentra con partes que debería desechar: nos damos cuenta que son cosas que no deseamos leer en voz alta. Esas son las partes débiles. Es difícil encontrarlas de otro modo, solo leyéndolas de largo. Pero uno puede juzgar el trabajo con mayor claridad cuando puede oírlo y sentir como suena».
A veces escribir resulta más una deseo que ronda nuestra cabeza y que se mantiene ahí mientras los días y los años pasan sin que podamos siquiera acumular el atrevimiento de llenar una sola página por temor a que el resultado sea simplemente patético. Al respecto, el reverenciado Karl Ove Knausgaard, autor de “Mi Lucha”, habla de una escritura “sin pensar”, que lo ayudó a llenar páginas de páginas. Su proceso de composición diaria solo requiere dos cosas: Un tema al cual ceñirse y la resolución personal de no analizar lo que está escribiendo mientras trabaja en ello. «Cada mañana me levanto muy temprano y escribo una página en dos horas. Empiezo con una palabra, puede ser “manzana” o “sol” o “dientes”, cualquier cosa, no importa. Es solo un punto de partida –una palabra, una asociación- y la restricción de solo escribir acerca de ello y nada más. Entonces empiezo a escribir sin saber a dónde voy, y es como si el texto se escribiera por sí solo. Cuando no eres consciente de ti mismo, empiezas a escribir cosas que nunca antes habías imaginado. Tus ideas no siguen el camino que normalmente seguirían, y tu pensamiento deja de ser el habitual. El lenguaje está en ti, pero fuera de tu control y no te pertenece. Eso es lo que literatura es capaz de hacer en uno. Algo lanzamos y algo más viene de vuelta. Si tienes fe en tu escritura, será fácil. Es cuando quitas la fe que las cosas se vuelven difíciles, cuando empiezas a pensar: “esto es estúpido”, “esto es idiota”, “esto no vale”, y cosas así. Esa es la verdadera lucha: sobrellevar ese tipo de pensamiento.
Al respecto de esa misteriosa creación literaria, una de las entrevistas que más he disfrutado es la que Fassler le hace a la parisina Yasmina Reza, autora de la notable obra teatral “Un Dios Salvaje”, hablando sobre qué tiene la escritura en común con la felicidad y en la cual ella cuenta cómo es que Borges resulta un referente para su ficción (en alusión al título de su última novela “Felices los felices”, un libro donde logra reunir dieciocho voces narrativas). «Pienso que escribir ficción no es un proceso intelectual. Es tan misterioso como la pintura, como dibujar sobre un lienzo con un pincel y ver qué ocurre. Supongo que el arte es distorsionar el mundo y reestructurarlo pero, ¿por qué lo hacemos? ¿Por qué las personas escriben y pintan? ¿Por qué la vida no resulta suficiente? Es un completo misterio».
Escribir, me parece, es algo que nos trasciende. Las entrevistas compiladas en By Heart dejan en claro que se trata de un proceso que en ocasiones toca una especie de trance a través del cual nos liberamos de la rigidez mental que usamos de manera cotidiana y nos envolvemos en una excelsa liberación a través de la cual fluye lo más profundo y descarnado de nuestro ser. Escribir es, a su vez, un ejercicio de honestidad y sensatez. Del equilibrio de ambos estados es que puede nacer un trabajo valioso y satisfactorio. Escribir es despertarnos todas las mañanas para abandonarnos en pos de algo que escapa a nuestra comprensión y que solo se explica una vez que podemos leer el resultado; es vivir en la niebla de personajes y situaciones inciertas cuya bruma despejamos solo con el uso de nuestro lenguaje, y a través de los cuales nos comunicamos con nosotros mismos, formando una conciencia de nuestra realidad que a menudo duele, tanto como fortifica. Escribir es, para mí, el más tormentoso de los placeres que pueden existir en esta vida.
En una entrevista le pidieron a Richard Ford, autor de la bellísima obra “Incendios”, que le diera un consejo a todo aquel que quisiera ser escritor. Su respuesta ha de ser la mejor que he escuchado hasta ahora: “Que no lo sea”.
Tómenlo o déjenlo. La advertencia está hecha.