Tras una semana desde la violación de la empadronadora que desató las iras plenamente justificadas de las feministas y de todos aquellos que no somos asequibles a la idiotez de invisibilizar la violencia contra la mujer oponiendo los índices de violencia contra, por ejemplo, los hombres o los que se indignan más por el hashtag en relación a la visión que el extranjero tendrá del Perú y la susceptibilidad de los niños y jóvenes del país a los que, según ellos, les afectará negativamente el texto de la referencia, cabe oponer a todos los que no han sumado a las violaciones sexuales en contra de mujeres, las violaciones contra niños y, sobre todo, las realizadas por parte de integrantes de la Iglesia Católica, y a tantos otros a los que la sola mención de #Perúpaísdevioladores les produce una gran indignación y una incomodidad física parecida a la urticaria. Cabe agregar que entre las innumerables mentes abyectas que están en contra de las luchas del feminismo y de la visibilización de la violencia contra la mujer se hallan solícitos adeptos de movimientos conservadores como Con Mis Hijos No Te Metas y otras catervas deleznables. Más no nos apartemos del fondo.
Han existido violaciones todo el tiempo y en todas partes, muchas de ellas han sido múltiples y tan atroces que, inclusive, han devenido en la muerte de las víctimas pero la gente recién reacciona ahora por el caso de la empadronadora. ¿Es reprochable o indeseable que este despertar ciudadano haya sucedido?, yo creo que no. En, todo caso, el levantamiento de la gente es muy valioso dado el marco típico en el que la sociedad peruana oculta sus problemas, es decir, en el silencio o poniendo todo debajo de las alfombras. Lo que es reprochable o indeseable es que se den gestos, actos, y «argumentos» de oposición puesto que restan gravedad al asunto. Por ejemplo, hubo el intento de propagar el ht #Perúpaísdevioladas, en un acto que no puede corresponder sino a los individuos más despreciables del mundo, es decir, a aquellos que creen que las mujeres pueden incitar el ejercicio de la violación.
Obviamente, en este tema ha mediado un gran oportunismo político, se ha hecho más notoria la necesidad de impulsar al feminismo y doblegar -intelectualmente- a sus torpes detractores, y se ha facultado la agitación unánime de una de las pocas banderas que enarbola periódicamente la izquierda en el país. Pese a ello, nada debe ser impedimento para apoyar estas luchas y si fuera necesario deslindar de esta izquierda electorera y convenida que se haga en otro momento, ahora, todos debemos ser un solo puño contra este aberrante ejercicio de violencia. Y sin embargo, en este punto empiezan las paradojas.
Por ejemplo, en las redes sociales, se discute mucho si la pena de muerte sería una medida disuasoria para los violadores o si la educación haría que se reduzca la incidencia de este delito, acaso el más vil de todo el Código Penal. Creo que son problematizaciones vanas. Por más buena que sea la educación que se reciba -o si se quiere la cultura-, nada hará que un violador deje de serlo ni tampoco la pena de muerte los disuadirá de desear los abusos a los que se orientan. Lo que si hará la buena educación, la cultura y la pena de muerte será evitar que incidan una y otra vez en lo mismo por un mero cálculo racional ya que si tienen oportunidad y si creen que nadie se enterará, es decir, si creen que quedarán impunes, es imposible que no cedan ante sus propios demonios.
Además, como bien han entendido las feministas, existe en el fondo de este problema un ejercicio abusivo de poder y, sobre todo, la normalización del abuso sexual y la invisibilización de las víctimas. Debemos recordar que en el curso de la historia la mujer, en general, ha sido un mero elemento del botín de los guerreros. Recuérdese, por ejemplo, el inicio de la Ilíada y el conflicto entre Aquiles y Agamenón, etc.
Por otro lado, nos hemos olvidado de cautelar el impacto de la violencia y su uso adecuado. Seguramente, habrá algunos que hasta creen en la imposibilidad de las guerras en el siglo XXI y, sin embargo, échese una mirada al mundo entero y véase los numerosos conflictos bélicos en el orbe o la existencia de miles de bases militares en posiciones estratégicas que contemplan al mundo en tensión y en pos de desatar el desastre.
Del mismo modo, se ha perdido de vista que existe gente irrecuperable y que el mal es una fuerza terrible a la que estamos expuestos todos y que en caso se ceda ante su ejercicio y desenfreno se deberá pagar con todo.
En este sentido, la gravedad de la violación sexual es tal que sí debería implementarse la pena de muerte. Y aunque, en teoría, sobran las razones para oponerse a ella ya sean jurídico-internacional, políticos o humanitarios, nunca el derecho, la política o el humanitarismo han bastado para acallar a los monstruos que no pocos individuos llevan dentro de sí. Lamentablemente, la gente presa en el correctismo político no se atreve a pensar por sí misma ni a esclarecer lo que, a todas luces, aparece como justo.
Si soslayamos, por un rato, la inmundicia del actual escenario político -el torpe oportunismo del fujimorismo, por ejemplo, que ahora ha propuesto o sugerido la imposición de esta pena sin poseer la más mínima posibilidad de problematizar al respecto- entenderíamos la necesidad de usar este enfoque tan drástico.
Seamos claros, el homicidio y la violación sexual son los dos delitos más aberrantes del Código Penal porque nos hacen disponer de lo más valioso que tiene el otro, es decir, su vida y su integridad. Afectar la vida de otra persona hasta el extremo de matarla o violarla es un ejercicio de maldad pura y debemos ser claros en despreciar ambos actos. Ahora bien, el homicidio admite causas de exculpación y hasta la ausencia de dolo. Uno puede matar sin quererlo pero nadie puede violar a nadie si no hay un dolo manifiesto. Ni siquiera una emoción violenta en su sentido estricto, podría hacer menos grave una violación. Y sin embargo, en el curso de la historia, como sabemos, la violación se practicó con asiduidad por toda clase de individuos, guerreros, millonarios, depravados y toda clase de personajes que se sintieron por encima de los otros, es decir, que creyeron ser superiores a sus víctimas, etc. Hubo inclusive, durante un período nefasto en la Edad Media, el derecho de pernada de los señores feudales, el infame prima nocte, que reducía a las mujeres a poco menos que a absolutos objetos sexuales a disposición de los aristócratas.
Señalar los excesos de todo tipo, sobre todo, sexuales, que se dieron bajo la esclavitud está de más.
En relación a la pena de muerte para los violadores, se debe señalar que la mayoría de violadores son unos cobardes – en los penales esto se demuestra ipso facto; de hecho, el mismo ejercicio del abuso nos demuestra su intrínseca cobardía- así que, estos sí se verán disuadidos, en un primer momento por la gravedad de esta pena, salvo que lleguen a creer en su impunidad y si es así cuando sean capturados habrán de sufrir por su falta de cálculo. A los que, sin duda, no podrá disuadir, en ningún caso, es a los verdaderos perversos y sádicos que existen por allí encubiertos en apariencias amables o terribles – su apariencia no tiene importancia-. Lo que importa es que si esta clase de monstruos realizan el daño para el cual han sido dispuestos por una contingencia malsana y oscura, verlos exterminados debería ser un goce para la ciudadanía. Desde luego, este goce nos compromete éticamente pero nadie es perfecto y no se debe mantener la hipocresía de creer que la pena de muerte, en este caso particular, atenta contra los derechos humanos puesto que si se ha probado exhaustivamente la autoría del crimen, para no dejar que justos paguen por pecadores, la pena de muerte es lo que corresponde dada la extrema gravedad del delito y la imposibilidad de reparar el daño causado.
Vivimos en tiempos violentos, la historia del mundo ha sido escrita bajo la violencia, y no debemos ser tan ciegos de creer que no existe suficiente espacio para más horror. Simplemente, resguardémonos en la medida de lo posible y procuremos andar con cuidado.
La pena de muerte no da satisfacciones a nadie puesto que el daño es irreparable, puesto que compromete éticamente a todos los que se sientan satisfechos por su cumplimiento y está más cercana a la venganza que a la justicia pero, particularmente, no veo inconvenientes para que en ciertos casos de violación se lleve a cabo.
En este sentido, propondría que la pena para la violación de una persona mayor de edad sea de 25 a 30 años. Si existen agravantes se debería aumentar hasta a 35 años y en caso de que se pruebe la participación de un individuo en una violación múltiple o en el caso que se viole a un menor – que no haya manifestado su consentimiento- se deberá aplicar la pena capital. Este último detalle parecerá absurdo a la mayoría pero sucede que en el ordenamiento jurídico penal peruano, los menores de 14 años no tienen la posibilidad de hacer valer su consentimiento, una muestra de la cucufatería e hipocresía peruana de toda la vida. En este punto, se debería hacer una reevaluación de todos estos conceptos penales por parte de las autoridades pertinentes.
Cavílese, en el caso de la empadronadora, ¿quién podría decir qué pasó por la mente de su agresor en ese momento? ¿Acaso creía que no lo iban a denunciar? ¿Acaso creyó qué la chica por vergüenza o por miedo no iba a decir nada ? Lamentablemente, aquellos que son violentos y que no entienden o no quieren entender el hashtag tan cuestionado, simplemente, andan desconectados de la realidad.
La cultura machista de la sociedad peruana ha encubierto por décadas el abuso contra la mujer. Sucede que la gente no es capaz de juzgar más allá de las esquinas de sus casas y desestiman lo que en gran parte del territorio nacional fue práctica común hasta hace pocos años cuando la mujer era, prácticamente, una propiedad del varón quien podía hacer con ella todo lo que se le ocurría y si se presentaban ante una comisaría es bien sabido el maltrato que recibían por policías tan o más machistas que los agresores directos. Hasta ahora existen relaciones tóxicas en las que la mujer acepta todo tipo de vejámenes, inclusive los sexuales por un mal entendimiento de lo que es el amor o las obligaciones maritales y eso no se puede consentir más.
En definitiva, se deben agravar las penas para la violación sexual de una persona mayor de edad en un intervalo que iría de 25 a 30 años. En caso de haber agravantes se debería aumentar hasta a 35 años. La pena de muerte debería implementarse pero limitada tan solo para los que participen en una violación múltiple o en el caso que se viole a un menor de 13 años. Esto no niega ni puede negar que se realicen todas las políticas públicas que se puedan originar a fin de reducir la incidencia de este tipo de delitos
P.S.1.
La violencia ha sido tan dejada de lado por las mentes cada vez más «infantilizadas» de la gente que puebla las sociedades «democráticas» que hasta se creía que Cataluña podía independizarse de España sin tener el monopolio de la violencia en su territorio. Como se sabe, España dispuso medidas constitucionales – respaldas por el ejercicio de su propio poder y por el uso de la violencia- por las que la «independencia» catalana se muestra ante el mundo como la más burda farsa de este tiempo. Creer que puede darse una independencia sin guerra solo puede ser producto de las más débiles mentes de este siglo XXI.
P.S.2.
La delimitación de las penas debería corresponder a un trabajo técnico exhaustivo. Las que he usado son solo un marco referencial para calibrar el impacto de las distintas formas que puede asumir el delito de violación sexual. Es absolutamente necesario agravar las penas, ya mismo, sin desestimar el influjo que unas políticas públicas adecuadas en salud, educación y cultura puedan surtir en la población.
P.S.3
El problema de fondo es la violencia y el ejercicio impune del mal. Pero este contenido es más metafísico y no corresponde tratarlo en este espacio.
P.S.4
El develamiento de los múltiples abusos y episodios de acoso sexual que protagonizó el repudiable productor de Hollywood, Harvey Weinstein, nos deja en claro que no solo el Perú es un país de violadores sino que el mundo entero lo es, sobre todo, cuando se genera una idea de impunidad en el agresor. Acaso deberíamos poner en todas partes que estamos contra un mundo de violadores pero es menester empezar en alguna parte y esta vez le tocó al Perú. En buena hora, #Perúpaísdevioladores.
P.S.5.
An Open Secret de Amy J. Berg registra varios casos de abuso sexual en Hollywood. Recomiendo que vean este documental.
https://www.youtube.com/watch?v=DU2TIDO5YIw