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NO SER MÁS

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“Cada día nos despertamos ligeramente transformados. Y la persona que fuimos ayer ha muerto. ¿Por qué entonces decimos ‘ten miedo a la muerte’, cuando la muerte viene por nosotros todo el tiempo?”

-John Updike

 

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Siempre he tenido curiosidad respecto a la muerte. Al decir muerte me refiero al fin de la vida en la única forma en que la conocemos; el momento en que la maquinaria de carne y sangre se apaga y nos convertimos en un cenotafio de nuestra humanidad.

Me intriga aquello que se extingue tras el inmediato cese de nuestras funciones vitales –Alma, ánima, psique -, esa energía que se libera tras el largo y devastador sonido en el monitor cardiaco y que deja el cuerpo inerte, helado y distante de quien alguna vez fuera un pariente, un amigo, una esposa; de alguien que sonrió con nosotros, comió con nosotros y conversó con nosotros y que de pronto ya no es más que una manifestación de nuestra memoria. No es que le busque una explicación al fin de nuestra existencia, a la muerte no la cuestiono, tampoco le temo, pero me consterna por lo que es capaz de hacer, por lo que causa, por lo que le deja a los que seguimos vivos, cargando el dolor a cuestas, intentando olvidarnos de ella a pesar de que la cargamos día a día, y aguarda por nosotros a cada momento.

No hace mucho la tuve cerca, respirándome a la cara desde su invisible pero tan tangible fortaleza. Terminé conectado a un monitor cardíaco tras una terrible infección respiratoria que me obligó a mezclar todo tipo de pastillas e inyecciones que, de forma irreverente, mezclé luego con licor. La mañana del supuesto último día de mi vida desperté con una opresión dolorosa en el pecho que me hizo caminar, trastabillando, hasta la zona de emergencias de un policlínico en el cual una amable recepcionista detuvo a los demás enfermos para pedir que me atendieran de inmediato. Todas mis preguntas eran silenciadas por dos enfermeras que casi chocaban entre ellas tratando de salvar mi vida. Al ver el desfibrilador y el monitor cardíaco abriéndose paso en el estrecho lugar donde era atendido, comprendí que estaba en un terrible aprieto.

Estaba solo, tendido sobre esa cama, lejos de la gente que amaba, distante de haber cumplido los pequeños objetivos que había planteado para mi vida, con un libro de cuentos sin pena y sin gloria, distante de todas las novelas y crónicas que había pensado escribir. “Así que esto es todo”, pensé, mientras mis ojos recorrían el techo del lugar y el dolor parecía romper mi esternón y recordé el poema fúnebre del emperador Adriano, “Animula, vagula blandula / hospes comesques corpori…” (Pequeña alma, blanda y errante, huésped y compañera de mi cuerpo…), que leí en un libro de Youcenar. No soy creyente, así que no hice plegarias. Solo traté de evocar algunos momentos, que de pronto se vieron tan nítidos en mi memoria. Un enfermero sacó el teléfono celular de mi bolsillo y me pidió que le diera el nombre de alguien cercano. Ese día no morí, pero la dura experiencia lejos de asustarme me llenó de optimismo. Me sentí firme en mis convicciones: no me quebré ni le imploré piedad a ningún dios, confirmé quienes eran las personas que amaba porque pensé en ellas antes que en nadie más y, sobre todo, manejé con temple la proximidad de mi fin.

 

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Tenía seis años cuando falleció mi abuela. Mi madre me había enseñado a decirle “mamita”, una palabra que nunca era pronunciada sin la carga de ternura correcta y que yo asociaba mucho a su presencia física. El rosto de mi abuela era triste, y  su cuerpo adelgazaba día tras día. Mi madre me llevaba a visitarla en las tardes, mientras ella se juntaba con sus hermanas para ver la novela y preparar el lonche en la casa donde toda la familia vivía junta. Yo entraba a la pequeña habitación del primer piso y mi abuela, echada en la cama, me extendía sus manos delgadas y reclinaba las piernas cobijadas bajo una manta para que yo pudiera jugar con mis carritos y hacerlos cruzar una ficticia montaña hecha de tela. A veces conversaba conmigo, pero no puedo recordar su voz ni sus palabras, solo su figura delgada y su mirada lánguida. Una tarde se la llevaron al hospital.

Mi madre me hacía llegar sus saludos y yo le mandaba a decir que la extrañaba y que esperaba que pronto estuviera en casa para seguir jugando. El día que falleció, yo me alistaba para la academia de natación y mi madre preparaba el desayuno. No teníamos teléfono en casa y el vecino de al lado, que si lo tenía y que nos lo había ofrecido para cualquier emergencia, le dijo a mi madre que la llamaban del hospital. Mamá dejó el estofado hirviendo y fue a atender la llamada. Segundos después la escuché gritar y salí a buscarla. La puerta de la casa vecina se abrió de par en par y la encontré de rodillas, con las manos juntas, llorando desconsolada y mirando al techo con el rostro descompuesto por la pena. El sol de febrero iluminaba todo en rededor, pero mi madre estaba ahí, llorando, en la oscuridad, como un animal herido en su cueva. Mi abuela no regresó nunca más a casa y no volví a jugar con ella. Pensé que quizá algún día mi madre también se iría y no regresaría nunca. Desde entonces intenté estar siempre cerca de ella.

Mi abuelo, en cambio, pidió que lo libraran del tumulto de enfermeras y malas comidas, y decidió morir en casa, doce años después de la partida de mi abuela. Era un tipo gruñón y licencioso, que vivía atormentado por los titulares de los periódicos chicha donde anunciaban el fin del mundo o una guerra nuclear. Tenía miedo, pero como muchos hombres hechos de la nada y sobrevivientes a duras penas, solía mostrarse duro. Muchas veces su miedo evidenciaba un peso terrible en su conciencia, que él solo tendría que ver cómo reparar o cargárselo a la tumba. Conmigo, sin embargo, hacía muestra de una paciencia y dedicación absoluta. Solíamos pasar las tardes cazando pichones con la carabina, o pegando figuritas en mis álbumes de ciencias e historia natural, los únicos que mi madre me dejaba coleccionar vaya uno a saber sus razones.

Cuando cumplí once años me enseñó los primeros acordes de guitarra, que a decir verdad eran los únicos que sabía (sin que ello le impidiera tocar tantas canciones sin desentonar) y, luego de que ingresé a la universidad, me dicto cátedra de “callao” (juego de dados) y a hacer seco y volteado en demasía. Fue esto último lo que complicó su salud y lo enfermó sin remedio. La gran vida no es eterna, y mi abuelo tuvo que internarse en el hospital mientras sus hijos escuchaban la sentencia. La última vez que lo vi con vida estaba echado en su cama, soportando el dolor del cáncer en su estómago con el estoicismo de un héroe mitológico. Me hablaba de la música de Pinglo y del fin del mundo que tanto había temido y que nunca llegaría a ver. La mañana siguiente uno de mis tíos nos dio la noticia. Fuimos con mi madre a su casa y cuando entramos a su habitación había un aire denso. El cuerpo de mi abuelo yacía echado, con una expresión de dolor en el rostro, la cabeza tirada hacía atrás rebasando la almohada, las manos engarrotadas por el inicio del rigor mortis. Vestía un bivirí, un short marrón y medias negras.

Mi madre pidió algodón y ropa. Miré su cuerpo desde la distancia. No encontraba en ese abandono de carne amoratada nada que me recordara a mi abuelo, solo tenía en frente un recipiente vacío. Mi abuelo no estaba ahí, no estaba ya en ningún sitio, salvo en mi memoria. Ya había visto cadáveres antes, pero era la primera vez que tenía frente a mí la envoltura carnal de alguien que había tenido un significado importante en mi vida. Un vacío se imponía entre ese cuerpo y el recuerdo del hombre que, con mala puntería, intentaba sin cansancio derribar un pichón y que con mucho esmero cogía la goma líquida con un palo de fósforo para pegarla sobre mi álbum. Ese vacío era la muerte.

 

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Mi madre murió tres días después de ingresar al hospital. No hacía mucho que había cumplido sesenta años, y había caído en un estado de depresión insostenible. Recuerdo cada minuto desde la mañana del día miércoles en que recibí la noticia en la oficina, hasta el instante en que echaron el último poco de tierra sobre su tumba y lloraba abrazado junto a mi hermano y a mi padre. Fue en el año de la muerte de mi abuelo cuando me enteré que mi madre padecía de la misma enfermedad que había destrozado a mi “mamita”. Fue también el año en el que le dijeron que sus riñones habían dejado de funcionar y que tenían que hacerle diálisis tres veces por semana.

Una amiga me dijo que el tiempo estimado de vida para los diabéticos con insuficiencia renal era de diez años, pero nunca conversamos de eso en casa. Mi madre había sido una mujer alegre, entusiasta, carismática, y una fiera cuando se trataba de cuidarme y de cuidar a mi hermano, pero tras el diagnóstico, año tras año, la vi demacrarse, enflaquecer, perderse lentamente en los miedos de una enfermedad desbordada que empezaba a empequeñecerla en cuerpo y mente hasta convertirla en un ratoncito asustado mirando los recovecos de cuarto del hospital, donde a menudo solíamos llevarla. Año tras año marqué una línea en mi corazón llevando la cuenta del tiempo que le restaba de vida, como el testigo de la pena de muerte que mira el reloj aguardando por clemencia.

Once años después de la muerte de mi abuelo entré en una habitación del hospital Rebagliati para ver el cuerpo de mi madre. Entre las imágenes que grabaron junto con el dolor está la del viento agitando las cortinas cerradas de par en par y el sol filtrándose entre ellas, iluminando por ratos el cuerpo de mi madre, cubierto por una manta blanca. Encontré a mi padre sentado al pie de la cama, en silencio. Fue la primera vez que estuve cerca, muy cerca de un cuerpo inerte. Sentí la piel fría, toqué sus yagas ya cicatrizadas, que tanto le habían dolido en vida y palpé el vacío que dejaba la ausencia de una de sus piernas bajo la sábana, la cual habían tenido que amputarle años atrás debido a una gangrena. El hospital era de pronto más frío que de costumbre, y todo resultaba distante. Un enfermero llegó al mediodía y movió con tosquedad el cuerpo de mi madre para llevarlo a la morgue, con el desdén rutinario de un tipo cansado de recoger lo que deja la muerte tras de sí. Empujé al tipo y le dije que yo me haría cargo El chirrido de la camilla que yo empujaba hacía eco por el pasadizo del piso once. Bajé por el ascensor hasta el sótano y en cada piso me topé con personas que desistieron de subir al ver el cadáver y optaron tan solo por santiguarse.

Luego todo pasó tan rápido: la capilla ardiente, las flores, el licor para adormecer la pena y mantener el desconcierto, el restallido del vidrio que cubría su ataúd mientras la velábamos de noche, la negativa de los vidrieros al día siguiente, para reparar el ataúd por respeto a la difunta, los abrazos inacabables y las palabras que parecían ser una sola asegurándome que contaba ya con un angelito en el cielo, así, en diminutivo, y luego los días de borrachera y descontrol, de hartazgo y descontrol, de rabia y descontrol. Hicimos tanto por tenerla cerca y la muerte sopló sobre mi madre como si de un castillo de naipes se tratara. Su cuerpo, sin embargo, a pesar de lucirme vacío, me reconfortaba. Su rostro, ligeramente hinchado, lucía calmo, como si estuviera durmiendo. Mirar su cadáver era como mirar una vieja fotografía sin tiempo ni lugar. Pronto se cumplirán seis años de su partida, y ya debo esforzarme para no olvidar su voz.

 

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Después de hacerme dos electrocardiogramas, el médico que me atendió me dio una severa reprimenda, también algunos consejos que solo he sabido aplicar a medias. Cuida tu corazón, me dijo, la próxima no lo cuentas. Y de repente imaginé lo que sería mi cuerpo inerte en medio de la desolación de unos cuantos enterados de que ya no estoy ahí, de que ya no soy yo, y mi yo, sabrá la ciencia, ha partido lejos o se ha desintegrado, o se ha unido a una fuente de energía mucho más vasta y caótica que la que nuestras limitadas mentes pueden imaginar. ¿Dónde yacerá la envoltura de mi naturaleza antes de quedar a tres metros bajo tierra? ¿Habrá un crucifijo y una capilla ardiente a pesar de mi férreo ateísmo? No imagino más nada. No gasto fuerza en vislumbrar un mundo tan oscuro como la sombra que la muerte traza al llevarse nuestra esencia.

Es natural que nos aferremos al cuerpo, a pesar de que, una vez muertos, el cuerpo ya no nos dice nada en absoluto y es la memoria la que debe hacer su trabajo, la que debe impedir la extinción de aquellos que tanto nos significaron en vida. No he podido, sin embargo, acostumbrarme a la idea de que una lápida reemplace la mejilla que alguna vez besé o la mano que alguna vez tomé, ni a sembrar flores temporales en un espacio donde reposan restos tan similares a muchos otros. Sin embargo sé que es la experiencia consciente de la muerte la que ha cambiado mi forma de ver las cosas y dejó atrás la inocencia con la que veía al mundo. Me alejó de la omnipotencia de la niñez, de la inmortalidad de la juventud. La experiencia del cuerpo vacío y de la ausencia me hizo pensar en la fragilidad de la existencia, en lo efímero del momento, pero sobre todo en la importancia del tiempo presente, de lo real, lo tangible, lo que verdaderamente me pertenece. Cada segundo goza de una belleza plena, cada respiro se me hace tan importante y el futuro no es más una obsesión sino un mero referente de mis acciones presentes.

Es cierto que la muerte trae consigo la tristeza inmediata, la pena profunda, la melancolía que se asienta con el tiempo. Pero son sentimientos necesarios para la introspección y el autoconocimiento, que es la única forma en la que creo que puedo llegar a existir a plenitud, continuar mi vida y aferrarme a ella con la certeza de que siempre se perderá lo que se quiere, pues esa es la regla de este mundo, hasta que finalmente me toque dejar el mismo vacío y encontrar algunas respuestas. La muerte es lo opuesto a todo, decía Susan Sontag. Tal vez la muerte sea en sí misma una respuesta.

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Luis Humberto Moreno Córdova (Lima 1979) Escritor, estudió Gestión de Recursos Humanos en la universidad de San Martín de Porres. Ha publicado su libro de cuentos "La horas imperfectas".

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Dictan 6 meses de prisión preventiva a sujeto que vandalizó la Piedra de los 12 Ángulos [VIDEO]

En tanto, el Mincul solicitó más de 5 millones de soles como reparación civil contra Gabriel Roysi Melanio.

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Durísima sanción. Seis meses de prisión preventiva de la libertad dictó ayer el Poder Judicial (PJ), a través de la Corte del Cusco, contra Gabriel Mariano Roysi Melanio, de 30 años, investigado por atentar contra la Piedra de los Doce Ángulos en el centro histórico de la ciudad del Cusco.

La decisión fue dispuesta por el Segundo Juzgado Penal de Investigación Preparatoria Transitoria de Flagrancia del Cusco.

Será investigado por el delito de destrucción de bienes culturales, daño ocasionado con un martillo. Cabe recordar que la ciudad del Cusco es protegida al ser Patrimonio Cultural de la Nación desde 1972 y Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco desde 1983.

Por su parte, el Ministerio de Cultura (Mincul), a través del procurador público Henmer Alva Neyra, solicitó como reparación civil e indemnización 5 millones 350,000 soles al imputado de dañar con un martillo la Piedra de los 12 Ángulos.

El fiscal del caso sustentó la medida coercitiva a partir de las pericias del Mincul y de la Policía Nacional que confirman que tras el impacto metálico hubo pérdida de material y hendiduras, que fue calificado como “muy grave” al haber “alteración irreversible en un bien arqueológico de alto valor histórico y cultural”.

Además, hubo “una alteración en la fisura superficial comprometiendo la estabilidad del elemento y exponiendo a un deterioro. El daño compromete no solo la integridad física del bien, sino también su valor histórico, estético cultural al modificar su percepción visual y su autenticidad”.

fuente: tv peru.

El dato:

Un turista que observó los daños reportó la agresión a una tienda de la zona y tras visualizar los registros se constató que Roysi Melano golpeó tres veces el bien cultural y luego se fue. El mismo día, alrededor de las 10:40 horas, la Policía Nacional y la fiscalía ubicaron y detuvieron al causante en la calle Suytuhatu del barrio de San Blas.

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Norvial anuncia que suspenderá temporalmente el cobro de peajes en Pasamayo y Serpentín [VIDEO]

Desde primeras horas de la mañana de hoy se observa a los vehículos pasar sin pagar el peaje.

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Luego de varias protestas por parte de los transportistas que usualmente se dirigen hacia el norte del país, denunciando que la empresa concesionaria Norvial aún continuaba cobrando el peaje en la Variante de Pasamayo y el Serpentín de Pasamayo, pese a que más adelante se encuentra derrumbado el puente Chancay, Norvial informó la suspensión temporal de dicho cobro.

La concesionaria de la Red Vial 5 de la Panamericana Norte precisó que la medida estará vigente por seis días calendario o hasta que se culmine con la instalación del puente modular que permita recuperar la transitabilidad en el kilómetro 76+200 donde se ubicaba el colapsado puente Chancay.

Sostuvo que la medida se adoptó en virtud del Oficio N° 0658-2025-MTC/19 expedido por el Ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC), en aplicación del numeral 9.9 del Contrato de Concesión.

A través de su cuenta oficial en Facebook Norvial dio a conocer este comunicado donde reiteró su compromiso por la seguridad y transitabilidad en la vía.

Como se recuerda, el jueves 13 de febrero, cerca de la medianoche, se produjo el colapso de una de las vías (de norte a sur) del puente Chancay lo que provocó la caída de un bus interprovincial lleno de pasajeros y de un automóvil particular. El accidente dejó tres personas fallecidas y cerca de 40 heridas, algunas de ellas aún se encuentran internadas.

Ante el colapso del puente, que obligó a suspender el tránsito en ese tramo de la Panamericana Norte, el titular del MTC, Raúl Pérez Reyes, anunció que un puente modular reemplazará a la infraestructura dañada. La instalación del citado puente demandaría entre ocho a 15 días.

fuente: exitosa.

Ante la suspensión del tránsito vehicular en Chancay, los transportistas que salen o se dirigen a Lima toman como ruta alterna el camino que conduce a la ciudad de Huaral para luego dirigirse a Aucallama y en este lugar retomar la Panamericana Norte.

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Concesionaria Norvial continúa cobrando peajes en Ancón y Huacho pese a colapso de puente Chancay [VIDEO]

Choferes se muestran disconformes en cobro de peaje, tomando en consideración el derrumbe del puente y la altísima congestión vehicular en la zona.

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Siguen cobrando pese a un servicio deficiente. El director de la Cámara Internacional de la Industria del Transporte (CIT), Martín Ojeda, denunció que se sigue cobrando peaje a pesar de las limitaciones del tránsito vehicular, tras el colapso del puente Chancay, en Huaral, que se registró la noche del jueves, 13 de febrero.

En entrevista para RPP, Ojeda señaló que persiste el cobro en los peajes de Ancón y Huacho, por lo que exigió la suspensión del pago hasta que culminen los trabajos de remediación después la caída del puente Chancay, a la altura del kilómetro 75 de la Panamericana Norte.  

También dijo que los transportistas son desviados del peaje de Ancón hacia Huaral, por una vía de trocha que dificulta el tránsito y, además, genera una congestión vehicular de entre una a cuatro horas.

fuente: exitosa.

Para ejemplificar el panorama que brindó Ojeda, un conductor se comunicó en vivo con RPP y relató que, en su trayecto de Lima a Chancay, estuvo más de tres horas atascado en el tráfico. 

“Y en el mejor de los casos, cuando no hay tráfico, se demora hora con veinte minutos. Y el día de ayer, en la noche, se ha demorado de tres a cuatro horas. Hay una larga fila de buses porque nos meten por calles que no son carreteras, no son autopistas, es una ciudad… lo peor de todo, que nos cobran los peajes”, declaró Martín Ojeda.

“La fluidez y la conectividad se rompió y están cobrando el peaje de norte a sur y de sur a norte en Huacho; y están cobrando el peaje en Ancón, norte y sur, sur y norte”, agregó.

El director de la CIT comentó que en los peajes se cobra 10.40 soles por eje y los camiones tiene hasta seis; por lo que un transportista podría llegar a pagar 62.40 soles.

“Eso es lo que nos están cobrando: por nada”, enfatizó.

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Atentado cultural en Cusco [VIDEO]

‘La piedra de los doce ángulos’ forma parte de un Palacio Inca en la calle Hatun Rumiyoq y hoy fue seriamente vandalizada por una persona que con un objeto contundente la golpeó fuertemente. Como se recuerda, hace 11 años dos vándalos chilenos pintaron el gran bloque e hicieron un grafiti con sus iniciales.

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La madrugada de este martes la ‘piedra de los doce ángulos’ ubicada en la zona monumental de la ciudad de Cusco, sufrió un grave atentado. Lima Gris accedió a imágenes exclusivas del momento del acto vandálico, cuando una persona en aparente estado de ebriedad golpea fuertemente la piedra con un objeto sólido que sostiene en su mano. Funcionarios del Ministerio de Cultura llegaron hasta el lugar para evaluar los daños.

¿Dónde está ubicada exactamente la ‘Piedra de los doce ángulos’?

La piedra de los doce ángulos es un bloque de piedra de la cultura inca que forma parte de un palacio ubicado en el centro de la ciudad, en la calle Hatun Rumiyoq (que junto con otras calles se unen a la plazoleta de San Blas con la plazoleta de la Almudena) en la zona monumental de Cusco, Perú.

El gran bloque de arquitectura inca y que está compuesta por una formación diorita presenta un gran acabado y bordeado perfeccionista, al no existir asimetrías en sus uniones. Y actualmente es considerado Patrimonio Cultural de la Nación del Perú. Asimismo, la piedra forma parte de la sede del Palacio Arzobispal de Cusco, que anteriormente fue la residencia de Inca Roca, el sexto soberano del Curacazgo del Cusco.

Hace 11 años sufrió un acto vandálico

Como se recuerda, el 8 de marzo de 2014 la piedra sufrió un grave atentado mediante una irresponsable pinta que significó un acto vandálico, pese a la constante vigilancia de los ciudadanos cusqueños. En dicha fecha, dos sujetos chilenos desadaptados hicieron un grafiti con sus iniciales. Felizmente, los servidores de la Dirección Desconcentrada de Cultura del Cusco lograron borrarlas sin dañar la superficie.

Lima Gris accedió a estas exclusivas imágenes captadas por Darwin Santander.

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Taxis por aplicativo sí podrán ingresar al nuevo aeropuerto Jorge Chávez, según nuevas indicaciones de la ATU

Asimismo, precisaron que los buses “AeroDirecto” estará permitido el traslado de maletas tipo ‘carry on’.

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Taxis y malestas, sí, pero ahora solo falta cómo ingresar. La Autoridad de Transporte Urbano para Lima y Callao (ATU) informó el pasado fin de semana que los taxis por aplicativo sí podrán ingresar al nuevo aeropuerto internacional Jorge Chávez, que se inaugura este 30 de marzo.

A través de un comunicado, precisó que este tipo de autos sí podrán ingresar con pasajeros al nuevo terminal de Lima y que “el control y la seguridad de estos vehículos estarán a cargo tanto de la entidad como de la Policía Nacional del Perú”.

Es así que vehículos de los aplicativos como como Uber, Yango, Cabify, Didi y Easy Taxi podrán ingresar al terminal con pasajeros.

Para operar en el nuevo terminal aéreo, los taxis por aplicativo deberán cumplir con varios requisitos de seguridad y formalización. Las unidades deben estar debidamente identificadas con la placa correspondiente al servicio de taxi y contar con la autorización de la ATU.

Además, los conductores deberán tener una licencia de conducir vigente, contar con el SOAT obligatorio y pasar una inspección vehicular actualizada. Entre los implementos de seguridad exigidos se incluyen un botiquín de primeros auxilios, un extintor y señales distintivas como casquete y cartilla informativa.

Detalló asimismo que los buses de “Aerodirecto” son vehículos de transporte público urbanos de pasajeros, como los que prestan servicio en la ciudad, en los cuales está permitido el traslado de maletas tipo carry on (con ruedas) y mochilas de viaje, es decir, el equipaje que suele ir en la cabina de los aviones”.

Finalmente, la ATU reiteró su compromiso de apoyar los servicios de movilidad urbana hacia y desde el nuevo aeropuerto Jorge Chávez dentro de los estándares de formalidad que la autoridad exige, a la par de ir implementando nuevos servicios que permitan un desplazamiento seguro de los ciudadanos y visitantes.

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A propósito del Día del Amor y la Amistad: cada vez más peruanos prefieren casarse pasados los 30 años

El año pasado se realizaron 68,559 matrimonios, situándose casi a cifras prepandemia.

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Dar el “sí, acepto” es una de las decisiones más importantes de la vida y para muchos se tienen que dar ciertas condiciones para pasar el resto de sus vidas que su ser amado. Los tiempos han cambiado y ya no se frecuenta ver bodas entre jóvenes veinteañeros, sino a dos adultos de 35 años para arriba.

Y es que varios factores entran a tallar para la unión ante Dios. Muchos jóvenes dan prioridad a su vida profesional y laboral, dejando en segundo plano las nupcias. Otro factor importante es el soporte económico ya que muchas de las nuevas parejas buscan un hogar donde habitar que no sea el segundo piso de la casa de sus padres. Otro detalle a considerar es que muchos de los encuestados no se sienten emocionalmente preparados para “dar el salto” a la fila de los recién casados, prefiriendo entre otras cosas su libertad como solteros, su juventud y su etapa donde no son tan responsables.

Según información del Registro Nacional de Identificación y Estado Civil (Reniec) en 2024 se han registrado 68,559 matrimonios; lo que indica una recuperación con respecto a los números prepandemia. En 2019 la cifra fue de 73,802, y evidentemente por la coyuntura de la crisis por Covid-19 en 2020 se redujo a 43,608 bodas. En años posteriores la cifra se fue recuperando, teniendo un pico alto en 2022 con 80,605 matrimonios.

En los años posteriores esa cifra no se mantuvo, reduciéndose considerablemente: 2023 con 66,142 bodas, y 2024 con 68,559.

El año anterior más de 39 mil peruanos se casaron entre los 30 y 59 años; siendo Lima, Arequipa y Cusco las regiones que lideran este ranking por rango de edad.

Ciudadanos ahora priorizan otros aspectos de su vida como la profesional, emocional o económica antes de casarse. Foto: El Peruano.

Día del Amor, día de casarnos

Por otro lado, Reniec informó que en el 2024 se registraron 757 matrimonios el 14 de febrero, fecha en la que se celebra el Día del Amor o Día de San Valentín. Esto representa una disminución del 25.6% versus el 2023, cuando se casaron 1018 parejas a nivel nacional.

En comparación con el año prepandemia (2019), se experimentó una caída del 38.7% en el número de matrimonios inscritos que fueron 1234.

Reniec también señaló que, en los últimos seis años, un total de 4892 parejas eligieron contraer matrimonio el Día de San Valentín.

Las parejas que han unido sus vidas y sellado su amor en esta fecha especial son las siguientes: en 2019 (1234), 2020 (1476), 2021 (14), 2022 (393), 2023 (1018) y en 2024 (757).

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Dos personas fallecidas y decenas de heridos tras caída de Puente de Chancay [VIDEO]

Bus interprovincial cayó al turbulento río Chancay. Entre los heridos se encuentran tres menores de edad.

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Un país sin puentes. Resulta sumamente preocupante la falta de planificación y monitoreo de los puentes del país. Han pasado más de dos años y un puente en Huachipa aún no se puede terminar de construir; peor aún, no existe un puente de acceso al nuevo aeropuerto Jorge Chávez; diversos puentes vienen siendo golpeados en sus bases por buses y tráileres de carga pesada, dificultando la transitabilidad de los demás vehículos; y qué decir de los demás puentes en el interior del país que cada año son debilitados tras la llegada de un huayco, sin que exista un control posterior de las autoridades competentes sean distritales, regionales o centrales; y ahora último el Puente de Chancay se ha caído al río, llevándose consigo dos personas inocentes fallecidas.

De acuerdo con información del titular del Ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC), Raúl Pérez – Reyes, un bus interprovincial cayó a las aguas del río Chancay a la altura del kilómetro 75 de la Panamericana Norte, luego de que el puente se desplomara. Posteriormente, se tuvo conocimiento de que un auto particular también cayó a la corriente fluvial.

El hecho ocurrió aproximadamente a las 11:55 p.m. del último jueves, cuando la infraestructura cedió justo en el momento en que una unidad de la empresa Cruz del Norte y un automóvil de color negro transitaban por la vía.

Bomberos y agentes de la Policía Nacional del Perú (PNP) trabajaron en conjunto para rescatar a los pasajeros atrapados dentro del ómnibus, algunos de los cuales quedaron entre los fierros retorcidos. Con herramientas especializadas, lograron abrir paso entre los restos del vehículo, mientras otros socorristas brindaban primeros auxilios. Los afectados fueron trasladados a los hospitales de Chancay y Huaral.

Por otro lado, se conoció que en el mes de noviembre se realizó mantenimiento al puente derrumbado, sin embargo, no se han brindado mayores detalles sobre el tipo de mantenimiento. Desde el año 2003 la empresa encargada del mantenimiento del puente es Norvial.

fuente: latina.

Ministro de Transportes acudió hasta el puente derrumbado

Ante esta emergencia, el ministro de Transportes llegó hasta Chancay en horas de la madrugada para intentar buscar alternativas de vías de comunicación debido a que se ha paralizado la carretera en sentido norte a sur producto del colapso del puente. 

Los pobladores de la zona se mostraron totalmente indignados con su presencia y llegaron a increparle en el lugar. Sin embargo, el titular del MTC se concentró en mencionar que lo importante era salvaguardar la vida de las víctimas

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Usuarios del Metropolitano se bajan de los buses debido al asfixiante calor [VIDEO]

Unidades de transporte no cuentan con aire acondicionado, eso sumado a la gran conglomeración en hora punta hace que muchos de esos vehículos vayan repletos de pasajeros.

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El sofocante calor se siente en muchas partes de la capital, registrándose en algunos distritos temperaturas por encima de los 30 grados, teniendo sensaciones de calor los 33 o 34 grados. Si eso calor se suma estar en un lugar cerrado y con poca ventilación como los buses del Metropolitano dicha temperatura fácilmente puede bordear los 37 o 38 grados, resultando para muchos una “olla a presión”.

Anoche, en la estación Naranjal del Metropolitano, decenas de usuarios de ese servicio de transporte no pudieron más el intenso calor y decidieron bajarse de las unidades a modo de protesta por la escasa implementación de aire acondicionado o sistemas de ventilación.

Y a pesar que anoche se registró una intensa lluvia en gran parte de la capital, la sensación de calor no se redujo, teniendo una media de 25°C incluso hasta altas horas de la noche.

“No es ventilado, la verdad. Como todos los días, es algo normal que haya aglomeraciones. El calor está muy fuerte”, dijo a Panamericana TV una pasajera que aguardaba abordar en la estación Naranjal. Otra usuaria agregó: “Es un horno estar en el trayecto. La gente está apiñada, no hay ventilación. Las ventanas no sirven de mucho porque son pequeñas y algunas están malogradas”.

fuentes: bdp.

En esa estación los pasajeros debieron esperar al menos 45 minutos debido a la congestión generada por el mal tiempo. Sin embargo, el panorama se replicó en otros puntos, donde usuarios reportaron que la lluvia generó desorden y acumulación de suciedad en los embarques.

Los peatones también manifestaron que las estaciones no están diseñadas para soportar precipitaciones prolongadas. En varias de ellas, se registró acumulación de agua en el piso, lo que dificultó el acceso y generó riesgo de resbalones.

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