Somos un país (¿una sociedad?) chismosa. Ahí donde algo nos llama la atención, donde un sonido guillotina la curiosidad, prestamos oídos de manera soberana. Esto no es nada nuevo, si recordamos que en la literatura peruana, tenemos, por ejemplo, a Ricardo Palma, cuya obra bordea la chismografía. Estamos ahora frente a uno de los libros más reveladores de la intimidad de Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez; obra que nos permite correr el tupido velo de una vida íntima que, a tientas, intuíamos por libros de entrevistas, o de memorias (El pez en el agua, por ejemplo), configurada según criterios subjetivos. Hay que añadir que, claro, es más enfática con peruano, que con el colombiano.
Lo que hace Bayly con Los Genios (Galaxia Gutenberg, 2023) es abrirnos sin pudor una etapa de la vida de estos autores: el ciclo que va de su encuentro en Caracas, donde el autor de «Conversación en La Catedral recibió el Rómulo Gallegos, hasta el final de la amistad, que es el golpe en el rostro al autor de «Cien años de Soledad«. Ese intervalo le sirve a Bayly para configurar una suerte de tragicomedia donde observamos de cerca el éxito literario, los desafueros sentimentales, los conflictos familiares y la cotidianidad de estos dos autores emblemáticos de nuestra literatura. La prosa, el estilo no busca mostrar más de lo que narra; es casi periodístico, es decir, informativo:
García Márquez se mudó a Barcelona con su esposa Mercedes y sus hijos Rodrigo y Gonzalo el mismo año en que se publicó Cien años de soledad. Llevaban siete años viviendo en esa ciudad, tres años más que los Vargas Llosa. Carmen Balcells no le pagaba un sueldo mensual, a diferencia de lo que hacia con Vargas Llosa, quien cobraba un salario mínimo, un monto que le permitiera pagar las cuentas familiares aun si las regalías de sus libros decrecían. (pág 18)
Si hasta la fecha, la prolífica producción de Bayly parece incesante, despierta curiosidad descubrir un libro atípico dentro del corpus general de su obra. En novelas como «No se lo digas a nadie«, «Fue ayer y no me acuerdo«, «La noche es virgen» o «Los amigos que perdí» vemos el mismo tono confesional y oral de todas sus obras; quizás solo “Los últimos días de la prensa” se acerque al estilo narrativo de este autor. Los genios tiene todo para venderse como pan caliente: el chisme es una droga muy fuerte en nuestra realidad. Así, los que lean estas páginas, verán con asombro la desbocada vida sentimental de Vargas Llosa y el modus vivendi musical de García Márquez.
En Abaddón, el exterminador, Sábato recuerda que algunos cotemporáneos de Balzac se burlaban de él por su falta de garbo a la hora de almorzar; y este juicio le servía al argentino para afirmar que siempre se ataca las minucisas de los genios para infravalorarlos; en esta obra queda claro que hay un ser detrás de los libros: gente como cualquiera, con vicios, deseos y debilidades. El puesto literario de Vargas Llosa, a estas alturas de la vida, es indiscutible; sin embargo, queda la curiosidad de saber qué hubiera pasado si estos accesos de violencia (el puñete, pues) se hubieran dado en nuestras épocas de cultura de la cancelación o del famoso «funeo». ¿Acaso no está fresco el recuerdo del puñete de William Smith a Chris Rock? Es valioso también todo el fresco de la vida intelectual de aquellas épocas; es decir, el gran trabajo de Carmen Balcells, a quien el autor considera más genio que los genios; o el uso de los diálogos para darle voz a los propios autores del libro:
-Mi hijo mayor se ha quedado mocho de un huevo-le dijo Vargas Llosa a su amigo, el escritor chileno Jorge Edwards-.Patricia quiere que vaya a Lima.
-No vayas- dijo Edwards-. Si vas, no vas a poder escribir.
(pág 102)
Este apropiamiento de las personas para volverlas personajes, le permite a Bayly articular su novela (¿relato histórico?) de modo fluido y sin perder el itinerario cronológico. Sin embargo, no podemos dejar de olvidar que, al inicio, un rótulo nos advierte que se trata de ficción: «Este libro no es un texto histórico ni una investigación periodística. Es una novela, una obra de ficción que entremezcla unos hechos reales, históricos, con unos hechos ficticios que provienen de la invectiva del autor» Con todo esto, la galería de personajes de esta obra es variopinta y va de autores como Neruda hasta cantautores como Joaquín Sabina. En cierto modo, por su galería literaria nos recuerda la novela «El amante uruguayo» de Roncagliolo. (¿O caso «El enano: la historia de una enemistad» de Ampuero?)También se captura de modo formidable el paso que va del Vargas Llosa de sus tres primeras obras maestras, a escrituras más frescas como Pantaleón y las visitadoras; este último libro, sirve para narrar las escenas que van desde las propuestas de hacer una película de la obra, hasta la propia realización de dicho filme con el propio autor como director y actor del proyecto. Sin embargo, esta experiencia deja una desazón al Nobel:
Pero no le dijo lo que, en su fuero íntimo, pensaba, se decía a sí mismo: he descubierto que no soy ni quiero ser cineasta, hacer una película es un circo, no puedo ser escritor y cineasta al mismo tiempo, o soy escritor o soy cineasta, y el cine es una suma de muchas personas, muchos egos, muchos caprichos, un operación tremendamente laboriosa y compleja (pág 223)
También es importante el rol que desempeña Patricia Llosa dentro de la novela, esposa y prima del autor. Es la mujer abnegada y traicionada, en medio de la extraordinaria carrera literaria de su esposo que, como ya lo dijo él mismo, siempre que lo regaña le dice: «Mario, tú solo sirves para escribir». Queda claro que el papel del autor es ofrecer un relato crudo, sin filtros ni eufemismos, con el afán de darnos un fresco descarnado. Tan solo un libro como «Lo que no dijo Varguitas» escrita por Julia Urquidi, la primera esposa, ahonda a profundidad en la intimidad gracias al relato de pareja, a las cartas y crónicas de su larga relación.
Con todo lo dicho, este libro nos ofrece dos experiencias de autores que rompieron fronteras e impusieron épocas: un Vargas Llosa, cuyo temperamento y dedicación lo llevaron a la cumbre literaria antes de los treinta y un años; y García Márquez, que logró su catapulta a la eternidad pasando los cuarenta. Dos temperamentos, dos formas de entender el arte: el realismo y el realismo mágico. Uno amante de la razón y el orden; otro, de la poesía, de la música, de lo libre. Así, el motivo del violento golpe solo sirve como escusa para ahondar en los modos de ser y vivir de estos literatos. En «Los genios» se observa claramente que la genialidad es una consecuencia de un trabajo diario, un trabajo con horarios y exigentes al límite: de operar en la desmesura, en el rigor, en lo salvaje.
Este libro se publica ya con García Márquez ausente físicamente y con Vargas Llosa en plena creación literaria, bordeando los ochenta años. El octogenario autor acaba de recibir la Orden del Sol, de separarse de Presley y de publicar un ensayo sobre Pérez Galdós. El aporte de Bayly es intentar cartografiar el otro lado de la moneda; así, este libro se vuelve un molusco cuya vida es solamente posible gracias a la calidad literaria de quiénes retrata. No se puede olvidar que el autor, el niño terrible del periodismo nacional, tuvo su primer salto a la fama literaria gracias al espaldarazo de Vargas Llosa. Esto nos lleva a sospechar que el telos del proyecto es dinamitar el monumento. Hermosa forma de pagar una deuda de años: quizás para algunos el odio, es también una forma de amar.