Escribe Francisco León
En medio del camino de nuestra vida
me encontré por una selva oscura.
Dante Alighieri
El siguiente texto ha sido producto de una reflexión para la presentación de un compilado de poesía piurana. Está referido al “valor” de la “poesía” que se hace en la actualidad en ciertos grupos, de diversos estratos económicos y del acto del recital en sí. Estas entradas no fueron gratuitas y se relacionan, son interpelaciones que “salieron” de aquel libro. O al menos que en mí han sugerido.
LOS DISTINTOS CÍRCULOS
Como en la “descripción” que del infierno hizo Dante, la argolla literaria tiene sus círculos. Yo he sido siempre un defensor de la apertura, de la “democratización” de la argolla (Raúl Rosales dixit). Proceso que equivaldría a desaparecerla y no, de modo simultáneo.
Sin embargo, hace poco, he comprobado algunas cosas interesantes. En primer lugar, que muchos de los que critican la argolla de los “círculos superiores”, es decir, los supuestos tops, lo hacen por el simple hecho de que ellos no están ubicados allí. Estos poetas ocuparían pues los primeros círculos y, en contraposición a la visión del poeta italiano, serían algo así como “pecadores menores”.
La crítica de estos no es sistémica, ni a formas estructurales de conformación social que excluyen en todos los campos. No. Se podría sintetizar en una frase tipo: solo critico porque a mí no me dejaron entrar. Con relación a este tema, tenemos otros escritores que no dicen nada y creo que es porque esperan su oportunidad. ¿De qué?, como dijo un amigo: no se venden porque no encuentran quién los compre. Entonces callan… a la espera.
Bueno, retornemos a los grupos literarios de amigos, de “poetas anónimos” como los bautizó Percy Vílchez Salvatierra en clara analogía con las reuniones de los grupos de autoayuda y alcohólicos anónimos. Incluso encontró un parecido en el modus operandi y disposición física de los participantes en las salas donde realizan sus eventos.
Sigamos. En estas reuniones o “recitales”, el “poema” se convierte en un “objeto traslúcido”, pierde su espesor, su consistencia, lo inherente como construcción autónoma pero que debe transmitir un mensaje, de cualquier tipo, sin lo cual no tiene razón de ser.
Lo que es peor, ya no interesa lo que se diga, o si el texto es propio o ajeno, o una canción, o si presenta algún interés o significación para alguien más allá del poeta mismo, o si posibilita una lectura polisémica, nada. Incluso se podría leer una receta de farmacia o la guía telefónica con la “debida entonación”.
En estos espacios, el “poema” solo sirve, cumple el papel, de “mediar” entre el ego maltrecho del declamador y una realidad conformada por los “otros” a los cuales debe, tiene la necesidad de arrancar un aplauso a como dé lugar.
Tarea nada difícil para ser honestos. El aplauso está asegurado solo por el hecho de ser parte de aquel colectivo. O si el “poeta” pertenece a una clase hegemónica, eso se lo asegura la prensa a su servicio y la publicidad y fama derivadas de aquella promoción.
Esta necesidad de aplauso usando el poema como “medio” es de tipo psicológico y está relacionada con la búsqueda de aceptación, con el afianzar ciertos aspectos de la personalidad que presentan falencias afectivas, inseguridades, u otros órdenes que escapan a la función de la literatura. Sin por ello negar la característica catárquica, báquica que también cumple el poema, decimos que se le está circunscribiendo solo a esta. He allí un problema.
Este tipo de “círculos de pecadores menores”, o empresas del autoengaño, afectan la calidad del trabajo expuesto. Lo importante es SER parte del o de los grupos que exponen, tengan el nombre que tengan, lo que los exime de algunos requisitos mínimos para ser considerados poetas.
Solo por mencionar, podríamos hablar del respeto a un tipo de lógica en la construcción, que no tiene por qué ser “racional” ni mucho menos, pero que debe estar fundamentada en lecturas previas: surrealismo, beatniks, simbolismo, ultraísmo, etc. etc., figuras, ritmo, estilo, intencionalidad. Podríamos hablar incluso de una militancia, pensada o no, puesto que las palabras, su elección o incluso “conocimiento” reflejan una situación social, inherente o buscada, que obedece a contenidos ideológico-políticos. Podríamos mencionar que debería haber algún tipo de “entendimiento” o racionalización del porqué, o para qué se ha escrito. Ni qué decir del mensaje, de la tensión, anhelada, entre fondo y forma.
Entonces, allí es donde se cae en la autocomplacencia, se baja la valla por falta de otros escuchas críticos. Y lo más triste es que se pierde una de los inmemoriales “cualidades” de la palabra y de su enunciación. Es decir la ritual, purificadora, el reino de la experiencia única y compartida al mismo tiempo. Si el poeta es el oficiante, el sumo sacerdote del ritual, es porque él “porta” la palabra, el poema en este caso. Pero no puede haber poeta, ni rito posible si es que no hay “poema”. Y es lo que se reclama a estos colectivos o grupos.
Quisiera ser muy claro en este punto. Cito sobre el complejo Mito/Rito a Rafael López-Sanz en El jazz y la ciudad.
[…] los dioses como poderes son trasunto humano y, sin embargo, no hay en verdad hombre sin dioses. Por tanto, no puede negarse que un dios sea un ser autoexistente, precisamente por la mediación del vehículo humano, el rito, el cual, como invención de dioses y de hombres, es pura paradoja frente al caos de la deplorable temporalidad y vida de necesidades de lo cotidiano.
El autor nos cuenta del poema/poeta y sus funciones, para lo cual toma como ejemplo los mantras del Rig Veda. La palabra, otra vez, a veces coadyuvada por plantas maestras para potenciar sus efectos, la búsqueda de imágenes imposibles que transporten al ser hacia otras dimensiones, y no solo por ser rebuscadas o entendidas como bellas.
Ciertamente, la iniciación es cosa común al poeta que periódicamente deviene en stanza y al hombre que periódicamente deviene rito, y es la experiencia iniciática, la conducente al éxtasis, y con ella al rito posible […]
No es el objetivo de este pequeño texto el debatir el papel de la poesía en la actualidad, a nivel mundial, en relación a su auge o “subida” frente a la novela por ejemplo. Somos más modestos y pretendemos efectuar algún tipo de intercambio crítico con lo que ocurre en nuestra ciudad.
Y no se crea que tengo desdén u “odio” hacia la poesía, sino que considero que en la actualidad en Lima existen demasiados poetas (y poemas) para poca poesía, según lo antes explicado. Es más, comparto la opinión del antropólogo Carlos Iván Degregori cuando le preguntaron sobre su vocación poética en Aprendiendo a vivir se va la vida. Cito.
[…] me doy cuenta de que no, de que ser poeta era todo o nada, de tiempo completo; dedicarse a poeta no era cualquier cosa.
De manera lamentable, ser “poeta” en la actualidad se ha vuelto sinónimo de muchas cosas que están bastante lejos del talento, la cultura, o cualquier tipo de compromiso o militancia. Los recitales los hacen amigos para amigos, en todos los niveles, desde la calle Quilca al Club Regatas, lo importante es sentirse aplaudido por los suyos, sin ningún feedback enriquecedor.
¿Cuál es su aporte a la poesía en general? ¿Cuál es su objetivo? ¿Qué están produciendo que sea valioso? Preguntas que nos hacen reflexionar sobre la situación de esta pretendida, y amurallada, “ciudad letrada”, que cada vez se encierra más en sí misma y particiona en parcelas defendidas con uñas y dientes.