La obra de José María Arguedas como antropólogo es muy amplia y también diversa; por tanto, no es fácil abordarla de manera integral. La vena antropológica, al igual que la literaria, se encuentra presente en Arguedas desde sus primeros escritos. Es más, podemos afirmar que Arguedas fue de aquellas personas que, sin ser oficialmente antropólogo, era portador de una actitud antropológica muy desarrollada.
Entiendo por actitud antropológica, la disposición para conocer y comprender al otro con el objetivo de establecer un intercambio recíproco entre ambos; es decir, ser capaces de derribar murallas y tender puentes en medio de la diversidad humana para hacer fluir el diálogo intercultural. Esta actitud antropológica se encontraba enraizada en su ser social, lo acompañó durante toda su vida profesional y fue su principal recurso para acceder al conocimiento profundo de nuestras culturas.
Arguedas tenía una sensibilidad muy especial, cultivada a partir de sus discontinuas experiencias personales, que le permitió acercarse a la realidad y ser capaz de comprenderla en su complejidad. Como dice Pinilla (1995)[1], la comprensión es un arte que las personas ejercitamos cotidianamente y para cuya práctica Arguedas se encontraba especialmente dotado. Todo ello lo hice muy sensible a los tiempos que le tocó vivir. Según Flores Galindo (1992)[2], “Arguedas es uno de esos personajes excepcionales que en su derrotero lingüístico y en su tarea como escritor condensó las tensiones y las preocupaciones de una sociedad”. Deben ser muy pocas las obras que alcanzan esta dimensión.
Arguedas se dedica formalmente a la antropología a partir de 1947 cuando se matrícula en el recién creado Instituto de Etnología y Arqueología de la UNMSM (1946). Sin embargo, desde sus escritos de los años 30, es evidente su preocupación por la cultura andina y su porvenir. Todo lo visto y vivido durante su infancia y adolescencia comienzan a ser expresados en los textos que escribe entre mediados de la década del treinta y la primera mitad de los años cuarenta. De este parte destaca el conjunto de artículos que escribió para “La Prensa” de Buenos Aires. Como dice Lienhard (2012)[3], se trata de relatos etnográficos cercanos al género “relato de viajes”, cuyo tema eje es la ritualidad de las comunidades indígenas. En ellos, Arguedas escribe sobre la cerámica india, la música popular y sus principales exponentes, el charango, el violín, la guitarra, el idioma y la poesía quechua; describe fiestas, carnavales, personajes como los rezadores, el varayok´, los wayak´, el layk´a. Asimismo, rituales vinculados a la siembra, la cosecha, el matrimonio y la muerte. En este momento también aparece el tema del mestizaje que, como dice Rama (1977)[4], va a ser la gran propuesta de la antropología arguediana.
En síntesis, visto en conjunto los textos de esta época, constituyen una muy variada etnografía de la cultura andina. En sentido estricto no es la manifestación de un ejercicio profesional de la antropología, pero sí expresan un conocimiento muy intuitivo y comprensivo de nuestra realidad que evidencian la cercanía del autor con los hechos. Es un Arguedas que describe, analiza e interpreta, pero a la vez expresa de manera directa su perspectiva y subjetividad. Puede asumir la actitud de un observador externo que es capaz de mostrar los hechos como si se tratase de una fotografía social de la realidad, pero a la vez, también es capaz de emocionarse, alegrarse, conmoverse y denunciar, como en el caso del texto “Cómo viven los mineros en Cerro de Pasco”.
Como hemos señalado en líneas anteriores, en 1946 se crea el Instituto de Etnología y Arqueología y Arguedas se encuentra entre los primeros estudiantes que se inscribieron para continuar estudios. Ya había estado en San Marcos, en Letras; ¿qué lo motivó a seguir una nueva especialidad? Conocer mundos diferentes y experimentarlos son las razones más comunes que suelen inclinar a uno hacia la antropología. Pero en Arguedas eso ya era práctica vital y laboral. Algunos señalan que fue en búsqueda del reconocimiento académico que no tenía, tal vez; sin embargo, Arguedas ya era un escritor con una producción conocida.
Pienso que Arguedas siempre quiso ser el gran etnógrafo de la cultura andina y en este propósito la literatura le resultaba insuficiente. Me refiero al hecho de que la literatura y la antropología son dos discursos diferentes. Si bien es cierto, se puede hacer intersecciones entre ambas, los métodos, técnicas y procedimientos son distintos, así como sus objetivos. Ello es especialmente visible en el producto final. Para decirlo de manera didáctica: el texto literario es una representación metafórica de la realidad, mientras que el texto antropológico es una representación objetiva o, en todo caso, pretendidamente objetiva de los hechos. Es posible que Arguedas se haya acercado a la antropología profesional en un intento por explorar la cultura andina con nuevas herramientas, a partir de nuevas perspectivas, que complementasen las que él ya tenía.
De su producción antropológica podemos destacar sus trabajos en Puquio, el Valle del Mantaro y en España (La Muga, Sayago, y Bermillo, pueblos de Castilla y León). Mencionaré algunos de los aspectos más saltantes.
Entre 1952 y 1956 realizó varias visitas a Puquio. En una de ellas, fue acompañado del conocido sociólogo francés Francois Bourricaud, y del etnomusicólogo Josafat Roel Pineda. La investigación fue publicada como “Puquio, una cultura en proceso de cambio”. El objetivo de esta era describir, a través de las manifestaciones religiosas (mito de Inkarri) y de la Fiesta del Agua, las aceleradas transformaciones que experimentaba este pequeño pueblo. El resultado es un muy interesante texto en el cual Arguedas traza un mapa general de la situación de Puquio, al punto que en esta monografía se encuentran prácticamente todos los temas fundamentales de la antropología peruana. Así por ejemplo, analiza las relaciones interétnicas que se presentan entre mistis, indios y mestizos al interior de cada ayllu: Qollana, Chaupi, Pichkachuri y Qallao.
También el proceso de modernización del lugar gracias a la construcción de la carretera, la expansión del comercio, la presencia del Estado, y el rol transformador de la escuela. Conversa con los ancianos, quienes se quejan del cambio de costumbre entre los indios jóvenes, especialmente de los que vuelven de la costa luego de una permanencia relativamente no muy prolongada. La religión católica y la evolución de las creencias, a través del mito de Inkarri, también fueron exploradas.
Finalmente, Arguedas nos plantea algo fundamental para la comprensión de nuestra dinámica cultural: la voluntad de cambio que existe en el indio. Dicho en otros términos, el indio quiere dejar de ser indio y desea modernizarse. Arguedas llega a decir que en un par de generaciones habrán desaparecido convertidos en mestizos. Y creo que aquí se encuentra la razón principal del olvido de la antropología de Arguedas. Para indigenistas, socialistas y desarrollistas, tres tendencias muy fuertes en las ciencias sociales del siglo XX, esto no era posible. Para los indigenistas, el indio era la reserva de nuestra identidad milenaria, la expresión de lo auténticamente nacional; para los socialistas, el indio debía ser el campesino rebelde dispuesto a incendiar el prado. Y para los técnicos del desarrollismo, el indio era ese ser atrasado, casi inmóvil y atado a la tradición que debía ser modernizado a través de programas de desarrollo.
Entre 1955 y 1957 realizó investigaciones en el Valle del Mantaro. Los productos más importantes fueron su tesis de bachiller en etnología titulada: “Evolución de las Comunidades indígenas. El Valle del Mantaro y la ciudad de Huancayo: un caso de fusión de culturas no comprometidas por la acción de las instituciones de origen colonial” y su “Estudio etnográfico de la Feria dominical de Huancayo”. En este escenario es que Arguedas va a quedar “muy impresionado por los mestizos huancas y su espíritu emprendedor” (Montoya 2012)[5] llevándolo a desarrollar su polémica tesis acerca del mestizaje.
En Arguedas, el valle del Mantaro representa el caso paradigmático de “mestizaje ideal”. Nos lo presenta como una posibilidad concreta de un acercamiento recíproco entre las dos tradiciones culturales. Los campesinos mestizos del valle del Mantaro, que como él hablaban quechua y castellano libremente, eran una evidencia de lo fructífero que podía resultar este proceso. Arguedas creía ver en el Valle del Mantaro “un caso en el que la modernización y capitalismo no eran contrapuestos al mundo campesino. Al contrario, los campesinos se integraban al proceso, eran agentes de modernización y del capitalismo” (Flores Galindo 1992: 21)[6]. En el valle del Mantaro los campesinos no habían sido absorbidos ni violentados, es decir, no hubo aculturación; por el contrario, al incorporar el capitalismo, lo volvieron funcional a sus intereses logrando construir una particular identidad regional.
Este caso nos parece importante no tanto porque sea un modelo o un norte ideal. Lo que nos plantea Arguedas es el problema de las relaciones de poder. Dicho de otra manera, la situación del valle no era consecuencia de un armónico mestizaje, ni de un generoso paternalismo, sino de una específica correlación de fuerzas. En el valle del Mantaro los mestizos prontamente accedieron a la administración comunal, poco después representantes de los indios también pudieron participar de ella. La condición de propietarios, el control de los medios de producción y el acceso a mercados permitieron una autonomía económica que complementó el acceso a los cargos. Es decir, los indios participaron del poder político y económico de la región.
La mirada de Arguedas renovaba la visión que sobre el mestizaje cultural había predominado. No era una fusión armoniosa, por el contrario, era parte de los procesos de cambios que experimentaba una sociedad de transición como era el Perú de esos días y como expresión de nuestra principal contradicción: la lucha entre lo nativo y lo moderno. Entonces, la riqueza de nuestro mestizaje emergía de un complejo escenario y aparecía como un fenómeno alumbrador de lo que vendría.
Para Arguedas la cultura peruana conformaba un todo muy complejo y diverso resultado de contradictorios procesos. Así por ejemplo, no era lo mismo el mestizaje del valle del Mantaro, con un mestizo autónomo y libre de prejuicios, que el mestizaje de la sierra sur en donde predominaban las relaciones serviles, o el proceso de la costa norte, en el cual los indios prácticamente habían dejado de serlo, pues los cambios operados iban desapareciendo las diferencias culturales. Grandes contrastes los de nuestro país, que Arguedas con gran intuición y precisión logró describir.
En 1958, por medio de una beca de la UNESCO, viaja a España junto a Celia Bustamante para realizar una investigación que luego sustentaría como su tesis doctoral: “Las comunidades de España y del Perú”. Le interesaba determinar las posibles influencias hispanas en nuestras comunidades andinas. Arguedas esperaba encontrar en las comunidades españolas supervivencias de formas de organización comunal que permitieran mejorar el conocimiento de nuestras comunidades.
Sería necesario detenerse en el análisis de este importante documento, sin embargo, las características de esta presentación no lo permiten. Por ello solo mencionaré dos aspectos que me parecen destacables: i) la experiencia de Arguedas fue la primera ocasión en la cual un antropólogo latinoamericano realiza una investigación en España; esto significó una alteración a la tradición que la geopolítica del conocimiento impone hasta nuestros días, es decir, los estudios se realizan del centro a la periferia y muy rara vez a la inversa; y ii) el carácter comparativo de su estudio. La comparación es uno de los métodos principales de la antropología y Arguedas utilizó constantemente este recurso comparando los casos de España y el Perú, así como también al interior de nuestra realidad entre las comunidades andinas de diferentes regiones. En este sentido, este trabajo podría ser considerado como uno de los mayores aportes realizados al conocimiento de las comunidades campesinas del Perú.
Para terminar, solo agregar que un etnógrafo es aquella persona que siendo externa al grupo es capaz de desplazarse hacia el interior del mismo con el objetivo de comprender las estructuras que lo sostienen; el etnógrafo es el que está preparado para descodificar los entramados simbólicos que dan sentido a las decisiones y las acciones que cotidianamente toman y realizan las personas. Es un forastero permanente que recorre lugares con su mochila al hombro y en el proceso muchas veces no sabe quién es. En este empeño, de recorrer los itinerarios transculturales de nuestro país, no hubo otro más grande que José María Arguedas.
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[1] Pinilla, C. (1995). “Arguedas y el conocimiento comprensivo”. En: Maruja Martínez y Nelson Manrique (editores). Amor y fuego. José María Arguedas 25 años después. Lima: Desco, Cepes, Sur.
[2] Flores Galindo, A. (1992). “Arguedas y la utopía andina”. En Flores Galindo Dos ensayos sobre José María Arguedas. Lima: Sur.
[3] Lienhard, M. (2012). “José María Arguedas: Una mirada antropológica”. En: José María Arguedas. Obra antropológica. Tomo 1. Lima: Editorial Horizonte.
[4] Rama, A. (1977). “Introducción”. En: Angel Rama (selección y prólogo). Formación de una cultura nacional indoamericana por José María Arguedas. México D.F.: siglo veintiuno editores, sa.
[5] Montoya, R. (2012). “Aproximaciones a la Obra Antropológica de José María Arguedas”. En: José María Arguedas. Obra antropológica. Tomo 1. Lima: Editorial Horizonte.
[6] op. cit.