I
DUNE O LA PELÍCULA QUE NUNCA SE FILMÓ
Esta quizás fue la expresión que usaron los directivos mercantilistas de Hollywood cuando decidieron no dar luz verde al inmenso proyecto cinematográfico de Dune, basado en la novela de Frank Herbert, que se presentó en 1974 y que, como dice Jodorowsky, el gurú new age de La Santa Sangre, La Montaña Sagrada y Tusk, iba a ser una especie de LSD sin LSD, un cambio total y a todo nivel en lo que, hasta ese momento, se entendía como cine de ciencia ficción o fantástico, incluso antes que Star War. Pero todo se derrumbó por diversas razones que se explican y detallan en el documental del 2013 de Arthur P. Jacobs sobre el controvertido creador de la Psicomagia.
Después de casi cuarenta años, tiempo en el que Jodorowsky se fue alejando del cine, interesándose por cuestiones metafísicas y/o astrológicas e incluso literarias –produjo cinco novelas, aparte de sus colaboraciones en prensa y la publicación de su Correo Terapéutico en 2008–, un poco también por la fatalidad –el fallecimiento de su hijo Teo en un accidente de tránsito– encontramos que, en efecto, el cambio que quería el inquieto fundador del Grupo Pánico, se dio, y muchos cineastas canibalizaron el trabajo que se hizo y que fue entregado a las grandes compañías del séptimo arte, en guiones, viñetas (más de tres mil dibujos), la construcción de los personajes e incluso decenas de detalles que fueron calcados por cineastas como George A. Lucas en Star War (1978); Steven Spilberg en Raiders of the Lost Ark (1981); James Cameron en Terminator (1984); Godard en Master of the Universe (1987); Robert Zemeckis en Contact (1997); Ridley Scott en Blade Runner (1982) y Prometheus (2012); los hermanos Wachosky en The Matrix (1999), The Matrix Reloaded (2003) y The Matrix Revolution (2003). Y la Marvel en su última película, Guardians of the Galaxy (2014) de James Gunn también incluye escenas del primogenio Dune (ver el inmenso planeta en forma de cráneo en el que conviven diversas criaturas).
Jodorowsky, en este documental, nos habla de todos los pormenores de la psicodélica Dune, que abortó, nunca nació, y que más bien fue retomado, de carambola, por David Lynch en 1984 en una producción de Dino y Rafaella de Laurentis, hecho que produjo una crisis existencial en el creador del admirado (Fellini dixit) Fando y Lis: “Yo estaba mal y no quería ver esa película, pero cuando me llevaron mis hijos, me di cuenta que era una película malísima; y me puse mejor” (risas). Asimismo, “Jodo” –como comúnmente lo llaman sus amigos– nos cuenta cuáles eran sus ambiciones, su rosa náutica en la sciencie fictión; no olvidemos que venía de producir películas que le habían valido el aplauso del público y la crítica, con una buena recaudación en las taquillas (La Montaña Sagrada le produjo dividendos por más de un millón de dólares).
El asunto de los actores también fue inmodesto, semejante obra debería contar no con intérpretes sino con (sic) “samuráis”: Orson Wells, a quien convenció diciéndole que contrataría al cocinero gourmet parisino donde solía comer todos los días; Mick Jaguer, a quien localizó en una fiesta extravagante y logró hacerle el ofrecimiento, recibiendo como respuesta un contundente y unívoco “yes”; Salvador Dalí, quien, por pura “excentricidad” y megalomanía, le pidió un millón de dólares la hora, y, con regateos, logró aceptar que se le pagara cien mil dólares por minuto filmado. (Iba a participar durante tres minutos y el resto sería “actuado” por un maniquí, robot o maqueta); David Carradine quien consumió todo un frasco de vitamina E que tenía Jodorowski en su oficina y, dopado, siempre dijo sí a todo, etc. Con la participación de artistas como el desaparecido H.R. Giger (creador de Alien y, sobre todo, del libro artístico Necronomicon basado en Lovecraft) o el dibujante e ilustrador francés Jean Giraud, “Moebius”, célebre por su El Garaje Hermético y Arzach y su posterior El Incal, hecho con los trabajos no utilizados en Dune. Y como soundtrack se contaría nada menos que con Pink Floyd que venía de estrenar su The Dark Side of the Moon en 1973; y el grupo francés Magma, el rock in opposition por excelencia, los que además habían inventado una lengua para gritarle al mundo su inconformidad. Así, las dos caras del eros-tánatos, blanquinegro, ambivalencia y bipolaridad, tendrían su marco sinfónico.
Sea como fuere, Jodorowski y su equipo, trabajan el armazón de la película durante cuatro años, viviendo en un lujoso castillo rentado por el productor Michael Seydoux y encabezados por el guionista y especialista en efectos especiales O’Bannon –hijo de un carpintero, a quien, según la historia, “Jodo”, después de desilusionarse de Cameron, el especialista en efectos especiales de moda de la década del setenta, su primera opción, entra en un cine de barrio en 1974 y conoce su trabajo en Dark Star (Jhon Carpenter)– y con él logran construir, en viñetas, trazo por trazo, toda la historia de Dune, la novela que cuenta la historia del planeta Arrakis o Dune, una especie de Pakistán extraterrestre y que sucede en un futuro imaginable en 20 mil años donde se busca la melange, especie o combustible, que le sirve a los “Navegantes”, miembros de la Cofradía Espacial, poner en acción sus poderes metafísicos y/o conductuales para viajar en el espacio-tiempo.
DUNE.
No obstante, pese a todos los esfuerzos, el ambicioso work in progress se vería rechazado por los directivos de Hollywood, quienes le exigían al productor Seydoux la participación de un cineasta más conocido, alguien más dócil y más “digerible”, alguien que hiciera películas más formales y que no arriesgara mucho, tanto en la puesta en escena como en el presupuesto, unos 9 millones de dólares, un costo excesivo para la época y que nadie estaba dispuesto a financiar. Boicot que se volvería a repetir en 2005 cuando intentó realizar la segunda parte del western metafísico El Topo o The Sons of El Topo con la participación de Mister Manson y Jhonny Deep. Porque “para filmar una película el cineasta tiene que conocer al ser humano” (sic): «Mostrarlo, pero no como un ser industrial, un asesino, un héroe caído o un antihéroe, todas las películas que he visto en los últimos años hablan del dinero que se van a robar, estafar, del que les hace falta, todas las películas hablan de dinero, ¿eso es el cine?, ¿es arte?, ¡yo creo que no!». «Vi Avatar que costó millones de dólares y no me acuerdo de nada, pero vi Perro andaluz y la imagen que me ha quedado para toda la vida es la de la navaja cortando un ojo; fue cuando dije que quería hacer cine, hacer imágenes que las personas las vean una sola vez y no las olviden nunca». (Palabras que expresó en la Master Class del Festival de Cine de México en 2013).
De esta forma, lo que fue un enorme esfuerzo, una batalla por reivindicar el cine-arte-esoterismo-revolución-espiritual se vio saboteado desde sus entrañas por los usureros de Hollywood quienes pensaron más en sus bolsillos que en financiar una película de vena vanguardista, libre del esplín metálico de las empresas caníbales que solo buscan entretener, destazar y uniformizar las conciencias para su consecuente domesticación, digestión, explotación y excreción social. El mundo perdió una forma de entender la realidad virtual, o, quizás, como se menciona en el documental de Jacobs, la película Dune, de Jodorowski se hizo humo, se esparció, explotó en miles de pedazos para vivir, de alguna manera, en el inconsciente colectivo de todo nuestro cine contemporáneo.
II
LA DANZA DE LA REALIDAD O EL FINAL QUE ES EL PRINCIPIO
Gracias a este documental, la Dune de Jodorowsky, se logró reunir, 35 años después, al productor Michel Seydoux con el gran “Jodo” y plasmaron lo que es su última película: The Dance of Reality, La Danza de la Realidad (que narra su infancia en Tocopilla-Chile de 1929 a 1939), lo cual significa que quienes intentaron joder a Jodorowski, maniatarlo para que no haga arte sino “enlatados” o melosas conservas para el entremés visual (incluso ha rechazo ofertas para realizar serial killers), se jodieron a sí mismos. La leyenda se sigue escribiendo y filmando y habla claro y en voz alta: “las películas de Estados Unidos hacen que mi alma sufra. Están tan llenas de ideas –ideas políticas que son subliminales– y son una gran invitación a que la gente compre. Creí que estaba soñando cuando vi Iron Man 3. Estaba soñando. Al comienzo, están publicitando y esta era parte de la película –¡un auto!– Y luego, al final de la película, el niño pequeño que ayuda a Iron Man recibe un regalo. ¿Y qué es lo que obtiene? ¡El auto! Luego veo a Leonardo DiCaprio vendiendo un reloj. ¡Mierda! Son prostitutas y eso es lo que son. Las películas son para vender cosas, vender políticas, vender alcohol, vender cigarros. Esto no es posible. Deben detenerse.”
La Danza de la Realidad (LDR) fue filmada con un presupuesto discreto, por decir lo menos, 3.5 millones de dólares y nos muestra al Jodorowski infatigable, devenido en gurú del cine de culto, cuya creatio, entre el cine, la literatura y la filosofía, reseña artísticamente su realidad, su tiempo y su intimidad. La infancia con el padre dictador y la madre loca o alocada (que se comunica como si estuviera en una ópera) donde “Jodo” guía a su niño interior preparándolo para el gran viaje o la eternidad, pero deteniéndose antes en la enseñanza, la semilla que hará crecer al nuevo árbol pues uno es todo y el hombre nunca muere, solo se renueva.
Todo empieza en Tocopilla, pequeño puerto olvidado al norte de Chile donde casi no llueve nunca, los Jodorowski migrantes judíos de Ucrania, comerciantes que intentaban hacerse de un lugar en Latinoamérica, van a sobrellevar una suerte de experiencias retratadas desde la visión rocanbolesca-religiosa del niño Jodorowski quien tratará de entender a su padre estalinista (interpretado por su hijo Brontis) y “curarlo” para que continúe evolucionando dentro del increado psicomágico y psicochamanismo.
La danza de la realidad.
La propuesta rescata todo lo mejor de su cine por ratos fellinesco o todbrowniano, es decir la mise en scène de los payasos, el desfile de los mutilados, los incomprendidos o marginados que pululan aparentemente sin ningún fin en específico pero que de pronto, no por generación espontánea sino por iluminación, nos dejan grandes enseñanzas. El gran viaje del padre que parte a destinos insospechados buscando una mejoría y encuentra una “enfermedad”, un agarrotamiento de las manos que trashuma su espíritu y cuya solución tiene que ver directamente con la familia que ha dejado atrás y que le envía mensajes sobrenaturales (una piedra que flota en un globo) para avivar la llama del recuerdo. Pero, después de la tribulación, difícil y siempre al borde del precipicio, siempre hay espacio para el gran retorno o la gran aceptación.
Jodorowski ha convertido en cine su modo de ver el mundo (LDR es técnicamente un libro) donde lo más importante son las imágenes del subconsciente que se materializan y tienen el poder de curar las heridas del tráfago de vivir, pues la existencia es un campo de batalla y hay que aprender a sanar las propias enfermedades y mejor si se puede curar las del prójimo, no importa cómo (en LDR la madre, Pamela Flores, orina sobre el padre trayendo la esperada sanidad, la “bendición” y la “resurrección” de la vida-amor-paz-tranquilidad). Cabe anotar que en esta película han intervenido tres generaciones de Jodorowski quienes, a decir del patriarca, han entendido al abuelo; y entre llantos, risas y abrazos, han mejorado sus recuerdos y “curado” los remordimientos o los malos tratos que pasaron con las personas que entendían el afecto de una manera distinta o que no podían expresarlo.
La Danza de la Realidad fue aplaudida en el festival de Cannes y ha sido exhibida con buen beneplácito y platea llena en el festival de Lima, cerrando de esta forma un ciclo dentro de la corta filmografía de Jodorowski. Pero, como él mismo ha anunciado, en octubre de 2014, gracias a su productor Michel Seydoux, empezó a filmar la segunda parte de LDR, Poesía sin Fin, que narra su etapa de los 17 a los 24 años “cuando descubro la poesía y hago una vida de artista, libre, en un país que no está libre”; porque joder a Jodorowski no es cosa fácil. Y aunque el maestro de 85 años diga que a veces le da miedo dormir y no despertar, es claro que siempre está soñando despierto, escribiendo sus prosas, hablando del mítico Miyamoto Musashi o renegando del cine comercial: «Estos pueden hacer esta porquería y yo que podría ser útil al ser humano no puedo hacerlo». Pero, por sobre todo, reuniéndose en ese café de París, Le Temeraire, donde todos los miércoles a las 6 de la tarde atiende y escucha a persona por persona, lee el tarot y da consejos para formar hombres y mujeres que aprendan a perdonarse a sí mismos. Mientras tanto, el telón sigue arriba. El proyector sigue ametrallando el ecran. La función tiene que continuar.
(PUBLICADO EN LA EDICIÓN IMPRESA LIMA GRIS 9)