Por: Maruja Valcárcel.
Es la segunda vez que vengo a Hong Kong, han pasado algo así como ocho años y la ciudad ha crecido poderosamente. Poderosa y organizadamente. Lo que llamaríamos el sistema venoso de la ciudad es de una gran armonía con las necesidades de sus millones de habitantes, de manera que me ha tomado poco tiempo llegar al Restaurante Bar donde me llevaron al día siguiente de mi llegada, y es que el sistema de interconexión que existe a partir de escaleras mecánicas es perfecto. Las han construido con la ciudad misma. Es decir, Construían las casas, los edificios, de manera bastante articulada, se hacía visible la necesidad de comunicarse entre las calles y se iban trazando las escaleras mecánicas.
De manera simultánea se trazaba también escaleras paralelas y rampas. Claro, se necesitó contar con especialistas en diseño de ciudades y eso va también con el diseño de las vías de comunicación, en este caso, dado que Hong Kong está en gran medida asentada sobre lomas de diferentes alturas, pues se pensó en las sensacionales escaleras mecánicas que recorren casi toda la ciudad serpenteando como dragones buenos que llevan sobre su lomo a los cientos de miles de ciudadanos que van de un lado a otro todo el día y gran parte de la noche.
Aquí, en este Bar estupendo me recibe una sonrisa inmensa. Es que ya es la tercera vez que vengo y la señora, perfectamente instruida en la atención y cuidado de los turistas, parte importantísima de la economía de la ciudad, recuerda dónde me senté la primera vez, qué pedí, qué vino, en fin, era como si hubiera estado aquí toda mi vida. Así empiezo a escribir en el cuaderno que traje conmigo. Me han pedido un artículo sobre Hong Kong (Han puesto música de los Ochenta…).
Observo a cientos de personas que suben y bajan de las escaleras, están bien vestidas, todos parecen saber a dónde van… Se acerca la joven que me recibió y pregunta qué escribo. Sobre ustedes, le digo, sobre cómo han podido conseguir esta armonía, esta seguridad, en unos pocos ciento cincuenta años. Ahhh… dice, es que todo lo que hacemos es para que dure cien años. Bueno, pienso para mis adentros, he estado observando el sistema constructivo, no hay esa telaraña de fierros sosteniendo ladrillos y cemento mientras levantan el edificio.
No, todo ese entarimado es de bambú, con amarres, cuesta mucho menos, dura mucho más. Y hablamos de edificios de trentaicinco pisos y más. Sí, la ciudad crece hacia arriba. Con ojos de ver, miro que las puertas, ventanas y rejas son en gran proporción trabajadas en acero, muy bien diseñado, diría que hay arte, y la respuesta es la de todas estas últimas veces… Es que aquí las cosas se hacen para que duren cien años.
Cien años… cuántos años están calculados para que dure cualquier cosa que se construya en mi país. Ahora mismo estoy tratando de cruzar una calle de San Isidro, una que rodea un pequeño parque, y está igual que cuando me fui. Es decir, era un parquecito que lucía un letrero pronosticando una obra de algo así como remodelado del parque, y por supuesto la reparación de todas las pistas y veredas de las callecitas circundantes. No, Nada. Todo igual con los letreros que anunciaban lo mismo. El Parque perfecto. No importa el nombre de la alcaldesa, es una de las que colocó Porky (caray, qué buena chapa le pusieron…) El asunto es que, preguntando sé que esto de arreglar el parquecito lleva más de un año. ¡Sí… mis queridos lectores, más de un año! Pero… Qué nos está pasando, nadie protesta, la ahora rubia alcaldesa no rinde cuentas nada más que a Porky, que los ciudadanos revienten.
Esto es lo que yo vi con más claridad que nunca. En esta extraordinariamente organizada ciudad de Hong Kong no se empieza nada que no se tenga la seguridad de terminar en un plazo que no afecte al ciudadano. Todo se hace para el ciudadano. Sí, suena como en sueños de opio. El ciudadano de a pie es el rey. Tiene un sistema de transporte que lo llevará donde necesite.
Desde distancias cortitas hasta el Metro… y mejor no se los cuento porque saldrían a levantar esa voz dormida desde hace quinientos años. Sobre todo, ahora que en vez de rendir homenaje al Cacique Taulichusco, el hombre que gobernaba la ciudad de Lima, que existía antes de la llegada de Pizarro, y quien tuvo la hidalguía de entregarle algo así como las Llaves de la Ciudad, ya que estaban vencidos, pues se trae a la estatua de Pizarro a nuestra Plaza de Armas.
Cómo terminar este artículo para que nos despierte. Hay una palabra, una sola palabra queridos lectores… Respeto. Ahí está el secreto. Allá en Hong Kong se respeta al ciudadano y el ciudadano respeta a los demás. No se les ocurre quebrar reglas. No intentan siquiera robar un celular y esto porque no habría quién se los comprara. No hay un mercado negro. A propósito, ¿qué hacemos con el ministro de Interior?