El escritor y periodista Eloy Jáuregui presenta una nueva edición de su libro Usted es la culpable en la Feria del Libro Lima Lee el jueves 26 a las 7 de la noche.
«Este libro es una fiesta. Eloy Jáuregui reúne lo inconciliable, la fealdad del achoramiento y el giro lingüístico, en desafío a las leyes de la gravedad académica que los separa. Si Salvador Dalí proclamó la estación del tren de Perpignan como el centro del universo, Jáuregui vuelve a Surquillo, «la eterna cicatriz que se divorcia de Miraflores», eje, vórtice, yema, núcleo del suyo. Centro excéntrico, donde se juntan, en voluta y rizo, el lenguaje vulgar y el culto, en este gongorista de barrio populoso, en este Conde de Surquillo, como Valdelomar lo fuera de la aldea».
Aquí el prólogo del libro por Eloy Jáuregui.
DETRÁS DEL RÍO Y ENTRE LOS ÁRBOLES
Prólogo a la Segunda Edición de
USTED ES LA CULPABLE
Fue a finales del 2003
cuando entregué los originales de mi libro Usted
es la culpable a la Editorial Norma, de cuña colombiana, pero con filial en
Lima. Un año luego recién apareció editado el texto, en un volumen de 357
páginas incluyendo una sección de fotos del recordado maestro Carlos Chino Domínguez.
Como parte del contrato, la casa editora me obligó a presentar el libro 17
veces en Lima y varias ciudades del interior. Todo un desgarro emocional y
varios encuentros amorosos.
Era feliz en esos días.
Trabajaba en el diario El Comercio y también en la Universidad de Lima. Hablaba
como doctor y escribía como un poseso. Entonces llegó el reconocimiento, no la
fama. Me invitaban a universidades, a foros, a entrevistas en la televisión.
Repito, era feliz en esos días. Pero no tanto como ahora que ando levitado
porque al fin, se vuelve a editar Usted
es la culpable, este hijo mío a quien quiero tanto y que gracias a él, fui
conocido más no famoso. Quiero decir que aumentaron mis amigos pero no el
dinero. Quiero decir más, que desde esa vez quedó confirmado que mis textos
periodísticos hoy son considerados como piezas literarias.
En otro plano, desde ese
2003 es que mi admiración por el estilo de Kapuściński se ha acrecentado. Esa
es la línea que trato de seguir desde entonces. Esa conjugación de una
simbiosis inédita entre las técnicas documentales propias del periodismo de
investigación, el ejercicio de observación característico de la crónica y la
búsqueda de una especie de verdad poética que trasciende con guiño a la
fabulación y la leyenda por en el encuentro con la veracidad documental. El
maestro polaco es el culpable. Y mis crónicas el resultado de sus influencias.
Esta seguridad en el
concepto me persigue desde que me asilé en las salas de redacción de los medios
donde trabajé desde 1980 hasta estos días. Pero más, en ese ritual de la
lectura y la «escuchura» que me ensordece hasta ahora. Cierto, primero el
trabajo de campo y después la templanza frente a la máquina de escribir (la
computadora, ahora) para descargar ese trabajo con dos agobios: la búsqueda de
la calidad y la pelea a muerte con el tiempo. Dos décadas después, la rutina de
aquel trabajo y los espacios del periodismo de usanza me expulsaron a otros
ámbitos, respetando mi compromiso con la prensa de la interpretación, con las
crónicas.
Desde las horas de la
primera edición de este libro y hasta estos momentos, he vuelto a angustiarme
al comprobar que cuando uno escribe, además del pánico imperecedero de estar
siempre frente a la página en blanco –la pantalla vacía, en este caso, de mi
noble PC– a uno lo asalta la tentación de estar frente a la fundación de un
universo y de enfrentar perpetuamente al maldito reto de estar a punto de
colocar el punto final.
Pero no quiero que entren
en pánico estimados amigos. Solo advierto que escribir es apasionante. Y es por
ello que el grado cero de la escritura se apodera de la experiencia y uno solo
es dueño de un destino textual que se sospecha será exitoso, pero que al final
casi siempre ese acaso no es el que uno planificó. No obstante, uno también
siente que es dueño de las palabras tanto como un dios que dispone. Sin
embargo, al día siguiente, apenas se llega a la conclusión de que uno es solo
un experto en contar historias y apenas ducho en la gramática de las
estructuras.
Como afirmaba un escritor
de ese entonces, el libro sigue vigente porque: “Si Jorge Amado decía escribir
en “bahiano”, Jaúregui bien puede afirmar que lo hace en “surquillano”. La
consagración de Surquillo como microcosmos desde el cual se puede entender el
Perú (y sus “afueras”) es el eje del libro. Desde ahí se rinde culto –juntos y
revueltos- a los dioses de una mitología popular: Ribeyro, Betty di Roma, Lolo
Fernández, Daniel Santos, Susy Díaz, Augusto Ferrando, César Calvo, Zambo
Cavero, Máximo Damián, Tania Libertad, o Chacalón. Jáuregui acierta en brindar
una visión panorámica y colectiva, y simultáneamente detallista e íntima, de
lugares, personajes y costumbres. Queda claro que Jáuregui tiene una
sensibilidad afinada con los barrios, su gente, su mitología”.
De mi libro, la crítica
estuvo raleada en esos días. Pocos autores, antes de Usted es la culpable habían escrito libros de crónicas. Chema
Salcedo, Antonio Cisneros y pare de contar. Hoy el esfuerzo de construir este
tipo de volúmenes es más frecuente. Pero en ese trance a partir del 2004, la
experiencia me permitió decirle a la comunidad de periodistas de mi país, que
también el periodismo puede convertir a una noticia en una pieza de arte. E
insisto, a una crónica en un texto literario, como siempre fue mi propósito.
Ahora lo puedo confesar, les di gusto a mis maestros que siempre insistían en
que yo era un bicho raro.
Y Usted es la culpable descubre a mis grandes consejeros a quienes
sigo admirando por su lucidez y su perseverancia, pero más por su creatividad.
Desde el profesor Gregorio Goyo Martínez, en la Escuela Fiscal 401 de
Surquillo, hasta los doctos Luis Jaime Cisneros o Juan Gargurevich, en la
Pontificia Universidad Católica, y Desiderio Blanco, Raúl Bueno y Antonio
Cisneros, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Y cómo no recordar a
don Onorio Ferrero, que me alimentó de belleza cuando tuvo la paciencia de
presentarme a los poetas Tasso, Petrarca y Ariosto y toda la poesía clásica
italiana. Y sería injusto olvidarme de Ricardo Uceda y Edmundo Cruz, en la
Escuela de Periodismo Jaime Bausate y Meza. Ellos me contagiaron el virus del
buen periodismo y de las pautas de la investigación.
Entonces solo les digo que
fui, que soy, ese alumno alunado que escuchaba la maestría de mis profesores,
de todos los que se colocaron delante de mí y sin Power Point y me condujeron
hasta esta estación donde me he detenido solo porque los quiero. Su elogio son
estas líneas que no habitan más que como pretexto para escribir de mí, de mi
entusiasmo por lo que hago, de mi desencanto cuando recuerdo que me olvido de
todos los otros, que se me esfuman como espuma que inerte lleva el caudaloso
río («Flor de azalea», dixit), y mi emoción cuando ingreso a la clase. Como
ahora que anochece frente a los cerros de La Molina, en Lima, y escribo como
que empiezo mi clase. Y hablo de la pasión, la de leer, la de escribir y la de
vivir (y sin punto final).
Bueno, finalmente, aquí va
mi eterno agradecimiento a mis amigos de Iquitos que hacen posible esta segunda
edición. A don Jaime Vásquez Valcárcel de editorial Tierra Nueva y a todo el
equipo de profesionales que lo acompañan. A la perseverancia de una compañera
de estas aventuras que jamás dejó de alentarme, la poeta Leydy Loayza, y a mis
hijos Rodrigo, Diego y Alonso para quienes originalmente escribí este libro.
Iquitos, setiembre 2019.