Si repasamos la literatura contemporánea de cualquier país, veremos que son pocos los que pueden asimilar y convertir en un elemento nuevo la influencia de Cervantes. Primero, cabría preguntarnos, ¿qué nos enseña Cervantes? En primer lugar, que la narrativa no es sólida, que la realidad es frágil; es decir, que la literatura se sostiene sobre un piso endeble llamado ficción; por otro lado, nos enseña a reírnos de manera solemne, a ver con humor nuestro deseo de seriedad en un espacio líquido. Sin embargo, hay autores que, en su brega por la novedad sin olvidar la tradición, logran frutos auténticos e impecables, que nos abren nuevas maneras de conectarnos con el universo de la literatura. Siguen y alimentan la tradición; y la expanden.
Así, en ésta influencia cervantina, encontramos a Enrique Vila-Matas. Basta leer algunas de sus novelas para darnos cuenta de que nos encontramos frente a una narrativa en conflicto con los propios géneros, con las formas de narrar, con el sentido del autor y del uso de las personas al momento de narrar. Si, según Genette, los géneros se clasifican en discursivos o temáticos, ¿dónde ubicaríamos esta nueva novela vilamatiana? Las obras de barcelonés escapan de las habituales narrativas realistas y optan por un camino más personal; es decir, gravitan por lo nuevo, por lo que deja un impacto diferente y adictivo. En Mac y su contratiempo (2017) podemos los ojos a otro fragmento de aquel personal universo. Despojados de la ambición de querer experimentar una narrativa con trama emocionante, nos enfrentamos a un trama escueto y sencillo, más psicológico que aventurero. Estamos en la aventura de cómo se crea una historia, dado que la narración se centra en un autor que se proclama lector de diarios y también escribe uno, al mismo tiempo que razona sobre su vida, y empieza a razonar sobre la ambición de recrear (esta palabra es clave) la primera novela de uno de sus vecinos: un famoso escritor de best seller llamado Sánchez. Hasta aquí estamos frente a una narrativa peculiar, que, sumado al lenguaje irónico y diáfano, la dotan de una fluidez considerable.
El tema de los diarios merece un punto aparte. Son muchos los escritores que hacen de su vida una forma de literatura paralela: Pavese, Pizarnik, Ribeyro, por citar algunos. Creo que lo interesante de un diario, más allá de la usual curiosidad de la vida del otro, es el estilo y la forma de usarse. ¿Qué separa la escritura de un diario de la de una novela o un cuento? La escritura en todos los géneros posee calidad por las mismas razones: estilo, ingeniosidad, sonido mental. Los diarios que sobreviven lo consiguen gracias a su calidad. Sin embargo, en el caso de los escritores, esta escritura diaria sirve generalmente para dar cuenta de su propia obra literaria; así, se termina convirtiendo en la pista por donde caminan las obras literarias de diversos autores. Y sirve como guía para ver la complejidad que hay detrás de las obras. En La tentación del fracaso, por ejemplo, uno puede palpar la mirada oscura y realista, siempre intensa y rigurosa, pero dolida, sufrida y profunda de Ribeyro. Sin embargo, el género también es novelizado en obras como Los detectives salvajes, La náusea o Diario de un jubilado de Delibes.
En Mac y su contratiempo encontramos un diario con los trazos de la vida de un desempleado, al umbral de la jubilación, que convive con una esposa ausente, en el barrio de Coyote, donde suele frecuentar los bares y las avenidas de la zona, barrio dibujado con una gran cantidad de mendigos, vagos, clochards. Su vida es simple y estrecha, como la de una rata en cautiverio. Esto, claro, permite el nacimiento del deseo de huir, de desaparecer para siempre. Frente a esta monotonía, la creación del diario le permite introducirse en la tarea de repetir los cuentos de Sánchez, y esta repetición lo lleva a urdir una serie de reflexiones sobre la escritura del vecino, pero también sobre la propia creación, sobre la memoria, sobre los bordes de la escritura de diarios, sobre la relación entre vida y ficción, sobre la idea de repetir a otros, sobre la autoridad de la literatura, sobre la relación entre autor y lector, sobre la posibilidad de fugarse. Hay que agregar a este tejido mental, las circunstancias en las que se ve expuesto al conocer a Julio, un joven que se presenta como sobrino del escritor famoso y se autonombra como un escritor genial; lo que sumado a la sospecha de infidelidad de su esposa y a los interrogatorios intempestivos con Sánchez, van a precipitar la “trama”.
Se suela clasificar la obra de Vila-Matas de muchas maneras, lo cierto es que termina siendo clásica en el uso de todo el abanico de autores que elige para explicar su propia necesidad de razón literaria: Roth, D.F.W., Cheever, Hemingway, Walter Benjamín, Perec[1]. Si Kafka afirmaba que se sentía él mismo una extensión de la literatura, hay en esta obra, como en todas las del autor, una necesidad de poner a prueba todos los lenguajes que reunidos forman aquella máquina compleja llamada obra literaria. En un horizonte de diversos autores, podemos acercar el trabajo de Matas a los libros de Fresán, César Aira, Roberto Bolaño o Pron[2]; es decir, autores que eligen centrar su radar en una suerte de destrucción de la novela decimonónica por una obra que cuestione la misma base de lo qué es lo literario. Y hay que agregar que el trabajo de estos autores, aunque en apariencia destructivo, guarda un enorme respeto a la propia tradición, a la lectura, a las citas y epígrafes, a la épica literaria misma; y, en suma, refresca de nuevos ríos la narrativa escrita en español.
[1] Los mismos que suelen aparecen en otras obras de mismo autor como París no se acaba nunca o Aire de Dylan.
[2] Todos hijos, de alguna forma, del gran Joyce.