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El poder de la emoción, de Alexander Kluge (1983)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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Un cineasta que podríamos calificar sin problemas de ‘cerebral’ (sin pretender decir por esto que necesariamente califiquemos al resto de ‘descerebrados’) en virtud de una cierta, afilada e irrenunciable seriedad intelectual, y obvio, de espíritu experimental, cosas no muy de moda (como a otros demasiados se les podría calificar de sentimentales simplones muy manipuladores, eso sí, muy a la moda y muy convencionales, hasta la náusea, pero con cuentas bancarias muy saludables) le rinde culto, muy a su manera, a la emoción…

La básica, antigua y esencial emoción… De hecho, Kluge no juega para el mercado ni para la legibilidad más inmediata. Se debe a una tradición más importante que a la de los patrones de siempre… Kluge no obedece. Simplificando a lo bruto, Kluge es algo así como un Godard alemán (con todas las diferencias, culturales y de sensibilidad, que pueden existir entre un alemán inteligente y un francés inteligente).

Sea un juicio donde la lógica, con su lógica voluntad de aclaración hasta el mínimo detalle subatómico se siente como absurda, una burla de ella misma, ¡pero hay que eliminar la ambigüedad!, un interrogatorio equivalente curioso de alguna obra teatral, y la impresión que queda es que tal vez lo sea, que segura y forzosamente lo es, que el sistema judicial es un gran teatro Donde Se Busca La Verdad (o esa búsqueda se parodia de manera aterradoramente estúpida o genial). Con lo que el otro teatro, o la ópera, el teatro a secas, se casi modesto y humilde pese a sus aparatosos fastos. Ambos teatros conversan en la mente-película. Se suman imágenes de un incendio en un edificio donde en vez de quemada viva la gente prefiere morir aplastada contra el pavimento, y luego se suma.

Desprender del fascinante, torrencial y laberíntico mosaico de imágenes una dirección única sería no entender nada. El desconcierto es una forma de destruir el no-pensamiento, el ‘pensamiento congelado’, y como tal dar la posibilidad de que surjan emociones y percepciones nuevas. La película es una soberana caja de herramientas, un hágalo usted mismo y un no lo voy a llevar de la manito si eso esperaba de mí, haga usted con los estímulos que le doy su propia película. Otra ética y otra estética (inusual pero atrevida y hermosa) para el espectador.

(Columna publicada en Diario UNO)

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Mario César Castro Cobos es cineasta y crítico de cine. Fundó y dirigió el Festival de Cine Lima Independiente así como las revistas Voyeur, Abre los ojos y el blog La cinefilia no es patriota, y condujo el programa de radio del mismo nombre en Radio Lima Gris. Además, escribió para Cronopia, Las sumas voces, Butaca, Mabuse, Godard!, Diario 16 y Buensalvaje. Formó parte de los cineclubs del BCR, Biblioteca Nacional, Centro Cultural Arcais, Universidad Científica del Sur, Universidad Cayetano Heredia y Universidad de Ciencias y Humanidades. Acaba de estrenar su cuarto largometraje.

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Un chileno en Italia

Lee la columna de Julio Barco

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Por Julio Barco

Desde su ventana en Salerno, un joven observa el mar Mediterráneo. Lleva más de dos años lejos de su patria, Chile, y entre libros de poesía y de Derecho, abre uno de Luis Hernández. Gracias a su esfuerzo, es un joven becado en el viejo mundo. Natural de Rancagua, Nicolás López-Pérez (1990) afirma en Tipos de Triángulos (2020): (…) mis poemas son barcos que nunca zarparon, se encendieron para iluminar. Del afán creativo, nacieron obras como Metaliteratura & Co (2021) o De la naturaleza afectiva de la forma (2020). Lector voraz, políglota y abogado son los ángulos del triángulo de su pasión. ¿Qué hace bello un poema? ¿Qué une la poesía con la vida? ¿Podemos habitar el poema como una casa? El joven cavila, voltea la página del poemario, lo cierra y lo abre al azar: Yo hubiera sido Premio Nobel de Física, pero el sol, la cerveza, la playa, (…) y un amor me lo impidieron.

Siente el tono gracioso y cierra el ejemplar.

Así, en su reflexión se revela la solvencia de pasión crítica. La poesía es pensar la poesía.

Por generación, hablamos de un autor insertado en un campo continuidad con la Tradición, pero con los pinceles abiertos a la Posmodernidad. Trabajo de laboratorio y de creatividad, abre nuevas geografías líricas. Volvamos a su obra Tipos de Triángulos: el autor afirma que un poema es un documento, un soporte al plano cartesiano. ¿Acaso no nos recuerdo lo dicho por Kandinsky? Mediante diversos tridentes (hoy, ayer mañana; o, pensar, imaginar y florecer) el libro se organiza como una reflexión diversa de temáticas que van de la sociedad del espectáculo (¿Debord?) o de la esencia creativa: “Ver es escribir. Cambia la forma de lectura, porque las matemáticas y los códigos abiertos te van leyendo” (pág. 129) Desbordante de cualquier centro, su poética nos recuerda a Verástegui, promotor de fusiones interdisciplinarias. De su país, se ve la herencia del coraje de autores como Rojas o Héctor Hernández. Se trata, en palabras del autor, de una antología impersonal de un periodo personal. Como en otras de sus obras, estamos frente a un libro deliciosamente atrevido.

(Columna publicada en Diario UNO)

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Metástasis institucional en Bolivia

Lee la columna de Alejandro Herrera Núñez

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Cientos de tropas, un blindado del Ejército rompiendo la puerta del Palacio Quemado, un país confundido, transmisiones en vivo. Un presidente que se comunica por Twitter. Un careo entre el presidente y el general golpista. Todo en tres horas.

Bolivia es un desastre, pero también es un espejo de su siamés, el Perú, que hace dos años y medio vivió un intento de auto golpe, que duró dos horas y acabó con el presidente destituido y preso hasta el día de hoy. En Bolivia la cosa volvió a repetirse pero al revés. Un general se levanta y ataca palacio de gobierno acompañado de cientos de militares. Después de tres horas el golpe se diluye y este acaba preso.

En medio, un país desconcertado. Gente corriendo a los mercados a abastecerse, colas sin fin en las gasolineras, y miles en los cajeros de los bancos sacando sus ahorros antes de un inminente corralito.

Más allá de lo anecdótico, queda enfocarnos en lo esencial de estos acontecimientos acaecidos en ambos países con una gran mayoría de población indígena. El Perú y Bolivia, no nos engañemos, fueron, son y serán países unidos por algo más que las montañas. Hay en su sentir una comunión muy profunda que se evidencia en reventonazos de estallidos sociales. Pero lo que vimos en diciembre de 2021 y en junio de 2024, respectivamente evidencian la profunda descomposición institucional que viven, la cual no se arregla con simplemente ir a las urnas. El problema es más grave. Es una cuestión institucional.

Quien mejor lo resumió y durante esas horas angustiosas de tropas acantonadas en la plaza Murillo, fue el ex presidente Tuto Quiroga, quien resumió la situación en una crisis de descomposición institucional, en que las Fuerzas Armadas se levantaban encabezados por el general Zúñiga a hacer un reclamo ante el presidente semejante a un paro de un sindicato. Solo que en este caso se trataba del Ejército. Semejante descomposición institucional del cuerpo armado que concentra el monopolio de la violencia evidencia que tan mal está Bolivia, y algo peor, que tan contagiosa puede ser en una región donde los índices de respaldo al sistema democrático caen todos los años, y donde una salida autoritaria a la luz de la mileinización y la bukelización, son muchos más que una tentación pasajera.

Sorprende que en el caso peruano exista una tesis de 1948 (recientemente publicada este año), sobre la crisis de las instituciones de autoría del doctor José Antonio Russo. Ya muy temprano se dio cuenta este académico procedente de la militancia revolucionaria aprista, que el nudo gordiano peruano yacía en la cuestión de las instituciones. Es decir, en los usos y costumbres de una cultura organizacional por el que funciona el Estado. No obstante, ochenta años después las cosas solo empeoran en el país de los incas. Desde 2016 ya perdí la cuenta de cuántos presidentes ha tenido Perú. Este país sigue el modelo de República presidencialista al estilo francés, pero de facto desde 2016, algo ha ocurrido, y es que se ha convertido en una República parlamentaria, dónde el Congreso (el parlamento o cámara de diputados peruano) viene acaparando el poder, decidiendo el destino de los presidentes. Algo insólito. Algunos inocentes consideran que el problema del Perú se resuelve con más democracia, el problema es que eso son palabras vacías. También los socialistas de la URSS sostenían que el problema del socialismo se solucionaba con más socialismo, resultado, todos lo conocemos. El tema de la democracia es una cuestión que se tiene que ver de manera crítica. La democracia no es una teología, pero se comportan sus defensores como si así fuese, en detrimento de lo que defienden.

Presidente Luis Arce.

Pero volvamos a Russo. La cuestión de las instituciones es crucial, porque de lo que se trata es de cómo hacer que las instituciones correspondan con la realidad. Cuando una institución no cumple su función porque ya no responde a una realidad (la realidad es cambiante, como bien afirma Russo desde una perspectiva filosófica), ésta ha de ser reestructurada o reemplazada por una institución que responda a una nueva dinámica cultural. Si no fuese cierto esto, estaríamos todavía en el feudalismo.

Entonces, el problema son las instituciones, y estas han de adecuarse a la realidad a través de las respuestas de la cultura política de cada país. En el caso peruano este responde a cambios constitucionales. En promedio un peruano que llegue a vivir 70 años vivirá bajo cuatro a cinco marcos constitucionales distintos, que responden a soluciones macro.  Creer que una constitución como la de 1993 ha de ser eterna, cae en el fundamentalismo legal de una teología herética. Las constituciones cambian para cambiar las instituciones y adecuarlas a nuevas realidades sociales y económicas. Ahora bien, tampoco se debe ver el fenómeno constitucional de manera acrítica. Son respuestas dentro de un marco, el republicano, si este no es capaz de brindar soluciones, también este es reemplazable.

Pero sin ir tan lejos. La cuestión de la corrupción de las instituciones es inherente a una cultura global que antepone el lucro por encima del bien común. El lucro y la permanencia en el poder como señal de éxito. Un caso ejemplar de que tan profunda es la corrupción de las instituciones lo vemos en las universidades. La universidad del siglo XXI es una universidad de educación con enfoque en la renta. Es decir, se educa para formar a las personas en hacerse de una carrera con un fin económico. Desde la educación en clásicas, este enfoque resulta paradójico, pues enseñar a trabajar en una universidad, es un error. En el mundo educativo grecolatino, se entiende que el lugar preciso para aprender a trabajar es en el trabajo. Sin embargo, la educación superior desde las universidades en España hasta Argentina están enfocadas en formar trabajadores en el peor lugar posible. Esto de por sí es una corrupción de una institución bisagra como lo es la universidad. De ahí, el resultado es que como se estudia para trabajar, y se trabaja para ganar dinero, entonces el fenómeno del salto a la corrupción (sea a través por ejemplo de comisiones ediles de 3%) es un hecho casi inevitable. A esto súmese el deseo de acaparar el prestigio de la fama o el ansia de poder. El resultado es el que tenemos.

Sin embargo, la corrupción no es un patrimonio exclusivo de nuestro siglo. La novela Conversación en la catedral de Mario Vargas Llosa de la década de 1960, evidencia la erosión social que genera la corrupción entre el sector público y privado, pero incluso entonces había búsquedas alternativas de corrientes idealistas que se oponían a ese stablishment, la rebeldía de los jóvenes tenía su origen en organizaciones, en instituciones como eran sindicatos y universidades. Hoy ya no existen. La primera perdió peso con el fenómeno de deslocalización y la liberalización de un mercado laboral orientado más hacia el sector servicios, mientras que el segundo simplemente fue convertido en auxiliar de una cultura de la codicia. Con estas instituciones fuera de juego, lo que queda son residuos aglutinados en una mayor sensación de descontento que se va acumulando.

Paz Estenssoro y Diles Suazo, ex presidentes de Bolivia. Hermanos en la política hasta que como Arce y Evo se enfrentaron por el poder.

Pero volvamos a Bolivia

La corrupción de las instituciones se puede resumir en la lucha personalizada del ego entre dos o más actores políticos. La descomposición de la república en la antigua Roma se debió a la ambición de poder de los cónsules César, Pompeyo y Craso. Lo acontecido en Bolivia es una pugna entre Morales y Arce. Pero esta pugna a su vez recuerda a la descomposición de la famosa troica boliviana que llevó al enfrentamiento entre Paz Stenssoro y Siles Suazo, que acabó con la primavera democrática en Bolivia y abrió paso a gobiernos autoritarios. Y todo por ambición de un Paz Stenssoro que como Evo Morales quería volver al poder y permanecer en este de manera indefinida.

El recuento de los sucesos recientemente vividos en Bolivia podríamos retrotraerlos a 2019, el intento de perennizarse al estilo Fujimori de parte de Evo Morales después de tres mandatos, lo que llevó a protestas nacionales y a su caída. Luego un ínterin acaparado por el ala más extrema de la oposición que no duró más de un año. Luego el regreso del MAS al gobierno en la figura de Arce, el cual se viene enfrentando a un Evo Morales que no termina de comprender que desde 2019 ha sido bajado al llano.

El caso de Evo es un caso perfecto de una figura que empieza como héroe de los movimientos sociales y se convierte en otro Fujimori. Recientemente ante su insistencia de ser candidato presidencial para 2025, fue inhabilitado para ser candidato por el tribunal constitucional. Sin embargo, Evo insiste, y amenaza con lanzarse a la presidencial, desoyendo lo dictaminado por el TC.  Cuando el ex presidente amenaza al tribunal constitucional con ser candidato a las buenas o a las malas para las elecciones de 2025, el plato de la crisis ya estaba servido. El resto es una cadena de acontecimientos que se han acelerado.

Al involucrarse en un tema claramente político, como lo hizo en declaraciones periodísticas el general Zúñiga días antes de su intento de golpe, quedó claro que la crisis institucional boliviana hizo metástasis. El presidente Arce lo cesa, y la respuesta es un amotinamiento en forma de un coche blindado del ejército derribando la puerta de Palacio Quemado. Esta situación es una consecuencia directa de la desestabilización que Evo Morales ha provocado en su afán proto fujimorista de volver al poder. Pero esto a su vez, se retroalimenta en una descomposición institucional. No olvidemos que los mandos militares como Zúñiga son resultado de los ascensos direccionados por el MAS en la cúpula militar. Es decir, se está cosechando lo que se ha sembrado.

Cuando la ambición de los hombres predomina sobre los nobles fines de la república, el resultado es la corrupción de sus instituciones, su mal funcionamiento y finalmente la anarquía. Las instituciones existen para ordenar el mundo social, cuando se corrompen, emerge la anarquía que da paso a la tiranía.

El resultado actual, es que la oposición boliviana corre el riesgo de ser postergada en el relevo de poder, cuando por fin tiene mayores posibilidades de sacar a un MAS bicéfalo y corrompido que no es capaz de responder a los problemas del país.

Son varias las narrativas sobre lo ocurrido el miércoles en La Paz. Lo único cierto es que Arce sale en apariencia fortalecido en una narrativa que confirmaría sobre los hechos las consecuencias de las presiones de Morales que se han visibilizado. Por otro lado, Arce queda como el civil que venció el golpe militar y encima se ha ganado un amplio respaldo institucional incluido el de la oposición, bajo la bandera de estabilidad y continuidad institucional.

Presidentes Luis Arce de Bolivia y Vladimir Putin de Rusia.

Bolivia en la geopolítica

Ahora bien, queramos o no, Evo es muy popular. Pero es Arce quien está en el poder ahora. A Arce lo tildan de ser pro ruso y a Evo de pro chino, y aquí lo que está en juego es el litio.  Hace poco Arce y Putin examinaron la posibilidad de que Bolivia ingrese a los BRICS. En un ambiente global cada vez más tenso en que los imperios empujan a los países pequeños pero estratégicos a alinearse, el riesgo en la región es casi una profecía cumplida. En el caso peruano en noviembre es la visita del presidente de China que corresponde con la inauguración del puerto Chancay, que sirve de enclave geoestratégico en la ruta de la seda transpacífica.  Estos días está de visita en China, la presidenta del Perú. Es cada vez más preocupante pensar en un Perú alineado con el imperio del dragón, mientras Bolivia se alinea con el imperio del águila imperial rusa. Y no olvidemos a la Argentina de Milei y al Chile de Boric, ambos políticamente distintos, ya se alinearon con el águila calva gringa respecto a su litio. A Estados Unidos solo le falta Bolivia para tener el control del triángulo del litio que reúne el 85% de todas las reservas globales. Esto cada vez se parece al preámbulo de la guerra del salitre.

Triangulo del litio, concentra alrededor del 85% a nivel mundial de este material.

No podemos ignorar tampoco las advertencias de Alfredo Jalife, el mayor experto de geofinanzas en Latinoamérica, quien advierte de un repliegue norteamericano al hemisferio occidental y de un Revival de una neo doctrina Monroe, que cierre el continente entero ante influencias de otros imperios.

En ese sentido una mileinización y bukelización de Latinoamérica será funcional a los intereses norteamericanos. De momento el único país fuerte que resiste en la región es Brasil, porque México ha caído en manos de una ex trabajadora de BlackRock, a la cual los medios liberales gringos alaban con sospechoso entusiasmo.

Cuidado con los imperios y sus juegos que despedazan países, cambian fronteras y construyen la paz en base a fundar cementerios.

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Perú construye peaje para China y Brasil

Lee la columna de Edwin A. Vegas Gallo

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Por Edwin A. Vegas Gallo

En sesuda columna, Santiago Roca y Juan de Dios Guevara (LR, 22 junio 2024), ponen en blanco y negro la orfandad y falta de visión de nuestros decisores políticos, de cara a maximizar los beneficios por “el paso de Brasil y China por territorio peruano”.

Lo que Roca y de Dios Guevara, a diferencia de Alfonso López-Chau (rector UNI) en su columna ¿Qué es un proyecto nacional? (LR, 27-06-2024), enfatizan es que el modelo de desarrollo peruano, debe pasar obligatoriamente por la sostenibilidad con economía circular y que en el caso del mega puerto de Chancay y futuro tren bioceánico Atlántico-Pacífico), o cualquier proyecto de desarrollo, se prevea que las externalidades () causen “arruinamiento del medio ambiente y de las poblaciones nativas”.

En esa idea Brasil no es un buen ejemplo de sostenibilidad ambiental, ya que con la construcción de las carreteras ínter oceánicas, más allá de la corrupción de Odebretch, ese país se ha disparado a sus pies ignorando las leyes de la naturaleza propiciando la deforestación amazónica peruana y aquella le pasa  factura, en su territorio con las grandes inundaciones que ha sufrido recientemente en Río Grande Do Sul.

Ni que decir de China que en su geopolítica sin escrúpulos, fomenta las externalidades y no le interesa para nada la cuestión ambiental.

En la inteligencia de los decisores políticos peruanos, está asegurar nuestro desarrollo nacional, evitando que el Perú se convierta en un simple peaje de Brasil y China.

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Opinión

Feliz cumpleaños Cebiche peruano

Hoy se celebra el Día Nacional del Cebiche y más allá de que haya sido declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad, por la UNESCO, debemos darle las gracias a los grandes gestores del mar que se levantan a las 4 de la mañana para poner sus carnadas y proveernos de la materia prima—el pescado— y así podamos gozar de la bendición de saborear un sabroso cebiche.

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El cebiche o ceviche como lo quieran llamar, más allá de ser una institución sagrada de la gastronomía peruana, se ha convertido en un emblema nacional, porque es terapéutico, porque levanta los ánimos, porque lo paladean todos. De todas las condiciones sociales, económicas, religiosas, e ideológicas.

Reza el dicho que—el que no come cebiche no es peruano—, por ello somos cebicheros, desde el ADN. Y hoy 28 de junio se celebra el Día Nacional del Cebiche en el Perú, que desde hace 16 años lo estableció el Ministerio de la Producción.

Este plato de bandera, que se prepara con pescado fresco marinado en jugo de limón y acompañado de cebolla, ají y pimienta, ya es inmortal; independientemente que provenga de los preincas Mochicas que lo marinaban con el jugo del tumbo y tras la influencia española con la llegada del limón proveniente del sudeste asiático.  

Solo hace algunas décadas, lo encontrabas a un sol en cualquier carretilla de la ciudad y a cinco soles en cualquier huarique de barrio. Pero hoy—en la “actualidad”—ya se convirtió en un plato de “alta gama” que se ofrece en los restoranes más gourmet, con una serie de innovaciones y “conceptos” y a precio infartante. Pero como mencionó Papá Chacalón—“Nunca morirá”—porque todos somos fieles e incondicionales a esta tremenda delicia pesquera.

Y no porque se le haya declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), el cebiche merece la devoción de nuestros compatriotas y de los extranjeros que irrumpen a nuestras tierras para saborearlo, claro que no. Sino, más bien, gracias a esos grandes gestores del mar que se levantan a las 4 de la mañana para poner sus carnadas y proveernos de la materia prima—el pescado—gozamos de la bendición de saborear en cualquier día de la semana, un sabroso cebiche.

Feliz día cebicheros, pescadores y comensales, por rendir honores a este inmortal y verdadero clásico de los clásicos peruanos… y como dijo Periquito, yo me quito a comer mi cebichito en el mejor huariquito, para no privarme del gustito.

Y como dijo mi tía Esmeralda Checa: ¡Arrevuá!

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¿Una película sobre el boxeo?: Fat City (1972)

Lee la columna de Rodolfo E. Acevedo Palomino

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El boxeador Tully quiere volver al ring, pero algunas cosas se lo impiden. Intenta sobreponerse a la desilusión, conservar la esperanza, sobrevivir, ganar unos dólares, rehabilitarse de su alcoholismo. La secuencia que inicia Fat City (1972) -de John Huston[1]-, muestra planos sucesivos de la pequeña ciudad de Stockton –de su gente y sus calles-, para luego seguir con Tully  despertando en su cuarto de hotel, inquieto, buscando prender un cigarrillo, recorriendo el espacio, revisando lo poco que tiene. (Puede verse que ha sido una noche difícil para el personaje).

Basada en la novela de Leonard Gardner —también autor del guion—, la película de Huston nos conduce por las vivencias de boxeadores de una pequeña localidad, intentando obtener éxitos  deportivos y profesionales. Al mismo tiempo, se trata de gente desventurada saliendo adelante  como puede, a pesar todo. Los púgiles y sus manejadores sueñan con mejores futuros, mientras entrenan, combaten y pierden, para luego terminar en el bar, rendidos, hasta recomenzar al siguiente día. En medio, Tully y Ernie —un joven boxeador con un potencial que nunca termina de mostrarse—, buscan trabajo en los periodos de cosecha de las distintas plantaciones de la California de los años setenta del siglo XX. (Centenares de personas esperando ser contratadas para los campos de recojo. Allí los personajes entablan relaciones cuasi fraternales, mientras se reconocen en las extenuantes labores diarias, contándose anécdotas, trascendiendo sus diferencias, en su condición temporal de obreros agrícolas).

Individuos que han perdido el rumbo, o no han podido adaptarse a ciertos requerimientos sociales. En cierto sentido, parecen haber sido relegados. Las secuencias en los bares —recurrentes—, convocan esa imagen de derrota o de constante espera, habitual en el cine estadounidense para graficar a los excluidos y a aquellos a los que —ideológicamente—, se les denomina “perdedores”. Estos personajes se encuentran, entablan amistad, se apoyan y se aguantan. Tully funge de guía. Carga con su frustración, trabaja, se embriaga algunas noches y entrena algunos días para la próxima pelea que quizás lo recupere. Conocerá a Ernie en el gimnasio y lo pondrá en contacto con su ex entrenador, Rubén. Ernie tratará de mantener a su mujer e hijo recién nacido, y de paso, intentará no defraudar demasiado las expectativas puestas sobre él. Rubén, por su parte, desea encontrar un “campeón” que le dé reconocimiento, cansado de ver boxeadores vencidos, tanto en el ring, como por la depresión.

La deriva de Tully por los bares lo llevará a conocer a Oma. Ella, su personaje, es una mujer liberada y desprejuiciada, que bebe copiosamente, esperando a que su compañero Earl salga de la cárcel, detenido por una riña y por el racismo de la policía. (Ella le explicará a Tully lo difícil que es tener una pareja afroamericana en la sociedad estadounidense).

Película que desarrolla una caracterización amarga y desolada de sus personajes y del espacio representado. Su referente real –en la época en que fue filmada-, contextualiza los comportamientos, al relacionarlos con la dinámica social de la región y la ciudad, dando una imagen general de abandono y pobreza que conecta con el fracaso y la falta de oportunidades que aquejan a la mayoría de personajes. Ellos —Tully en particular—, muestran ese tesón para seguir sobreviviendo a pesar de la borrachera y de los reveses que enfrentan. Para unos es la promesa incumplida –lo que fue, lo que no se hizo-, aquello que incita a seguir adelante. En otros casos, las necesidades apremiantes del presente (la paternidad repentina, la responsabilidad con un grupo de jóvenes púgiles, o solo el sostener el próximo vaso), y un futuro incierto, movilizan acciones y afectos.  

La inusual película de Huston —inusual dentro de su filmografía—, no es una historia deportiva sobre el triunfo, la derrota y la redención, sino un drama sobre individuos que han perdido mucho y no encuentran aquello que están buscando, llámese éxito, felicidad, o simplemente un mañana más digno.


[1] Nevada (Misuri), 1906 – Middletown (Rhode Island), Estados Unidos, 1987.

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Fidel Castro y el ‘balserito’

Lee la columna de Raúl Villavicencio

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Por Raúl Villavicencio

Era noviembre del año 1999 y una noticia daba la vuelta al mundo por lo increíble e inspiradora que resultaba. En una pequeña cámara de un neumático se encontraba Elián Gonzáles, un niño cubano de tan solo seis años que había sobrevivido la bravura del mar que separa su isla natal con las costas de Miami. En ese viaje por querer escapar de la dictadura de Fidel Castro perecieron cerca de diez personas, incluida su madre que lo había sacado a escondidas, buscando un mejor futuro para su pequeño hijo.

Durante más de medio siglo la isla de Cuba afronta una escasez de recursos alimenticios, forzando a los cerca de once millones de habitantes a tener que realizar colas para obtener un poco de pan, azúcar o leche.

Afortunadamente Elián logró ser rescatado por unos pescadores, pero su travesía no iba a culminar ahí ya que tenía que atravesar otro tipo de ‘mares’ para su permanencia. Como su madre lo sacó de la isla sin el consentimiento de su entonces esposo, la justicia de Estados Unidos valoró ese antecedente para regresarlo a la tutela de su padre biológico.

Enterado de esa fascinante historia de supervivencia, el mandatario comunista Fidel Castro aprovechó la ocasión para realizar una campaña propagandística contra aquel “imperialismo” del que tanto repudiaba, convirtiendo al pequeño Elián en un ícono del castrismo.

Ya en Cuba, era recurrente ver en actividades oficiales a Elián junto a Fidel Castro quien para ese entonces intentaba reconciliarse con la santería. Creyente de que el ‘balserito’ era la reencarnación de una deidad, no dudó ni un segundo en hacer todo lo que esté al alcance de sus manos para congraciarse con él, asistiendo incluso a uno de sus cumpleaños.

Con el pasar de los años se fue formando una estrecha amistad entre Elián y el nonagenario gobernante cubano, quien fue tomando la postura de un segundo padre para él. Resulta irónico que su historia se inicie escapando de la hambruna que azota país a ser uno de los defensores del dictador que lo arropó como uno más de sus hijos.

En el año 2013, Elián, convertido ahora en ingeniero industrial, declaró lo siguiente: “Yo no profeso ninguna religión, pero si la tuviera, mi Dios sería Fidel Castro”.

(Columna publicada en Diario UNO)

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Un erudito llamado Manuel Miguel de Priego Chacón

Lee la columna de Rodolfo Ybarra

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A fines de los ochenta, Miguel de Priego se paseaba por la escuela de periodismo “Jaime Bausate y Mesa” declamando un poema de Javier Heraud. Otro día aparecía escuchando a The Doors y nos decía que Mozart era el abuelo del rock. A sus pupilos interesados en la poesía o la literatura los invitaba a su casa. Te decía “tengo algo que quiero que veas”. Y cuando aparecías en la calle Huáscar de Jesús María, te hacía esperar en su salita y sacaba libros en sus primeras ediciones de los vates de su generación. Leía las dedicatorias en voz alta y después sacaba sus poemas de cuando era adolescente.

Y no solo eso, sino que llevaba a escritores al salón de clase: Gustavo Valcárcel, Winston Orrillo o Antonio Gálvez Ronceros venían a contarnos sus secretos y a incentivarnos a escribir. Podía declamar textos enteros o libros íntegros. Algo que he visto poquísimas veces, como cuando me encontré con Jaime Guadalupe, uno de esos personajes limeños y se puso a enunciar de memoria Redoble por Rancas casi completito, yo solo me sabía Los Adioses y Las imprecaciones y uno que otro poema por ahí. Lo cierto es que MMDPCH era uno de esos maestros que no solo podía cambiar la vida de los que lo rodean, sino que te enseñaba a amar la literatura. Te enseñaba a escribir con Azorín de una mano y con Truman Capote de la otra. Y sus clases maestras combinaba el rigor con la libertad absoluta. En el salón de clase podíamos hablar de autores, pero también de política, religión o ideologías. Todo estaba permitido siempre y cuando pudieras argumentar.

Algunos de sus libros fueron: Vallejo, el adiós y el regreso, Abraham Valdelomar, el conde plebeyo, ensayos y reportajes completos, entre otros. Debo confesar que fue MMDPCH quien corrigió mis primeros libros. Sus consejos siempre fueron vitales porque, así como aconsejaba también te decía las cosas como son, sin ambages y sin anestesia y a los desaprovechados escribidores los largaba: ¡dedícate a otra cosa!

Tener de maestro a Manuel De Priego fue todo un lujo, como también lo fue tener al lingüista Hernán Ramírez, al poeta y periodista Hernán Flores, al comunicador Walter Meza Valera, al quenista Alejandro Vivanco, etc.

En esos años, un maestro era eso y mucho más y por eso siempre permanecerán en la memoria.

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“Pendejos y achorados”

Lee la columna de Tino Santander

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Por Tino Santander Joo

La inmensa mayoría de peruanos somos pendejos y achorados. La pendejada nació en el virreinato con el pacto implícito entre curacas y encomenderos para robarle al rey el impuesto del quinto real. Los curacas querían mantener sus privilegios como miembros de la nobleza inca y hacerse ricos para reconstituir los viejos reinos y señoríos preincas y los encomenderos buscaban títulos nobiliarios y riqueza fácil. El achoramiento es un mecanismo de defensa que nació en los sectores populares como compensación a la marginación racial, social, y económica. Este comportamiento agresivo se ha extendido a todos los sectores sociales.

La pendejada se transformó en una forma de vida de la inmensa mayoría. Sacar ventaja pícaramente en cualquier circunstancia de la cotidianidad es un valor que los peruanos lucimos con orgullo, “si no eres pendejo estas en nada”. Me dijo un estudiante sanmarquino en la facultad de Ciencias Sociales.

La pendejada y el achoramiento son “valores” que gobiernan la vida de los peruanos. Es muy difícil conseguir algo en el Perú, sino eres pendejo y achorado; por ejemplo, todos saben que el poder judicial, el congreso, y cualquier institución estatal la corrupción esta generalizada, sin embargo, convivimos y la aceptamos con indiferencia. Una señora en los pasillos del poder judicial me dijo: “todos son pendejos; he tenido que pagar una coima para que el banco no me quite mi casa.

En las empresas privadas de servicios públicos, en los bancos, en las compañías mineras, en las organizaciones sociales populares, en algunas comunidades campesinas la forma de relacionarse con el Estado o entre ellas es a través de la pendejada y el achoramiento. “Colque” (dinero en quechua) es lo que importa; “minimizar costos” dicen los empresarios.  Mi amigo Chen, dueño de uno de los chifas más sabrosos de Lima, me dijo: “si no eres pendejo y achorado te roban todo el arroz en la cocina”.

¡Hacer lo correcto! ¿Qué es hacer lo correcto? Gritaba el gerente de una minera cuando le explicaba las razones del conflicto. “No jodas Tino, estos cholos de mierda nos extorsionan para que les paguemos más”. Los comuneros me decían: “compañero, la mina tiene que dejar algo para los dirigentes antes y después del acuerdo”. Descubrí que la vieja alianza de encomenderos y curacas para enriquecerse está vigente entre los gerentes de las empresas y dirigentes comunales que se ponen de acuerdo para que las demandas siempre dejen algo a sus protagonistas.

Es heroico sobrevivir en un medio informal, degradado, sin servicios públicos eficientes, con una clase política corrompida, con gremios sociales y empresariales que representan intereses tribales, con la percepción de que todo es corrupto y que no podemos confiar en nadie.  Los peruanos somos pendejos y achorados, entonces, los políticos y los aspirantes al poder son igual que nosotros; por eso, los odiamos tanto. Parece un círculo vicioso del que nunca podremos salir.

A pesar de todo, la inmensa mayoría quiere una revolución que transforme el Perú en libertad; eso no significa que de la noche a la mañana tendremos el paraíso terrenal; esa será una tarea de los jóvenes y de todos los que tengamos el coraje de acabar con los valores y vicios que agobian nuestras vidas. 

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