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«El niño de Junto al Cielo», un cuento de Enrique Congrains

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Por alguna desconocida razón, Esteban había llegado al lugar exacto, precisamente al único lugar… Pero ¿no sería, más bien, que “aquello” había venido hacia él? Bajó la vista y volvió a mirar. Sí, ahí seguía el billete anaranjado, junto a sus pies, junto a su vida.

¿Por qué, por qué él?

Su madre se había encogido de hombros al pedirle, él, autorización para conocer la ciudad, pero después le advirtió que tuviera cuidado con los carros y con las gentes. Había descendido desde el cerro hasta la carretera y, a los pocos pasos, divisó “aquello” junto al sendero que corría paralelamente a la pista.

Vacilante, incrédulo se agachó y lo tomó entre sus manos. Diez, diez, diez, era un billete de diez soles, un billete que contenía muchísimas pesetas, innumerables reales. ¿Cuántos reales, cuántos medios, exactamente? Los conocimientos de Esteban no abarcaban tales complejidades y, por otra parte, le bastaba con saber que se trataba de un papel anaranjado que decía “diez” por sus dos lados.

Siguió por el sendero, rumbo a los edificios que se veían más allá de ese cerro cubierto de casas. Esteban caminaba unos metros, se detenía y sacaba el billete de su bolsillo para comprobar su indispensable presencia. ¿Había venido el billete hacia él —se preguntaba— o era él, el que había ido hacia el billete?

Cruzó la pista y se internó en un terreno salpicado de basura, desperdicios de albañilería y excrementos; llegó a una calle y desde allí divisó al famoso mercado, el Mayorista, del que tanto había oído hablar. ¿Eso era Lima, Lima, Lima?… La palabra le sonaba a hueco. Recordó: su tío le había dicho que Lima era una ciudad grande, tan grande que en ella vivían un millón de personas.

¿La bestia con un millón de cabezas? Esteban había soñado hacía unos días, antes del viaje, en eso: una bestia con un millón de cabezas. Y ahora, él, con cada paso que daba, iba internándose dentro de la bestia…

Se detuvo, miró y meditó; la ciudad, el Mercado Mayorista, los edificios de tres y cuatro pisos, los autos, la infinidad de gentes —algunas como él, otras no como él—, y el billete anaranjado, quieto, dócil, en el bolsillo de su pantalón. El billete llevaba el “diez” por ambos lados y en eso se parecía a Esteban. El también llevaba el “diez” en su rostro y en su conciencia. El “diez años” lo hacía sentirse seguro y confiado, pero solo hasta cierto punto. Antes, cuando comenzaba a tener noción de las cosas y de los hechos, la meta, el horizonte, había sido fijado en los diez años. ¿Y ahora? No, desgraciadamente no. Diez años no era todo, Esteban se sentía incompleto aún. Quizá si cuando tuviera doce, quizá si cuando llegara a los quince. Quizá ahora mismo, con la ayuda del billete anaranjado.

Estuvo dando vueltas, atisbando dentro de la bestia, hasta que llegó a sentirse parte de ella. Un millón de cabezas y, ahora, una más. La gente se movía, se agitaba, unos iban en una dirección, otros en otra, y él, Esteban, con el billete anaranjado, quedaba siempre en el centro de todo, en el ombligo mismo.

Unos muchachos de su edad jugaban en la vereda. Esteban se detuvo a unos metros de ellos y quedó observando el ir y venir de las bolas; jugaban dos y el resto hacía ruedo. Bueno, había andado unas cuadras y por fin encontraba seres como él, gente que no se movía innecesariamente de un lado a otro. Parecía, por lo visto, que también en la ciudad había seres humanos.

¿Cuánto tiempo estuvo contemplándolos? ¿Un cuarto de hora? ¿Media hora? ¿Una hora, acaso dos? Todos los chicos se habían ido, todos menos uno. Esteban quedó mirándolo, mientras su mano dentro del bolsillo acariciaba el billete.

—¡Hola, hombre!

—Hola … —respondió Esteban, susurrando casi.

El chico era más o menos de su misma edad y vestía pantalón y camisa de un mismo tono, algo que debió ser caqui en otros tiempos, pero que ahora pertenecía a esa categoría de colores vagos e indefinibles.

—¡Eres de por acá! —le preguntó a Esteban.

—Sí, este … —se aturdió y no supo cómo explicar que vivía en el cerro y que estaba en viaje de exploración a través de la bestia de un millón de cabezas.

—¿De dónde, ah? —se había acercado y estaba frente a Esteban. Era más alto y sus ojos inquietos le recorrían de arriba a abajo—. ¿De dónde, ah? —volvió a preguntar.

—De allá, del cerro —y Esteban señaló en la dirección en que había venido.

—¿San Cosme?

Esteban meneó la cabeza, negativamente.

—¿Del Agustino?

—¡Sí, de ahí! —exclamó sonriendo. Ese era el nombre y ahora lo recordaba. Desde hacía meses, cuando se enteró de la decisión de su tío de venir a radicarse a Lima, venía averiguando cosas de la ciudad. Fue así como supo que Lima era muy grande, demasiado grande, tal vez; que había un sitio que se llamaba Callao y que ahí llegaban buques de otros países; que habían lugares muy bonitos, tiendas enormes, calles larguísimas… ¡Lima!… Su tío había salido dos meses antes que ellos con el propósito de conseguir casa. Una casa. ¿En qué sitio será?, le había preguntado a su madre. Ella tampoco sabía. Los días corrieron y después de muchas semanas llegó la carta que ordenaba partir… ¡Lima!… ¿El cerro del Agustino, Esteban? Pero él no lo llamaba así. Ese lugar tenía otro nombre. La choza que su tío había levantado quedaba en el barrio de Junto al Cielo. Y Esteban era el único que lo sabía.

—Yo no tengo casa… —dijo el chico después de un rato. Tiró una bola contra la tierra y exclamó—: ¡Caray, no tengo!

—¿Dónde vives, entonces? —se animó a inquirir Esteban.

El chico recogió la bola, la frotó en su mano y luego respondió:

—En el mercado, cuido la fruta, duermo a ratos… —amistoso y sonriente, puso una mano sobre el hombro de Esteban y le preguntó—: ¿Cómo te llamas tú?

—Esteban …

—Yo me llamo Pedro —tiró la bola al aire y la recibió en la palma de su mano—. Te juego, ¿ya, Esteban?

Las bolas rodaron sobre la tierra, persiguiéndose mutuamente. Pasaron los minutos, pasaron hombres y mujeres junto a ellos, pasaron autos por la calle, siguieron pasando los minutos. El juego había terminado, Esteban no tenía nada que hacer junto a la habilidad de Pedro. Las bolas al bolsillo y los pies sobre el cemento gris de la acera. ¿A dónde, ahora? Empezaron a caminar juntos. Esteban se sentía más a gusto en compañía de Pedro que estando solo.

Dieron algunas vueltas, más y más edificios. Más y más gentes. Más y más autos en las calles. Y el billete anaranjado seguía en el bolsillo. Esteban lo recordó.

—¡Mira lo que me encontré! —lo tenía entre sus dedos y el viento lo hacía oscilar levemente.

—¡Caray! —exclamó Pedro y lo tomó, examinándolo al detalle—. ¡Diez soles, caray! ¿Dónde lo encontraste?

—Junto a la pista, cerca del cerro —explicó Esteban.

Pedro le devolvió el billete y se concentró un rato. Luego preguntó:

—¿Qué piensas hacer, Esteban?

—No sé, guardarlo, seguro… —y sonrió tímidamente.

—¡Caray, yo con una libra haría negocios, palabra que sí!

—¿Cómo?

Pedro hizo un gesto impreciso que podía revelar, a un mismo tiempo, muchísimas cosas. Su gesto podía interpretarse como una total despreocupación por el asunto —los negocios— o como una gran abundancia de posibilidades y perspectiva. Esteban no comprendió.

—¿Qué clase de negocios, ah?

—¡Cualquier clase, hombre! —pateó un cáscara de naranja que rodó desde la vereda hasta la pista; casi inmediatamente pasó un ómnibus que la aplanó contra el pavimento—. Negocios hay de sobra, palabra que sí. Y en unos dos días cada uno de nosotros podría tener otra libra en el bolsillo.

—¿Una libra más? —preguntó Esteban asombrándose.

—¡Pero claro, claro que sí!… —volvió a examinar a Esteban y le preguntó—: ¿Tú eres de Lima?

Esteban se ruborizó. No, él no había crecido al pie de las paredes grises, ni jugando sobre el cemento áspero e indiferente. Nada de eso en sus diez años, salvo lo de ese día.

—No, no soy de acá, soy de Tarma; llegué ayer…

—¡Ah! —exclamó Pedro, observándolo fugazmente—. ¿De Tarma, no?

—Sí, de Tarma…

Habían dejado atrás el mercado y estaban junto a la carretera. A medio kilómetro de distancia se alzaba el cerro del Agustino, el barrio de Junto al Cielo, según Esteban. Antes del viaje, en Tarma, se había preguntado: ¿iremos a vivir a Miraflores, al Callao, a San Isidro, a Chorrillos, en cuál de esos barrios quedará la casa de mi tío? Habían tomado el ómnibus y después de varias horas de pesado y fatigante viaje, arribaban a Lima. ¿Miraflores? ¿La Victoria? ¿San Isidro? ¿Callao? ¿A dónde Esteban, adónde? Su tío había mencionado el lugar y era la primera vez que Esteban lo oía nombrar. Debe ser algún barrio nuevo, pensó. Tomaron un auto y cruzaron calles y más calles. Todas diferentes pero, cosa curiosa, todas parecidas también. El auto los dejó al pie de un cerro. Casas junto al cerro, casas en mitad de cerro, casas en la cumbre del cerro.

Habían subido y una vez arriba, junto a la choza que había levantado su tío, Esteban contempló a la bestia con un millón de cabezas. La “cosa” se extendía y se desparramaba, cubriendo la tierra de casa, calles, techos, edificios, más allá de lo que su vista podía alcanzar. Entonces Esteban había levantado los ojos y se había sentido tan encima de todo —o tan abajo, quizá— que había pensado que estaba en el barrio de Junto al Cielo.

—Oye, ¿quisieras entrar en algún negocio conmigo? —Pedro se había detenido y lo contemplaba, esperando respuesta.

—¿Yo?… —titubeando, preguntó—: ¿Qué clase de negocio? ¿Tendría otro billete mañana?

—¡Claro que sí, por supuesto! —afirmó resueltamente.

La mano de Esteban acarició el billete y pensó que podría tener otro billete más, y otro más, y muchos más. Muchísimos billetes más, seguramente. Entonces el “diez años” sería esa meta que siempre había soñado.

—¿Qué clase de negocios se puede, ah? —preguntó Esteban.

Pedro sonrió y explicó:

—Negocios hay muchos… Podríamos comprar periódicos y venderlos por Lima; podríamos comprar revistas, chistes… —hizo una pausa y escupió con vehemencia. Luego dijo, entusiasmándose—: Mira, compraremos diez soles de revistas y los vendemos ahora mismo, en la tarde, y tenemos quince soles, palabra.

—¿Quince soles?

—¡Claro, quince soles! ¡Dos cincuenta para ti y dos cincuenta para mí! ¿Qué te parece, ah?

Convinieron en reunirse al pie del cerro dentro de una hora; convinieron en que Esteban no diría nada, ni a su madre ni a su tío: convinieron en que venderían revistas y que de la libra de Esteban saldrían muchísimas otras.

*

Esteban había almorzado apresuradamente y le había vuelto a pedir permiso a su madre para bajar a la ciudad. Su tío no almorzaba con ellos, pues en su trabajo le daban de comer gratis, completamente gratis, como había recalcado al explicar su situación. Esteban bajó por el sendero ondulante, saltó la acequia y se detuvo al borde de la carretera, justamente en el mismo lugar en que había encontrado, en la mañana, el billete de diez soles. Al poco rato apareció Pedro y empezaron a caminar juntos, internándose dentro de la bestia de un millón de cabezas.

—Vas a ver que fácil es vender revistas, Esteban. Las ponemos en cualquier sitio, la gente las ve y, listo, las compra para sus hijos. Y si queremos nos ponemos a gritar en la calle el nombre de las revistas y así vienen más rápido… ¡Ya vas a ver qué bueno es hacer negocios!…

—¿Queda muy lejos el sitio? —preguntó Esteban, al ver que las calles seguían alargándose casi hasta el infinito. Qué lejos había quedado Tarma, que lejos había quedado todo lo que hasta hacía unos días había sido habitual para él.

—No, ya no. Ahora estamos cerca del tranvía y nos vamos gorreando hasta el centro.

—¿Cuánto cuesta el tranvía?

—¡Nada, hombre! —y se rió de buena gana—. Lo tomamos no más y le decimos al conductor que nos deje ir hasta la Plaza San Martín.

Más y más cuadras. Y los autos, algunos viejos, otros increíblemente nuevos y flamantes, pasaban veloces, rumbo sabe Dios dónde.

—¿Adónde va toda esa gente en auto?

Pedro sonrió y observó a Esteban. Pero ¿adónde iban realmente? Pedro no halló ninguna respuesta satisfactoria y se limitó a mover la cabeza de un lado a otro. Más y más cuadras. Al fin terminó la calle y llegaron a una especie de parque.

—¡Corre! —le gritó Pedro, de súbito. El tranvía comenzaba a ponerse en marcha. Corrieron, cruzaron en dos saltos la pista y se encaramaron al estribo.

Una vez arriba se miraron, sonrientes. Esteban empezó a perder el temor y llegó a la conclusión de que seguía siendo el centro de todo. La bestia de un millón de cabezas no era tan espantosa como había soñado, y ya no le importaba estar siempre, aquí o allá, en el centro mismo, en el ombligo mismo de la bestia.

*

Parecía que el tranvía se había detenido definitivamente esta vez, después de una serie de paradas. Todo el mundo se había levantado de sus asientos y Pedro lo estaba empujando.

—Vamos, ¿qué esperas?

—¿Aquí es?

—Claro, baja.

Descendieron y otra vez a rodar sobre la piel de cemento de la bestia. Esteban veía más gente y las veía marchar —sabe Dios dónde— con más prisa que antes. ¿Por qué no caminaban tranquilos, suaves, con gusto, como la gente de Tarma?

—Después volvemos y por estos mismos sitios vamos a vender las revistas.

—Bueno —asintió Esteban. El sitio era lo de menos, se dijo, lo importante era vender las revistas, y que la libra se convirtiera en varias más. Eso era lo importante.

—¿Tú tampoco tienes papá? —le preguntó Pedro mientras doblaban hacia una calle por la que pasaban los rieles del tranvía.

—No, no tengo… —y bajó la cabeza, entristecido. Luego de un momento, Esteban preguntó—: ¿Y tú?

—Tampoco, ni papá, ni mamá —Pedro se encogió de hombros y apresuró el paso. Después inquirió descuidadamente:

—¿Y al que le dices “tío”?

—Ah… él vive con mi mamá, ha venido a Lima de chofer… —calló, pero enseguida dijo—: Mi papá murió cuando yo era un chico…

—¡Ah, caray!… ¿Y tu “tío”, qué tal te trata?

—Bien; no se mete conmigo para nada.

—¡Ah!

Habían llegado al lugar. Tras un portón se veía un patio más o menos grande, puertas, ventanas, y dos letreros que anunciaban revistas al por mayor.

—Ven, entra —le ordenó Pedro.

Estaban adentro. Desde el piso hasta el techo había revistas, y algunos chicos como ellos, dos mujeres y un hombre, seleccionaban sus compras. Pedro se dirigió a uno de los estantes y fue acumulando revistas bajo el brazo. Las contó y volvió a revisarlas.

—Paga.

Esteban vaciló un momento. Desprenderse del billete anaranjado era más desagradable de lo que había supuesto. Se estaba bien teniéndolo en el bolsillo y pudiendo acariciarlo cuantas veces fuera necesario.

—Paga —repitió Pedro, mostrándole las revistas a un hombre gordo que controlaba la venta.

—¿Es justo una libra?

—Sí, justo. Diez revistas a un sol cada una.

Oprimió el billete con desesperación, pero al fin terminó por extraerlo del bolsillo. Pedro se lo quitó rápidamente de la mano y lo entregó al hombre.

—Vamos —dijo jalándolo.

Se instalaron en la Plaza San Martín y alinearon las diez revistas en uno de los muros que circulaban el jardín. “Revistas, revistas, revistas señor, revistas señora, revistas, revistas.” Cada vez que una de las revistas desaparecía con un comprador, Esteban suspiraba aliviado. Quedaban seis revistas y pronto, de seguir así las cosas, no habría de quedar ninguna.

—¿Qué te parece, ah? —preguntó Pedro, sonriente con orgullo.

—Está bueno, está bueno… —y se sintió enormemente agradecido a su amigo y socio.

—Revistas, revistas ¿no quiere un chiste, señor?

El hombre se detuvo y examinó las carátulas.

—¿Cuánto?

—Un sol cincuenta, no más…

La mano del hombre quedó indecisa sobre dos revistas. ¿Cuál, cuál llevará? Al fin se decidió.

—Cóbrese.

Y las monedas cayeron, tintineantes, al bolsillo de Pedro. Esteban se limitaba a observar, meditaba y sacaba sus conclusiones: una cosa era soñar, allá en Tarma, con una bestia de un millón de cabezas, y otra era estar en Lima, en el centro mismo del universo, absorbiendo y paladeando con fruición la vida.

Él era el socio capitalista y el negocio marchaba estupendamente bien. “Revistas, revistas”, gritaba el socio industrial, y otra revista más que desaparecía en manos impacientes. “¡Apúrate con el vuelto!”, exclamaba el comprador. Y todo el mundo caminaba a prisa, rápidamente. “¿Adónde van que se apuran tanto?”, pensaba Esteban.

Bueno, bueno, la bestia era una bestia bondadosa, amigable, aunque algo difícil de comprender. Eso no importaba; seguramente, con el tiempo, se acostumbraría. Era una magnífica bestia que estaba permitiendo que el billete de diez soles se multiplicara. Ahora ya no quedaban más que dos revistas sobre el muro. Dos nada más y ocho desparramándose por desconocidos e ignorados rincones de la bestia. “Revistas, revistas, chistes a sol cincuenta, chistes”… Listo, ya no quedaba más que una revista y Pedro anunció que eran las cuatro y media.

—¡Caray, me muero de hambre, no he almorzado!… —prorrumpió luego.

—¿No has almorzado?

—No, no he almorzado… —observó a posibles compradores entre las personas que pasaban y después sugirió—: ¿Me podrías ir a comprar un pan o un bizcocho?

—Bueno —aceptó Esteban inmediatamente.

Pedro sacó un sol de su bolsillo y explicó:

—Esto es de los dos cincuenta de mi ganancia, ¿ya?

—Sí, ya sé.

—¿Ves ese cine? —preguntó Pedro señalando a uno que quedaba en la esquina. Esteban asintió—. Bueno, sigues por esa calle y a mitad de cuadra hay una tiendecita de japoneses. Anda y cómprame un pan con jamón o tráeme un plátano y galletas, cualquier cosa, ¿ya, Esteban?

—Ya.

Recibió el sol, cruzó la pista, pasó por entre dos autos estacionados y tomó la calle que le había indicado Pedro. Sí, ahí estaba la tienda. Entró.

—Deme un pan con jamón —pidió a la muchacha que atendía.

Sacó un pan de la vitrina, lo envolvió en un papel y se lo entregó. Esteban puso la moneda sobre el mostrador.

—Vale un sol veinte —advirtió la muchacha.

—¡Un sol veinte!… —devolvió el pan y quedó indeciso un instante. Luego se decidió—: Dame un sol de galletas, entonces.

Tenía el paquete de galletas en la mano y andaba lentamente. Pasó junto al cine y se detuvo a contemplar los atrayentes avisos. Miró a su gusto y, luego, prosiguió caminando. ¿Habría vendido Pedro la revista que le quedaba?

Más tarde, cuando regresara a Junto al Cielo, lo haría feliz, absolutamente feliz. Pensó en ello, apresuró el paso, atravesó la calle, esperó que pasaran unos automóviles y llegó a la vereda. Veinte o treinta metros más allá había quedado Pedro. ¿O se había confundido? Porque ya Pedro no estaba en ese lugar ni en ningún otro.

Llegó al sitio preciso y nada, ni Pedro, ni revista, ni quince soles, ni… ¿Cómo había podido perderse o desorientarse? Pero, ¿no era ahí donde habían estado vendiendo las revistas? ¿Era o no era? Miró a su alrededor. Sí, en el jardín de atrás seguía la envoltura de un chocolate. El papel era amarillo con letras rojas y negras, y él lo había notado cuando se instalaron, hacía más de dos horas. Entonces, ¿no se había confundido? ¿Y Pedro, y los quince soles, y la revista?

Bueno, no era necesario asustarse, pensó. Seguramente se había demorado y Pedro lo estaba buscando. Esto tenía que haber sucedido, obligadamente. Pasaron los minutos. No, Pedro no había ido a buscarlo: ya estaría de regreso de ser así. Tal vez había ido con un comprador a conseguir cambio. Más y más minutos fueron quedando a sus espaladas. No, Pedro no había ido a buscar sencillo: ya estaría de regreso, de ser así. ¿Entonces?…

—Señor, ¿tiene hora? —le preguntó a un joven que pasaba.

—Sí, las cinco en punto.

Esteban bajó la vista, hundiéndola en la piel de la bestia, y prefirió no pensar. Comprendió que, de hacerlo, terminaría llorando y eso no podía ser. Él ya tenía diez años, y diez años no eran ni ocho, ni nueve ¡Eran diez años!

—¿Tiene hora, señorita?

—Sí —sonrió y dijo con voz linda—: Las seis y diez —y se alejó presurosa.

¿Y Pedro, y los quince soles, y la revista?… ¿Dónde estaban, en qué lugar de la bestia con un millón de cabezas estaban?… Desgraciadamente no lo sabía y solo quedaba la posibilidad de esperar y seguir esperando…

—¿Tiene hora, señor?

—Un cuarto para las siete.

—Gracias…

¿Entonces?… Entonces, ¿ya Pedro no iba a regresar?… ¿Ni Pedro, ni los quince soles, ni la revista iban a regresar entonces?… Decenas de letreros luminosos se habían encendido. Letreros luminosos que se apagaban y se volvían a encender; y más y más gente sobre la piel de la bestia. Y la gente caminaba con más prisa ahora. Rápido, rápido, apúrense, más rápido aún, más, más, hay que apurarse muchísimo más, apúrense más… Y Esteban permanecía inmóvil, recostado en el muro, con el paquete de galletas en la mano y con las esperanzas en el bolsillo de Pedro… Inmóvil, dominándose para no terminar en pleno llanto.

Entonces, ¿Pedro lo había engañado?… ¿Pedro, su amigo, le había robado el billete anaranjado?… ¿O sería, más bien, la bestia con un millón de cabezas la causa de todo?… Y ¿acaso no era Pedro parte integrante de la bestia?…

Sí y no. Pero ya nada importaba. Dejó el muro, mordisqueó una galleta y, desolado, se dirigió a tomar el tranvía.

FIN

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Paro Nacional de Transportistas: más asesinatos y un gobierno ausente

Mientras las mafias siguen matando a transportistas en todo el país, Dina Boluarte guarda un silencio cómplice. La falta de acción y de liderazgo ha convertido las carreteras en territorios sin ley. Los transportistas paralizarán el país este 18 de junio exigiendo lo que siempre se les garantizó: seguridad y justicia.

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Los gremios de transportistas han anunciado un paro nacional para este miércoles 18 de junio, en protesta por la alarmante ola de violencia que azota a su sector. La medida, que iniciará a las 00:00 horas y se extenderá hasta las 23:59, incluirá concentraciones en puntos clave de Lima, Callao y otras regiones.

La Confederación Nacional de Transportistas del Perú (CNTP), la Asociación Nacional de Transportistas (ANTRA) y otros colectivos lideran esta jornada de protesta, tras registrar al menos 15 conductores asesinados en lo que va del año. Las mafias que cobran cupos y extorsionan operan con total impunidad en las rutas del país, mientras el Ejecutivo, encabezado por Dina Boluarte, guarda un silencio cómplice.

Los puntos de movilización en Lima incluyen el Óvalo Santa Anita, el puente Los Ángeles (SJL) y la Plaza Bolognesi. En el Callao, el Óvalo La Perla será el epicentro. El impacto será grave: rutas interprovinciales y urbanas paralizadas, con serias consecuencias para el transporte de pasajeros y mercancías.

Los gremios exigen un plan nacional de seguridad para el sector transporte, mayor presencia policial en zonas críticas y, sobre todo, una respuesta política firme. Pero hasta el momento, el Gobierno no ha emitido ningún pronunciamiento, demostrando su total desconexión con la realidad que viven miles de trabajadores diariamente.

El silencio del Ejecutivo frente a las extorsiones, asesinatos y amenazas sistemáticas refleja una grave irresponsabilidad. Dina Boluarte ha optado por mirar a otro lado, mientras los transportistas mueren en las carreteras y los ciudadanos quedan a merced del crimen organizado.

La protesta no es solo por ellos, advierten los voceros de los gremios. La seguridad en las vías es un problema nacional que afecta la economía, la movilidad y la vida misma de todos los peruanos. Si no hay una respuesta inmediata, el paro podría volverse indefinido.

La indiferencia del Gobierno de Dina Boluarte ya no es tolerable. La ciudadanía exige acción, no excusas.

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¿Se cae Larcomar? Municipalidad de Miraflores clausura temporalmente centro comercial

Tras inspección municipal se detectaron grietas, instalaciones expuestas y fallas en medida de seguridad.

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El sismo de magnitud 6.1 ocurrido el pasado domingo afectó a todos los limeños sin distinguir clases social o distrito. Varias viviendas, colegios, instituciones públicas y centros comerciales resultaron afectados de manera diversa. A propósito de los últimos, la Municipalidad de Miraflores empezó a realizar inspecciones inopinadas en diferentes lugares de su jurisdicción.

Tras la inspección de Visita de Inspección Seguridad en Edificaciones (VISE) personal de la municipalidad identificó grietas en zonas de tránsito de visitantes, instalaciones eléctricas expuestas y deficiencias en la implementación de medidas de seguridad, entre otros problemas.

Se observan grietas debajo de las varandas del centro comercial. Foto: RPP.

Al respecto, señalaron que estas observaciones ponían en riesgo la integridad física de los vecinos, turistas nacionales y extranjeros, por lo que también se revocó el certificado ITSE (Defensa Civil) de Larcomar.

En tanto, el municipio miraflorino anunció que ampliará las inspecciones a otros espacios públicos del distrito, como la Huaca Pucllana, el café Buenavista, el Beso Francés, playas de estacionamiento y locales ediles, con el objetivo de verificar el cumplimiento de las normas de seguridad.

Estadio Manuel Bonilla bajo riesgo de colapso

Otro emblemático centro miraflorino que se encuentra muy cerca del acantilado es el Coliseo Niño Héroe Manuel Bonilla, que hasta la fecha se encuentra clausurada de manera permanente por detectarse severos problemas en el suelo del recinto deportivo, haciendo casi imposible cualquier plan para su refacción. Es más, expertos indican que probablemente esté al punto del colapso.

Uno de los principales obstáculos para la recuperación del coliseo Manuel Bonilla es la presencia de corrientes de agua y humedad bajo el suelo, lo que complica cualquier intento de remodelación. Según explicó el asesor legal de la municipalidad de Miraflores, Lino de la Barrera, estas condiciones requieren una cimentación profunda y especializada, lo que eleva los costos de reparación a aproximadamente 50 millones de dólares. Este monto, según indicó, está fuera del alcance del presupuesto municipal actual.

Coliseo ahora sirve como cochera municipal. Foto: GEC.

Durante décadas, el coliseo Manuel Bonilla funcionó como un importante escenario deportivo y cultural. Este espacio fue utilizado para diversos eventos, como competencias de voleibol, básquetbol, boxeo y actividades culturales, siendo uno de los recintos más representativos de la ciudad.

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Lecturas para aprender a jugar a póker y no perder la casa en el intento

Libros recomendados. Todo lo que tienes que saber sobre el póker.

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Enriquecerse jugando a póker está al alcance de muy pocos. Lo peor que le puede pasar a alguien que quiera dedicarse a esto es que tenga mucha suerte en alguno de los primeros torneos que juegue, gane y crea que sus habilidades le van a llevar a dejar su trabajo habitual.

En el largo plazo, la habilidad, es decir, el factor humano, va a ser determinante. De hecho, uno de los mejores jugadores de póker de la historia, Daniel Negreanu, contaba que sólo entre un 2 y un 5% del total de la gente que tiene como objetivo ganarse la vida con ello lo conseguía.

Jugar mucho a póker no basta. El método ensayo/error sin ninguna base puede llevar a quienes lo intenten a perder grandes cantidades de dinero. Es necesario tener un conocimiento teórico previo que permita ser capaz de analizar cada mano con unos parámetros probabilísticos que ayuden a tomar las mejores decisiones.

Es por eso que a continuación te presentamos algunos de los libros o manuales más recomendados para aprender cómo funciona desde un punto de vista más científico el mundo del póker.

“La teoría del póker” (David Sklansky)

Este libro es el mejor para todos aquellos que estén buscando un primer contacto con este deporte. La introducción de los conceptos básicos, empezar a aprender a calcular manos o entender algunas de las máximas para captar la esencia del juego son algunas de las herramientas que nos facilita el autor del libro. Así lo resalta Good Reads.

David Sklansky, conocido como “El matemático” dentro del mundo del póker, siempre ha destacado por su gran habilidad para el cálculo mental rápido y por su facilidad a la hora de transmitir sus conocimientos.

Este hombre de 77 años, antes de dedicarse profesionalmente al póker, trabajaba en una agencia de ventas de seguros. Allí se dio cuenta de que tenía un don para el cálculo de riesgos. Sin embargo, el trabajo era muy limitado para su potencial, así que decidió dejarlo y probar suerte en el póker. No le fue nada mal.

No obstante, hay que destacar que, como el libro data de 1999, algunos de los jugadores de la actualidad consideran que esta obra ha quedado un poco anticuada y que no capta la evolución que ha tenido este deporte en los últimos años. Dejémoslo en que como primer contacto con otros jugadores e el jogo de poker es ideal.

“Teoría moderna del póker” (Michel Acevedo)

Este libro supone un paso adelante respecto a “La teoría del póker”. Se trata de algo totalmente lógico teniendo en cuenta que a los dos manuales les separan 24 años por lo respecta a su fecha de publicación: 1999 y 2023.

En este texto, Michel Acevedo pone énfasis en el GTO (Game Theory Optimal). El GTO busca aplicar la teoría de juegos de Nash para conocer desde un punto de vista matemático qué es lo mejor que se puede hacer en cada situación de juego (retirarse, igualar, subir o ir all in).

Evidentemente, entran en juego tantas variables que la complejidad del propio póker con la posibilidad de farolear complica mucho la buena utilización de este método, pero en cualquier caso supone una clara evolución en comparación al libro de David Sklansky.

Leerlo implica tener unos conocimientos previos, por lo que si vuestra idea es empezar a jugar con este libro, es muy probable que lo dejéis en las primeras páginas.

“El juego mental del póker” (Jared Tendler)

El autor es un golfista que nunca llegó a ser profesional pese a intentarlo. Se dio cuenta de que en el plano mental le fallaban muchas cosas en su juego y no encontraba ninguna explicación científica.

Así pues, se pasó años investigando sobre la psicología aplicada al mundo del golf. Aunque nunca pudo ser Tiger Woods, sí que pudo reinventarse como “coach” mental de este deporte, asesorando a los mejores.

Un día el golf le permitió conocer a Barry Carter, jugador y periodista de póker, que mostró mucho interés en su aproximación a la psicología y ambos decidieron adaptarla al popular juego de cartas.

Conceptos como el miedo, la confianza o la motivación son abordados a lo largo del libro. Para que no todo quede en un plano teórico, algún capítulo enseña a identificar y controlar algunas de estas emociones, de tal modo que termine siendo una fortaleza y no una debilidad.

En definitiva, estos tres libros pueden darnos algunas herramientas para poder mejorar nuestras habilidades a la hora de jugar a póker. Así como jugar durante dos años seguidos no significa pasar a ser un buen profesional que se gane la vida con esto, leer estos libros tampoco implica una mejora inmediata.

La combinación de la teoría y la práctica, la paciencia y, sobre todo, ser consciente de que sólo unos muy pocos elegidos pueden llegar a dedicar su vida a este juego de cartas son algunos de los ingredientes en la receta de iniciación al póker. Quedáis avisados.

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Comunidad LGBTI+ anuncia que este sábado 28 se realizará la marcha, pero hasta ahora no cuentan con el permiso del alcalde López Aliaga

Aseguran que no solo se tratará de un desfile por el orgullo, sino que también será una “protesta colectiva”.

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Va porque va y se quieren hacer sentir. Alistan las plumas, los globos y la voz de protesta de miles de personas que son parte o se identifican con la comunidad LGBTI+ en el país, es así que se vienen preparando para lo que será la Marcha del Orgullo 2025, la misma que está prevista a recorrer las principales calles del Cercado de Lima este 28 de junio.

La concentración se realizará desde las nueve de la mañana y partirá a las tres de la tarde desde el Campo de Marte, ubicado en el distrito de Jesús María. Aunque la ruta y el destino aún no se conocen, los organizadores indicaron que la misma recién se conocerá este jueves 19.

«Que este 2025 quede claro: fuimos miles, hicimos historia, y gritamos con fuerza: ¡el orgullo es lucha y libertad!», dicen.

Dicho colectivo mencionó para el diario Perú21 que cuentan con todas las autorizaciones de la Municipalidad de Lima, aunque falta el visto bueno de la Autoridad de Transporte Urbano (ATU) para establecer el plan de desvíos.

Hasta el momento, no estaría prevista la Plaza San Martín como parte del recorrido.

Alcalde de Lima mira de lejos a comunidad LGBTI+

En tanto, el burgomaestre capitalino, Rafael López Aliaga, hasta la fecha no ha emitido un mensaje de aprobación a tal marcha, a pesar que desde setiembre del año pasado los organizadores han enviado cartas a la Gerencia de Movilidad Urbana para los permisos.

Al parecer, el alcalde de Lima aún tiene en la retina la imagen de Santa Rosa de Lima caracterizada por una persona gay, motivo por el cual le haría inclinar por desistir a los petitorios de los organizadores de la Marcha del Orgullo.

No hagan payasadas. Después hacen cuadritos y ponen a Santa Rosa con lentes 3D, la ponen en colores multicolores. Respeten, pues. Gente muy cercana a mí, es gay y los respeto, los llamo y son mis amigos. Lo único que les pido es que respeten los valores de la población peruana, […] que no hagan la payasada del año pasado”, mencionó en esa ocasión.

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Barranco y el ruido del Hotel Casa República

Vecinos denuncian ruidos que se producen en el Hotel Casa República y cuestionan la inacción de la alcaldesa Jessica Vargas.

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En el corazón de Barranco, una zona declarada patrimonio arquitectónico por el Ministerio de Cultura, la tranquilidad de sus residentes se ha visto severamente afectada por las fiestas ruidosas y constantes escándalos nocturnos provenientes del Hotel Casa República, ubicado en la emblemática calle Sáenz Peña. Lo que alguna vez fue una casona apacible, hoy parece transformarse, semana a semana, en un espacio bohemio sin control ni fiscalización efectiva.

El hotel, operado por la empresa Hotel Group SAC y cuyo gerente general es Juan José Mendoza Arredondo, promociona su propuesta como un “hotel boutique perfecto para quienes buscan un respiro del bullicio limeño”. Sin embargo, los testimonios recogidos por este medio pintan un panorama completamente distinto: música a alto volumen, gritos y conciertos en vivo que invaden la zona hasta altas horas de la madrugada, incluso días de semana. Todo esto también se puede constatar en las fotos y videos publicadas de sus propias redes sociales del hotel.

Uno de los trabajadores de la zona relata con indignación: “Trabajo hace años cuidando autos en Sáenz Peña. Desde hace como seis meses, se escucha una bulla tremenda desde el techo del hotel. Ese sonido rebota en los edificios del frente. Usted puede pasar cualquier día por aquí y verá cómo toda la cuadra parece una discoteca”.

Música en vivo y noches de Alcohol.

Vecinos colindantes con el inmueble denuncian que, pese a múltiples llamadas al serenazgo y quejas formales dirigidas a la Municipalidad de Barranco, las autoridades no actúan con la diligencia que el caso exige. Una vecina indignada señala: “Mi casa está casi a la espalda del hotel. La música claramente sobrepasa los niveles permitidos por ley, más aún en una zona monumental. Hemos llamado al serenazgo más veces de las que puedo contar, pero la municipalidad brilla por su ausencia. No les interesa el bienestar de quienes vivimos aquí”.

Otra residente, recién llegada al distrito, cuenta que el problema es evidente incluso para los recién llegados: “Me mudé hace poco a la Alameda Sáenz Peña, cerca del hotel B. Aunque ese hotel no causa problemas, el ruido del Casa República sí es notable. Hay música en vivo desde las 7 p.m. cualquier día de semana. Ya varios vecinos me han advertido de las molestias constantes”.

Este conflicto no es menor. El inmueble que ocupa el hotel ha sido declarado Patrimonio Arquitectónico por el Ministerio de Cultura, lo que implica normas estrictas de conservación, respeto a la edificación y a su entorno. Sin embargo, la azotea ha sido convertida en un “rooftop” que parece operar sin mayor regulación, burlando el espíritu con el que fue declarada su protección.

Conciertos en vivo generan grotesco ruido en la zona patrimonial.

La respuesta del gerente

Nos comunicamos con el gerente del hotel Juan José Mendoza, para recoger su descargo. Estás fueron sus declaraciones:

«Nos sorprende un poco que nos digan vecinos y que pareciera que fuera hasta una junta vecinal que está preocupada por el ruido que viene del hotel. Nosotros, para empezar, no tenemos ninguna visita registrada en lo que va del año, que recuerde, sobre un tema de ruido. Creo que el serenazgo se toma estas cosas con seriedad, ¿no?», señala el gerente.

Además, menciona: «Nosotros no tenemos ninguna corona ni nada para que el serenazgo no venga a visitar. Nosotros hemos recibido visitas desde la isla de inspección por temas de licencia, como suelen hacer estas visitas de un momento a otro, de todos los entes que tienen que regular un hotel. Y siempre hemos tenido eso: tenemos nuestra licencia en orden, tenemos nuestro sistema, nuestro certificado de seguridad en orden, todo está correcto. O sea, operamos dentro de los márgenes que nos permiten».

Juan José Mendoza, gerente general del hotel.

«Ponemos música en vivo, que toca una persona con una guitarra, o a veces hay una persona con un saxofón, pero no es que cobremos una entrada. Obviamente, seguramente algo se puede filtrar, y nosotros siempre estamos atentos, tenemos protocolos para cuidar esos niveles de volumen. Lo que menos queremos es generar un malestar a nadie, ni a ningún cliente, ni mucho menos a nuestra comunidad alrededor. Estamos siempre dispuestos a hablar, y a mejorar, y a aplicar los correctivos que sean necesarios, pero que se nos acerquen», manifiesta Juan José Mendoza, reconociendo los eventos con música en vivo en su azotea.

Luego recordó que una vecina se le acercó para cuestionarle sobre el ruido que produce el hotel: «Yo hablé con una vecina, no sé si será esta misma persona, hace como dos semanas o tres semanas, que me dijo que sus inquilinos habían tenido estas molestias, y que estaba volviendo a alquilar. Creo que todavía no lo había hecho, o por esta fecha se iba a hacer, y ya le preocupaba el tema de poder que sus inquilinos se quejen de esto nuevamente. Y yo le dije: «Por favor, verifícalo tú misma». Y me dijo: «Yo voy a estar el fin de semana, y cualquier cosa te voy a escribir directo de mi departamento, que es el que más cerca tenemos. Nunca me escribió, o sea, no se comunicó conmigo, no volvió a comunicarse conmigo».

Finalmente mencionó: «Nosotros tenemos es un bar todo con mobiliario que es movible, o sea, nosotros tenemos una casona que es patrimonial, que la cuidamos, que está dentro, que no hemos alterado en nada la casona patrimonial, incluso tenemos, me gustaría también que hagas mención a los eventos culturales que realizamos, a las inauguraciones de arte. O sea, tenemos ahorita una exhibición de arte que habla sobre Barranco. Me parece que se enfocan ustedes mucho, o pretenden enfocarse más en estos temas tan puntuales. Si hay algo que podamos nosotros todavía corregir, estamos abiertos a corregirlo, pero no nos quieran encasillar y pintar como si fuéramos un bar de fiesta, o un bar que promueve conciertos masivos».

Sorprende algunas respuestas del gerente, ¿De verdad la solución para el ruido es que cada vecino realice una auditoría acústica casera? ¿Ese es el estándar de diálogo que propone el hotel?

¿La fiscalización municipal?

La pregunta que muchos vecinos se hacen es evidente: ¿hasta cuándo las autoridades municipales permitirán que un negocio turístico imponga su lucro por encima del derecho al descanso y la salud mental de los residentes? ¿Acaso la alcaldesa Jessica Vargas permitirá que Barranco se transforme en una zona de impunidad acústica?

Tenemos conocimiento que la alcaldesa también visita los espacios del hotel. Aquí una fotografía de la burgomaestre Vargas en las instalaciones de Casa República. Sería importante que la alcaldesa también ponga atención a situaciones que incomodan a los vecinos del distrito.

Alcalde Jessica Vargas.

¿Qué tipo de licencia tiene el hotel? recordemos que la Municipalidad de Barranco, es responsable directa de hacer cumplir las normas de zonificación, fiscalización ambiental y protección del patrimonio. Aquí se requiere una inspección inmediata, mediciones sonoras rigurosas y sanciones ejemplares. Porque si proteger la riqueza patrimonial de Barranco es una prioridad, entonces garantizar la calidad de vida de sus vecinos debe ser una exigencia irrenunciable.

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Lima y Callao no paran de temblar

Viviendas, colegios, centros comerciales y hasta sedes municipales muestran severas grietas tras sismo del pasado domingo.

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El sismo de magnitud 6.1 vivido el último domingo terminó con la vida de una persona de 36 años, representando la única víctima mortal de ese fenómeno natural, sin embargo, 48 horas después de ocurrido el movimiento telúrico van a apareciendo los verdaderos daños.

El sismo, con epicentro a 30 kilómetros al suroeste del Callao, ha dejado cuantiosas pérdidas económicas para cientos de familias, en particular de Lima Norte, que ven con preocupación la aparición de enormes grietas y fisuras en techos y paredes de sus viviendas.

Varios ladrillos terminaron desprendidos de las paredes de las viviendas. Municipalidades hasta el momento no vienen fiscalizando las construcciones. Foto: Bolognesi Noticias.

Hasta el momento ya se vienen dando hasta tres movimientos sísmicos, teniendo siempre como epicentro el norte de Lima. Diversos informes televisivos muestran varios colegios en Independencia con ventanas rotas y paredes resquebrajadas, haciendo imposible el retorno de los menores de edad a sus aulas; cerca de 120 colegios muestran los rezagos del temblor y 10 de ellos han optado a la virtualidad.

En Comas, una escuela de marinera también ha resultado severamente dañada, obligando a su dueña, una reconocida campeona de marinera, tener que suspender de manera indefinida las clases. “Es un sustento que se detiene. Esta era mi fuente de ingresos y también el trabajo de otras personas. No nos queda más que agradecer a los alumnos por su apoyo y cuidar su integridad”, mencionó para el programa Buenos Días Perú.

Foto: captura video BDP.

En el mismo distrito también el centro educativo Estados Unidos ha sido afectado tras el sismo. En fotografías compartidas por los padres de familia se aprecia parte de su estructura con rajaduras. Otros colegios en Puente Piedra, Los Olivos, Ancón o San Martín de Porres presentan grietas en sus techos y muros, llamando la atención sobre la manera en que han sido construidos.

En tanto, en San Juan de Lurigancho (SJL) la comisaría de La Huayrona se vio afectada con la caída de parte de su techo.

Lima no está preparada para un terremoto de magnitud 8

Los especialistas no andan con rodeos y son bien claros al respecto, sin pretender ser alarmistas. Aparte de que miles de personas construyen sus casas en quebradas, riberas y laderas, sin la asesoría de un profesional, a esto hay que sumar la alta densidad de personas que viven en un solo lugar. Aproximadamente 11 millones de personas solo tiene Lima, concentrando la tercera parte del total de la población peruana.

Se registró deslizamiento de tierra y piedras en parte de la costanera tras el sismo del domingo. Foto: radio Corbán.

Si un sismo de magnitud 6 tuvo como resultado que un centenar de viviendas terminen con grietas y fisuras, un terremoto de escala 8 o superior resultará catastrófico.

Si el sismo de este último domingo se sintió fuerte, uno de magnitud 8.8 tendría efectos devastadores: derrumbes masivos, interrupción de servicios básicos, colapso de hospitales y una amenaza directa para miles de personas. Incluso el transporte, las telecomunicaciones y la logística urbana podrían paralizarse por completo.

Gran parte de la responsabilidad recae en los municipios al permitir edificaciones que no se alinean a normativas técnicas o de zonificación, pero también no hay que olvidar que son los propios pobladores lo que ponen en juego el futuro de sus descendientes.

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Perú sin alertas sísmicas: un gobierno sin prevención

Mientras México y Chile protegen a sus ciudadanos con alertas sísmicas eficaces, Perú continúa con promesas incumplidas. Que hoy sea Google —y no el Estado— quien advierta a los peruanos de un sismo inminente, es una vergüenza nacional.

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El pasado domingo 15 de junio, en plena celebración del Día del Padre, un sismo de magnitud 6.1 sacudió la provincia constitucional del Callao. Mientras los ciudadanos sintieron el remezón a las 11:35 a.m., sus celulares sonaban con una notificación urgente: una alerta sísmica enviada por Google. La sorpresa fue doble: por un lado, la eficiencia del sistema de alertas de Android, y por otro, la total ausencia de comunicación oficial por parte del Estado peruano. ¿Dónde estaba Sismate, el supuesto sistema nacional de alertas tempranas?

La respuesta oficial del presidente del Instituto Geofísico del Perú (IGP), Hernando Tavera, fue más que desconcertante: Sismate no es un sistema de alerta sísmica, sino de mensajería. A pesar de que en 2019 el gobierno de Martín Vizcarra anunció la implementación del sistema, destinando más de 41 millones de soles a su desarrollo, hoy el propio Ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC) reconoce que Sismate no tiene la capacidad de advertir sobre un inminente terremoto.

Presidente del Instituto Geofísico del Perú, Hernando Tavera. Andina.

Mientras tanto, México y Chile han implementado con éxito sistemas de alerta temprana que permiten a sus ciudadanos ganar segundos vitales antes de que llegue un sismo. En México, por ejemplo, el Sistema de Alerta Sísmica Mexicano (SASMEX) funciona desde hace más de dos décadas y ha salvado incontables vidas gracias a su red de sensores y emisores. En Chile, el sistema ONEMI activa sirenas y alertas celulares que advierten a la población con segundos de antelación. Perú, en cambio, sigue en la fase de promesas.

SASPe aún está en implementación

El país sí tiene un proyecto llamado Sistema de Alerta Sísmica Peruano (SASPe), bajo la gestión del Instituto Geofísico del Perú (IGP) y el Instituto Nacional de Defensa Civil (Indeci). Pero aún está «en implementación». Este sistema pretende activar sirenas electrónicas en zonas costeras ante sismos de magnitud superior a 6.0. Sin embargo, su cobertura es limitada y no hay claridad sobre cuándo funcionará plenamente. Mientras tanto, seguimos dependiendo de empresas extranjeras para saber cuándo correr.

El reciente sismo dejó una vez más en evidencia la cruda realidad: en Perú, la población está desprotegida ante un desastre natural. La falta de una alerta oficial no es solo una falla técnica, sino un síntoma de desidia institucional y negligencia en la gestión del riesgo. La tecnología existe, el dinero se invirtió, pero el sistema no funciona.

Que Google sea hoy quien avisa a los peruanos que un sismo se avecina no debería ser motivo de asombro, sino de vergüenza nacional.

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Lima y Callao no soportarán un terremoto

Casi el 70 % de las edificaciones en la capital y la provincia constitucional son construidas de manera empírica, siendo erigidas en terrenos poco propicios para soportar un sismo de magnitud 7 o superior.

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No estamos preparados. El último sismo vivido ayer nos demostró, de manera indubitable, que muchas viviendas en Lima y Callao se caerán a pedazos por lo mal construidas que están. A consecuencias de esa precariedad, un joven de 36 años perdió la vida cuando le cayó un pedazo de pared que se desprendió de la fachada de una casa. Su muerte fue instantánea.

Eso deja mucho que pensar, pues poco o nada, más allá de lo que indique el Instituto Nacional de Defensa Civil (INDECI) o el propio Gobierno Central, estamos haciendo como sociedad por mejorarlo. La informalidad no solo la podemos encontrar en el tránsito vehicular, los vendedores ambulantes, los mototaxis, las motos lineales, sino que también desde el lado urbanístico somos un desastre y no se está exagerando.

Casas de tres, cuatro cinco pisos o más levantadas en un cerro o en una quebrada, viviendas construidas con la ayuda de un maestro de obras, terminadas con material precario, en zonas tugurizadas donde no le dan espacio a los rayos del sol, enrevesadas por ‘telarañas’ de cables de telecomunicación, en callejones sin salida donde lo último que se piensa es en una vía de escape. Así el peruano pujante, pero imprudente, trata de sobresalir en esta caótica ciudad.

El temblor de ayer, de 6.1 grados, pudo ser para muchos solo un tema anecdótico, de risas y motivo de conversación entre amigos y vecinos, pero el tema sinceramente es muy serio. Lo que puede hacer INDECI o las municipalidades en un breve periodo es ilusorio. Si durante varias décadas han permitido el crecimiento desordenado de varios distritos, es poco probable que cambien esa realidad en unos cuantos años. Es por ello que también existe responsabilidad en aquellas personas que quieren construir uno o dos pisos en sus terrenos, sin embargo, lo hacen de mala manera buscando ahorrar unos cuantos soles. Ese supuesto “ahorro” les terminará costando caro a ellos o a terceros, como el caso del joven de 36 años.

El cielo es el límite. Miles de peruanos prefieren construir sus viviendas sin una asesoría profesional. Foto: archivo Andina.

Todos quieren tener su casa, pero a qué costo

Un estudio realizado el año pasado por el Grupo de Análisis para el Desarrollo (Grade) reveló que el 69 % de las viviendas en Lima y Callao son autoconstruidas, significando que millones de peruanos optan por la vía informal, muchas de ellas levantadas en la periferia de la ciudad, encontrándose también en distritos históricos como el Rímac, Barrios Altos o Cercado de Lima.

Asimismo, el mencionado estudio indicó que casi el 100 % de esas construcciones tardaron cerca de 16 años en terminar el primer nivel, y 22 para completar el segundo, cifras que sobrepasan por lejos el plazo de una construcción formal; y, aunque parezca increíble, la autoconstrucción resulta un 33 % más cara por metro cuadrado que la construcción a través de vías formales.

Está claro que la mayoría de los peruanos opta por hacer su casa ‘con sus propias manos’, desechando la opción de hacerse de los servicios de un ingeniero, un arquitecto o un topógrafo. Las consecuencias de eso es este enorme monstruo de ‘siete cabezas’ que trata de sobresalir contranatura.

Miles de casas están a punto de colapsar y los signos se exponen en sus fachadas agrietadas o resquebrajadas. Algunos optarán por darle una pasada con yeso o cemento, otros sencillamente lo ignorarán y continuarán levantando más pisos, y otros, esos pocos, realmente tomarán conciencia de lo que se viene. Así como la lluvia, el temblor también caerá para todos.

Muchas viviendas en los cerros no soportarán un sismo por encima de 8 grados. Foto: diario Correo.

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