Jaime Chincha se ha ganado a pulso un lugar en el periodismo nacional. Hacía falta su talento, su astucia, ese rigor metafísico de medianoche mientras contempla la luna y se acicala en sus modales de Madonna justiciera y la cámara recorre su rostro blanquiñoso, cabellera desordenada cuando elucubra alguna brillante pregunta. Chincha ha comprendido los fenómenos del poder mejor que Hannah Arendt, ha bebido de todas las corrientes filosóficas que un tal Heidegger quiso contener en su cerebro. Chincha es amante de la prolijidad histórica de Carmen McEvoy a quien le reza en las noches por el destino del Perú pidiéndole que siga produciendo textos cándidos añorando una república que sospechosamente la sueña caviar o progre. Quiere ser como Alberto Vergara y por eso repite sus clichés de politólogo juguetón y cree que está ante un verdadero amauta cuando entrevista al ex ministro de educación, Jaime Saavedra a quien presenta con todas las pompas de sus cargos y sus virtudes académicas, pero le importó un pito las millonarias consultorías que se hicieron en su gestión.
Chincha es un superdotado y le debemos agradecer a la benevolencia por regalarnos este digno espécimen. No es un humano cualquiera, es un papirriqui, un metrosexual del periodismo. Ha llegado al mundo con lenguaje florido y un abanico de gestualidad inmortal. El periodismo que practica es precisamente imponer su carita y su verbo. Su talón de Aquiles es que ha nacido sin prosa; el hada de la escritura lo ha condenado a su malsano destino y acá los araño con dos latigazos de su verbo:
1.- “Y como Acuña no se va a ir, porque lo último que posee es dignidad, las autoridades deben retirarlo de la contienda ya mismo. Es un deber moral, ante más de un apremio penal que envuelve a Acuña. ¡Que se vaya por ratero!” (El Montonero, 16 de febrero de 2016).
2.- “El jefe del gabinete respalda en público el desaguisado. El señor Otárola no tiene mucho que reclamar pues también coge la ley para quebrantarla. Gobierno sin ley”. (La República, “País sin ley”,10 de marzo, 2023).
Dios nos libre de que escriba libros.
Dentro de las cualidades que lo acercan al progresismo una de ellas es la de deleitarse con el sancochado pueril de Susel Paredes (a quien la ve como la hermana hipee o luchona sacrificada adecentando la política peruana a lado de Flor Pablo) o mirar como una loba en celo a Sagasti, Gorriti o Domingo Pérez quien le dijo en su cara pelada: “No sea tan bobo, no me pregunte cojudeces”(Desde luego me tomo la licencia de interpretar lo que le dijo el fiscal en aquella noche). Jaime es un neurótico contumaz y reo de sus bajas pasiones con pretensiones de sugar daddy, pero eso es ya otra historia.
Hacía falta su inquisidora mirada revelándonos los misterios del poder y las contundentes interrogantes que plantea a sus entrevistados pensando en la memoria nacional o los futuros libros de historia. Entonces como un nefelibata ha recibido entre sus sueños la magnánima autoridad de constitucionalista y penalista ipso facto y per se. Pero no forjado en los estudios del derecho que requiere comprender esta disciplina desde su propia epistemología, sino que dicha potestad proviene de memorizar el párrafo de un constitucionalista caviar y repetirlo como dogma y confrontarlo con otra postura como si fuera su voz la que cierra el debate.
Chincha no comprende ni el derecho ni la constitución. Cree que cada artículo de la carta magna se lee tal cual y esa simple lectura dinamiza sus actos de cumplimiento. Despotrica si el colegiado del TC no sintoniza con sus posturas (antifujimorista, feminista y caviar) y cree que en altruista performance los magistrados deben votar marcialmente en aras de salvar la democracia. Esa distorsionada mirada le hace creer que María Elena Ledesma, Eloy Espinoza-Saldaña (a quien entrevistó con delicadeza y no fue un inquisidor cuando fue denunciado por plagio y la PUCP lo trató con beneplácito y Chincha ocultó sus garritas de objetividad) tienen toda la razón del mundo. Que Walter Albán, Omar Cairo, Luciano López, Rosa María Palacios son intocables en sus vigorosos y racionales argumentos y a quienes nunca repregunta o les confronta la debilidad de sus exposiciones. No entiende que la pluralidad de perspectivas enriquece cualquier debate más aún si corresponden a una cuestión compleja (Bicameralidad, Reforma constitucional o los peajes de Rutas de Lima). Chincha cree que la cultura general te hace constitucionalista o penalista en un golpe de tik tok. Lo peor es cree que el IDL y Gorriti aparecieron para salvar al Perú de las garras de los fachos y que los caviares como él deben pagar el precio de soportar a tanto ignorante liberal o derecha.
No creo como dicen algunos que sea un mal imitador de Hildebrandt o de los refinados gustos de Jaime Bayly. El primero es una periodista de larga data y lector empedernido y Bayly fue tocado por el dios de la literatura. Habla y escribe bien y no pretende ser el faro moral que la sociedad estaba esperando.
¿Qué ha pasado con este periodista que un tiempo era ponderado y hasta objetivo? De narrador de noticias en algunos canales de televisión a ser un atento entrevistador en Willax(“yo fundé Willax, pero Willax el bueno” dijo últimamente al periodista de La Republica en pose principesca) cuando salía con su “combi” y los kilos abundaban en su conspicua figura, y decía ser liberal. Los tiempos lo han moldeado y ha sabido acomodarse a toda esa agenda que domina el sistema y ha encontrado un delicioso confort a todas sus expectativas. Una mañana que se miró al espejo se dijo: “puta mare que rico es ser caviar, ¿qué pies debo lamer?”. Por eso se creyó en cuentazo de Vizcarra anticorrupción, se tragó la defensa del acuerdo de colaboración eficaz con Odebreth. Cuando estuvo en Palacio de Gobierno no tuvo ningún empacho de aparecer como portavoz de las buenas nuevas de Pedro Castillo: “Ha sido un encuentro de una hora. Saludar el gesto de apertura importante con la prensa porque más bien porque sus gestos habían sido de distancia y encono y esto parece haberse disipado primero con el gesto de habernos invitado y él otro asunto relacionado al asunto de la sinceridad. Y en todo momento ha estado anotando en un block de notas para que en intervenciones individuales señalado hay un claro problema de rumbo, en el país, hay un problema de orden y de comunicación y sobre un problema de horizonte hacia dónde va el país.(…) Él ha asegurado que a partir de enero va a empezar a ofrecer entrevistas periodistas y parece haberlo entendido.” (21 de diciembre,2021). ¿Se puede ser más sobón? ¿Desde cuándo los periodistas resultan mensajeros del gobierno de turno?
En inmejorable performance de ejemplar espécimen de la lucha contra la discriminación fustigó a sus entrevistados porque no comían con sus respectivas empleadas en su mesa. “Yo, –y no es por dármela de ejemplo- en mi casa va la chica, se sienta conmigo. En los primeros días me dijo: ‘¿está usted seguro, ¿señor? ‘, pero por supuesto como cuando vas a comer a la calle: van gente de todo tipo”. Nunca se dio cuenta de su explicita declaración despectiva, roñosa, excluyente como diría Moloko, “como una señora caderona, de abanico, de abolengo…” que dice amar a su prójimo pero ni siquiera sabe su nombre.
Con César Nakazaki explicita su disconformidad con el fallo del TC a favor de Fujimori asumiendo que el indulto debió darse cuando se encuentre en estado moribundo, listo para el cajón. Luego afirma que Alberto Fujimori le regaló su libro y en interesante trance lanza la pregunta desde su brutal inteligencia: “¿Quién está deteriorando su salud no puede hacer un libro?”(Canal N,setiembre,2023).Nakazaki tiene entusiasmo pedagógico, paciencia de Job ante un contrapunteo tan ridículo que merecía una cachetada.
Cuando Jaime entrevista evidencia su ideología, su autoritarismo de opinión maltrata al entrevistado si es liberal, de derecha o religioso. No soporta que lo fulminen con audacia como lo hizo Mauricio Mulder o Benji Espinoza. Entra en ofuscación cuando no puede con su interlocutor. Interrumpe, atropella y fustiga. Redunda en lo que ya le explicaron hasta con manzanitas, se mueve locamente y luego de su berrinche, finge una amable despedida. Mario Ghibellini no pretende saber más que un constitucionalista, sino que arrincona a sus entrevistados desde la racionalidad del lenguaje, o desde las clásicas preguntas que todo periodista aprende en la universidad. Sabe imprimir la dosis de sarcasmo cuando el invitado recurre a una estratagema abogadil. El mismo Hildebrandt registra grandiosos duelos con políticos y abogados de estirpe y trayectoria respetando el fuero de la discrepancia. Chincha piensa que el histrionismo es conocimiento y ciencia pura.
En entrevista con Beto Ortiz (RPP, “Nada está dicho”, 3 agosto 2019) este le refrenda el papel de los medios con inofensiva ironía:
“Vizcarra es capo para cambiarte el titular, es como si estamos todos concentrados en algo y pum, corremos al otro lado, te saca un pañuelo de la manga, un pañuelo del sombrero y todo el mundo mira y lo sigue.”
“Tiene a la prensa embobada, comiendo de su mano, porque yo no he visto tantos periodistas ayayeros del presidente de la república, ni con Paniagua.”
“De verdad la cantidad de «Guaripoleras» que le han salido a Vizcarra es impresionante, podría hacer el corso de Wong con todos los periodistas que tiene ahora, ¿Cómo lo hace? ¿Por qué lo aman tanto, que le han visto que yo no?”
Chincha, con pelo corto y menos estrambótico que estos días, siente un rubor de vergüenza el cual disimula con su impostada sonrisa mientras mueve el lápiz que tiene entre sus dedos y no le queda más que responder: “Mira, qué sé yo…”. “¡Ya nos exhibiste!” parece decir como Ludovico, el estrambótico padre de La familia Peluche.