Literatura
CUENTO: «Tal vez mañana» de Luis Humberto Moreno Córdova
Published
14 años agoon
CUENTO
TAL VEZ MAÑANA
Por Luis Humberto Moreno Córdova
Al llegar al cementerio, la fila de autos colapsa y empieza a avanzar lentamente. Álvaro abre las ventanas, pero el calor lo sigue sofocando. No ha almorzado, y eso lo malhumora. Decide dar media vuelta para buscar otro sitio donde estacionar. Llega al parqueo numero uno. Detiene el carro, cierra las lunas y toma su saco. Se topa con un empleado del lugar. “¿San Rafael?”, le pregunta. El tipo apunta su dedo a una distancia infinita anunciándole una larga caminata.
Camina lento, tomándose más tiempo del que necesita, distraído por el paisaje sosegado que a esas horas de la tarde se instala entre árboles, tumbas y flores. Un negocio hermoso a la vista, pero un negocio al fin y al cabo, piensa. Se detiene bajo unos ficus, donde un viento compasivo lo cura. El silencio borda la hermosura, lo acompaña. No hay deudos visitando las tumbas, tal vez porque es lunes, y todo el mundo tiene mucho por hacer antes de morirse.
Al llegar, se percata de la multitud congregada alrededor de la fosa. Un cura eleva unas oraciones finales, mientras el ataúd va adentrándose en la fosa. Unos niños juegan a cierta distancia, sus padres se acercan para pedirles compostura. Álvaro avanza un poco más, pero está decidido a no hacerse parte del gentío. Al igual que en la misa, va a quedarse fuera de todo eso, lejos. Es mejor así.
Los familiares cercanos se dirigen a la fosa para echar unas cuantas flores. Ahí está Natalia. Lleva un vestido moderado, pero acorde al verano, usa algunas alhajas modestas y unos lentes oscuros, enormes, que tapan sus ojos rasgados. La ve acercarse al ataúd, sollozando. Un tipo de pelo entrecano le habla al oído. Ella asiente y echa las flores.
El bebé acerca torpemente hacia su madre y la toma de la mano. Natalia lo levanta en brazos, le regala una sonrisa forzada y lo recuesta en su pecho. Al ver esa imagen, Álvaro siente una extraña sensación en sus sienes, aprieta los labios, resopla, empieza a hacer un sonido extraño con su boca. Se frota las manos. Unos niños se acercan a él, jugando a la pega. Álvaro trata de espantarlos. Ve que una mujer se acerca a reprenderlos, es Viviana, la prima de Natalia.
-Hola –dice ella, fingiendo sorpresa-. Qué bueno que hayas venido.
-Como no voy a venir –responde Álvaro, haciendo el ademán de querer acercarse al gentío.
-Bueno, ha pasado tiempo.
-Sí.
La gente empieza a desfilar para saludar a los deudos. Natalia está al medio, con su hijo en brazos, soportando los rostros contritos, los besos pesarosos de gente que no conoce.
-Ven –dice Viviana, extiendo su brazo delgado, de dedos huesudos y uñas esmaltadas.
-No –se disculpa Álvaro-. Yo… no soy bueno para esas cosas. Ve tú. Yo iré después.
Viviana coge a los dos niños de la mano y se mete a la cola. Por ratos voltea a mirarlo. Álvaro puede sentir la mirada azucarada. Teme que ella aún esté enamorada de él.
La gente termina de saludar y se dirige a paso presuroso al bus que han contratado para traerlos hasta el cementerio. Otros regresan a sus autos, abren las puertas y bajan las ventanas para refrescar el interior de sus vehículos antes de partir. Miran sus relojes, hablan por teléfono: de pronto todos están presurosos por irse. Álvaro sabe que es inevitable. La muerte cruza la cerca; la vida continúa de este lado.
Vuelve su atención hacia Natalia. Ya no tiene a su hijo en brazos. Está de pie frente a la tumba, abrazada a Viviana. Álvaro rememora los primeros días de amistad, en el 99. Ambas han perdido la lozanía, pero no la belleza. Él, en cambio, engrosado y con principios de calvicie, se siente una vergüenza.
Le cuesta dar el primer paso, pero luego, conforme se va acercando, siente un impulso que le obliga a acelerar. Se planta delante de ellas. Ve que unos familiares quedan a cierta distancia, sin saber si acercarse o no a ellos.
-Hola, Natalia.
Las dos mujeres se separan. Viviana retrocede unos pasos, sin dejar de mirarlo, luego se marcha en silencio con los familiares rezagados. Natalia acomoda sus lentes oscuros con una mano, y con la otra seca sus mejillas.
-Hola –responde ella con una voz apagada, ronca. Sus labios son dos pequeñas protuberancias resecas.
-Siento mucho lo de Fernando.
-Ya. Gracias.
El ruido de los autos encendiéndose distrae por un momento su atención.
-Ha sido algo inesperado. Tan rápido.
Natalia se queda callada. Álvaro, nota el rostro incomodo, la impaciencia. Trata de buscar las palabras precisas para despedirse:
-Mira, si hay algo que necesites…
-Creo que fui clara en su momento, Álvaro.
-Lo sé, pero ahora que no está Fernando…
-Creo que fui clara.
Una bocina empieza a sonar con insistencia. “Natalia, Natalia”, se oye en el fondo. Álvaro voltea. Un auto la espera con la puerta abierta. Viviana lleva al bebé de Natalia en sus faldas. Hay otras personas dentro del vehículo, que Álvaro no reconoce. Sabe que es mejor marcharse, pero la imagen del bebé en las faldas de Viviana parece obligarlo a un comentario.
-Tu hijo está grande –dice, sin convicción. Natalia parece advertirlo.
-Gracias por venir, Álvaro. Cuídate.
Él intenta abrazarla, pero ella echa a andar con prisa, dejándolo con los manos extendidas, como rezando un padrenuestro. Álvaro muerde sus labios, mientras la ve marcharse, caminando sobre el césped con sus pies delicados, blancos, guarnecidos por unas sandalias de tiras, que a pesar del momento, consiguen estimularlo. El auto se marcha. Luego, todo el lugar queda vacío.
Mira la lápida. Le parece increíble. No había pasado ni un mes desde que a Fernando le habían cortado la pierna por un tumor en la rodilla. Luego detectaron algo extraño en sus pulmones. Vino la quimio, las medicinas. Toda la historia terminaba en esa losa fría sobre un montón de tierra. Pobre Fernando, piensa. Siente un temblor al imaginar la muerte a esa edad. Pobre Fernando.
Camina de regreso, a paso vencido, con la decepción en el rostro. Todas sus buenas intenciones se quedaron en la puerta de su boca. Natalia no le dio chance para nada más. Sus palabras, duras, habían cortado su esperanza desde el inicio. Álvaro había sentido el desprecio en muchas ocasiones, pero nunca el odio.
Hace una mueca, vuelve a jugar con sus labios. No se percata del Torii por el que cruza, cuando su celular empieza a vibrar. Mira la pantalla: es Viviana.
–Vamos a estar en el departamento de Surco. Por si te interesa.
-¿Viviana?
–Claro que te interesa.
Álvaro recuerda la vez que besó a Viviana. Habían ido con Fernando, Natalia y otros amigos a una fiesta en Primavera Park & Plaza. Todos habían tomado más de la cuenta. Más que el beso, Álvaro recuerda las ganas que tenía de llevarla a otro lado. Se siente aliviado de que todo haya quedado en ganas.
-Gracias –responde-. Estoy en camino.
–Ah, Álvaro.
-¿Qué?
–Te odio.
Álvaro escucha una risita sardónica antes de colgar. Él también sonríe, apura el paso. Llega al estacionamiento con la camisa mojada y la frente cubierta de sudor. Al abrir la puerta siente el aire caliente, el interior convertido en un horno. A pesar de su agitación decide subir al auto. Se quita el saco, afloja unos botones de su camisa y lo echa a andar. Ya no repara en el cascabeleo del chasis cuando llega a la carretera y supera los cien kilómetros por hora.
Se detiene en un grifo para comprar una botella de vino, que descorchará sólo en caso Natalia acceda a recibirlo en casa. Compra también unos Chiclets, agua mineral helada, un enrollado de carne, para tapar el hueco del almuerzo perdido. Mira las cajetillas de cigarros en el mostrador y se siente realizado. Ya no fuma. Dejó de hacerlo con mucho esfuerzo, a pesar de todos los kilos que fueron lloviéndole encima. Estaba harto de no poder subir las escaleras de su casa sin jadear. De no poder tener sexo sin exponerse a morir de taquicardia. Se había convertido en un anciano de treinta y dos años. Pero lo había dejado a tiempo. Al menos él no estaba bajo tierra, como Fernando.
Luego de media hora, llega a su destino. Cuadra el automóvil al lado del parque, cerca al departamento. Decide no llevar la botella de vino.
A pesar del tiempo transcurrido, Álvaro nota que todo sigue igual en esa calle que recorrió en su juventud, salvo algunos negocios recientes que le ha dado más vida a la calzada y uno que otro jardín ausente. Cruza la pista y se queda de pie frente a las enormes puertas de vidrio del edificio. Aprieta el botón del intercomunicador, con el mismo temor con que lo hizo la primera vez, hace diez años. Aún recuerda esa noche, el papelito escrito con letra temblorosa: “Departamento 201”. Aquella vez, Natalia asomó a la ventana con una sonrisa cálida, con voz alegre. “¡Hola, Álvaro! Te has demorado”, le dijo. Luego escuchó sus pasos, bajando las escaleras, saliendo a su encuentro, dándole un beso húmedo en la mejilla. Aquella noche recorrieron Larcomar, tomando fotos para un trabajo que Natalia tenía que presentar en la universidad. Recuerda sobre todo la última foto, que le tomaron a una pareja de novios que estaba acurrucada en la banca, bajo una luz tenue, con el mar de fondo y la cruz del morro de Chorrillos brillando en el cielo.
-¿Qué quieres?
Álvaro levanta la mirada. Natalia está acodada en su ventana.
-Yo. Eh….
El cerrojo eléctrico de la puerta se activa. Natalia se sorprende. Álvaro intuye a la culpable, empuja la puerta y sube por las escaleras. Encuentra a Natalia en la entrada, con las manos en la cintura, la mirada gacha. Álvaro detiene su ascenso impetuoso. Dentro del departamento se oyen voces, huele a comida recién preparada, también a licor. Viviana aparece al fondo de todo, le guiña un ojo.
-Álvaro –dice Natalia sin mirarlo-. ¿Qué haces acá?
-Quería verte. Estar contigo en estos momentos.
Natalia sacude la cabeza. Se detiene en un silencio prolongado. Unas miradas curiosas asoman por la entrada.
-Como quieras –le dice, antes de dar media vuelta -.Pasa.
Entran al departamento. Álvaro saluda escuetamente a los familiares. Unos están sentados en la sala, otros en el comedor. Las cosas no han cambiado mucho. Las paredes aún siguen pintadas de amarillo, adornadas con pinturas falsas. En las mesas se mantienen las velas de colores y los adornos chinos. En la esquina, a lado de la enorme ventana, está el bar, con los licores exóticos que la madre de Natalia siempre coleccionaba. Álvaro nota la botella de calvados. No puede evitar recordar el cumpleaños de Fernando, el bochorno, la botella vacía girando, todos en círculo. Mario ganó esa ronda, Natalia tenía que recibir el castigo. “Dile algo a Álvaro, que lo sonroje”, decidió Mario. La gente ríe, aplaude, aprovecha en servirse unos tragos.
-¿Quieres algo de tomar? –le pregunta Viviana, que sale a su encuentro guiñándole un ojo.
-Creo que una copa de calvados estará bien.
Álvaro sonríe, disimula, pero sus ojos persiguen a Natalia con angustia. La ve cargar a su hijo, desaparecer por el corredor, rumbo a las habitaciones. Recuerda que eran dos piezas, Natalia dormía en una, Su madre en la otra. Eso hasta el día del matrimonio, luego del cual se mudó con Fernando a una casa en La Molina. Álvaro no llegó a pisar su nueva casa. Sólo vio algunas fotos en internet: el patio amplio, la terraza, Natalia con tres meses de embarazo.
La señora Patty lo llama desde la cocina. Álvaro se acerca, la saluda con una sonrisa tímida, que ella desestima. “Hijito. Después de tanto”, le dice la señora Patty. “¿No quieres que te sirva alguito?”.
Muere de hambre, pero se rehúsa amablemente. No quiere distraerse. Natalia no sale de habitación. Tal vez no salga nunca, piensa. Hasta que yo me vaya.
-¿Sigue enojada contigo? –dice la señora Patty.
-¿Enojada conmigo? ¿Por qué tendría que estarlo?
-Le he preguntado si vendrías, y fue como si la insultara.
-Serán ideas suyas, Señora.
-Yo conozco a mi hija, Alvarito.
-Es por lo de Fernando. La ha afectado demasiado.
-Sí, pobre chico. Me dio pena verlo en el hospital. No quedaba nada de él.
-El cáncer fue demoledor.
-Sí, que pena por tu amigo. Ustedes han sido los chicos más lindos que conocí.
-Gracias.
-Se llevaban tan bien…
-Gracias.
Álvaro se disculpa y sale de la cocina. Piensa en servirse otra copa de calvados, pero la figura de Natalia apareciendo en la sala lo detiene. No carga al bebé. Tal vez lo ha dejado dormido, en la habitación. La ve saludar a sus tíos, conversar con sus primas, sonreír brevemente. Álvaro no quita su vista de encima, esperando que en algún momento ella voltee a mirarlo. Pero el tiempo pasa sin que ella se desentienda de sus familiares. Álvaro se anima por otra copa. Aún puede recordar los libros de poemas amontonados sobre la mesa del comedor, mientras Natalia le traía la guitarra y le pedía que tocara ‘La Catedral’. Álvaro acariciaba las cuerdas con esmero, como si fuera un gran concierto en una noche calma, frente a miles de personas. Luego venía el aplauso solitario de su única admiradora, diciéndole que era lo más hermoso que había oído en su vida. En ocasiones, Álvaro todavía podía arpegiar las cuerdas y recordar aquella melodía. Pero la destreza había desaparecido con esos años fugaces, al igual que la guitarra.
La tarde siguió su curso, y los familiares empezaron a despedirse poco a poco, devolviéndole a la sala la calma habitual de los viejos años. Álvaro, sin darse cuenta, terminó en la cocina, ayudando a la señora Patty a fregar los platos, conversando del trabajo, la eterna soltería y Fernando. Sobre todo de Fernando.
-Hubiera sido lindo que se gradúen juntos –dice la señora Patty.
-¿Creería que no me he graduado aún?
-Hijo: Ponte las pilas, mira que ya no tienes veinte años.
-Estoy en eso, señora –mintió-. No se preocupe.
Viviana entra a la cocina a despedirse. Álvaro soporta el abrazo cariñoso, el beso prolongado. Es lo mínimo que puede hacer, después de todo. Antes de retirarse, Viviana mueve los labios lentamente, mientras golpea su pecho con el dedo índice, para luego apuntar hacía Álvaro. Yo te odio. Te-o-dio.
La casa ha quedado vacía.
Natalia cruza la sala. La señora Patty la detiene.
-¿Hija?
-Me voy a dormir mamá. Estoy cansada.
-Pero, Alvarito. Ha venido a verte.
-Si, Álvaro, gracias por todo. Cuídate.
Álvaro no sabe que decir. Por un momento pensó en traer la botella de vino que había comprado, pero la huída de Natalia lo obliga a desistir. Termina de enjuagar los platos. Los seca con cuidado. “Estuvo delicioso”, cree oír. “Ha sido la mejor cena de mi vida”. Los pasos de Natalia reviven en la cocina, forcejeando con una botella de vino. Aquella vez, habían comprado pollo a la brasa, y resolvían un crucigrama mientras él le contaba sobre Neruda y Benedetti.
-Anda-. Le dice la señora Patty trayéndolo de vuelta a la realidad. Anda despídete de esa malcriada.
Fernando deja los platos secos en la alacena. La señora Patty lo toma del hombro, acaricia su mejilla.
-Sabes que nada de lo que te ha dicho es cierto.
Álvaro asiente, pesaroso. La señora Patty se le acerca un poco más y le susurra al oído.
Ella aún no se olvida de ti.
Álvaro asiente. Camina por el corredor, posando sus manos sobre la fría pared, intentando probar un poco del invierno que le espera detrás de la puerta. Otra vez llega a su mente el recuerdo del cumpleaños, la botella borracha, Natalia cumpliendo su castigo, acercándose a él mientras todos los demás aguardan el resultado.
“Quiero que me hagas tuya”, le susurra. Álvaro siente el hervor naciendo en su estómago, manando como un geiser hasta su rostro, quemando sus orejas. Mario queda sorprendido: “huevón, ¡huevón! ¡Estás hecho un tomate!”, grita. Él no escucha, sólo atina a buscar a Natalia, que está sentada en el mueble, mirándolo fijamente.
-¿Natalia? –dice Álvaro, abriendo la puerta mientras da dos golpecitos tímidos.
Está echada de lado, de espaldas a él. No se ha quitado el vestido. Álvaro recorre su silueta divina, sus piernas delgadas, sus pies desnudos. La gran ventana tiene las cortinas cerradas, apenas dejándole espacio a un hilillo de luz que se filtra temeroso, pero no llega a aliviar la penumbra de la habitación. Natalia está despierta, pero no voltea a verlo. No lo hará. En la esquina, el bebé duerme en su cuna.
-¿Natalia?
Álvaro piensa en sentarse en la cama, tomarle el hombro, acariciar sus mejillas, darle el beso que nunca pudo. Natalia corta sus intenciones con una voz ronca y llorosa.
-Vete, por favor. Déjame sola.
Escucha el sollozo, es un llanto valiente, digno. Apenas si puede notar la sacudida del llanto, el estremecimiento en el cuerpo de Natalia. Álvaro se queda de pie, respirando el perfume, viendo las blancas pantorrillas, el vestido negro delineando las curvas. Sabe que no hay lugar para ambos en la habitación.
-Siento mucho todo lo que hice, Nati.
-Vete.
Abre la puerta. Antes de irse le echa un vistazo a la habitación, de aire cansado, al bebé, a Natalia.
-Todo lo que no hice, también –añade. Luego cruza el umbral.
-Adiós, Álvaro
-Adiós, Natalia.
Mientras conduce a casa, el adiós de Natalia lo golpea. Siente cólera, pena, un helor que recorre su espalda. Se detiene en un semáforo en rojo. De repente, la humedad de la noche le trae a la memoria las luces de Miraflores, la gente sentada en el café Haití, conversando de nada. Natalia está frente a él con un pisco sour en la mano. Lleva un vestido negro, unas sandalias de tiras. Álvaro ha pedido una copa de coñac.
-Gracias por venir –dice ella-. Necesitaba conversar contigo.
No había forma de huir de ella, de olvidarse de ella.
-Me voy a casar con Fernando.
Álvaro siente la saliva espesa en su garganta, sus amígdalas convirtiéndose en piedra. Natalia pone el parte sobre la mesa. Es un parte sencillo, con una invitación doble a la fiesta en el Jockey Club.
-Por si quieres ir con alguna chica –añade. Álvaro toma el parte, lo examina rápidamente, tratando de fingir alegría.
-Te felicito. Es una gran noticia.
No hay más palabras. Luego de pagar la cuenta deciden caminar por el parque Kennedy, lentamente, como si así pudieran detener el paso de la noche. En una esquina los pintores de obra fácil guardan sus lienzos mientras la gente va desbocando en la calle de las Pizzas. De repente, Álvaro siente que Natalia se aferra a su brazo, apoya la cabeza en su hombro, detiene el paso.
-Sólo que contigo, me siento como en las nubes…
Los cláxones furiosos estallan y lo devuelven a la realidad. El semáforo ha cambiado a verde. Un policía toca su pito con violencia y le apunta con su dedo índice, pidiéndole que avance. Álvaro reacciona, pone primera, acelera. Se arrepiente de no haber descorchado la botella de vino que compró para Natalia. No le vendría mal un trago ahora.
Quiere llorar. Nunca lo ha hecho. Nunca. Pero siente unas ganas desesperadas de llorar, gritar, de estrellarse contra todos los vehículos que se amontonan en el óvalo Higuereta. Detiene el auto y abre la maletera, incapaz de contener sus lágrimas que empañan la calle, que empozan el recuerdo de Natalia. Toma la botella de vino y la tira lo más lejos que puede. La ve tocar el asfalto, hacerse añicos, mientras el líquido rojizo se esparce como sangre, como si fuera su sangre. Un gran punto final para su falta de osadía, para su dubitación, para olvidar ese beso que debió darle aquella noche.
Se recuesta en el automóvil. Siente unas lágrimas rodando por sus mejillas. Ríe y llora. Piensa en Fernando, en los tiempos en que su amistad era a prueba de balas.
“Mira, Álvaro. Sé que no es lo correcto, pero eres mi mejor amigo. Necesito que ayudes a mi enamorada, Natalia, ¿Qué no recuerdas su nombre? Bueno, necesito que la ayudes con unas fotos para la universidad”, la voz de Fernando resuena en su cabeza como si el tiempo se hubiera paralizado. “Es el único favor que te pido. Mira que tú eres mi pata.”
Álvaro limpia sus ojos y sube al auto. En su pecho se anida el frenético galope de su corazón. Recuerda su mano temblorosa apuntando la dirección en Surco, Departamento 201.
“Quizá vaya hoy en la noche, Fernando. O tal vez mañana”, recuerda. “Tal vez mañana”.
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Literatura
«Un cadáver sobre la ciudad», por Ricardo Piglia
Un texto del libro Formas breves, del escritor y crítico literario argentino.
Published
7 días agoon
23/01/2025Una tarde Juan C. Martini Real me mostró una serie de fotos del velorio de Roberto Arlt. La más impresionante era una toma del féretro colgado en el aire con sogas y suspendido sobre la ciudad. Habían armado el ataúd en su pieza, pero tuvieron que sacarlo por la ventana con aparejos y poleas porque Arlt era demasiado grande para pasar por el pasillo.
Ese féretro suspendido sobre Buenos Aires es una buena imagen del lugar de Arlt en la literatura argentina. Murió a los cuarenta y dos años y siempre será joven y siempre estaremos sacando su cadáver por la ventana. El mayor riesgo que corre hoy su obra es el de la canonización. Hasta ahora su estilo lo ha salvado de ir a parar al museo: es difícil neutralizar esa escritura, se opone frontalmente a la norma de hipercorrección que define el estilo medio de nuestra literatura.
Hay un extraño desvío en el lenguaje de Arlt, una relación de distancia y de extrañeza con la lengua materna, que es siempre la marca de un gran escritor. En este sentido nadie es menos argentino que Arlt (nadie más contrario a la «tradición argentina»): el que escribe es un extranjero, un recién llegado que se orienta con dificultad en el vértigo de una ciudad desconocida. Paradójicamente, la realidad se ha ido acercando cada vez más a la visión «excéntrica» de Roberto Arlt. Su obra puede leerse como una profecía: más que reflejar la realidad, sus libros han terminado por cifrar su forma futura.
Los relatos de Arlt (y en especial los extraordinarios cuentos africanos, que son uno de los puntos más altos de nuestra literatura) confirman que Arlt buscó siempre la narración en las formas duras del melodrama y en los usos populares de la cultura (los libros de divulgación científica, los manuales de sexología, las interpretaciones esotéricas de la Biblia, los relatos de viajes a países exóticos, las viejas tradiciones narrativas orientales, los casos de la crónica policial). La fascinación del relato pasa por el cine de Hollywood y el periodismo sensacionalista. La cultura de masas se apropia de los acontecimientos y los somete a la lógica del estereotipo y del escándalo. Arlt convierte ese espectáculo en la materia de sus textos. Sus relatos captan el núcleo paranoico del mundo moderno: el impacto de las ficciones públicas, la manipulación de la creencia, la invención de los hechos, la fragmentación del sentido, la lógica del complot.
Arlt es el más contemporáneo de nuestros escritores. Su cadáver sigue sobre la ciudad. La poleas y las cuerdas que lo sostienen forman parte de las máquinas y de las extrañas invenciones que mueven su ficción hacia el porvenir.
Literatura
«La abeja haragana» de Horacio Quiroga
Un cuento del escritor uruguayo publicado en su libro «Cuentos de la selva».
Published
1 semana agoon
22/01/2025Había una vez en una colmena una abeja que no quería trabajar, es decir, recorría los árboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en vez de conservarlo para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.
Era, pues, una abeja haragana. Todas las mañanas apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la colmena, veía que hacía buen tiempo, se peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba entonces a volar, muy contenta del lindo día. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena, volvía a salir, y así se lo pasaba todo el día mientras las otras abejas se mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el alimento de las abejas recién nacidas.
Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el proceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas que están de guardia para cuidar que no entren bichos en la colmena. Estas abejas suelen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida y tienen el lomo pelado porque han perdido todos los pelos al rozar contra la puerta de la colmena.
Un día, pues, detuvieron a la abeja haragana cuando iba a entrar, diciéndole:
—Compañera: es necesario que trabajes, porque todas las abejas debemos trabajar.
La abejita contestó:
—Yo ando todo el día volando, y me canso mucho.
—No es cuestión de que te canses mucho —respondieron—, sino de que trabajes un poco. Es la primera advertencia que te hacemos.
Y diciendo así la dejaron pasar.
Pero la abeja haragana no se corregía. De modo que a la tarde siguiente las abejas que estaban de guardia le dijeron:
—Hay que trabajar, hermana.
Y ella respondió en seguida:
—¡Uno de estos días lo voy a hacer!
—No es cuestión de que lo hagas uno de estos días —le respondieron—, sino mañana mismo. Acuérdate de esto. Y la dejaron pasar.
Al anochecer siguiente se repitió la misma cosa. Antes de que le dijeran nada, la abejita exclamó:
—¡Si, sí, hermanas! ¡Ya me acuerdo de lo que he prometido!
—No es cuestión de que te acuerdes de lo prometido —le respondieron—, sino de que trabajes. Hoy es diecinueve de abril. Pues bien: trata de que mañana veinte, hayas traído una gota siquiera de miel. Y ahora, pasa.
Y diciendo esto, se apartaron para dejarla entrar.
Pero el veinte de abril pasó en vano como todos los demás. Con la diferencia de que al caer el sol el tiempo se descompuso y comenzó a soplar un viento frío.
La abejita haragana voló apresurada hacia su colmena, pensando en lo calentito que estaría allá adentro. Pero cuando quiso entrar, las abejas que estaban de guardia se lo impidieron.
—¡No se entra! —le dijeron fríamente.
—¡Yo quiero entrar! —clamó la abejita—. Esta es mi colmena.
—Esta es la colmena de unas pobres abejas trabajadoras le contestaron las otras—. No hay entrada para las haraganas.
—¡Mañana sin falta voy a trabajar! —insistió la abejita.
—No hay mañana para las que no trabajan— respondieron las abejas, que saben mucha filosofía.
Y diciendo esto la empujaron afuera.
La abejita, sin saber qué hacer, voló un rato aún; pero ya la noche caía y se veía apenas. Quiso cogerse de una hoja, y cayó al suelo. Tenía el cuerpo entumecido por el aire frío, y no podía volar más.
Arrastrándose entonces por el suelo, trepando y bajando de los palitos y piedritas, que le parecían montañas, llegó a la puerta de la colmena, al tiempo que comenzaban a caer frías gotas de lluvia.
—¡Ay, mi Dios! —clamó la desamparada—. Va a llover, y me voy a morir de frío. Y tentó entrar en la colmena.
Pero de nuevo le cerraron el paso.
—¡Perdón! —gimió la abeja—. ¡Déjenme entrar!
—Ya es tarde —le respondieron.
—¡Por favor, hermanas! ¡Tengo sueño!
—Es más tarde aún.
—¡Compañeras, por piedad! ¡Tengo frío!
—Imposible.
—¡Por última vez! ¡Me voy a morir! Entonces le dijeron:
—No, no morirás. Aprenderás en una sola noche lo que es el descanso ganado con el trabajo. Vete.
Y la echaron.
Entonces, temblando de frío, con las alas mojadas y tropezando, la abeja se arrastró, se arrastró hasta que de pronto rodó por un agujero; cayó rodando, mejor dicho, al fondo de una caverna.
Creyó que no iba a concluir nunca de bajar. Al fin llegó al fondo, y se halló bruscamente ante una víbora, una culebra verde de lomo color ladrillo, que la miraba enroscada y presta a lanzarse sobre ella.
En verdad, aquella caverna era el hueco de un árbol que habían trasplantado hacía tiempo, y que la culebra había elegido de guarida.
Las culebras comen abejas, que les gustan mucho. Por eso la abejita, al encontrarse ante su enemiga, murmuró cerrando los ojos:
—¡Adiós mi vida! Esta es la última hora que yo veo la luz.
Pero con gran sorpresa suya, la culebra no solamente no la devoró, sino que le dijo: —¿qué tal, abejita? No has de ser muy trabajadora para estar aquí a estas horas.
—Es cierto —murmuró la abeja—. No trabajo, y yo tengo la culpa.
—Siendo así —agregó la culebra, burlona—, voy a quitar del mundo a un mal bicho como tú. Te voy a comer, abeja.
La abeja, temblando, exclamo entonces: —¡No es justo eso, no es justo! No es justo que usted me coma porque es más fuerte que yo. Los hombres saben lo que es justicia.
—¡Ah, ah! —exclamó la culebra, enroscándose ligero —. ¿Tú crees que los hombres que les quitan la miel a ustedes son más justos, grandísima tonta?
—No, no es por eso por lo que nos quitan la miel —respondió la abeja.
—¿Y por qué, entonces?
—Porque son más inteligentes.
Así dijo la abejita. Pero la culebra se echó a reír, exclamando:
—¡Bueno! Con justicia o sin ella, te voy a comer, apróntate.
Y se echó atrás, para lanzarse sobre la abeja. Pero ésta exclamó:
—Usted hace eso porque es menos inteligente que yo.
—¿Yo menos inteligente que tú, mocosa? —se rió la culebra.
—Así es —afirmó la abeja.
—Pues bien —dijo la culebra—, vamos a verlo. Vamos a hacer dos pruebas. La que haga la prueba más rara, ésa gana. Si gano yo, te como.
—¿Y si gano yo? —preguntó la abejita.
—Si ganas tú —repuso su enemiga—, tienes el derecho de pasar la noche aquí, hasta que sea de día. ¿Te conviene?
—Aceptado —contestó la abeja.
La culebra se echó a reír de nuevo, porque se le había ocurrido una cosa que jamás podría hacer una abeja. Y he aquí lo que hizo:
Salió un instante afuera, tan velozmente que la abeja no tuvo tiempo de nada. Y volvió trayendo una cápsula de semillas de eucalipto, de un eucalipto que estaba al lado de la colmena y que le daba sombra.
Los muchachos hacen bailar como trompos esas cápsulas, y les llaman trompitos de eucalipto.
—Esto es lo que voy a hacer —dijo la culebra—. ¡Fíjate bien, atención!
Y arrollando vivamente la cola alrededor del trompito como un piolín la desenvolvió a toda velocidad, con tanta rapidez que el trompito quedó bailando y zumbando como un loco.
La culebra se reía, y con mucha razón, porque jamás una abeja ha hecho ni podrá hacer bailar a un trompito. Pero cuando el trompito, que se había quedado dormido zumbando, como les pasa a los trompos de naranjo, cayó por fin al suelo, la abeja dijo:
—Esa prueba es muy linda, y yo nunca podré hacer eso.
—Entonces, te como —exclamó la culebra.
—¡Un momento! Yo no puedo hacer eso: pero hago una cosa que nadie hace.
—¿Qué es eso?
—Desaparecer.
—¿Cómo? —exclamó la culebra, dando un salto de sorpresa—. ¿Desaparecer sin salir de aquí?
—Sin salir de aquí.
—¿Y sin esconderte en la tierra?
—Sin esconderme en la tierra.
—Pues bien, ¡hazlo! Y si no lo haces, te como en seguida — dijo la culebra.
El caso es que mientras el trompito bailaba, la abeja había tenido tiempo de examinar la caverna y había visto una plantita que crecía allí. Era un arbustillo, casi un yuyito, con grandes hojas del tamaño de una moneda de dos centavos.
La abeja se arrimó a la plantita, teniendo cuidado de no tocarla, y dijo así:
—Ahora me toca a mí, señora culebra. Me va a hacer el favor de darse vuelta, y contar hasta tres. Cuando diga «tres», búsqueme por todas partes, ¡ya no estaré más!
Y así pasó, en efecto. La culebra dijo rápidamente:» uno…, dos…, tres», y se volvió y abrió la boca cuan grande era, de sorpresa: allí no había nadie. Miró arriba, abajo, a todos lados, recorrió los rincones, la plantita, tanteó todo con la lengua. Inútil: la abeja había desaparecido.
La culebra comprendió entonces que, si su prueba del trompito era muy buena, la prueba de la abeja era simplemente extraordinaria. ¿Qué se había hecho?, ¿dónde estaba?
No había modo de hallarla.
—¡Bueno! —exclamó por fin—. Me doy por vencida. ¿Dónde estás?
Una voz que apenas se oía —la voz de la abejita— salió del medio de la cueva.
—¿No me vas a hacer nada? —dijo la voz—. ¿Puedo contar con tu juramento?
—Sí —respondió la culebra—. Te lo juro. ¿Dónde estás?
—Aquí —respondió la abejita, apareciendo súbitamente de entre una hoja cerrada de la plantita.
¿Qué había pasado? Una cosa muy sencilla: la plantita en cuestión era una sensitiva, muy común también aquí en Buenos Aires, y que tiene la particularidad de que sus hojas se cierran al menor contacto. Solamente que esta aventura pasaba en Misiones, donde la vegetación es muy rica, y por lo tanto muy grandes las hojas de las sensitivas. De aquí que, al contacto de la abeja, las hojas se cerraran, ocultando completamente al insecto.
La inteligencia de la culebra no había alcanzado nunca a darse cuenta de este fenómeno; pero la abeja lo había observado, y se aprovechaba de él para salvar su vida.
La culebra no dijo nada, pero quedó muy irritada con su derrota, tanto que la abeja pasó toda la noche recordando a su enemiga la promesa que había hecho de respetarla.
Fue una noche larga, interminable, que las dos pasaron arrimadas contra la pared más alta de la caverna, porque la tormenta se había desencadenado, y el agua entraba como un río adentro.
Hacía mucho frío, además, y adentro reinaba la oscuridad más completa. De cuando en cuando la culebra sentía impulsos de lanzarse sobre la abeja, y ésta creía entonces llegado el término de su vida.
Nunca, jamás, creyó la abejita que una noche podría ser tan fría, tan larga, tan horrible. Recordaba su vida anterior, durmiendo noche tras noche en la colmena, bien calentita, y lloraba entonces en silencio.
Cuando llegó el día, y salió el sol, porque el tiempo se había compuesto, la abejita voló y lloró otra vez en silencio ante la puerta de la colmena hecha por el esfuerzo de la familia. Las abejas de guardia la dejaron pasar sin decirle nada, porque comprendieron que la que volvía no era la paseandera haragana, sino una abeja que había hecho en sólo una noche un duro aprendizaje de la vida.
Así fue, en efecto. En adelante, ninguna como ella recogió tanto polen ni fabricó tanta miel. Y cuando el otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo aún tiempo de dar una última lección antes de morir a las jóvenes abejas que la rodeaban:
—No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo quien nos hace tan fuertes. Yo usé una sola vez de mi inteligencia, y fue para salvar mi vida. No habría necesitado de ese esfuerzo, sí hubiera trabajado como todas. Me he cansado tanto volando de aquí para allá, como trabajando. Lo que me faltaba era la noción del deber, que adquirí aquella noche. Trabajen, compañeras, pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos —la felicidad de todos— es muy superior a la fatiga de cada uno. A esto los hombres llaman ideal, y tienen razón. No hay otra filosofía en la vida de un hombre y de una abeja.
Por Alexander Derek Benites Negrete
Diario 1:
14/10/2058
¡Por fin! Después de años de investigación lo hemos logrado. ¡Creamos la máquina del tiempo! Nos hemos unido las mentes maestras del mundo Matías, Cristel y quien escribe esto, Alexander. Unos villanos, Pepe y Guillermo, también lo lograron, pero ellos han alterado el pasado. Tenemos tiempo limitado para arreglarlo o se alterará el presente. Todo esto estará en 3 diarios: el número uno está a mi cargo, el dos a cargo de Cristel y el tercero a cargo de Matías.
(Viajan en el tiempo)
16/09/1070
Primera parada, estamos aproximadamente por el año 1100 d.c. con los hermanos Ayar; en esta línea temporal, han alterado el canon al convencer a Ayar Manco, Ayar Uchu y Ayar Auca de no encerrar a Ayar Cachi; pero como no sabemos quechua no nos podemos comunicar con ellos.
17/09/1070
Nos quedamos el primer día practicando en duolingo, así que hoy Matías irá a convencerlos de encerrarlo, ya que es peligroso, mientras Cristel y yo nos quedamos protegiendo nuestra pequeña cabaña de madera, que se encuentra en un lugar montañoso, rocoso y con mucho sol, además de que tiene mucha vegetación.
(30 minutos después)
¡Matías ya volvió! Logró convencerlos, ya salvamos una de las líneas temporales, pero Pepe y Guillermo han alterado más……
11/08/1482
¡Hola!, este es el diario dos, soy Cristel y estoy a cargo de este diario, ahora hemos viajado a la época dorada del imperio incaico. En esta línea temporal han destruido los tambos, los cuales tenían muchas reservas de comida y, para rematar, también destruyeron los andenes y las qochas, dejando este imperio en cenizas. Ahora todo se ve gris, el suelo ya no es fértil, etc. Para ayudarlos iremos todos a apoyarlo a reconstruir; si lo hacemos bien, arreglaremos todo en menos de un año, tendremos que viajar por el Antisuyo, Collasuyo, Contisuyo y Chinchaysuyo.
(9 Meses y medio después)
¡Ya acabamos! Fue más fácil al ya saber quechua. Para no alterar el futuro, les dijimos que no nos den reconocimiento alguno; la misión fue un éxito y una delicia, ya que durante nuestra estancia comimos muchos alimentos, algunos de esos alimentos son la papa, el camote, la yuca, el chuño, el maíz, el cuy, la quinua, el pescado, la lúcuma, etc. Ahora sólo nos quedan dos líneas temporales más por salvar.
10/10/1524
En esta línea temporal, el trio de la conquista, conformado por Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Hernando de Luque, fue convencido de no zarpar por ser muy peligroso. El plan será que Alexander los haga cambiar de opinión, ya que en la vida los riesgos son necesarios.
(30 Minutos después)
¡Funcionó!, Alexander ya volvió y logró convencerlos de partir, la misión fue un éxito. Vamos por la última línea temporal.
08/04/1533
Ya llegamos a la última línea temporal. Estamos en la batalla de los españoles contra los incas, pero antes de que pudiéramos reaccionar encontramos a Pepe. Con un ataque sorpresa, lo lograríamos atrapar. Él me comentó que por más que nos esforcemos no lograríamos cambiar nada porque tenían planes para neutralizar tres de las principales causas de la caída del Tahuantinsuyo, así que tuvimos una reunión de emergencia. Matías comentó que deberíamos dividirnos y lograr que no se ejecutaran los planes. Alexander y yo asentimos con la cabeza. Justo antes de que nos fuéramos comenté: “¡Esperen!, mejor dejemos a Pepe con un aldeano para evitar que escape”.
“Cierto”, dijo Alexander. Así fuimos rápido a dejarlo; luego, nos dividimos de esta manera: Matías se encargará de efectuar la captura de Atahualpa, yo de hacer que los pueblos se unan al imperio español y Alexander de evitar que el chasqui le lleve la información de la cura de las enfermedades al Amauta. El primero en completar su misión fue Matías, ya que le comentó a Francisco Pizarro el plan principal y los planes alternativos de tal forma que ganó mucha confianza y aceptó.
Yo fui la segunda, porque les hice acordar a los pueblos todo lo que sufrieron cuando los conquistaron, y todos nos reunimos para la misión de Alexander, ya que no teníamos forma de saber dónde se encontraba el chasqui o la casa del Amauta. Al final, llegamos después del Amauta y cuando creímos que habíamos fallado, nos dimos cuenta que a Guillermo se le había olvidado traducir todo al idioma quechua, entonces rápidamente nos llevamos las hojas y las rompimos. Misión Completada, además las consecuencias de la caída de este imperio fueron la expansión del castellano y la religión católica, también hay cambios en la gastronomía y finalmente la pérdida de oro y plata.
¡Hi!, el que escribe esto es Matías, el cual está a cargo de este diario. Por fin volvimos a nuestro presente, sólo que nueve meses, dos semanas y tres días después, que es el tiempo que estuvimos en las líneas temporales. Nuestro presente está un poco cambiado, ya que nos demoramos mucho, ahora sólo toca esperar que todo vuelva a la normalidad. Alexander preguntó mientras tanto: “¿Por qué no vemos cómo cambió nuestro presente?”.
“Claro”, respondí. Así que fuimos a ver como cambió, primero observamos que al no zarpar los tres socios de la conquista, no trajeron alimentos esenciales como la lechuga, la uva, la lima (limón), el arroz, el trigo, el ajo, la cebolla, la carne de pollo y de vaca; luego, observamos que si el imperio incaico hubiera caído antes de la conquista por parte de los españoles, no llegarían a conquistar tanto, por lo cual no se juntarían con tantos pueblos, por lo que no tendríamos tan buena gastronomía, ya que este fue de los primeros sincretismos culturales del Perú. Cuando terminamos la caminata, Alexander dijo: “Bueno, finalmente lo logramos sólo queda esperar”.
“Sí”, dijimos Cristel y yo; de repente, Cristel dijo: “¡Esperen!, ¿Qué nos asegura que Guillermo no haya llevado cosas del presente para salvar a Pepe?” Hubo un silencio por unos dos segundos, hasta que comenté: “si ya lo han hecho tenemos que estar preparados, usaremos las botas voladoras y un gancho triple para cada uno, esto todavía no se ha acabado…” (CONTINUARÁ)
(*) Es el autor, nacido el 20 de abril del 2014. No envió su cuento inédito hasta el día de hoy, y espera que sea del agrado de todos.
Literatura
Comenzó la Ruta Lectora en SJL: Biblioteca sobre ruedas de la «Ruriteca Móvil»
Nuevo espacio literario en SJL
Published
2 meses agoon
30/11/2024Con el objetivo de democratizar el acceso al libro y la lectura a la comunidad , la Municipalidad de San Juan de Lurigancho, a través de la Biblioteca Municipal Ciro Alegría inicia el recorrido de su servicio de extensión de biblioteca rodante.
RURITECA MÓVIL recorrerá parques, colegios, losas, barrios llevando lectura, talleres, juegos, para miles de escolares y familias, complementando los servicios culturales que habitualmente ofrece la biblioteca municipal ahora en todas partes del distrito.
La RURITECA MÓVIL, es una iniciativa del Alcalde Jesús Maldonado que surge como una respuesta a la necesidad de fomentar la lectura y la educación en zonas donde hay dificultad a acceso a servicios culturales.
Conoce la ruta lectora de la RURITECA MÓVIL:
📚Viernes 29 noviembre
I.E. Antenor Orrego (Zárate)
8:00 am – 5:00 pm
📚Lunes 02 diciembre
I.E. Micaela Bastidas (Motupe)
9:00 am – 4:00 pm
📚Miércoles 04 diciembre
I.E. Antonia Moreno de Cáceres (Mariscal Cáceres)
9:00 am a 4:00 pm
📚Viernes 6 de diciembre
I.E. 052 José Carlos Mariátegui
(Av. Ampliación Oeste s/n)
10:00 am a 1:00 pm
Turno Mañana primaria
📚Miércoles 11 diciembre
I.E. Gotitas de Amor
(Av. Héroes del Cenepa)
9:00 am – 4:00 pm
📚Jueves 12 diciembre
I.E. San José Obrero
(Mariscal Cáceres)
9:00 am – 4:00 pm
📚Domingo 15 de diciembre
Festival de Mangomarca
Parque Cívico Mangomarca
8:00 am a 9:00 pm
📚Martes 17 de diciembre
I.E. 128 La Libertad
(Urb. Inca Manco Capac)
2:00 pm a 5:00 pm
Turno tarde secundaria
Literatura
Padre e Hija Escritores Peruanos Reciben Distinciones Internacionales
Published
3 meses agoon
29/10/2024En un emotivo evento celebrado en el Hotel Crowne Plaza de Miraflores, el periodista y escritor peruano Richard Morris Riofrio fue reconocido con dos distinciones internacionales por su novela histórica de ficción, “Rosalba de Altagracia”. La Lic. Issa Arguetas tuvo el honor de entregar estos prestigiosos reconocimientos, uno otorgado por la Real Academia de Arte y Literatura, Filial de los Estados Unidos de América, y el otro por el Consejo Mundial de la Paz, en el marco de su participación en el 1er Congreso Mundial de la Paz y las Artes celebrado en Michoacán, México, en 2024.
Richard Morris, quien también es Mensajero para la Paz de la ONU, se encuentra en el proceso de lanzamiento de su nueva novela de autoficción, “La Noticia Inversa”, un proyecto que promete generar un gran impacto en la comunidad literaria. Su compromiso con la paz y la promoción del arte continúa marcando su carrera como escritor.
Por su parte, su hija, Kiara Morris Rodríguez, a sus 13 años, ya es una figura destacada en el ámbito literario. Actualmente, es embajadora cultural del Bicentenario y recibió la Distinción Internacional Infantil Líder de Paz en Ecuador, otorgada por su contribución a la paz y la cultura. Su obra “Érase una vez en Moore” ha sido adaptada al teatro, lo que subraya su talento y su capacidad para conectar con diferentes públicos a través de las artes.
Ambos escritores representan un claro ejemplo del potencial creativo peruano, mostrando que la literatura puede ser un vehículo poderoso para la paz y la cultura. Richard y Kiara se han comprometido a seguir promoviendo el arte y la literatura, con la esperanza de inspirar a las futuras generaciones.
Literatura
Hijo de Mario Vargas Llosa afirma que su padre está bien de salud
Tras la cancelación del viaje de MVLL a Madrid para recibir un homenaje, y luego de filtrarse información que indicaba que su estado de salud se encuentra en un nivel muy delicado, su hijo Álvaro ha salido a responder que el Nobel ha tenido que reducir sus actividades debido a su avanzada edad.
Published
3 meses agoon
18/10/2024El escritor Mario Vargas Llosa no asistió a la gala de la ‘Catedra Vargas Llosa’ en San Lorenzo de El Escorial en Madrid, en la cual iba a ser homenajeado y se quedó en Lima tras cancelar su viaje. En tanto, en su representación asistió su hijo Álvaro Vargas Llosa, quien aprovechó para afirmar que su padre, se encuentra bien. A pesar que su familia desde hace algunos meses se ha resistido a comentar sobre su real estado de salud.
«Mi padre tiene casi 89 años, está en el umbral de los 90 años, es una edad a la que uno tiene que reducir un poco la intensidad de sus actividades y él lo ha hecho», afirmó el hijo del Nobel de Literatura en un acto público.
Álvaro, además mencionó que la familia está “muy unida” y que su madre Patricia, “está muy pendiente de su padre”, y que “probablemente estará en Perú hasta fin de año” y que no puede dar una fecha exacta para su próximo viaje.
Literatura
Han Kang se convierte en la primera escritora surcoreana en ganar el Premio Nobel de Literatura
Escritora se impuso a autores como Can Xue, Haruki Murakami o Anne Carson, quienes se encontraban entre los más voceados.
Published
4 meses agoon
10/10/2024Contra todo pronóstico, la Academia Sueca decidió otorgarle el Premio Nobel de Literatura a la escritora surcoreana Han Kang, quien fue galardonada “por su intensa prosa poética, que saca a la luz traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana”, según declaró el secretario permanente de la Academia, Mats Malm.
Para los miembros del jurado, la autora ilumina la “conexión entre el cuerpo y el alma, los vivos y los muertos”, y su “estilo experimental” supone una innovación en la prosa contemporánea.
La escritora de 53 años es hija del también escritor Han Seung –won. Nació en Gwangju en 1970, pero creció en Seúl desde los once años. Estudió Literatura Coreana en la Universidad Yonsej de Seúl y se licenció en 1993. Debutó con poemas que aparecieron en la revista Literatura y Sociedad, pero se dio a conocer como prosista.
En 1994, ganó el premio literario del periódico Seoul Shinmun. Posteriormente, publicó varios volúmenes de relatos. En 1999, ganó el premio a la mejor novela coreana. En 2000, el «Premio para Jóvenes Artistas de Hoy», del ministerio de Cultura y Turismo. Y, por último, en 2005, el premio de Literatura Yi-Sang.
La reciente galardonada con el Nobel de Literatura ha trabajado como periodista para las revistas Water of the Deep Spring, Journal of Publications y Spring. Su primera novela, La vegetariana (2007), fue llevada al cine en 2010 y recibió el prestigioso premio Booker Internacional en 2016. Está traducida al castellano, al igual que otra novela suya, La clase de griego. En la actualidad, Han enseña escritura creativa en el Instituto de las Artes de Seúl.
Un galardón inesperado
Como todos los años, las especulaciones sobre los posibles galardonados no se hicieron esperar. El chino Can Xue, la canadiense Anne Carson, el escritor indio-británico Salman Rushdie y el japonés Haruki Murakami eran considerados candidatos prometedores. Algunos se consideran ya eternos favoritos y, una vez más, se han ido con las manos vacías.
Después del Nobel de la Paz, el de Literatura es el más reconocido. Los galardonados y sus editores también se benefician de ello gracias al aumento de la demanda de libros.
Según contó Mats Malm, secretario permanente de la Academia Sueca, cuando llamó a la autora para comunicarle la buena noticia, Han Kang estaba almorzando con su hijo. La escritora ha prometido acudir a Estocolmo para la ceremonia de entrega del galardón, el 10 de diciembre.
Literatura
Jack Martínez, de mototaxista en SJL a ser catedrático de Literatura en Nueva York
Escritor peruano es en la actualidad profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Hamilton.
Published
5 meses agoon
12/09/2024Sus primeros diez años los pasó en las alturas de La Oroya (Pasco), entre recios obreros de la mina como su padre, bares de mala muerte donde no era extraño ver a uno que otro borrachín, olor a azufre y tierra recién escarbada. La madre de Jack Martínez siempre quiso una mejor vida para su menor hijo; es así que no lo pensó dos veces cuando la empresa donde laboraba su esposo le ofreció vivir en la capital.
Fue así que el pequeño Jack, ya de 11 años, y su madre llegaron al convulso y desordenado distrito de San Juan de Lurigancho (SJL).
“La primera vez que llegué nos bajamos en lo que era el último paradero de ese arenal, que hoy es la estación Santa Rosa. No recuerdo una noche tan oscura. Sin luz eléctrica, eran chozas y había que tantear con los pies para avanzar y así fue que llegamos. Al día siguiente, al despertar, lo primero que sentí fue el sol terrible sobre la arena (era verano). Fue un choque fuerte. No solo en lo material, sino también en lo cultural”, recuerda Jack.
De esta etapa rescata que pudo conocer un micropaís ahí y crecer con ellos positivamente; “había gente que venía del norte, del sur, de la selva. Gente que se veía diferente a mí y yo diferente a ellos. Crecí junto con el distrito. Recuerdo la primera vez que pusieron el agua y desagüe, fue una fiesta para todos”, relata el escritor para la agencia Andina. Hasta los 16 años, Jack fue parte de la educación estatal, y aunque su vocación y talento no afloraron de inmediato, fue la tradición oral la que lo hizo acercarse a este mundo.
Soñaba con ser periodista deportivo y Ovación era su dial favorito. La academia preuniversitaria era el paso obligado si quería estudiar Comunicación Social en la Universidad San Marcos.
Sin embargo, tuvo un extraordinario profesor que les narraba con gran habilidad diversos contenidos y que una vez delante del jovencísisimo Jack recibió su paga en efectivo.
“Dije , ¡wao! yo quiero que me paguen así… quiero ser profesor. Y comencé a leer. Así postulé a Literatura e ingresé… mis compañeros venían de distintas realidades. Fue impactante ver a compañeros que en lugar de una mochila llevaban sus libros en bolsas de plástico negras y otros que gozaban de muchas comodidades y vivían en lugares que jamás había visitado”. Fueron encuentros que la vida le planteó.
Sin tenerla fácil, en plena crisis, Jack tuvo en aquel entonces trabajar también como mototaxista para solventarse, contando con el apoyo familiar.
De ahí, el Icpna le abriría sus puertas y conocería el mundo de las exposiciones y así pasaron cinco años.
“Un amigo regresó al Perú tras estar becado y él me guió por ese camino y decidí apostar”. Dejó la zona segura, la locura de dejar todo lo establecido e irse a estudiar. “Creo que mi familia pensaba que bromeaba y no me tomaban muy en serio. Igual seguí adelante y cuando llegó el momento le dije a mi novia ´(hoy mi esposa) que me iba y si quería irse también”, recuerda.
“Después de seis años de ese primer viaje, logré invitar a mi mamá. Antes creía seguro que trabajaba en algo más y que lo de la beca era un invento para dorar la píldora, pero luego vio que todo era real”, señala con orgullo tras culminar su maestría en la Universidad de Connecticut.
Al año siguiente, obtuvo otra beca para el doctorado en Northwestern (Chicago). Durante sus años de doctorado, además de investigar y escribir la tesis, publicó su primera novela, Bajo la sombra (2014), que tuvo excelente recepción crítica. En el 2017 se gradúo como doctor y publicó su segunda novela, Sustitución. También ese año empezó como profesor en la Universidad de Hamilton, en Nueva York.
En el 2024 acaba de publicar su tercera novela, Te he seguido. En la Universidad de Hamilton enseña escritura creativa, formando jóvenes escritores. También enseña literatura peruana, promoviendo nuestra rica tradición en los estudiantes estadounidenses.
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