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Literatura

CUENTO: «Tal vez mañana» de Luis Humberto Moreno Córdova

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CUENTO

TAL VEZ MAÑANA

Por Luis Humberto Moreno Córdova


         

Al llegar al cementerio, la fila de autos colapsa y empieza a avanzar lentamente. Álvaro abre las ventanas, pero el calor lo sigue sofocando. No ha almorzado, y eso lo malhumora. Decide dar media vuelta para buscar otro sitio donde estacionar. Llega al parqueo numero uno. Detiene el carro, cierra las lunas y toma su saco. Se topa con un empleado del lugar. “¿San Rafael?”, le pregunta. El tipo apunta su dedo a una distancia infinita anunciándole una larga caminata.

Camina lento, tomándose más tiempo del que necesita, distraído por el paisaje sosegado que a esas horas de la tarde se instala entre árboles, tumbas y flores. Un negocio hermoso a la vista, pero un negocio al fin y al cabo, piensa. Se detiene bajo unos ficus, donde un viento compasivo lo cura. El silencio borda la hermosura, lo acompaña. No hay deudos visitando las tumbas, tal vez porque es lunes, y todo el mundo tiene mucho por hacer antes de morirse.

Al llegar, se percata de la multitud congregada alrededor de la fosa. Un cura eleva unas oraciones finales, mientras el ataúd va adentrándose en la fosa. Unos niños juegan a cierta distancia, sus padres se acercan para pedirles compostura. Álvaro avanza un poco más, pero está decidido a no hacerse parte del gentío. Al igual que en la misa, va a quedarse fuera de todo eso, lejos. Es mejor así.

Los familiares cercanos se dirigen a la fosa para echar unas cuantas flores. Ahí está Natalia. Lleva un vestido moderado, pero acorde al verano, usa algunas alhajas modestas y unos lentes oscuros, enormes, que tapan sus ojos rasgados. La ve acercarse al ataúd, sollozando. Un tipo de pelo entrecano le habla al oído. Ella asiente y echa las flores.

El bebé acerca torpemente hacia su madre y la toma de la mano. Natalia lo levanta en brazos, le regala una sonrisa forzada y lo recuesta en su pecho. Al ver esa imagen, Álvaro siente una extraña sensación en sus sienes, aprieta los labios, resopla, empieza a hacer un sonido extraño con su boca. Se frota las manos. Unos niños se acercan a él, jugando a la pega. Álvaro trata de espantarlos. Ve que una mujer se acerca a reprenderlos, es Viviana, la prima de Natalia.

-Hola –dice ella, fingiendo sorpresa-. Qué bueno que hayas venido.

-Como no voy a venir –responde Álvaro, haciendo el ademán de querer acercarse al gentío.

-Bueno, ha pasado tiempo.

-Sí.

La gente empieza a desfilar para saludar a los deudos. Natalia está al medio, con su hijo en brazos, soportando los rostros contritos, los besos pesarosos de gente que no conoce.

-Ven –dice Viviana, extiendo su brazo delgado, de dedos huesudos y uñas esmaltadas.

-No –se disculpa Álvaro-. Yo… no soy  bueno para esas cosas. Ve tú. Yo iré después.

Viviana coge a los dos niños de la mano y se mete a la cola. Por ratos voltea a mirarlo. Álvaro puede sentir la mirada azucarada. Teme que ella aún esté enamorada de él.

La gente termina de saludar y se dirige a paso presuroso al bus que han contratado para traerlos hasta el cementerio. Otros regresan a sus autos, abren las puertas y bajan las ventanas para refrescar el interior de sus vehículos antes de partir. Miran sus relojes, hablan por teléfono: de pronto todos están presurosos por irse. Álvaro sabe que es inevitable. La muerte cruza la cerca; la vida continúa de este lado.

Vuelve su atención hacia Natalia. Ya no tiene a su hijo en brazos. Está de pie frente a la tumba, abrazada a Viviana. Álvaro rememora los primeros días de amistad, en el 99. Ambas han perdido la lozanía, pero no la belleza. Él, en cambio, engrosado y con principios de calvicie, se siente una vergüenza.

Le cuesta dar el primer paso, pero luego, conforme se va acercando, siente un impulso que le obliga a acelerar. Se planta delante de ellas. Ve que unos familiares quedan a cierta distancia, sin saber si acercarse o no a ellos.

-Hola, Natalia.

Las dos mujeres se separan. Viviana retrocede unos pasos, sin dejar de mirarlo, luego se marcha en silencio con los familiares rezagados. Natalia acomoda sus lentes oscuros con una mano, y con la otra seca sus mejillas.

-Hola –responde ella con una voz apagada, ronca. Sus labios son dos pequeñas protuberancias resecas.

-Siento mucho lo de Fernando.

-Ya. Gracias.

El ruido de los autos encendiéndose distrae por un momento su atención.

-Ha sido algo inesperado. Tan rápido.

Natalia se queda callada. Álvaro, nota el rostro incomodo, la impaciencia. Trata de buscar las palabras precisas para despedirse:

-Mira, si hay algo que necesites…

-Creo que fui clara en su momento, Álvaro.

-Lo sé, pero ahora que no está Fernando…

-Creo que fui clara.

Una bocina empieza a sonar con insistencia. “Natalia, Natalia”, se oye en el fondo. Álvaro voltea. Un auto la espera con la puerta abierta. Viviana lleva al bebé de Natalia en sus faldas. Hay otras personas dentro del vehículo, que Álvaro no reconoce. Sabe que es mejor marcharse, pero la imagen del bebé en las faldas de Viviana parece obligarlo a un comentario.

-Tu hijo está grande –dice, sin convicción. Natalia parece advertirlo.

-Gracias por venir, Álvaro. Cuídate.

Él intenta abrazarla, pero ella echa a andar con prisa, dejándolo con los manos extendidas, como rezando un padrenuestro. Álvaro muerde sus labios, mientras la ve marcharse, caminando sobre el césped con sus pies delicados, blancos, guarnecidos por unas sandalias de tiras, que a pesar del momento, consiguen estimularlo. El auto se marcha. Luego, todo el lugar queda vacío.

Mira la lápida. Le parece increíble. No había pasado ni un mes desde que a Fernando le habían cortado la pierna por un tumor en la rodilla. Luego detectaron algo extraño en sus pulmones. Vino la quimio, las medicinas. Toda la historia terminaba en esa losa fría sobre un montón de tierra. Pobre Fernando, piensa. Siente un temblor al imaginar la muerte a esa edad. Pobre Fernando.

Camina de regreso, a paso vencido, con la decepción en el rostro. Todas sus buenas intenciones se quedaron en la puerta de su boca. Natalia no le dio chance para nada más. Sus palabras, duras, habían cortado su esperanza desde el inicio. Álvaro había sentido el desprecio en muchas ocasiones, pero nunca el odio.

Hace una mueca, vuelve a jugar con sus labios. No se percata del Torii por el que cruza, cuando su celular empieza a vibrar. Mira la pantalla: es Viviana.

Vamos a estar en el departamento de Surco. Por si te interesa.

-¿Viviana?

Claro que te interesa.

Álvaro recuerda la vez que besó a Viviana. Habían ido con Fernando, Natalia y otros amigos a una fiesta en Primavera Park & Plaza. Todos habían tomado más de la cuenta. Más que el beso, Álvaro recuerda las ganas que tenía de llevarla a otro lado. Se siente aliviado de que todo haya quedado en ganas.

-Gracias –responde-. Estoy en camino.

Ah, Álvaro.

-¿Qué?

Te odio.

Álvaro escucha una risita sardónica antes de colgar. Él también sonríe, apura el paso. Llega al estacionamiento con la camisa mojada y la frente cubierta de sudor. Al abrir la puerta siente el aire caliente, el interior convertido en un horno. A pesar de su agitación decide subir al auto. Se quita el saco, afloja unos botones de su camisa y lo echa a andar. Ya no repara en el cascabeleo del chasis cuando llega a la carretera y supera los cien kilómetros por hora.

Se detiene en un grifo para comprar una botella de vino, que descorchará sólo en caso Natalia acceda a recibirlo en casa. Compra también unos Chiclets, agua mineral helada, un enrollado de carne, para tapar el hueco del almuerzo perdido. Mira las cajetillas de cigarros en el mostrador y se siente realizado. Ya no fuma. Dejó de hacerlo con mucho esfuerzo, a pesar de todos los kilos que fueron lloviéndole encima. Estaba harto de no poder subir las escaleras de su casa sin jadear. De no poder tener sexo sin exponerse a morir de taquicardia. Se había convertido en un anciano de treinta y dos años. Pero lo había dejado a tiempo. Al menos él no estaba bajo tierra, como Fernando.

Luego de media hora, llega a su destino. Cuadra el automóvil al lado del parque, cerca al departamento. Decide no llevar la botella de vino.

A pesar del tiempo transcurrido, Álvaro nota que todo sigue igual en esa calle que recorrió en su juventud, salvo algunos negocios recientes que le ha dado más vida a la calzada y uno que otro jardín ausente. Cruza la pista y se queda de pie frente a las enormes puertas de vidrio del edificio. Aprieta el botón del intercomunicador, con el mismo temor con que lo hizo la primera vez, hace diez años. Aún recuerda esa noche, el papelito escrito con letra temblorosa: “Departamento 201”. Aquella vez, Natalia asomó a la ventana con una sonrisa cálida, con voz alegre. “¡Hola, Álvaro! Te has demorado”, le dijo. Luego escuchó sus pasos, bajando las escaleras, saliendo a su encuentro, dándole un beso húmedo en la mejilla. Aquella noche recorrieron Larcomar, tomando fotos para un trabajo que Natalia tenía que presentar en la universidad. Recuerda sobre todo la última foto, que le tomaron a una pareja de novios que estaba acurrucada en la banca, bajo una luz tenue, con el mar de fondo y la cruz del morro de Chorrillos brillando en el cielo.

-¿Qué quieres?

Álvaro levanta la mirada. Natalia está acodada en su ventana.

-Yo. Eh….

El cerrojo eléctrico de la puerta se activa. Natalia se sorprende. Álvaro intuye a la culpable, empuja la puerta y sube por las escaleras. Encuentra a Natalia en la entrada, con las manos en la cintura, la mirada gacha. Álvaro detiene su ascenso impetuoso. Dentro del departamento se oyen voces, huele a comida recién preparada, también a licor. Viviana aparece al fondo de todo, le guiña un ojo.

-Álvaro –dice Natalia sin mirarlo-. ¿Qué haces acá?

-Quería verte. Estar contigo en estos momentos.

Natalia sacude la cabeza. Se detiene en un silencio prolongado. Unas miradas curiosas asoman por la entrada.

-Como quieras –le dice, antes de dar media vuelta -.Pasa.

Entran al departamento. Álvaro saluda escuetamente a los familiares. Unos están sentados en la sala, otros en el comedor. Las cosas no han cambiado mucho. Las paredes aún siguen pintadas de amarillo, adornadas con pinturas falsas. En las mesas se mantienen las velas de colores y los adornos chinos. En la esquina, a lado de la enorme ventana, está el bar, con los licores exóticos que la madre de Natalia siempre coleccionaba. Álvaro nota la botella de calvados. No puede evitar recordar el cumpleaños de Fernando, el bochorno, la botella vacía girando, todos en círculo. Mario ganó esa ronda, Natalia tenía que recibir el castigo. “Dile algo a Álvaro, que lo sonroje”, decidió Mario. La gente ríe, aplaude, aprovecha en servirse unos tragos.

-¿Quieres algo de tomar? –le pregunta Viviana, que sale a su encuentro guiñándole un ojo.

-Creo que una copa de calvados estará bien.

Álvaro sonríe, disimula, pero sus ojos persiguen a Natalia con angustia. La ve cargar a su hijo, desaparecer por el corredor, rumbo a las habitaciones. Recuerda que eran dos piezas, Natalia dormía en una, Su madre en la otra. Eso hasta el día del matrimonio, luego del cual se mudó con Fernando a una casa en La Molina. Álvaro no llegó a pisar su nueva casa. Sólo vio algunas fotos en internet: el patio amplio, la terraza, Natalia con tres meses de embarazo.

La señora Patty lo llama desde la cocina. Álvaro se acerca, la saluda con una sonrisa tímida, que ella desestima. “Hijito. Después de tanto”, le dice la señora Patty. “¿No quieres que te sirva alguito?”.

Muere de hambre, pero se rehúsa amablemente. No quiere distraerse. Natalia no sale de habitación. Tal vez no salga nunca, piensa. Hasta que yo me vaya.

-¿Sigue enojada contigo? –dice la señora Patty.

-¿Enojada conmigo? ¿Por qué tendría que estarlo?

-Le he preguntado si vendrías, y fue como si la insultara.

-Serán ideas suyas, Señora.

-Yo conozco a mi hija, Alvarito.

-Es por lo de Fernando. La ha afectado demasiado.

-Sí, pobre chico. Me dio pena verlo en el hospital. No quedaba nada de él.

-El cáncer fue demoledor.

-Sí, que pena por tu amigo. Ustedes han sido los chicos más lindos que conocí.

-Gracias.

-Se llevaban tan bien…

-Gracias.

Álvaro se disculpa y sale de la cocina. Piensa en servirse otra copa de calvados, pero la figura de Natalia apareciendo en la sala lo detiene. No carga al bebé. Tal vez lo ha dejado dormido, en la habitación. La ve saludar a sus tíos, conversar con sus primas, sonreír brevemente. Álvaro no quita su vista de encima, esperando que en algún momento ella voltee a mirarlo. Pero el tiempo pasa sin que ella se desentienda de sus familiares. Álvaro se anima por otra copa. Aún puede recordar los libros de poemas amontonados sobre la mesa del comedor, mientras Natalia le traía la guitarra y le pedía que tocara ‘La Catedral’. Álvaro acariciaba las cuerdas con esmero, como si fuera un gran concierto en una noche calma, frente a miles de personas. Luego venía el aplauso solitario de su única admiradora, diciéndole que era lo más hermoso que había oído en su vida. En ocasiones, Álvaro todavía podía arpegiar las cuerdas y recordar aquella melodía. Pero la destreza había desaparecido con esos años fugaces, al igual que la guitarra.

La tarde siguió su curso, y los familiares empezaron a despedirse poco a poco, devolviéndole a la sala la calma habitual de los viejos años. Álvaro, sin darse cuenta, terminó en la cocina, ayudando a la señora Patty a fregar los platos, conversando del trabajo, la eterna soltería y Fernando. Sobre todo de Fernando.

-Hubiera sido lindo que se gradúen juntos –dice la señora Patty.

-¿Creería que no me he graduado aún?

-Hijo: Ponte las pilas, mira que ya no tienes veinte años.

-Estoy en eso, señora –mintió-. No se preocupe.

Viviana entra a la cocina a despedirse. Álvaro soporta el abrazo cariñoso, el beso prolongado. Es lo mínimo que puede hacer, después de todo. Antes de retirarse, Viviana mueve los labios lentamente, mientras golpea su pecho con el dedo índice, para luego apuntar hacía Álvaro. Yo te odio. Te-o-dio.

La casa ha quedado vacía.

Natalia cruza la sala. La señora Patty la detiene.

-¿Hija?

-Me voy a dormir mamá. Estoy cansada.

-Pero, Alvarito. Ha venido a verte.

-Si, Álvaro, gracias por todo. Cuídate.

Álvaro no sabe que decir. Por un momento pensó en traer la botella de vino que había comprado, pero la huída de Natalia lo obliga a desistir. Termina de enjuagar los platos. Los seca con cuidado. “Estuvo delicioso”, cree oír. “Ha sido la mejor cena de mi vida”. Los pasos de Natalia reviven en la cocina, forcejeando con una botella de vino. Aquella vez, habían comprado pollo a la brasa, y resolvían un crucigrama mientras él le contaba sobre Neruda y Benedetti.

-Anda-. Le dice la señora Patty trayéndolo de vuelta a la realidad. Anda despídete de esa malcriada.

Fernando deja los platos secos en la alacena. La señora Patty lo toma del hombro, acaricia su mejilla.

-Sabes que nada de lo que te ha dicho es cierto.

Álvaro asiente, pesaroso. La señora Patty se le acerca un poco más y le susurra al oído.

Ella aún no se olvida de ti.

Álvaro asiente. Camina por el corredor, posando sus manos sobre la fría pared, intentando probar un poco del invierno que le espera detrás de la puerta. Otra vez llega a su mente el recuerdo del cumpleaños, la botella borracha, Natalia cumpliendo su castigo, acercándose a él mientras todos los demás aguardan el resultado.

“Quiero que me hagas tuya”, le susurra. Álvaro siente el hervor naciendo en su estómago, manando como un geiser hasta su rostro, quemando sus orejas. Mario queda sorprendido: “huevón, ¡huevón! ¡Estás hecho un tomate!”, grita. Él no escucha, sólo atina a buscar a Natalia, que está sentada en el mueble, mirándolo fijamente.

-¿Natalia? –dice Álvaro, abriendo la puerta mientras da dos golpecitos tímidos.

Está echada de lado, de espaldas a él. No se ha quitado el vestido. Álvaro recorre su silueta divina, sus piernas delgadas, sus pies desnudos. La gran ventana tiene las cortinas cerradas, apenas dejándole espacio a un hilillo de luz que se filtra temeroso, pero no llega a aliviar la penumbra de la habitación. Natalia está despierta, pero no voltea a verlo. No lo hará. En la esquina, el bebé duerme en su cuna.

-¿Natalia?

Álvaro piensa en sentarse en la cama, tomarle el hombro, acariciar sus mejillas, darle el beso que nunca pudo. Natalia corta sus intenciones con una voz ronca y llorosa.

-Vete, por favor. Déjame sola.

Escucha el sollozo, es un llanto valiente, digno. Apenas si puede notar la sacudida del llanto, el estremecimiento en el cuerpo de Natalia. Álvaro se queda de pie, respirando el perfume, viendo las blancas pantorrillas, el vestido negro delineando las curvas. Sabe que no hay lugar para ambos en la habitación.

-Siento mucho todo lo que hice, Nati.

-Vete.

Abre la puerta. Antes de irse le echa un vistazo a la habitación, de aire cansado, al bebé, a Natalia.

-Todo lo que no hice, también –añade. Luego cruza el umbral.

-Adiós, Álvaro

-Adiós, Natalia.

Mientras conduce a casa, el adiós de Natalia lo golpea. Siente cólera, pena, un helor que recorre su espalda. Se detiene en un semáforo en rojo. De repente, la humedad de la noche le trae a la memoria las luces de Miraflores, la gente sentada en el café Haití, conversando de nada. Natalia está frente a él con un pisco sour en la mano. Lleva un vestido negro, unas sandalias de tiras. Álvaro ha pedido una copa de coñac.

-Gracias por venir –dice ella-. Necesitaba conversar contigo.

No había forma de huir de ella, de olvidarse de ella.

-Me voy a casar con Fernando.

Álvaro siente la saliva espesa en su garganta, sus amígdalas convirtiéndose en piedra. Natalia pone el parte sobre la mesa. Es un parte sencillo, con una invitación doble a la fiesta en el Jockey Club.

-Por si quieres ir con alguna chica –añade. Álvaro toma el parte, lo examina rápidamente, tratando de fingir alegría.

-Te felicito. Es una gran noticia.

No hay más palabras. Luego de pagar la cuenta deciden caminar por el parque Kennedy, lentamente, como si así pudieran detener el paso de la noche. En una esquina los pintores de obra fácil guardan sus lienzos mientras la gente va desbocando en la calle de las Pizzas. De repente, Álvaro siente que Natalia se aferra a su brazo, apoya la cabeza en su hombro, detiene el paso.

-Sólo que contigo, me siento como en las nubes…

Los cláxones furiosos estallan y lo devuelven a la realidad. El semáforo ha cambiado a verde. Un policía toca su pito con violencia y le apunta con su dedo índice, pidiéndole que avance. Álvaro reacciona, pone primera, acelera. Se arrepiente de no haber descorchado la botella de vino que compró para Natalia. No le vendría mal un trago ahora.

Quiere llorar. Nunca lo ha hecho. Nunca. Pero siente unas ganas desesperadas de llorar, gritar, de estrellarse contra todos los vehículos que se amontonan en el óvalo Higuereta. Detiene el auto y abre la maletera, incapaz de contener sus lágrimas que empañan la calle, que empozan el recuerdo de Natalia. Toma la botella de vino y la tira lo más lejos que puede. La ve tocar el asfalto, hacerse añicos, mientras el líquido rojizo se esparce como sangre, como si fuera su sangre. Un gran punto final para su falta de osadía, para su dubitación, para olvidar ese beso que debió darle aquella noche.

Se recuesta en el automóvil. Siente unas lágrimas rodando por sus mejillas. Ríe y llora. Piensa en Fernando, en los tiempos en que su amistad era a prueba de balas.

“Mira, Álvaro. Sé que no es lo correcto, pero eres mi mejor amigo. Necesito que ayudes a mi enamorada, Natalia, ¿Qué no recuerdas su nombre? Bueno, necesito que la ayudes con unas fotos para la universidad”, la voz de Fernando resuena en su cabeza como si el tiempo se hubiera paralizado. “Es el único favor que te pido. Mira que tú eres mi pata.”

Álvaro limpia sus ojos y sube al auto. En su pecho se anida el frenético galope de su corazón. Recuerda su mano temblorosa apuntando la dirección en Surco, Departamento 201.

“Quizá vaya hoy en la noche, Fernando. O tal vez mañana”, recuerda. “Tal vez mañana”.

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Literatura

Padre e Hija Escritores Peruanos Reciben Distinciones Internacionales

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En un emotivo evento celebrado en el Hotel Crowne Plaza de Miraflores, el periodista y escritor peruano Richard Morris Riofrio fue reconocido con dos distinciones internacionales por su novela histórica de ficción, “Rosalba de Altagracia”. La Lic. Issa Arguetas tuvo el honor de entregar estos prestigiosos reconocimientos, uno otorgado por la Real Academia de Arte y Literatura, Filial de los Estados Unidos de América, y el otro por el Consejo Mundial de la Paz, en el marco de su participación en el 1er Congreso Mundial de la Paz y las Artes celebrado en Michoacán, México, en 2024.

Richard Morris, quien también es Mensajero para la Paz de la ONU, se encuentra en el proceso de lanzamiento de su nueva novela de autoficción, “La Noticia Inversa”, un proyecto que promete generar un gran impacto en la comunidad literaria. Su compromiso con la paz y la promoción del arte continúa marcando su carrera como escritor.

Por su parte, su hija, Kiara Morris Rodríguez, a sus 13 años, ya es una figura destacada en el ámbito literario. Actualmente, es embajadora cultural del Bicentenario y recibió la Distinción Internacional Infantil Líder de Paz en Ecuador, otorgada por su contribución a la paz y la cultura. Su obra “Érase una vez en Moore” ha sido adaptada al teatro, lo que subraya su talento y su capacidad para conectar con diferentes públicos a través de las artes.

Ambos escritores representan un claro ejemplo del potencial creativo peruano, mostrando que la literatura puede ser un vehículo poderoso para la paz y la cultura. Richard y Kiara se han comprometido a seguir promoviendo el arte y la literatura, con la esperanza de inspirar a las futuras generaciones.

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Literatura

Hijo de Mario Vargas Llosa afirma que su padre está bien de salud

Tras la cancelación del viaje de MVLL a Madrid para recibir un homenaje, y luego de filtrarse información que indicaba que su estado de salud se encuentra en un nivel muy delicado, su hijo Álvaro ha salido a responder que el Nobel ha tenido que reducir sus actividades debido a su avanzada edad.

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El escritor Mario Vargas Llosa no asistió a la gala de la ‘Catedra Vargas Llosa’ en San Lorenzo de El Escorial en Madrid, en la cual iba a ser homenajeado y se quedó en Lima tras cancelar su viaje. En tanto, en su representación asistió su hijo Álvaro Vargas Llosa, quien aprovechó para afirmar que su padre, se encuentra bien. A pesar que su familia desde hace algunos meses se ha resistido a comentar sobre su real estado de salud.   

«Mi padre tiene casi 89 años, está en el umbral de los 90 años, es una edad a la que uno tiene que reducir un poco la intensidad de sus actividades y él lo ha hecho», afirmó el hijo del Nobel de Literatura en un acto público.

El escritor MVLL ingresó a la Academia de la Lengua Francesa.

Álvaro, además mencionó que la familia está “muy unida” y que su madre Patricia, “está muy pendiente de su padre”, y que “probablemente estará en Perú hasta fin de año” y que no puede dar una fecha exacta para su próximo viaje.

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Literatura

Han Kang se convierte en la primera escritora surcoreana en ganar el Premio Nobel de Literatura

Escritora se impuso a autores como Can Xue, Haruki Murakami o Anne Carson, quienes se encontraban entre los más voceados.

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Contra todo pronóstico, la Academia Sueca decidió otorgarle el Premio Nobel de Literatura a la escritora surcoreana Han Kang, quien fue galardonada “por su intensa prosa poética, que saca a la luz traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana”, según declaró el secretario permanente de la Academia, Mats Malm.

Para los miembros del jurado, la autora ilumina la “conexión entre el cuerpo y el alma, los vivos y los muertos”, y su “estilo experimental” supone una innovación en la prosa contemporánea.

La escritora de 53 años es hija del también escritor Han Seung –won. Nació en Gwangju en 1970, pero creció en Seúl desde los once años. Estudió Literatura Coreana en la Universidad Yonsej de Seúl y se licenció en 1993. Debutó con poemas que aparecieron en la revista Literatura y Sociedad, pero se dio a conocer como prosista.

En 1994, ganó el premio literario del periódico Seoul Shinmun. Posteriormente, publicó varios volúmenes de relatos. En 1999, ganó el premio a la mejor novela coreana. En 2000, el «Premio para Jóvenes Artistas de Hoy», del ministerio de Cultura y Turismo. Y, por último, en 2005, el premio de Literatura Yi-Sang.

La reciente galardonada con el Nobel de Literatura ha trabajado como periodista para las revistas Water of the Deep SpringJournal of Publications y Spring. Su primera novela, La vegetariana (2007), fue llevada al cine en 2010 y recibió el prestigioso premio Booker Internacional en 2016. Está traducida al castellano, al igual que otra novela suya, La clase de griego. En la actualidad, Han enseña escritura creativa en el Instituto de las Artes de Seúl.

Foto: difusión.

Un galardón inesperado

Como todos los años, las especulaciones sobre los posibles galardonados no se hicieron esperar. El chino Can Xue, la canadiense Anne Carson, el escritor indio-británico Salman Rushdie y el japonés Haruki Murakami eran considerados candidatos prometedores. Algunos se consideran ya eternos favoritos y, una vez más, se han ido con las manos vacías.

Después del Nobel de la Paz, el de Literatura es el más reconocido. Los galardonados y sus editores también se benefician de ello gracias al aumento de la demanda de libros.

Según contó Mats Malm, secretario permanente de la Academia Sueca, cuando llamó a la autora para comunicarle la buena noticia, Han Kang estaba almorzando con su hijo. La escritora ha prometido acudir a Estocolmo para la ceremonia de entrega del galardón, el 10 de diciembre.

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Literatura

Jack Martínez, de mototaxista en SJL a ser catedrático de Literatura en Nueva York

Escritor peruano es en la actualidad profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Hamilton.

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Sus primeros diez años los pasó en las alturas de La Oroya (Pasco), entre recios obreros de la mina como su padre, bares de mala muerte donde no era extraño ver a uno que otro borrachín, olor a azufre y tierra recién escarbada. La madre de Jack Martínez siempre quiso una mejor vida para su menor hijo; es así que no lo pensó dos veces cuando la empresa donde laboraba su esposo le ofreció vivir en la capital.

Fue así que el pequeño Jack, ya de 11 años, y su madre llegaron al convulso y desordenado distrito de San Juan de Lurigancho (SJL).

“La primera vez que llegué nos bajamos en lo que era el último paradero de ese arenal, que hoy es la estación Santa Rosa. No recuerdo una noche tan oscura. Sin luz eléctrica, eran chozas y había que tantear con los pies para avanzar y así fue que llegamos. Al día siguiente, al despertar, lo primero que sentí fue el sol terrible sobre la arena (era verano). Fue un choque fuerte. No solo en lo material, sino también en lo cultural”, recuerda Jack.

De esta etapa rescata que pudo conocer un micropaís ahí y crecer con ellos positivamente; “había gente que venía del norte, del sur, de la selva. Gente que se veía diferente a mí y yo diferente a ellos. Crecí junto con el distrito. Recuerdo la primera vez que pusieron el agua y desagüe, fue una fiesta para todos”, relata el escritor para la agencia Andina. Hasta los 16 años, Jack fue parte de la educación estatal, y aunque su vocación y talento no afloraron de inmediato, fue la tradición oral la que lo hizo acercarse a este mundo.

Soñaba con ser periodista deportivo y Ovación era su dial favorito. La academia preuniversitaria era el paso obligado si quería estudiar Comunicación Social en la Universidad San Marcos.

Sin embargo, tuvo un extraordinario profesor que les narraba con gran habilidad diversos contenidos y que una vez delante del jovencísisimo Jack recibió su paga en efectivo.

“Dije , ¡wao! yo quiero que me paguen así… quiero ser profesor. Y comencé a leer. Así postulé a Literatura e ingresé… mis compañeros venían de distintas realidades. Fue impactante ver a compañeros que en lugar de una mochila llevaban sus libros en bolsas de plástico negras y otros que gozaban de muchas comodidades y vivían en lugares que jamás había visitado”. Fueron encuentros que la vida le planteó.

Sin tenerla fácil, en plena crisis, Jack tuvo en aquel entonces trabajar también como mototaxista para solventarse, contando con el apoyo familiar.

De ahí, el Icpna le abriría sus puertas y conocería el mundo de las exposiciones y así pasaron cinco años.

“Un amigo regresó al Perú tras estar becado y él me guió por ese camino y decidí apostar”. Dejó la zona segura, la locura de dejar todo lo establecido e irse a estudiar. “Creo que mi familia pensaba que bromeaba y no me tomaban muy en serio. Igual seguí adelante y cuando llegó el momento le dije a mi novia ´(hoy mi esposa) que me iba y si quería irse también”, recuerda.

“Después de seis años de ese primer viaje, logré invitar a mi mamá. Antes creía seguro que trabajaba en algo más y que lo de la beca era un invento para dorar la píldora, pero luego vio que todo era real”, señala con orgullo tras culminar su maestría en la Universidad de Connecticut.

Al año siguiente, obtuvo otra beca para el doctorado en Northwestern (Chicago). Durante sus años de doctorado, además de investigar y escribir la tesis, publicó su primera novela, Bajo la sombra (2014), que tuvo excelente recepción crítica. En el 2017 se gradúo como doctor y publicó su segunda novela, Sustitución. También ese año empezó como profesor en la Universidad de Hamilton, en Nueva York.

Su mejor novela. Jack es el personaje principal de su historia. Foto: Hamilton College.

En el 2024 acaba de publicar su tercera novela, Te he seguido. En la Universidad de Hamilton enseña escritura creativa, formando jóvenes escritores. También enseña literatura peruana, promoviendo nuestra rica tradición en los estudiantes estadounidenses.

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Literatura

«El jefecito del comedor», un cuento de Giovanna Gutierrez Narrea

Las calurosas vivencias de un empleado de un comedor universitario.

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Cerca de la 1:00 p.m., las colas del comedor seguían aumentando (por la puerta posterior, lateral y frontal), el sol radiante quemaba el rostro y cabeza de los comensales, los gritos bulliciosos: zampón, haz tu cola; amiga, despierta, no dejes que se metan; seguro son los de facufide; las antisonantes voces acompañadas de un megáfono y banderola en son de protesta.  

Tres de la tarde, ni un alma en los alrededores del comedor.

El jefe del comedor estaba fumando cuando tocaron la puerta.

_ Pase _ ordenó

Entró una señorita de buen porte y sonriente le dijo:

_ Buenas tardes, licenciado Abel, quisiera conversar con usted.

_ Sí, dígame

Mientras la coqueta y pícara estudiante se presentaba: me llamo Marifé, soy consejera de la Facultad de Inicial, y miembro de la comisión de almuerzos por el aniversario de mi facultad; quisiera saber qué documentos debo traer para que nuestro pedido sea atendido.

Con la mirada embobada, el jefecito del comedor, escuchaba atentamente el discurso de ese monumento de mujer que tenía en frente: blanquiñosa ella, de ojos grandes y claros, labios carnosos y sensuales, cabellera larga de color castaño, angosta cintura, caderas anchas al igual que sus pechos (todos los hombres son iguales, cuando ven carne blanca hasta podrida la consumen, y si tienen un buen derrier y busto, mejor).

Marifé, inmediatamente notó al hombre de enfrente completamente absorto con su presencia, y en un cruce de miradas hizo que el rostro del licenciado Abel se  ruborizara y dibujara un mohín con sus labios (solito se delataba).

_ Ok, señorita, entiendo. Entonces, puede usted presentar un oficio del decano dirigido a mi persona, solicitando la cantidad de almuerzos que necesitan, adjuntar la resolución de aniversario de decanato y la relación de alumnos matriculados en su facultad.

Tres días después, cerca de las 6:00 p.m., se apareció Marifé por detrás del jefe del comedor, sorprendiéndolo en el momento en que abría la puerta de su carro.

_ Hola, Abel. Perdón, perdón,  quise decir  licenciado Abel. Veo que ya se va, y justo hoy el profesor de estadística se extendió con su clase. Mañana tendré que regresar para presentar la solicitud de almuerzo.

_ No te preocupes, déjamelo y yo mañana lo veo.

_ Qué lindo, gracias. Mmmm, sería mucha molestia si me da una jaladita hasta la puerta de la universidad. Lo que pasa es que ya está oscureciendo y me da miedito bajar sola.

_ Sí, claro, sube. Por dónde vives?

_ En Huaycán, cerca a la Plaza de Armas de Huaycán, en la Av. 15 de julio, cuadra 10. Por lo general me vengo a la universidad con los colectivos y de regreso en combi, pero si tengo suerte, hoy puedo regresar en una camioneta Chevrolet (sonrió la pendeja).

El jefecito del comedor no pudo evitar los ojos brillosos, mejillas sonrojadas y el alargamiento de sus labios, al momento de sonreír.

_ ¿Te molesta si te tuteo?

_ No, total ya estamos fuera de la universidad.

_ ¿Y tú por dónde vives?

_ En Tarazona

_ Qué pena.

_ ¿Por qué?

_ Porque unos metros más y ya me tengo que bajar. Entonces, mañana te busco para recoger la copia de mi solicitud con el sello de tu oficina (despidiéndose aparentemente con un beso en la mejilla, pero se lo dio en la comisura de los labios).

Al día siguiente, 4:30 p.m., Marifé se acercó al container que fungía como oficina del jefe del comedor, llevando Caramandungas para tomar lonche, pues días anteriores la ofrecida esta se había percatado de la cafetera y hervidora que descansaban en una mesita, ubicada fijamente en una de las esquinas del vagón.

Abel la miró y sonrió, se sacó los lentes y se restregó los ojos. Luego cortó un pedazo de papel higiénico y limpió las lunas con esmero (mientras pensaba qué decir). Los trabajadores se iban retirando con un hasta mañana jefe, todo limpio jefe, todo cerrado jefe, que descanse jefe, cuidado jefe.

_ Gracias por las rosquitas Marifé, pero ya me tengo que ir. Te prometo que mañana temprano me los como en el desayuno.

Aquí puedes continuar leyendo el cuento completo.

https://cuentroversia.blogspot.com/2024/08/el-jefecito-del-comedor-cerca-de-la-100.html

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Literatura

Presentación de libro Gaza ante la historia, de Enzo Traverso

Conoce una de las novedades de la Feria Internacional del Libro de Lima.

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En el marco de la 28° Feria Internacional del Libro de Lima (FIL), gracias a la librería Contragolpe, se llevará a cabo la presentación del libro Gaza ante la historia, del reconocido historiador Enzo Traverso. El evento se realizará el lunes 29 de julio, en el auditorio José María Arguedas, a las 3 p.m. La presentación del libro estará a cargo del politólogo Alberto Adrianzén y la artista Daniela Ortiz.

¿Es la destrucción de Gaza una consecuencia del ataque del 7 de octubre o el epílogo de un largo proceso de opresión y erradicación? ¿Tienen los palestinos derecho a resistirse a la ocupación? ¿Hablar de genocidio es antisemitismo? En Gaza ante la historia, Enzo Traverso, uno de los historiadores más autorizados de nuestro tiempo, va a la raíz del conflicto israelopalestino poniendo en cuestión la historia del conflicto y ofrece una interpretación crítica que da la vuelta a la perspectiva unilateral desde la que nos hemos acostumbrado a observar lo que ocurre en Gaza.

Se suele describir a Israel como una isla democrática en medio de un océano oscurantista y a Hamás como un ejército de bestias sedientas de sangre. La historia parece remontarse al siglo XIX, cuando Occidente perpetró genocidios coloniales en nombre de su misión civilizadora. Sus supuestos esenciales siguen siendo los mismos: civilización frente a barbarie, progreso frente a atraso. Junto a las declaraciones rituales sobre el derecho de Israel a defenderse, nadie menciona nunca el derecho de los palestinos a resistir una agresión que dura desde hace décadas. Pero si en nombre de la lucha contra el antisemitismo permitimos que se desate una guerra genocida serán nuestras propias orientaciones morales y políticas las que se vean empañadas, serán los supuestos de nuestra conciencia moral los que se verán socavados: la distinción entre el bien y el mal, el opresor y el oprimido, los perpetradores y las víctimas.

Fecha: lunes 29 de julio

Hora: 3 pm

Lugar: auditorio José María Arguedas de la FIL (Parque Próceres de la Independencia, Jesús María, alt. cd. 16 de av. Salaverry)

Presentan:

– Alberto Adrianzén

– Daniela Ortiz

Organiza: librería Contragolpe  

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Literatura

«Por Facebook», un cuento de Giovanna Gutierrez Narrea

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Por Giovanna Gutierrez Narrea

Te miro por el face y vienen a mí los años de esplendor al lado tuyo. Una relación amorosa de tres años: compartiendo anécdotas, viajando juntos, experimentando emociones, conociendo un poco de ingeniería mecánica y tú aprendiendo un poco más sobre el sistema de la lengua (tú en la UNI y yo en la UNE-Cantuta). Dé repente, tu ausencia se empezó a justificar porque tenías que estudiar para tus prácticas calificadas, luego los trabajos de grupo y, finalmente, tus exámenes parciales y finales. Un par de meses después me dijiste haber conocido a una chica (rubia superficial, por cierto, tez blanca, delgada, caderona y bien tarrajeada; la típica mujer por la que el 99.9 % de hombres pierden la cabeza). Enamoramiento que te duró menos de un año, puesto que tu nueva conquista terminó yéndose con un hombre, muchos años mayor que tú; interesante cargo en la política de la universidad y de atractiva billetera. Supongo que mi poco atrevimiento sexual y la falta de coquetería fueron en gran parte, también, las causas del enfriamiento sentimental, razones por las que terminaste conmigo.

Anoche vi a Javier -me contó Mary-. Pensé que eras tú la que estaba con mi primo (estos chicos no cambian, terminan y luego regresan -me dije-…). Yo estaba comprando salchipapas en la esquina de mi casa, cuando pasaron por detrás mío, y mi primo ni cuenta se dio, y al voltear miré a la chica, quien tenía tu misma estatura, el cabello negro y lacio como lo tienes tú, y de perfil muy parecido a ti (pudiendo tener una original, se buscó una copia), pero por la oscuridad no la pude ver con exactitud. Sin embargo,  esa relación no le duró mucho tiempo, porque luego lo vi salir con su actual pareja, un poco feíta la nueva prima, pero es odontóloga. Ni modo amiga, será mi primo pero que se joda… Mejor estabas tú.

Aquí el cuento completo: https://cuentroversia.blogspot.com/2024/06/por-facebook-te-miro-por-el-face-y.html

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Literatura

Invitación a comer un chaufa: el nuevo libro de Julio Barco

Lee la columna de Nicolas López-Pérez

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Por Nicolas López-Pérez

A la industria editorial en crisis: lo primero es tomar por sorpresa a la hegemonía con un ramo de dientes de león. Luego, al ver los rostros entre la confusión y el estupor, soplar con dulce violencia cada una de las partículas que componen la flor. Esa es la fuerza literaria de Julio Barco (1991), señoras y señores. El poeta de El Agustino que viste y calza. No me detendré en la identidad de qué género o de qué tipo es el último libro publicado. Lo cierto es que Chaufa es un homenaje a la opacidad de la palabra y el lenguaje. En sus páginas se narra, se ensaya, se canta, se baila y se come. Como si la literatura peruana y su estado actual fuese el tema de un banquete digno de Platón, una reunión que armoniza reflexión y sentimiento.

A ustedes, señoras y señores de la industria editorial, huelga deciros que este libro es una incisión en las maneras de leer el insalvable abismo entre lo popular y lo culto; entre la periferia y el centro; entre el margen y el cuadro. Al mismo tiempo, su prosa nos muestra a un escritor audaz y resiliente ante el histórico vapuleo contra quien no tiene santos en la corte. Un escritor que se desenreda, como si fuera un ovillo de lana, para golpear la mesa y declarar una nueva profesión de fe literaria. Tal vez, señoras y señores de la industria editorial en crisis, la literatura que os presentáis es, a grandes rasgos, ominosamente homogénea y continúa a mostrarnos un Perú desconectado de sus bases. Puede que esta afirmación categórica se malinterprete, pero ante un mar de literatura pituca y aspiracional en que la finalidad es conmover o divertir con historias más o menos fascinantes, escribir desde las entrañas de nuestras ciudades es un ejercicio de resistencia y estrategia. Chaufa articula la palabra como un antídoto contra la apatía que vuestra literatura vierte sobre la clase trabajadora peruana.

En un hadiz islámico se lee que el estómago es el centro de todas las enfermedades. Desde ahí, una ética del cuidado de lo que se come. En el Perú, no obstante, todavía se habla de hambre; todavía hay poblaciones enteras donde escasea la comida y no solo por el aumento en el costo de la vida ni por la falta de empleos, sino por el individualismo y, además, la insuficiencia de las políticas públicas para llegar a cada rincón de una escandalosa, pero preciosa geografía. Recuerdo un dossier de 2018, publicado en Unidiversidad, una revista de pensamiento y cultura de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) y titulado “Perú: los poemas del hambre”. Paolo de Lima, el compilador, enfatiza el hambre como tópico en los versos de un considerable número de autores. Y esos poemas y poetas no son los primeros que orbitan en torno a la comida, también obras como “Primicias de cocina peruana” (2005) de Rodolfo Hinostroza, “Comer en los mercados peruanos” (2019) de Mirko Lauer o incluso “Tratado de la yerbaluisa” (2012) de Enrique Verástegui son ejemplos del vínculo entre literatura y comida. El estómago se conecta con el corazón y el cerebro, ¿y ustedes señoras y señores de la industria editorial qué hacen al respecto con las problemáticas sociales de las mayorías? Una paradoja: Perú, potencia gastronómica a nivel mundial e incapaz de erradicar el hambre en su territorio.

Barco nos encuentra en el Chifa, aunque puede que otros platos que nos acomunan sean el ceviche o la salchipapa. Lo encomiable está en el imaginario popular que este escritor construye: precisamente, en ese punto en que todos los archivos se tocan y donde no originan una identidad que confronta los ánimos, sino una capaz de generar una potencia solidaria donde el Perú se construye con tradiciones, afectos y palabras. Barco apuesta, en definitiva, por un manifiesto que conjura un sentimiento social, bullendo desde un problema inmanente y trascendente: el sentido de seguir luchando juntos por un mejor Perú. A ustedes, señoras y señores de la industria editorial, ¿cuántos libros tenéis que ingeniosamente pueden remecer a los sectores más populares? Una fuerte resistencia contra la literatura pequeño-burguesa, tanto como guiones que tienen éxito en Netflix y Hollywood. Barco escribe como se prepara un chaufa. Auguro que su lectura tendrá sabor a la simpleza y santidad de ese plato. Girados y apreciad la maestría del verbo. Chaufa es imperdible en este 2024 de las letras peruanas. Imperdible.

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