Literatura
CUENTO: SIEMPRE HABRÁ OTRA OPORTUNIDAD

Published
14 años agoon
SIEMPRE HABRÁ OTRA OPORTUNIDAD
Por Luis Humberto Moreno Córdova
Lima brilla como una joya falsa bajo la noche absoluta de verano. En las calles, las guirnaldas y las luces de colores parecen cobrar vida propia sobre la fachada de las tiendas y de algunos hogares que han sobrevivido al crecimiento de la zona comercial de san Isidro. Parado casi a la mitad de la calle, en medio de dos grandes tiendas, un hombre vestido de Papá Noel agita su campana y espanta a los niños con un “jo,jo,jo” grosero y aguardientoso. La gente corre, corre, se desespera, colapsa sobre sus pasos aprovechando las ofertas generosas y los remates de locura que los invitan a pasar sus tarjetas de crédito sin misericordia, abultando sus cuentas bancarias, destruyendo sus ahorros.
Es navidad. La ciudad colapsa entre desbordes, celos y prisas. Hay gritos, malestares, incomodidad; gente que aplasta gente en las colas de las cajas, gente que tritura gente en las colas de taxis. Los vehículos maniobran con fiereza, cruzan insultos, lastiman a familiares ausentes. Los niños lloran, desesperados por la turba incontrolada. La gente compra, gasta, despilfarra, con la pulsión de un adicto, con la desesperación de un moribundo.
Todo por el amor y paz fabricado en la TV.
Julio sale del banco y mira su billetera con complacencia.
Su felicidad solía ser efímera: se daba siempre los día 15 y en el fin de cada mes. Duraba poco: apenas unas cervezas y unas cuantas deudas saldadas. Luego llegaba el vacío, las tiendas inmensas y la frustración de no tener nada. Aún así, nunca perdía el aliento: Siempre habría un día 15 y otro fin de mes.
Sin embargo, mientras recorre las tiendas, su sonrisa se va borrando del rostro y se convierte en una mueca de preocupación. Su mirada se pierde entre miles de carteles con precios imposibles de aceptar. Las colas son tan grandes que no quiere arriesgarse a la vergüenza de que sus dos tarjetas de crédito reboten por falta de saldo.
Sus hijos están cansados de recibir juguetes envueltos en cajas sin color, pasados de moda, con quiñes y maltratos hechos por el verdadero dueño. Julio piensa en Ricardo, que ya tiene doce años. No puede olvidar la navidad anterior, cuando lo vio relegado de su grupo de amigos, mirando su juguete gastado, mientras los otros niños de la cuadra intercambiaban sus regalos relucientes y se entretenían mirando las cajas recién abiertas, donde se mostraban otros juguetes de la misma colección. Lo recordó apoyado en la pared, mirando con lástima el viejo muñeco de colores opacos. No quería decepcionarlo.
Alonso, su otro hijo, acababa de superar la edad de la conformidad. Era probable que esta navidad notara las diferencias entres su regalos y los regalos de otros chicos.
Los precios. Maldita sea. Los precios.
Cruza un par de tiendas abarrotadas de gente, esquiva a un mendigo y a un niño que le ofrece chicles. Siente que se ha equivocado de lugar. Piensa tomar un carro e ir a otro sitio, pero el tráfico violento, lo desanima.
Ve que una pareja se dirige hacía un taxi, llevan una enorme caja con un muñeco Max Steel. Están discutiendo. Lo nota por la violencia con que la mujer mueve sus labios. El hombre trata de serenarla, le pone una mano en el hombro, pero ella se zafa bruscamente. Julio los ve subir al auto. La mujer mira hacia la ventana mientras el hombre acomoda las cosas compradas. “Feliz navidad”, murmura.
Piensa en su esposa. A pesar de los años inclementes, todavía encuentra en ella la belleza de la adolescencia. Es de piel canela, cabello negro, caderas anchas y pechos prominentes. Tiene el vientre abultado, pero mantiene la espalda arqueada y un buen trasero. Ella se encarga de las cosas en casa y cuida a los niños. Es una buena esposa, piensa. Pero hace mucho que ya no quiere tener sexo con él. Al principio, poco después que naciera Alonso, ella se excusaba fingiendo malestar y dolores producto de alguna lesión por el día a día. “Estaba limpiando, y sentí un tirón en la espalda, Julio”, le decía. “El calor de la cocina, luego el frio de refrigerador me han dejado doliendo los brazos”.
Eso fue al principio. Luego simplemente dijo que no quería hacer ruido para no despertar a los niños. “Ricardito ya se da cuenta de las cosas”, le decía. Finalmente, sus excusas se redujeron a un rotundo “no”.
Julio había engrosado con el paso de los años. Si alguna vez tuvo un cariz, lo enterró bajo una enorme panza y un cansancio eterno. De su quijada nacía un colgajo grasoso que le tapaba todo el cuello. Sabía que su apariencia no era la misma que la de doce años atrás. Las chicas habían dejado de coquetearle hace mucho. Tenía que conformarse con el llamado de mujeres mayores y fofas que no despertaban en él ningún interés. Aún podía sentir la comezón entre sus piernas cuando veía un buen culo, unas buenas tetas. Pero debía conformarse sólo con verlo. Su magullado sueldo le hubiera impedido pagar por sexo. Aunque casi nunca se le había cruzado por la cabeza irse de putas. A pesar de todo, aún amaba a su esposa.
Debería comprarle algo, pensó Julio.
Su esposa y sus dos hijos. Las calles colapsadas, la gente echando a volar sus billetes. Los altavoces de las tiendas asordando con las promociones infinitas.
Un tipo se queda mirándolo a la distancia. Julio no ve de lejos, pero nunca ha querido usar lentes. Piensa que son huevadas, mariconadas. Ve que el tipo se acerca con paso decidido. Julio aprieta el puño. Ya lo tiene en frente. Se detiene. Cree reconocerlo.
-¿Pablo?
Pablo echa una risotada y lo toma por los hombros. “Hola compadre, a los años, qué ha sido de tu vida”, se dicen mutuamente mientras estrechan sus manos de todas las maneras posibles. Julio no entra en pormenores. Todos en la familia están bien, los niños están creciendo.
-¿Y cómo está Carlita? –pregunta Pablo.
Julio recordó los tiempos del colegio, cuando que Pablo moría por su esposa.
-Mi señora está bien, Pablito, ahí pues con los ajetreos de la navidad.
Pablo asiente sin dejar de sonreír. Tiene el rostro redondo, el cabello corto, hirsuto. Sus ojos son dos rayones oblicuos y su nariz parece un rocoto. Julio piensa que es un tipo muy feo. Carla jamás se hubiera fijado en ti, piensa.
Sus ojos se posan en el escaparate de una tienda y puede ver su reflejo junto al de Pablo. Ve una figura gorda, deforme, conversando con un amigo de la infancia. Incluso Pablo tiene mejor contextura que él.
-Que bueno hermano, que bueno. ¿Y qué haciendo por aquí?
Julio le cuenta sobre los regalos, la ilusión de que sea algo bueno.
-Puta, ya estoy cansado de reglarle a mis hijos cosas robadas o bambas, huevón –dice-. Es una cojudez.
Pablo asiente. Luego abre sus dos ojos como si quisiera sacarlos de su rostro.
-Mira. Justo un amigo mío ha puesto su tienda cerca a mi casa, y ha traído un montón de cosas bien mostras, Julito. Juguetes igualitos a los que venden por acá, pero los precios, ¡regalados!
Un taxi se detiene al lado de los dos amigos, El conductor toca el claxon repetidas veces, luego empieza a gritarles “¿taxi?”, “¿taxi?”
-¿Me has visto estirarte la mano conchatumadre? –le grita Julio. El taxista lo manda a la mierda, Julio corre y alcanza a meterle una patada en la puerta. El taxi para, el conductor hace el ademán de querer bajar.
-¡Baja pues, conchatumadre! –vuelve a gritarle Julio. El vigilante de una tienda se acerca y toca su pito. El taxi se marcha. Pablo abraza a Julio y lo lleva a un lado:
-Puta que rochoso eres, huevón. No se te ha ido lo fosforito, ¿no?
-Me llega al pincho cuando ésos mierdas hacen eso –dice Julio, mientras resopla y se acomoda la camisa. Un botón se le ha aflojado. La gordura azota su vergüenza.
Pablo lo jala y lo hace caminar un par de cuadras, cruzan un puente de la vía expresa. Debajo de ellos, los carros parecen ladrillos, atascados entre semáforos e imprudencias.
-El tráfico es una mierda, ¿no? –dice Pablo, con su enorme sonrisa. Julio sigue resoplando.
Luego de unas cuadras, la gente parece desaparecer y la tranquilidad regresa a las calles. Hay poca luz, pero las veredas están despejadas y a lo lejos se pueden ver los grandes edificios de bancos y financieras. Julio escucha música y voces alegres. El olor a cigarro y cerveza parece despertarlo. Entran al bar y se ubican en una mesa pegada al enorme vidrio que da a la calle. Dos rubias pasan a lo lejos con unas bolsas enormes estampadas con el logo de la tienda donde hicieron sus compras.
-Mira esas mamacitas –dice Pablo, mientras levanta la mano haciendo una señal de victoria que el mozo interpreta de inmediato-, que ricas son las chibolas por aquí, ¿no?
Julio mira a las chicas: son rubias, altas, parecen salidas de un catálogo de moda. Su look es fresco. Usan colores gastados, pero sabe que la ropa es nueva. Carla no se vería igual con esas prendas. Una lástima.
-Se pongan lo que se pongan siempre se ven bien, ¿no? –prosigue Pablo. Julio ya no las mira.
-¿Y cómo está tu señora, ah?
Pablo ríe. A Julio le perturba ver esa sonrisa enorme, insultante. Es una sonrisa petrificada, una sonrisa de payaso pobre.
-Asu, Julito, ya te me pusiste moralista. Mi señora está bien…
Julio levanta las cejas. No puede quitar su mirada de ese rostro redondo y feo.
-¡Está bien fea! –termina de decir Pablo, y estalla en una carcajada que parece querer destruir los vidrios del bar. Julio mira a todos lados y finge una sonrisa que no convence a nadie.
El mozo deja dos cervezas. Pablo sirve en ambos vasos. Prende un cigarro. Julio también prende uno.
-¡Salud pues! Por la buena amistad.
Chocan los vasos. Pablo hace un alto antes de tomarse la cerveza.
-Vamos Julio, no te preocupes. Mañana vamos donde mi pata. Yo le diré incluso que te dé lo que quieras a plazos. Para que le pagues hasta Marzo, incluso. Ya cambia la cara, huevón. Vas a ver que tu familia te va a adorar después que le des esos regalos.
Julio medita, pierde su mirada sobre la meza. Luego mueve la cabeza hacía un lado y levanta su vaso.
-Salud, pues, carajo.
Ambos ríen. La conversación empieza a fluir lentamente, con los recuerdos de la infancia, la vez que se vistieron para bailar como el grupo Garibaldi en la fiesta del barrio. Las grandes borracheras, los viejos amigos. Julio recuerda la vez que se bebieron los whiskys del papá del negro Coco, que había guardado para el día en que éste entrara a la universidad. Luego los habían llenado con té. Y nunca imaginaron que después de años, cuando Coco ingresó, su viejo aún tenía las botellas ahí, con el té cortado por los años. Pablo recordó aquella fiesta en la que Gallardo, el más rufián del barrio, se tiró a la beata Mechita, una chica que vivía entre el colegio y la natación, y que una vez fueron a ver a un concurso. “Qué rica esa huevona con su ropa de baño, ¿no?”, “bien guardadito se lo tenía. Luego Gallardo la había convencido de ir y la había emborrachado.
-Ya tienen tres hijos, Julito. Imagínate –le dice Pablo-. Esa huevona ahora vende menú por la zona donde trabaja mi mujer.
Las cervezas empiezan a multiplicarse. Le piden al mozo que les traiga una caja vacía para llevar la cuenta. Los vasos chocan, chocan, todas las veces posibles. Pablo elogia a Carla y Julio se siente orgulloso. Se ponen de acuerdo para ir a la playa en el verano. Pablo le cuenta que tiene un negocio de venta de cebiche en una playa del sur. “Cuando gustes, Julito, cuando gustes”. Julio prende los cigarros y los apaga mientras su voz se acompaña de una estela blanca, interminable. Las risas invitan a un nuevo brindis.
-Como jugando ya vamos una caja, Pablito –dice Julio con un acento cansado, adormecido por el alcohol.
-Por ser fiestas deberíamos brindar con algo más acorde a este reencuentro, Julito –dice Pablo mientras levanta la mano para llamar al mozo.
-Que sean unos whiskys –dice Julio, con rostro confiado. Sus ojos parecen perderse en su rostro, como dos pequeños botoncitos negros-. Un etiqueta negra como en la jato de Coco.
Piden dos vasos de Whisky.
-Puta la verdad, etiqueta negra es otra cosa, Julito –le dice Pablo.
Julio toma del vaso, intenta saborear. Luego desiste, nunca ha notado la diferencia entre un whisky y otro. Todos saben amargo, todos saben fuerte, todos necesitan mucho hielo.
-Esto es otra cosa –dice Julio, a pesar de todo, y se acaba el vaso de un trago.
Piden unos boleros. Julio reconoce en Pablo a un amigo leal, al único que, a pesar de todas las vueltas de la vida, siempre estuvo ahí en los momentos importantes. Pablo levanta el pecho, parece un gallo enardecido, ya agradece a viva voz la deferencia –lo dice literalmente- que Julio siempre ha tenido con él y su familia. Vuelven a chocar los vasos mientras cantan un estribillo de Iván Cruz. Entonces piden más whisky y alaban a sus familias. “Tu hijo es precioso, Julito”, dice Pablo. “Pero tu hijo es bien despierto”, dice Julio. “Imagínate que hasta me ayuda a trabajar, el condenado”, dice Pablo con su gran sonrisa, que a Julio ya no le resulta tan molesta.
Afuera, las calles lucen vacías. Algunos autos pasan e iluminan con miedo el asfalto. Luego todo queda en silencio. Conforme las horas pasan, las mesas de la cantina empiezan a despejarse. Algunos tipos en saco y corbata salen abrazados, con las mejillas coloradas y el cabello alborotado. Un tipo, de pantalón plomo, tiene una mancha húmeda entre sus piernas. Pablo y Julio ríen al verlo y vuelven a brindar. El mozo se acerca y les deja la cuenta. Pablo se ofrece a invitar un par de whiskys, pero el mozo se rehúsa y les dice que ya van a cerrar.
Sacan sus billeteras e intentan dividir la cuenta, pero el sopor de los whiskys y la cerveza no los deja pensar.
-Yo pago –dice Julio- Ya después me parchas.
Se ponen de pie y se dan un fuerte abrazo. Tambaleantes, llegan hasta una esquina y se ceden el lugar para detener el taxi. Julio insiste, y Pablo detiene un taxi azul que le cobra veinte soles por llevarlo hasta su casa.
-Préstame diez luquitas, Julio. Por si las moscas –le dice Pablo con los ojos desbordándose a todos lados. Julio sonríe y saca su billetera.
-Llévate veinte, cholito, por si las moscas –le dice, y le da una palmada en la mejilla.
Pablo entra en la parte trasera del taxi y parece desmoronarse, mueve la mano torpemente a manera de despedida. Luego desaparece. Julio todavía puede ver a lo lejos las luces rojas del taxi frenando ante un semáforo en rojo.
Detiene un taxi, que le cobra quince soles por llevarlo a su casa. Julio sacude su dedo índice y el taxi se aleja. Espera un rato más. La calle está vacía. Ni siquiera aparecen carros. Siente una modorra enorme que lo obliga a apoyarse contra un poste de alumbrado. Dos jóvenes cruzan detrás de él. Julio los oye reírse. “De que te ríes conchatumadre”, piensa decirles, pero siente pereza hasta de hablar.
Un taxi aparece. Julio estira la mano y lo detiene. El taxista le dice que por doce soles lo llevará a casa. Julio sube. Intenta no desmoronarse ni cabecear, aunque siente que el licor lo está derribando.
Mientras se va quedando dormido, sonríe al pensar en la buena borrachera que se ha dado. Ha sido una suerte encontrarse con Pablo, así, de la nada, en plena calle. Se promete a si mismo que la próxima vez que lo encuentre le pedirá su número de teléfono y su dirección, porque esto de encontrarse por la voluntad de Dios no puede pasar entre amigos como él y Pablo.
Las luces se difuminan ante sus ojos. La ciudad brilla como un diamante bajo la noche absoluta de verano.
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Literatura
«Un cadáver sobre la ciudad», por Ricardo Piglia
Un texto del libro Formas breves, del escritor y crítico literario argentino.

Published
2 meses agoon
23/01/2025
Una tarde Juan C. Martini Real me mostró una serie de fotos del velorio de Roberto Arlt. La más impresionante era una toma del féretro colgado en el aire con sogas y suspendido sobre la ciudad. Habían armado el ataúd en su pieza, pero tuvieron que sacarlo por la ventana con aparejos y poleas porque Arlt era demasiado grande para pasar por el pasillo.
Ese féretro suspendido sobre Buenos Aires es una buena imagen del lugar de Arlt en la literatura argentina. Murió a los cuarenta y dos años y siempre será joven y siempre estaremos sacando su cadáver por la ventana. El mayor riesgo que corre hoy su obra es el de la canonización. Hasta ahora su estilo lo ha salvado de ir a parar al museo: es difícil neutralizar esa escritura, se opone frontalmente a la norma de hipercorrección que define el estilo medio de nuestra literatura.
Hay un extraño desvío en el lenguaje de Arlt, una relación de distancia y de extrañeza con la lengua materna, que es siempre la marca de un gran escritor. En este sentido nadie es menos argentino que Arlt (nadie más contrario a la «tradición argentina»): el que escribe es un extranjero, un recién llegado que se orienta con dificultad en el vértigo de una ciudad desconocida. Paradójicamente, la realidad se ha ido acercando cada vez más a la visión «excéntrica» de Roberto Arlt. Su obra puede leerse como una profecía: más que reflejar la realidad, sus libros han terminado por cifrar su forma futura.
Los relatos de Arlt (y en especial los extraordinarios cuentos africanos, que son uno de los puntos más altos de nuestra literatura) confirman que Arlt buscó siempre la narración en las formas duras del melodrama y en los usos populares de la cultura (los libros de divulgación científica, los manuales de sexología, las interpretaciones esotéricas de la Biblia, los relatos de viajes a países exóticos, las viejas tradiciones narrativas orientales, los casos de la crónica policial). La fascinación del relato pasa por el cine de Hollywood y el periodismo sensacionalista. La cultura de masas se apropia de los acontecimientos y los somete a la lógica del estereotipo y del escándalo. Arlt convierte ese espectáculo en la materia de sus textos. Sus relatos captan el núcleo paranoico del mundo moderno: el impacto de las ficciones públicas, la manipulación de la creencia, la invención de los hechos, la fragmentación del sentido, la lógica del complot.
Arlt es el más contemporáneo de nuestros escritores. Su cadáver sigue sobre la ciudad. La poleas y las cuerdas que lo sostienen forman parte de las máquinas y de las extrañas invenciones que mueven su ficción hacia el porvenir.
Literatura
«La abeja haragana» de Horacio Quiroga
Un cuento del escritor uruguayo publicado en su libro «Cuentos de la selva».

Published
2 meses agoon
22/01/2025
Había una vez en una colmena una abeja que no quería trabajar, es decir, recorría los árboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en vez de conservarlo para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.
Era, pues, una abeja haragana. Todas las mañanas apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la colmena, veía que hacía buen tiempo, se peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba entonces a volar, muy contenta del lindo día. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena, volvía a salir, y así se lo pasaba todo el día mientras las otras abejas se mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el alimento de las abejas recién nacidas.
Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el proceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas que están de guardia para cuidar que no entren bichos en la colmena. Estas abejas suelen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida y tienen el lomo pelado porque han perdido todos los pelos al rozar contra la puerta de la colmena.
Un día, pues, detuvieron a la abeja haragana cuando iba a entrar, diciéndole:
—Compañera: es necesario que trabajes, porque todas las abejas debemos trabajar.
La abejita contestó:
—Yo ando todo el día volando, y me canso mucho.
—No es cuestión de que te canses mucho —respondieron—, sino de que trabajes un poco. Es la primera advertencia que te hacemos.
Y diciendo así la dejaron pasar.
Pero la abeja haragana no se corregía. De modo que a la tarde siguiente las abejas que estaban de guardia le dijeron:
—Hay que trabajar, hermana.
Y ella respondió en seguida:
—¡Uno de estos días lo voy a hacer!
—No es cuestión de que lo hagas uno de estos días —le respondieron—, sino mañana mismo. Acuérdate de esto. Y la dejaron pasar.
Al anochecer siguiente se repitió la misma cosa. Antes de que le dijeran nada, la abejita exclamó:
—¡Si, sí, hermanas! ¡Ya me acuerdo de lo que he prometido!
—No es cuestión de que te acuerdes de lo prometido —le respondieron—, sino de que trabajes. Hoy es diecinueve de abril. Pues bien: trata de que mañana veinte, hayas traído una gota siquiera de miel. Y ahora, pasa.
Y diciendo esto, se apartaron para dejarla entrar.
Pero el veinte de abril pasó en vano como todos los demás. Con la diferencia de que al caer el sol el tiempo se descompuso y comenzó a soplar un viento frío.
La abejita haragana voló apresurada hacia su colmena, pensando en lo calentito que estaría allá adentro. Pero cuando quiso entrar, las abejas que estaban de guardia se lo impidieron.
—¡No se entra! —le dijeron fríamente.
—¡Yo quiero entrar! —clamó la abejita—. Esta es mi colmena.
—Esta es la colmena de unas pobres abejas trabajadoras le contestaron las otras—. No hay entrada para las haraganas.
—¡Mañana sin falta voy a trabajar! —insistió la abejita.
—No hay mañana para las que no trabajan— respondieron las abejas, que saben mucha filosofía.
Y diciendo esto la empujaron afuera.
La abejita, sin saber qué hacer, voló un rato aún; pero ya la noche caía y se veía apenas. Quiso cogerse de una hoja, y cayó al suelo. Tenía el cuerpo entumecido por el aire frío, y no podía volar más.
Arrastrándose entonces por el suelo, trepando y bajando de los palitos y piedritas, que le parecían montañas, llegó a la puerta de la colmena, al tiempo que comenzaban a caer frías gotas de lluvia.
—¡Ay, mi Dios! —clamó la desamparada—. Va a llover, y me voy a morir de frío. Y tentó entrar en la colmena.
Pero de nuevo le cerraron el paso.
—¡Perdón! —gimió la abeja—. ¡Déjenme entrar!
—Ya es tarde —le respondieron.
—¡Por favor, hermanas! ¡Tengo sueño!
—Es más tarde aún.
—¡Compañeras, por piedad! ¡Tengo frío!
—Imposible.
—¡Por última vez! ¡Me voy a morir! Entonces le dijeron:
—No, no morirás. Aprenderás en una sola noche lo que es el descanso ganado con el trabajo. Vete.
Y la echaron.
Entonces, temblando de frío, con las alas mojadas y tropezando, la abeja se arrastró, se arrastró hasta que de pronto rodó por un agujero; cayó rodando, mejor dicho, al fondo de una caverna.
Creyó que no iba a concluir nunca de bajar. Al fin llegó al fondo, y se halló bruscamente ante una víbora, una culebra verde de lomo color ladrillo, que la miraba enroscada y presta a lanzarse sobre ella.
En verdad, aquella caverna era el hueco de un árbol que habían trasplantado hacía tiempo, y que la culebra había elegido de guarida.
Las culebras comen abejas, que les gustan mucho. Por eso la abejita, al encontrarse ante su enemiga, murmuró cerrando los ojos:
—¡Adiós mi vida! Esta es la última hora que yo veo la luz.
Pero con gran sorpresa suya, la culebra no solamente no la devoró, sino que le dijo: —¿qué tal, abejita? No has de ser muy trabajadora para estar aquí a estas horas.
—Es cierto —murmuró la abeja—. No trabajo, y yo tengo la culpa.
—Siendo así —agregó la culebra, burlona—, voy a quitar del mundo a un mal bicho como tú. Te voy a comer, abeja.
La abeja, temblando, exclamo entonces: —¡No es justo eso, no es justo! No es justo que usted me coma porque es más fuerte que yo. Los hombres saben lo que es justicia.
—¡Ah, ah! —exclamó la culebra, enroscándose ligero —. ¿Tú crees que los hombres que les quitan la miel a ustedes son más justos, grandísima tonta?
—No, no es por eso por lo que nos quitan la miel —respondió la abeja.
—¿Y por qué, entonces?
—Porque son más inteligentes.
Así dijo la abejita. Pero la culebra se echó a reír, exclamando:
—¡Bueno! Con justicia o sin ella, te voy a comer, apróntate.
Y se echó atrás, para lanzarse sobre la abeja. Pero ésta exclamó:
—Usted hace eso porque es menos inteligente que yo.
—¿Yo menos inteligente que tú, mocosa? —se rió la culebra.
—Así es —afirmó la abeja.
—Pues bien —dijo la culebra—, vamos a verlo. Vamos a hacer dos pruebas. La que haga la prueba más rara, ésa gana. Si gano yo, te como.
—¿Y si gano yo? —preguntó la abejita.
—Si ganas tú —repuso su enemiga—, tienes el derecho de pasar la noche aquí, hasta que sea de día. ¿Te conviene?
—Aceptado —contestó la abeja.
La culebra se echó a reír de nuevo, porque se le había ocurrido una cosa que jamás podría hacer una abeja. Y he aquí lo que hizo:
Salió un instante afuera, tan velozmente que la abeja no tuvo tiempo de nada. Y volvió trayendo una cápsula de semillas de eucalipto, de un eucalipto que estaba al lado de la colmena y que le daba sombra.
Los muchachos hacen bailar como trompos esas cápsulas, y les llaman trompitos de eucalipto.
—Esto es lo que voy a hacer —dijo la culebra—. ¡Fíjate bien, atención!
Y arrollando vivamente la cola alrededor del trompito como un piolín la desenvolvió a toda velocidad, con tanta rapidez que el trompito quedó bailando y zumbando como un loco.
La culebra se reía, y con mucha razón, porque jamás una abeja ha hecho ni podrá hacer bailar a un trompito. Pero cuando el trompito, que se había quedado dormido zumbando, como les pasa a los trompos de naranjo, cayó por fin al suelo, la abeja dijo:
—Esa prueba es muy linda, y yo nunca podré hacer eso.
—Entonces, te como —exclamó la culebra.
—¡Un momento! Yo no puedo hacer eso: pero hago una cosa que nadie hace.
—¿Qué es eso?
—Desaparecer.
—¿Cómo? —exclamó la culebra, dando un salto de sorpresa—. ¿Desaparecer sin salir de aquí?
—Sin salir de aquí.
—¿Y sin esconderte en la tierra?
—Sin esconderme en la tierra.
—Pues bien, ¡hazlo! Y si no lo haces, te como en seguida — dijo la culebra.
El caso es que mientras el trompito bailaba, la abeja había tenido tiempo de examinar la caverna y había visto una plantita que crecía allí. Era un arbustillo, casi un yuyito, con grandes hojas del tamaño de una moneda de dos centavos.
La abeja se arrimó a la plantita, teniendo cuidado de no tocarla, y dijo así:
—Ahora me toca a mí, señora culebra. Me va a hacer el favor de darse vuelta, y contar hasta tres. Cuando diga «tres», búsqueme por todas partes, ¡ya no estaré más!
Y así pasó, en efecto. La culebra dijo rápidamente:» uno…, dos…, tres», y se volvió y abrió la boca cuan grande era, de sorpresa: allí no había nadie. Miró arriba, abajo, a todos lados, recorrió los rincones, la plantita, tanteó todo con la lengua. Inútil: la abeja había desaparecido.
La culebra comprendió entonces que, si su prueba del trompito era muy buena, la prueba de la abeja era simplemente extraordinaria. ¿Qué se había hecho?, ¿dónde estaba?
No había modo de hallarla.
—¡Bueno! —exclamó por fin—. Me doy por vencida. ¿Dónde estás?
Una voz que apenas se oía —la voz de la abejita— salió del medio de la cueva.
—¿No me vas a hacer nada? —dijo la voz—. ¿Puedo contar con tu juramento?
—Sí —respondió la culebra—. Te lo juro. ¿Dónde estás?
—Aquí —respondió la abejita, apareciendo súbitamente de entre una hoja cerrada de la plantita.
¿Qué había pasado? Una cosa muy sencilla: la plantita en cuestión era una sensitiva, muy común también aquí en Buenos Aires, y que tiene la particularidad de que sus hojas se cierran al menor contacto. Solamente que esta aventura pasaba en Misiones, donde la vegetación es muy rica, y por lo tanto muy grandes las hojas de las sensitivas. De aquí que, al contacto de la abeja, las hojas se cerraran, ocultando completamente al insecto.
La inteligencia de la culebra no había alcanzado nunca a darse cuenta de este fenómeno; pero la abeja lo había observado, y se aprovechaba de él para salvar su vida.
La culebra no dijo nada, pero quedó muy irritada con su derrota, tanto que la abeja pasó toda la noche recordando a su enemiga la promesa que había hecho de respetarla.
Fue una noche larga, interminable, que las dos pasaron arrimadas contra la pared más alta de la caverna, porque la tormenta se había desencadenado, y el agua entraba como un río adentro.
Hacía mucho frío, además, y adentro reinaba la oscuridad más completa. De cuando en cuando la culebra sentía impulsos de lanzarse sobre la abeja, y ésta creía entonces llegado el término de su vida.
Nunca, jamás, creyó la abejita que una noche podría ser tan fría, tan larga, tan horrible. Recordaba su vida anterior, durmiendo noche tras noche en la colmena, bien calentita, y lloraba entonces en silencio.
Cuando llegó el día, y salió el sol, porque el tiempo se había compuesto, la abejita voló y lloró otra vez en silencio ante la puerta de la colmena hecha por el esfuerzo de la familia. Las abejas de guardia la dejaron pasar sin decirle nada, porque comprendieron que la que volvía no era la paseandera haragana, sino una abeja que había hecho en sólo una noche un duro aprendizaje de la vida.
Así fue, en efecto. En adelante, ninguna como ella recogió tanto polen ni fabricó tanta miel. Y cuando el otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo aún tiempo de dar una última lección antes de morir a las jóvenes abejas que la rodeaban:
—No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo quien nos hace tan fuertes. Yo usé una sola vez de mi inteligencia, y fue para salvar mi vida. No habría necesitado de ese esfuerzo, sí hubiera trabajado como todas. Me he cansado tanto volando de aquí para allá, como trabajando. Lo que me faltaba era la noción del deber, que adquirí aquella noche. Trabajen, compañeras, pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos —la felicidad de todos— es muy superior a la fatiga de cada uno. A esto los hombres llaman ideal, y tienen razón. No hay otra filosofía en la vida de un hombre y de una abeja.

Por Alexander Derek Benites Negrete
Diario 1:
14/10/2058
¡Por fin! Después de años de investigación lo hemos logrado. ¡Creamos la máquina del tiempo! Nos hemos unido las mentes maestras del mundo Matías, Cristel y quien escribe esto, Alexander. Unos villanos, Pepe y Guillermo, también lo lograron, pero ellos han alterado el pasado. Tenemos tiempo limitado para arreglarlo o se alterará el presente. Todo esto estará en 3 diarios: el número uno está a mi cargo, el dos a cargo de Cristel y el tercero a cargo de Matías.
(Viajan en el tiempo)
16/09/1070
Primera parada, estamos aproximadamente por el año 1100 d.c. con los hermanos Ayar; en esta línea temporal, han alterado el canon al convencer a Ayar Manco, Ayar Uchu y Ayar Auca de no encerrar a Ayar Cachi; pero como no sabemos quechua no nos podemos comunicar con ellos.
17/09/1070
Nos quedamos el primer día practicando en duolingo, así que hoy Matías irá a convencerlos de encerrarlo, ya que es peligroso, mientras Cristel y yo nos quedamos protegiendo nuestra pequeña cabaña de madera, que se encuentra en un lugar montañoso, rocoso y con mucho sol, además de que tiene mucha vegetación.
(30 minutos después)
¡Matías ya volvió! Logró convencerlos, ya salvamos una de las líneas temporales, pero Pepe y Guillermo han alterado más……
11/08/1482
¡Hola!, este es el diario dos, soy Cristel y estoy a cargo de este diario, ahora hemos viajado a la época dorada del imperio incaico. En esta línea temporal han destruido los tambos, los cuales tenían muchas reservas de comida y, para rematar, también destruyeron los andenes y las qochas, dejando este imperio en cenizas. Ahora todo se ve gris, el suelo ya no es fértil, etc. Para ayudarlos iremos todos a apoyarlo a reconstruir; si lo hacemos bien, arreglaremos todo en menos de un año, tendremos que viajar por el Antisuyo, Collasuyo, Contisuyo y Chinchaysuyo.
(9 Meses y medio después)
¡Ya acabamos! Fue más fácil al ya saber quechua. Para no alterar el futuro, les dijimos que no nos den reconocimiento alguno; la misión fue un éxito y una delicia, ya que durante nuestra estancia comimos muchos alimentos, algunos de esos alimentos son la papa, el camote, la yuca, el chuño, el maíz, el cuy, la quinua, el pescado, la lúcuma, etc. Ahora sólo nos quedan dos líneas temporales más por salvar.
10/10/1524
En esta línea temporal, el trio de la conquista, conformado por Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Hernando de Luque, fue convencido de no zarpar por ser muy peligroso. El plan será que Alexander los haga cambiar de opinión, ya que en la vida los riesgos son necesarios.
(30 Minutos después)
¡Funcionó!, Alexander ya volvió y logró convencerlos de partir, la misión fue un éxito. Vamos por la última línea temporal.
08/04/1533
Ya llegamos a la última línea temporal. Estamos en la batalla de los españoles contra los incas, pero antes de que pudiéramos reaccionar encontramos a Pepe. Con un ataque sorpresa, lo lograríamos atrapar. Él me comentó que por más que nos esforcemos no lograríamos cambiar nada porque tenían planes para neutralizar tres de las principales causas de la caída del Tahuantinsuyo, así que tuvimos una reunión de emergencia. Matías comentó que deberíamos dividirnos y lograr que no se ejecutaran los planes. Alexander y yo asentimos con la cabeza. Justo antes de que nos fuéramos comenté: “¡Esperen!, mejor dejemos a Pepe con un aldeano para evitar que escape”.
“Cierto”, dijo Alexander. Así fuimos rápido a dejarlo; luego, nos dividimos de esta manera: Matías se encargará de efectuar la captura de Atahualpa, yo de hacer que los pueblos se unan al imperio español y Alexander de evitar que el chasqui le lleve la información de la cura de las enfermedades al Amauta. El primero en completar su misión fue Matías, ya que le comentó a Francisco Pizarro el plan principal y los planes alternativos de tal forma que ganó mucha confianza y aceptó.
Yo fui la segunda, porque les hice acordar a los pueblos todo lo que sufrieron cuando los conquistaron, y todos nos reunimos para la misión de Alexander, ya que no teníamos forma de saber dónde se encontraba el chasqui o la casa del Amauta. Al final, llegamos después del Amauta y cuando creímos que habíamos fallado, nos dimos cuenta que a Guillermo se le había olvidado traducir todo al idioma quechua, entonces rápidamente nos llevamos las hojas y las rompimos. Misión Completada, además las consecuencias de la caída de este imperio fueron la expansión del castellano y la religión católica, también hay cambios en la gastronomía y finalmente la pérdida de oro y plata.
¡Hi!, el que escribe esto es Matías, el cual está a cargo de este diario. Por fin volvimos a nuestro presente, sólo que nueve meses, dos semanas y tres días después, que es el tiempo que estuvimos en las líneas temporales. Nuestro presente está un poco cambiado, ya que nos demoramos mucho, ahora sólo toca esperar que todo vuelva a la normalidad. Alexander preguntó mientras tanto: “¿Por qué no vemos cómo cambió nuestro presente?”.
“Claro”, respondí. Así que fuimos a ver como cambió, primero observamos que al no zarpar los tres socios de la conquista, no trajeron alimentos esenciales como la lechuga, la uva, la lima (limón), el arroz, el trigo, el ajo, la cebolla, la carne de pollo y de vaca; luego, observamos que si el imperio incaico hubiera caído antes de la conquista por parte de los españoles, no llegarían a conquistar tanto, por lo cual no se juntarían con tantos pueblos, por lo que no tendríamos tan buena gastronomía, ya que este fue de los primeros sincretismos culturales del Perú. Cuando terminamos la caminata, Alexander dijo: “Bueno, finalmente lo logramos sólo queda esperar”.
“Sí”, dijimos Cristel y yo; de repente, Cristel dijo: “¡Esperen!, ¿Qué nos asegura que Guillermo no haya llevado cosas del presente para salvar a Pepe?” Hubo un silencio por unos dos segundos, hasta que comenté: “si ya lo han hecho tenemos que estar preparados, usaremos las botas voladoras y un gancho triple para cada uno, esto todavía no se ha acabado…” (CONTINUARÁ)
(*) Es el autor, nacido el 20 de abril del 2014. No envió su cuento inédito hasta el día de hoy, y espera que sea del agrado de todos.
Literatura
Comenzó la Ruta Lectora en SJL: Biblioteca sobre ruedas de la «Ruriteca Móvil»
Nuevo espacio literario en SJL

Published
4 meses agoon
30/11/2024
Con el objetivo de democratizar el acceso al libro y la lectura a la comunidad , la Municipalidad de San Juan de Lurigancho, a través de la Biblioteca Municipal Ciro Alegría inicia el recorrido de su servicio de extensión de biblioteca rodante.
RURITECA MÓVIL recorrerá parques, colegios, losas, barrios llevando lectura, talleres, juegos, para miles de escolares y familias, complementando los servicios culturales que habitualmente ofrece la biblioteca municipal ahora en todas partes del distrito.
La RURITECA MÓVIL, es una iniciativa del Alcalde Jesús Maldonado que surge como una respuesta a la necesidad de fomentar la lectura y la educación en zonas donde hay dificultad a acceso a servicios culturales.
Conoce la ruta lectora de la RURITECA MÓVIL:
📚Viernes 29 noviembre
I.E. Antenor Orrego (Zárate)
8:00 am – 5:00 pm
📚Lunes 02 diciembre
I.E. Micaela Bastidas (Motupe)
9:00 am – 4:00 pm
📚Miércoles 04 diciembre
I.E. Antonia Moreno de Cáceres (Mariscal Cáceres)
9:00 am a 4:00 pm
📚Viernes 6 de diciembre
I.E. 052 José Carlos Mariátegui
(Av. Ampliación Oeste s/n)
10:00 am a 1:00 pm
Turno Mañana primaria
📚Miércoles 11 diciembre
I.E. Gotitas de Amor
(Av. Héroes del Cenepa)
9:00 am – 4:00 pm
📚Jueves 12 diciembre
I.E. San José Obrero
(Mariscal Cáceres)
9:00 am – 4:00 pm
📚Domingo 15 de diciembre
Festival de Mangomarca
Parque Cívico Mangomarca
8:00 am a 9:00 pm
📚Martes 17 de diciembre
I.E. 128 La Libertad
(Urb. Inca Manco Capac)
2:00 pm a 5:00 pm
Turno tarde secundaria
Literatura
Padre e Hija Escritores Peruanos Reciben Distinciones Internacionales

Published
5 meses agoon
29/10/2024
En un emotivo evento celebrado en el Hotel Crowne Plaza de Miraflores, el periodista y escritor peruano Richard Morris Riofrio fue reconocido con dos distinciones internacionales por su novela histórica de ficción, “Rosalba de Altagracia”. La Lic. Issa Arguetas tuvo el honor de entregar estos prestigiosos reconocimientos, uno otorgado por la Real Academia de Arte y Literatura, Filial de los Estados Unidos de América, y el otro por el Consejo Mundial de la Paz, en el marco de su participación en el 1er Congreso Mundial de la Paz y las Artes celebrado en Michoacán, México, en 2024.
Richard Morris, quien también es Mensajero para la Paz de la ONU, se encuentra en el proceso de lanzamiento de su nueva novela de autoficción, “La Noticia Inversa”, un proyecto que promete generar un gran impacto en la comunidad literaria. Su compromiso con la paz y la promoción del arte continúa marcando su carrera como escritor.
Por su parte, su hija, Kiara Morris Rodríguez, a sus 13 años, ya es una figura destacada en el ámbito literario. Actualmente, es embajadora cultural del Bicentenario y recibió la Distinción Internacional Infantil Líder de Paz en Ecuador, otorgada por su contribución a la paz y la cultura. Su obra “Érase una vez en Moore” ha sido adaptada al teatro, lo que subraya su talento y su capacidad para conectar con diferentes públicos a través de las artes.
Ambos escritores representan un claro ejemplo del potencial creativo peruano, mostrando que la literatura puede ser un vehículo poderoso para la paz y la cultura. Richard y Kiara se han comprometido a seguir promoviendo el arte y la literatura, con la esperanza de inspirar a las futuras generaciones.
Literatura
Hijo de Mario Vargas Llosa afirma que su padre está bien de salud
Tras la cancelación del viaje de MVLL a Madrid para recibir un homenaje, y luego de filtrarse información que indicaba que su estado de salud se encuentra en un nivel muy delicado, su hijo Álvaro ha salido a responder que el Nobel ha tenido que reducir sus actividades debido a su avanzada edad.

Published
5 meses agoon
18/10/2024
El escritor Mario Vargas Llosa no asistió a la gala de la ‘Catedra Vargas Llosa’ en San Lorenzo de El Escorial en Madrid, en la cual iba a ser homenajeado y se quedó en Lima tras cancelar su viaje. En tanto, en su representación asistió su hijo Álvaro Vargas Llosa, quien aprovechó para afirmar que su padre, se encuentra bien. A pesar que su familia desde hace algunos meses se ha resistido a comentar sobre su real estado de salud.
«Mi padre tiene casi 89 años, está en el umbral de los 90 años, es una edad a la que uno tiene que reducir un poco la intensidad de sus actividades y él lo ha hecho», afirmó el hijo del Nobel de Literatura en un acto público.

Álvaro, además mencionó que la familia está “muy unida” y que su madre Patricia, “está muy pendiente de su padre”, y que “probablemente estará en Perú hasta fin de año” y que no puede dar una fecha exacta para su próximo viaje.
Literatura
Han Kang se convierte en la primera escritora surcoreana en ganar el Premio Nobel de Literatura
Escritora se impuso a autores como Can Xue, Haruki Murakami o Anne Carson, quienes se encontraban entre los más voceados.

Published
6 meses agoon
10/10/2024
Contra todo pronóstico, la Academia Sueca decidió otorgarle el Premio Nobel de Literatura a la escritora surcoreana Han Kang, quien fue galardonada “por su intensa prosa poética, que saca a la luz traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana”, según declaró el secretario permanente de la Academia, Mats Malm.
Para los miembros del jurado, la autora ilumina la “conexión entre el cuerpo y el alma, los vivos y los muertos”, y su “estilo experimental” supone una innovación en la prosa contemporánea.
La escritora de 53 años es hija del también escritor Han Seung –won. Nació en Gwangju en 1970, pero creció en Seúl desde los once años. Estudió Literatura Coreana en la Universidad Yonsej de Seúl y se licenció en 1993. Debutó con poemas que aparecieron en la revista Literatura y Sociedad, pero se dio a conocer como prosista.
En 1994, ganó el premio literario del periódico Seoul Shinmun. Posteriormente, publicó varios volúmenes de relatos. En 1999, ganó el premio a la mejor novela coreana. En 2000, el «Premio para Jóvenes Artistas de Hoy», del ministerio de Cultura y Turismo. Y, por último, en 2005, el premio de Literatura Yi-Sang.
La reciente galardonada con el Nobel de Literatura ha trabajado como periodista para las revistas Water of the Deep Spring, Journal of Publications y Spring. Su primera novela, La vegetariana (2007), fue llevada al cine en 2010 y recibió el prestigioso premio Booker Internacional en 2016. Está traducida al castellano, al igual que otra novela suya, La clase de griego. En la actualidad, Han enseña escritura creativa en el Instituto de las Artes de Seúl.

Un galardón inesperado
Como todos los años, las especulaciones sobre los posibles galardonados no se hicieron esperar. El chino Can Xue, la canadiense Anne Carson, el escritor indio-británico Salman Rushdie y el japonés Haruki Murakami eran considerados candidatos prometedores. Algunos se consideran ya eternos favoritos y, una vez más, se han ido con las manos vacías.
Después del Nobel de la Paz, el de Literatura es el más reconocido. Los galardonados y sus editores también se benefician de ello gracias al aumento de la demanda de libros.
Según contó Mats Malm, secretario permanente de la Academia Sueca, cuando llamó a la autora para comunicarle la buena noticia, Han Kang estaba almorzando con su hijo. La escritora ha prometido acudir a Estocolmo para la ceremonia de entrega del galardón, el 10 de diciembre.
Literatura
Jack Martínez, de mototaxista en SJL a ser catedrático de Literatura en Nueva York
Escritor peruano es en la actualidad profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Hamilton.

Published
7 meses agoon
12/09/2024
Sus primeros diez años los pasó en las alturas de La Oroya (Pasco), entre recios obreros de la mina como su padre, bares de mala muerte donde no era extraño ver a uno que otro borrachín, olor a azufre y tierra recién escarbada. La madre de Jack Martínez siempre quiso una mejor vida para su menor hijo; es así que no lo pensó dos veces cuando la empresa donde laboraba su esposo le ofreció vivir en la capital.
Fue así que el pequeño Jack, ya de 11 años, y su madre llegaron al convulso y desordenado distrito de San Juan de Lurigancho (SJL).
“La primera vez que llegué nos bajamos en lo que era el último paradero de ese arenal, que hoy es la estación Santa Rosa. No recuerdo una noche tan oscura. Sin luz eléctrica, eran chozas y había que tantear con los pies para avanzar y así fue que llegamos. Al día siguiente, al despertar, lo primero que sentí fue el sol terrible sobre la arena (era verano). Fue un choque fuerte. No solo en lo material, sino también en lo cultural”, recuerda Jack.
De esta etapa rescata que pudo conocer un micropaís ahí y crecer con ellos positivamente; “había gente que venía del norte, del sur, de la selva. Gente que se veía diferente a mí y yo diferente a ellos. Crecí junto con el distrito. Recuerdo la primera vez que pusieron el agua y desagüe, fue una fiesta para todos”, relata el escritor para la agencia Andina. Hasta los 16 años, Jack fue parte de la educación estatal, y aunque su vocación y talento no afloraron de inmediato, fue la tradición oral la que lo hizo acercarse a este mundo.
Soñaba con ser periodista deportivo y Ovación era su dial favorito. La academia preuniversitaria era el paso obligado si quería estudiar Comunicación Social en la Universidad San Marcos.
Sin embargo, tuvo un extraordinario profesor que les narraba con gran habilidad diversos contenidos y que una vez delante del jovencísisimo Jack recibió su paga en efectivo.
“Dije , ¡wao! yo quiero que me paguen así… quiero ser profesor. Y comencé a leer. Así postulé a Literatura e ingresé… mis compañeros venían de distintas realidades. Fue impactante ver a compañeros que en lugar de una mochila llevaban sus libros en bolsas de plástico negras y otros que gozaban de muchas comodidades y vivían en lugares que jamás había visitado”. Fueron encuentros que la vida le planteó.
Sin tenerla fácil, en plena crisis, Jack tuvo en aquel entonces trabajar también como mototaxista para solventarse, contando con el apoyo familiar.
De ahí, el Icpna le abriría sus puertas y conocería el mundo de las exposiciones y así pasaron cinco años.
“Un amigo regresó al Perú tras estar becado y él me guió por ese camino y decidí apostar”. Dejó la zona segura, la locura de dejar todo lo establecido e irse a estudiar. “Creo que mi familia pensaba que bromeaba y no me tomaban muy en serio. Igual seguí adelante y cuando llegó el momento le dije a mi novia ´(hoy mi esposa) que me iba y si quería irse también”, recuerda.
“Después de seis años de ese primer viaje, logré invitar a mi mamá. Antes creía seguro que trabajaba en algo más y que lo de la beca era un invento para dorar la píldora, pero luego vio que todo era real”, señala con orgullo tras culminar su maestría en la Universidad de Connecticut.
Al año siguiente, obtuvo otra beca para el doctorado en Northwestern (Chicago). Durante sus años de doctorado, además de investigar y escribir la tesis, publicó su primera novela, Bajo la sombra (2014), que tuvo excelente recepción crítica. En el 2017 se gradúo como doctor y publicó su segunda novela, Sustitución. También ese año empezó como profesor en la Universidad de Hamilton, en Nueva York.

En el 2024 acaba de publicar su tercera novela, Te he seguido. En la Universidad de Hamilton enseña escritura creativa, formando jóvenes escritores. También enseña literatura peruana, promoviendo nuestra rica tradición en los estudiantes estadounidenses.

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