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CUENTO: MI PRIMERA PARTIDA

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La partida había empezado sin querer, como quien mata el rato, luego de rehusarme varias veces.

–Mejor mañana, cuando nos juntemos con los demás –le dije a Gumer, pero él insistió y, sin darme cuenta, ya estábamos ahí, sentados en una banqueta de la plaza Francia.

Yo era joven, tímido, ajeno aún al rugido hambriento de la ciudad. Tenía veinte años. Habían transcurrido dos desde mi llegada a Lima. Me maravillaba el tranvía y las luces de noche, pero había demasiado movimiento. No lograba acostumbrarme.

-Mi reino por un caballo –dijo Gumer, mientras avanzaba su alfil negro, atenazando a mi caballo y amenazando a mi rey con un jaque. Barajé las posibilidades: podía librar a mi rey, pero mi caballo estaba perdido.

Lima también me tenía en jaque, pero yo seguía dándole pelea. Había conseguido un trabajo en el Arzobispado de Lima y fungía también como conserje en un pequeño edificio del Tambo de Belén a cambio de contar con un lugar donde vivir, cortesía de unas monjas que trabajaban conmigo en la sede religiosa. Raulito Saldarriaga, mi vecino del segundo piso, era quien prestaba su casa todos los viernes para nuestras reuniones. Éramos ocho o nueve personas las que nunca faltábamos a la cita. Gumer era el más entusiasta. Fue él quien propuso reemplazar los naipes por el ajedrez.

Debo reconocer que al principio me aburría. Era cansino esperar a que movieran las piezas; el juego era lento, complicado, demasiado analítico y silencioso, a diferencia del barullo que acompañaba a los dados y los naipes. Pero cualquier cosa terminaba siendo mejor que quedarme sólo en mi covacha, extrañando a la familia que había dejado tras las montañas. Gumer, Raulito: todos ellos se habían convertido en mi única compañía; los únicos que me aceptaban porque eran migrantes como yo; porque también habían crecido en el campo. Así que llegaba de mi trabajo en el arzobispado y subía a grandes trancos hasta el segundo piso para jugar con ellos. Finalmente el tablero y las fichas se impusieron.

Gumer había llegado hacía un par de meses, desde Piura. En todas las reuniones mostraba con orgullo su carné de la federación peruana de ajedrez y aseguraba haber logrado unos cuantos trofeos. “Es hora de hacer cosas importantes”, decía, señalando las piezas. Su esposa, Justina, que tenía ocho meses de embarazo, siempre se daba tiempo para visitarnos. Traía cerveza y bocadillos, y se quedaba viendo algunas partidas, en las que Gumer solía partirnos el seso, el orgullo y hasta el alma.

“Con esto te volverás un campeón”, me dijo Gumer un día, mientras caminábamos por el Jirón de la unión: En sus manos tenía una cartilla de ajedrez. “Es tuyo”, Te lo regalo.

Como si eso no fuera suficiente, me prestó un tablero y unas fichas. Decidí intentarlo.

Me encerré en mi covacha para aprender lecciones fundamentales y movidas maestras, aprendí muchas aperturas y movimientos de defensa. No era un prodigio y sin embargo, viernes tras viernes, mi pericia en las partidas iba en franco ascenso y mi gusto por el ajedrez crecía con ello. Ya no era tan fácil derrotarme. Ya podía darles lucha.

-¿Sabes por qué elegí el ajedrez? – me preguntó Gumer, mientras tomaba mi caballo y lo retiraba del tablero. La tarde había caído y las luces de la plaza Francia empezaban a encenderse.

-Ni idea –respondí.

-Porque es un combate fiero. Un combate arduo que solo gana aquel que tiene la mente lúcida y clara. No hay fuerza, destreza o factor externo que influya en el juego. Aquí se imponen las ideas. Es como la vida misma, es como lo que necesita este país, compadre.

Ya le había escuchado decir algo parecido una reunión anterior, cuando uno de los muchachos leía en el periódico las declaraciones del presidente Belaúnde. Gumer borró con su mano las fichas del tablero y despotricó en contra del gobierno. Después vitoreó al campesinado. Decía que las elecciones no habían sido claras, que le habían arrebatado el triunfo a Haya De La Torre, y con un golpe militar habían puesto a Belaunde en el trono. Yo le restaba importancia a sus rabietas, la política no me interesaba. Raulito Saldarriaga, sin inmutarse, recogió las piezas y pidió que siguiéramos jugando. Dejamos su rabieta de lado, bebimos, y nos olvidamos del incidente.

-Se me ha hecho tarde Gumer, debo ir a dormir –le dije, mientras lo veía guardar mi caballo blanco en la caja de fichas. Ya era de noche en la plaza. Algunas personas cruzaban presurosas regresando del trabajo, cargando bolsas de compras. –Mañana jugamos otra partida en la casa de Raúl, ¿Qué dices?

Gumer clavó sus ojos en mí.

-No. Esta partida está muy buena –respondió tras un momento-. ¿Ya has aprendido el cifrado?, ¿la nomenclatura? Apunta la partida y la continuamos mañana por la noche.

Apunté la posición del tablero tal como lo había aprendido en la cartilla de ajedrez. Gumer lo revisó y me miró mientras asentía con la cabeza. –Vas bien, compadre. Pronto te presentaré a Capablanca.

Dobló el papel y lo metió en el bolsillo de su saco. Yo no sabía quién era Capablanca. Caminamos hacia Tambo de Belén. Al llegar al edificio, Gumer me acompañó hasta mi covacha, estrechó mi mano y subió las escaleras. Antes de irse, me dijo:

-¿Sabes? Conversé con Justina. Quisiéramos que seas el padrino de nuestro hijo.

Asentí gustoso y nos dimos un abrazo fuerte. –Cuenta con ello, Gumer –le dije. Subió por las escaleras, pero se detuvo en el rellano: me saludó con el brazo izquierdo en alto y el puño cerrado.

Al día siguiente tuve que hacer algunas cobranzas extras para el Arzobispado, a solicitud de las monjas. No lograba desocuparme, miraba mi reloj con desesperación, con la certeza de que no llegaría a tiempo a la reunión de los viernes. Pensé en Gumer. Me estaría esperando para concluir nuestro duelo. Los minutos volaban y yo no terminaba de cuadrar los recibos.

Salí con dos horas de retraso del Arzobispado. Apuré el paso pensando en mi compadre Gumer y en las pocas cervezas que debían quedar en el departamento de Raulito Saldarriaga.

Al llegar, noté que la puerta del edificio estaba abierta. Supuse que los muchachos habían salido a comprar más licor. Me molestó su descuido. Subí a trancos hasta el segundo piso con el afán de increpar a los que se hubieran quedado, pero la puerta del departamento de Raulito también se hallaba abierta. La chapa estaba rota. Habían algunos naipes y piezas de ajedrez regados en la entrada. Empujé la puerta con cierto temor, y el silencio hizo que el chirrido de las bisagras tuviera un efecto tétrico sobre mí. Afuera, el ruido de los autos me devolvía a la realidad. Lo pensé un poco antes de entrar.

Lo primero que vi fue el piso: había vasos rotos y cervezas regadas por toda la sala; las piezas de ajedrez y los tableros también habían volado por doquier. La mesa de juego estaba echada y las sillas, tendidas por el suelo, lucían rotas, como si hubiera ocurrido una gran gresca. El resto de la casa lucía el mismo desorden: Los aparadores y cómodas tenían los cajones abiertos, vacíos; la ropa estaba regada por el piso. Había incluso unas manchas de sangre en el baño. Un destello de lucidez me puso en alerta. Decidí salir.

El pánico casi me mata al llegar a la puerta. En un principio la oscuridad no me permitió reconocer a la figura que yacía parada en la entrada. Era Justina, la esposa de Gumer.

-Se los han llevado a todos. Ha sido horrible –repetía mientras lloraba a mares. Traté de calmarla, pero era en vano.

-¿Qué ha pasado, Justina? ¿Quiénes han sido? –le pregunté.

-Los de la PIP. Los policías han venido y se los han cargado a todos.

Justina tenía las manos en su barriga, como protegiendo al bebé que cargaba en su vientre. Sin embargo vi que algo caía entre sus piernas. Era un libro. Lo recogí. Era un volumen de Carlos Marx. Justina se llevó las manos al rostro y entonces cayeron algunos libros más: Engels, Lenin. Eran libros rojos, lo sabía, pero mi cabeza no funcionaba con claridad. Justina me llevó al tercer piso, donde vivía con Gumer. Mi asombro fue mayor al ver fotos del Ché Guevara y muchos panfletos que hablaban sobre Hugo Blanco, el FIR, la revolución y el comunismo. Justina, en su desesperación, había intentado inútilmente pasar algunos de ellos por el wáter. Le dije que iría a la comisaría, que seguramente había algún malentendido.

-¡No vayas! –me suplicó- Ellos no entienden. Te van a encerrar con los demás. Por eso nos vinimos a Lima. Yo le pedí a Gumer que buscara un trabajo y que se olvide de estas cosas. Pero ya ves que él no puede, no entiende.

Un dolor la aquejó. Me pidió que la ayude a sentarse. Llevó las manos a su barriga y gimió. Rogué para que se tratara de otro libro, pero Justina había roto la fuente. Con mucha dificultad la llevé en un taxi a la maternidad de Lima. Pensé en dejarla internada e irme, pero no pude hacerlo. Decidí esperar mientras fumaba un cigarrillo tras otro.

Mientras fumaba, pensé en Gumer y en el resto de amigos. No podía explicarme qué había ocurrido, por qué se los habían llevado de esa manera. Le di muchas vueltas al asunto, recordando los libros rojos, los panfletos del FIR, hasta que me quedé dormido.

Luego de unas horas, la voz de una enfermera me despertó.

-¿Señor?

Abrí los ojos. No sabía dónde estaba.

-Es un niño precioso, señor. Lo felicito. ¿Quiere conocer a su hijo?

Supuse que sería un poco difícil explicar lo ocurrido. Gumer habría querido conocer a su hijo y, ya que yo era el padrino, pensé que debía hacerlo en su nombre. Asentí. La enfermera me llevó hasta la habitación de Justina.

El niño se parecía mucho a su padre.

-¿Qué nombre la va a poner? –preguntó la enfermera.

Le dije que la mamá tenía la última palabra. Justina, entre sollozos, pidió que le pusieran mi nombre.

-No merece llamarse como su padre –me dijo. Tomó mi mano.

Dejé a Justina en el hospital con la promesa de visitarla. Le juré que regresaría con rosas y un regalo para mi ahijado. Retorné al edificio pensando que las monjas del Arzobispado me echarían a la calle al encontrar los destrozos. Sin embargo, hallé la puerta cerrada. Luego escuché ruido en el segundo piso. Subí con cierto temor. La puerta seguía rota, pero ya no había naipes ni fichas regadas en la entrada.

–No te quedes ahí parado, cojudo –me dijo una voz-. Entra y ayúdame.

Era Raulito Saldarriaga. Estaba barriendo la sala. Me quedé mirándolo, incrédulo, como si se tratara de un fantasma.

-Ese Gumer era un extremista –me dijo-. La policía lo andaba buscando desde hace meses, cojudo. Has tenido suerte de no estar acá. Nos han levado, nos han sacado la mierda y luego nos llevaron al Sexto, ¿te imaginas?, ¡al Sexto!

Vi los moretones en el rostro de Raulito y sentí pena. Le conté sobre Justina.

-Pobrecita –me dijo-.. Dudo mucho que Gumer salga. Estaba bien metido con los rojos, compadre, hasta el cuello.

No me dijo más y siguió limpiando. Decidí echarle una mano. Barrí los vidrios rotos y recogí algunas piezas de ajedrez que guardaba dentro de una bolsa. Me senté en la mesa a contar las piezas: había reunido un juego de ajedrez completo. Aunque las piezas no eran iguales, tenía treintaidós fichas, lo cual bastaba para mí. Tomé un tablero. Luego metí todo en una caja. Raulito me miró y esbozó una sonrisa.

-Llévatelo si gustas. No quiero saber nada con ese juego de mierda.

Eso hice. Y pasé muchos días revisando jugadas y aprendiendo nuevas aperturas. Terminé todos los ejercicios del libro que me había regalado Gumer. Los fui practicando poco a poco, a veces en el hospital, mientras atendían a Justina; algunas veces en el trabajo, durante la hora del almuerzo y en las noches, sobre todo los días viernes, cuando comenzaba a sentirme solo y extrañaba las reuniones con los muchachos. A veces me topaba con Raulito Saldarriaga, que me saludaba nervioso y apuraba el paso. Supe que lo habían echado del trabajo. Supe también que, algunos días después del incidente en su departamento, la policía había empezado a liberar a todos los arrestados. A todos, menos a Gumer. Finalmente, las monjas decidieron contratar a un nuevo conserje y tuve que empezar a empacar las pocas cosas de valor que tenía. Hice mi último recorrido por el edificio y aproveché en recoger la correspondencia.

Había un sobre a mi nombre.

Era una carta de la penitenciaría, remitida por Gumer. Al abrirla, encontré una hoja sucia y arrugada donde estaba apuntado, de mi puño y letra, la posición de una partida pendiente. Gumer sólo había añadido una breve pregunta en el viejo papel: “¿La terminamos?”

Indagué por el día de visitas en la penitenciaría y acudí a pesar de las advertencias de Raulito Saldarriaga y de la misma Justina, de que me podía meter en serios problemas. En la penitenciaría había mucha gente esperando por familiares o amigos recluidos. Se abrió una reja. Vi a un hombre delgado, de rostro solitario. Sin quitarme la mirada de encima se acercó. Tomó asiento. Entonces hizo una mueca a modo de sonrisa y me habló con voz apagada:

-¿Listo?

Saqué mi tablero, acomodé las piezas y reiniciamos el duelo. Gumer arremetía, pero yo me defendía dignamente. Recordé lo importante que era controlar el centro del tablero, así logré tomar algunas piezas que le restaron ofensiva a mi contrincante. Tras cada una de mis jugadas, Gumer me miraba y movía su cabeza con un gesto de aprobación. Finalmente, entre mi torre y mi dama logré encerrar a su rey.

-Jaque Mate –le dije.

Sonó un timbre en el ambiente. Un guardia abrió una enorme reja y otros, que rodeaban la sala de visitas, empezaron a llevarse a los presos. Gumer acercó su mano ante el rey vencido y, con el golpe de un dedo, lo echó sobre el tablero.

Mientras el rey rodaba entre los escaques, Gumer se puso de pie y cerró por un momento sus ojos. Parecía meditar algo. Luego se retiró a paso lento. De vez en cuando volteaba a mirarme. Yo seguía ahí, seguro de que no volvería a verlo, pensando en mis maletas y en mi nueva covacha del Jirón de la unión. Luego me fui sin mirar atrás, con un extraño sabor a pena y orgullo. Había ganado mi primera partida.

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Luis Humberto Moreno Córdova (Lima 1979) Escritor, estudió Gestión de Recursos Humanos en la universidad de San Martín de Porres. Ha publicado su libro de cuentos "La horas imperfectas".

Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Ochenta años de Juan Ojeda

Elogio del máximo poeta peruano del último medio siglo.

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Juan Ojeda, leyenda de la poesía peruana, que hace medio siglo ofrendó su existencia carnal en el altar de su propio delirio sobre el asfalto de la cuadra 23 de la Avenida Arequipa, hoy cumpliría ochenta años.

Poeta de grandes ambiciones y profundas intuiciones conjugó una erudición real (no impostada al modo de los seguidores de Pound) con la turbulencia de un ánima sacudida por el estruendo de lo extraordinario y lo infernal.

Su poesía es el testimonio de alguien que quiso ver el paraíso en medio de las ruinas de su propio ser y terminó arrancándose los ojos, aunque atisbó los predios celestiales puestos al fin sobre la tierra al alcance de cualquiera (como nos indica su poema “Elogio de la infancia”) aunque no dejó, ni por un instante, su posición muy bien anclada en medio de las riberas de la muerte y el olvido.

Quienes dicen que este escritor genera ciertas resistencias no calibran o no se atreven a exponer con claridad la incapacidad del literato promedio para profundizar en el vasto imaginario ojediano. Tal es así que basta una conversación con cualquiera que algo sepa sobre la poesía hecha en Perú para que se evidencie una total admiración por el aeda porteño y un entendimiento ecuménico respecto de su determinación como el mayor poeta peruano del último medio siglo.

Sin embargo, hay mucho de mala suerte en el devenir de Ojeda. Tres veces le preparamos sendos homenajes junto a Rafo León y siempre pasó algo que evitó su realización (lo que nunca pasó con ningún otro autor en el curso de los 245 episodios de la última proyección de Libertad Bajo Palabra).

Luego, debe haber cierto cálculo político de mucha gente en el soslayamiento de este intrincado autor, pues si se le posiciona, ipso facto, la mayoría de los poetas del sesenta y setenta desaparecerían de sus puestos actuales excepto Hinostroza.

Quizás, el regionalismo en boga haya resultado contraproducente puesto que en Chimbote hay una suerte de apropiación del aeda (hasta una suerte de celo) que dificulta las relaciones públicas en torno al ensalzamiento del vate.

Tal vez, incluso, los marcos tan limitados de la crítica académica en boga mucho más afincada en los estudios culturales que en la propia literatura tenga algo que ver y ni se diga de la crítica a secas que prácticamente no existe.

En fin, bienaventurados sean todos aquellos que entiendan.

(Columna publicada en Diario UNO)

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Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Tres años sin Luis Bedoya Reyes

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La muerte de Bedoya, hace tres años, constituyó la partida de un hombre que se dedicó a la política en un medio muy difícil (casi imposible, de hecho: el Perú) y que tuvo una prestancia existencial más o menos hidalga, no exenta de tropiezos y excesos, pero la vida es así y no hay nadie perfecto.

En algún momento, quizás llevado por la retórica cuando el finado cumplió cien años, incidí en el exceso de llamarlo “estadista”, pero esa expresión fue eso, precisamente, un exceso o, en todo caso, un involuntario gesto “político”.

Es un estadista, claro, si lo comparamos con López Aliaga o con Antauro (con Castillo ni se diga) o con cualquier candidato actual, pero esta circunstancia solo nos demuestra una realidad infernal que debe ser alterada por y para el bienestar de la población: el Perú nunca ha tenido estadistas ni políticos de gran proyección (nunca, salvo en los años veinte y treinta del siglo pasado).

En este sentido, la generación de Bedoya tuvo varios buenos gerentes, pero nada más puesto que, en general, nunca llegó a ofrecer una lectura propia de la realidad nacional y de nuestros procesos históricos, ni un gran plan nacional, ni un programa político contundente, ni, mucho menos, una esperanza en un futuro mejor para todos.

En el orden de lo hasta aquí expuesto, el enaltecimiento o el desdén que produjo el deceso del fundador del PPC, partido sumamente desgastado ahora mismo, pero que nunca tuvo ningún propósito mayúsculo o trascendental (toda la verdad tiene que ser dicha), nos demuestra la falta de equilibrio y de un sentido crítico justo respecto de su memoria.

Así, no faltan ni faltarán quienes sobredimensionen la construcción del Zanjón que es positiva, sin duda alguna, si se le compara con la nada, pero que, en realidad, solo refleja el subdesarrollo ingente que siempre ha afectado al país incluso en el nivel de las inteligencias y los individuos, sobre todo, los políticos, ¿acaso no hubiera sido una proyección más ambiciosa y digna de elogios la construcción de un tren subterráneo como han tenido las grandes metrópolis del mundo desde hace más de cien años o la implementación de nuevas redes de tranvías?

Por el otro lado, se le juzga o le juzgarán con demasiado encono los que critiquen el caso Cromotex, (sesgadamente, claro) dejando, al mismo tiempo, muy tranquilo a Cerpa Cartolini, que era uno de los principales dirigentes en el sindicato correspondiente, cuyo fin de vida es ampliamente conocido dada su valía en la estructura jerárquica del MRTA. Entonces, un desalojo altamente violento de la fábrica Cromotex debió ser evitado, pero no puede hacerse responsable solo a Bedoya (que era el abogado de Mussiris, dueño de la empresa), sino, también, a los que exacerbaron el ánimo de los obreros.

¿Hasta cuándo se insistirá en la villanía de justificar todas las acciones del bando con el que uno simpatiza solo por esa razón? Por otro lado, es interesante que esto sucediera, precisamente en plena realización de la Asamblea Constituyente que no pocos de los izquierdistas de aquellos tiempos detestaban aun en el seno de la misma institución asambleísta. Critica, autocrítica y más crítica, siempre.

Asimismo, no faltan ni faltarán los que denuncien la debilidad de Bedoya cuando supo las turbias actividades de su hijo Luis Bedoya de Vivanco junto a Montesinos. En este caso, la conducta de los “críticos” aquí nominados exhibe no solo la impiedad sino el puritanismo en boga de no pocos termocéfalos, ¿acaso querían que él mismo flagelara a su hijo y lo depositara dentro de la cárcel para que puedan afirmar que actuó conforme a los estándares enfermizos que le exigen a todos en este mundo siempre y cuando no sean partícipes de sus argollas?
Por supuesto, el viejo derechista debió quedarse callado o ser más duro y cabal, pero esa debilidad respecto de su hijo lo muestra mucho más humano y vulnerable que tanto censor y reprimido presumiblemente hipócrita que pontifica sobre moral todo el tiempo sin entender ni atender razones y argumentos. Este trance dificilísimo y vergonzoso que se derivó de la develación pública del vladivideo pertinente, por otro lado, reflejó, también, la precariedad criolla del buen Tucán pues no era un coloso, pero tampoco un desgraciado que iba a hundir aún más a su hijo solo porque así lo han dispuesto los inquisidores sin vida de siempre. Quizás, este extremo de no haber sido un desgraciado es lo más halagüeño que se pueda decir de un político peruano.

Hay que reconocer en el famoso líder pepecista, sí, un gran sentido de lo pragmático (que, paradójicamente, le jugó en contra pues le impido ser más visionario) y una acertada exaltación de las clases medias, pero nada más. Se podría decir que fue casi lo mismo que Belaunde aunque con más malicia y criollismo de por medio y mucho más carácter.
Tengo la impresión de que hubiera hecho un gobierno mucho mejor que cualquier gobierno del arquitecto, pero la gente tan negativa que ha tenido papeles más o menos importantes en el PPC los últimos treinta años acaso se hubieran empoderado de una manera mucho más grave que la de Kouri y CIA si el Tucán hubiera gobernado al país entero alguna vez, así que lo que no sucedió, en este caso, está muy bien que no haya sucedido. En todo caso, no se le puede endilgar a un hombre las consecuencias de las instituciones que haya fundado, pero sí se puede ver la calidad del legado que ha dejado.

Finalmente, el legado concreto de Bedoya no es demasiado brillante, pero es inconmensurable al lado de cualquier político de los últimos 30 años. Lo preocupante es por qué no han surgido políticos con mejores condiciones, talentos y aptitudes que asuman los puestos siempre vacantes de legítimos padres de la patria. Es muy necesario que se puedan cubrir todos estos puestos vacantes, pronto.

Además, debemos agregar que el último caballero de la política peruana partió de esta tierra un 18 de Marzo de hace tres años y la congoja que embargó a sus familiares y amigos aun cuando no pueda ser compartida por todos sí debería ser objeto de reflexión por todos los que se muestran interesados en la política no solo como un atajo a la cumbre del lobbysmo y el confort a costa de la integridad y la moral sino como una manifestación de la actividad más importante a la que un buen ciudadano se puede dedicar luego de haber asumido una responsabilidad cívica plena.

Piénsese en todo esto en tanto se desea que el legado público del buen Tucán pase a mejores manos..
¡Pax Vobiscum!

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Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Retrato de un antireferente social a la deriva

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Catilina era como Fouché, pero encontró a su máximo crítico en Cicerón, que lo destruyó. El otro se supo mover con más sigilo y ese acaso sea su mayor mérito.

Sobre los hombros de Catilina y Fouché no puede edificarse nada sino las heces de una nación. Sin embargo, sin alcantarillas, ninguna entidad moderna se sostiene. Es decir, acaso la existencia de gente como ellos sea necesaria y hasta funcional, pero no sirven para fundar una nación, sino un club de ladrones o una sociedad bien organizada para delinquir a todo dar.
Todo esto no significa que los grandes hombres no sean, también, grandes maliciosos que hacen y deshacen todo tipo de negocios, pero no solo son eso.

En este sentido, Roma fue César, pero también, Cicerón…e, incluso, Catilina.
El Perú, en cambio, no es ni una cosa ni la otra aunque proliferan émulos tácitos de Fouché que ni siquiera saben de la existencia del retorcido francés y seguidores inconscientes de Catilina (los que son legión).

El Perú, ante esta circunstancia, solo sigue muriendo y no hay ni homenajes ni ejemplares individuos que enaltezcan y superen a los grandes tribunos del pasado que nunca llegaron al poder (acaso una exhibición del ensañamiento de la fortuna contra el país entero), pero que tuvieron óptimas condiciones personales para ejercer el gobierno. Y esto es doblemente grave porque fueron muy pocos los merecedores de este honor (es obvio que el país siempre tuvo un déficit de grandes hombres, etc.) y al ser tan pocos deberían ser enaltecidos, el doble, el triple…

Así, se ha pasado el 13 de Febrero sin que a nadie le importe Sánchez Carrión y este mismo 22 que ya casi acaba, sin que ni los apristas (mayoritariamente) hayan ensalzado a Haya de la Torre. Siendo que estas dos fechas deberían ser conmemoraciones de júbilo nacional, las ruinas actuales del país, no hallan una mejor fundamentación que esta ignorancia y esta desidia que va a la par del encumbramiento de tipejos que no deberían servir ni siquiera como operadores políticos, pero que asumen no solo cargos públicos, sino, incluso, de representación en la estructura de sus propios “partidos”. ¡Anathema!

Tal es así que podemos indicar sin exagerar que una de las mayores desgracias nacionales es que cualquiera llega a ejercer el poder sin tener ningún talento para tales funciones
Si se atribuye todo esto al favor de los dioses y no se advierte que todo esto es solo el ensañamiento de todos ellos no solo contra el país sino contra los supuestos favorecidos, no se ha entendido absolutamente nada. Véase, sino, el destino final de los presidentes del presente siglo.

P.S.
Fouché era genial (aunque repudiable, al mismo tiempo), pero no era un hombre como Mario o Sila. Entiendo porque le fascina a mucha gente medianamente instruida, pero ni la misma Francia se habría levantado teniéndolo al frente. Lo que es curioso porque no se habría levantado sin tenerlo en las catacumbas.

Acaso sea necesaria la presencia de gente como Fouché, pero no constituye ni puede desearse que constituyan a una nación.

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Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Once Upon a Time in Hollywood: Nadie es invencible

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En “Once Upon a Time in Hollywood” se sugiere que Alí habría matado a Bruce Lee si hubieran peleado alguna vez. Al parecer, el mismo Bruce habría dicho algo en ese sentido. Objetivamente, solo si Bruce hubiera dominado el Dim Mak (como un Tanaka, según “Bloodsport”) o algún golpe letal semejante, podría haberle hecho daño al gran campeón inmortal de los pesos pesados del box.

Pero, nadie es invencible y, así, en la realidad, Alí nunca le dio la revancha a Foreman por “The Rumble in the Jungle” (Kinshasa, 30 de Octubre de 1974). De haberlo hecho, George lo habría matado…

En la película de Tarantino, Cliff Booth dice que si un tipo como Bruce peleara contra Alí, sería un cadáver en cuestión de minutos y no solo aniquila totalmente la jactancia del actor chino-estadounidense sino que hasta le da a probar el sabor de uno de los vehículos del set contra el que hace volar al capo artista marcial.

Pero, detuvieron la pelea. De haber seguido, el volumen y poder físico del otro habrían auspiciado no los mejores resultados para Bruce dado que alguien de peso inferior puede ganarle a otro más pesado si tiene un dominio mayor de las artes de la pelea, pero si los contendientes van más o menos parejos en técnica, el peso es decisivo y, por eso, existen las categorías en casi todas las artes marciales.

Volviendo al caso de Alí, que roza la maravilla pura, puesto que el solo hecho de haberse impuesto a Foreman, que había destruido a oponentes con los que Alí había sufrido para ganar o que incluso le habían ganado de forma durísima (el caso de Frazier es el más relevante y trágico), implica un ejercicio de pundonor e inteligencia pocas veces visto en un ring. Por ello debe decirse que su victoria sobre Foreman fue similar a las mayores proezas que ha cantado la épica ya que era tan imposible como matar a un dragón aún en el mundo de la fantasía.
Muy bien, Alí derrotó a Foreman con astucia y un enorme control mental, no fajándose de pe a pa como había pasado en su enfrentamiento con Frazier (quien le hizo mucho daño con su artillería dactilar). Dicho sea de paso, el modo en el que Foreman había acabado con el gran Smoking Joe (cuando todos gritaban que George detuviera la masacre porque parecía que iba a matar al campeón en el ring), solo hacia presagiar que Alí sino salía lisiado, por lo menos, se tendría que retirar del boxeo. Es en ese punto en el que se da a notar la leyenda de aquel combate sobre el que se han escrito libros como The Fight (1975) de Norman Mailer (acaso el mayor documento literario boxistico de la historia) y se han hecho películas (p.ej. Ali -2001- de Michael Mann) al respecto.

En síntesis, Alí era incomparable y un gran boxeador, acaso el más grande de todos los tiempos, pero nunca más le dio la revancha a Foreman y el otro quedó tan estupefacto que, quizás, tampoco la pidió. Pero, con la lección aprendida y con el orden psicológico adecuado, a Alí no podría haberle ido mejor que a Frazier.

Todo esto no pasó, pero podría haber pasado. Tal vez, en esta hipotética revancha de “The Rumble in the Jungle”, Alí nos habría sorprendido con alguna nueva treta improvisada en el acto o quizás no.

En todo caso, larga vida a Alí y a Bruce, a Foreman y a Frazier que nos sirven para recordar, en este día y para siempre, que nadie es invencible.

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Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Lima, Arguedas y Alegría

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El 18 de Enero es un día complicado en la historia de Lima. Tal es así que no pocos se preguntan si hay algo que celebrar en esta fecha habida cuenta que el centralismo capitalino es uno de los más grandes lastres que padece el país desde el punto de vista de la administración pública y la política. Además, otros tantos contraponen a la fundación española de Lima, el nacimiento de José María Arguedas, como si fuesen dos realidades inconciliables.

Se enfrentan, así, dos formas de entender el Perú que no son edificantes ni concluyentes y se dejan de lado muchas cosas. Se olvida, por ejemplo, que, un día como hoy, pero en 1883, Lima estaba bajo el poder execrable de los invasores chilenos debido a una traición de Piérola que evitó la arremetida de Cáceres sobre la turba sureña alcoholizada luego del incendio de Chorrillos.

Se olvida, también, a los héroes de la resistencia de Miraflores. Se olvidan los vicios de Lima y la gran crítica que formula en su contra Thorndike en “El Año de la Barbarie”, a caballo entre el burdel y el convento, el sahumerio y la cocaína, etc.

Se olvida como Lima ha encumbrado y aun encumbra a los grandes negocios al margen de la ley y las grandes mecidas de los más grandes corruptos y, al mismo tiempo, destruye a sus poetas más notables y los sepulta como si fueran cualquier desperdicio en una secuencia ininterrumpida que va desde Martín Adán hasta Carlos Oliva.

En lo particular, cada uno de estos temas da mucho que pensar, pero debo señalar algunos elementos de crítica respecto de Arguedas y el aniversario de su nacimiento.

Evidentemente, el desarrollo de este problema requiere una cierta extensión que no voy a realizar ahora, pero sí puedo adelantar que se ha sobredimensionado a Arguedas por puro utilitarismo político.

A Ciro Alegría, en cambio, se le ha soslayado siguiendo la misma pauta de valoración política antes que literaria, aunque con un resultado inverso. He allí un equívoco y una injusticia. Además, una canallada.

Sin duda, Arguedas es un escritor más o menos importante en la tradición narrativa peruana (siempre muy alicaída en líneas generales), pero no es por eso que se le celebra sino por una cierta idea de peruanidad que no se puede compartir salvo que se asuma la derrota como un factor definitivo. Él mismo no puede ser un modelo de lo que debe ser un peruano. Sensible, sí, pero débil. Patriota, sí, pero con la vista puesta demasiado abajo y en el pasado. Tenía fe en cambiar el mundo, pero escogió una opción inviable para todo aquel que sea un genuino amante de la libertad.

Amaba al país, o a cierta idea de país, pero desestimaba la completud del mismo. En este punto, se debe oponer a Chocano, cuya visión integradora otorga más bríos a la identidad nacional. Pero, claro, los enclenques (como los vocingleros de las redes que no aguantan un round en ninguna parte ni pueden escribir un artículo de oposición salvo ligeras proposiciones pseudoinsultativas) son legión en el Perú y no pueden enaltecer a un individuo fuerte y de carácter por lo que deben recurrir perennemente a alguien más dolido y digno de conmiseración.

Alegría, por otro lado, es mucho más valioso que Arguedas no solo por la calidad poética de su prosa* sino que fue, tanto en el nivel de las obras como en lo personal, un tipo mucho más entero cuya obra sí debería ser puesta en primer plano en el imaginario colectivo puesto que es mucho más edificante ya que presenta una forma de vida mestiza menos triste y vencida que la arguediana, pero su tendencia política, acaso más escéptica y lúcida, provoca resquemores y se hace imperdonable. También, se enumera en su contra que haya sido aprista pese a que dejó ese partido en 1948, cuando ya no se podía hacer mucho por él.

Me sorprende, solo en este sentido, la ceguera de la intelligentzia nacional que no ha hecho de un libro como “El Mundo es Ancho y Ajeno”, ¡vaya título sublevante!, una carta de indignación fundamental entre otras cosas.

Respecto del 489 aniversario de Lima solo cabe apuntar que no existe ninguna necesidad más primordial que restarle hegemonía a la capital para que la descentralización sea una posibilidad concreta y no el embuste que es en gran parte en la actualidad y para que la democracia sea al fin una realidad.

El Perú debe dejar de identificarse con Lima pues hasta ahora lo que se enaltece en una fecha como esta es un pasado totalmente inexistente y no las múltiples variaciones de una Lima que dejó de ser “limeña” cuando el desborde popular y la irrupción de las barriadas en el mapa de la tres veces coronada Ciudad de los Reyes.

Claro está que este último propósito deberá ser realizado por políticos genuinamente pensantes y no por los vacuos exponentes del gobierno presente como López Aliaga y todos sus adláteres.

*”El nombre del perro se entendía, pues era más gris que Wanka, ¿pero el de ésta? Sin embargo, nadie preguntó al Simón la razón de ese apelativo. Él mismo, tal vez, la ignoraba. Wanka fue una aguerrida tribu del tiempo incaico. LA PALABRA, ACASO, LE BROTÓ DEL PECHO COMO BROTA UNA ESTRELLA DE LA SOMBRA. “Wanka”, dijo con el acento que habría podido emplear para decir: “He allí un bravo destino”. Y no hay que extrañarse de que fuera así, tratándose de un perro”.

Ciro Alegría. Los Perros Hambrientos (II Historias de perros).

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Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Recordando a Pablo Macera, tras cuatro años de su muerte

Hace cuatro años, falleció Pablo Macera. En esa ocasión escribí, ni bien me enteré de la noticia, unas reflexiones que aún considero vigentes y por eso las comparto ahora, en el aniversario de su muerte.

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Es difícil pensar el Perú, peor aún es esforzarse por su transformación o por encauzar su dirección (su falta de dirección). Quienes lo intentan, generalmente, pagan caro esa osadía, esa vanidad, esa voluntad de sacrificio (según el carácter y la intención de cada uno). Macera en su debilidad errática (anterior, aún, a su inclusión en el Fujimorismo) representa, como pocos, varias de las consecuencias que lleva amar al Perú y no poder hacer nada con él ni por él. ¡Paz a sus huesos!

Es muy importante ver en la muerte de Macera una gran posibilidad para atender a la larga lista de personalidades cuyo paso a la Historia se ha frustrado por propia mano, pero añadiéndole la carga de una desgracia particular, debida, quizás, a la estructura de beneficios (escasos) y maltratos (innumerables) que el Perú brinda a sus intelectuales. Por ello, en sus años de senectud, en lugar de ser un anciano venerable que orientase al país y a los gobiernos que se iban turnando decidió servir al fujimorismo en el período en el que este movimiento político ya no tenía ni siquiera la ambición utópica de engendrar una justificación, es decir, el tercer periodo del Fujimorato, el más arbitrario de aquella mediocre dictadura.

Acaso haya creído, en cierto arrebato falsamente taumatúrgico, que Fujimori nunca iba a dejar el poder y por eso quiso entrar allí para iluminar al autócrata que solo se supeditaba a la bestia montesinista. Error carísimo, desde luego, pero que en nada es incoherente con sus ambiguas presuposiciones antidemocráticas. Recuérdese que fue durante años una especie de oráculo de la izquierda más radical del país, aunque ilustrada, claro, Por lo tanto, su viraje hacia el autoritarismo, con ansias o visos de perpetuidad, dispuesto en el inicio del siglo XXI por Alberto Fujimori debió parecerle ideal para mostrarse como un estadista y ese fue su gran error.

La otra posibilidad de su viraje es el aseguramiento económico y las ansias de disfrutar del poder, ambos hechos que no resultan distantes de lo propuesto en el párrafo anterior ni le restan nada a sus móviles, pues es humano procurar lo mejor para cada uno, aunque no necesariamente a costa de la ética. Por eso, inicie este texto reflexionando sobre cómo se truncan los destinos de aquellos con posibilidades de pasar a la Historia en nuestro país.

Lo interesante es que nunca abjuró de sus acciones, ni las explicó en ensayos ni artículos pese a que esta era una posibilidad muy concreta para alguien de su oficio y talento. Tampoco expuso en alguna entrevista o comentario público una explicación exhaustiva de su conducta, acto soberbio o testimonio tácito, acaso, de su vergüenza.

Por otro lado, Macera parecía poder escribir sobre cualquier tema. No en vano fue uno de los últimos discípulos de Porras Barrenechea, entre los que, también, destacó, un famoso Premio Nobel, el único peruano hasta la fecha. En todo caso, sus horizontes culturales le facilitaban usar la pluma para adentrarse en distintas áreas del conocimiento humano. En general, la historia, el arte y la política, no le fueron para nada ajenas. En lo particular, la historia peruana republicana y prehispánica, la pintura andina y el arte amazónico tampoco estuvieron lejos de su vista. En este sentido, podría decirse que fue un renacentista, mas sus oscilantes convicciones e ideas políticas extremas, apenas aligeradas en su vejez, lo configuraron como uno de los intelectuales más severos de la segunda mitad del siglo XX.

Seguro sus defensores dirán que su paso por el fujimorismo no opacó su lucidez. Indudablemente, estamos de acuerdo con este punto de vista, pese a que hemos señalado que ese paso fue un error tremendo, pero ese gesto en concordancia con su ideología previa, izquierdista y radical, ilustran la normalidad de su supuesto cambio de camino.

En todo caso, es una pena su fallecimiento porque era inteligente, pero es una lástima que en los últimos años no haya tenido una participación activa en el debate público. Es, también, una pena que no haya llegado a ser el maestro y orientador del país que pudo llegar a ser tal cual se correspondía con sus condiciones y facultades. Tanto por la desfachatada falta de seriedad y de enfoque que le endilgaron sus contemporáneos pese a su demoledor talento argumentativo (un par de páginas de “El Pez en el Agua” ejemplifican este punto muy bien) como por su paso por los predios fujimoristas, nunca pudo legar al Perú la “obra” que se esperaba de sus dones naturales, al igual que tantos otros grandes prospectos intelectuales y tampoco pudo constituirse en el mandarín intelectual y moral que la sociedad peruana echó y echa de menos.

Su final no solo nos recuerda las infinitas distancias que existen entre el Perú y los grandes imperios y naciones que hubo en el mundo como Roma, por ejemplo, donde un Pablo Macera tranquilamente podría haber sido una suerte de Padre de la Patria, en tanto que aquí solo fue un escritor al que no se le pueden rendir mayores honores pese a haberse dedicado a pensar el Perú como muy pocos. Considero que este detalle último es más trágico que cualquier pérdida física.

(Texto incluido en 200 IMÁGENES CRÍTICAS DEL PERÚ ANTE EL BICENTENARIO (LA VERDAD OCULTA) de PERCY VILCHEZ SALVATIERRA)

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Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Elogio de una mujer cuyo nombre es sinónimo del Cielo

Mi madre ha cumplió 66 años y es una genia a la que no le he rendido todos los homenajes que merece así que empiezo ahora mismo.

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En todo el tiempo que llevamos juntos hemos tenido una relación que solo se puede comparar con el océano, bello a veces, a veces borrascoso, siempre sobrenatural. Y dado que no soy marino ni buzo, siempre ha sido como un misterio y creo que no me he atrevido a mirar a mi madre a fondo en el curso de todos estos años. No sé a qué le tendría miedo o lo sé muy bien lo que para este caso viene a ser lo mismo.

En tanto que, en relación al carácter, en apariencia, soy cercano a mi padre, he descubierto, sobre todo, tras algunos meses de convivencia en familia, gracias a la pandemia, que mis sentimientos, mi rebeldía y hasta ciertas formas de entender el mundo tienen absolutamente todo que ver con mi madre.

Le debo todo, por otro lado, y, seguramente, habrá mil formas mejores para poder apreciar y enunciar lo que una buena madre significa para un hijo pero para mí, ahora y siempre, su solo nombre ha sido el sinónimo absoluto del Cielo…y como el cielo siempre ha compendiado todas las posibilidades de la emoción más pura, el color más claro, la calma más divina y la tormenta más tremenda.

Creo que, sin dos o tres impulsos fundamentales realizados por mi madre, seguramente, sería un tipo mucho más ordinario. Por ejemplo, algo de lo más grande que hizo por mí y que siempre voy a encumbrar en mis recuerdos es que me haya inscrito en dos cursos hermosos que, a la postre, serían mis únicos contactos con el arte hasta que ya estuve grande y me las busqué por mí mismo. Me refiero a las clases de cerámica y expresión corporal que llevé en el verano de 1990 en el Museo de Arte de Lima. Sin esa experiencia no habría robustecido al artista que siempre llevé dentro de mí, quizás en el lado más honesto y puro que tengo. Esos cursos maravillosos me hicieron creer que era un escultor y un actor pero lo más bonito es que íbamos solo los cuatro, mi madre y mis hermanos, y éramos felices en ese momento hasta que al término del año siguiente todas nuestras vidas dieron un vuelco inmenso y no hubo más arte ni serenidad por largo tiempo.

Francamente, es por ella que he estudiado todo lo que he estudiado desde una perspectiva académica o profesional. Es decir, que todo lo que he leído y escrito desde una óptica no académica es por mi cuenta y no hubiera requerido ir a la universidad para satisfacerme. De hecho, los miles de libros que he leído y las miles de páginas que he escrito fueron realizados 

solo para satisfacer mi apetito de conocimiento y sabiduría, pero todo lo que corresponde a mis títulos profesionales y posgrados, ha sido hecho por y para mi madre.

Sucede que mi madre no pudo estudiar más en su época de juventud, por mil razones y problemas que no vienen al caso referir, y hubo algo así como un mal entendido respecto de esa circunstancia, pero no existe ningún problema, mi madre es genial. Entonces, yo estudié todo lo que he estudiado para demostrar que mi madre también podría haberlo hecho y esa ha sido una manera de agradecerle y de mostrar que soy capaz de sacrificarme por las personas que amo porque, la verdad, siempre me aburrí en los predios universitarios y aun en la maestría última que acabé hace unos años. De hecho, debo confesar que me matriculé en ella no solo para aprender la parte operativa del ejercicio gubernamental, la administración pública, y porque, al fin, vivía bajo un cierto orden y porque vale bastante tener una credencial académica cuando uno está en esta disciplina, pero, sobre todo, para que mi madre esté orgullosa y para que sepa que su sangre lo puede todo y porque estoy muy orgulloso de ser su hijo.

Mi madre es cristiana y aprista y muy crítica con esas dos pasiones tanto así que no deja que cualquiera se meta, de mala onda, con ellas, aunque sea la primera en criticar lo que debe ser criticado. Es brava, cuando quiere. De hecho, cuando está molesta es terrible y hace correr a cualquiera pero cuando está en paz es una santa. Desde que es abuela de Domenica es más santa que otra cosa pero, como a toda santa, el demonio de la cólera la tienta cada cierto tiempo y casi me dan ganas, pese a mi desdén de la teología, de agradecerle a Dios que ya no se desate más.

Gracias, madre amada, Isabel Salvatierra, por la vida y por la música, por tus sueños y por tus manos, por tu dureza y tu calidez. Gracias por todo. Te amo y aunque tengo mucho que escribir basta esto por hoy. Sigamos celebrando… Y recuerda que aún hoy para mí, tu solo nombre (mamá Isabel) es un sinónimo absoluto del Paraíso.

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Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Pedro Suárez Vertiz ha muerto

Lee la columna de Percy Vílchez Salvatierra

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Pedro Suárez Vértiz ha muerto. Fue un músico técnicamente eficaz y mesurado de gran criterio comercial, que expone una suculenta paradoja. Por un lado, fue un baladista extraordinario (pese a asomarse siempre hasta el borde de la cursilería).

Por otro lado, malacostumbró a sus adeptos al facilismo y la mediocridad durante casi cuatro décadas con canciones vacías y más o menos demagógicas (tanto en Arena Hash como en su faceta solista).

Claro que el arte puede ser entretenimiento, pero ser solo eso sin tener ninguna pretensión mayor (ya sea existencial, intelectual, o, incluso, social) es un desatino y un gesto demasiado complaciente con la realidad y con uno mismo.

Sé que hay mucha gente de mi edad que escuchaba al tipo, pero, siempre en la onda de comparar, dudo que cualquiera que haya disfrutado de buena música y de exploraciones trascendentales genuinas pueda hacer una defensa de la obra del finado. Sin embargo, me sorprende que gente impensada en términos de rock (conocidos cumbieros y merengueros) deploren la partida de PSV. Eso implica que, se quiera o no, aproximó una propuesta aparentemente rockera a las masas y eso en un país como el Perú es otro mérito suyo que debe resaltarse, pese al núcleo de la presente exposición.

Tenía talento y oído, también oficio y técnica, pero, también, una desvergüenza tremenda en torno a la ambición estética de sus producciones. Siendo que hasta los Beatles aprovechaban para ser profundos de vez en cuando, e, incluso, los Stones agregaron a su repertorio más vacío canciones como Gimme Shelter o Sympathy for the devil, auténticas exploraciones de la profundidad de la experiencia humana que no se limita a minucias, el hombre que era un gran admirador de estos dos grupos no tenía ninguna justificación.

Ni siquiera puede considerarse que su propuesta haya sido rockera salvo en su faceta más superflua y pop. No niego que en algunas canciones haya tenido pincelazos e intuiciones como sucede en Me elevé o Sentimiento increíble; tampoco, que tenga tres grandes baladas que seguramente son de lo mejor que se ha compuesto en el Perú en las últimas décadas como ¿Cómo te va mi amor?, Sé que todo ha acabado ya o No pensé que era amor (lo que lo vuelve acaso el mayor baladista nacional), pero todo eso es insuficiente y lo consagra, en todo caso, como un baladista, no como un rockero.

De haber sido argentino habría sido otro Miguel Mateos, pues no aguanta un round con Carlos Alberto Solari o Luca Prodan. Ni siquiera con Cerati (a quien no aprecio aunque valoro varias canciones suyas de modo singular y excepcional por su virtuosismo guitarrero sobre todo).
Su obra estuvo plenamente destinada y fue creada con el único objetivo de vender y eso es más o menos un mérito y tuvo éxito, pero acabó siendo un desperdicio. Si siquiera tuviera un disco de propuestas personales y arriesgadas, pero no.

Su proyección internacional fue insuficiente porque su propuesta era demasiado local y porque no tenía realmente nada importante que proponer pese a la excelsitud de sus baladas.
Como buen peruano, abusó de la cotidianeidad y la ridiculez sobre todo en sus temas de mayor alcance comercial.

Halagar sus records de ventas es como calibrar que los deplorables libros más vendidos en las librerías no piratas son los grandes referentes de la literatura actual.

Su última etapa como comentarista de actualidad acaso sea lo que mayores elogios debe producir pues defendía sus puntos de vista (en cierta medida conservadores) con desenfado y honestidad por lo que fue objeto del odio de los resentidos sociales y los pseudomoralistas más despreciables del país. Ese debe haber sido el mayor mérito de sus últimos años.

Salud por ello aunque, por lo demás, representó como ningún otro el facilismo del artista peruano que cree que con solo lograr una ejecución técnica decente ya hizo suficiente sin entender que sin riesgo, sin disposición de trascendencia y sin aspiración de profundidad solo se pueden crear obras menores.

Su apoyo al Fujimorismo en nada lo desacredita y es exactamente proporcional al de cualquiera que haya apoyado a la subdesarrollada y nociva izquierda peruana aún cuando siempre se finjan los depositarios de la moral encubriendo malamente sus tendencias antidemocráticas y proviolentistas ya sean estas revolucionarias o, incluso, terroristas.
Aun así fue superior a la casi entera totalidad de exponentes del rock subterráneo que fueron sus coetáneos.

¡Pax Vobiscum!

Pese a lo expuesto cabe recordar que lo más rollingstoniano qué se escuchó nunca en la escena del rock peruano, muy comercial y muy bien hecho, con la simple rasposidad lujuriosa del más eficaz rock n’ roll y el saxofón de Jean Pierre Magnet inspirado como si fuera una réplica del capo Bobby Keys (legendario saxofonista de los Stones) fue la interpretación de Globo de gas durante el Festival de la Cerveza Cusqueña de 1995 ( https://youtu.be/v3Z2dUjmMlM?si=KLabPW7tn8NFnDso).

¡Requiescat In Pace!

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