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Literatura

CUENTO: «La Certeza» de Luis Humberto Moreno Córdova

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LA CERTEZA

Por Luis Humberto Moreno Córdova


                    

Luego de quince minutos bajo el sol, Edwin notó que la cola empezó a avanzar, y terminó bajo techo, detrás de cinco tipos, haciendo cola al lado de una puerta. Ignacia, su prima, le había jurado que no era necesario llevar un currículo “di que vas de parte mía nomás”, le dijo, pero Edwin recordaba las palabras de su tío Jacinto: “el orden y la presencia entra por los ojos, Edwincito”. Por ello se había tomado unos minutos para encontrar a un mecanógrafo en la avenida Arenales, que redactó su currículo de inmediato. Por suerte, Edwin tenía una vieja foto de la escuela, que pudo pegar en la esquina superior de la primera hoja. Siente que ha hecho bien. Ignacia puede decir lo que quiera, pero su mundo es la cocina.

El edificio en el que entró parecía restaurado, se fijó en algunas  paredes que todavía necesitaban una mano de pintura, incluso un enlucido. El podía hacer algo de eso, por un sencillo. Había ayudado a su padre en muchas construcciones cuando niño. Sintió nostalgia. Vio algunos afiches colgados en el pasadizo con el mismo nombre que vio en la entrada del edificio: “Nazaret”. Dos tipos pasaron a su lado con cámaras de video. Tenían el paso presuroso, murmuraban algunas cosas. Una señora de ojos diminutos bajo unos lentes enormes apareció de pronto por la puerta. Les pidió a todos los de la cola que pasaran a la oficina. Edwin abrió el folder manila y revisó su currículo. Los demás tenían las manos vacías.

La oficina le produjo claustrofobia. Había una ventana pequeña por donde apenas se filtraba la enorme luz solar que minutos antes había estado a punto de calcinarlo; había también unas sillas metálicas plegables, un escritorio, más afiches con fotos de palomas, océanos, cruces, corderos, con el mismo nombre que vio en la entrada y en los afiches del pasadizo. En una vitrina, Edwin notó unos folletines de hojas breves; algunos a color, otros en blanco y negro. Notó también unos libros pequeños, pero gruesos. Estiró el cuello para leer el nombre estampado en letras doradas: “sagrada biblia”.

Un hombre obseso, entrado en el ocaso de la vida, entró a la oficina. Llevaba una camisa blanca, impecable, como si recién la hubiera comprado. Estaba planchada a la perfección, sin una sola arruga. Su pantalón de terno era negro, de ahí nacían dos tirantes que cruzaban la camisa con disciplina; todo su atuendo estaba rematado por dos zapatos negros, charolados, y una corbata lila, al agua. Tenía unos lentes gruesos, Edwin los encontró similares a los que usaba su tío Jacinto. Su cabello era cano absoluto, muy pegado, y en su muñeca brillaba un reloj de oro, que a Edwin le hizo pensar en algún tesoro español.

La confianza de Edwin trastabilló cuando escuchó que el hombre empezó a saludar a los cuatro candidatos por su nombre. Les daba un palmazo en el hombro, como si los conociera de antes. Y en efecto, así era. El hombre les preguntó por familiares e hijos, y todos respondieron con palabras breves, que completaban una historia mayor: “mi hija está bien, logré matricularla en el colegio”; “el Tomasito está grande, me apenó que usted no pudiera bautizarlo”. Edwin se asustó al ver que el hombre se le acercaba. No sabía que decir. Finalmente cuando lo tuvo delante, Edwin estiró su mano sudorosa. El hombre le apretó los huesos hasta casi hacerlos crujir.

-Y tú, ¿quién eres?

-Edwin, señor, Edwin Chonta, vengo de parte de la señora Ignacia.

El hombre cerró los ojos un momento, movió su quijada de un lado a otro, luego pareció despegar de su sitio.

-Ah, Ignacita. Si, si, si. Gran colaboradora.

Edwin sonrió, aliviado. Los otros tipos se sentaron en las sillas metálicas.

-Mucho gusto –añadió el hombre-. Soy el pastor Gamaniel.

Edwin asintió, con la certeza de que el hombre esperaba una reacción más vivaz.

-Bueno, Edwin. Edwin, ¿verdad? Toma asiento.

-He traído mi currículo –dijo Edwin, con voz altanera. Los tipos que estaban sentados soltaron una risita sardónica.

-No es necesario, hijo –dijo el pastor Gamaniel-: Todos somos iguales en la casa de Dios.

Edwin comprendió que su currículo no sería necesario, pero si todos eran iguales, ¿quién sería entonces su jefe? Preocupado, se sentó a lado de los otros tipos. El calor empezó a sofocarlo, por lo que decidió abanicarse con el folder manila, cuyo contenido ya no valía la pena. Edwin pensó en los dos soles que gastó en vano con el mecanógrafo, se hubiera podido comprar una Coca-Cola helada con eso.

El pastor tomó asiento frente al escritorio. Edwin se fijó en varios papeles con sellos, notas, memorandos. Le parece más el escritorio de una oficina que el de una iglesia. ¡Claro que él había trabajado en una oficina!, lo hizo la vez que Ignacia lo jaló para trabajar como técnico en limpieza. Era un trabajo sencillo. Tenía que aspirar las alfombras del segundo piso de un banco en Paseo de la república, cerca a la zona financiera de San Isidro. El horario era nocturno, con el segundo piso del edificio para él sólo. Los gerentes de las oficinas le dejaban sus llaves para que aspire sus oficinas. Esas eran oficinas, no el cuartito asfixiante en el que se encontraba ahora. Tuvo que dejar el empleo por el horario, cuando dejó embarazada a su novia. Ella consiguió un trabajo en atención al cliente. Le pagaban bien, setecientos soles mensuales, pero el horario también era de noche. Edwin tuvo que dejar el empleo para cuidar al bebé. Era lo mejor.

-Lo que quiero que hagan es lo de siempre –dijo el pastor, luego apretó los labios y meneó la cabeza-. La gente, la gente está perdiendo la fe. Hemos pedido a nuestros fieles que traigan a un amigo, a un vecino, para que escuche la palabra, para que reciba el mensaje del señor.

El calor le humedecía la camisa, Edwin empezó a abanicarse con más fuerza, pero la mirada del pastor lo detuvo.

-Y ustedes, ustedes son lo más importante en esto. Ya saben como es. Necesito vuestra ayuda; el señor necesita vuestra ayuda.

El pastor subía la voz cuando se refería al “señor”. Pronunciaba la palabra con énfasis, como si al hacerlo quisiera que ésta se clavara en el corazón de cada uno de ellos. Edwin vio que los hombres asentían, cruzaban algunas palabras, pero sin lucir convencidos. Decidió levantar la mano.

-¿Si? –dijo el pastor Gamaniel. Edwin intentó ponerse de pie, pero el pastor, con una seña de su mano, le pidió que se quedara en su sitio.

-Disculpe pastor –pregunta Edwin con una vocecita sin fe-, pero, ¿qué es exactamente eso importante que tenemos que hacer?

Los tipos volvieron a reír. El pastor carraspeó, los regresó al silencio. La puerta de la oficina se abrió de repente, la señora de ojos diminutos y lentes enormes entró. Tenía un saco colgado en su brazo.

-Estamos listos, pastor –dijo, entregándole el saco. El pastor palmeó sus rodillas con ambas manos antes de ponerse de pie.

-Bien. Edwin, ve con él –dijo, señalando al tipo que Edwin tenía a su lado-. Te dirá que es lo que tienes que hacer.

El pastor, con la ayuda de la mujer de lentes enormes, logró colocarse el saco, no sin esfuerzo. Luego volteó a ver a sus nuevos reclutas.

-Como siempre, muchachos, les pido mucha discreción, mucha fe. Que el señor los acompañe.

Edwin volvió a notar la inflexión al momento de mencionar al hacedor. Vio a pastor desaparecer por la puerta. Tres tipos lo siguieron. El tipo que el pastor había señalado, le tendió la mano.

-Hola, choche –le dijo mientras sacudía su mano con exageración-, a mí me llaman Cucharita.

-Edwin Chonta…

-Sí, si. Ya sé, huevas. Ven conmigo.

Salieron por el pasadizo. Edwin miraba hacía todos los rincones, intrigado por los afiches, la gente que iba de un lado a otro. Doblaron a la derecha, a la izquierda, luego Edwin perdió la noción del trayecto. Una enorme puerta los detuvo. Dos hombres vestidos de terno, con rostro enjuto, se les acercaron.

-Somos parte del soporte –dijo Cucharita.

Los tipos de seguridad abrieron la puerta. Dentro, un enorme salón, con tres filas de bancas de madera y asientos de plástico, donde al menos trescientas personas cantaban alabanzas. Frente a ellos había un altar de madera, con velas a los costados y un atril para leer la Biblia. Al fondo, una enorme sábana blanca con una paloma y un océano calmo sobre el cual se podía leer el nombre de Iglesia Bíblica de Nazaret.

-Vamos por acá, huevas –volvió a decir Cucharita, apurándolo con unas palmaditas en el brazo.

-Me llamo Edwin, oe.

-Ya lo sé, huevas.

Edwin vio que su compañero caminó hasta la última banca. Decidió seguirlo. Encontró a Cucharita empinado, moviendo la cabeza de un lado a otro.

-Ya está. A nosotros nos toca en la tercera zona. Vamos.

Mientras caminaban, Edwin notó que la gente dejó de cantar, para dar paso a una voz gruesa que emergió por los altoparlantes. “Y ahora, recibamos, a nuestro querido pastor, el hermano ¡Gamaniel… Alcarazo… Reyes!”

Por un segundo, Edwin estuvo convencido de que sonaría la campana de box, pero no fue así, En cambio, la gente empezó a aplaudir tímidamente, mientras una música de fondo entonaba un himno de alabanza cuya letra se distorsionaba por lo alto del volumen.

-Aquí –le dijo Cucharita, casi empujándolo-. Entra aquí.

Estaban a pocos metros del altar, en la zona de las bancas de madera. Edwin se fijó en las personas que lo rodeaban. Notaba en sus rostros el mismo desconcierto que él sentía. Había algunas señoras en polleras, muchachitas con bebés en brazos y personas con rostros demolidos por el alcohol o las drogas. Era una amalgama de perdedores como él, de gente resentida, solitaria, destruida.

-¿Qué tenemos que hacer, Cucharita? –preguntó sin quitar los ojos de la gente.

El pastor tomó un micrófono, lo sostuvo en su mano, como quien sostiene un cetro sagrado, una lanza a punto de ser utilizada.

-Tú sólo imítame. Cada vez que el pastor haga una pausa, imítame.

El corazón pareció acelerarse. Edwin no entendía bien lo que debía de imitar. Espero por un momento a que el pastor pronunciara alguna palabra, pero la música todavía seguía en alto, mientras algunos de los fieles empezaban acompañar la tonada con las palmas. Repentinamente se hizo el silencio. La voz del altoparlante volvió a emerger, esta vez con un tono místico: “Jesús dijo: ‘Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.

El silencio fue absoluto. El pastor Gamaniel mantenía el micrófono en su mano. Sus ojos se posaban en cada rincón del recinto, en cada rostro atemorizado. Edwin veía como las manzanas de Adán de muchos fieles subían y bajaban con rapidez.

-El señor nos convoca, nuevamente, a estar con él, ¡únicamente con él! Gloria a Dios.

“¡Gloria a Dios!”. Cucharita repitió las palabras con voz frenética, acompañándolas con un aplauso escandaloso. Un grupo de personas de la banca posterior, al verlo, lo imitó. Edwin se percató de algunos elogios similares en otros sitios del templo. Miró con cautela y notó que uno de los tres tipos que estuvieron con él en la oficina del pastor estaba sentado en la primera zona, repitiendo también las mimas palabras, sacudiendo la emoción de los fieles. Edwin sintió que las cosas le quedaban más claras.

-¡Porque Dios no quiere rezos y caras largas –prosiguió el pastor, alzando su voz, vigorosa-, rezos y rostros compungidos! Dios no quiere que vivamos idolatrando imágenes de todo tipo, ¡en templos, llenos de dinero, corrupción, y opuestos totalmente…!

Edwin no escuchó las palabras finales de pastor. No las entendía. Sólo aguardaba el momento del silencio. Afiló su vista hacía los labios del padre, midió sus palabras, hasta que lo escuchó pronunciar la alabanza. Entonces invocó a una fuerza gutural nunca antes hallada, dejando que emergiera entre sus dientes, que sacudiera su lengua, que se elevara hasta el cielorraso del templo en el que se encontraba:

-¡Gloria a Dios! ¡Gloria a Dios!

Se sintió satisfecho al notar que la gente que estaba a su lado repitió las mismas palabras, aplaudió, agitó las manos en el aire. El pastor hizo una mueca de labios torcidos mientras asentía con la cabeza, luego levantó una mano, casi como si buscara tocar el lejano techo del templo.

-El señor, por la fe nos curará. Yo os digo. ¡Por la fe, nos curará! Gloria a Dios.

La gente empezó a reaccionar. Edwin sintió que una quemazón de orgullo inflaba su pecho. Volvió a gritar con voz suplicante, a aplaudir, mientras la gente a su lado terminaba de encenderse como una hoguera dantesca, vitoreando, echando lagrimas, abrazándose entre ellos.

-¡Alabado sea el señor! ¡Aleluya, hermanos!

La música de fondo acompañó unas palabras finales del pastor antes que la voz del altoparlante volviera a recitar una frase bíblica con el mismo tonito misterioso. “El centurión le dijo a Jesucristo: ‘señor, no soy digno de que entres…”

Edwin había repetido esa frase millones de veces en las misas que al padre Ducci celebraba, en aquellos años que su barrio apenas era un montón de esteras sobre un cerro pelado al borde de la Panamericana Sur. Luego el cura tuvo que irse. La gente rumoreaba que los terroristas lo habían amenazado. Luego la gente se había ido a otras iglesias. Edwin intentaba recordar si alguna de ellas era la iglesia de Nazaret, pero no, no la recordaba. La voz del pastor lo devolvió al frenesí del templo.

-¡Si tienes fe en Jesucristo! ¡Entonces Jesucristo puede tocar tu corazón! ¡Puede sanar tu alma!

El pastor hablaba haciendo gestos exacerbados. De su boca salpicaron gotitas de saliva después de cada palabra. Cucharita agitó sus manos, vitoreando la causa divina que lo reunía junto a sus hermanos. Unas mujeres lloraron golpeando su pecho, mientras dos niños –tal vez los hijos de esas mujeres- jugaban cerca de uno de los portones de salida.

-¡Yo les mostraré! ¡La misericordia de nuestro redentor! ¡Bendito sea el señor! ¡Aleluya!

Edwin vio que uno de los portones se abrió. Dos tipos con terno y rostro enjuto, similares a los que lo recibieron en la entrada, hicieron ingresar a una breve fila de hombres y mujeres con rostros cansados. Cojeaban, llevaban muletas o estaban en silla de ruedas. Usaban prendas decentes, mejor que las que usaba el promedio de fieles congregados en el templo. Una música celestial sonó por el altoparlante, mientras el pastor bajaba del altar por unos peldaños estrechos, donde dos mujeres –Edwin reconoció a la tipa de lentes enormes y ojos diminutos- lo recibieron.

La fila de personas tullidas desfiló entre aplausos y aleluyas hasta el centro del templo, frente al altar, donde el pastor parecía meditar, lejos de todo, murmurando palabras incomprensibles. Edwin gritó un par de alabanzas más, pero sintió que la garganta iba a fallarle. Observó en las otras filas, logró ubicar a otro de los tres que estuvieron junto con él y Cucharita en la oficina. El tipo estaba de rodillas con los ojos cerrados, el rostro desencajado, sudoroso y las manos levantadas al cielo. Edwin no se sintió capaz de hacer algo así todavía. Quizá con más práctica, pensó. Quizá.

-No debéis temer, hermanos –dijo el pastor Gamaniel, con la voz sosegada, como el silencio antes de un terremoto-. El señor mostrará el camino.

Edwin volvió su atención al centro del templo, donde los tullidos, al pie del altar, movían sus cabezas de un lado a otro. Observó al pastor, acercándose a una mujer en muletas. Era una mestiza de cabello negro, caderas anchas, con un vestido amarillo, largo. Edwin no pudo ver su rostro, pero la mujer, en conjunto, le resultó familiar. El pastor le preguntó su nombre. “Ignacia, reverendo”, contestó la mujer. Edwin sintió un sobresalto.

-Tengo este problema en mi pierna, reverendo –continuó explicando la mujer, entre sollozos-, que no lo puede curar ningún doctor.

Ignacia señaló su pierna, aprisionada por una venda enorme, sucia, de manchas rojizas. Edwin volvió a extrañarse, a preguntarse en qué momento había sucedido eso, si en la mañana todo había estado bien. Ignacia era una buena persona. Siempre había estado pendiente de él, a pesar de los diez hijos que cuidaba sola, desde que su última pareja se marchó con una chiquilla que ni había terminado el colegio. A pesar de todas las angustias en el barrio, Ignacia siempre tenía para él un platito de sopa, algún caldito de mote, o un platito de menestra para recibirlo. Sólo el padre de dos de sus hijos le pasaba un dinerito, y eran esos niños los únicos a los que podía hacer estudiar. Los otros ocho andaban a merced del tiempo, de la bravura de las esquinas, recogiendo botellas o basura para venderle a los recicladores. Aún así, Ignacia era buena.

Edwin no pudo contenerse. Salió de su sitio con paso urgido, hasta el centro del altar. Mientras avanzaba, sintió que la mano de Cucharita intentaba detenerlo: “¿A dónde vas, huevas?”, le dijo, mientras trataba de asirlo, pero Edwin era más fuerte y logró zafarse. Llegó hasta Ignacia y la abrazó, mirándola con ojos penosos.

-¿Cuándo te ha pasado eso Ignacia, si ayercito nomas estabas caminando?

La voz de Edwin se coló por el micrófono, resonando levemente por el altoparlante. La gente seguía vitoreando, alabando, sacudiendo cabezas, manos, llorando de rodillas en el suelo. El pastor Gamaniel, aventó el micrófono lejos, en lugar de apagarlo. Se puso nervioso. Apenas atinó a mover sus ojitos de un lado a otro, con la boca abierta, mientras unas gotitas de sudor aún colgaban de su barbilla.

-¿Qué haces, Edwin? No seas cojudo –susurró Ignacia. Edwin puso cara de no comprender nada.

-Lo de tu pierna, Ignacia. Lo de tu pierna.

-No tengo nada, Edwin. Regresa a tu sitio.

-Pero esa venda…

Cucharita llegó a tiempo para sujetarlo, segundos antes que los tipos de terno negro intentaran derribarlo. La gente empezó a pasarse la voz, a salir de sus sitios y acercarse al medio del templo para contemplar la pelea.

-No seas huevas. No seas huevas. Vámonos.

Edwin intentó sacudirse, pero los tipos de negro lo tomaron por los brazos. Ignacia seguía apoyada en sus muletas, viendo como los tipos de terno negro intercambiaban algunos golpes con Cucharita, que intentaba proteger a Edwin, y Edwin intercambiaba golpes con todos, tratando de acercarse a Ignacia. El pastor Gamaniel empezó a mover la cabeza de un lado a otro, buscando el micrófono.

-Si ayer estabas bien, Ignacia. Si ayer estabas bien.

Unas señoras de pollera, con sombrero chato, se llevaron la mano a la boca. Unas muchachitas cargaron a sus hijos y dieron media vuelta en dirección a la salida. Los demás empezaron a echar hurras a favor de uno y otro grupo, a cantar los golpes, a carajear a los que dejaban pegarse. El pastor Gamaniel dio unos pasitos en sentido contrario a todo el tumulto, mientras la mujer de lentes enormes y ojos diminutos recogió el atril, la biblia, para luego escapar por una puerta de emergencia.

Cuatro tipos más, de terno negro, terminaron de contener la situación. Ignacia empezó a moverse, sin dejar de usar las muletas, abandonando el tumulto, en dirección a uno de los grandes portones. Cucharita, con el labio roto, se apartó. Buscó la marca de sangre en alguno de los puños de los tipos de terno negro, pero terminó encontrándola en el puño de Edwin, que todavía se agitaba y pataleaba, preguntando por Ignacia.

Los tipos de seguridad llevaron a Cucharita y a Edwin hasta la puerta de entrada, empujándolos con rabia. Uno de los tipos se atrevió a meterle un cabe a Edwin, quien rodó por las escaleras como un bulto, lastimándose la rodilla. “Vienen a joderla”, escuchó Edwin, antes que el dolor lo invadiera.

Intentó ponerse de pie, pero la rodilla lo estaba matando. La gente que pasaba por las calles lo ignoraba, como un espectro maloliente emergido de la cloaca. Edwin se palpó el rostro, sintió las hinchazones producidas por los golpes. Cuando al fin pudo incorporarse a medias, vio que Cucharita estaba sentado en los escalones.

-¿Por qué no me has ayudado? –le preguntó.

Cucharita se puso de pie, se acercó y le metió un puntapié en el estómago.

-Eso es por dejarme sin chamba, mierda.

Edwin cayó de rodillas nuevamente, mientras veía a Cucharita alejarse a paso lento, deteniéndose en un puestito de la esquina de Arenales para comprar un cigarrillo suelto. Lo vio echar el humo, mientras la inminencia de la noche obligaba a que los postes prendieran sus luces. El olor del monóxido de los autos lo relajó. Sintió el estómago revuelto por la patada recibida. Quiso vomitar.

Se puso de pie, pero le costó caminar. Antes de partir de su casa, le había prometido a su novia que este sería un gran día. Las recomendaciones de Ignacia casi siempre eran buenas, como la chamba que le consiguió en el banco. Se percató que no tenía dinero para regresar a casa. Pensó en tocar la puerta de la Iglesia Nazaret, pero su instinto de conservación le sugirió que era mejor esperar a que Ignacia saliera. ¿Saldría por esa puerta?

Se sentó en las gradas a esperar, mientras la noche se asentaba y la avenida arenales empezaba despejarse. Algunas caras desconfiadas lo miraban desde la acera de enfrente. Edwin frunció su ceño, para tratar de mostrarse como un tipo de pocas pulgas. Si lo asaltaban, pensó, no podría correr ni defenderse.

Luego de dos horas, mucho después que los fieles abandonaron el templo y las luces de la iglesia Nazaret se apagaron, Edwin continuó con la esperanza de que Ignacia apareciera. Estaba muy lejos del cerro donde su novia lo esperaba para irse a trabajar, donde su pequeño bebé se quedaría sin nadie que lo cuide. Edwin sorbió sus mocos, aguantó sus lágrimas. Por primera vez se sintió digno, a pesar de toda su tragedia. Intuyó que de nada iba a servir pedirle una ayudadita a Dios.



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Literatura

Escritor Antonio Muñoz Monge: “Londres está más cerca del Perú que Lima”

Para graficar la indiferencia de Lima hacia el Perú, el escritor y periodista Muñoz Monge, aseveró que “A Lima nunca le ha interesado el Perú”. Asimismo, reveló que en el bar Palermo que quedaba cerca al Parque Universitario conoció a Oswaldo Reynoso, a Eleodoro Vargas Vicuña y a Jorge Acuña, entre otros intelectuales.

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Conversamos con Antonio Muñoz Monge, escritor sanmarquino de alma andina, a sus 83 años lleno de palabras sabias. Periodista, difusor del quechua y la memoria ancestral, ha tejido con veinte libros los hilos del Perú profundo. La charla fluyó con calidez: nos habló de su infancia, de los cerros que le enseñaron a escuchar el viento, de la política, los amigos que partieron, y ese amor intacto por la tierra que nunca olvida.

Aquí la entrevista:

Toño, tú vienes de una región que no es la capital y te has formado conociendo la cosmovisión andina, el terruño, el clima, las costumbres y las lenguas, ¿eso marcó tu niñez y juventud?

Definitivamente. Yo nazco en la ciudad de Pampas, capital de la provincia de Tayacaja, en el departamento de Huancavelica, donde viví hasta los 8 años de edad. Y a la muerte de mi madre viajé a Coracora, en Ayacucho, donde mi papá era juez. De ahí estuve con mi papá en Abancay, donde fue vocal de la corte y luego viajé a Moyobamba, en San Martín, donde también fue vocal. Todos esos lugares y muchos otros más me han marcado y han influido en lo que yo escribo. Es una suerte de que haya conocido tantos lugares y después, ya como periodista conozco casi todo, más del 50% del Perú.

Cuando llegaste a Lima ¿cuáles fueron tus primeros escarceos para escribir artículos o colaborar en medios?

Yo estudié hasta el tercer año de media en el Colegio Serafín Filomeno de Moyobamba, en San Martín, y después llegué a Lima a estudiar el cuarto y quinto año de media en la Gran Unidad Escolar Ricardo Palma de Surquillo. De ahí ingresé a la Universidad San Marcos y a los dos años comencé a escribir en el diario La Prensa. Es el primer diario donde escribí, y dejé la universidad porque ya me metí de lleno al periodismo. Escribí en todos los diarios, en El Comercio, en La República, en Expreso, en El Peruano.

¿A qué edad entras a la universidad, a San Marcos?

Ingresé a los 19 años de edad.

¿Anécdotas con la gente del Patio de Letras, poetas que recuerdes?

He tenido la suerte de conocer a César Calvo, Reynaldo Naranjo y a Washington Delgado, que era profesor. El Patio de Letras era un símbolo de un grupo, no solamente de escritores y artistas, porque además uno sentía que ahí se difundían las ideas.

Otrora ‘Patio de Letras’ de la Universidad Mayor de San Marcos en el centro de Lima.

En esa época la Católica todavía no…

Era un poco lejana. Pero en San Marcos sentía que en la conversación, en la amistad con tus compañeros había una idea. Había ideas que flotaban en el ambiente, ideas sobre un Perú, sobre nuestra patria. Y de ahí, junto con estos mismos amigos sanmarquinos conocí El Palermo, que era otra “universidad”, El bar Palermo quedaba en La Colmena; en verdad era un anexo de San Marcos. Cada mes era un grupo literario, o, un partido político.

Porque quedaba al frente de la Casona San Marcos

Junto al Parque Universitario. Ya no existe. Ahí tuve la suerte de conocer a todos, a Oswaldo Reynoso, a Eleodoro Vargas Vicuña, a Jorge Acuña Paredes, y a todos los grandes…

Los profesores también eran ilustres ¿te acuerdas de Raúl Porras Barrenechea?

Mucho antes. Porras también estaba ahí, pero también se iba al jirón Azángaro, donde Juan Mejía Baca, el editor. Ahí también era un sitio de reunión de los consagrados, de los catedráticos.

¿Y el otro bar ‘Chino Chino’?

El ‘Chino Chino’ estaba al frente del Palermo.

¿Por qué le pusieron ‘Chino Chino’?

Pancho Izquierdo López, el gran pintor, estaba en tragos y le puso ‘Chino Chino’ porque siempre atendía un chino. Llegó en tragos y vio dos. Y dijo: este chino… es otro chino.

Estábamos en el Palermo y cerraban a determinada hora, a la 1 o 2 de la madrugada, y alguien gritaba, la revolución está al frente, y nos íbamos al ‘Chino Chino’.

Pero había otros bares como el ‘Negro Negro’, que quedaba en el sótano de los portales de Plaza San Martín

Sí, pero en la calle Quilca también estaba ‘El Queirolo’. De ahí nacían ideas, nacían grupos literarios, Hora Zero es de ahí.

¿Llegaste a ver a Martín Adán?

Lo conocí. Era difícil, casi imposible hacerle entrevistas. Pero en El Palermo todo el mundo sabía quién era Martín Adán. Y me acordé que Oswaldo Reynoso, Miguel Gutiérrez y Eleodoro Vargas, hablaban siempre de él, incluso discutían. Y una noche, Oswaldo se fue al fondo y se sentó. Había una mesa privilegiada que le decían ‘Los dioses del Olímpico’, donde estaban sentados los que te he mencionado, los escritores consagrados, Reynoso, Vargas Vicuña, Naranjo, Antonio Gálvez Ronceros y Miguel Gutiérrez. Entonces, Oswaldo se puso de pie y se acercó a Martín Adán, que se estaba retirando, y le dijo: “Poeta, después de César Vallejo, sin ninguna discusión, usted es el más grande poeta. Pero en esta mesa que estoy sentado, hay una discusión permanente, no sobre su poesía, como le digo, después de Vallejo es usted. La discusión es sobre su prosa”.

Y Adán se hizo el sordo y le dijo: ¿qué me está diciendo? “Que estamos discutiendo sobre su prosa, no sobre su poesía, porque usted es un gran poeta”. “Fíjese usted”, dijo Adán. Y se fue caminando con prosa y se despidió.

“Esto es mi prosa”, respondió.

El famoso Bar Palermo quedaba en avenida Nicolás de Piérola Nº 1183, frente a la Casona San Marcos.

Has mencionado a escritores de otras regiones, que radicaban en Lima, pero no has hablado de ningún escritor, vamos a decirlo, criollo. De un limeño.

Julio Ramón Ribeyro y Toño Cisneros. Con Toño he sido amigo, con Julio Ramón, lo entrevisté porque yo trabajé con uno de sus hermanos y gracias a él lo pude entrevistar a Julio. Y otro limeñísimo, como tú dices… muy pocos. A Lucho Loayza no lo alcancé.

Eres un aficionado de la música andina y conociste a muchos artistas ¿Podrías mencionar de repente a Flor Pucarina? ¿Qué te recuerda?

Leonor Chávez Rojas, ‘Flor Pucarina’ nació en Pucará, a 10 kilómetros de la ciudad de Huancayo. Y hay 9 Pucarás en todo el Perú. Pero el Pucará, de ‘Flor Pucarina’ de Huancayo fue cuartel general y baluarte de Andrés Avelino Cáceres en la guerra con Chile. El entierro de Flor Pucarina aquí en Lima, tuvo más de 10 cuadras de gente, y al día siguiente se preguntaron, ¿quién es este personaje, porque ni un presidente logra reunir a tanta gente?

Algo parecido al funeral de Chacalón

Claro. Ese es el otro Perú, el Perú negado, el Perú del Cholo, del indio, que es nuestra cultura verdadera. Tenemos cientos de leyendas y mitos que conforman nuestra ideología, nuestra manera de ser.

Por fortuna entrevisté al gran pintor Luis Palao y mencionó literalmente que “no había ni mierda en Lima”. Que las luminarias de arte, literatura y poesía nacieron en diferentes regiones del Perú ¿Qué opinión te merece eso?

Muy bien; la pregunta es importantísima. Hay un libro de Teófilo Altamirano, es un libro escrito hace más de 35 años, que decía, entre otras cosas, lo primero que hace un provinciano cuando llega a Lima es buscar su institución, su club, su referencia. ¿Quién es el secretario de la institución? ¿Por qué? Porque en el mundo andino hay un concepto no individual. Hay una comunidad del aire, de reciprocidad. Hoy por ti, mañana por mí. El mundo andino vive en comunidad, no vive dentro de un egoísmo. Justamente es la condición humana del mundo.

Muy diferente a la visión del capitalino

Exacto. Y ahora dicen que hay cerca de cien mil instituciones de provincianos. Yo he estado infinidad de veces, en todos los coliseos donde se hacían huaynos; en el Coliseo Nacional, en el Coliseo del Puente del Ejército, en la carretera central.

Hace muchos años coincidimos en una premiere para ver la película ‘Coliseo’, que trataba sobre el mundo del Huaylas. Y la vimos contigo y con el gran director de fotografía Jorge Vignati

Qué buena memoria la tuya. Con Jorge Vignati, con José Huamán Turpo, con la familia Rosenthal, con Christine y Kurt Rosenthal, hicimos un documental sobre el hombre que llegó de Coracora; sobre un músico charanguista coracoreño, Roberto Tevez. Después viajamos casi por todo el Perú, con Vignati, Javier Silva Meinel, y Huamán Turpo para registrar las fiestas costumbristas del Perú andino, especialmente.

Solamente pensar en la Virgen del Carmen en Paucartambo en el Cusco, es una locura. Los grupos de teatro de Lima van a aprender a estudiar allá, en la fiesta. Por ejemplo, hay unos personajes que son los diábolos que están prendidos en los techos, en los árboles, que no pueden ver a la Virgen, y están llorando por no poder verla.

Y hay un momento en el que están bailando varias danzas, casi a empujones, alrededor de un árbol tendido en el piso. Yo pregunté, y me dijeron: “vienen a robarse la Imilla” ¿Y qué cosa es la Imilla? “Es la madre de las semillas”. Tú te llevas esa Imilla a tu pueblo y producen todos los productos. Es casi mágico.

Antonio Muñoz Monge, con Jorge Vignati y el entrevistador en la premiere de la película Coliseo en setiembre de 2012.
 

El ciclo de vida es inexorable. Acaban de partir a la eternidad el Nobel Mario Vargas Llosa, el modelo artístico Rodolfo Muñoz, y el actor-mimo Jorge Acuña ¿Qué impresiones?

Mario Vargas Llosa innegablemente era un trabajador insaciable. Tiene más de veinte y tantas novelas. Era un gran escritor. Debe haber algún problema, no sé si de entendimiento; pero un problema humano con Arguedas. Él tiene un libro: ‘La Utopía Arcaica’. Es un amor-odio. Reconoce a Arguedas, aunque también le pone algunos peros. Yo creo que es uno de sus pocos defectos. Pero sí rescata la memoria nuestra en varias de sus obras. No solamente en Lima, no solamente en el Colegio Leoncio Prado. Él habla también, por ejemplo, de la selva, del norte, de Piura. Realmente es un gran escritor.

Algunos entendidos admiran sus ensayos. Sin embargo, ¿crees que su visión política fue errada?

Él perteneció al grupo Cahuide en San Marcos, que era un grupo de izquierda en la universidad, donde estaba Héctor Béjar, Félix Arias Schreiber y el padre de los Humala, Don Isaac.

Estamos hablando cuando MVLL era admirador de Fidel Castro

Y de ahí renuncia. Pero tenía ese defecto, no sé si congénito. Choleaba mucho. Yo tengo testigos presenciales, entre ellos Félix Arias Schreiber que cuenta que les decía: ¡Quédense ustedes en este país de indios, de cholos, y yo me voy a Europa! Tenía ese problema.

Antes era casi una institución cholear.

Actualmente, no se va del todo eso de cholear

Se ningunea al indio, al cholo. Eres buena gente, pero eres serrano. Eres tal cosa, pero eres serrano. Augusto Salazar Bondy escribió un libro: ‘La cultura de la dependencia’.

La gran metrópoli, en este caso Estados Unidos, antes Europa, impone en ti una conducta de ser y entonces copias hasta la manera de caminar. Me lo dijo Luis Millones Santagadea, no cambio una sola palabra: “La Plaza de Armas de Lima fue construida deliberadamente para que los que caminaran por ahí, caminaran sacando el pecho”. Y me dijo: ¿tú sabes lo que es prosa como provinciano? Sí, le respondí. En provincias prosa es sinónimo de limeño. El limeño camina sacando pecho y mirando arriba. Pero ahora ya no encuentras ni un limeño.

¿Cuál fue esa frase del polimata alemán que llegó a Perú?

Ah, Alexander von Humboldt, decía: “Londres está más cerca del Perú que Lima del Perú”. Yo tuve que leer eso cuatro veces para entender que Londres, la capital de Inglaterra, de Gran Bretaña, está más cerca del Perú que Lima del Perú, para graficar la indiferencia de Lima hacia el Perú. A Lima nunca le ha interesado el Perú; es un anexo. Está en otra parte. Lima siempre ha admirado al extranjero. Cuando José de San Martín vino aquí, el grupo de poder económico de Lima le dijo: ¿qué independencia? hay que buscar un príncipe europeo.

Y lo más sorprendente es que Lima sigue creyendo que es el Perú

En la guerra con Chile no participó un limeño ¿Por qué? Porque era una guerra de indios. Y ese prejuicio existe. Es la gran metrópoli. Nosotros imitamos todo lo que dice y lo que come Estados Unidos. Es la moda. Todo es un complejo de dependencia.

No nos olvidemos de Jorge Acuña. Acaba de fallecer y era tu amigo

Con mucha pena.Para mí era un niño grande, un genio maduro. Era un espíritu pleno. Jorge Acuña estaba permanentemente creando, pero sin olvidarse de su origen.Y todo lo hacía con metáforas, con juegos. Yo me acuerdo, por ejemplo, que viajamos a un pueblo y él nos apostó a Maynor Freyre y a mí, que íbamos a llegar a Huancayo sin gastar un medio. y le dije: ¿cómo vamos a hacer eso?Entramos al tren y comenzó a actuar. El público le daba dinero y nos sobró dinero.

A pesar que fue un actor de la calle, Jorge Acuña tenía formación académica y fue muy estudioso del arte dramático

En una oportunidad, en los ochentas yo llevé a Jorge Acuña y a Ricardo Blume, a ver la ‘Maqtada de Cáceres’ en un campo en Huachipa, que es una obra de teatro que representa un pueblo de Jauja. No eran actores profesionales. Es el pueblo que viene a Lima a representar la guerra con Chile donde estaban las Rabonas. Estábamos Jorge Acuña, Ricardo Blume y yo. Ellos apuntaron con una delicadeza todos los datos y toda la obra que estábamos viendo. Entonces, en una escena los actores iban a cruzar un río, y arrojaron un plástico para simular el río y lo cruzaron. Terminó la obra y Blume me dijo: “ni el mejor teatro griego hace esto”. Y Jorge se agarró el pantalón y dijo: “mi pantalón sigue mojado; yo también quería cruzar el río.

¿Qué más decía Ricardo Blume de Jorge Acuña?

Que era en potencia un actor inacabable. ¿te habrá contado alguna vez cómo es que descubre el arte? Y nadie cree. Y es cierto; a mí me lo juró.

Me dijo: “Yo tenía 5 o 6 años y escuché una voz como si me llamaran. Abrí la puerta de mi casa en la selva y vi un zapato puntiagudo y además grande, inmenso el zapato. Y seguí buscando el cuerpo, y era un señor que estaba apoyado en la acera de enfrente, con una bocina en la mano, apoyado en los techos; era un gigante. Y le dije, ¿quién es usted, señor? Y me dijo: -yo soy el que anuncio la llegada de los circos a tu pueblo-. Y ahí nació todo”.

El pasado 30 de abril falleció Jorge Acuña, el mimo que habló con el alma y amigo de Antonio Muñoz Monge.

¿Qué ha pasado con los gobernantes en los últimos años que han ido menoscabando el aparato público?

Yo creo que esto es una mafia. No es que creo. Existe la mafia, sinceramente. A veces tenemos miedo, vergüenza, prejuicios, y no queremos hablar las cosas con su nombre propio. Yo no sé, que me critiquen, pero tú no puedes aceptar a un japonés como Fujimori, que no solamente hizo contrabando con drogas, y ha esterilizado, no sé si la palabra es correcta, a más de 400.000 mujeres andinas para que no puedan tener hijos. Todas son andinas, de Huancavelica, Ayacucho, Huánuco, y Cerro de Pasco. Eso es un crimen. Pero lo veías cargando al Señor de los Milagros. Entonces, yo pregunté a mucha gente humilde, ¿por qué han votado por Fujimori? Es el famoso asistencialismo. Nos llevaba zapatos, nos llevaba pan, me decían.

Tu pregunta me sirve para decir que nos falta identidad. Por ejemplo, el poema de Vallejo dice: “¿Hasta cuándo estaremos esperando lo que no se nos debe?” Y nadie espera lo que no se nos debe. Hasta cuándo estaremos esperando. Lo que quería decir Vallejo, era: hasta cuándo vamos a esperar esta situación. Y en qué momento estiraremos nuestra pobre rodilla para siempre.

Tampoco hay mal que dure mil años

Ahora, hay un fenómeno importantísimo que yo lo he aprendido en los viajes y lo he aprendido de los campesinos cuando salíamos muy de niños y a cualquier edad al campo. Me parece un sueño cuando nos decían: “Niño, a este animalito no hay que matarlo”. ¿Por qué? le decíamos: “Porque se llama, zara-pojochi”. Zara es maíz y pojochi con su canto hace madurar el maíz. Por eso teníamos maíz.

¿Es todo un ecosistema?

Hay un diálogo con la naturaleza. Hay fiestas al agua, a la Luna, al Sol. Hay fiestas. En Huancayo, parte del Huaylas es la cosecha de la papa. Don Zenobio Dagha Sapaico, que ha dejado más de 500 composiciones, tiene un huayno… que mucha gente me dice: “Me encanta ese huayno que se llama Yo soy huancaíno”.

Eres barranquino de corazón. ¿Qué opinión te merece el barrio de Barranco?

Lindo. Ha sido inundado, ahora sí lastimosamente por un turismo equivocado, pero es hermoso.

En los últimos años ha tenido mala suerte con sus alcaldes

Eso parece que es un fenómeno. No se puede caminar, todas las calles han sido levantadas, cambiadas.

Se supone que se tiene que ejecutar las obras

Es para robar pues. Yo facturo el presupuesto para arreglar estas veredas, las triplico y listo.

Nuevamente te acaban de condecorar en la Asociación de Clubes Departamentales. Cuéntanos eso

La Asociación de Clubes Departamentales en Lima ha clasificado a las regiones. Cada departamento ha presentado a la persona que dignamente representa. A mí me ha presentado Huancavelica, pero además de ser representante de los escritores huancavelicanos, me acaban de dar un diploma de personaje ilustre de Huancavelica. Yo soy, como te digo, de Pampas de Tayacaja.

Tienes varias publicaciones. Has escrito prosas, narrativa, poesía, has hecho una especie de ensayo sobre el análisis de algunos exponentes andinos. Actualmente, a tus 82 años ¿hay un nuevo proyecto?

Sigo escribiendo.

Antonio Muñoz Monge leyendo uno de sus textos en borrador.

¿Qué estás escribiendo?

Justamente, estoy escribiendo una conversación de… Hay un homenaje a unas aves, donde participan los árboles, las flores, los picaflores, los ríos. Y es un homenaje en el cual están esperando la llegada de la pachamanca. Es una pachamanca viajera que está recorriendo todo el Perú para ir al homenaje. Y por los lugares que pasa, cada pueblo le entrega el plato típico.

Y es el homenaje también al maíz. Entonces, es la participación de un entendimiento de la naturaleza, del ser humano y la afirmación. Porque, en algún momento, estos árboles gigantes y abusivos quisieron abusar de los pajaritos y se convirtieron en nada, se convirtieron en musgo en el suelo. Y cuando reaccionaron luego de lo que habían cometido, ahora son ellos los que han invitado a todos a la fiesta.

¿Cuál sería el género del texto?

Una novela ficción. Pero, además estoy terminando la vida de Amanda Portales.

Mejor dicho, ya está terminado el libro. Yo le puse a ella ‘La Novia del Perú’.

Tú eres un hombre de pluma literaria y periodística ¿Qué le sugerirías a las nuevas generaciones de periodistas?

Conocer, sinceramente. Con todo respeto y cariño conocer al Perú. Amar al Perú. Profundizar, estudiar sus mitos y sus leyendas. A José María Arguedas, en una oportunidad le dieron un premio ‘Garcilaso de la Vega’, y el discurso se llamó: “Yo no soy un aculturado”. En técnica nos puede ganar Europa, o Estados Unidos. Y eso es momentáneamente, pero en cultura, decía Arguedas, tenemos para regalar. Por ejemplo, el departamento de Puno tiene más de 250 danzas. Y cada danza significa algo, representa algo, ¡dice algo!

¿Entonces que nos falta?

Estamos hablando de Perú y todo lo que es el Perú es un entendimiento. Si rescatamos eso y si tenemos, no solamente la entrega, la militancia y la responsabilidad de querer a este país, cambia todo, pero estamos ajenos. Parece que no viviéramos en el Perú.

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Literatura

Alex J. Chang: “Es una proeza hacer literatura en nuestros países latinoamericanos”

Entrevista al escritor y promotor cultural Alex J. Chang.

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En el desafío de crear literatura en tiempos de inteligencia artificial destacamos el esfuerzo de los escritores que, desde diversas plataformas digitales, difunden la literatura viva del país. Tal vez para muchos es una batalla perdida y el futuro de los escritores sea volverse lenguaje binario creado por las corporaciones capitalistas; mientras tanto, destaquemos el trabajo de los escritores peruanos. Conversamos con Alex J. Chang, un destacado escritor y promotor cultural.  

Escribes y tienes un programa cultural virtual, cuéntanos, ¿cuáles son los problemas más visibles para construir tu arte en el Perú?

Son muchos problemas que impiden construir una obra de arte; casi todo está en contra del quehacer artístico en Latinoamérica. El más obvio de todos es la cuestión económica: ¿cómo financiar la obra artística? Muchas veces toca sacar de tus ahorros, pedir prestado, endeudarse o simplemente olvidarse de crear tal obra por falta de recursos. Bueno, eso es, por un lado. Por otro, debemos tener en cuenta que después de invertir con nuestros bolsillos, muchas veces no hay retorno de lo invertido en nuestro trabajo artístico porque el mercado, este mercado toma poca importancia a los productos artísticos/culturales a menos que seas muy mediático.  En pocas palabras: es una proeza hacer arte, sobre todo arte literario, en nuestros países latinoamericanos.

Se habla mucho de la democratización de la cultura en los medios digitales, ¿qué beneficios y problemas encuentras usando estos espacios?

Tiene sus ventajas y desventajas, como todo en la vida. Por un lado, permite dar visibilidad a quienes no tengan acceso a los medios tradicionales como la televisión, radio o prensa escrita. Sin embargo, no todos llegan a tener el éxito masivo, ni mucho menos se hacen más conocidos como artistas, por la alta competencia que existe hoy en día en los medios digitales. No es tan sencillo como parece. Muchas veces estas plataformas le dan mayor cabida al contenido banal, al morbo, al relleno, que, para muchos usuarios sirven como entretenimiento efímero y vacío. El reto consiste en ser creativos e impactar a nuestra potencial audiencia sobre nuestros contenidos artísticos/culturales. Yo, por ejemplo, siempre estoy intentando renovarme en mi programa virtual Cruzada Cultural, pero a veces siento que es difícil competir con un sistema que promueve lo fútil.

Acabas de publicar la segunda edición de tu primera novela La mujer de los tacones de oro y un libro de cuentos para niños. ¿Te gustaría contarnos más sobre tus libros?

El primer libro, La mujer de los tacones rojos, se trata sobre una agente encubierta, que, gracias a la magia de sus tacones rojos, recupera su salud y se libra de sus enfermedades y de sus múltiples discapacidades, para luchar contra varias organizaciones criminales que azotan el país. Sí, como verán es la clásica novela policial con su toque mágico, surrealista, y, sobre todo, humano, 100% humanístico como César Vallejo.

El segundo libro, Las aventuras de Tobi y Pompón, es un cuento largo para niños que trata sobre un perro de raza Beagle llamado Tobi que aburrido de su hogar y de su familia escapa para vivir esos miles de aventuras en todo el país, pero termina perdiéndose y sin saber cómo regresar a casa. Están a la venta directamente conmigo y también disponibles en la tienda virtual de la editorial Ameleer.pe.

Vargas Llosa es una figura ineludible para la literatura peruana, ¿qué otros autores peruanos recomiendas leer?

Hay muchos autores peruanos dignos de ser considerados. El primero que viene a mi mente es Miguel Gutiérrez, un novelista en plenitud, innovador y apasionado por la buena literatura, siempre en busca de escribir la gran novela de su vida. Luego pienso en el maestro Cronwell Jara, un genio del cuento, la novela y la poesía, además de un profesor y tallerista sabio en el arte literario. También destaco a Edgardo Rivera Martínez, cuya monumental País de Jauja puede situarse junto a La violencia del tiempo y Conversación en La Catedral, gracias a su calidez, musicalidad y su prosa poética inconfundible. Entre los relatos que releo con frecuencia están El ángel de Occongate de Rivera Martínez, Agnus Dei de Cronwell Jara, entre otros.  

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Literatura

Euler Julca: “Hay una sensibilidad especial en la gente de mi tierra, un vínculo con la naturaleza que no se ha perdido del todo”

Una conversación con el poeta Julca.

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Por Julio Barco

La poesía peruana se renueva: una voz poética cae a la tierra fértil de la hoja y empieza la metamorfosis. En ese sentido, la poesía vive como una sabia subterránea, viajando de mente en mente; quiebra el espacio-tiempo y florece. De Chocano a Vallejo, de Vallejo a Verástegui y seguimos. Hoy vamos a conocer a Euler Julca Sánchez, joven poeta de Chachapoyas, que se inicia el mar literario con Balsamario poético (Ed. Higuerilla, 2025).

1. Al leerte, siento un trabajo de métrica, sin embargo, a nivel de fondo, ¿qué temas abordas en tu primer libro?

Como bien ha observado, maestro Barco, el tiempo está marcadamente presente: no como una línea cronológica austera o rígida, sino como un zumo emocional, una bruma que amalgama afectos, recuerdos, ausencias. Por lo que, la memoria, que fija en sus esquemas lo que se vive y lo que se sueña, se forja como materia prima del poemario. Así, en los poemas, quizás, está latente los intentos de atar lo fugaz, de salvar alguna cuestión de la corriente etérea del tiempo. Además, la naturaleza –esa gran musa sacra con la que convivo, combato, amo…– destila de su alambique el símbolo, el personaje, el espacio: árboles, pájaros, cielos chachapoyanos, lluvias, están presentes no solo como contenido, sino como la esencia viva del discurso poético.

2. Eres de Chachapoyas, una parte del Perú poco explorada a nivel literario. Me gustaría que nos des una idea de los valores que encuentras en tu comunidad y que sientes que se deben conocer a nivel internacional.  

San Juan de la Frontera de los Chachapoyas, la fidelísima ciudad, tiene una riqueza espiritual y cultural que merece mayor visibilidad. Hay una sensibilidad especial en la gente de mi tierra, un vínculo con la naturaleza que no se ha perdido del todo. Aquí, el tiempo tiene otro ritmo, y esa lentitud nos permite escuchar, observar y recordar con mayor profundidad.El valor de la palabra, por ejemplo, es algo que permanece en las familias, en los cuentos o tradiciones orales, en las conversaciones largas. Cabe mencionar, que hay un autor nacido en Levanto, pueblo aledaño a Chachapoyas, el sacerdote y cronista Blas Valera, referido en los Comentarios reales, que es muy referido en las escuelas con el fin de motivar la escritura de los jóvenes.

4. Me interesa conocer cuáles son los desafíos para desarrollarse, ¿cuáles son las ventajas y las desventajas que encuentras para desarrollarte como escritor en tu localidad?

Como he escuchado mencionar a usted en algunas ocasiones, concuerdo con que uno de los desafíos principales es la falta de oportunidades de espacios de crítica o difusión, más si se da en zonas de provincia, o la falta de circuitos literarios activos, de editoriales locales, de librerías independientes. Eso puede generar una sensación de aislamiento, como si lo que se escribe aquí no poseyera eco. No obstante, ese mismo contexto puede volverse una ventaja. Hay más libertad creativa, menos presiones del mercado o de las modas. Asimismo, escribir desde mi pueblo chachapoyano o más específicamente desde mi pueblo natal o desde las tierras donde laboro como profesor, desde estos valles o cumbres que rodean lo inasible del sentimiento que me alberga y que muchas veces no logro concebir lingüística o literariamente porque es ahí, entre otros escenarios de esta realidad, donde radica la sustancia poética, me permite tener una voz más auténtica.

5. Todo primer libro de un poeta refleja la deuda con sus lecturas. En tus lecturas intuyo que hay mucho del modernismo de Rubén Darío, de la poesía clásica de José Martí y los poetas españoles. Cuéntanos, ¿qué autores son importantes para tu primera producción’

Sí, Rubén Darío ha sido una figura fundamental: su musicalidad, su sentido del símbolo, su capacidad para renovar. De la poesía española, me conmueve la claridad de Antonio Machado, la hondura de Miguel Hernández, la complejidad barroca de Quevedo y Góngora, e incluso lo trascendente de Garcilaso de la Vega. Entre los peruanos, hay una influencia ineludible de César Vallejo, por Valdelomar y Manuel Gonzáles Prada.

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Literatura

El espía de la familia

Un relato corto de Alexander Campos Soto

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          Al final, descubrí que mi verdadera vocación no era la de actor de cine, la de ingeniero de computadoras, ni la de escritor; sino algo más fascinante: la de espía. Nunca le dije a nadie porque se habrían reído en mi cara. Pero, desde niño, soñé ser parte de la CIA o la KGB o el MI5. Será por eso que Putin es mi presidente favorito o será porque sé que tiene el poder: si aplasta un botón, desaparece a toda Europa occidental. Para mí, no es un dictador o un tirano. ¿Saben lo que es? Un verraco, como dicen los hermanos colombianos, un Benel super Saiyajin, un Zuloeta mezclado con sangre eslava. Hasta tiene la misma cara alargada, la mirada penetrante y analítica de mis tíos, los cophiscos. Y el color de sus ojos es igual al de mis tíos; o sea, de perro Siberiano con hepatitis. En mis ratos de lucidez más extrema, me ha venido una hipótesis: que puede ser descendiente de cualquiera de mis bisabuelas y tatarabuelos. Sí, se ha demostrado que, antes que lleguen los pobretones españoles en busca de oro y plata, nosotros, los incas, ya habíamos tenido contacto con Europa, con los vikingos. Las pruebas están ahí, en la cultura Chachapoyas. El año pasado, fui con mi novia magistrada y visitamos todas sus ruinas. Y terminé más que convencido. Entonces, ¿por qué Putin no puede ser un Zuloeta eslavo? Nada es imposible en este mundo, señores.

          Hasta ahora, no sé por qué mis padres no me dejan mezclarme con esa parte de la familia; si yo los veo tan próximos, tan cercanos: la nariz de mi abuela, la cara pálida de mi abuela y el olor a muerte de Putin. Son mi familia y la sangre no se niega y tampoco es motivo de vergüenza. Tal vez, piensen que debo estar alejado de ellos porque yo les puedo dar ideas más ortodoxas que Rasputín, el brujo de los Zares. Como ellos también saben que soy muy listo y, tal vez, mis tíos de escasa habilidad, a lo mejor creen que terminemos formando un grupo subversivo y lleguemos a palacio y nos adueñemos de todo el país. ¿Quién puede saber las ideas que pasan por las cabezas de mis viejos?

            No fui actor de cine porque nunca reuní las condiciones: cuerpo esmirriado, talla de hormiga y corazón de poeta. Tampoco, ingeniero de computadoras porque me di cuenta que, al final, esa tecnología terminará por cosificarnos. Solo llegué a ser escriba; ni siquiera, escritor. Tan solo porque el diablo me dicta lo que escribo y yo no soy quien escribe. Es una cosa sobrenatural que apenas entiendo. Pero, a los hermanos de mamá y a la madre de mamá les y las espié hasta con detector de mentiras. Incluso, sé lo que piensan antes que ellos. Los conozco también como el recorrido que hace todos los días mi mano derecha para limpiarme el culo.

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Literatura

Alejandra Pizarnik, la poeta de la mirada melancólica

Su muerte prematura representó una dura pérdida para la literatura latinoamericana.

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Ella no escribía para agradar ni para que la recuerden como una persona confundida, triste y solitaria, sino que lo hacía para exteriorizar todo su sufrimiento; era el claro ejemplo de que la poesía era el instrumento más idóneo para mitigar de alguna manera sus pesares y tribulaciones. Flora (o Alejandra) Pizarnik nació un 29 de abril, entre dos mundos, dos realidades tan disímiles, tan contrarias como el día y la noche.

Desde que nació su vida estuvo marcada por una serie de cuestionamientos existenciales. Hija de inmigrantes ucranianos judíos, Flora desde muy niña siempre se sintió una extranjera en su propia tierra debido a las raíces que la unían con aquella parte de Europa de la post guerra.

Toda esa sensación de no pertenencia se vio severamente potenciada debido a sus problemas con el acné y el sobrepeso, lo que finalmente terminó derivando en sus trastornos de ansiedad, depresión y posterior suicidio a la edad de los 36 años, en 1972.

A lo largo de su vida pudo viajar a Paris, ciudad donde conoció al pintor Juan Batle Planas, quien llegara a convertirse más adelante como su primer maestro en la pintura, pues sí, ella también, a la par de la poesía, buscaba otras artes para plasmar su dolor, teniendo como temas recurrentes el mundo onírico, la muerte, la desesperación y el vacío existencial.

Todo ello se puede ver de manera desgarradora en sus escritos y pinturas, tan perceptibles como si se tratara de un grito de desesperación que quisiera atravesar el papel, un manuscrito de auxilio o de ruego que busca incesantemente la atención del lector. Todo ello representa un crudo testimonio de toda su angustia, tan crudo y visceral que es imposible no identificarse. Y es que en ciertas ocasiones los escritores y poetas se alimentan del dolor propio, de las experiencias vividas, para poder escribir.

Retraída de la sociedad y amante de la soledad, Pizarnik supo llamar la atención de escritores consagrados como Julio Cortázar y Octavio Paz, quien estaban pendiente de su salud mental.

En una ocasión, el autor de Rayuela, consciente de sus dos intentos de suicidio y los remolinos de su mente, le imploró que no decaiga en sus oscuros pensamientos.

Lastimosamente, el 25 de setiembre de 1972, Alejandra se quitó la vida producto de una sobredosis de barbitúricos.

“No quiero ir

 Nada más

 Que hasta el fondo”, fue el mensaje que dejó en el espejo de su habitación.

Aunque breve fue su estadía en este mundo, gran parte de sus escritos y poemas han conseguido mantenerse vigentes con el paso de los años, no solo en su natal Argentina, sino en gran parte de Latinoamérica y el mundo hispanohablante.

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Literatura

Restos del ‘Tío Factos’, uno de los fundadores del Movimiento Kloaka, han ido a parar a una fosa común

Rodolfo Ybarra, poeta y amigo cercano de Guillermo Gutiérrez, afirmó para Lima Gris que restos del escritor no pudieron tener una cristiana sepultura.

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Durante los últimos años de su vida Guillermo Gutiérrez fue conocido gracias a las redes sociales como el ‘Tío Factos’, aquel viejito áspero y crítico de la realidad social y cultural del país en el programa de Youtube ‘La RoRo Network’, espacio donde supo conectar muy bien con las nuevas generaciones.

Sin embargo, Gutiérrez Lymha, era un digno representante de la contracultura peruana, considerado como uno de los fundadores del Movimiento Kloaka, aquel colectivo poético surgido en la década de los ochenta donde también estuvieran los vates Roger Santiváñez y Mariela Dreyfus, entre otros.

El pasado 5 de abril lamentablemente falleció y hasta anoche sus restos mortales permanecían en la Morgue Central de Lima. Lima Gris se comunicó con el poeta Rodolfo Ybarra, uno de sus amigos más cercanos del recordado ‘Tío Factos’, indicándonos que lamentablemente no se pudo completar el trámite legal para retirar su cuerpo debido a que una tía política del difunto no contaba con su partida de nacimiento digitalizada. Ybarra nos contó que sus amigos desde hace más de cuatro décadas intentaron desde el primer día reclamar el cuerpo de Gutiérrez, sin embargo, la aparición de ese familiar terminó truncando todos los trámites avanzados.

“Te cuento que su cuerpo ya fue arrojado a una fosa común”, se lamentó su amigo Ybarra, quien añadió que el ex integrante del Movimiento Kloaka habría fallecido de asfixia dentro de su domicilio.

“Vivía en Villa El Salvador. Él era una persona muy solitaria; el año pasado había fallecido su mamá y sufría de depresión”, añadió. El también escritor también recordó que la última vez que lo vio fue en el mes de febrero en una feria de libros cerca al Congreso de la República.

En su vivienda solo le acompañaba un perrito. Falleció a los 66 años.

El dato:

Guillermo Gutiérrez logró imprimir tres poemarios: ‘Ulkadi’ (1987), ‘La muerte de Raúl Romero’ (2007), y finalmente ‘Infierno Iluminado’ (2022).

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Literatura

Petroperú presentará libros ganadores del Premio Copé 2023

Como parte de su compromiso con el fomento de la literatura peruana, Petroperú presentará cinco nuevas publicaciones en la Casa de la Literatura Peruana.

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Las obras premiadas en la XXI Bienal de Poesía y la IX Bienal de Novela del Premio Copé 2023 serán publicadas bajo el sello Ediciones Copé. Los títulos incluyen La memoria hila de Elma Murrugarra (Copé Oro en Poesía), Río dormido sobre escombros de memoria de Alejandro Mautino Guillén (Copé Plata en Poesía), Entre los límites de una vela de Alex Ramos Arancibia (Copé Bronce en Poesía), una antología de poemas finalistas y mencionados honoríficamente, así como la novela Los espectros de Christian Elguera (Copé Oro en Novela). Durante la presentación, los autores leerán fragmentos de sus obras, que serán analizados por los críticos Ricardo González Vigil y Luis Fernando Chueca.

El jurado de la Bienal destacó la variedad temática y la calidad expresiva de los libros seleccionados. La memoria hila fue elogiada por su estilo sutil y su fusión entre prosa y verso al abordar aspectos de la cultura peruana. Río dormido sobre escombros de memoria sobresale por su enfoque técnico y estilístico, estableciendo un diálogo entre la tradición y la modernidad. Entre los límites de una vela ofrece una mirada introspectiva sobre la existencia en el mundo actual. Por otro lado, Los espectros, de Christian Elguera, reconstruye episodios clave del siglo XX a partir de la figura de Eudocio Ravines, explorando los mecanismos del poder político con gran destreza narrativa.

Los libros están disponibles de forma gratuita en la Biblioteca Virtual de Petroperú (https://cultura.petroperu.com.pe/servicios/biblioteca-virtual/) y serán distribuidos en todo el país como parte del programa de apoyo a bibliotecas que promueve la empresa.

El Premio Copé, instaurado por Petroperú en 1979, es considerado el galardón literario más importante del país, consolidándose como un pilar en el impulso y difusión de la literatura nacional. Con esta iniciativa, la empresa renueva su compromiso con la cultura y la creación literaria en el Perú.


El evento se realizará el jueves 24 de abril a las 7:00 p. m., con ingreso libre.

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Literatura

«Un cadáver sobre la ciudad», por Ricardo Piglia

Un texto del libro Formas breves, del escritor y crítico literario argentino.

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Una tarde Juan C. Martini Real me mostró una serie de fotos del velorio de Roberto Arlt. La más impresionante era una toma del féretro colgado en el aire con sogas y suspendido sobre la ciudad. Habían armado el ataúd en su pieza, pero tuvieron que sacarlo por la ventana con aparejos y poleas porque Arlt era demasiado grande para pasar por el pasillo.

Ese féretro suspendido sobre Buenos Aires es una buena imagen del lugar de Arlt en la literatura argentina. Murió a los cuarenta y dos años y siempre será joven y siempre estaremos sacando su cadáver por la ventana. El mayor riesgo que corre hoy su obra es el de la canonización. Hasta ahora su estilo lo ha salvado de ir a parar al museo: es difícil neutralizar esa escritura, se opone frontalmente a la norma de hipercorrección que define el estilo medio de nuestra literatura.

Hay un extraño desvío en el lenguaje de Arlt, una relación de distancia y de extrañeza con la lengua materna, que es siempre la marca de un gran escritor. En este sentido nadie es menos argentino que Arlt (nadie más contrario a la «tradición argentina»): el que escribe es un extranjero, un recién llegado que se orienta con dificultad en el vértigo de una ciudad desconocida. Paradójicamente, la realidad se ha ido acercando cada vez más a la visión «excéntrica» de Roberto Arlt. Su obra puede leerse como una profecía: más que reflejar la realidad, sus libros han terminado por cifrar su forma futura.

Los relatos de Arlt (y en especial los extraordinarios cuentos africanos, que son uno de los puntos más altos de nuestra literatura) confirman que Arlt buscó siempre la narración en las formas duras del melodrama y en los usos populares de la cultura (los libros de divulgación científica, los manuales de sexología, las interpretaciones esotéricas de la Biblia, los relatos de viajes a países exóticos, las viejas tradiciones narrativas orientales, los casos de la crónica policial). La fascinación del relato pasa por el cine de Hollywood y el periodismo sensacionalista. La cultura de masas se apropia de los acontecimientos y los somete a la lógica del estereotipo y del escándalo. Arlt convierte ese espectáculo en la materia de sus textos. Sus relatos captan el núcleo paranoico del mundo moderno: el impacto de las ficciones públicas, la manipulación de la creencia, la invención de los hechos, la fragmentación del sentido, la lógica del complot.

Arlt es el más contemporáneo de nuestros escritores. Su cadáver sigue sobre la ciudad. La poleas y las cuerdas que lo sostienen forman parte de las máquinas y de las extrañas invenciones que mueven su ficción hacia el porvenir.

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