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Literatura

CUENTO: «La Certeza» de Luis Humberto Moreno Córdova

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LA CERTEZA

Por Luis Humberto Moreno Córdova


                    

Luego de quince minutos bajo el sol, Edwin notó que la cola empezó a avanzar, y terminó bajo techo, detrás de cinco tipos, haciendo cola al lado de una puerta. Ignacia, su prima, le había jurado que no era necesario llevar un currículo “di que vas de parte mía nomás”, le dijo, pero Edwin recordaba las palabras de su tío Jacinto: “el orden y la presencia entra por los ojos, Edwincito”. Por ello se había tomado unos minutos para encontrar a un mecanógrafo en la avenida Arenales, que redactó su currículo de inmediato. Por suerte, Edwin tenía una vieja foto de la escuela, que pudo pegar en la esquina superior de la primera hoja. Siente que ha hecho bien. Ignacia puede decir lo que quiera, pero su mundo es la cocina.

El edificio en el que entró parecía restaurado, se fijó en algunas  paredes que todavía necesitaban una mano de pintura, incluso un enlucido. El podía hacer algo de eso, por un sencillo. Había ayudado a su padre en muchas construcciones cuando niño. Sintió nostalgia. Vio algunos afiches colgados en el pasadizo con el mismo nombre que vio en la entrada del edificio: “Nazaret”. Dos tipos pasaron a su lado con cámaras de video. Tenían el paso presuroso, murmuraban algunas cosas. Una señora de ojos diminutos bajo unos lentes enormes apareció de pronto por la puerta. Les pidió a todos los de la cola que pasaran a la oficina. Edwin abrió el folder manila y revisó su currículo. Los demás tenían las manos vacías.

La oficina le produjo claustrofobia. Había una ventana pequeña por donde apenas se filtraba la enorme luz solar que minutos antes había estado a punto de calcinarlo; había también unas sillas metálicas plegables, un escritorio, más afiches con fotos de palomas, océanos, cruces, corderos, con el mismo nombre que vio en la entrada y en los afiches del pasadizo. En una vitrina, Edwin notó unos folletines de hojas breves; algunos a color, otros en blanco y negro. Notó también unos libros pequeños, pero gruesos. Estiró el cuello para leer el nombre estampado en letras doradas: “sagrada biblia”.

Un hombre obseso, entrado en el ocaso de la vida, entró a la oficina. Llevaba una camisa blanca, impecable, como si recién la hubiera comprado. Estaba planchada a la perfección, sin una sola arruga. Su pantalón de terno era negro, de ahí nacían dos tirantes que cruzaban la camisa con disciplina; todo su atuendo estaba rematado por dos zapatos negros, charolados, y una corbata lila, al agua. Tenía unos lentes gruesos, Edwin los encontró similares a los que usaba su tío Jacinto. Su cabello era cano absoluto, muy pegado, y en su muñeca brillaba un reloj de oro, que a Edwin le hizo pensar en algún tesoro español.

La confianza de Edwin trastabilló cuando escuchó que el hombre empezó a saludar a los cuatro candidatos por su nombre. Les daba un palmazo en el hombro, como si los conociera de antes. Y en efecto, así era. El hombre les preguntó por familiares e hijos, y todos respondieron con palabras breves, que completaban una historia mayor: “mi hija está bien, logré matricularla en el colegio”; “el Tomasito está grande, me apenó que usted no pudiera bautizarlo”. Edwin se asustó al ver que el hombre se le acercaba. No sabía que decir. Finalmente cuando lo tuvo delante, Edwin estiró su mano sudorosa. El hombre le apretó los huesos hasta casi hacerlos crujir.

-Y tú, ¿quién eres?

-Edwin, señor, Edwin Chonta, vengo de parte de la señora Ignacia.

El hombre cerró los ojos un momento, movió su quijada de un lado a otro, luego pareció despegar de su sitio.

-Ah, Ignacita. Si, si, si. Gran colaboradora.

Edwin sonrió, aliviado. Los otros tipos se sentaron en las sillas metálicas.

-Mucho gusto –añadió el hombre-. Soy el pastor Gamaniel.

Edwin asintió, con la certeza de que el hombre esperaba una reacción más vivaz.

-Bueno, Edwin. Edwin, ¿verdad? Toma asiento.

-He traído mi currículo –dijo Edwin, con voz altanera. Los tipos que estaban sentados soltaron una risita sardónica.

-No es necesario, hijo –dijo el pastor Gamaniel-: Todos somos iguales en la casa de Dios.

Edwin comprendió que su currículo no sería necesario, pero si todos eran iguales, ¿quién sería entonces su jefe? Preocupado, se sentó a lado de los otros tipos. El calor empezó a sofocarlo, por lo que decidió abanicarse con el folder manila, cuyo contenido ya no valía la pena. Edwin pensó en los dos soles que gastó en vano con el mecanógrafo, se hubiera podido comprar una Coca-Cola helada con eso.

El pastor tomó asiento frente al escritorio. Edwin se fijó en varios papeles con sellos, notas, memorandos. Le parece más el escritorio de una oficina que el de una iglesia. ¡Claro que él había trabajado en una oficina!, lo hizo la vez que Ignacia lo jaló para trabajar como técnico en limpieza. Era un trabajo sencillo. Tenía que aspirar las alfombras del segundo piso de un banco en Paseo de la república, cerca a la zona financiera de San Isidro. El horario era nocturno, con el segundo piso del edificio para él sólo. Los gerentes de las oficinas le dejaban sus llaves para que aspire sus oficinas. Esas eran oficinas, no el cuartito asfixiante en el que se encontraba ahora. Tuvo que dejar el empleo por el horario, cuando dejó embarazada a su novia. Ella consiguió un trabajo en atención al cliente. Le pagaban bien, setecientos soles mensuales, pero el horario también era de noche. Edwin tuvo que dejar el empleo para cuidar al bebé. Era lo mejor.

-Lo que quiero que hagan es lo de siempre –dijo el pastor, luego apretó los labios y meneó la cabeza-. La gente, la gente está perdiendo la fe. Hemos pedido a nuestros fieles que traigan a un amigo, a un vecino, para que escuche la palabra, para que reciba el mensaje del señor.

El calor le humedecía la camisa, Edwin empezó a abanicarse con más fuerza, pero la mirada del pastor lo detuvo.

-Y ustedes, ustedes son lo más importante en esto. Ya saben como es. Necesito vuestra ayuda; el señor necesita vuestra ayuda.

El pastor subía la voz cuando se refería al “señor”. Pronunciaba la palabra con énfasis, como si al hacerlo quisiera que ésta se clavara en el corazón de cada uno de ellos. Edwin vio que los hombres asentían, cruzaban algunas palabras, pero sin lucir convencidos. Decidió levantar la mano.

-¿Si? –dijo el pastor Gamaniel. Edwin intentó ponerse de pie, pero el pastor, con una seña de su mano, le pidió que se quedara en su sitio.

-Disculpe pastor –pregunta Edwin con una vocecita sin fe-, pero, ¿qué es exactamente eso importante que tenemos que hacer?

Los tipos volvieron a reír. El pastor carraspeó, los regresó al silencio. La puerta de la oficina se abrió de repente, la señora de ojos diminutos y lentes enormes entró. Tenía un saco colgado en su brazo.

-Estamos listos, pastor –dijo, entregándole el saco. El pastor palmeó sus rodillas con ambas manos antes de ponerse de pie.

-Bien. Edwin, ve con él –dijo, señalando al tipo que Edwin tenía a su lado-. Te dirá que es lo que tienes que hacer.

El pastor, con la ayuda de la mujer de lentes enormes, logró colocarse el saco, no sin esfuerzo. Luego volteó a ver a sus nuevos reclutas.

-Como siempre, muchachos, les pido mucha discreción, mucha fe. Que el señor los acompañe.

Edwin volvió a notar la inflexión al momento de mencionar al hacedor. Vio a pastor desaparecer por la puerta. Tres tipos lo siguieron. El tipo que el pastor había señalado, le tendió la mano.

-Hola, choche –le dijo mientras sacudía su mano con exageración-, a mí me llaman Cucharita.

-Edwin Chonta…

-Sí, si. Ya sé, huevas. Ven conmigo.

Salieron por el pasadizo. Edwin miraba hacía todos los rincones, intrigado por los afiches, la gente que iba de un lado a otro. Doblaron a la derecha, a la izquierda, luego Edwin perdió la noción del trayecto. Una enorme puerta los detuvo. Dos hombres vestidos de terno, con rostro enjuto, se les acercaron.

-Somos parte del soporte –dijo Cucharita.

Los tipos de seguridad abrieron la puerta. Dentro, un enorme salón, con tres filas de bancas de madera y asientos de plástico, donde al menos trescientas personas cantaban alabanzas. Frente a ellos había un altar de madera, con velas a los costados y un atril para leer la Biblia. Al fondo, una enorme sábana blanca con una paloma y un océano calmo sobre el cual se podía leer el nombre de Iglesia Bíblica de Nazaret.

-Vamos por acá, huevas –volvió a decir Cucharita, apurándolo con unas palmaditas en el brazo.

-Me llamo Edwin, oe.

-Ya lo sé, huevas.

Edwin vio que su compañero caminó hasta la última banca. Decidió seguirlo. Encontró a Cucharita empinado, moviendo la cabeza de un lado a otro.

-Ya está. A nosotros nos toca en la tercera zona. Vamos.

Mientras caminaban, Edwin notó que la gente dejó de cantar, para dar paso a una voz gruesa que emergió por los altoparlantes. “Y ahora, recibamos, a nuestro querido pastor, el hermano ¡Gamaniel… Alcarazo… Reyes!”

Por un segundo, Edwin estuvo convencido de que sonaría la campana de box, pero no fue así, En cambio, la gente empezó a aplaudir tímidamente, mientras una música de fondo entonaba un himno de alabanza cuya letra se distorsionaba por lo alto del volumen.

-Aquí –le dijo Cucharita, casi empujándolo-. Entra aquí.

Estaban a pocos metros del altar, en la zona de las bancas de madera. Edwin se fijó en las personas que lo rodeaban. Notaba en sus rostros el mismo desconcierto que él sentía. Había algunas señoras en polleras, muchachitas con bebés en brazos y personas con rostros demolidos por el alcohol o las drogas. Era una amalgama de perdedores como él, de gente resentida, solitaria, destruida.

-¿Qué tenemos que hacer, Cucharita? –preguntó sin quitar los ojos de la gente.

El pastor tomó un micrófono, lo sostuvo en su mano, como quien sostiene un cetro sagrado, una lanza a punto de ser utilizada.

-Tú sólo imítame. Cada vez que el pastor haga una pausa, imítame.

El corazón pareció acelerarse. Edwin no entendía bien lo que debía de imitar. Espero por un momento a que el pastor pronunciara alguna palabra, pero la música todavía seguía en alto, mientras algunos de los fieles empezaban acompañar la tonada con las palmas. Repentinamente se hizo el silencio. La voz del altoparlante volvió a emerger, esta vez con un tono místico: “Jesús dijo: ‘Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.

El silencio fue absoluto. El pastor Gamaniel mantenía el micrófono en su mano. Sus ojos se posaban en cada rincón del recinto, en cada rostro atemorizado. Edwin veía como las manzanas de Adán de muchos fieles subían y bajaban con rapidez.

-El señor nos convoca, nuevamente, a estar con él, ¡únicamente con él! Gloria a Dios.

“¡Gloria a Dios!”. Cucharita repitió las palabras con voz frenética, acompañándolas con un aplauso escandaloso. Un grupo de personas de la banca posterior, al verlo, lo imitó. Edwin se percató de algunos elogios similares en otros sitios del templo. Miró con cautela y notó que uno de los tres tipos que estuvieron con él en la oficina del pastor estaba sentado en la primera zona, repitiendo también las mimas palabras, sacudiendo la emoción de los fieles. Edwin sintió que las cosas le quedaban más claras.

-¡Porque Dios no quiere rezos y caras largas –prosiguió el pastor, alzando su voz, vigorosa-, rezos y rostros compungidos! Dios no quiere que vivamos idolatrando imágenes de todo tipo, ¡en templos, llenos de dinero, corrupción, y opuestos totalmente…!

Edwin no escuchó las palabras finales de pastor. No las entendía. Sólo aguardaba el momento del silencio. Afiló su vista hacía los labios del padre, midió sus palabras, hasta que lo escuchó pronunciar la alabanza. Entonces invocó a una fuerza gutural nunca antes hallada, dejando que emergiera entre sus dientes, que sacudiera su lengua, que se elevara hasta el cielorraso del templo en el que se encontraba:

-¡Gloria a Dios! ¡Gloria a Dios!

Se sintió satisfecho al notar que la gente que estaba a su lado repitió las mismas palabras, aplaudió, agitó las manos en el aire. El pastor hizo una mueca de labios torcidos mientras asentía con la cabeza, luego levantó una mano, casi como si buscara tocar el lejano techo del templo.

-El señor, por la fe nos curará. Yo os digo. ¡Por la fe, nos curará! Gloria a Dios.

La gente empezó a reaccionar. Edwin sintió que una quemazón de orgullo inflaba su pecho. Volvió a gritar con voz suplicante, a aplaudir, mientras la gente a su lado terminaba de encenderse como una hoguera dantesca, vitoreando, echando lagrimas, abrazándose entre ellos.

-¡Alabado sea el señor! ¡Aleluya, hermanos!

La música de fondo acompañó unas palabras finales del pastor antes que la voz del altoparlante volviera a recitar una frase bíblica con el mismo tonito misterioso. “El centurión le dijo a Jesucristo: ‘señor, no soy digno de que entres…”

Edwin había repetido esa frase millones de veces en las misas que al padre Ducci celebraba, en aquellos años que su barrio apenas era un montón de esteras sobre un cerro pelado al borde de la Panamericana Sur. Luego el cura tuvo que irse. La gente rumoreaba que los terroristas lo habían amenazado. Luego la gente se había ido a otras iglesias. Edwin intentaba recordar si alguna de ellas era la iglesia de Nazaret, pero no, no la recordaba. La voz del pastor lo devolvió al frenesí del templo.

-¡Si tienes fe en Jesucristo! ¡Entonces Jesucristo puede tocar tu corazón! ¡Puede sanar tu alma!

El pastor hablaba haciendo gestos exacerbados. De su boca salpicaron gotitas de saliva después de cada palabra. Cucharita agitó sus manos, vitoreando la causa divina que lo reunía junto a sus hermanos. Unas mujeres lloraron golpeando su pecho, mientras dos niños –tal vez los hijos de esas mujeres- jugaban cerca de uno de los portones de salida.

-¡Yo les mostraré! ¡La misericordia de nuestro redentor! ¡Bendito sea el señor! ¡Aleluya!

Edwin vio que uno de los portones se abrió. Dos tipos con terno y rostro enjuto, similares a los que lo recibieron en la entrada, hicieron ingresar a una breve fila de hombres y mujeres con rostros cansados. Cojeaban, llevaban muletas o estaban en silla de ruedas. Usaban prendas decentes, mejor que las que usaba el promedio de fieles congregados en el templo. Una música celestial sonó por el altoparlante, mientras el pastor bajaba del altar por unos peldaños estrechos, donde dos mujeres –Edwin reconoció a la tipa de lentes enormes y ojos diminutos- lo recibieron.

La fila de personas tullidas desfiló entre aplausos y aleluyas hasta el centro del templo, frente al altar, donde el pastor parecía meditar, lejos de todo, murmurando palabras incomprensibles. Edwin gritó un par de alabanzas más, pero sintió que la garganta iba a fallarle. Observó en las otras filas, logró ubicar a otro de los tres que estuvieron junto con él y Cucharita en la oficina. El tipo estaba de rodillas con los ojos cerrados, el rostro desencajado, sudoroso y las manos levantadas al cielo. Edwin no se sintió capaz de hacer algo así todavía. Quizá con más práctica, pensó. Quizá.

-No debéis temer, hermanos –dijo el pastor Gamaniel, con la voz sosegada, como el silencio antes de un terremoto-. El señor mostrará el camino.

Edwin volvió su atención al centro del templo, donde los tullidos, al pie del altar, movían sus cabezas de un lado a otro. Observó al pastor, acercándose a una mujer en muletas. Era una mestiza de cabello negro, caderas anchas, con un vestido amarillo, largo. Edwin no pudo ver su rostro, pero la mujer, en conjunto, le resultó familiar. El pastor le preguntó su nombre. “Ignacia, reverendo”, contestó la mujer. Edwin sintió un sobresalto.

-Tengo este problema en mi pierna, reverendo –continuó explicando la mujer, entre sollozos-, que no lo puede curar ningún doctor.

Ignacia señaló su pierna, aprisionada por una venda enorme, sucia, de manchas rojizas. Edwin volvió a extrañarse, a preguntarse en qué momento había sucedido eso, si en la mañana todo había estado bien. Ignacia era una buena persona. Siempre había estado pendiente de él, a pesar de los diez hijos que cuidaba sola, desde que su última pareja se marchó con una chiquilla que ni había terminado el colegio. A pesar de todas las angustias en el barrio, Ignacia siempre tenía para él un platito de sopa, algún caldito de mote, o un platito de menestra para recibirlo. Sólo el padre de dos de sus hijos le pasaba un dinerito, y eran esos niños los únicos a los que podía hacer estudiar. Los otros ocho andaban a merced del tiempo, de la bravura de las esquinas, recogiendo botellas o basura para venderle a los recicladores. Aún así, Ignacia era buena.

Edwin no pudo contenerse. Salió de su sitio con paso urgido, hasta el centro del altar. Mientras avanzaba, sintió que la mano de Cucharita intentaba detenerlo: “¿A dónde vas, huevas?”, le dijo, mientras trataba de asirlo, pero Edwin era más fuerte y logró zafarse. Llegó hasta Ignacia y la abrazó, mirándola con ojos penosos.

-¿Cuándo te ha pasado eso Ignacia, si ayercito nomas estabas caminando?

La voz de Edwin se coló por el micrófono, resonando levemente por el altoparlante. La gente seguía vitoreando, alabando, sacudiendo cabezas, manos, llorando de rodillas en el suelo. El pastor Gamaniel, aventó el micrófono lejos, en lugar de apagarlo. Se puso nervioso. Apenas atinó a mover sus ojitos de un lado a otro, con la boca abierta, mientras unas gotitas de sudor aún colgaban de su barbilla.

-¿Qué haces, Edwin? No seas cojudo –susurró Ignacia. Edwin puso cara de no comprender nada.

-Lo de tu pierna, Ignacia. Lo de tu pierna.

-No tengo nada, Edwin. Regresa a tu sitio.

-Pero esa venda…

Cucharita llegó a tiempo para sujetarlo, segundos antes que los tipos de terno negro intentaran derribarlo. La gente empezó a pasarse la voz, a salir de sus sitios y acercarse al medio del templo para contemplar la pelea.

-No seas huevas. No seas huevas. Vámonos.

Edwin intentó sacudirse, pero los tipos de negro lo tomaron por los brazos. Ignacia seguía apoyada en sus muletas, viendo como los tipos de terno negro intercambiaban algunos golpes con Cucharita, que intentaba proteger a Edwin, y Edwin intercambiaba golpes con todos, tratando de acercarse a Ignacia. El pastor Gamaniel empezó a mover la cabeza de un lado a otro, buscando el micrófono.

-Si ayer estabas bien, Ignacia. Si ayer estabas bien.

Unas señoras de pollera, con sombrero chato, se llevaron la mano a la boca. Unas muchachitas cargaron a sus hijos y dieron media vuelta en dirección a la salida. Los demás empezaron a echar hurras a favor de uno y otro grupo, a cantar los golpes, a carajear a los que dejaban pegarse. El pastor Gamaniel dio unos pasitos en sentido contrario a todo el tumulto, mientras la mujer de lentes enormes y ojos diminutos recogió el atril, la biblia, para luego escapar por una puerta de emergencia.

Cuatro tipos más, de terno negro, terminaron de contener la situación. Ignacia empezó a moverse, sin dejar de usar las muletas, abandonando el tumulto, en dirección a uno de los grandes portones. Cucharita, con el labio roto, se apartó. Buscó la marca de sangre en alguno de los puños de los tipos de terno negro, pero terminó encontrándola en el puño de Edwin, que todavía se agitaba y pataleaba, preguntando por Ignacia.

Los tipos de seguridad llevaron a Cucharita y a Edwin hasta la puerta de entrada, empujándolos con rabia. Uno de los tipos se atrevió a meterle un cabe a Edwin, quien rodó por las escaleras como un bulto, lastimándose la rodilla. “Vienen a joderla”, escuchó Edwin, antes que el dolor lo invadiera.

Intentó ponerse de pie, pero la rodilla lo estaba matando. La gente que pasaba por las calles lo ignoraba, como un espectro maloliente emergido de la cloaca. Edwin se palpó el rostro, sintió las hinchazones producidas por los golpes. Cuando al fin pudo incorporarse a medias, vio que Cucharita estaba sentado en los escalones.

-¿Por qué no me has ayudado? –le preguntó.

Cucharita se puso de pie, se acercó y le metió un puntapié en el estómago.

-Eso es por dejarme sin chamba, mierda.

Edwin cayó de rodillas nuevamente, mientras veía a Cucharita alejarse a paso lento, deteniéndose en un puestito de la esquina de Arenales para comprar un cigarrillo suelto. Lo vio echar el humo, mientras la inminencia de la noche obligaba a que los postes prendieran sus luces. El olor del monóxido de los autos lo relajó. Sintió el estómago revuelto por la patada recibida. Quiso vomitar.

Se puso de pie, pero le costó caminar. Antes de partir de su casa, le había prometido a su novia que este sería un gran día. Las recomendaciones de Ignacia casi siempre eran buenas, como la chamba que le consiguió en el banco. Se percató que no tenía dinero para regresar a casa. Pensó en tocar la puerta de la Iglesia Nazaret, pero su instinto de conservación le sugirió que era mejor esperar a que Ignacia saliera. ¿Saldría por esa puerta?

Se sentó en las gradas a esperar, mientras la noche se asentaba y la avenida arenales empezaba despejarse. Algunas caras desconfiadas lo miraban desde la acera de enfrente. Edwin frunció su ceño, para tratar de mostrarse como un tipo de pocas pulgas. Si lo asaltaban, pensó, no podría correr ni defenderse.

Luego de dos horas, mucho después que los fieles abandonaron el templo y las luces de la iglesia Nazaret se apagaron, Edwin continuó con la esperanza de que Ignacia apareciera. Estaba muy lejos del cerro donde su novia lo esperaba para irse a trabajar, donde su pequeño bebé se quedaría sin nadie que lo cuide. Edwin sorbió sus mocos, aguantó sus lágrimas. Por primera vez se sintió digno, a pesar de toda su tragedia. Intuyó que de nada iba a servir pedirle una ayudadita a Dios.



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Literatura

Padre e Hija Escritores Peruanos Reciben Distinciones Internacionales

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En un emotivo evento celebrado en el Hotel Crowne Plaza de Miraflores, el periodista y escritor peruano Richard Morris Riofrio fue reconocido con dos distinciones internacionales por su novela histórica de ficción, “Rosalba de Altagracia”. La Lic. Issa Arguetas tuvo el honor de entregar estos prestigiosos reconocimientos, uno otorgado por la Real Academia de Arte y Literatura, Filial de los Estados Unidos de América, y el otro por el Consejo Mundial de la Paz, en el marco de su participación en el 1er Congreso Mundial de la Paz y las Artes celebrado en Michoacán, México, en 2024.

Richard Morris, quien también es Mensajero para la Paz de la ONU, se encuentra en el proceso de lanzamiento de su nueva novela de autoficción, “La Noticia Inversa”, un proyecto que promete generar un gran impacto en la comunidad literaria. Su compromiso con la paz y la promoción del arte continúa marcando su carrera como escritor.

Por su parte, su hija, Kiara Morris Rodríguez, a sus 13 años, ya es una figura destacada en el ámbito literario. Actualmente, es embajadora cultural del Bicentenario y recibió la Distinción Internacional Infantil Líder de Paz en Ecuador, otorgada por su contribución a la paz y la cultura. Su obra “Érase una vez en Moore” ha sido adaptada al teatro, lo que subraya su talento y su capacidad para conectar con diferentes públicos a través de las artes.

Ambos escritores representan un claro ejemplo del potencial creativo peruano, mostrando que la literatura puede ser un vehículo poderoso para la paz y la cultura. Richard y Kiara se han comprometido a seguir promoviendo el arte y la literatura, con la esperanza de inspirar a las futuras generaciones.

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Literatura

Hijo de Mario Vargas Llosa afirma que su padre está bien de salud

Tras la cancelación del viaje de MVLL a Madrid para recibir un homenaje, y luego de filtrarse información que indicaba que su estado de salud se encuentra en un nivel muy delicado, su hijo Álvaro ha salido a responder que el Nobel ha tenido que reducir sus actividades debido a su avanzada edad.

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El escritor Mario Vargas Llosa no asistió a la gala de la ‘Catedra Vargas Llosa’ en San Lorenzo de El Escorial en Madrid, en la cual iba a ser homenajeado y se quedó en Lima tras cancelar su viaje. En tanto, en su representación asistió su hijo Álvaro Vargas Llosa, quien aprovechó para afirmar que su padre, se encuentra bien. A pesar que su familia desde hace algunos meses se ha resistido a comentar sobre su real estado de salud.   

«Mi padre tiene casi 89 años, está en el umbral de los 90 años, es una edad a la que uno tiene que reducir un poco la intensidad de sus actividades y él lo ha hecho», afirmó el hijo del Nobel de Literatura en un acto público.

El escritor MVLL ingresó a la Academia de la Lengua Francesa.

Álvaro, además mencionó que la familia está “muy unida” y que su madre Patricia, “está muy pendiente de su padre”, y que “probablemente estará en Perú hasta fin de año” y que no puede dar una fecha exacta para su próximo viaje.

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Literatura

Han Kang se convierte en la primera escritora surcoreana en ganar el Premio Nobel de Literatura

Escritora se impuso a autores como Can Xue, Haruki Murakami o Anne Carson, quienes se encontraban entre los más voceados.

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Contra todo pronóstico, la Academia Sueca decidió otorgarle el Premio Nobel de Literatura a la escritora surcoreana Han Kang, quien fue galardonada “por su intensa prosa poética, que saca a la luz traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana”, según declaró el secretario permanente de la Academia, Mats Malm.

Para los miembros del jurado, la autora ilumina la “conexión entre el cuerpo y el alma, los vivos y los muertos”, y su “estilo experimental” supone una innovación en la prosa contemporánea.

La escritora de 53 años es hija del también escritor Han Seung –won. Nació en Gwangju en 1970, pero creció en Seúl desde los once años. Estudió Literatura Coreana en la Universidad Yonsej de Seúl y se licenció en 1993. Debutó con poemas que aparecieron en la revista Literatura y Sociedad, pero se dio a conocer como prosista.

En 1994, ganó el premio literario del periódico Seoul Shinmun. Posteriormente, publicó varios volúmenes de relatos. En 1999, ganó el premio a la mejor novela coreana. En 2000, el «Premio para Jóvenes Artistas de Hoy», del ministerio de Cultura y Turismo. Y, por último, en 2005, el premio de Literatura Yi-Sang.

La reciente galardonada con el Nobel de Literatura ha trabajado como periodista para las revistas Water of the Deep SpringJournal of Publications y Spring. Su primera novela, La vegetariana (2007), fue llevada al cine en 2010 y recibió el prestigioso premio Booker Internacional en 2016. Está traducida al castellano, al igual que otra novela suya, La clase de griego. En la actualidad, Han enseña escritura creativa en el Instituto de las Artes de Seúl.

Foto: difusión.

Un galardón inesperado

Como todos los años, las especulaciones sobre los posibles galardonados no se hicieron esperar. El chino Can Xue, la canadiense Anne Carson, el escritor indio-británico Salman Rushdie y el japonés Haruki Murakami eran considerados candidatos prometedores. Algunos se consideran ya eternos favoritos y, una vez más, se han ido con las manos vacías.

Después del Nobel de la Paz, el de Literatura es el más reconocido. Los galardonados y sus editores también se benefician de ello gracias al aumento de la demanda de libros.

Según contó Mats Malm, secretario permanente de la Academia Sueca, cuando llamó a la autora para comunicarle la buena noticia, Han Kang estaba almorzando con su hijo. La escritora ha prometido acudir a Estocolmo para la ceremonia de entrega del galardón, el 10 de diciembre.

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Literatura

Jack Martínez, de mototaxista en SJL a ser catedrático de Literatura en Nueva York

Escritor peruano es en la actualidad profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Hamilton.

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Sus primeros diez años los pasó en las alturas de La Oroya (Pasco), entre recios obreros de la mina como su padre, bares de mala muerte donde no era extraño ver a uno que otro borrachín, olor a azufre y tierra recién escarbada. La madre de Jack Martínez siempre quiso una mejor vida para su menor hijo; es así que no lo pensó dos veces cuando la empresa donde laboraba su esposo le ofreció vivir en la capital.

Fue así que el pequeño Jack, ya de 11 años, y su madre llegaron al convulso y desordenado distrito de San Juan de Lurigancho (SJL).

“La primera vez que llegué nos bajamos en lo que era el último paradero de ese arenal, que hoy es la estación Santa Rosa. No recuerdo una noche tan oscura. Sin luz eléctrica, eran chozas y había que tantear con los pies para avanzar y así fue que llegamos. Al día siguiente, al despertar, lo primero que sentí fue el sol terrible sobre la arena (era verano). Fue un choque fuerte. No solo en lo material, sino también en lo cultural”, recuerda Jack.

De esta etapa rescata que pudo conocer un micropaís ahí y crecer con ellos positivamente; “había gente que venía del norte, del sur, de la selva. Gente que se veía diferente a mí y yo diferente a ellos. Crecí junto con el distrito. Recuerdo la primera vez que pusieron el agua y desagüe, fue una fiesta para todos”, relata el escritor para la agencia Andina. Hasta los 16 años, Jack fue parte de la educación estatal, y aunque su vocación y talento no afloraron de inmediato, fue la tradición oral la que lo hizo acercarse a este mundo.

Soñaba con ser periodista deportivo y Ovación era su dial favorito. La academia preuniversitaria era el paso obligado si quería estudiar Comunicación Social en la Universidad San Marcos.

Sin embargo, tuvo un extraordinario profesor que les narraba con gran habilidad diversos contenidos y que una vez delante del jovencísisimo Jack recibió su paga en efectivo.

“Dije , ¡wao! yo quiero que me paguen así… quiero ser profesor. Y comencé a leer. Así postulé a Literatura e ingresé… mis compañeros venían de distintas realidades. Fue impactante ver a compañeros que en lugar de una mochila llevaban sus libros en bolsas de plástico negras y otros que gozaban de muchas comodidades y vivían en lugares que jamás había visitado”. Fueron encuentros que la vida le planteó.

Sin tenerla fácil, en plena crisis, Jack tuvo en aquel entonces trabajar también como mototaxista para solventarse, contando con el apoyo familiar.

De ahí, el Icpna le abriría sus puertas y conocería el mundo de las exposiciones y así pasaron cinco años.

“Un amigo regresó al Perú tras estar becado y él me guió por ese camino y decidí apostar”. Dejó la zona segura, la locura de dejar todo lo establecido e irse a estudiar. “Creo que mi familia pensaba que bromeaba y no me tomaban muy en serio. Igual seguí adelante y cuando llegó el momento le dije a mi novia ´(hoy mi esposa) que me iba y si quería irse también”, recuerda.

“Después de seis años de ese primer viaje, logré invitar a mi mamá. Antes creía seguro que trabajaba en algo más y que lo de la beca era un invento para dorar la píldora, pero luego vio que todo era real”, señala con orgullo tras culminar su maestría en la Universidad de Connecticut.

Al año siguiente, obtuvo otra beca para el doctorado en Northwestern (Chicago). Durante sus años de doctorado, además de investigar y escribir la tesis, publicó su primera novela, Bajo la sombra (2014), que tuvo excelente recepción crítica. En el 2017 se gradúo como doctor y publicó su segunda novela, Sustitución. También ese año empezó como profesor en la Universidad de Hamilton, en Nueva York.

Su mejor novela. Jack es el personaje principal de su historia. Foto: Hamilton College.

En el 2024 acaba de publicar su tercera novela, Te he seguido. En la Universidad de Hamilton enseña escritura creativa, formando jóvenes escritores. También enseña literatura peruana, promoviendo nuestra rica tradición en los estudiantes estadounidenses.

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Literatura

«El jefecito del comedor», un cuento de Giovanna Gutierrez Narrea

Las calurosas vivencias de un empleado de un comedor universitario.

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Cerca de la 1:00 p.m., las colas del comedor seguían aumentando (por la puerta posterior, lateral y frontal), el sol radiante quemaba el rostro y cabeza de los comensales, los gritos bulliciosos: zampón, haz tu cola; amiga, despierta, no dejes que se metan; seguro son los de facufide; las antisonantes voces acompañadas de un megáfono y banderola en son de protesta.  

Tres de la tarde, ni un alma en los alrededores del comedor.

El jefe del comedor estaba fumando cuando tocaron la puerta.

_ Pase _ ordenó

Entró una señorita de buen porte y sonriente le dijo:

_ Buenas tardes, licenciado Abel, quisiera conversar con usted.

_ Sí, dígame

Mientras la coqueta y pícara estudiante se presentaba: me llamo Marifé, soy consejera de la Facultad de Inicial, y miembro de la comisión de almuerzos por el aniversario de mi facultad; quisiera saber qué documentos debo traer para que nuestro pedido sea atendido.

Con la mirada embobada, el jefecito del comedor, escuchaba atentamente el discurso de ese monumento de mujer que tenía en frente: blanquiñosa ella, de ojos grandes y claros, labios carnosos y sensuales, cabellera larga de color castaño, angosta cintura, caderas anchas al igual que sus pechos (todos los hombres son iguales, cuando ven carne blanca hasta podrida la consumen, y si tienen un buen derrier y busto, mejor).

Marifé, inmediatamente notó al hombre de enfrente completamente absorto con su presencia, y en un cruce de miradas hizo que el rostro del licenciado Abel se  ruborizara y dibujara un mohín con sus labios (solito se delataba).

_ Ok, señorita, entiendo. Entonces, puede usted presentar un oficio del decano dirigido a mi persona, solicitando la cantidad de almuerzos que necesitan, adjuntar la resolución de aniversario de decanato y la relación de alumnos matriculados en su facultad.

Tres días después, cerca de las 6:00 p.m., se apareció Marifé por detrás del jefe del comedor, sorprendiéndolo en el momento en que abría la puerta de su carro.

_ Hola, Abel. Perdón, perdón,  quise decir  licenciado Abel. Veo que ya se va, y justo hoy el profesor de estadística se extendió con su clase. Mañana tendré que regresar para presentar la solicitud de almuerzo.

_ No te preocupes, déjamelo y yo mañana lo veo.

_ Qué lindo, gracias. Mmmm, sería mucha molestia si me da una jaladita hasta la puerta de la universidad. Lo que pasa es que ya está oscureciendo y me da miedito bajar sola.

_ Sí, claro, sube. Por dónde vives?

_ En Huaycán, cerca a la Plaza de Armas de Huaycán, en la Av. 15 de julio, cuadra 10. Por lo general me vengo a la universidad con los colectivos y de regreso en combi, pero si tengo suerte, hoy puedo regresar en una camioneta Chevrolet (sonrió la pendeja).

El jefecito del comedor no pudo evitar los ojos brillosos, mejillas sonrojadas y el alargamiento de sus labios, al momento de sonreír.

_ ¿Te molesta si te tuteo?

_ No, total ya estamos fuera de la universidad.

_ ¿Y tú por dónde vives?

_ En Tarazona

_ Qué pena.

_ ¿Por qué?

_ Porque unos metros más y ya me tengo que bajar. Entonces, mañana te busco para recoger la copia de mi solicitud con el sello de tu oficina (despidiéndose aparentemente con un beso en la mejilla, pero se lo dio en la comisura de los labios).

Al día siguiente, 4:30 p.m., Marifé se acercó al container que fungía como oficina del jefe del comedor, llevando Caramandungas para tomar lonche, pues días anteriores la ofrecida esta se había percatado de la cafetera y hervidora que descansaban en una mesita, ubicada fijamente en una de las esquinas del vagón.

Abel la miró y sonrió, se sacó los lentes y se restregó los ojos. Luego cortó un pedazo de papel higiénico y limpió las lunas con esmero (mientras pensaba qué decir). Los trabajadores se iban retirando con un hasta mañana jefe, todo limpio jefe, todo cerrado jefe, que descanse jefe, cuidado jefe.

_ Gracias por las rosquitas Marifé, pero ya me tengo que ir. Te prometo que mañana temprano me los como en el desayuno.

Aquí puedes continuar leyendo el cuento completo.

https://cuentroversia.blogspot.com/2024/08/el-jefecito-del-comedor-cerca-de-la-100.html

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Literatura

Presentación de libro Gaza ante la historia, de Enzo Traverso

Conoce una de las novedades de la Feria Internacional del Libro de Lima.

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En el marco de la 28° Feria Internacional del Libro de Lima (FIL), gracias a la librería Contragolpe, se llevará a cabo la presentación del libro Gaza ante la historia, del reconocido historiador Enzo Traverso. El evento se realizará el lunes 29 de julio, en el auditorio José María Arguedas, a las 3 p.m. La presentación del libro estará a cargo del politólogo Alberto Adrianzén y la artista Daniela Ortiz.

¿Es la destrucción de Gaza una consecuencia del ataque del 7 de octubre o el epílogo de un largo proceso de opresión y erradicación? ¿Tienen los palestinos derecho a resistirse a la ocupación? ¿Hablar de genocidio es antisemitismo? En Gaza ante la historia, Enzo Traverso, uno de los historiadores más autorizados de nuestro tiempo, va a la raíz del conflicto israelopalestino poniendo en cuestión la historia del conflicto y ofrece una interpretación crítica que da la vuelta a la perspectiva unilateral desde la que nos hemos acostumbrado a observar lo que ocurre en Gaza.

Se suele describir a Israel como una isla democrática en medio de un océano oscurantista y a Hamás como un ejército de bestias sedientas de sangre. La historia parece remontarse al siglo XIX, cuando Occidente perpetró genocidios coloniales en nombre de su misión civilizadora. Sus supuestos esenciales siguen siendo los mismos: civilización frente a barbarie, progreso frente a atraso. Junto a las declaraciones rituales sobre el derecho de Israel a defenderse, nadie menciona nunca el derecho de los palestinos a resistir una agresión que dura desde hace décadas. Pero si en nombre de la lucha contra el antisemitismo permitimos que se desate una guerra genocida serán nuestras propias orientaciones morales y políticas las que se vean empañadas, serán los supuestos de nuestra conciencia moral los que se verán socavados: la distinción entre el bien y el mal, el opresor y el oprimido, los perpetradores y las víctimas.

Fecha: lunes 29 de julio

Hora: 3 pm

Lugar: auditorio José María Arguedas de la FIL (Parque Próceres de la Independencia, Jesús María, alt. cd. 16 de av. Salaverry)

Presentan:

– Alberto Adrianzén

– Daniela Ortiz

Organiza: librería Contragolpe  

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Literatura

«Por Facebook», un cuento de Giovanna Gutierrez Narrea

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Por Giovanna Gutierrez Narrea

Te miro por el face y vienen a mí los años de esplendor al lado tuyo. Una relación amorosa de tres años: compartiendo anécdotas, viajando juntos, experimentando emociones, conociendo un poco de ingeniería mecánica y tú aprendiendo un poco más sobre el sistema de la lengua (tú en la UNI y yo en la UNE-Cantuta). Dé repente, tu ausencia se empezó a justificar porque tenías que estudiar para tus prácticas calificadas, luego los trabajos de grupo y, finalmente, tus exámenes parciales y finales. Un par de meses después me dijiste haber conocido a una chica (rubia superficial, por cierto, tez blanca, delgada, caderona y bien tarrajeada; la típica mujer por la que el 99.9 % de hombres pierden la cabeza). Enamoramiento que te duró menos de un año, puesto que tu nueva conquista terminó yéndose con un hombre, muchos años mayor que tú; interesante cargo en la política de la universidad y de atractiva billetera. Supongo que mi poco atrevimiento sexual y la falta de coquetería fueron en gran parte, también, las causas del enfriamiento sentimental, razones por las que terminaste conmigo.

Anoche vi a Javier -me contó Mary-. Pensé que eras tú la que estaba con mi primo (estos chicos no cambian, terminan y luego regresan -me dije-…). Yo estaba comprando salchipapas en la esquina de mi casa, cuando pasaron por detrás mío, y mi primo ni cuenta se dio, y al voltear miré a la chica, quien tenía tu misma estatura, el cabello negro y lacio como lo tienes tú, y de perfil muy parecido a ti (pudiendo tener una original, se buscó una copia), pero por la oscuridad no la pude ver con exactitud. Sin embargo,  esa relación no le duró mucho tiempo, porque luego lo vi salir con su actual pareja, un poco feíta la nueva prima, pero es odontóloga. Ni modo amiga, será mi primo pero que se joda… Mejor estabas tú.

Aquí el cuento completo: https://cuentroversia.blogspot.com/2024/06/por-facebook-te-miro-por-el-face-y.html

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Literatura

Invitación a comer un chaufa: el nuevo libro de Julio Barco

Lee la columna de Nicolas López-Pérez

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Por Nicolas López-Pérez

A la industria editorial en crisis: lo primero es tomar por sorpresa a la hegemonía con un ramo de dientes de león. Luego, al ver los rostros entre la confusión y el estupor, soplar con dulce violencia cada una de las partículas que componen la flor. Esa es la fuerza literaria de Julio Barco (1991), señoras y señores. El poeta de El Agustino que viste y calza. No me detendré en la identidad de qué género o de qué tipo es el último libro publicado. Lo cierto es que Chaufa es un homenaje a la opacidad de la palabra y el lenguaje. En sus páginas se narra, se ensaya, se canta, se baila y se come. Como si la literatura peruana y su estado actual fuese el tema de un banquete digno de Platón, una reunión que armoniza reflexión y sentimiento.

A ustedes, señoras y señores de la industria editorial, huelga deciros que este libro es una incisión en las maneras de leer el insalvable abismo entre lo popular y lo culto; entre la periferia y el centro; entre el margen y el cuadro. Al mismo tiempo, su prosa nos muestra a un escritor audaz y resiliente ante el histórico vapuleo contra quien no tiene santos en la corte. Un escritor que se desenreda, como si fuera un ovillo de lana, para golpear la mesa y declarar una nueva profesión de fe literaria. Tal vez, señoras y señores de la industria editorial en crisis, la literatura que os presentáis es, a grandes rasgos, ominosamente homogénea y continúa a mostrarnos un Perú desconectado de sus bases. Puede que esta afirmación categórica se malinterprete, pero ante un mar de literatura pituca y aspiracional en que la finalidad es conmover o divertir con historias más o menos fascinantes, escribir desde las entrañas de nuestras ciudades es un ejercicio de resistencia y estrategia. Chaufa articula la palabra como un antídoto contra la apatía que vuestra literatura vierte sobre la clase trabajadora peruana.

En un hadiz islámico se lee que el estómago es el centro de todas las enfermedades. Desde ahí, una ética del cuidado de lo que se come. En el Perú, no obstante, todavía se habla de hambre; todavía hay poblaciones enteras donde escasea la comida y no solo por el aumento en el costo de la vida ni por la falta de empleos, sino por el individualismo y, además, la insuficiencia de las políticas públicas para llegar a cada rincón de una escandalosa, pero preciosa geografía. Recuerdo un dossier de 2018, publicado en Unidiversidad, una revista de pensamiento y cultura de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) y titulado “Perú: los poemas del hambre”. Paolo de Lima, el compilador, enfatiza el hambre como tópico en los versos de un considerable número de autores. Y esos poemas y poetas no son los primeros que orbitan en torno a la comida, también obras como “Primicias de cocina peruana” (2005) de Rodolfo Hinostroza, “Comer en los mercados peruanos” (2019) de Mirko Lauer o incluso “Tratado de la yerbaluisa” (2012) de Enrique Verástegui son ejemplos del vínculo entre literatura y comida. El estómago se conecta con el corazón y el cerebro, ¿y ustedes señoras y señores de la industria editorial qué hacen al respecto con las problemáticas sociales de las mayorías? Una paradoja: Perú, potencia gastronómica a nivel mundial e incapaz de erradicar el hambre en su territorio.

Barco nos encuentra en el Chifa, aunque puede que otros platos que nos acomunan sean el ceviche o la salchipapa. Lo encomiable está en el imaginario popular que este escritor construye: precisamente, en ese punto en que todos los archivos se tocan y donde no originan una identidad que confronta los ánimos, sino una capaz de generar una potencia solidaria donde el Perú se construye con tradiciones, afectos y palabras. Barco apuesta, en definitiva, por un manifiesto que conjura un sentimiento social, bullendo desde un problema inmanente y trascendente: el sentido de seguir luchando juntos por un mejor Perú. A ustedes, señoras y señores de la industria editorial, ¿cuántos libros tenéis que ingeniosamente pueden remecer a los sectores más populares? Una fuerte resistencia contra la literatura pequeño-burguesa, tanto como guiones que tienen éxito en Netflix y Hollywood. Barco escribe como se prepara un chaufa. Auguro que su lectura tendrá sabor a la simpleza y santidad de ese plato. Girados y apreciad la maestría del verbo. Chaufa es imperdible en este 2024 de las letras peruanas. Imperdible.

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