Literatura
CUENTO: «DULCE HOGAR» de Luis Humberto Moreno Córdova
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14 años agoon
DULCE HOGAR
Por Luis Humberto Moreno Córdova
La voz de la terramoza lo despertó. Antonio abrió los ojos lentamente, mientras contraía sus músculos, dejando escapar un bostezo. Por la ventana empañada de rocío divisó las montañas lejanas y las casas hechas de adobe y techadas con calaminas. Buscó su botella de agua, tomó un sorbo. A su lado, un hombre de cabello canoso le dio los buenos días.
Bienvenidos a la ciudad de Huánuco, fundada por los españoles en el año…
Antonio hizo un repaso rápido de sus pendientes: presentarse en el hotel, ponerse en contacto con algunas personas de la empresa. ¿Tendría tiempo? Tal vez podría dormir un poco.
Lo habían embarcado en el bus con una rapidez nunca antes vista. Nadie en la empresa había querido hacer ese viaje. Pero Antonio había levantado la mano presuroso. Era la mejor oportunidad para darse un respiro. Irse lejos era lo mejor que le podía pasar. Por eso no había dudado cuando en la reunión habían buscado un voluntario para supervisar la apertura del nuevo supermercado en Huánuco. Antonio fue el único en ofrecerse. “Sales hoy mismo”, le dijo su gerente.
Huánuco tiene un clima agradable por las mañanas, se recomienda por las tardes llevar abrigo ligero…
Llamó a su casa para pedirle a Cintia que empacara sus cosas. “¿No puedes hacerlo tú?” le había preguntado Cintia. “El bebé no me da tiempo para nada”.
Rodrigo, su hijo, había nacido hace dos meses. La vida para Antonio era infeliz desde entonces. No había planes, salidas, ni noches de sueño pacíficas. Le costaba concentrarse en el trabajo, estar de buen humor. Cintia era una criatura chillona, sensible y abominable, que pasaba todo el día quejándose de todo, sin humor para hacer las cosas que solían hacer apenas hace año y medio.
Lo peor de todo era el sexo. El sexo había muerto. Y Antonio no tenía ni un espacio de libertad donde al menos correrse la paja. Era demasiado cobarde como para enfrentar una aventura, y la casa le quedaba chica. Aún más desde el nacimiento de Rodrigo.
Puede visitar la plaza de armas, la laguna y el bulevar, el templo de las manos cruzadas en Kotosh…
El mundo de Antonio no tenía colores. Era un miasma en blanco y negro, emergiendo de una alcantarilla oscura. Vivía escapando de todo lo que le rodeaba. Se levantaba temprano para escapar de su casa, del llanto insoportable de Rodrigo, de los pedidos de auxilio de Cintia, de los saludos hipócritas de los vecinos. Llegaba al trabajo y tomaba un largo desayuno para escapar de las rabietas de su gerente, de esos engreimientos ridículos que eran reverenciados por todos sus compañeros. Se enclaustraba en su cubículo para revisar formularios y márgenes de ventas, y al caer la tarde miraba su reloj urgido, rogando que sean ya las seis en punto para escapar de la oficina.
De regreso, rogaba encontrar todos los semáforos en rojo, para tener unos minutos más de música y soledad. Luego aparcaba en el estacionamiento y contaba los pasos que le faltaban para llegar a casa y toparse nuevamente con todo el ciclo de su innombrable vida: La oficina, la casa, el llanto del bebé, su esposa llena de ojeras y reclamos, los recibos, la tv, el cansancio. Todos los días eran el mismo día.
Gracias por su preferencia. Esperamos que disfruten su estadía.
La voz de la terramoza dejó de torturarlo. El bus se detuvo dentro del terminal y la gente bajó en tropel a buscar sus cosas. Antonio había cargado dos maletas de mano, por lo que no tenía de qué preocuparse. Ante la negativa de Cintia de hacerle las maletas, había empacado cualquier cosa. Si necesitaba algo más se lo compraría en alguna tienda.
***
Antonio subió a un taxi con rumbo al hotel de turistas. ¿Hotel de turistas?, se preguntó. ¿Hay algún hotel que no sea para turistas?
Llegó al hotel. “Ande con cuidado, sobre todo en las noches, que asaltan”, le dijo el taxista mientras lo ayudaba con sus maletas. Antonio le dio un billete grande y le pidió que guardara el cambio. El taxista se persignó con el billete.
La habitación era pequeña pero confortable. El calor arreciaba. Antonio se fijó por la ventana y vio la piscina. Gracias a Dios, pensó. No hubiera podido con el calor. Se dio una ducha rápida, desayunó en la primera planta y salió del hotel rumbo al supermercado, que quedaba a una cuadra, cruzando la plaza de armas. Ahí lo esperaban algunos empleados administrativos, que al verlo lo saludaron con suma reverencia. Antonio se sintió importante. En la oficina principal no era más que un hámster dentro de una rueda, corriendo sin parar todos los días. En Huánuco sin embargo, se sintió como un rey. Entendió por qué su gerente se portaba siempre como un imbécil. Eran las licencias del poder.
Los empleados se presentaron uno a uno, se acercaban casi jorobados por la cortesía y estrechaban su mano. Hombres y mujeres, todos era igual de feos: bajitos, parduzcos, con el cabello hirsuto y los dientes chuecos. Antonio pensó que hubieran sido capaces incluso de besarle la mano como a un obispo. Estaba aburrido de ese protocolo innecesario. “gran acierto, señor Antonio, gran acierto”, le decían, felicitándolo por una obra en la cual él no había tenido participación alguna. No importaba. Antonio se sentía bañado por una gracia divina. No echaría a perder su endiosamiento con achaques de humildad.
Empezaron a recorrer los ambientes. Todo estaba en su lugar, aunque, concretamente, Antonio no sabía bien que era lo que tenía que supervisar. Le habían prometido mandarle instrucciones, pero hasta el momento nadie lo había llamado. Los empleados se peleaban por un turno para hablar y comentar sobre los trabajos realizados. Antonio asentía sin prestarles atención, mientras pensaba en qué pediría para el almuerzo. “Y esta es la zona de electrodomésticos, Don Antonio”, decía uno. Antonio asentía, mientras pensaba que a Cintia poco le importaría que el bus en el que viajó se hubiera volcado, mientras pudiera cobrar su millonario seguro de vida. En algún momento la llamaría, pensó. Daba igual.
-Lamento la demora –se escuchó por el pasadizo.
El ruido de unos tacos altos repercutió en la amplitud de la tienda. Clac, clac, clac. Una figura menuda, delgada, de larga cabellera negra apareció frente a todos. Tenía el cuerpo sufrido por el campo, pero era bella. Su sonrisa era una prolongación infinita de luz, y sus ojos resumían la noche. No tenía la tez parduzca, sino canela. Antonio sintió un flujo de saliva acumulándose en su boca. La tragó disimuladamente.
-Don Antonio, le presento a Nazarina Tello –dijo uno de los empleados- la jefa de tienda.
Nazarina se acercó y le dio un beso en la mejilla. No se jorobó ni se gastó en reverencias. Sólo lo saludó, como lo haría una vieja amiga. Antonio sintió una ligera molestia. Se sorprendió al percatarse de lo rápido que podía acostumbrarse a la sumisión de la gente.
-Veo que ya le han mostrado la tienda –dijo Nazarina, con los ojos fijos sobre Antonio-. Tenemos que ir a revisar algunos documentos.
Antonio asintió. La molestia se tornó en nerviosismo. Nazarina era bella. Las manos de Antonio empezaron a sudar. Pensó en aflojar un botón de la camisa, que empezaba a empaparse. Los empleados se despidieron y desaparecieron entre los corredores de la tienda. Nazarina le señaló unas escaleras que daban al segundo piso.
Llegaron a una oficina amplia, de ventanas grandes, por donde se colaba el viento rancio que anticipaba al mediodía. Nazarina echó algunos documentos sobre su escritorio y empezó un largo discurso sobre cuentas, números y productos en stock, que para Antonio no tenían ningún significado. Mientras ella hablaba emocionada de todo lo logrado, Antonio asentía y, de vez en cuando, reforzaba las ideas simples con algún comentario vano, para dar la sensación de que la estaba escuchando. Su estómago dio un gruñido. Hizo un ademán para ponerse de pie y empezó a guardar los papeles del escritorio.
-Estoy muy satisfecho con su trabajo, señora Tello. Todo saldrá bien en la inauguración.
Nazarina abrió sus ojos y contuvo una sonrisa orgullosa.
-No soy señora, don Antonio. Pero puede tratarme de tú.
-Pienso lo mismo. Creo que no estamos tan viejos para estos formalismos. ¿Almorzamos?
Nazarina aceptó.
-Vamos al mejor restaurante que conozcas –dijo Antonio.
El teléfono de la oficina los detuvo. “De Lima”, dijo Nazarina, después de contestar. Antonio tomó la llamada. Era su gerente.
Sujetó el auricular con el hombro y sacó una libreta para tomar notas. Nazarina lo vio sonreir nervioso, asentir, confundirse. Tomaba un apunte y luego lo tachaba, para después volver a remarcarlo. Después de quince minutos Antonio colgó.
Salieron del supermercado y subieron a un taxi. Cruzaron el malecón, el puente Pavletich rumbo a la Olla de Barro. “Te va a gustar”, le dijo Nazarina.
Se sentaron en una mesa al aire libre, cubierta por un toldo rústico. Frente a ellos había una gran piscina en donde varios niños chapoteaban felices. Nazarina le sugirió que pidiera pachamanca, era una porción grande y podían compartirla entre los dos. Antonio se emocionó al pensar que la idea de compartir podía llevar un mensaje oculto. El mozo tomó su pedido y les dejó un potecillo con cancha serrana.
-¿Cuánto tiempo llevas en la empresa? –preguntó Antonio mientras tomaba un puñado de cancha.
-Tres años ya van a ser.
-Tienes más tiempo que yo.
-Yo empecé desde auxiliar contable.
-Ah. ¿Eres contadora?
-Sí. Estudié en la Hermilio Valdizán.
Un grupo de niños pasó a lado de ellos, corriendo, gritando y salpicando agua. Antonio gruñó, pero se contuvo de hacer una rabieta al ver que Nazarina reía.
-¿Y nunca has pensado ir a Lima?
-Si conozco. Pero para trabajar allá tendría que estudiar de nuevo. Allá sólo aceptan egresados de universidades limeñas. No tengo dinero para eso.
-¿Piensas quedarte aquí para siempre?
-No. Me contaron que a la jefa de Chiclayo la promovieron a Lima por sus resultados. Quiero hacer lo mismo.
-Ahora entiendo tu preocupación por la tienda.
-Sí. Y tu aprobación me deja tranquila.
Antonio sintió un escalofrío por su espalda. Nazarina se sentía contenta por su aprobación, pero él apenas recordaba algo de todo lo que ella le había mostrado. Pensó que sería bueno regresar y revisar los documentos con calma. Lo haría después de almorzar. Era mejor cerciorarse.
El mozo trajo el plato de pachamanca. Nazarina no había mentido. Era enorme.
***
La comida resultó tan buena, que Antonio estuvo tentado de pedir más. El mozo, a manera de cortesía, les invitó un traguito de aguardiente, asegurándoles que era lo mejor para una buena digestión. Después de pagar la cuenta caminaron por un trecho rodeado de flores y eucaliptos. Antonio empezó a sentir el peso de almuerzo. Al diablo los documentos pendientes, pensó.
Después de mucho insistir, convenció a Nazarina para ir al hotel y pasar la tarde en la piscina. Antonio aguardó en el taxi, mientras Nazarina entró a su casa para recoger algunas cosas. Media hora después Antonio reposaba sobre una perezosa. Las gotas de agua chorreaban por su cuerpo. Su cabello húmedo lo defendía del calor inclemente. La voz de Nazarina lo animó a mirar por el rabillo del ojo.
La vio llegar, vistiendo un bikini negro. Sus caderas eran dos serpientes rebeldes que podían capturar a la presa más fuerte. Sus piernas macizas revelaban la infancia de alguien que había corrido por el campo, trepado cerros, cultivado la tierra. Sus rodillas estaban adornadas con cicatrices inocentes, sus hombros parecían dibujados a mano. Todo terminaba en un par de tetitas temerosas y friolentas, cuyas aureolas se imponían sobre la oscuridad de sus prendas.
Antonio la comparó con Cintia, y se sintió defraudado. Cintia, al lado de Nazarina, no era más que un enlatado limeño, orgullosa de haber hecho una hora de Tae Bo en el gimnasio, cantando sus dietas, midiendo su colesterol. Incapaz siquiera de cruzar una calle sin tener que tomarle la mano. Era un ratoncito minúsculo y quejón incapaz de descubrir su piel ante el sol. Era un clon fallido de mujer, de esas que compraban minifaldas atrevidas para luego pasarse la fiesta entera con una chompa cubriendo sus piernas. Criatura ridícula, Cintia. Ridícula.
-Está rico aquí –le dijo Nazarina-. Es la primera vez que entro.
-Espero que no sea la última –contestó Antonio-. Me estoy haciendo la promesa de venir seguido.
Nazarina sonrió.
-Sería lindo. Nos haríamos buenos amigos.
Buenos amigos. No era la palabra que Antonio esperaba. No luego de haber pedido una pachamanca para compartirla. No después de ver ese cuerpo canela frente a él. No te preocupes, Nazarina, pensó. Seremos más que eso.
-¿No piensas bañarte? –preguntó Antonio mientras se ponía de pie para echarse un clavado.
-No sé nadar muy bien.
Antonio infló su pecho, retuvo el estómago y caminó como un héroe de acción rumbo al podio. Flexionó las rodillas y se lanzó en un clavado digno de una olimpiada. Dio un par de brazadas hacía el canto de la piscina que daba al lado donde descansaba Nazarina. Le echó unas gotas de agua.
-Entra. Yo te enseño.
Nazarina lo pensó un rato, pero luego se animó. Antonio se percató de la erección dentro de su traje de baño cuando la sintió, abrazándolo. Pudo gozar la tensión de esas piernas macizas, apretándolo, mientras ella reía y temía por su vida. Nazarina intentaba mantenerse a flote, pero Antonio sólo pensaba en lo dura que estaba su cosa. Luego de un forcejeo juguetón se quedaron en silencio. Antonio quedó cautivo, contemplando los labios trémulos y amoratados de Nazarina. Acercó los suyos lentamente, con sigilo, mientras ella lo miraba con un ratón aterrorizado. Sintió el leve roce de sus bocas; luego el rechazo. Nazarina torció su rostro.
-Eres mi jefe –dijo ella. Antonio tenía que pensar rápido. No le gustaba pensar rápido.
-Pero eso no importa –fue lo único que pudo decir-. Todo está tan bien.
-No –insistió Nazarina-. ¿Cómo va a ser eso, pues?
Se apartó de él y salió de la piscina. Antonio la siguió. Se sentaron un momento sobre las perezosas, callados, como si fueran cómplices de un crimen.
-Debo irme –dijo ella-. Nos vemos más tarde para ver lo último de la inauguración.
-Todo saldrá bien mañana, Nazarina. Ya lo verás.
***
Antonio intentó fumar un cigarro, pero sintió que se ahogaba. Esperaba a Nazarina afuera del supermercado, frente a la plaza de armas. La noche era absoluta, con estrellas incrustadas en un cielo oscuro y conmovedor. Huánuco tenía un ritmo lento, cadencioso, repetitivo. La gente daba vueltas a la plaza en grupos, intercambiando palabras breves, risas. En los bares aledaños, un grupo nuevo de borrachos reemplazaba a los de la tarde, que previamente habían reemplazado a los de la mañana. La ciudad era cruel con su gente, incapaz de brindarles alternativas. O bebías hasta la inconsciencia o te subías al tiovivo interminable de la plaza. Antonio sabía que el supermercado daría un cambio. Por una vez en su vida, sintió que era parte de algo importante. Luego recordó la oficina, su casa, el llanto del bebe y los achaques de Cintia.
Divisó a Nazarina caminando por la plaza. Su andar era presuroso. Antonio cruzó la calle para darle el encuentro. Quedaron frente a frente cerca a la pileta central. Nazarina tenía el rostro pesado. Saludó a Antonio sin darle un beso en la mejilla. Antonio sintió el incordio. Estaba avergonzado por el incidente de la tarde pero, aún así, le costaba ser indiferente ante la belleza cada vez más notoria de la jefa de tienda.
-Lamento lo que pasó –dijo Antonio. Nazarina apenas lo dejó terminar:
-Está bien.
Antonio insistió:
-En serio. Me caes bien. Quisiera que seamos amigos.
El rostro de Nazarina se alivió. Sus ojos recuperaron el brillo y su sonrisa empezó a iluminar la noche.
-¿De verdad? –preguntó. Antonio extendió sus brazos y ladeó la cabeza.
-De verdad.
Se abrazaron. Luego subieron hasta la oficina y revisaron el stock de productos. Antonio le echó una revisada al vuelo a todos los documentos. Todo parecía estar bien.
-Creo que estamos listos para mañana –dijo.
Nazarina dio unas palmaditas nerviosas:
-Mañana será un gran día.
Antonio le sugirió ir a algún lugar para brindar. Nazarina lo pensó por un momento antes de sugerirle que fueran a la laguna. Antonio no tenía idea de qué sería eso, pero le pareció buena idea.
Subieron a una mototaxi, que les cobró dos soles por llevarlos hasta la laguna. “Es que es lejos, señorita” dijo el chofer mientras manejaba. Antonio rió al escuchar a Nazarina, quejándose del maltrato hacia el turista. En el fondo pudo notar cierta vanidad en ella. Tal vez de que la confundieran con una capitalina, pensó.
Era en realidad una laguna enorme, rodeada de arboles y cortada por un puente elevado. En el fondo, dos cerros formaban un embudo por donde asomaba la luna. Las motos surcaban los alrededores, recogiendo y dejando jóvenes con espíritu de fiesta. Antonio siguió a Nazarina hasta la zona de los bares y discotecas. Terminaron sentados en un segundo piso. La vista hacia la laguna era hermosa, sólo contaminada por el ruido asordante de la música.
Pidieron cerveza. Antonio le sugirió a Nazarina que se animara por algún licor, pero ella solo atinó a decir “lo mismo que tú bebas”. Chocaron sus botellas.
-Después de mañana ya puedes pensar en trabajar en la capital –Dijo Antonio, y echó un trago.
-Eso espero –contestó Nazarina, sorbiendo la cerveza con cierto recato.
-Hablaré con la gente en Lima para que te tengan en cuenta –mintió Antonio-. Tengo contactos que te ayudaran.
Brindaron de nuevo. Cada cerveza fue una oportunidad para ambos. Antonio mezcló mentiras con verdades al momento de contar su vida; Nazarina, en cambio, se dedicó a contarle todo lo que haría después de cobrar su primer sueldo en Lima. Mientras Antonio cubría con niebla su pasado, Nazarina creaba nubes enormes en el futuro de su vida. La cerveza fue adormeciendo sus conciencias, los hizo reír al borde del llanto con anécdotas de oficina y chistes mal contados. Los animó a bailar, tomados de la mano, entre abrazos gentiles y movimientos lujuriosos; evaporó la delgada línea que los separaba.
Salieron del bar con un par de botellas en la mano, riendo. Subieron a una moto y se perdieron entre las luces cansadas de la ciudad, que empezaban a contrastar con la claridad de la mañana.
***
Antonio despertó en el hotel, desnudo. Su ropa estaba regada por toda la habitación. Puso los pies en el suelo y sintió un dolor agudo. Se fijó. Era su reloj. No logró encontrar su celular. No importaba. Al mirar la hora sintió que su alma escapaba del cuerpo, que su estómago vacío volaba a mil kilómetros por hora. Hacía tres horas que se había inaugurado la tienda.
Mientras se daba una ducha rápida pensó en Nazarina y trató de recordar los pormenores de la noche. Recordaba las cervezas interminables, el baile. Podía jurar que había vuelto a besarse con ella. Se preguntó si habrían hecho el amor. Mientras se vestía, echó un vistazo a la habitación, buscando alguna prueba que le demostrara que había sucedido algo. Pero solo estaba su ropa y el desorden de un borracho que había sufrido para encontrar su cama. Se puso el reloj en la muñeca y salió de la habitación.
Al cruzar la puerta del hotel, quedó paralizado.
Desde ahí podía ver el tropel de gente que se amontonaba en la entrada del supermercado. Con el poco valor que le quedaba, cruzó la plaza de armas casi corriendo, pero bajó el ritmo de su andar cuando empezó a notar que el caos que reinaba dentro de la tienda era mil veces peor. La gente entraba y salía por cualquier lado, las alarmas contra robo sonaban sin que nadie verificara las compras; más allá de las cajas, un grupo de gente hacía reclamos por productos en mal estado y electrodomésticos que no funcionaban. Antonio tragó saliva, ya estaba a unos pasos del supermercado cuando unos empleados se le acercaron para pedir instrucciones. Lo bombardeaban con preguntas incomprensibles, hablando todos a la vez, produciéndole una jaqueca similar al golpe de un taladro sobre una campana de catedral. Antonio forcejeó con algunos clientes iracundos, esquivó a algunas cajeras que estaban al borde del llanto y subió al segundo piso.
La oficina estaba con la puerta cerrada. Antonio tocó varias veces sin recibir respuesta. “Nazarina, abre. Soy Antonio”, dijo, finalmente. La puerta se abrió entonces. Antonio vio a un empleado salir, sin mirarlo. Cuando entró, Nazarina estaba sentada frente al escritorio, con un mar de papeles regados encima. Sus ojos, llorosos, parecían buscar una respuesta a todo el caos que reinaba en la primera planta. El teléfono de la oficina sonaba incansable. Antonio empezó a sentirse inmerso dentro de una burbuja soporífera. Podía escuchar los latidos de su corazón. El teléfono seguía sonando sin parar
-¿No piensas contestar? –preguntó. No obtuvo respuesta.
-Contesta tú, amor. Deben ser de la oficina.
Antonio puso la mano sobre el teléfono, cuando sintió un helor en la nunca que lo detuvo.
-¿Cómo me llamaste?
Nazarina levantó la mirada, sin dejar de apilar los papeles.
-Dije que contestaras tú, cielo. Estoy ocupada, mi vida, ¿no ves?
Antonio cerró los ojos, su mente bullía, tratando de descifrar imágenes difusas: un calzón negro. Una piernas rebeldes, el sube y baja de su cintura taladrando el vientre de Nazarina. Quiero estar contigo, Nazarina. Quiero que seas mi novia…
Antonio todavía podía escuchar el eco de su voz perdiéndose en su mente. Levantó el auricular. La voz furiosa de su gerente lo hizo mojar sus axilas.
Sí, señor. Lo sé señor, me he percatado de eso. No señor. Tuve un contratiempo. Lo revisé. Todo parecía estar bien. Sí, señor, así debe haber sucedido. Era mejor eso señor. Debió hacerse así. Sí, señor. Que sea de Lima de ahora en adelante. Yo me encargo. Eso le diré. Claro que sí, señor.
Cuando colgó el auricular, vio que Nazarina tenía los ojos fijos en él, como cuando la conoció. Parecían años desde entonces y tan sólo había trascurrido horas.
-¿Qué cosa será de Lima de ahora en adelante, cielo? –preguntó ella.
Antonio tomó aire, tragó saliva. Levantó la cerviz y apretó los labios. Se sintió una mierda.
-Señorita Tello. Las cosas se han salido de control, lo que muestra su ineficiencia para el cargo que se le ha encomendado…
-¿Qué dices, Toñito?
-Por decisión de la gerencia comercial, queda usted despedida…
-¿Qué te pasa, cielo?
-Le pido por favor que guarde la compostura al momento de referirse a mi persona.
-¿Así nada más?
Antonio no dijo nada.
-¿Pero y todo lo de anoche, amor?
Antonio seguía mudo.
-¿Lo de anoche, Antonio?
-Anoche no pasó nada, señorita Tello.
-Anoche me hiciste el amor, huevón –gritó Nazarina.
Antonio abrió la puerta rápidamente y llamó a seguridad. Los pasos de los vigilantes subiendo las escaleras empezaron a cobrar intensidad. Nazarina se puso de pie y empezó a aventarle lo que tenía a la mano. Antonio se cubrió el rostro, mientras la lluvia de útiles de oficina lo lastimaba.
-Le haremos llegar su liquidación conforme a ley…
-Cállate, mierda. Cállate.
-Más una indemnización por el tiempo trabajado…
-¡Eres un maricón! ¡Maricón!
Los vigilantes entraron a la oficina y sujetaron a Nazarina de los brazos, sin impedir que Antonio recibiera un escupitajo. Entre golpes y patadas, lograron sacarla de la oficina y echarla del supermercado. Dos empleados se acercaron a Antonio para ayudarlo y limpiarlo todo lo que le había llovido, pero éste se sacudió de ellos de mala gana.
-Déjenme. Largo.
Luego de unos minutos la oficina quedó vacía.
Antonio se asomó a la ventana. Desde ahí pudo ver a Nazarina, despeinada, con la ropa rotosa, aventándole los tacos a los vigilantes. La policía llegó en un patrullero viejo y se la llevó, entre lágrimas. El teléfono de la oficina volvió a sonar. Antonio contestó.
“Ya está, señor”, dijo. Y colgó.
El caos en el supermercado desapareció lentamente. Cuando se dio cuenta, las cosas fluían tranquilas, sin problemas. Todos estaban en su lugar. La gente entraba y salía cargando bolsas enormes. Alguien vendría de Lima para tomar las riendas de la tienda. Eso estaba bien para él. Pensó en Cintia, en su pequeño Rodrigo y ese llantito conmovedor que tanto le gustaba. Su bus salía esa noche del terminal; mañana estaría en Lima, listo para regresar a la oficina, a su pequeño cubículo donde el día se pasa tranquilo, sin los alborotos de un supermercado. Él era una pieza pequeña dentro de algo grande. Pronto estaría en Lima. En su dulce hogar.
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Ambos escritores representan un claro ejemplo del potencial creativo peruano, mostrando que la literatura puede ser un vehículo poderoso para la paz y la cultura. Richard y Kiara se han comprometido a seguir promoviendo el arte y la literatura, con la esperanza de inspirar a las futuras generaciones.
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18/10/2024El escritor Mario Vargas Llosa no asistió a la gala de la ‘Catedra Vargas Llosa’ en San Lorenzo de El Escorial en Madrid, en la cual iba a ser homenajeado y se quedó en Lima tras cancelar su viaje. En tanto, en su representación asistió su hijo Álvaro Vargas Llosa, quien aprovechó para afirmar que su padre, se encuentra bien. A pesar que su familia desde hace algunos meses se ha resistido a comentar sobre su real estado de salud.
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Han Kang se convierte en la primera escritora surcoreana en ganar el Premio Nobel de Literatura
Escritora se impuso a autores como Can Xue, Haruki Murakami o Anne Carson, quienes se encontraban entre los más voceados.
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10/10/2024Contra todo pronóstico, la Academia Sueca decidió otorgarle el Premio Nobel de Literatura a la escritora surcoreana Han Kang, quien fue galardonada “por su intensa prosa poética, que saca a la luz traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana”, según declaró el secretario permanente de la Academia, Mats Malm.
Para los miembros del jurado, la autora ilumina la “conexión entre el cuerpo y el alma, los vivos y los muertos”, y su “estilo experimental” supone una innovación en la prosa contemporánea.
La escritora de 53 años es hija del también escritor Han Seung –won. Nació en Gwangju en 1970, pero creció en Seúl desde los once años. Estudió Literatura Coreana en la Universidad Yonsej de Seúl y se licenció en 1993. Debutó con poemas que aparecieron en la revista Literatura y Sociedad, pero se dio a conocer como prosista.
En 1994, ganó el premio literario del periódico Seoul Shinmun. Posteriormente, publicó varios volúmenes de relatos. En 1999, ganó el premio a la mejor novela coreana. En 2000, el «Premio para Jóvenes Artistas de Hoy», del ministerio de Cultura y Turismo. Y, por último, en 2005, el premio de Literatura Yi-Sang.
La reciente galardonada con el Nobel de Literatura ha trabajado como periodista para las revistas Water of the Deep Spring, Journal of Publications y Spring. Su primera novela, La vegetariana (2007), fue llevada al cine en 2010 y recibió el prestigioso premio Booker Internacional en 2016. Está traducida al castellano, al igual que otra novela suya, La clase de griego. En la actualidad, Han enseña escritura creativa en el Instituto de las Artes de Seúl.
Un galardón inesperado
Como todos los años, las especulaciones sobre los posibles galardonados no se hicieron esperar. El chino Can Xue, la canadiense Anne Carson, el escritor indio-británico Salman Rushdie y el japonés Haruki Murakami eran considerados candidatos prometedores. Algunos se consideran ya eternos favoritos y, una vez más, se han ido con las manos vacías.
Después del Nobel de la Paz, el de Literatura es el más reconocido. Los galardonados y sus editores también se benefician de ello gracias al aumento de la demanda de libros.
Según contó Mats Malm, secretario permanente de la Academia Sueca, cuando llamó a la autora para comunicarle la buena noticia, Han Kang estaba almorzando con su hijo. La escritora ha prometido acudir a Estocolmo para la ceremonia de entrega del galardón, el 10 de diciembre.
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Jack Martínez, de mototaxista en SJL a ser catedrático de Literatura en Nueva York
Escritor peruano es en la actualidad profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Hamilton.
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12/09/2024Sus primeros diez años los pasó en las alturas de La Oroya (Pasco), entre recios obreros de la mina como su padre, bares de mala muerte donde no era extraño ver a uno que otro borrachín, olor a azufre y tierra recién escarbada. La madre de Jack Martínez siempre quiso una mejor vida para su menor hijo; es así que no lo pensó dos veces cuando la empresa donde laboraba su esposo le ofreció vivir en la capital.
Fue así que el pequeño Jack, ya de 11 años, y su madre llegaron al convulso y desordenado distrito de San Juan de Lurigancho (SJL).
“La primera vez que llegué nos bajamos en lo que era el último paradero de ese arenal, que hoy es la estación Santa Rosa. No recuerdo una noche tan oscura. Sin luz eléctrica, eran chozas y había que tantear con los pies para avanzar y así fue que llegamos. Al día siguiente, al despertar, lo primero que sentí fue el sol terrible sobre la arena (era verano). Fue un choque fuerte. No solo en lo material, sino también en lo cultural”, recuerda Jack.
De esta etapa rescata que pudo conocer un micropaís ahí y crecer con ellos positivamente; “había gente que venía del norte, del sur, de la selva. Gente que se veía diferente a mí y yo diferente a ellos. Crecí junto con el distrito. Recuerdo la primera vez que pusieron el agua y desagüe, fue una fiesta para todos”, relata el escritor para la agencia Andina. Hasta los 16 años, Jack fue parte de la educación estatal, y aunque su vocación y talento no afloraron de inmediato, fue la tradición oral la que lo hizo acercarse a este mundo.
Soñaba con ser periodista deportivo y Ovación era su dial favorito. La academia preuniversitaria era el paso obligado si quería estudiar Comunicación Social en la Universidad San Marcos.
Sin embargo, tuvo un extraordinario profesor que les narraba con gran habilidad diversos contenidos y que una vez delante del jovencísisimo Jack recibió su paga en efectivo.
“Dije , ¡wao! yo quiero que me paguen así… quiero ser profesor. Y comencé a leer. Así postulé a Literatura e ingresé… mis compañeros venían de distintas realidades. Fue impactante ver a compañeros que en lugar de una mochila llevaban sus libros en bolsas de plástico negras y otros que gozaban de muchas comodidades y vivían en lugares que jamás había visitado”. Fueron encuentros que la vida le planteó.
Sin tenerla fácil, en plena crisis, Jack tuvo en aquel entonces trabajar también como mototaxista para solventarse, contando con el apoyo familiar.
De ahí, el Icpna le abriría sus puertas y conocería el mundo de las exposiciones y así pasaron cinco años.
“Un amigo regresó al Perú tras estar becado y él me guió por ese camino y decidí apostar”. Dejó la zona segura, la locura de dejar todo lo establecido e irse a estudiar. “Creo que mi familia pensaba que bromeaba y no me tomaban muy en serio. Igual seguí adelante y cuando llegó el momento le dije a mi novia ´(hoy mi esposa) que me iba y si quería irse también”, recuerda.
“Después de seis años de ese primer viaje, logré invitar a mi mamá. Antes creía seguro que trabajaba en algo más y que lo de la beca era un invento para dorar la píldora, pero luego vio que todo era real”, señala con orgullo tras culminar su maestría en la Universidad de Connecticut.
Al año siguiente, obtuvo otra beca para el doctorado en Northwestern (Chicago). Durante sus años de doctorado, además de investigar y escribir la tesis, publicó su primera novela, Bajo la sombra (2014), que tuvo excelente recepción crítica. En el 2017 se gradúo como doctor y publicó su segunda novela, Sustitución. También ese año empezó como profesor en la Universidad de Hamilton, en Nueva York.
En el 2024 acaba de publicar su tercera novela, Te he seguido. En la Universidad de Hamilton enseña escritura creativa, formando jóvenes escritores. También enseña literatura peruana, promoviendo nuestra rica tradición en los estudiantes estadounidenses.
Literatura
«El jefecito del comedor», un cuento de Giovanna Gutierrez Narrea
Las calurosas vivencias de un empleado de un comedor universitario.
Published
3 meses agoon
31/08/2024Cerca de la 1:00 p.m., las colas del comedor seguían aumentando (por la puerta posterior, lateral y frontal), el sol radiante quemaba el rostro y cabeza de los comensales, los gritos bulliciosos: zampón, haz tu cola; amiga, despierta, no dejes que se metan; seguro son los de facufide; las antisonantes voces acompañadas de un megáfono y banderola en son de protesta.
Tres de la tarde, ni un alma en los alrededores del comedor.
El jefe del comedor estaba fumando cuando tocaron la puerta.
_ Pase _ ordenó
Entró una señorita de buen porte y sonriente le dijo:
_ Buenas tardes, licenciado Abel, quisiera conversar con usted.
_ Sí, dígame
Mientras la coqueta y pícara estudiante se presentaba: me llamo Marifé, soy consejera de la Facultad de Inicial, y miembro de la comisión de almuerzos por el aniversario de mi facultad; quisiera saber qué documentos debo traer para que nuestro pedido sea atendido.
Con la mirada embobada, el jefecito del comedor, escuchaba atentamente el discurso de ese monumento de mujer que tenía en frente: blanquiñosa ella, de ojos grandes y claros, labios carnosos y sensuales, cabellera larga de color castaño, angosta cintura, caderas anchas al igual que sus pechos (todos los hombres son iguales, cuando ven carne blanca hasta podrida la consumen, y si tienen un buen derrier y busto, mejor).
Marifé, inmediatamente notó al hombre de enfrente completamente absorto con su presencia, y en un cruce de miradas hizo que el rostro del licenciado Abel se ruborizara y dibujara un mohín con sus labios (solito se delataba).
_ Ok, señorita, entiendo. Entonces, puede usted presentar un oficio del decano dirigido a mi persona, solicitando la cantidad de almuerzos que necesitan, adjuntar la resolución de aniversario de decanato y la relación de alumnos matriculados en su facultad.
Tres días después, cerca de las 6:00 p.m., se apareció Marifé por detrás del jefe del comedor, sorprendiéndolo en el momento en que abría la puerta de su carro.
_ Hola, Abel. Perdón, perdón, quise decir licenciado Abel. Veo que ya se va, y justo hoy el profesor de estadística se extendió con su clase. Mañana tendré que regresar para presentar la solicitud de almuerzo.
_ No te preocupes, déjamelo y yo mañana lo veo.
_ Qué lindo, gracias. Mmmm, sería mucha molestia si me da una jaladita hasta la puerta de la universidad. Lo que pasa es que ya está oscureciendo y me da miedito bajar sola.
_ Sí, claro, sube. Por dónde vives?
_ En Huaycán, cerca a la Plaza de Armas de Huaycán, en la Av. 15 de julio, cuadra 10. Por lo general me vengo a la universidad con los colectivos y de regreso en combi, pero si tengo suerte, hoy puedo regresar en una camioneta Chevrolet (sonrió la pendeja).
El jefecito del comedor no pudo evitar los ojos brillosos, mejillas sonrojadas y el alargamiento de sus labios, al momento de sonreír.
_ ¿Te molesta si te tuteo?
_ No, total ya estamos fuera de la universidad.
_ ¿Y tú por dónde vives?
_ En Tarazona
_ Qué pena.
_ ¿Por qué?
_ Porque unos metros más y ya me tengo que bajar. Entonces, mañana te busco para recoger la copia de mi solicitud con el sello de tu oficina (despidiéndose aparentemente con un beso en la mejilla, pero se lo dio en la comisura de los labios).
Al día siguiente, 4:30 p.m., Marifé se acercó al container que fungía como oficina del jefe del comedor, llevando Caramandungas para tomar lonche, pues días anteriores la ofrecida esta se había percatado de la cafetera y hervidora que descansaban en una mesita, ubicada fijamente en una de las esquinas del vagón.
Abel la miró y sonrió, se sacó los lentes y se restregó los ojos. Luego cortó un pedazo de papel higiénico y limpió las lunas con esmero (mientras pensaba qué decir). Los trabajadores se iban retirando con un hasta mañana jefe, todo limpio jefe, todo cerrado jefe, que descanse jefe, cuidado jefe.
_ Gracias por las rosquitas Marifé, pero ya me tengo que ir. Te prometo que mañana temprano me los como en el desayuno.
Aquí puedes continuar leyendo el cuento completo.
https://cuentroversia.blogspot.com/2024/08/el-jefecito-del-comedor-cerca-de-la-100.html
Literatura
Presentación de libro Gaza ante la historia, de Enzo Traverso
Conoce una de las novedades de la Feria Internacional del Libro de Lima.
Published
4 meses agoon
22/07/2024En el marco de la 28° Feria Internacional del Libro de Lima (FIL), gracias a la librería Contragolpe, se llevará a cabo la presentación del libro Gaza ante la historia, del reconocido historiador Enzo Traverso. El evento se realizará el lunes 29 de julio, en el auditorio José María Arguedas, a las 3 p.m. La presentación del libro estará a cargo del politólogo Alberto Adrianzén y la artista Daniela Ortiz.
¿Es la destrucción de Gaza una consecuencia del ataque del 7 de octubre o el epílogo de un largo proceso de opresión y erradicación? ¿Tienen los palestinos derecho a resistirse a la ocupación? ¿Hablar de genocidio es antisemitismo? En Gaza ante la historia, Enzo Traverso, uno de los historiadores más autorizados de nuestro tiempo, va a la raíz del conflicto israelopalestino poniendo en cuestión la historia del conflicto y ofrece una interpretación crítica que da la vuelta a la perspectiva unilateral desde la que nos hemos acostumbrado a observar lo que ocurre en Gaza.
Se suele describir a Israel como una isla democrática en medio de un océano oscurantista y a Hamás como un ejército de bestias sedientas de sangre. La historia parece remontarse al siglo XIX, cuando Occidente perpetró genocidios coloniales en nombre de su misión civilizadora. Sus supuestos esenciales siguen siendo los mismos: civilización frente a barbarie, progreso frente a atraso. Junto a las declaraciones rituales sobre el derecho de Israel a defenderse, nadie menciona nunca el derecho de los palestinos a resistir una agresión que dura desde hace décadas. Pero si en nombre de la lucha contra el antisemitismo permitimos que se desate una guerra genocida serán nuestras propias orientaciones morales y políticas las que se vean empañadas, serán los supuestos de nuestra conciencia moral los que se verán socavados: la distinción entre el bien y el mal, el opresor y el oprimido, los perpetradores y las víctimas.
Fecha: lunes 29 de julio
Hora: 3 pm
Lugar: auditorio José María Arguedas de la FIL (Parque Próceres de la Independencia, Jesús María, alt. cd. 16 de av. Salaverry)
Presentan:
– Alberto Adrianzén
– Daniela Ortiz
Organiza: librería Contragolpe
Literatura
«Por Facebook», un cuento de Giovanna Gutierrez Narrea
Published
5 meses agoon
24/06/2024Por Giovanna Gutierrez Narrea
Te miro por el face y vienen a mí los años de esplendor al lado tuyo. Una relación amorosa de tres años: compartiendo anécdotas, viajando juntos, experimentando emociones, conociendo un poco de ingeniería mecánica y tú aprendiendo un poco más sobre el sistema de la lengua (tú en la UNI y yo en la UNE-Cantuta). Dé repente, tu ausencia se empezó a justificar porque tenías que estudiar para tus prácticas calificadas, luego los trabajos de grupo y, finalmente, tus exámenes parciales y finales. Un par de meses después me dijiste haber conocido a una chica (rubia superficial, por cierto, tez blanca, delgada, caderona y bien tarrajeada; la típica mujer por la que el 99.9 % de hombres pierden la cabeza). Enamoramiento que te duró menos de un año, puesto que tu nueva conquista terminó yéndose con un hombre, muchos años mayor que tú; interesante cargo en la política de la universidad y de atractiva billetera. Supongo que mi poco atrevimiento sexual y la falta de coquetería fueron en gran parte, también, las causas del enfriamiento sentimental, razones por las que terminaste conmigo.
Anoche vi a Javier -me contó Mary-. Pensé que eras tú la que estaba con mi primo (estos chicos no cambian, terminan y luego regresan -me dije-…). Yo estaba comprando salchipapas en la esquina de mi casa, cuando pasaron por detrás mío, y mi primo ni cuenta se dio, y al voltear miré a la chica, quien tenía tu misma estatura, el cabello negro y lacio como lo tienes tú, y de perfil muy parecido a ti (pudiendo tener una original, se buscó una copia), pero por la oscuridad no la pude ver con exactitud. Sin embargo, esa relación no le duró mucho tiempo, porque luego lo vi salir con su actual pareja, un poco feíta la nueva prima, pero es odontóloga. Ni modo amiga, será mi primo pero que se joda… Mejor estabas tú.
Aquí el cuento completo: https://cuentroversia.blogspot.com/2024/06/por-facebook-te-miro-por-el-face-y.html
Literatura
Invitación a comer un chaufa: el nuevo libro de Julio Barco
Lee la columna de Nicolas López-Pérez
Published
6 meses agoon
04/06/2024Por Nicolas López-Pérez
A la industria editorial en crisis: lo primero es tomar por sorpresa a la hegemonía con un ramo de dientes de león. Luego, al ver los rostros entre la confusión y el estupor, soplar con dulce violencia cada una de las partículas que componen la flor. Esa es la fuerza literaria de Julio Barco (1991), señoras y señores. El poeta de El Agustino que viste y calza. No me detendré en la identidad de qué género o de qué tipo es el último libro publicado. Lo cierto es que Chaufa es un homenaje a la opacidad de la palabra y el lenguaje. En sus páginas se narra, se ensaya, se canta, se baila y se come. Como si la literatura peruana y su estado actual fuese el tema de un banquete digno de Platón, una reunión que armoniza reflexión y sentimiento.
A ustedes, señoras y señores de la industria editorial, huelga deciros que este libro es una incisión en las maneras de leer el insalvable abismo entre lo popular y lo culto; entre la periferia y el centro; entre el margen y el cuadro. Al mismo tiempo, su prosa nos muestra a un escritor audaz y resiliente ante el histórico vapuleo contra quien no tiene santos en la corte. Un escritor que se desenreda, como si fuera un ovillo de lana, para golpear la mesa y declarar una nueva profesión de fe literaria. Tal vez, señoras y señores de la industria editorial en crisis, la literatura que os presentáis es, a grandes rasgos, ominosamente homogénea y continúa a mostrarnos un Perú desconectado de sus bases. Puede que esta afirmación categórica se malinterprete, pero ante un mar de literatura pituca y aspiracional en que la finalidad es conmover o divertir con historias más o menos fascinantes, escribir desde las entrañas de nuestras ciudades es un ejercicio de resistencia y estrategia. Chaufa articula la palabra como un antídoto contra la apatía que vuestra literatura vierte sobre la clase trabajadora peruana.
En un hadiz islámico se lee que el estómago es el centro de todas las enfermedades. Desde ahí, una ética del cuidado de lo que se come. En el Perú, no obstante, todavía se habla de hambre; todavía hay poblaciones enteras donde escasea la comida y no solo por el aumento en el costo de la vida ni por la falta de empleos, sino por el individualismo y, además, la insuficiencia de las políticas públicas para llegar a cada rincón de una escandalosa, pero preciosa geografía. Recuerdo un dossier de 2018, publicado en Unidiversidad, una revista de pensamiento y cultura de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) y titulado “Perú: los poemas del hambre”. Paolo de Lima, el compilador, enfatiza el hambre como tópico en los versos de un considerable número de autores. Y esos poemas y poetas no son los primeros que orbitan en torno a la comida, también obras como “Primicias de cocina peruana” (2005) de Rodolfo Hinostroza, “Comer en los mercados peruanos” (2019) de Mirko Lauer o incluso “Tratado de la yerbaluisa” (2012) de Enrique Verástegui son ejemplos del vínculo entre literatura y comida. El estómago se conecta con el corazón y el cerebro, ¿y ustedes señoras y señores de la industria editorial qué hacen al respecto con las problemáticas sociales de las mayorías? Una paradoja: Perú, potencia gastronómica a nivel mundial e incapaz de erradicar el hambre en su territorio.
Barco nos encuentra en el Chifa, aunque puede que otros platos que nos acomunan sean el ceviche o la salchipapa. Lo encomiable está en el imaginario popular que este escritor construye: precisamente, en ese punto en que todos los archivos se tocan y donde no originan una identidad que confronta los ánimos, sino una capaz de generar una potencia solidaria donde el Perú se construye con tradiciones, afectos y palabras. Barco apuesta, en definitiva, por un manifiesto que conjura un sentimiento social, bullendo desde un problema inmanente y trascendente: el sentido de seguir luchando juntos por un mejor Perú. A ustedes, señoras y señores de la industria editorial, ¿cuántos libros tenéis que ingeniosamente pueden remecer a los sectores más populares? Una fuerte resistencia contra la literatura pequeño-burguesa, tanto como guiones que tienen éxito en Netflix y Hollywood. Barco escribe como se prepara un chaufa. Auguro que su lectura tendrá sabor a la simpleza y santidad de ese plato. Girados y apreciad la maestría del verbo. Chaufa es imperdible en este 2024 de las letras peruanas. Imperdible.
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