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Literatura

CUENTO: DAWN PATROL de Luis Humberto Moreno Córdova

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DAWN PATROL

Escribe Luis Humberto Moreno Córdova

A través de la ventana puede verse el estacionamiento, la gente en sus autos buscando un lugar donde aparcar. En el cielo, los globos aerostáticos levantan vuelo, con su tripulación ocupada en soltar el lastre para ganar altura. En el café el ambiente está lleno de voces confusas. La gente desayuna, mientras leen las noticias del día o conversan entre ellos. Desde la cocina llega el sonido de platos quebrándose. Sofía, se asusta. “Mierda”, dice. Amanda está frente a ella. Intenta tomar su mano para calmarla, pero Sofía la rechaza.

Amanda mira el cielo a través de la ventana. El sol convierte sus ojos en dos zafiros.

-Cuando llegué a esta ciudad –dice-, encontré un trabajo en un café en Los Ranchos. Me fue tan bien, que por un momento creí haber nacido para eso.

Sofía no contesta. Una mesera se acerca con el pedido: lleva dos filtros de café, jugo de naranja y tortillas con huevos revueltos. En la calle, una camioneta con altavoces en el techo anuncia la fiesta de tallados en el Góndola club. Unas campers van en el otro carril rumbo al Balloon Park. Amanda pide un poco de tocino.

-Prometo que mañana haré una hora más en la caminadora –añade, sonriendo.

Sofía retira el filtro, toma un par de sobres de edulcorante y endulza su café. Muerde una tortilla. Tiene la mirada puesta en el vacío. Amanda observa sus movimientos extraviados, su silencio. Siente un vuelco de frustración acumulándose en su estómago. Golpea la mesa.

-¿Sabes todo lo que tuve que hacer para que pudiéramos salir con el dawn patrol? –le pregunta con tono ofuscado. Sofía baja la mirada. Parece buscar alguna respuesta en el parqué del piso.

-Lo sé –dice finalmente-. Y ha sido genial, Amanda. Pero…

Amanda se recuesta en el respaldar de la mesa.

-Pero no sientes no lo mismo, ¿verdad?

Sofía revuelve su café.

-Estoy casada, Amanda. ¿Comprendes?

Amanda se muerde los labios. Juega con la comida servida. Los aerostáticos han ganado más altura, se ven como pequeños puntos en el cielo.

-Sabes que tu matrimonio fue un fracaso desde el primer día –dice, con una exagerada suavidad en su voz.

Sofía regresa al mutismo. Recuerda el silencio de la madrugada y el golpe de las piedras en su ventana. Amanda llegó a su casa a las cuatro y media de la mañana para sacarla casi a rastras. “Es una sorpresa”, le dijo. Sofía subió a la camioneta, pensando en el vacío que había encontrado en el otro lado de la cama: Bruno tenía toda la semana de guardia en el hospital.

Amanda le entregó una taza viajera con café. Al notarla pensativa, puso una mano sobre su pierna.

-¿De guardia otra vez? – le preguntó.

Sofía asintió apenas, antes de sorber un poco de café de la taza.

-Que marido tan abnegado –dijo Amanda, en tono sarcástico.

Sofía quería darle la contraria, decirle que las cosas que hacía Bruno bien habían valido la pena para encontrar un nuevo lugar, una vida cómoda y buenos ingresos. Pero Amanda sabría que era mentira. Su matrimonio no prosperaba, estaba harta de vivir sola en una casa extraña, alejada de su familia. Albuquerque no había sido el paraíso que ella esperó encontrar, ni mucho menos el lugar donde por fin podría compartir una vida al lado de su esposo.

-A veces me hubiera gustado decirle ‘no’ y haberme quedado en Lima –claudicó.

Amanda acarició su muslo, le dejó dos palmaditas de aliento:

-No tendrás mucho tiempo para pensar en eso – le dijo, y prendió la radio.

Condujo tomando la interestatal, por donde se veían los negocios de camiones, mueblerías y almacenes bajo el cielo oscuro de la madrugada. Sofía terminó su café y cambió el dial de la radio hasta que se topó con música disco. Ambas se pusieron seguir el ritmo, sacudiendo los hombros, cantando, moviendo los labios de forma exagerada. Rebasaron un par de automóviles y algunas campers antes de salir por la auxiliar y doblar en el bulevar Alameda. Sofía pudo ver los globos aerostáticos iluminados por el fuego de sus quemadores, como enormes focos intermitentes prendiéndose en la oscuridad. Amanda sacó su celular e hizo una llamada. Las rejas de la zona de despegue se abrieron. Un tipo con sombrero tejano les pidió que lo acompañaran. Amanda tomó de la mano a Sofía que miraba a los equipos de vuelo trasladando las canastillas de mimbre, cargando los balones de gas propano, mientras algunos globos empezaban a elevarse.

-Mark, Nils, ella es Sofía –dijo Amanda-. Sofía, te presento a nuestros pilotos.

Eran dos tipos que parecían saber lo que hacían. Mark sujetaba un ventilador, mientras llenaba de aire el envolvente. Nils empezó a calentar el aire con el quemador. Ambos levantaron sus manos a manera de saludo, sin mostrar mucho interés. La canastilla de mimbre empezó a enderezarse y el globo empezó a desplegar su forma. Era Azul, con pintas celestes y verdes. El hombre de sombrero tejano les dio dos credenciales a nombre de Amanda y de Sofía. “El down patrol marca el camino para el resto. Disfrútenlo. Buen viaje, señoritas”, les dijo con una sonrisa cordial. Amanda sacudió las credenciales en el rostro de Sofía, mientras sonreía y mordía la punta de su lengua.

-Nunca he subido a un globo –dijo Sofía con cierto temor. Su miedo se incrementaba mientras veía la enormidad del aerostático imponiéndose ante sus ojos.

-No tengas miedo –le dijo Amanda-. Mark y Nils nos van a devolver sanas y salvas, ¿verdad chicos?

Ambos estaban dentro de la canastilla de mimbre, probando la radio y el GPS. Asintieron sin decir palabra alguna.

-¿Lista? –le preguntó Amanda. Sofía movió su cabeza. Amanda volvió a tomarla de la mano.

Subieron a la canastilla y se apoyaron en sus bordes. Sofía miraba el interior como una niña dentro de la casa de muñecas. El globo comenzó a elevarse. La gente en tierra estiraba su mano para despedirse de ellas. Otros globos también ganaron altura, iluminando el final de la madrugada y dispersándose por el cielo que empezaba a clarear. Mike conversó por radio con los pilotos de otras tripulaciones sobre el tiempo, el viento y la altura. Amanda pudo reconocer también la voz del hombre de sombrero tejano, que al parecer los seguiría desde tierra para luego ayudarlos a aterrizar. Sofía seguía apoyada en el borde, mirando las montañas Sandía al oeste, una cadena de rocosas con escasa vegetación, el monumento natural de la ciudad. Podía oír también las cuerdas del globo tensándose, el sonido del viento llevándolos con rumbo incierto. El sol empezó a asomar entre las montañas creando un cielo columbino y apagando las últimas estrellas de la madrugada.

La sensación de libertad que Sofía sintió no se parecía a nada que haya sentido antes. Podía sentir el frescor del viento matutino entrando a sus pulmones, revitalizándola. Albuquerque se presentaba ante ella como una ciudad hermosa, que apagaba sus luces nocturnas para darle paso a una mañana floreciente. No era ya la ciudad de gente extraña, de barrios complicados y vecinos ausentes. La universidad de Nuevo México y el hospital podían divisarse ligeramente al sur. Pensó en Bruno: estaría manejando su auto de vuelta a casa. Amanda se acercó a ella con una botella de vino.

-Salud –le dijo- por los seis meses en esta ingrata ciudad.

Sofía tomó la botella y echó un trago. Nils y Mark parecían ajenos a ellas ocupados en buscar la corriente de aire adecuada para alejar el globo de las montañas.

-Esto es realmente hermoso, Amanda –dijo Sofía-. Nunca pensé que existiera algo semejante. Ha sido el mejor amanecer de mi vida.

-Hoy es un día de cambios –respondió Amanda-. Nuestra vida a partir de hoy será otra.

Sofía se acercó y le dio un beso en la mejilla. La abrazó fuerte. Amanda se dejó querer sin hacer movimiento alguno, incapaz de reponerse de la sorpresa.

-No hubiera sido sencillo sin ti –le dijo Sofía, echando otro trago.

Amanda se puso a su lado, mirando por un largo rato las casas en los alrededores y el valle. El sol seguía tomando altura y la vida empezaba a surgir en la ciudad, mientras algunas personas se aglomeraban en terrazas y parques para contemplar el espectáculo de los globos en el cielo.

Sofía intentó decir una palabra más, para dejar en claro lo feliz que estaba, pero no pudo. Amanda la tomó del rostro y le dio un largo beso en los labios. Al principio, Sofía sintió que el beso producía en ella una sensación agradable, un calor intenso en su cuerpo, un temblor en su espalda, pero el rostro de Amanda apareció en su mente, mezclada con la imagen de Bruno y no pudo soportarlo. La apartó con delicadeza.

-Lo siento Amanda –le dijo sin mirarla, mientras pensaba en los dos pilotos del globo que estaban frente a ellas-. No puedo hacer esto.

Mantuvo la mirada gacha, tratando de buscar alguna otra palabra que la libre del momento. Amanda se quedó mirándola. Sofía podía sentir la mirada de Amanda clavándose en ella como dos pequeños alfileres. Si hubiera estado en tierra, hubiera echado a correr, como lo había hecho antes, en otros lugares, en otras circunstancias, cuando era incapaz de poder afrontar algo. Pero a cinco mil pies de altura, dentro de un reducido espacio de mimbre y frente a dos tipos que nunca antes había visto en su vida, Sofía estaba a punto de entrar en pánico. Intentó buscar una explicación, pero sólo había una y era algo que ella jamás hubiera imaginado. Amanda se adelanto a su conclusión:

-Me gustas mucho, Sofía.

Sofía se llevó las manos al rostro. No se preguntó el momento en que sucedió, ni los motivos por los cuales había ocurrido. Había compartido demasiadas cosas con Amanda, suficientes para que sintiera lo estaba sintiendo. Desde se conocieron en la fiesta benéfica del hospital, las cosas fluyeron demasiado bien para ellas.

La fiesta, como siempre, se celebraba en la primavera, y era el primer evento importante para Bruno en su nueva etapa de médico interno en el hospital de Nuevo México. Sofía no estaba de ánimos; pero Bruno sentía que bien valía ir acompañado de su esposa. Luego de los gritos y la súplica de Sofía para regresar a Lima, subieron al auto en silencio. Al llegar,  Bruno prefirió quedarse en el salón principal, conversando sobre diagnósticos, tratamientos y los nuevos proyectos de la universidad. Sofía, ofuscada, decidió alejarse lo más que pudo, y llegó a la exposición de arte local, donde un grupo de artistas estaba subastando sus obras para donar el dinero a labores benéficas de la universidad. Amanda era uno de ellos. Su pintura mostraba a una danzarina flamenca de vestido púrpura sobre el tejado dorado de una ciudad. Sofía y Amanda se quedaron sentadas un largo rato, mientras oían el recital de piano con la música de Lou Reed. Amanda trabajaba como curadora en la facultad de Arte de la universidad. Era española, de acento sureño, pero nacida en Madrid. Era mayor que Sofía por tres años y vivía en Albuquerque desde hacía diez, cuando su padre emigró para montar una pequeña galería cerca del centro que terminó absorbida por una compañía de seguros. Sofía no tuvo ganas de contarle lo infeliz que era en la aridez de Albuquerque para no lucir como una idiota inconforme en medio de buena música y una conversación agradable. Amanda le propuso tomar un café la semana siguiente. La relación empezó a estrecharse desde entonces.

Se reunían en la pequeña casa de Sofía en la villa Netherwood, o a veces pasaban la tarde en el centro tomando café y recorriendo los centros comerciales. Los fines de semana, cuando Bruno prefería estar solo para poder estudiar tranquilo, se iban al zoológico de Río Grande o al Pueblo Viejo, donde visitaban las galerías de arte, almorzaban filetes en La Hacienda y escuchaban las serenatas en la pérgola del parque central. Amanda era una mujer aplomada, que parecía no complicarse ante el peso de los problemas. Parecía del tipo de persona que nunca echaba una lágrima por otra cosa que no sea la muerte. Vivía alegre, caminaba con soltura y desenfado y gustaba de fumar cigarros delgados con sabor a menta.

Sofía en cambio, se sentía totalmente opuesta a ella. No era insegura, pero sin duda la soledad y la distancia que había marcado con su esposo la habían afectado. No era tan suelta, ni atrevida, ni risueña como Amanda; pero con el tiempo alimentó la curiosidad por conocer algo de lo que la rodeaba. Al lado de Amanda pudo visitar bares, tiendas, pequeños lugares donde la vida podía cobrar forma. Su casa empezó a tomar color con las pinturas que Amanda solía regalarle, con los adornos y los atrapa sueños que compraban en White Horse.

En ocasiones, Amanda se ausentaba por semanas, perdida entre actividades que la obligaban a viajar a ciudades vecinas. A veces sólo iba a Santa Fé; pero otras tantas, a Nueva York. Cuando eso ocurría, Sofía sentía caer en el vacío de siempre, abrumada por la soledad de su casa y la distancia que la separaba de su esposo. Entonces sentía ese nudo en el estómago y la invasión desalmada de los recuerdos al lado de Amanda. Cogía el teléfono e intentaba saber de ella. Pocas veces podía encontrarla. A veces, al dormir, sufría malestares pensando en la posibilidad de que Amanda se quedara en Nueva York para siempre. No podía evitar derramar algunas lágrimas, pero el teléfono sonando a la mañana siguiente y la voz de Amanda diciéndole que estaba de vuelta, era suficiente para calmar su miedo y sacarla de la cama a toda prisa para volver a tomar por asalto la ciudad.

La vida se reanudaba para ellas. Se perdían en el Cotton mall, incinerando la tarjeta de crédito, comprando buenas botellas de vino para tomarlas en casa de Amanda, mientras charlaban sobre la vida y los viejos amores. En esas tardes, Sofía le contó sobre Bruno, sobre lo grata que era la vida en Lima y lo infeliz que había sido su matrimonio desde el primer día en que durmieron juntos. Amanda le contó que una vez estuvo a punto de casarse y regresar a España con un escritor mejicano que consiguió una beca en la universidad e Barcelona. “Terminé con él el día de la fiesta”, le contó Amanda. Sofía levantó su botella y brindó por eso. “Eres increíble Amanda”, le dijo. Se prometieron veranear en California, pero Bruno no estuvo de acuerdo con que Sofía se fuera sola. Esa tarde la relación entre Bruno y Sofía tocó fondo, Bruno le arrebató el celular a Sofía y le pidió a Amanda que no le metiera más ideas insensatas en la cabeza. Sofía sólo atinó a gritar y decirle que él había sido el peor error que había cometido en su vida. No se hablaron por muchos días, mientras el verano derritió toda posibilidad de perdón. Sofía se quedaba en casa, sin mucho que hacer, elevando la cuenta del teléfono llamando a su familia y a viejas amistades. Pensaba en aquellos romances que dejó de lado, impresionada por el talento de Bruno. Lloró incontables veces, cuando los días se hacían largos y no había nada que hacer más que rogar que la universidad la aceptara –al menos- como voluntaria para ocuparse en algo. A veces recibía postales de Amanda, diciéndole lo mucho que la extrañaba, lo mal que sentía por estar en California sin ella. Sofía tenía ganas de robarse el dinero de Bruno, comprar un pasaje y largarse con todas sus cosas. Pero la poca sensatez que le quedaba lograba retenerla.

En una última postal, Amanda le pidió que estuviera libre en otoño, que no hiciera planes. Le prometió buscarla una de esas noches. “Tal vez le tire algunas piedrecillas a tu ventana, para que tu esposo no nos pille”, le escribió. “Es una sorpresa”. Las dos amigas se abrazaron al encontrarse en el aeropuerto luego de las tres semanas de distancia. Amanda lucía la piel morena tras sus ojos azules intensos. Se había tatuado un abanico flamenco en su espalda. Sofía lo notó de inmediato. “Eres increíble”, le dijo una vez más. Amanda la abrazó. Sofía la quería.

-Pensé que sentías lo mismo por mí –añadió Amanda. El globo descendió algunos metros. Sofía se tomó un tiempo antes retirar las manos de su rostro:

-Yo no soy así.

Nils conversó por radio con personal del Balloon Park. Mark sujetó el calentador, esperando que el globo bajara hasta la altura necesaria antes de calentar nuevamente el aire.

-Yo tampoco –le dijo Amanda-. Nunca me había pasado antes. Piénsalo Sofía. Esto no puede terminar así. Todo estaba bien entre nosotras. Puedes vivir conmigo si quieres, podemos incluso mudarnos a Santa Fe si tienes miedo de Bruno.

Sofía la vio acercarse nuevamente. Pensó que intentaría besarla de nuevo. Soltó la botella de vino y la empujó. Amanda perdió el paso, cayó encima de Mark que perdió el control de quemador. El fuego le hizo un hoyo a la base del envolvente. Mark empezó a maldecir en inglés, mientras Nils las increpaba a las dos por el descuido. El globo empezó a perder altura. Los dos hombres intentaron tomar el control de la situación, les pidieron a ambas que se sentaran en el piso de mimbre y se mantuvieran quietas. Nils volvió a tomar la radio y a comunicarse a tierra para un aterrizaje de emergencia. Mark enderezó el quemador y trató de mantener altura. Conforme se acercaban a tierra podían ver los árboles puntiagudos alrededor de la laguna Shady. Sofía y Amanda permanecían en silencio sobre el piso de mimbre, conteniendo el miedo. Escucharon el roce de la canastilla contra los árboles, luego el sonido del agua debajo de ellas. Finalmente un golpe brusco las devolvió a tierra.

La canastilla de mimbre terminó de lado, Amanda encima de Sofía; Mark y Nils lejos de ellas, corriendo para recoger el evolvente, sin siquiera preguntarles si se encontraban bien. Luego de unos minutos, una camioneta roja apareció, deteniéndose bruscamente. Amanda reconoció al hombre de sombrero tejano que sostenía una radio en la mano. Otros hombres estaban con él. Se fueron a ayudar a recoger el envolvente, guardar el quemador y limpiar la canastilla de mimbre. El hombre de sombrero tejano se acercó donde Amanda y Sofía para preguntarles si estaban bien. Ambas asintieron, todavía remecidas por el aterrizaje. El hombre les dijo que incluiría el problema de globo en la factura. Amanda asintió. Otro vehículo llegó para llevarlas de vuelta al Balloon Park.

Las dejaron en el estacionamiento, donde Amanda había parqueado su camioneta. El seguro de la alarma sonó. Sofía se quedó de pie, mientras Amanda subía y echaba a andar el motor.

-Voy a llamar a Bruno para que me recoja –dijo Sofía con la mirada gacha.

Amanda se apoyó en el volante y resolló.

-No tienes que portarte como una niña, coño –le dijo-. Venga, desayunemos. Y luego te largas a tu casa a ser putamente infeliz o lo que quieras.

Sofía movió los labios pero no llegó a decir nada. Decidió subir.

La mesera trae una bandeja con pequeños cortes de tocino frito. Amanda prepara una tortilla enrollada, toma un poco de jugo. Sofía sigue en silencio, pensando en su matrimonio, en el beso que Amanda le dio cuando surcaban el cielo. Puede recordarse feliz al lado de ella, en lugar de arrostrar la soledad de su hogar.

-No puedo dejar a Bruno, Amanda –dice finalmente. Amanda la mira, sus ojos son dos pozos garzos, rebosantes de preguntas.

-No puedo dejarlo porque no te quiero –añade Sofía-. Sólo nos hemos divertido. Pero no siento, ni sentiré lo mismo por ti.

-Solo nos hemos divertido… –repite Amanda con la voz apagada. Sofía se percata de la humedad en los ojos azules de su amiga. Toma una servilleta y decide sentarse a su lado para pedirle disculpas. No ha querido decirle eso. No ha querido lastimarla. Ella ya ha sabido de ese tipo de lágrimas. No puede soportar la idea de ser capaz de hacerle lo mismo a alguien que ha estado con ella, ayudándola a soportar la soledad.

-Solo nos hemos divertido…

Sofía está a punto de ponerse de pie, pero puede evitar la bofetada. Amanda la golpea en la mejilla.

-Mereces quedarte con ese idiota –le dice Amanda, en un inglés fluido, como queriendo que todo el mundo sepa la historia, mientras Sofía se toma el rostro y el salón se queda en silencio contemplando la escena-: Arruinas todo lo que tocas.

La mesera se acerca para pedirles que se tranquilicen. Amanda da media vuelta y sale del café. Sofía puede escuchar el motor de su camioneta encendiéndose, el ruido de las llantas quemando el asfalto para salir de ahí y olvidarla para siempre. Sofía hubiese podido decirle que se detenga, ir tras ella, disculparse, pedirle una oportunidad para tratar de aclarar sus sentimientos. Pero en lugar de ello no hace más que quedarse callada, conteniendo las lágrimas y frotando su mejilla sonrosada por la mano de Amanda. Aún así, a pesar de todo  el sentimiento vertido por tierra, desinflado, caído desde el cielo y hecho añicos, Amanda no se había equivocado en nada de lo que había prometido: Su vida, a partir de ese momento, sería otra.

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Literatura

Padre e Hija Escritores Peruanos Reciben Distinciones Internacionales

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En un emotivo evento celebrado en el Hotel Crowne Plaza de Miraflores, el periodista y escritor peruano Richard Morris Riofrio fue reconocido con dos distinciones internacionales por su novela histórica de ficción, “Rosalba de Altagracia”. La Lic. Issa Arguetas tuvo el honor de entregar estos prestigiosos reconocimientos, uno otorgado por la Real Academia de Arte y Literatura, Filial de los Estados Unidos de América, y el otro por el Consejo Mundial de la Paz, en el marco de su participación en el 1er Congreso Mundial de la Paz y las Artes celebrado en Michoacán, México, en 2024.

Richard Morris, quien también es Mensajero para la Paz de la ONU, se encuentra en el proceso de lanzamiento de su nueva novela de autoficción, “La Noticia Inversa”, un proyecto que promete generar un gran impacto en la comunidad literaria. Su compromiso con la paz y la promoción del arte continúa marcando su carrera como escritor.

Por su parte, su hija, Kiara Morris Rodríguez, a sus 13 años, ya es una figura destacada en el ámbito literario. Actualmente, es embajadora cultural del Bicentenario y recibió la Distinción Internacional Infantil Líder de Paz en Ecuador, otorgada por su contribución a la paz y la cultura. Su obra “Érase una vez en Moore” ha sido adaptada al teatro, lo que subraya su talento y su capacidad para conectar con diferentes públicos a través de las artes.

Ambos escritores representan un claro ejemplo del potencial creativo peruano, mostrando que la literatura puede ser un vehículo poderoso para la paz y la cultura. Richard y Kiara se han comprometido a seguir promoviendo el arte y la literatura, con la esperanza de inspirar a las futuras generaciones.

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Literatura

Hijo de Mario Vargas Llosa afirma que su padre está bien de salud

Tras la cancelación del viaje de MVLL a Madrid para recibir un homenaje, y luego de filtrarse información que indicaba que su estado de salud se encuentra en un nivel muy delicado, su hijo Álvaro ha salido a responder que el Nobel ha tenido que reducir sus actividades debido a su avanzada edad.

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El escritor Mario Vargas Llosa no asistió a la gala de la ‘Catedra Vargas Llosa’ en San Lorenzo de El Escorial en Madrid, en la cual iba a ser homenajeado y se quedó en Lima tras cancelar su viaje. En tanto, en su representación asistió su hijo Álvaro Vargas Llosa, quien aprovechó para afirmar que su padre, se encuentra bien. A pesar que su familia desde hace algunos meses se ha resistido a comentar sobre su real estado de salud.   

«Mi padre tiene casi 89 años, está en el umbral de los 90 años, es una edad a la que uno tiene que reducir un poco la intensidad de sus actividades y él lo ha hecho», afirmó el hijo del Nobel de Literatura en un acto público.

El escritor MVLL ingresó a la Academia de la Lengua Francesa.

Álvaro, además mencionó que la familia está “muy unida” y que su madre Patricia, “está muy pendiente de su padre”, y que “probablemente estará en Perú hasta fin de año” y que no puede dar una fecha exacta para su próximo viaje.

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Literatura

Han Kang se convierte en la primera escritora surcoreana en ganar el Premio Nobel de Literatura

Escritora se impuso a autores como Can Xue, Haruki Murakami o Anne Carson, quienes se encontraban entre los más voceados.

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Contra todo pronóstico, la Academia Sueca decidió otorgarle el Premio Nobel de Literatura a la escritora surcoreana Han Kang, quien fue galardonada “por su intensa prosa poética, que saca a la luz traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana”, según declaró el secretario permanente de la Academia, Mats Malm.

Para los miembros del jurado, la autora ilumina la “conexión entre el cuerpo y el alma, los vivos y los muertos”, y su “estilo experimental” supone una innovación en la prosa contemporánea.

La escritora de 53 años es hija del también escritor Han Seung –won. Nació en Gwangju en 1970, pero creció en Seúl desde los once años. Estudió Literatura Coreana en la Universidad Yonsej de Seúl y se licenció en 1993. Debutó con poemas que aparecieron en la revista Literatura y Sociedad, pero se dio a conocer como prosista.

En 1994, ganó el premio literario del periódico Seoul Shinmun. Posteriormente, publicó varios volúmenes de relatos. En 1999, ganó el premio a la mejor novela coreana. En 2000, el «Premio para Jóvenes Artistas de Hoy», del ministerio de Cultura y Turismo. Y, por último, en 2005, el premio de Literatura Yi-Sang.

La reciente galardonada con el Nobel de Literatura ha trabajado como periodista para las revistas Water of the Deep SpringJournal of Publications y Spring. Su primera novela, La vegetariana (2007), fue llevada al cine en 2010 y recibió el prestigioso premio Booker Internacional en 2016. Está traducida al castellano, al igual que otra novela suya, La clase de griego. En la actualidad, Han enseña escritura creativa en el Instituto de las Artes de Seúl.

Foto: difusión.

Un galardón inesperado

Como todos los años, las especulaciones sobre los posibles galardonados no se hicieron esperar. El chino Can Xue, la canadiense Anne Carson, el escritor indio-británico Salman Rushdie y el japonés Haruki Murakami eran considerados candidatos prometedores. Algunos se consideran ya eternos favoritos y, una vez más, se han ido con las manos vacías.

Después del Nobel de la Paz, el de Literatura es el más reconocido. Los galardonados y sus editores también se benefician de ello gracias al aumento de la demanda de libros.

Según contó Mats Malm, secretario permanente de la Academia Sueca, cuando llamó a la autora para comunicarle la buena noticia, Han Kang estaba almorzando con su hijo. La escritora ha prometido acudir a Estocolmo para la ceremonia de entrega del galardón, el 10 de diciembre.

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Literatura

Jack Martínez, de mototaxista en SJL a ser catedrático de Literatura en Nueva York

Escritor peruano es en la actualidad profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Hamilton.

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Sus primeros diez años los pasó en las alturas de La Oroya (Pasco), entre recios obreros de la mina como su padre, bares de mala muerte donde no era extraño ver a uno que otro borrachín, olor a azufre y tierra recién escarbada. La madre de Jack Martínez siempre quiso una mejor vida para su menor hijo; es así que no lo pensó dos veces cuando la empresa donde laboraba su esposo le ofreció vivir en la capital.

Fue así que el pequeño Jack, ya de 11 años, y su madre llegaron al convulso y desordenado distrito de San Juan de Lurigancho (SJL).

“La primera vez que llegué nos bajamos en lo que era el último paradero de ese arenal, que hoy es la estación Santa Rosa. No recuerdo una noche tan oscura. Sin luz eléctrica, eran chozas y había que tantear con los pies para avanzar y así fue que llegamos. Al día siguiente, al despertar, lo primero que sentí fue el sol terrible sobre la arena (era verano). Fue un choque fuerte. No solo en lo material, sino también en lo cultural”, recuerda Jack.

De esta etapa rescata que pudo conocer un micropaís ahí y crecer con ellos positivamente; “había gente que venía del norte, del sur, de la selva. Gente que se veía diferente a mí y yo diferente a ellos. Crecí junto con el distrito. Recuerdo la primera vez que pusieron el agua y desagüe, fue una fiesta para todos”, relata el escritor para la agencia Andina. Hasta los 16 años, Jack fue parte de la educación estatal, y aunque su vocación y talento no afloraron de inmediato, fue la tradición oral la que lo hizo acercarse a este mundo.

Soñaba con ser periodista deportivo y Ovación era su dial favorito. La academia preuniversitaria era el paso obligado si quería estudiar Comunicación Social en la Universidad San Marcos.

Sin embargo, tuvo un extraordinario profesor que les narraba con gran habilidad diversos contenidos y que una vez delante del jovencísisimo Jack recibió su paga en efectivo.

“Dije , ¡wao! yo quiero que me paguen así… quiero ser profesor. Y comencé a leer. Así postulé a Literatura e ingresé… mis compañeros venían de distintas realidades. Fue impactante ver a compañeros que en lugar de una mochila llevaban sus libros en bolsas de plástico negras y otros que gozaban de muchas comodidades y vivían en lugares que jamás había visitado”. Fueron encuentros que la vida le planteó.

Sin tenerla fácil, en plena crisis, Jack tuvo en aquel entonces trabajar también como mototaxista para solventarse, contando con el apoyo familiar.

De ahí, el Icpna le abriría sus puertas y conocería el mundo de las exposiciones y así pasaron cinco años.

“Un amigo regresó al Perú tras estar becado y él me guió por ese camino y decidí apostar”. Dejó la zona segura, la locura de dejar todo lo establecido e irse a estudiar. “Creo que mi familia pensaba que bromeaba y no me tomaban muy en serio. Igual seguí adelante y cuando llegó el momento le dije a mi novia ´(hoy mi esposa) que me iba y si quería irse también”, recuerda.

“Después de seis años de ese primer viaje, logré invitar a mi mamá. Antes creía seguro que trabajaba en algo más y que lo de la beca era un invento para dorar la píldora, pero luego vio que todo era real”, señala con orgullo tras culminar su maestría en la Universidad de Connecticut.

Al año siguiente, obtuvo otra beca para el doctorado en Northwestern (Chicago). Durante sus años de doctorado, además de investigar y escribir la tesis, publicó su primera novela, Bajo la sombra (2014), que tuvo excelente recepción crítica. En el 2017 se gradúo como doctor y publicó su segunda novela, Sustitución. También ese año empezó como profesor en la Universidad de Hamilton, en Nueva York.

Su mejor novela. Jack es el personaje principal de su historia. Foto: Hamilton College.

En el 2024 acaba de publicar su tercera novela, Te he seguido. En la Universidad de Hamilton enseña escritura creativa, formando jóvenes escritores. También enseña literatura peruana, promoviendo nuestra rica tradición en los estudiantes estadounidenses.

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Literatura

«El jefecito del comedor», un cuento de Giovanna Gutierrez Narrea

Las calurosas vivencias de un empleado de un comedor universitario.

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Cerca de la 1:00 p.m., las colas del comedor seguían aumentando (por la puerta posterior, lateral y frontal), el sol radiante quemaba el rostro y cabeza de los comensales, los gritos bulliciosos: zampón, haz tu cola; amiga, despierta, no dejes que se metan; seguro son los de facufide; las antisonantes voces acompañadas de un megáfono y banderola en son de protesta.  

Tres de la tarde, ni un alma en los alrededores del comedor.

El jefe del comedor estaba fumando cuando tocaron la puerta.

_ Pase _ ordenó

Entró una señorita de buen porte y sonriente le dijo:

_ Buenas tardes, licenciado Abel, quisiera conversar con usted.

_ Sí, dígame

Mientras la coqueta y pícara estudiante se presentaba: me llamo Marifé, soy consejera de la Facultad de Inicial, y miembro de la comisión de almuerzos por el aniversario de mi facultad; quisiera saber qué documentos debo traer para que nuestro pedido sea atendido.

Con la mirada embobada, el jefecito del comedor, escuchaba atentamente el discurso de ese monumento de mujer que tenía en frente: blanquiñosa ella, de ojos grandes y claros, labios carnosos y sensuales, cabellera larga de color castaño, angosta cintura, caderas anchas al igual que sus pechos (todos los hombres son iguales, cuando ven carne blanca hasta podrida la consumen, y si tienen un buen derrier y busto, mejor).

Marifé, inmediatamente notó al hombre de enfrente completamente absorto con su presencia, y en un cruce de miradas hizo que el rostro del licenciado Abel se  ruborizara y dibujara un mohín con sus labios (solito se delataba).

_ Ok, señorita, entiendo. Entonces, puede usted presentar un oficio del decano dirigido a mi persona, solicitando la cantidad de almuerzos que necesitan, adjuntar la resolución de aniversario de decanato y la relación de alumnos matriculados en su facultad.

Tres días después, cerca de las 6:00 p.m., se apareció Marifé por detrás del jefe del comedor, sorprendiéndolo en el momento en que abría la puerta de su carro.

_ Hola, Abel. Perdón, perdón,  quise decir  licenciado Abel. Veo que ya se va, y justo hoy el profesor de estadística se extendió con su clase. Mañana tendré que regresar para presentar la solicitud de almuerzo.

_ No te preocupes, déjamelo y yo mañana lo veo.

_ Qué lindo, gracias. Mmmm, sería mucha molestia si me da una jaladita hasta la puerta de la universidad. Lo que pasa es que ya está oscureciendo y me da miedito bajar sola.

_ Sí, claro, sube. Por dónde vives?

_ En Huaycán, cerca a la Plaza de Armas de Huaycán, en la Av. 15 de julio, cuadra 10. Por lo general me vengo a la universidad con los colectivos y de regreso en combi, pero si tengo suerte, hoy puedo regresar en una camioneta Chevrolet (sonrió la pendeja).

El jefecito del comedor no pudo evitar los ojos brillosos, mejillas sonrojadas y el alargamiento de sus labios, al momento de sonreír.

_ ¿Te molesta si te tuteo?

_ No, total ya estamos fuera de la universidad.

_ ¿Y tú por dónde vives?

_ En Tarazona

_ Qué pena.

_ ¿Por qué?

_ Porque unos metros más y ya me tengo que bajar. Entonces, mañana te busco para recoger la copia de mi solicitud con el sello de tu oficina (despidiéndose aparentemente con un beso en la mejilla, pero se lo dio en la comisura de los labios).

Al día siguiente, 4:30 p.m., Marifé se acercó al container que fungía como oficina del jefe del comedor, llevando Caramandungas para tomar lonche, pues días anteriores la ofrecida esta se había percatado de la cafetera y hervidora que descansaban en una mesita, ubicada fijamente en una de las esquinas del vagón.

Abel la miró y sonrió, se sacó los lentes y se restregó los ojos. Luego cortó un pedazo de papel higiénico y limpió las lunas con esmero (mientras pensaba qué decir). Los trabajadores se iban retirando con un hasta mañana jefe, todo limpio jefe, todo cerrado jefe, que descanse jefe, cuidado jefe.

_ Gracias por las rosquitas Marifé, pero ya me tengo que ir. Te prometo que mañana temprano me los como en el desayuno.

Aquí puedes continuar leyendo el cuento completo.

https://cuentroversia.blogspot.com/2024/08/el-jefecito-del-comedor-cerca-de-la-100.html

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Literatura

Presentación de libro Gaza ante la historia, de Enzo Traverso

Conoce una de las novedades de la Feria Internacional del Libro de Lima.

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En el marco de la 28° Feria Internacional del Libro de Lima (FIL), gracias a la librería Contragolpe, se llevará a cabo la presentación del libro Gaza ante la historia, del reconocido historiador Enzo Traverso. El evento se realizará el lunes 29 de julio, en el auditorio José María Arguedas, a las 3 p.m. La presentación del libro estará a cargo del politólogo Alberto Adrianzén y la artista Daniela Ortiz.

¿Es la destrucción de Gaza una consecuencia del ataque del 7 de octubre o el epílogo de un largo proceso de opresión y erradicación? ¿Tienen los palestinos derecho a resistirse a la ocupación? ¿Hablar de genocidio es antisemitismo? En Gaza ante la historia, Enzo Traverso, uno de los historiadores más autorizados de nuestro tiempo, va a la raíz del conflicto israelopalestino poniendo en cuestión la historia del conflicto y ofrece una interpretación crítica que da la vuelta a la perspectiva unilateral desde la que nos hemos acostumbrado a observar lo que ocurre en Gaza.

Se suele describir a Israel como una isla democrática en medio de un océano oscurantista y a Hamás como un ejército de bestias sedientas de sangre. La historia parece remontarse al siglo XIX, cuando Occidente perpetró genocidios coloniales en nombre de su misión civilizadora. Sus supuestos esenciales siguen siendo los mismos: civilización frente a barbarie, progreso frente a atraso. Junto a las declaraciones rituales sobre el derecho de Israel a defenderse, nadie menciona nunca el derecho de los palestinos a resistir una agresión que dura desde hace décadas. Pero si en nombre de la lucha contra el antisemitismo permitimos que se desate una guerra genocida serán nuestras propias orientaciones morales y políticas las que se vean empañadas, serán los supuestos de nuestra conciencia moral los que se verán socavados: la distinción entre el bien y el mal, el opresor y el oprimido, los perpetradores y las víctimas.

Fecha: lunes 29 de julio

Hora: 3 pm

Lugar: auditorio José María Arguedas de la FIL (Parque Próceres de la Independencia, Jesús María, alt. cd. 16 de av. Salaverry)

Presentan:

– Alberto Adrianzén

– Daniela Ortiz

Organiza: librería Contragolpe  

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Literatura

«Por Facebook», un cuento de Giovanna Gutierrez Narrea

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Por Giovanna Gutierrez Narrea

Te miro por el face y vienen a mí los años de esplendor al lado tuyo. Una relación amorosa de tres años: compartiendo anécdotas, viajando juntos, experimentando emociones, conociendo un poco de ingeniería mecánica y tú aprendiendo un poco más sobre el sistema de la lengua (tú en la UNI y yo en la UNE-Cantuta). Dé repente, tu ausencia se empezó a justificar porque tenías que estudiar para tus prácticas calificadas, luego los trabajos de grupo y, finalmente, tus exámenes parciales y finales. Un par de meses después me dijiste haber conocido a una chica (rubia superficial, por cierto, tez blanca, delgada, caderona y bien tarrajeada; la típica mujer por la que el 99.9 % de hombres pierden la cabeza). Enamoramiento que te duró menos de un año, puesto que tu nueva conquista terminó yéndose con un hombre, muchos años mayor que tú; interesante cargo en la política de la universidad y de atractiva billetera. Supongo que mi poco atrevimiento sexual y la falta de coquetería fueron en gran parte, también, las causas del enfriamiento sentimental, razones por las que terminaste conmigo.

Anoche vi a Javier -me contó Mary-. Pensé que eras tú la que estaba con mi primo (estos chicos no cambian, terminan y luego regresan -me dije-…). Yo estaba comprando salchipapas en la esquina de mi casa, cuando pasaron por detrás mío, y mi primo ni cuenta se dio, y al voltear miré a la chica, quien tenía tu misma estatura, el cabello negro y lacio como lo tienes tú, y de perfil muy parecido a ti (pudiendo tener una original, se buscó una copia), pero por la oscuridad no la pude ver con exactitud. Sin embargo,  esa relación no le duró mucho tiempo, porque luego lo vi salir con su actual pareja, un poco feíta la nueva prima, pero es odontóloga. Ni modo amiga, será mi primo pero que se joda… Mejor estabas tú.

Aquí el cuento completo: https://cuentroversia.blogspot.com/2024/06/por-facebook-te-miro-por-el-face-y.html

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Literatura

Invitación a comer un chaufa: el nuevo libro de Julio Barco

Lee la columna de Nicolas López-Pérez

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Por Nicolas López-Pérez

A la industria editorial en crisis: lo primero es tomar por sorpresa a la hegemonía con un ramo de dientes de león. Luego, al ver los rostros entre la confusión y el estupor, soplar con dulce violencia cada una de las partículas que componen la flor. Esa es la fuerza literaria de Julio Barco (1991), señoras y señores. El poeta de El Agustino que viste y calza. No me detendré en la identidad de qué género o de qué tipo es el último libro publicado. Lo cierto es que Chaufa es un homenaje a la opacidad de la palabra y el lenguaje. En sus páginas se narra, se ensaya, se canta, se baila y se come. Como si la literatura peruana y su estado actual fuese el tema de un banquete digno de Platón, una reunión que armoniza reflexión y sentimiento.

A ustedes, señoras y señores de la industria editorial, huelga deciros que este libro es una incisión en las maneras de leer el insalvable abismo entre lo popular y lo culto; entre la periferia y el centro; entre el margen y el cuadro. Al mismo tiempo, su prosa nos muestra a un escritor audaz y resiliente ante el histórico vapuleo contra quien no tiene santos en la corte. Un escritor que se desenreda, como si fuera un ovillo de lana, para golpear la mesa y declarar una nueva profesión de fe literaria. Tal vez, señoras y señores de la industria editorial en crisis, la literatura que os presentáis es, a grandes rasgos, ominosamente homogénea y continúa a mostrarnos un Perú desconectado de sus bases. Puede que esta afirmación categórica se malinterprete, pero ante un mar de literatura pituca y aspiracional en que la finalidad es conmover o divertir con historias más o menos fascinantes, escribir desde las entrañas de nuestras ciudades es un ejercicio de resistencia y estrategia. Chaufa articula la palabra como un antídoto contra la apatía que vuestra literatura vierte sobre la clase trabajadora peruana.

En un hadiz islámico se lee que el estómago es el centro de todas las enfermedades. Desde ahí, una ética del cuidado de lo que se come. En el Perú, no obstante, todavía se habla de hambre; todavía hay poblaciones enteras donde escasea la comida y no solo por el aumento en el costo de la vida ni por la falta de empleos, sino por el individualismo y, además, la insuficiencia de las políticas públicas para llegar a cada rincón de una escandalosa, pero preciosa geografía. Recuerdo un dossier de 2018, publicado en Unidiversidad, una revista de pensamiento y cultura de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) y titulado “Perú: los poemas del hambre”. Paolo de Lima, el compilador, enfatiza el hambre como tópico en los versos de un considerable número de autores. Y esos poemas y poetas no son los primeros que orbitan en torno a la comida, también obras como “Primicias de cocina peruana” (2005) de Rodolfo Hinostroza, “Comer en los mercados peruanos” (2019) de Mirko Lauer o incluso “Tratado de la yerbaluisa” (2012) de Enrique Verástegui son ejemplos del vínculo entre literatura y comida. El estómago se conecta con el corazón y el cerebro, ¿y ustedes señoras y señores de la industria editorial qué hacen al respecto con las problemáticas sociales de las mayorías? Una paradoja: Perú, potencia gastronómica a nivel mundial e incapaz de erradicar el hambre en su territorio.

Barco nos encuentra en el Chifa, aunque puede que otros platos que nos acomunan sean el ceviche o la salchipapa. Lo encomiable está en el imaginario popular que este escritor construye: precisamente, en ese punto en que todos los archivos se tocan y donde no originan una identidad que confronta los ánimos, sino una capaz de generar una potencia solidaria donde el Perú se construye con tradiciones, afectos y palabras. Barco apuesta, en definitiva, por un manifiesto que conjura un sentimiento social, bullendo desde un problema inmanente y trascendente: el sentido de seguir luchando juntos por un mejor Perú. A ustedes, señoras y señores de la industria editorial, ¿cuántos libros tenéis que ingeniosamente pueden remecer a los sectores más populares? Una fuerte resistencia contra la literatura pequeño-burguesa, tanto como guiones que tienen éxito en Netflix y Hollywood. Barco escribe como se prepara un chaufa. Auguro que su lectura tendrá sabor a la simpleza y santidad de ese plato. Girados y apreciad la maestría del verbo. Chaufa es imperdible en este 2024 de las letras peruanas. Imperdible.

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