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Literatura

CUENTO: DAWN PATROL de Luis Humberto Moreno Córdova

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DAWN PATROL

Escribe Luis Humberto Moreno Córdova

A través de la ventana puede verse el estacionamiento, la gente en sus autos buscando un lugar donde aparcar. En el cielo, los globos aerostáticos levantan vuelo, con su tripulación ocupada en soltar el lastre para ganar altura. En el café el ambiente está lleno de voces confusas. La gente desayuna, mientras leen las noticias del día o conversan entre ellos. Desde la cocina llega el sonido de platos quebrándose. Sofía, se asusta. “Mierda”, dice. Amanda está frente a ella. Intenta tomar su mano para calmarla, pero Sofía la rechaza.

Amanda mira el cielo a través de la ventana. El sol convierte sus ojos en dos zafiros.

-Cuando llegué a esta ciudad –dice-, encontré un trabajo en un café en Los Ranchos. Me fue tan bien, que por un momento creí haber nacido para eso.

Sofía no contesta. Una mesera se acerca con el pedido: lleva dos filtros de café, jugo de naranja y tortillas con huevos revueltos. En la calle, una camioneta con altavoces en el techo anuncia la fiesta de tallados en el Góndola club. Unas campers van en el otro carril rumbo al Balloon Park. Amanda pide un poco de tocino.

-Prometo que mañana haré una hora más en la caminadora –añade, sonriendo.

Sofía retira el filtro, toma un par de sobres de edulcorante y endulza su café. Muerde una tortilla. Tiene la mirada puesta en el vacío. Amanda observa sus movimientos extraviados, su silencio. Siente un vuelco de frustración acumulándose en su estómago. Golpea la mesa.

-¿Sabes todo lo que tuve que hacer para que pudiéramos salir con el dawn patrol? –le pregunta con tono ofuscado. Sofía baja la mirada. Parece buscar alguna respuesta en el parqué del piso.

-Lo sé –dice finalmente-. Y ha sido genial, Amanda. Pero…

Amanda se recuesta en el respaldar de la mesa.

-Pero no sientes no lo mismo, ¿verdad?

Sofía revuelve su café.

-Estoy casada, Amanda. ¿Comprendes?

Amanda se muerde los labios. Juega con la comida servida. Los aerostáticos han ganado más altura, se ven como pequeños puntos en el cielo.

-Sabes que tu matrimonio fue un fracaso desde el primer día –dice, con una exagerada suavidad en su voz.

Sofía regresa al mutismo. Recuerda el silencio de la madrugada y el golpe de las piedras en su ventana. Amanda llegó a su casa a las cuatro y media de la mañana para sacarla casi a rastras. “Es una sorpresa”, le dijo. Sofía subió a la camioneta, pensando en el vacío que había encontrado en el otro lado de la cama: Bruno tenía toda la semana de guardia en el hospital.

Amanda le entregó una taza viajera con café. Al notarla pensativa, puso una mano sobre su pierna.

-¿De guardia otra vez? – le preguntó.

Sofía asintió apenas, antes de sorber un poco de café de la taza.

-Que marido tan abnegado –dijo Amanda, en tono sarcástico.

Sofía quería darle la contraria, decirle que las cosas que hacía Bruno bien habían valido la pena para encontrar un nuevo lugar, una vida cómoda y buenos ingresos. Pero Amanda sabría que era mentira. Su matrimonio no prosperaba, estaba harta de vivir sola en una casa extraña, alejada de su familia. Albuquerque no había sido el paraíso que ella esperó encontrar, ni mucho menos el lugar donde por fin podría compartir una vida al lado de su esposo.

-A veces me hubiera gustado decirle ‘no’ y haberme quedado en Lima –claudicó.

Amanda acarició su muslo, le dejó dos palmaditas de aliento:

-No tendrás mucho tiempo para pensar en eso – le dijo, y prendió la radio.

Condujo tomando la interestatal, por donde se veían los negocios de camiones, mueblerías y almacenes bajo el cielo oscuro de la madrugada. Sofía terminó su café y cambió el dial de la radio hasta que se topó con música disco. Ambas se pusieron seguir el ritmo, sacudiendo los hombros, cantando, moviendo los labios de forma exagerada. Rebasaron un par de automóviles y algunas campers antes de salir por la auxiliar y doblar en el bulevar Alameda. Sofía pudo ver los globos aerostáticos iluminados por el fuego de sus quemadores, como enormes focos intermitentes prendiéndose en la oscuridad. Amanda sacó su celular e hizo una llamada. Las rejas de la zona de despegue se abrieron. Un tipo con sombrero tejano les pidió que lo acompañaran. Amanda tomó de la mano a Sofía que miraba a los equipos de vuelo trasladando las canastillas de mimbre, cargando los balones de gas propano, mientras algunos globos empezaban a elevarse.

-Mark, Nils, ella es Sofía –dijo Amanda-. Sofía, te presento a nuestros pilotos.

Eran dos tipos que parecían saber lo que hacían. Mark sujetaba un ventilador, mientras llenaba de aire el envolvente. Nils empezó a calentar el aire con el quemador. Ambos levantaron sus manos a manera de saludo, sin mostrar mucho interés. La canastilla de mimbre empezó a enderezarse y el globo empezó a desplegar su forma. Era Azul, con pintas celestes y verdes. El hombre de sombrero tejano les dio dos credenciales a nombre de Amanda y de Sofía. “El down patrol marca el camino para el resto. Disfrútenlo. Buen viaje, señoritas”, les dijo con una sonrisa cordial. Amanda sacudió las credenciales en el rostro de Sofía, mientras sonreía y mordía la punta de su lengua.

-Nunca he subido a un globo –dijo Sofía con cierto temor. Su miedo se incrementaba mientras veía la enormidad del aerostático imponiéndose ante sus ojos.

-No tengas miedo –le dijo Amanda-. Mark y Nils nos van a devolver sanas y salvas, ¿verdad chicos?

Ambos estaban dentro de la canastilla de mimbre, probando la radio y el GPS. Asintieron sin decir palabra alguna.

-¿Lista? –le preguntó Amanda. Sofía movió su cabeza. Amanda volvió a tomarla de la mano.

Subieron a la canastilla y se apoyaron en sus bordes. Sofía miraba el interior como una niña dentro de la casa de muñecas. El globo comenzó a elevarse. La gente en tierra estiraba su mano para despedirse de ellas. Otros globos también ganaron altura, iluminando el final de la madrugada y dispersándose por el cielo que empezaba a clarear. Mike conversó por radio con los pilotos de otras tripulaciones sobre el tiempo, el viento y la altura. Amanda pudo reconocer también la voz del hombre de sombrero tejano, que al parecer los seguiría desde tierra para luego ayudarlos a aterrizar. Sofía seguía apoyada en el borde, mirando las montañas Sandía al oeste, una cadena de rocosas con escasa vegetación, el monumento natural de la ciudad. Podía oír también las cuerdas del globo tensándose, el sonido del viento llevándolos con rumbo incierto. El sol empezó a asomar entre las montañas creando un cielo columbino y apagando las últimas estrellas de la madrugada.

La sensación de libertad que Sofía sintió no se parecía a nada que haya sentido antes. Podía sentir el frescor del viento matutino entrando a sus pulmones, revitalizándola. Albuquerque se presentaba ante ella como una ciudad hermosa, que apagaba sus luces nocturnas para darle paso a una mañana floreciente. No era ya la ciudad de gente extraña, de barrios complicados y vecinos ausentes. La universidad de Nuevo México y el hospital podían divisarse ligeramente al sur. Pensó en Bruno: estaría manejando su auto de vuelta a casa. Amanda se acercó a ella con una botella de vino.

-Salud –le dijo- por los seis meses en esta ingrata ciudad.

Sofía tomó la botella y echó un trago. Nils y Mark parecían ajenos a ellas ocupados en buscar la corriente de aire adecuada para alejar el globo de las montañas.

-Esto es realmente hermoso, Amanda –dijo Sofía-. Nunca pensé que existiera algo semejante. Ha sido el mejor amanecer de mi vida.

-Hoy es un día de cambios –respondió Amanda-. Nuestra vida a partir de hoy será otra.

Sofía se acercó y le dio un beso en la mejilla. La abrazó fuerte. Amanda se dejó querer sin hacer movimiento alguno, incapaz de reponerse de la sorpresa.

-No hubiera sido sencillo sin ti –le dijo Sofía, echando otro trago.

Amanda se puso a su lado, mirando por un largo rato las casas en los alrededores y el valle. El sol seguía tomando altura y la vida empezaba a surgir en la ciudad, mientras algunas personas se aglomeraban en terrazas y parques para contemplar el espectáculo de los globos en el cielo.

Sofía intentó decir una palabra más, para dejar en claro lo feliz que estaba, pero no pudo. Amanda la tomó del rostro y le dio un largo beso en los labios. Al principio, Sofía sintió que el beso producía en ella una sensación agradable, un calor intenso en su cuerpo, un temblor en su espalda, pero el rostro de Amanda apareció en su mente, mezclada con la imagen de Bruno y no pudo soportarlo. La apartó con delicadeza.

-Lo siento Amanda –le dijo sin mirarla, mientras pensaba en los dos pilotos del globo que estaban frente a ellas-. No puedo hacer esto.

Mantuvo la mirada gacha, tratando de buscar alguna otra palabra que la libre del momento. Amanda se quedó mirándola. Sofía podía sentir la mirada de Amanda clavándose en ella como dos pequeños alfileres. Si hubiera estado en tierra, hubiera echado a correr, como lo había hecho antes, en otros lugares, en otras circunstancias, cuando era incapaz de poder afrontar algo. Pero a cinco mil pies de altura, dentro de un reducido espacio de mimbre y frente a dos tipos que nunca antes había visto en su vida, Sofía estaba a punto de entrar en pánico. Intentó buscar una explicación, pero sólo había una y era algo que ella jamás hubiera imaginado. Amanda se adelanto a su conclusión:

-Me gustas mucho, Sofía.

Sofía se llevó las manos al rostro. No se preguntó el momento en que sucedió, ni los motivos por los cuales había ocurrido. Había compartido demasiadas cosas con Amanda, suficientes para que sintiera lo estaba sintiendo. Desde se conocieron en la fiesta benéfica del hospital, las cosas fluyeron demasiado bien para ellas.

La fiesta, como siempre, se celebraba en la primavera, y era el primer evento importante para Bruno en su nueva etapa de médico interno en el hospital de Nuevo México. Sofía no estaba de ánimos; pero Bruno sentía que bien valía ir acompañado de su esposa. Luego de los gritos y la súplica de Sofía para regresar a Lima, subieron al auto en silencio. Al llegar,  Bruno prefirió quedarse en el salón principal, conversando sobre diagnósticos, tratamientos y los nuevos proyectos de la universidad. Sofía, ofuscada, decidió alejarse lo más que pudo, y llegó a la exposición de arte local, donde un grupo de artistas estaba subastando sus obras para donar el dinero a labores benéficas de la universidad. Amanda era uno de ellos. Su pintura mostraba a una danzarina flamenca de vestido púrpura sobre el tejado dorado de una ciudad. Sofía y Amanda se quedaron sentadas un largo rato, mientras oían el recital de piano con la música de Lou Reed. Amanda trabajaba como curadora en la facultad de Arte de la universidad. Era española, de acento sureño, pero nacida en Madrid. Era mayor que Sofía por tres años y vivía en Albuquerque desde hacía diez, cuando su padre emigró para montar una pequeña galería cerca del centro que terminó absorbida por una compañía de seguros. Sofía no tuvo ganas de contarle lo infeliz que era en la aridez de Albuquerque para no lucir como una idiota inconforme en medio de buena música y una conversación agradable. Amanda le propuso tomar un café la semana siguiente. La relación empezó a estrecharse desde entonces.

Se reunían en la pequeña casa de Sofía en la villa Netherwood, o a veces pasaban la tarde en el centro tomando café y recorriendo los centros comerciales. Los fines de semana, cuando Bruno prefería estar solo para poder estudiar tranquilo, se iban al zoológico de Río Grande o al Pueblo Viejo, donde visitaban las galerías de arte, almorzaban filetes en La Hacienda y escuchaban las serenatas en la pérgola del parque central. Amanda era una mujer aplomada, que parecía no complicarse ante el peso de los problemas. Parecía del tipo de persona que nunca echaba una lágrima por otra cosa que no sea la muerte. Vivía alegre, caminaba con soltura y desenfado y gustaba de fumar cigarros delgados con sabor a menta.

Sofía en cambio, se sentía totalmente opuesta a ella. No era insegura, pero sin duda la soledad y la distancia que había marcado con su esposo la habían afectado. No era tan suelta, ni atrevida, ni risueña como Amanda; pero con el tiempo alimentó la curiosidad por conocer algo de lo que la rodeaba. Al lado de Amanda pudo visitar bares, tiendas, pequeños lugares donde la vida podía cobrar forma. Su casa empezó a tomar color con las pinturas que Amanda solía regalarle, con los adornos y los atrapa sueños que compraban en White Horse.

En ocasiones, Amanda se ausentaba por semanas, perdida entre actividades que la obligaban a viajar a ciudades vecinas. A veces sólo iba a Santa Fé; pero otras tantas, a Nueva York. Cuando eso ocurría, Sofía sentía caer en el vacío de siempre, abrumada por la soledad de su casa y la distancia que la separaba de su esposo. Entonces sentía ese nudo en el estómago y la invasión desalmada de los recuerdos al lado de Amanda. Cogía el teléfono e intentaba saber de ella. Pocas veces podía encontrarla. A veces, al dormir, sufría malestares pensando en la posibilidad de que Amanda se quedara en Nueva York para siempre. No podía evitar derramar algunas lágrimas, pero el teléfono sonando a la mañana siguiente y la voz de Amanda diciéndole que estaba de vuelta, era suficiente para calmar su miedo y sacarla de la cama a toda prisa para volver a tomar por asalto la ciudad.

La vida se reanudaba para ellas. Se perdían en el Cotton mall, incinerando la tarjeta de crédito, comprando buenas botellas de vino para tomarlas en casa de Amanda, mientras charlaban sobre la vida y los viejos amores. En esas tardes, Sofía le contó sobre Bruno, sobre lo grata que era la vida en Lima y lo infeliz que había sido su matrimonio desde el primer día en que durmieron juntos. Amanda le contó que una vez estuvo a punto de casarse y regresar a España con un escritor mejicano que consiguió una beca en la universidad e Barcelona. “Terminé con él el día de la fiesta”, le contó Amanda. Sofía levantó su botella y brindó por eso. “Eres increíble Amanda”, le dijo. Se prometieron veranear en California, pero Bruno no estuvo de acuerdo con que Sofía se fuera sola. Esa tarde la relación entre Bruno y Sofía tocó fondo, Bruno le arrebató el celular a Sofía y le pidió a Amanda que no le metiera más ideas insensatas en la cabeza. Sofía sólo atinó a gritar y decirle que él había sido el peor error que había cometido en su vida. No se hablaron por muchos días, mientras el verano derritió toda posibilidad de perdón. Sofía se quedaba en casa, sin mucho que hacer, elevando la cuenta del teléfono llamando a su familia y a viejas amistades. Pensaba en aquellos romances que dejó de lado, impresionada por el talento de Bruno. Lloró incontables veces, cuando los días se hacían largos y no había nada que hacer más que rogar que la universidad la aceptara –al menos- como voluntaria para ocuparse en algo. A veces recibía postales de Amanda, diciéndole lo mucho que la extrañaba, lo mal que sentía por estar en California sin ella. Sofía tenía ganas de robarse el dinero de Bruno, comprar un pasaje y largarse con todas sus cosas. Pero la poca sensatez que le quedaba lograba retenerla.

En una última postal, Amanda le pidió que estuviera libre en otoño, que no hiciera planes. Le prometió buscarla una de esas noches. “Tal vez le tire algunas piedrecillas a tu ventana, para que tu esposo no nos pille”, le escribió. “Es una sorpresa”. Las dos amigas se abrazaron al encontrarse en el aeropuerto luego de las tres semanas de distancia. Amanda lucía la piel morena tras sus ojos azules intensos. Se había tatuado un abanico flamenco en su espalda. Sofía lo notó de inmediato. “Eres increíble”, le dijo una vez más. Amanda la abrazó. Sofía la quería.

-Pensé que sentías lo mismo por mí –añadió Amanda. El globo descendió algunos metros. Sofía se tomó un tiempo antes retirar las manos de su rostro:

-Yo no soy así.

Nils conversó por radio con personal del Balloon Park. Mark sujetó el calentador, esperando que el globo bajara hasta la altura necesaria antes de calentar nuevamente el aire.

-Yo tampoco –le dijo Amanda-. Nunca me había pasado antes. Piénsalo Sofía. Esto no puede terminar así. Todo estaba bien entre nosotras. Puedes vivir conmigo si quieres, podemos incluso mudarnos a Santa Fe si tienes miedo de Bruno.

Sofía la vio acercarse nuevamente. Pensó que intentaría besarla de nuevo. Soltó la botella de vino y la empujó. Amanda perdió el paso, cayó encima de Mark que perdió el control de quemador. El fuego le hizo un hoyo a la base del envolvente. Mark empezó a maldecir en inglés, mientras Nils las increpaba a las dos por el descuido. El globo empezó a perder altura. Los dos hombres intentaron tomar el control de la situación, les pidieron a ambas que se sentaran en el piso de mimbre y se mantuvieran quietas. Nils volvió a tomar la radio y a comunicarse a tierra para un aterrizaje de emergencia. Mark enderezó el quemador y trató de mantener altura. Conforme se acercaban a tierra podían ver los árboles puntiagudos alrededor de la laguna Shady. Sofía y Amanda permanecían en silencio sobre el piso de mimbre, conteniendo el miedo. Escucharon el roce de la canastilla contra los árboles, luego el sonido del agua debajo de ellas. Finalmente un golpe brusco las devolvió a tierra.

La canastilla de mimbre terminó de lado, Amanda encima de Sofía; Mark y Nils lejos de ellas, corriendo para recoger el evolvente, sin siquiera preguntarles si se encontraban bien. Luego de unos minutos, una camioneta roja apareció, deteniéndose bruscamente. Amanda reconoció al hombre de sombrero tejano que sostenía una radio en la mano. Otros hombres estaban con él. Se fueron a ayudar a recoger el envolvente, guardar el quemador y limpiar la canastilla de mimbre. El hombre de sombrero tejano se acercó donde Amanda y Sofía para preguntarles si estaban bien. Ambas asintieron, todavía remecidas por el aterrizaje. El hombre les dijo que incluiría el problema de globo en la factura. Amanda asintió. Otro vehículo llegó para llevarlas de vuelta al Balloon Park.

Las dejaron en el estacionamiento, donde Amanda había parqueado su camioneta. El seguro de la alarma sonó. Sofía se quedó de pie, mientras Amanda subía y echaba a andar el motor.

-Voy a llamar a Bruno para que me recoja –dijo Sofía con la mirada gacha.

Amanda se apoyó en el volante y resolló.

-No tienes que portarte como una niña, coño –le dijo-. Venga, desayunemos. Y luego te largas a tu casa a ser putamente infeliz o lo que quieras.

Sofía movió los labios pero no llegó a decir nada. Decidió subir.

La mesera trae una bandeja con pequeños cortes de tocino frito. Amanda prepara una tortilla enrollada, toma un poco de jugo. Sofía sigue en silencio, pensando en su matrimonio, en el beso que Amanda le dio cuando surcaban el cielo. Puede recordarse feliz al lado de ella, en lugar de arrostrar la soledad de su hogar.

-No puedo dejar a Bruno, Amanda –dice finalmente. Amanda la mira, sus ojos son dos pozos garzos, rebosantes de preguntas.

-No puedo dejarlo porque no te quiero –añade Sofía-. Sólo nos hemos divertido. Pero no siento, ni sentiré lo mismo por ti.

-Solo nos hemos divertido… –repite Amanda con la voz apagada. Sofía se percata de la humedad en los ojos azules de su amiga. Toma una servilleta y decide sentarse a su lado para pedirle disculpas. No ha querido decirle eso. No ha querido lastimarla. Ella ya ha sabido de ese tipo de lágrimas. No puede soportar la idea de ser capaz de hacerle lo mismo a alguien que ha estado con ella, ayudándola a soportar la soledad.

-Solo nos hemos divertido…

Sofía está a punto de ponerse de pie, pero puede evitar la bofetada. Amanda la golpea en la mejilla.

-Mereces quedarte con ese idiota –le dice Amanda, en un inglés fluido, como queriendo que todo el mundo sepa la historia, mientras Sofía se toma el rostro y el salón se queda en silencio contemplando la escena-: Arruinas todo lo que tocas.

La mesera se acerca para pedirles que se tranquilicen. Amanda da media vuelta y sale del café. Sofía puede escuchar el motor de su camioneta encendiéndose, el ruido de las llantas quemando el asfalto para salir de ahí y olvidarla para siempre. Sofía hubiese podido decirle que se detenga, ir tras ella, disculparse, pedirle una oportunidad para tratar de aclarar sus sentimientos. Pero en lugar de ello no hace más que quedarse callada, conteniendo las lágrimas y frotando su mejilla sonrosada por la mano de Amanda. Aún así, a pesar de todo  el sentimiento vertido por tierra, desinflado, caído desde el cielo y hecho añicos, Amanda no se había equivocado en nada de lo que había prometido: Su vida, a partir de ese momento, sería otra.

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Literatura

«Un cadáver sobre la ciudad», por Ricardo Piglia

Un texto del libro Formas breves, del escritor y crítico literario argentino.

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Una tarde Juan C. Martini Real me mostró una serie de fotos del velorio de Roberto Arlt. La más impresionante era una toma del féretro colgado en el aire con sogas y suspendido sobre la ciudad. Habían armado el ataúd en su pieza, pero tuvieron que sacarlo por la ventana con aparejos y poleas porque Arlt era demasiado grande para pasar por el pasillo.

Ese féretro suspendido sobre Buenos Aires es una buena imagen del lugar de Arlt en la literatura argentina. Murió a los cuarenta y dos años y siempre será joven y siempre estaremos sacando su cadáver por la ventana. El mayor riesgo que corre hoy su obra es el de la canonización. Hasta ahora su estilo lo ha salvado de ir a parar al museo: es difícil neutralizar esa escritura, se opone frontalmente a la norma de hipercorrección que define el estilo medio de nuestra literatura.

Hay un extraño desvío en el lenguaje de Arlt, una relación de distancia y de extrañeza con la lengua materna, que es siempre la marca de un gran escritor. En este sentido nadie es menos argentino que Arlt (nadie más contrario a la «tradición argentina»): el que escribe es un extranjero, un recién llegado que se orienta con dificultad en el vértigo de una ciudad desconocida. Paradójicamente, la realidad se ha ido acercando cada vez más a la visión «excéntrica» de Roberto Arlt. Su obra puede leerse como una profecía: más que reflejar la realidad, sus libros han terminado por cifrar su forma futura.

Los relatos de Arlt (y en especial los extraordinarios cuentos africanos, que son uno de los puntos más altos de nuestra literatura) confirman que Arlt buscó siempre la narración en las formas duras del melodrama y en los usos populares de la cultura (los libros de divulgación científica, los manuales de sexología, las interpretaciones esotéricas de la Biblia, los relatos de viajes a países exóticos, las viejas tradiciones narrativas orientales, los casos de la crónica policial). La fascinación del relato pasa por el cine de Hollywood y el periodismo sensacionalista. La cultura de masas se apropia de los acontecimientos y los somete a la lógica del estereotipo y del escándalo. Arlt convierte ese espectáculo en la materia de sus textos. Sus relatos captan el núcleo paranoico del mundo moderno: el impacto de las ficciones públicas, la manipulación de la creencia, la invención de los hechos, la fragmentación del sentido, la lógica del complot.

Arlt es el más contemporáneo de nuestros escritores. Su cadáver sigue sobre la ciudad. La poleas y las cuerdas que lo sostienen forman parte de las máquinas y de las extrañas invenciones que mueven su ficción hacia el porvenir.

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Literatura

«La abeja haragana» de Horacio Quiroga

Un cuento del escritor uruguayo publicado en su libro «Cuentos de la selva».

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Había una vez en una colmena una abeja que no quería trabajar, es decir, recorría los árboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en vez de conservarlo para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.

Era, pues, una abeja haragana. Todas las mañanas apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la colmena, veía que hacía buen tiempo, se peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba entonces a volar, muy contenta del lindo día. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena, volvía a salir, y así se lo pasaba todo el día mientras las otras abejas se mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el alimento de las abejas recién nacidas.

Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el proceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas que están de guardia para cuidar que no entren bichos en la colmena. Estas abejas suelen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida y tienen el lomo pelado porque han perdido todos los pelos al rozar contra la puerta de la colmena.

Un día, pues, detuvieron a la abeja haragana cuando iba a entrar, diciéndole:

—Compañera: es necesario que trabajes, porque todas las abejas debemos trabajar.

La abejita contestó:

—Yo ando todo el día volando, y me canso mucho.

—No es cuestión de que te canses mucho —respondieron—, sino de que trabajes un poco. Es la primera advertencia que te hacemos.

Y diciendo así la dejaron pasar.

Pero la abeja haragana no se corregía. De modo que a la tarde siguiente las abejas que estaban de guardia le dijeron:

—Hay que trabajar, hermana.

Y ella respondió en seguida:

—¡Uno de estos días lo voy a hacer!

—No es cuestión de que lo hagas uno de estos días —le respondieron—, sino mañana mismo. Acuérdate de esto. Y la dejaron pasar.

Al anochecer siguiente se repitió la misma cosa. Antes de que le dijeran nada, la abejita exclamó:

—¡Si, sí, hermanas! ¡Ya me acuerdo de lo que he prometido!

—No es cuestión de que te acuerdes de lo prometido —le respondieron—, sino de que trabajes. Hoy es diecinueve de abril. Pues bien: trata de que mañana veinte, hayas traído una gota siquiera de miel. Y ahora, pasa.

Y diciendo esto, se apartaron para dejarla entrar.

Pero el veinte de abril pasó en vano como todos los demás. Con la diferencia de que al caer el sol el tiempo se descompuso y comenzó a soplar un viento frío.

La abejita haragana voló apresurada hacia su colmena, pensando en lo calentito que estaría allá adentro. Pero cuando quiso entrar, las abejas que estaban de guardia se lo impidieron.

—¡No se entra! —le dijeron fríamente.

—¡Yo quiero entrar! —clamó la abejita—. Esta es mi colmena.

—Esta es la colmena de unas pobres abejas trabajadoras le contestaron las otras—. No hay entrada para las haraganas.

—¡Mañana sin falta voy a trabajar! —insistió la abejita.

—No hay mañana para las que no trabajan— respondieron las abejas, que saben mucha filosofía.

Y diciendo esto la empujaron afuera.

La abejita, sin saber qué hacer, voló un rato aún; pero ya la noche caía y se veía apenas. Quiso cogerse de una hoja, y cayó al suelo. Tenía el cuerpo entumecido por el aire frío, y no podía volar más.

Arrastrándose entonces por el suelo, trepando y bajando de los palitos y piedritas, que le parecían montañas, llegó a la puerta de la colmena, al tiempo que comenzaban a caer frías gotas de lluvia.

—¡Ay, mi Dios! —clamó la desamparada—. Va a llover, y me voy a morir de frío. Y tentó entrar en la colmena.

Pero de nuevo le cerraron el paso.

—¡Perdón! —gimió la abeja—. ¡Déjenme entrar!

—Ya es tarde —le respondieron.

—¡Por favor, hermanas! ¡Tengo sueño!

—Es más tarde aún.

—¡Compañeras, por piedad! ¡Tengo frío!

—Imposible.

—¡Por última vez! ¡Me voy a morir! Entonces le dijeron:

—No, no morirás. Aprenderás en una sola noche lo que es el descanso ganado con el trabajo. Vete.

Y la echaron.

Entonces, temblando de frío, con las alas mojadas y tropezando, la abeja se arrastró, se arrastró hasta que de pronto rodó por un agujero; cayó rodando, mejor dicho, al fondo de una caverna.

Creyó que no iba a concluir nunca de bajar. Al fin llegó al fondo, y se halló bruscamente ante una víbora, una culebra verde de lomo color ladrillo, que la miraba enroscada y presta a lanzarse sobre ella.

En verdad, aquella caverna era el hueco de un árbol que habían trasplantado hacía tiempo, y que la culebra había elegido de guarida.

Las culebras comen abejas, que les gustan mucho. Por eso la abejita, al encontrarse ante su enemiga, murmuró cerrando los ojos:

—¡Adiós mi vida! Esta es la última hora que yo veo la luz.

Pero con gran sorpresa suya, la culebra no solamente no la devoró, sino que le dijo: —¿qué tal, abejita? No has de ser muy trabajadora para estar aquí a estas horas.

—Es cierto —murmuró la abeja—. No trabajo, y yo tengo la culpa.

—Siendo así —agregó la culebra, burlona—, voy a quitar del mundo a un mal bicho como tú. Te voy a comer, abeja.

La abeja, temblando, exclamo entonces: —¡No es justo eso, no es justo! No es justo que usted me coma porque es más fuerte que yo. Los hombres saben lo que es justicia.

—¡Ah, ah! —exclamó la culebra, enroscándose ligero —. ¿Tú crees que los hombres que les quitan la miel a ustedes son más justos, grandísima tonta?

—No, no es por eso por lo que nos quitan la miel —respondió la abeja.

—¿Y por qué, entonces?

—Porque son más inteligentes.

Así dijo la abejita. Pero la culebra se echó a reír, exclamando:

—¡Bueno! Con justicia o sin ella, te voy a comer, apróntate.

Y se echó atrás, para lanzarse sobre la abeja. Pero ésta exclamó:

—Usted hace eso porque es menos inteligente que yo.

—¿Yo menos inteligente que tú, mocosa? —se rió la culebra.

—Así es —afirmó la abeja.

—Pues bien —dijo la culebra—, vamos a verlo. Vamos a hacer dos pruebas. La que haga la prueba más rara, ésa gana. Si gano yo, te como.

—¿Y si gano yo? —preguntó la abejita.

—Si ganas tú —repuso su enemiga—, tienes el derecho de pasar la noche aquí, hasta que sea de día. ¿Te conviene?

—Aceptado —contestó la abeja.

La culebra se echó a reír de nuevo, porque se le había ocurrido una cosa que jamás podría hacer una abeja. Y he aquí lo que hizo:

Salió un instante afuera, tan velozmente que la abeja no tuvo tiempo de nada. Y volvió trayendo una cápsula de semillas de eucalipto, de un eucalipto que estaba al lado de la colmena y que le daba sombra.

Los muchachos hacen bailar como trompos esas cápsulas, y les llaman trompitos de eucalipto.

—Esto es lo que voy a hacer —dijo la culebra—. ¡Fíjate bien, atención!

Y arrollando vivamente la cola alrededor del trompito como un piolín la desenvolvió a toda velocidad, con tanta rapidez que el trompito quedó bailando y zumbando como un loco.

La culebra se reía, y con mucha razón, porque jamás una abeja ha hecho ni podrá hacer bailar a un trompito. Pero cuando el trompito, que se había quedado dormido zumbando, como les pasa a los trompos de naranjo, cayó por fin al suelo, la abeja dijo:

—Esa prueba es muy linda, y yo nunca podré hacer eso.

—Entonces, te como —exclamó la culebra.

—¡Un momento! Yo no puedo hacer eso: pero hago una cosa que nadie hace.

—¿Qué es eso?

—Desaparecer.

—¿Cómo? —exclamó la culebra, dando un salto de sorpresa—. ¿Desaparecer sin salir de aquí?

—Sin salir de aquí.

—¿Y sin esconderte en la tierra?

—Sin esconderme en la tierra.

—Pues bien, ¡hazlo! Y si no lo haces, te como en seguida — dijo la culebra.

El caso es que mientras el trompito bailaba, la abeja había tenido tiempo de examinar la caverna y había visto una plantita que crecía allí. Era un arbustillo, casi un yuyito, con grandes hojas del tamaño de una moneda de dos centavos.

La abeja se arrimó a la plantita, teniendo cuidado de no tocarla, y dijo así:

—Ahora me toca a mí, señora culebra. Me va a hacer el favor de darse vuelta, y contar hasta tres. Cuando diga «tres», búsqueme por todas partes, ¡ya no estaré más!

Y así pasó, en efecto. La culebra dijo rápidamente:» uno…, dos…, tres», y se volvió y abrió la boca cuan grande era, de sorpresa: allí no había nadie. Miró arriba, abajo, a todos lados, recorrió los rincones, la plantita, tanteó todo con la lengua. Inútil: la abeja había desaparecido.

La culebra comprendió entonces que, si su prueba del trompito era muy buena, la prueba de la abeja era simplemente extraordinaria. ¿Qué se había hecho?, ¿dónde estaba?

No había modo de hallarla.

—¡Bueno! —exclamó por fin—. Me doy por vencida. ¿Dónde estás?

Una voz que apenas se oía —la voz de la abejita— salió del medio de la cueva.

—¿No me vas a hacer nada? —dijo la voz—. ¿Puedo contar con tu juramento?

—Sí —respondió la culebra—. Te lo juro. ¿Dónde estás?

—Aquí —respondió la abejita, apareciendo súbitamente de entre una hoja cerrada de la plantita.

¿Qué había pasado? Una cosa muy sencilla: la plantita en cuestión era una sensitiva, muy común también aquí en Buenos Aires, y que tiene la particularidad de que sus hojas se cierran al menor contacto. Solamente que esta aventura pasaba en Misiones, donde la vegetación es muy rica, y por lo tanto muy grandes las hojas de las sensitivas. De aquí que, al contacto de la abeja, las hojas se cerraran, ocultando completamente al insecto.

La inteligencia de la culebra no había alcanzado nunca a darse cuenta de este fenómeno; pero la abeja lo había observado, y se aprovechaba de él para salvar su vida.

La culebra no dijo nada, pero quedó muy irritada con su derrota, tanto que la abeja pasó toda la noche recordando a su enemiga la promesa que había hecho de respetarla.

Fue una noche larga, interminable, que las dos pasaron arrimadas contra la pared más alta de la caverna, porque la tormenta se había desencadenado, y el agua entraba como un río adentro.

Hacía mucho frío, además, y adentro reinaba la oscuridad más completa. De cuando en cuando la culebra sentía impulsos de lanzarse sobre la abeja, y ésta creía entonces llegado el término de su vida.

Nunca, jamás, creyó la abejita que una noche podría ser tan fría, tan larga, tan horrible. Recordaba su vida anterior, durmiendo noche tras noche en la colmena, bien calentita, y lloraba entonces en silencio.

Cuando llegó el día, y salió el sol, porque el tiempo se había compuesto, la abejita voló y lloró otra vez en silencio ante la puerta de la colmena hecha por el esfuerzo de la familia. Las abejas de guardia la dejaron pasar sin decirle nada, porque comprendieron que la que volvía no era la paseandera haragana, sino una abeja que había hecho en sólo una noche un duro aprendizaje de la vida.

Así fue, en efecto. En adelante, ninguna como ella recogió tanto polen ni fabricó tanta miel. Y cuando el otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo aún tiempo de dar una última lección antes de morir a las jóvenes abejas que la rodeaban:

—No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo quien nos hace tan fuertes. Yo usé una sola vez de mi inteligencia, y fue para salvar mi vida. No habría necesitado de ese esfuerzo, sí hubiera trabajado como todas. Me he cansado tanto volando de aquí para allá, como trabajando. Lo que me faltaba era la noción del deber, que adquirí aquella noche. Trabajen, compañeras, pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos —la felicidad de todos— es muy superior a la fatiga de cada uno. A esto los hombres llaman ideal, y tienen razón. No hay otra filosofía en la vida de un hombre y de una abeja.

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Literatura

El viaje en el tiempo

Cuento infantil

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Por Alexander Derek Benites Negrete

Diario 1:

14/10/2058

¡Por fin! Después de años de investigación lo hemos logrado. ¡Creamos la máquina del tiempo! Nos hemos unido las mentes maestras del mundo Matías, Cristel y quien escribe esto, Alexander. Unos villanos, Pepe y Guillermo, también lo lograron, pero ellos han alterado el pasado. Tenemos tiempo limitado para arreglarlo o se alterará el presente. Todo esto estará en 3 diarios: el número uno está a mi cargo, el dos a cargo de Cristel y el tercero a cargo de Matías.

(Viajan en el tiempo)

16/09/1070

Primera parada, estamos aproximadamente por el año 1100 d.c. con los hermanos Ayar; en esta línea temporal, han alterado el canon al convencer a Ayar Manco, Ayar Uchu y Ayar Auca de no encerrar a Ayar Cachi; pero como no sabemos quechua no nos podemos comunicar con ellos.

17/09/1070

Nos quedamos el primer día practicando en duolingo, así que hoy Matías irá a convencerlos de encerrarlo, ya que es peligroso, mientras Cristel y yo nos quedamos protegiendo nuestra pequeña cabaña de madera, que se encuentra en un lugar montañoso, rocoso y con mucho sol, además de que tiene mucha vegetación.

(30 minutos después)

¡Matías ya volvió! Logró convencerlos, ya salvamos una de las líneas temporales, pero Pepe y Guillermo han alterado más……

Diario 2

11/08/1482

¡Hola!, este es el diario dos, soy Cristel y estoy a cargo de este diario, ahora hemos viajado a la época dorada del imperio incaico. En esta línea temporal han destruido los tambos, los cuales tenían muchas reservas de comida y, para rematar, también destruyeron los andenes y las qochas, dejando este imperio en cenizas. Ahora todo se ve gris, el suelo ya no es fértil, etc. Para ayudarlos iremos todos a apoyarlo a reconstruir; si lo hacemos bien, arreglaremos todo en menos de un año, tendremos que viajar por el Antisuyo, Collasuyo, Contisuyo y Chinchaysuyo.

(9 Meses y medio después)

¡Ya acabamos! Fue más fácil al ya saber quechua. Para no alterar el futuro, les dijimos que no nos den reconocimiento alguno; la misión fue un éxito y una delicia, ya que durante nuestra estancia comimos muchos alimentos, algunos de esos alimentos son la papa, el camote, la yuca, el chuño, el maíz, el cuy, la quinua, el pescado, la lúcuma, etc. Ahora sólo nos quedan dos líneas temporales más por salvar.

10/10/1524

En esta línea temporal, el trio de la conquista, conformado por Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Hernando de Luque, fue convencido de no zarpar por ser muy peligroso. El plan será que Alexander los haga cambiar de opinión, ya que en la vida los riesgos son necesarios.

(30 Minutos después)

¡Funcionó!, Alexander ya volvió y logró convencerlos de partir, la misión fue un éxito. Vamos por la última línea temporal.

08/04/1533

Ya llegamos a la última línea temporal. Estamos en la batalla de los españoles contra los incas, pero antes de que pudiéramos reaccionar encontramos a Pepe. Con un ataque sorpresa, lo lograríamos atrapar. Él me comentó que por más que nos esforcemos no lograríamos cambiar nada porque tenían planes para neutralizar tres de las principales causas de la caída del Tahuantinsuyo, así que tuvimos una reunión de emergencia. Matías comentó que deberíamos dividirnos y lograr que no se ejecutaran los planes. Alexander y yo asentimos con la cabeza. Justo antes de que nos fuéramos comenté: “¡Esperen!, mejor dejemos a Pepe con un aldeano para evitar que escape”.

“Cierto”, dijo Alexander. Así fuimos rápido a dejarlo; luego, nos dividimos de esta manera: Matías se encargará de efectuar la captura de Atahualpa, yo de hacer que los pueblos se unan al imperio español y Alexander de evitar que el chasqui le lleve la información de la cura de las enfermedades al Amauta. El primero en completar su misión fue Matías, ya que le comentó a Francisco Pizarro el plan principal y los planes alternativos de tal forma que ganó mucha confianza y aceptó.

Yo fui la segunda, porque les hice acordar a los pueblos todo lo que sufrieron cuando los conquistaron, y todos nos reunimos para la misión de Alexander, ya que no teníamos forma de saber dónde se encontraba el chasqui o la casa del Amauta. Al final, llegamos después del Amauta y cuando creímos que habíamos fallado, nos dimos cuenta que a Guillermo se le había olvidado traducir todo al idioma quechua, entonces rápidamente nos llevamos las hojas y las rompimos. Misión Completada, además las consecuencias de la caída de este imperio fueron la expansión del castellano y la religión católica, también hay cambios en la gastronomía y finalmente la pérdida de oro y plata.

Diario 3:

¡Hi!, el que escribe esto es Matías, el cual está a cargo de este diario. Por fin volvimos a nuestro presente, sólo que nueve meses, dos semanas y tres días después, que es el tiempo que estuvimos en las líneas temporales. Nuestro presente está un poco cambiado, ya que nos demoramos mucho, ahora sólo toca esperar que todo vuelva a la normalidad. Alexander preguntó mientras tanto: “¿Por qué no vemos cómo cambió nuestro presente?”.

“Claro”, respondí. Así que fuimos a ver como cambió, primero observamos que al no zarpar los tres socios de la conquista, no trajeron alimentos esenciales como la lechuga, la uva, la lima (limón), el arroz, el trigo, el ajo, la cebolla, la carne de pollo y de vaca; luego, observamos que si el imperio incaico hubiera caído antes de la conquista por parte de los españoles, no llegarían a conquistar tanto, por lo cual no se juntarían con tantos pueblos, por lo que no tendríamos tan buena gastronomía, ya que este fue de los primeros sincretismos culturales del Perú. Cuando terminamos la caminata, Alexander dijo: “Bueno, finalmente lo logramos sólo queda esperar”.

“Sí”, dijimos Cristel y yo; de repente, Cristel dijo: “¡Esperen!, ¿Qué nos asegura que Guillermo no haya llevado cosas del presente para salvar a Pepe?” Hubo un silencio por unos dos segundos, hasta que comenté: “si ya lo han hecho tenemos que estar preparados, usaremos las botas voladoras y un gancho triple para cada uno, esto todavía no se ha acabado…” (CONTINUARÁ)

(*) Es el autor, nacido el 20 de abril del 2014. No envió su cuento inédito hasta el día de hoy, y espera que sea del agrado de todos.

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Literatura

Comenzó la Ruta Lectora en SJL: Biblioteca sobre ruedas de la «Ruriteca Móvil»

Nuevo espacio literario en SJL

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Con el objetivo de democratizar el acceso al libro y la lectura a la comunidad , la Municipalidad de San Juan de Lurigancho, a través de la Biblioteca Municipal Ciro Alegría inicia el recorrido de su servicio de extensión de biblioteca rodante.

RURITECA MÓVIL recorrerá  parques, colegios, losas, barrios llevando lectura, talleres, juegos, para miles de escolares y familias, complementando los servicios culturales que habitualmente ofrece la biblioteca municipal ahora en todas partes del distrito.

La RURITECA MÓVIL, es una iniciativa del Alcalde Jesús Maldonado que surge como una respuesta a la necesidad de fomentar la lectura y la educación en zonas donde hay dificultad a acceso a servicios culturales.

Conoce la ruta lectora de la RURITECA MÓVIL:

📚Viernes 29 noviembre

I.E. Antenor Orrego (Zárate)

8:00 am – 5:00 pm

📚Lunes 02 diciembre

I.E. Micaela Bastidas (Motupe)

9:00 am – 4:00 pm

📚Miércoles 04 diciembre

I.E. Antonia Moreno de Cáceres (Mariscal Cáceres)

9:00 am a 4:00 pm

📚Viernes 6 de diciembre

I.E. 052 José Carlos Mariátegui

(Av. Ampliación Oeste s/n)

10:00 am a 1:00 pm

Turno Mañana primaria

📚Miércoles 11 diciembre

I.E. Gotitas de Amor

(Av. Héroes del Cenepa)

9:00 am – 4:00 pm

📚Jueves 12 diciembre

I.E. San José Obrero

(Mariscal Cáceres)

9:00 am – 4:00 pm

📚Domingo 15 de diciembre

Festival de Mangomarca

Parque Cívico Mangomarca

8:00 am a 9:00 pm

📚Martes 17 de diciembre

I.E. 128 La Libertad

(Urb. Inca Manco Capac)

2:00 pm a 5:00 pm

Turno tarde secundaria

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Literatura

Padre e Hija Escritores Peruanos Reciben Distinciones Internacionales

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En un emotivo evento celebrado en el Hotel Crowne Plaza de Miraflores, el periodista y escritor peruano Richard Morris Riofrio fue reconocido con dos distinciones internacionales por su novela histórica de ficción, “Rosalba de Altagracia”. La Lic. Issa Arguetas tuvo el honor de entregar estos prestigiosos reconocimientos, uno otorgado por la Real Academia de Arte y Literatura, Filial de los Estados Unidos de América, y el otro por el Consejo Mundial de la Paz, en el marco de su participación en el 1er Congreso Mundial de la Paz y las Artes celebrado en Michoacán, México, en 2024.

Richard Morris, quien también es Mensajero para la Paz de la ONU, se encuentra en el proceso de lanzamiento de su nueva novela de autoficción, “La Noticia Inversa”, un proyecto que promete generar un gran impacto en la comunidad literaria. Su compromiso con la paz y la promoción del arte continúa marcando su carrera como escritor.

Por su parte, su hija, Kiara Morris Rodríguez, a sus 13 años, ya es una figura destacada en el ámbito literario. Actualmente, es embajadora cultural del Bicentenario y recibió la Distinción Internacional Infantil Líder de Paz en Ecuador, otorgada por su contribución a la paz y la cultura. Su obra “Érase una vez en Moore” ha sido adaptada al teatro, lo que subraya su talento y su capacidad para conectar con diferentes públicos a través de las artes.

Ambos escritores representan un claro ejemplo del potencial creativo peruano, mostrando que la literatura puede ser un vehículo poderoso para la paz y la cultura. Richard y Kiara se han comprometido a seguir promoviendo el arte y la literatura, con la esperanza de inspirar a las futuras generaciones.

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Literatura

Hijo de Mario Vargas Llosa afirma que su padre está bien de salud

Tras la cancelación del viaje de MVLL a Madrid para recibir un homenaje, y luego de filtrarse información que indicaba que su estado de salud se encuentra en un nivel muy delicado, su hijo Álvaro ha salido a responder que el Nobel ha tenido que reducir sus actividades debido a su avanzada edad.

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El escritor Mario Vargas Llosa no asistió a la gala de la ‘Catedra Vargas Llosa’ en San Lorenzo de El Escorial en Madrid, en la cual iba a ser homenajeado y se quedó en Lima tras cancelar su viaje. En tanto, en su representación asistió su hijo Álvaro Vargas Llosa, quien aprovechó para afirmar que su padre, se encuentra bien. A pesar que su familia desde hace algunos meses se ha resistido a comentar sobre su real estado de salud.   

«Mi padre tiene casi 89 años, está en el umbral de los 90 años, es una edad a la que uno tiene que reducir un poco la intensidad de sus actividades y él lo ha hecho», afirmó el hijo del Nobel de Literatura en un acto público.

El escritor MVLL ingresó a la Academia de la Lengua Francesa.

Álvaro, además mencionó que la familia está “muy unida” y que su madre Patricia, “está muy pendiente de su padre”, y que “probablemente estará en Perú hasta fin de año” y que no puede dar una fecha exacta para su próximo viaje.

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Literatura

Han Kang se convierte en la primera escritora surcoreana en ganar el Premio Nobel de Literatura

Escritora se impuso a autores como Can Xue, Haruki Murakami o Anne Carson, quienes se encontraban entre los más voceados.

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Contra todo pronóstico, la Academia Sueca decidió otorgarle el Premio Nobel de Literatura a la escritora surcoreana Han Kang, quien fue galardonada “por su intensa prosa poética, que saca a la luz traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana”, según declaró el secretario permanente de la Academia, Mats Malm.

Para los miembros del jurado, la autora ilumina la “conexión entre el cuerpo y el alma, los vivos y los muertos”, y su “estilo experimental” supone una innovación en la prosa contemporánea.

La escritora de 53 años es hija del también escritor Han Seung –won. Nació en Gwangju en 1970, pero creció en Seúl desde los once años. Estudió Literatura Coreana en la Universidad Yonsej de Seúl y se licenció en 1993. Debutó con poemas que aparecieron en la revista Literatura y Sociedad, pero se dio a conocer como prosista.

En 1994, ganó el premio literario del periódico Seoul Shinmun. Posteriormente, publicó varios volúmenes de relatos. En 1999, ganó el premio a la mejor novela coreana. En 2000, el «Premio para Jóvenes Artistas de Hoy», del ministerio de Cultura y Turismo. Y, por último, en 2005, el premio de Literatura Yi-Sang.

La reciente galardonada con el Nobel de Literatura ha trabajado como periodista para las revistas Water of the Deep SpringJournal of Publications y Spring. Su primera novela, La vegetariana (2007), fue llevada al cine en 2010 y recibió el prestigioso premio Booker Internacional en 2016. Está traducida al castellano, al igual que otra novela suya, La clase de griego. En la actualidad, Han enseña escritura creativa en el Instituto de las Artes de Seúl.

Foto: difusión.

Un galardón inesperado

Como todos los años, las especulaciones sobre los posibles galardonados no se hicieron esperar. El chino Can Xue, la canadiense Anne Carson, el escritor indio-británico Salman Rushdie y el japonés Haruki Murakami eran considerados candidatos prometedores. Algunos se consideran ya eternos favoritos y, una vez más, se han ido con las manos vacías.

Después del Nobel de la Paz, el de Literatura es el más reconocido. Los galardonados y sus editores también se benefician de ello gracias al aumento de la demanda de libros.

Según contó Mats Malm, secretario permanente de la Academia Sueca, cuando llamó a la autora para comunicarle la buena noticia, Han Kang estaba almorzando con su hijo. La escritora ha prometido acudir a Estocolmo para la ceremonia de entrega del galardón, el 10 de diciembre.

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Literatura

Jack Martínez, de mototaxista en SJL a ser catedrático de Literatura en Nueva York

Escritor peruano es en la actualidad profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Hamilton.

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Sus primeros diez años los pasó en las alturas de La Oroya (Pasco), entre recios obreros de la mina como su padre, bares de mala muerte donde no era extraño ver a uno que otro borrachín, olor a azufre y tierra recién escarbada. La madre de Jack Martínez siempre quiso una mejor vida para su menor hijo; es así que no lo pensó dos veces cuando la empresa donde laboraba su esposo le ofreció vivir en la capital.

Fue así que el pequeño Jack, ya de 11 años, y su madre llegaron al convulso y desordenado distrito de San Juan de Lurigancho (SJL).

“La primera vez que llegué nos bajamos en lo que era el último paradero de ese arenal, que hoy es la estación Santa Rosa. No recuerdo una noche tan oscura. Sin luz eléctrica, eran chozas y había que tantear con los pies para avanzar y así fue que llegamos. Al día siguiente, al despertar, lo primero que sentí fue el sol terrible sobre la arena (era verano). Fue un choque fuerte. No solo en lo material, sino también en lo cultural”, recuerda Jack.

De esta etapa rescata que pudo conocer un micropaís ahí y crecer con ellos positivamente; “había gente que venía del norte, del sur, de la selva. Gente que se veía diferente a mí y yo diferente a ellos. Crecí junto con el distrito. Recuerdo la primera vez que pusieron el agua y desagüe, fue una fiesta para todos”, relata el escritor para la agencia Andina. Hasta los 16 años, Jack fue parte de la educación estatal, y aunque su vocación y talento no afloraron de inmediato, fue la tradición oral la que lo hizo acercarse a este mundo.

Soñaba con ser periodista deportivo y Ovación era su dial favorito. La academia preuniversitaria era el paso obligado si quería estudiar Comunicación Social en la Universidad San Marcos.

Sin embargo, tuvo un extraordinario profesor que les narraba con gran habilidad diversos contenidos y que una vez delante del jovencísisimo Jack recibió su paga en efectivo.

“Dije , ¡wao! yo quiero que me paguen así… quiero ser profesor. Y comencé a leer. Así postulé a Literatura e ingresé… mis compañeros venían de distintas realidades. Fue impactante ver a compañeros que en lugar de una mochila llevaban sus libros en bolsas de plástico negras y otros que gozaban de muchas comodidades y vivían en lugares que jamás había visitado”. Fueron encuentros que la vida le planteó.

Sin tenerla fácil, en plena crisis, Jack tuvo en aquel entonces trabajar también como mototaxista para solventarse, contando con el apoyo familiar.

De ahí, el Icpna le abriría sus puertas y conocería el mundo de las exposiciones y así pasaron cinco años.

“Un amigo regresó al Perú tras estar becado y él me guió por ese camino y decidí apostar”. Dejó la zona segura, la locura de dejar todo lo establecido e irse a estudiar. “Creo que mi familia pensaba que bromeaba y no me tomaban muy en serio. Igual seguí adelante y cuando llegó el momento le dije a mi novia ´(hoy mi esposa) que me iba y si quería irse también”, recuerda.

“Después de seis años de ese primer viaje, logré invitar a mi mamá. Antes creía seguro que trabajaba en algo más y que lo de la beca era un invento para dorar la píldora, pero luego vio que todo era real”, señala con orgullo tras culminar su maestría en la Universidad de Connecticut.

Al año siguiente, obtuvo otra beca para el doctorado en Northwestern (Chicago). Durante sus años de doctorado, además de investigar y escribir la tesis, publicó su primera novela, Bajo la sombra (2014), que tuvo excelente recepción crítica. En el 2017 se gradúo como doctor y publicó su segunda novela, Sustitución. También ese año empezó como profesor en la Universidad de Hamilton, en Nueva York.

Su mejor novela. Jack es el personaje principal de su historia. Foto: Hamilton College.

En el 2024 acaba de publicar su tercera novela, Te he seguido. En la Universidad de Hamilton enseña escritura creativa, formando jóvenes escritores. También enseña literatura peruana, promoviendo nuestra rica tradición en los estudiantes estadounidenses.

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