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Literatura

CUENTO: «Como todo lo prometido» de Luis Humberto Moreno Córdova

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CUENTO

«Como todo lo prometido» de Luis Humberto Moreno Córdova

             
Cuando desperté era tarde, Patricia se había marchado, y era para siempre. Yo sabía que estaba harta. Harta de mí, harta de esa línea inalterable en la que me había convertido. No había sido injusta; tomó sólo aquello que le pertenecía: Su ropa, sus perfumes, sus implementos de arquitectura, una foto que tuvimos juntos y un recuerdo de cuando fuimos felices. Incluso había limpiado la sala, dejado algo de comida en la nevera y cambiado la cortina de la ducha. No se había tomado el trabajo de escribirme una nota exponiendo los motivos de su partida, porque yo los sabía de sobra; pero los detalles que tuvo antes de marcharse, el cuidado de dejar todo limpio y proveerme alimento, demostraban su preocupación por mí.

Eran más de las tres cuando desperté y consulté el reloj. Me había levantado con torpeza, asfixiado por el ambiente pesado de la habitación. El olor rancio a mala noche, a caudales de licor, parecían aplastar mi vida, reduciéndolo todo a una expresión misérrima. Estaba desnudo, con algunos moretones en los brazos, tal vez por alguna caída o algún tropezón que me era imposible recordar. Remojé mi cabeza en el lavabo por mucho tiempo, rogando que el agua fría me devolviera algún recuerdo de cómo llegué a casa esa noche, la última noche al lado de Patty (Aunque ella detestara que la llamara así). Mientras me secaba la cabeza noté los dobleces del papel higiénico en el tacho. Patty sólo los doblaba así cuando lloraba. Puta madre, pensé, ella había llorado. La cortina de baño era nueva, de color azul, con dibujos de pececitos, como si los hubiera hecho un infante, el hijo que siempre nos prometimos, con el que jugaríamos los domingos en el parque.

Ya vestido me dirigí a la sala. La encontré limpia. Noté que las alfombras habían sido sacudidas, y que los muebles estaban aspirados. En el pequeño escritorio, que daba para la ventana con vista a la calle, las cosas de Patty habían desaparecido. No estaban las reglas, las escuadras, los lápices ni las cuchillas. Todos sus planos se habían hecho humo. El escritorio estaba totalmente vacío. Mi alma empezaba a sentirse igual. En uno de los aparadores noté la ausencia de una foto en la que estábamos abrazados, en una piscina, cuando todavía creía en mí, cuando tenía fe en nuestro futuro. Entonces tenía el cabello negro, rizado; su sonrisa era tierna, sus ojos lo absorbían todo. Noté también la ausencia de un adorno que compramos en nuestro primer viaje a Valparaíso. Quizá el mejor de todos los viajes que hicimos, pero sin duda, en el que mejor nos amamos.

Sentí el revoloteo hambriento en mi estómago. Corrí a la cocina. Nada parecía haber cambiado desde la noche anterior. Cuando abrí la nevera la encontré llena. Había mantequilla, jamón, mermelada, leche, huevos y yogurt de Guanábana, mi favorito. Ah Patty, Patty. Siempre solía engreírme con detalles como esos. No era un prodigio cariñoso, no gustaba de andar abrazada a mi o tomada de mi mano, pero tenía gestos que podían compensarlo todo. Que la ponían en contacto conmigo con mucha más contundencia que una caricia.

Me preparé un sánguche con jamón y revolví un par de huevos en la sartén mientras recordaba el inicio de la noche anterior. Yo había salido temprano de la oficina, dejando varios asuntos pendientes, con la amenaza de mi gerente de despedirme si para el lunes no estaban resueltos. Hacía mucho que la oficina no era más que una prisión para mí. Recuerdo que Patricia, preocupada por mi futuro, me había recomendado cambiar de empleos, buscar ascensos, conocer nuevas personas. Yo había cumplido con cada una de sus sugerencias. Dejé la compañía pesquera para irme a la compañía de valores, pero igual me sentí mal; dejé la compañía de valores para mudarme a la consultora, pero el resultado siguió siendo el mismo. Mis jefes no tenían queja de mi desempeño, pero tampoco me veían con ojos favorables. Siempre llegaba a revolver las cosas, a mover la conciencia de la gente, a crear tensión entre los trabajadores ordinarios y la alta gerencia, a enfrascarlos en conversaciones sobre sueldos bajos, sobre horas extras ignoradas y vacaciones acumuladas. Siempre terminaba en la mira de mis gerentes o directores, aunque les era imposible despedirme.

Teníamos esa reunión en el club, con sus amigos de la universidad. Me recordé vistiéndome después de una ducha reparadora. Patty estaba colocándose un vestido negro. Sujetaba una tira alrededor de su cuello, dejándome apreciar un escote maravilloso que mostraba su piel canela y esas machitas de nacimiento en la curvatura de su espalda que yo solía besar en noches frenéticas. Se había puesto unos aretes largos y sonreía. Nos besamos al salir de casa. Ella quiso conducir. Pusimos un CD de Pulp, uno de los pocos grupos que teníamos en común.

No conversamos nada importante en todo ese tiempo. En el dormitorio habíamos hablando un poco de nuestro día en el trabajo. Me interesaba más escucharla a ella, con sus proyectos, con esa gente de dinero que levantaba casas preciosas en la periferia de la ciudad. Comparado a eso, mis días de oficina, sentado al lado de diez tipos más en una habitación sin ventanas, no eran nada. Conversamos también sobre los invitados a la fiesta de esa noche. En su mayoría compañeros de la universidad, casi todos casados, algunos con hijos. Hacía mucho que Patricia no había tenido oportunidad de encontrarse con ellos. En algunos casos sólo los recordábamos por sus matrimonios, a los cuales nos habían invitado. Comentamos algunas cosas más sobre sus amigos, la caída de cabello de tal, los kilos de más de alguna de sus amigas, hasta que nos besamos al salir y subimos al auto.

El club no quedaba lejos. Teníamos que tomar la autopista que conducía al hipódromo y virar a la derecha en la avenida que iba rumbo a la universidad en la que Patty había estudiado. Nos tomó apenas quince minutos llegar. Sólo escuchamos dos canciones del disco, porque mi teléfono sonó y Patty apagó la radio. Apenas pude esbozar unas palabras. Era mi gerente, un tipo adicto al trabajo, ufano y conflictivo, que me llamaba para revisar algunos temas en la agenda de la próxima semana. Estaba aún en su oficina y, según me dijo, tenía para rato. Tenía las preguntas y las respuestas para todo, por lo que me limité a usar “si” y “no” de acuerdo a la conveniencia. Satisfechas sus dudas y sin despedirse, cortó. Solo dijo “ya, perfecto”, y cortó. Me quedé un rato más al teléfono, pensando que seguía en línea, hasta que me di cuenta que no tenía caso. “Muy bien, espero que le haya quedado claro”, dije, y guardé el teléfono. Patricia me miraba.

-¿Todo bien?

-Todo bien. Ese idiota sigue en la oficina. ¿Puedes creerlo?

-Es un tipo responsable, comprometido con su trabajo –respondió Patty. Me jodía cuando se hacía la moralista, cuando en lugar de respaldar mis ideas, optaba por darme la contraria.

-Nada que responsable. No quiere ir a su casa porque ya está aburrido de su mujer. O porque fácil ha quedado en verse con su amante, la jefa de Marketing.

Patricia detuvo el carro en un semáforo en rojo.

-No quiero que empieces a despotricar del mundo sólo porque tu jefe te ha llamado para hacerte unas preguntas.

Moví mi mano, tratando de restarle importancia a la conversación. Patricia insistió:

-Te estoy hablando. No quiero que estés de mal humor, menos en un lugar donde habrá mucho licor.

Traté de reírme. Quise prender la radio, pero Patricia detuvo mi mano con la suya.

-Te estoy hablando –repitió.

Yo quería ignorarla, tratar de no avivar su preocupación, pero Patricia me conocía demasiado como para dejar pasar mi actitud por alto. Sabía perfectamente el derrotero de mi mal humor, la senda de mi insatisfacción. Sabía que lo más probable era que termine anclado en la barra del bar, tratando de acabarme todo lo que estuviera embotellado. Ya me había perdonado una vez, cuando gasté el sueldo entero de un mes en una fiesta con los compañeros de la empresa de valores, para desquitarnos por no haber sido considerados en los aumentos de sueldo. Luego empezó a perder la paciencia. Siempre que algo me salía mal, siempre que tenía algún roce con algún tipo de las altas esferas (que yo tanto odiaba), Patricia tenía que agotar esfuerzos tratando de ubicarme, lidiar noches enteras con mi celular apagado, con mis amigos borrachos, riendo de complicidad, incapaces de dar razón sobre el paradero de su novio. Patty decidió separar las cuentas de ahorros a partir de ese momento. Recuerdo que, de la cólera, rompí una vieja casita de madera que le había hecho su padre. Esa casita fue la que decidió su destino como arquitecta. Su padre fue un tipo ejemplar, que murió de cáncer cuando ella apenas terminaba la secundaria. Me tomó tiempo reconciliarme con ella. También me tomó tiempo aceptar que después de eso las cosas no serían iguales. Me alejé por un tiempo de mi inconformidad y mis rabietas. Pero ahí estábamos de nuevo, metidos en el auto, discutiendo por la misma tontería. Discutiendo, porque Patty ya no creía en mis desestimaciones, porque sabía que yo era un hombre experto en la materia de arruinarlo todo.

-No estoy de mal humor –le dije, forzando una sonrisa-. Sólo era un comentario.

-Ahórratelos para cuando estemos en casa, Santiago, ¿ok?

Acarició mi mano, frotándola con su pequeño pulgar. Sentí vergüenza. Siempre la sentía cuando me trataba como si fuera un niño.

Estacionamos sorteando a otros autos que estaban en el aparcamiento. Algunas amigas de Patricia saludaban desde la ventana, agitando sus manitas cargadas de anillos y baratijas. Al bajar, patricia las estrechó en brazos. Yo me acerqué con mi mejor sonrisa para saludarlas, también para estrechar las manos de algunos novios y esposos. Había más desconocidos que conocidos, y la lluvia de nombres me impidió siquiera recordar uno.

Entramos por el hall directo al bar principal luego del cual había una piscina y un ambiente enorme con mesas y una pista de baile. Había otro grupo de gente esperándonos. Patricia tomó mi mano, mirándome con ojos cómplices. Supe que se ha calmado, que necesitaba mi apoyo para manejarse ahí dentro. Un mesero nos señaló dos espacios en una de las mesas. Tres amigas más se pusieron de pie y se abrazaron con Patricia. Una de ellas estaba sola, la otras dos estaban con sus novios. Me fijé en los anillos de compromiso, nunca había podido darle uno a Patricia, aunque alguna vez le había prometido hacerlo. Se lo dije en una ocasión, cuando regresábamos de escuchar algo de música en un bar: “Te daré un anillo hermoso”, le dije. “Tendrás que levantar tu mano muchas veces porque todas querrán verlo”.

Dejaron dos botellas de whisky por mesa. También sirvieron vino, cerveza. Yo prefería el bourbon con cola, pero sabía que si pedía uno, la paz establecida con Patricia llegaría a su fin. “Te regalaría cualquier cosa, menos licor”, me dijo una vez, echados en el parque, mientras soplábamos unas Dientes de León que habíamos arrancado a escondidas de los vigilantes. Cuando mis excesos no invadían la atmosfera, nuestra vida era apacible. Solíamos pasar horas enteras acurrucados, conversando de todo lo que nos fuera posible, huyendo del frio. En los veranos, solíamos ir al parque, o a la piscina del club. Entonces podía resistir la vida gris sin recurrir al licor, sin prender un cigarro. Podía asirme a ella y salvarme de todo. Pero la vida se había vuelto para mí una invariable secuencia de actos robotizados: levantarme temprano, manejar, tráfico, llegar tarde, prender la computadora, trabajar, trabajar, trabajar, rogando siempre para que llegue el viernes; aborrecer el final de los domingos, llegar tarde a casa, cuadros, informes, sumas, restas; trabajar, trabajar, trabajar. Todo acompasado por las poses insoportables de mis gerentes. Me serví medio vaso de Whisky.

Las parejas salieron a bailar. Patricia sabía que yo detestaba el baile, así que rara vez me pedía que lo hiciéramos. Sin embargo, en aras de la tregua, decidí animarme.

-¿Bailamos esta? –le pregunté.

Patricia conversaba con una de sus amigas. Me miró brevemente y meneó la cabeza. Luego retomó la conversación. El novio de otra de sus amigas llegó a la mesa con unas bebidas energéticas. Palmeó mi hombro.

-Santiago, ¿verdad? ¿Cómo te va? ¿Sigues en la empresa de valores?

Pregunta incorrecta. Odiaba cuando me preguntaban sobre mi trabajo. De hecho, me había jurado a mi mismo darle 100 soles a cualquier persona que empezara una conversación sin el típico “¿cómo estás?” o “¿qué dice la chamba?”.

-No. Renuncié.

-¿Y dónde estás ahora?

-En una consultora de Recursos Humanos.

El tipo apretó los labios y empezó a asentir con la cabeza.

-Mira. Que genial. Oye, tengo un hermano que…

-No trabajo en selección de personal… –interrumpí. Sentí la mano de Patricia apretando la mía. El rostro del tipo empezaba a descomponerse.

-…Pero veré que puedo hacer por él.

Le di mi tarjeta. El tipo se puso a contarme sobre su nueva camioneta, comprada con un crédito vehicular de primera. Sus palabras empezaron a distorsionarse en mi mente, el tiempo volaba. Su novia se sentó a su lado y lo sujetó del brazo. Por momentos bebía de su vaso y acompañaba algunas de sus ideas con comentarios poco elaborados. Tuve la impresión que se querían, pero que mucho de ese cariño tenía a la camioneta y al dinero del tipo como garantes. La novia cortó la conversación:

-Y, muy aparte, ya hemos separado iglesia para el otro año.

Patricia y la otra amiga se desvivieron en felicitaciones. Me serví otra copa de whisky, esta vez más llena que la anterior.

“Espero que duren”, le susurré en el oído a Patricia, mientras otros aplausos se sumaban a nuestra mesa, amparado por la música de la pista de baile. Patty alejó su cabeza de mi lado y siguió aplaudiendo. Sus ojos me miraron con rencor.

Patricia siempre me había hablado de grandes iglesias y vestidos blancos. Sin embargo, en las bodas a las que habíamos asistido nunca se había animado por tomar el buqué, ni por participar de los ritos –a mi parecer, ridículos- de todas las bodas. Siempre concordábamos en que la boda debe tener significancia para nosotros, no para el resto, que bailar el Danubio delante de doscientas personas, bajar de un caballo o de una carroza, o hacer esas marchas protocolares y ridículas no tenían ningún sentido. La concordancia acababa cuando me oía vaticinar el tiempo que duraría un matrimonio. “No les doy ni cinco años”, me oía decir. “Siete, y eso es” o “estos han gastado su plata por las puras”. Montaba en cólera de inmediato. La ceremonia le podía parecer un ridículo completo, pero el amor, el amor para ella era algo sagrado. Lo respetaba en todos, y detestaba mis ínfulas de vidente, vaticinando el tiempo que duraría el amor para gente que ella estimaba. Yo le había prometido que nuestro matrimonio sería único. Que me tomaría el tiempo necesario y daría el cuidado debido para hacer una ceremonia decente. Nada de bobadas cursis ni fiestas con sombreros de espuma, globos y malabaristas. Me alejaría de lo ordinario, de lo absurdamente común. Luego nos iríamos lejos, por mucho tiempo. Hasta que los amigos más distantes empezaran a echarnos de menos.

-Lo siento –le dije una vez que los aplausos terminaron y las parejas se fueron a bailar.

-Siempre lo sientes. Lo que deberías hacer es ahorrarte los comentarios.

Me serví otro vaso de Whisky, y uno de cerveza para el “bajamar” (lo aprendí de un viejo amigo). Ni siquiera me tomé el trabajo de echarle hielo. El otro tipo que estaba en la mesa, también con su novia, se puso a conversar sobre algunas inversiones que su empresa pensaba hacer en el cono norte de la ciudad. La novia y el primer tipo empezaron a escuchar la conversación con fingido interés, más que todo con la cortesía que te nace luego de una felicitación tan prolongada como la que habían recibido. No escuchaban nada. Me parecía que seguían pensando en los aplausos, que seguían relamiéndose en las felicitaciones, los abrazos. Sus respuestas escuetas o la ausencia de respuestas me permitían comprobar mi sospecha.

Patricia volvió a enfrascarse en una conversación eterna con su amiga. Ahora conversaban sobre algunos proyectos de casas de playa, sobre la posibilidad de formar un estudio propio. Le serví un poco más de vino e insistí en pedirle que fuéramos a bailar. Se negó amablemente.

-Un ratito, nada más –insistí. Pensé que la idea le agradaría.

Ella volvió a negarse.

Me puse de pie, airado, y me dirigí a otra mesa. Mis pies empezaban a equivocar el compás de la marcha. Tendí mi mano ante una chica pelirroja que estaba sin pareja. Ella sonrió, pero se disculpó amablemente. Sentí un hervor en mi rostro. “No te preocupes”, le dije y di media vuelta. Patty ya no estaba en la mesa. Estaba en la pista, bailando con uno de sus amigos. Sequé la copa de whisky y serví un vaso mucho más demoledor. Me fumé dos cigarros completos esperando a que Patricia terminara de bailar. Cuando terminó, se sentó a mi lado, impasible. “No te vi en la pista”, me dijo, “fui con un amigo a darte el alcance”.

-¿Por qué me tratas así? –le pregunté. Mis palabras empezaban a trabarse.

-Porque no maduras, Santiago.

-¿A qué le llamas madurar? –le pregunté, mientras terminaba mi vaso y volvía a servir otro- ¿A aceptar la vida como te venga, a resignarte? ¿A someterte a una agria monotonía semanal?

Patricia tomó su cartera.

-Eres alguien que está inconforme con todo, Santiago. Que no tiene el valor para resolver nada. Que escuda su miedo en la cólera y en el alcohol.

-Te prometo que no volveré a hacerlo. No volveré a opinar sobre tus amigos.

Patricia tomó su cartera y se marchó. Fui tras ella. Mi teléfono empezó a sonar. Me detuve para contestarlo, angustiado por la figura de Patricia que se perdía por el hall, rumbo al aparcamiento. Era mi Gerente. Ni siquiera lo dejé hablar.

-¿No tienes una esposa en casa? Anda y atiéndela, huevón. Anda y cuida de tus hijas en lugar de estar acostándote con la flaca de Marketing. Y prepara mi liquidación de beneficios porque no pienso ir a tu oficina nunca más.

Serví los huevos en un plato y eché un poco en mi sándwich de jamón. Me preparé una taza de café para recomponerme. Trate de hacer memoria, pero todo lo demás se había evaporado junto con mi resaca. Recuerdo que subí al auto, que Patty manejaba y me pedía que me callara. Recuerdo que estacionó bruscamente cuando quise besarla. Tal vez en ese momento me caí, pensé, tal vez por perseguirla.

Busqué mi celular y marqué su número, pero me salía una voz grabada pidiéndome que dejara un mensaje. No me pareció correcto dejarle uno, sin saber que había pasado al final de la noche, sin tener en claro por qué habría llorado. Me asome a la puerta, donde la noche anterior nos habíamos besado antes de ir a la fiesta. La tarde era preciosa, con un sol imponente preparándose para la despedida. Un vecino pasó y levantó su mano para saludarme, le contesté con cierto nerviosismo, quise preguntarle si tal vez sabía algo de Patty.

Tarde o temprano sabría de ella. Su familia me diría algo, encontraría alguna pista en el chat o en las redes sociales. A fin de cuentas, nadie podía desaparecer de tu vida por completo. Patty sólo se había marchado, pero su recuerdo permanecía en la casa, en la nostalgia que empezaba a embargarme, en la idea aterradora de lo que sería mi vida sin ella. Estaba harta de navegar sin rumbo fijo, de vivir con un fantasma, con un tipo absurdo e inconforme que, como todo prometido, vivía en un ocaso perenne e imposible.

Respiré un poco del aire vespertino y regresé a casa. Decidí empezar limpiando el cuarto, dejando que el aire de la tarde lo renueve. Sólo entonces podría empezar a llorar por ella.

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Literatura

Padre e Hija Escritores Peruanos Reciben Distinciones Internacionales

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En un emotivo evento celebrado en el Hotel Crowne Plaza de Miraflores, el periodista y escritor peruano Richard Morris Riofrio fue reconocido con dos distinciones internacionales por su novela histórica de ficción, “Rosalba de Altagracia”. La Lic. Issa Arguetas tuvo el honor de entregar estos prestigiosos reconocimientos, uno otorgado por la Real Academia de Arte y Literatura, Filial de los Estados Unidos de América, y el otro por el Consejo Mundial de la Paz, en el marco de su participación en el 1er Congreso Mundial de la Paz y las Artes celebrado en Michoacán, México, en 2024.

Richard Morris, quien también es Mensajero para la Paz de la ONU, se encuentra en el proceso de lanzamiento de su nueva novela de autoficción, “La Noticia Inversa”, un proyecto que promete generar un gran impacto en la comunidad literaria. Su compromiso con la paz y la promoción del arte continúa marcando su carrera como escritor.

Por su parte, su hija, Kiara Morris Rodríguez, a sus 13 años, ya es una figura destacada en el ámbito literario. Actualmente, es embajadora cultural del Bicentenario y recibió la Distinción Internacional Infantil Líder de Paz en Ecuador, otorgada por su contribución a la paz y la cultura. Su obra “Érase una vez en Moore” ha sido adaptada al teatro, lo que subraya su talento y su capacidad para conectar con diferentes públicos a través de las artes.

Ambos escritores representan un claro ejemplo del potencial creativo peruano, mostrando que la literatura puede ser un vehículo poderoso para la paz y la cultura. Richard y Kiara se han comprometido a seguir promoviendo el arte y la literatura, con la esperanza de inspirar a las futuras generaciones.

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Literatura

Hijo de Mario Vargas Llosa afirma que su padre está bien de salud

Tras la cancelación del viaje de MVLL a Madrid para recibir un homenaje, y luego de filtrarse información que indicaba que su estado de salud se encuentra en un nivel muy delicado, su hijo Álvaro ha salido a responder que el Nobel ha tenido que reducir sus actividades debido a su avanzada edad.

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El escritor Mario Vargas Llosa no asistió a la gala de la ‘Catedra Vargas Llosa’ en San Lorenzo de El Escorial en Madrid, en la cual iba a ser homenajeado y se quedó en Lima tras cancelar su viaje. En tanto, en su representación asistió su hijo Álvaro Vargas Llosa, quien aprovechó para afirmar que su padre, se encuentra bien. A pesar que su familia desde hace algunos meses se ha resistido a comentar sobre su real estado de salud.   

«Mi padre tiene casi 89 años, está en el umbral de los 90 años, es una edad a la que uno tiene que reducir un poco la intensidad de sus actividades y él lo ha hecho», afirmó el hijo del Nobel de Literatura en un acto público.

El escritor MVLL ingresó a la Academia de la Lengua Francesa.

Álvaro, además mencionó que la familia está “muy unida” y que su madre Patricia, “está muy pendiente de su padre”, y que “probablemente estará en Perú hasta fin de año” y que no puede dar una fecha exacta para su próximo viaje.

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Literatura

Han Kang se convierte en la primera escritora surcoreana en ganar el Premio Nobel de Literatura

Escritora se impuso a autores como Can Xue, Haruki Murakami o Anne Carson, quienes se encontraban entre los más voceados.

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Contra todo pronóstico, la Academia Sueca decidió otorgarle el Premio Nobel de Literatura a la escritora surcoreana Han Kang, quien fue galardonada “por su intensa prosa poética, que saca a la luz traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana”, según declaró el secretario permanente de la Academia, Mats Malm.

Para los miembros del jurado, la autora ilumina la “conexión entre el cuerpo y el alma, los vivos y los muertos”, y su “estilo experimental” supone una innovación en la prosa contemporánea.

La escritora de 53 años es hija del también escritor Han Seung –won. Nació en Gwangju en 1970, pero creció en Seúl desde los once años. Estudió Literatura Coreana en la Universidad Yonsej de Seúl y se licenció en 1993. Debutó con poemas que aparecieron en la revista Literatura y Sociedad, pero se dio a conocer como prosista.

En 1994, ganó el premio literario del periódico Seoul Shinmun. Posteriormente, publicó varios volúmenes de relatos. En 1999, ganó el premio a la mejor novela coreana. En 2000, el «Premio para Jóvenes Artistas de Hoy», del ministerio de Cultura y Turismo. Y, por último, en 2005, el premio de Literatura Yi-Sang.

La reciente galardonada con el Nobel de Literatura ha trabajado como periodista para las revistas Water of the Deep SpringJournal of Publications y Spring. Su primera novela, La vegetariana (2007), fue llevada al cine en 2010 y recibió el prestigioso premio Booker Internacional en 2016. Está traducida al castellano, al igual que otra novela suya, La clase de griego. En la actualidad, Han enseña escritura creativa en el Instituto de las Artes de Seúl.

Foto: difusión.

Un galardón inesperado

Como todos los años, las especulaciones sobre los posibles galardonados no se hicieron esperar. El chino Can Xue, la canadiense Anne Carson, el escritor indio-británico Salman Rushdie y el japonés Haruki Murakami eran considerados candidatos prometedores. Algunos se consideran ya eternos favoritos y, una vez más, se han ido con las manos vacías.

Después del Nobel de la Paz, el de Literatura es el más reconocido. Los galardonados y sus editores también se benefician de ello gracias al aumento de la demanda de libros.

Según contó Mats Malm, secretario permanente de la Academia Sueca, cuando llamó a la autora para comunicarle la buena noticia, Han Kang estaba almorzando con su hijo. La escritora ha prometido acudir a Estocolmo para la ceremonia de entrega del galardón, el 10 de diciembre.

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Literatura

Jack Martínez, de mototaxista en SJL a ser catedrático de Literatura en Nueva York

Escritor peruano es en la actualidad profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Hamilton.

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Sus primeros diez años los pasó en las alturas de La Oroya (Pasco), entre recios obreros de la mina como su padre, bares de mala muerte donde no era extraño ver a uno que otro borrachín, olor a azufre y tierra recién escarbada. La madre de Jack Martínez siempre quiso una mejor vida para su menor hijo; es así que no lo pensó dos veces cuando la empresa donde laboraba su esposo le ofreció vivir en la capital.

Fue así que el pequeño Jack, ya de 11 años, y su madre llegaron al convulso y desordenado distrito de San Juan de Lurigancho (SJL).

“La primera vez que llegué nos bajamos en lo que era el último paradero de ese arenal, que hoy es la estación Santa Rosa. No recuerdo una noche tan oscura. Sin luz eléctrica, eran chozas y había que tantear con los pies para avanzar y así fue que llegamos. Al día siguiente, al despertar, lo primero que sentí fue el sol terrible sobre la arena (era verano). Fue un choque fuerte. No solo en lo material, sino también en lo cultural”, recuerda Jack.

De esta etapa rescata que pudo conocer un micropaís ahí y crecer con ellos positivamente; “había gente que venía del norte, del sur, de la selva. Gente que se veía diferente a mí y yo diferente a ellos. Crecí junto con el distrito. Recuerdo la primera vez que pusieron el agua y desagüe, fue una fiesta para todos”, relata el escritor para la agencia Andina. Hasta los 16 años, Jack fue parte de la educación estatal, y aunque su vocación y talento no afloraron de inmediato, fue la tradición oral la que lo hizo acercarse a este mundo.

Soñaba con ser periodista deportivo y Ovación era su dial favorito. La academia preuniversitaria era el paso obligado si quería estudiar Comunicación Social en la Universidad San Marcos.

Sin embargo, tuvo un extraordinario profesor que les narraba con gran habilidad diversos contenidos y que una vez delante del jovencísisimo Jack recibió su paga en efectivo.

“Dije , ¡wao! yo quiero que me paguen así… quiero ser profesor. Y comencé a leer. Así postulé a Literatura e ingresé… mis compañeros venían de distintas realidades. Fue impactante ver a compañeros que en lugar de una mochila llevaban sus libros en bolsas de plástico negras y otros que gozaban de muchas comodidades y vivían en lugares que jamás había visitado”. Fueron encuentros que la vida le planteó.

Sin tenerla fácil, en plena crisis, Jack tuvo en aquel entonces trabajar también como mototaxista para solventarse, contando con el apoyo familiar.

De ahí, el Icpna le abriría sus puertas y conocería el mundo de las exposiciones y así pasaron cinco años.

“Un amigo regresó al Perú tras estar becado y él me guió por ese camino y decidí apostar”. Dejó la zona segura, la locura de dejar todo lo establecido e irse a estudiar. “Creo que mi familia pensaba que bromeaba y no me tomaban muy en serio. Igual seguí adelante y cuando llegó el momento le dije a mi novia ´(hoy mi esposa) que me iba y si quería irse también”, recuerda.

“Después de seis años de ese primer viaje, logré invitar a mi mamá. Antes creía seguro que trabajaba en algo más y que lo de la beca era un invento para dorar la píldora, pero luego vio que todo era real”, señala con orgullo tras culminar su maestría en la Universidad de Connecticut.

Al año siguiente, obtuvo otra beca para el doctorado en Northwestern (Chicago). Durante sus años de doctorado, además de investigar y escribir la tesis, publicó su primera novela, Bajo la sombra (2014), que tuvo excelente recepción crítica. En el 2017 se gradúo como doctor y publicó su segunda novela, Sustitución. También ese año empezó como profesor en la Universidad de Hamilton, en Nueva York.

Su mejor novela. Jack es el personaje principal de su historia. Foto: Hamilton College.

En el 2024 acaba de publicar su tercera novela, Te he seguido. En la Universidad de Hamilton enseña escritura creativa, formando jóvenes escritores. También enseña literatura peruana, promoviendo nuestra rica tradición en los estudiantes estadounidenses.

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Literatura

«El jefecito del comedor», un cuento de Giovanna Gutierrez Narrea

Las calurosas vivencias de un empleado de un comedor universitario.

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Cerca de la 1:00 p.m., las colas del comedor seguían aumentando (por la puerta posterior, lateral y frontal), el sol radiante quemaba el rostro y cabeza de los comensales, los gritos bulliciosos: zampón, haz tu cola; amiga, despierta, no dejes que se metan; seguro son los de facufide; las antisonantes voces acompañadas de un megáfono y banderola en son de protesta.  

Tres de la tarde, ni un alma en los alrededores del comedor.

El jefe del comedor estaba fumando cuando tocaron la puerta.

_ Pase _ ordenó

Entró una señorita de buen porte y sonriente le dijo:

_ Buenas tardes, licenciado Abel, quisiera conversar con usted.

_ Sí, dígame

Mientras la coqueta y pícara estudiante se presentaba: me llamo Marifé, soy consejera de la Facultad de Inicial, y miembro de la comisión de almuerzos por el aniversario de mi facultad; quisiera saber qué documentos debo traer para que nuestro pedido sea atendido.

Con la mirada embobada, el jefecito del comedor, escuchaba atentamente el discurso de ese monumento de mujer que tenía en frente: blanquiñosa ella, de ojos grandes y claros, labios carnosos y sensuales, cabellera larga de color castaño, angosta cintura, caderas anchas al igual que sus pechos (todos los hombres son iguales, cuando ven carne blanca hasta podrida la consumen, y si tienen un buen derrier y busto, mejor).

Marifé, inmediatamente notó al hombre de enfrente completamente absorto con su presencia, y en un cruce de miradas hizo que el rostro del licenciado Abel se  ruborizara y dibujara un mohín con sus labios (solito se delataba).

_ Ok, señorita, entiendo. Entonces, puede usted presentar un oficio del decano dirigido a mi persona, solicitando la cantidad de almuerzos que necesitan, adjuntar la resolución de aniversario de decanato y la relación de alumnos matriculados en su facultad.

Tres días después, cerca de las 6:00 p.m., se apareció Marifé por detrás del jefe del comedor, sorprendiéndolo en el momento en que abría la puerta de su carro.

_ Hola, Abel. Perdón, perdón,  quise decir  licenciado Abel. Veo que ya se va, y justo hoy el profesor de estadística se extendió con su clase. Mañana tendré que regresar para presentar la solicitud de almuerzo.

_ No te preocupes, déjamelo y yo mañana lo veo.

_ Qué lindo, gracias. Mmmm, sería mucha molestia si me da una jaladita hasta la puerta de la universidad. Lo que pasa es que ya está oscureciendo y me da miedito bajar sola.

_ Sí, claro, sube. Por dónde vives?

_ En Huaycán, cerca a la Plaza de Armas de Huaycán, en la Av. 15 de julio, cuadra 10. Por lo general me vengo a la universidad con los colectivos y de regreso en combi, pero si tengo suerte, hoy puedo regresar en una camioneta Chevrolet (sonrió la pendeja).

El jefecito del comedor no pudo evitar los ojos brillosos, mejillas sonrojadas y el alargamiento de sus labios, al momento de sonreír.

_ ¿Te molesta si te tuteo?

_ No, total ya estamos fuera de la universidad.

_ ¿Y tú por dónde vives?

_ En Tarazona

_ Qué pena.

_ ¿Por qué?

_ Porque unos metros más y ya me tengo que bajar. Entonces, mañana te busco para recoger la copia de mi solicitud con el sello de tu oficina (despidiéndose aparentemente con un beso en la mejilla, pero se lo dio en la comisura de los labios).

Al día siguiente, 4:30 p.m., Marifé se acercó al container que fungía como oficina del jefe del comedor, llevando Caramandungas para tomar lonche, pues días anteriores la ofrecida esta se había percatado de la cafetera y hervidora que descansaban en una mesita, ubicada fijamente en una de las esquinas del vagón.

Abel la miró y sonrió, se sacó los lentes y se restregó los ojos. Luego cortó un pedazo de papel higiénico y limpió las lunas con esmero (mientras pensaba qué decir). Los trabajadores se iban retirando con un hasta mañana jefe, todo limpio jefe, todo cerrado jefe, que descanse jefe, cuidado jefe.

_ Gracias por las rosquitas Marifé, pero ya me tengo que ir. Te prometo que mañana temprano me los como en el desayuno.

Aquí puedes continuar leyendo el cuento completo.

https://cuentroversia.blogspot.com/2024/08/el-jefecito-del-comedor-cerca-de-la-100.html

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Literatura

Presentación de libro Gaza ante la historia, de Enzo Traverso

Conoce una de las novedades de la Feria Internacional del Libro de Lima.

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En el marco de la 28° Feria Internacional del Libro de Lima (FIL), gracias a la librería Contragolpe, se llevará a cabo la presentación del libro Gaza ante la historia, del reconocido historiador Enzo Traverso. El evento se realizará el lunes 29 de julio, en el auditorio José María Arguedas, a las 3 p.m. La presentación del libro estará a cargo del politólogo Alberto Adrianzén y la artista Daniela Ortiz.

¿Es la destrucción de Gaza una consecuencia del ataque del 7 de octubre o el epílogo de un largo proceso de opresión y erradicación? ¿Tienen los palestinos derecho a resistirse a la ocupación? ¿Hablar de genocidio es antisemitismo? En Gaza ante la historia, Enzo Traverso, uno de los historiadores más autorizados de nuestro tiempo, va a la raíz del conflicto israelopalestino poniendo en cuestión la historia del conflicto y ofrece una interpretación crítica que da la vuelta a la perspectiva unilateral desde la que nos hemos acostumbrado a observar lo que ocurre en Gaza.

Se suele describir a Israel como una isla democrática en medio de un océano oscurantista y a Hamás como un ejército de bestias sedientas de sangre. La historia parece remontarse al siglo XIX, cuando Occidente perpetró genocidios coloniales en nombre de su misión civilizadora. Sus supuestos esenciales siguen siendo los mismos: civilización frente a barbarie, progreso frente a atraso. Junto a las declaraciones rituales sobre el derecho de Israel a defenderse, nadie menciona nunca el derecho de los palestinos a resistir una agresión que dura desde hace décadas. Pero si en nombre de la lucha contra el antisemitismo permitimos que se desate una guerra genocida serán nuestras propias orientaciones morales y políticas las que se vean empañadas, serán los supuestos de nuestra conciencia moral los que se verán socavados: la distinción entre el bien y el mal, el opresor y el oprimido, los perpetradores y las víctimas.

Fecha: lunes 29 de julio

Hora: 3 pm

Lugar: auditorio José María Arguedas de la FIL (Parque Próceres de la Independencia, Jesús María, alt. cd. 16 de av. Salaverry)

Presentan:

– Alberto Adrianzén

– Daniela Ortiz

Organiza: librería Contragolpe  

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Literatura

«Por Facebook», un cuento de Giovanna Gutierrez Narrea

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Por Giovanna Gutierrez Narrea

Te miro por el face y vienen a mí los años de esplendor al lado tuyo. Una relación amorosa de tres años: compartiendo anécdotas, viajando juntos, experimentando emociones, conociendo un poco de ingeniería mecánica y tú aprendiendo un poco más sobre el sistema de la lengua (tú en la UNI y yo en la UNE-Cantuta). Dé repente, tu ausencia se empezó a justificar porque tenías que estudiar para tus prácticas calificadas, luego los trabajos de grupo y, finalmente, tus exámenes parciales y finales. Un par de meses después me dijiste haber conocido a una chica (rubia superficial, por cierto, tez blanca, delgada, caderona y bien tarrajeada; la típica mujer por la que el 99.9 % de hombres pierden la cabeza). Enamoramiento que te duró menos de un año, puesto que tu nueva conquista terminó yéndose con un hombre, muchos años mayor que tú; interesante cargo en la política de la universidad y de atractiva billetera. Supongo que mi poco atrevimiento sexual y la falta de coquetería fueron en gran parte, también, las causas del enfriamiento sentimental, razones por las que terminaste conmigo.

Anoche vi a Javier -me contó Mary-. Pensé que eras tú la que estaba con mi primo (estos chicos no cambian, terminan y luego regresan -me dije-…). Yo estaba comprando salchipapas en la esquina de mi casa, cuando pasaron por detrás mío, y mi primo ni cuenta se dio, y al voltear miré a la chica, quien tenía tu misma estatura, el cabello negro y lacio como lo tienes tú, y de perfil muy parecido a ti (pudiendo tener una original, se buscó una copia), pero por la oscuridad no la pude ver con exactitud. Sin embargo,  esa relación no le duró mucho tiempo, porque luego lo vi salir con su actual pareja, un poco feíta la nueva prima, pero es odontóloga. Ni modo amiga, será mi primo pero que se joda… Mejor estabas tú.

Aquí el cuento completo: https://cuentroversia.blogspot.com/2024/06/por-facebook-te-miro-por-el-face-y.html

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Literatura

Invitación a comer un chaufa: el nuevo libro de Julio Barco

Lee la columna de Nicolas López-Pérez

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Por Nicolas López-Pérez

A la industria editorial en crisis: lo primero es tomar por sorpresa a la hegemonía con un ramo de dientes de león. Luego, al ver los rostros entre la confusión y el estupor, soplar con dulce violencia cada una de las partículas que componen la flor. Esa es la fuerza literaria de Julio Barco (1991), señoras y señores. El poeta de El Agustino que viste y calza. No me detendré en la identidad de qué género o de qué tipo es el último libro publicado. Lo cierto es que Chaufa es un homenaje a la opacidad de la palabra y el lenguaje. En sus páginas se narra, se ensaya, se canta, se baila y se come. Como si la literatura peruana y su estado actual fuese el tema de un banquete digno de Platón, una reunión que armoniza reflexión y sentimiento.

A ustedes, señoras y señores de la industria editorial, huelga deciros que este libro es una incisión en las maneras de leer el insalvable abismo entre lo popular y lo culto; entre la periferia y el centro; entre el margen y el cuadro. Al mismo tiempo, su prosa nos muestra a un escritor audaz y resiliente ante el histórico vapuleo contra quien no tiene santos en la corte. Un escritor que se desenreda, como si fuera un ovillo de lana, para golpear la mesa y declarar una nueva profesión de fe literaria. Tal vez, señoras y señores de la industria editorial en crisis, la literatura que os presentáis es, a grandes rasgos, ominosamente homogénea y continúa a mostrarnos un Perú desconectado de sus bases. Puede que esta afirmación categórica se malinterprete, pero ante un mar de literatura pituca y aspiracional en que la finalidad es conmover o divertir con historias más o menos fascinantes, escribir desde las entrañas de nuestras ciudades es un ejercicio de resistencia y estrategia. Chaufa articula la palabra como un antídoto contra la apatía que vuestra literatura vierte sobre la clase trabajadora peruana.

En un hadiz islámico se lee que el estómago es el centro de todas las enfermedades. Desde ahí, una ética del cuidado de lo que se come. En el Perú, no obstante, todavía se habla de hambre; todavía hay poblaciones enteras donde escasea la comida y no solo por el aumento en el costo de la vida ni por la falta de empleos, sino por el individualismo y, además, la insuficiencia de las políticas públicas para llegar a cada rincón de una escandalosa, pero preciosa geografía. Recuerdo un dossier de 2018, publicado en Unidiversidad, una revista de pensamiento y cultura de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) y titulado “Perú: los poemas del hambre”. Paolo de Lima, el compilador, enfatiza el hambre como tópico en los versos de un considerable número de autores. Y esos poemas y poetas no son los primeros que orbitan en torno a la comida, también obras como “Primicias de cocina peruana” (2005) de Rodolfo Hinostroza, “Comer en los mercados peruanos” (2019) de Mirko Lauer o incluso “Tratado de la yerbaluisa” (2012) de Enrique Verástegui son ejemplos del vínculo entre literatura y comida. El estómago se conecta con el corazón y el cerebro, ¿y ustedes señoras y señores de la industria editorial qué hacen al respecto con las problemáticas sociales de las mayorías? Una paradoja: Perú, potencia gastronómica a nivel mundial e incapaz de erradicar el hambre en su territorio.

Barco nos encuentra en el Chifa, aunque puede que otros platos que nos acomunan sean el ceviche o la salchipapa. Lo encomiable está en el imaginario popular que este escritor construye: precisamente, en ese punto en que todos los archivos se tocan y donde no originan una identidad que confronta los ánimos, sino una capaz de generar una potencia solidaria donde el Perú se construye con tradiciones, afectos y palabras. Barco apuesta, en definitiva, por un manifiesto que conjura un sentimiento social, bullendo desde un problema inmanente y trascendente: el sentido de seguir luchando juntos por un mejor Perú. A ustedes, señoras y señores de la industria editorial, ¿cuántos libros tenéis que ingeniosamente pueden remecer a los sectores más populares? Una fuerte resistencia contra la literatura pequeño-burguesa, tanto como guiones que tienen éxito en Netflix y Hollywood. Barco escribe como se prepara un chaufa. Auguro que su lectura tendrá sabor a la simpleza y santidad de ese plato. Girados y apreciad la maestría del verbo. Chaufa es imperdible en este 2024 de las letras peruanas. Imperdible.

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