Literatura
CUENTO: «Como todo lo prometido» de Luis Humberto Moreno Córdova

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14 años agoon
CUENTO
«Como todo lo prometido» de Luis Humberto Moreno Córdova
Cuando desperté era tarde, Patricia se había marchado, y era para siempre. Yo sabía que estaba harta. Harta de mí, harta de esa línea inalterable en la que me había convertido. No había sido injusta; tomó sólo aquello que le pertenecía: Su ropa, sus perfumes, sus implementos de arquitectura, una foto que tuvimos juntos y un recuerdo de cuando fuimos felices. Incluso había limpiado la sala, dejado algo de comida en la nevera y cambiado la cortina de la ducha. No se había tomado el trabajo de escribirme una nota exponiendo los motivos de su partida, porque yo los sabía de sobra; pero los detalles que tuvo antes de marcharse, el cuidado de dejar todo limpio y proveerme alimento, demostraban su preocupación por mí.
Eran más de las tres cuando desperté y consulté el reloj. Me había levantado con torpeza, asfixiado por el ambiente pesado de la habitación. El olor rancio a mala noche, a caudales de licor, parecían aplastar mi vida, reduciéndolo todo a una expresión misérrima. Estaba desnudo, con algunos moretones en los brazos, tal vez por alguna caída o algún tropezón que me era imposible recordar. Remojé mi cabeza en el lavabo por mucho tiempo, rogando que el agua fría me devolviera algún recuerdo de cómo llegué a casa esa noche, la última noche al lado de Patty (Aunque ella detestara que la llamara así). Mientras me secaba la cabeza noté los dobleces del papel higiénico en el tacho. Patty sólo los doblaba así cuando lloraba. Puta madre, pensé, ella había llorado. La cortina de baño era nueva, de color azul, con dibujos de pececitos, como si los hubiera hecho un infante, el hijo que siempre nos prometimos, con el que jugaríamos los domingos en el parque.
Ya vestido me dirigí a la sala. La encontré limpia. Noté que las alfombras habían sido sacudidas, y que los muebles estaban aspirados. En el pequeño escritorio, que daba para la ventana con vista a la calle, las cosas de Patty habían desaparecido. No estaban las reglas, las escuadras, los lápices ni las cuchillas. Todos sus planos se habían hecho humo. El escritorio estaba totalmente vacío. Mi alma empezaba a sentirse igual. En uno de los aparadores noté la ausencia de una foto en la que estábamos abrazados, en una piscina, cuando todavía creía en mí, cuando tenía fe en nuestro futuro. Entonces tenía el cabello negro, rizado; su sonrisa era tierna, sus ojos lo absorbían todo. Noté también la ausencia de un adorno que compramos en nuestro primer viaje a Valparaíso. Quizá el mejor de todos los viajes que hicimos, pero sin duda, en el que mejor nos amamos.
Sentí el revoloteo hambriento en mi estómago. Corrí a la cocina. Nada parecía haber cambiado desde la noche anterior. Cuando abrí la nevera la encontré llena. Había mantequilla, jamón, mermelada, leche, huevos y yogurt de Guanábana, mi favorito. Ah Patty, Patty. Siempre solía engreírme con detalles como esos. No era un prodigio cariñoso, no gustaba de andar abrazada a mi o tomada de mi mano, pero tenía gestos que podían compensarlo todo. Que la ponían en contacto conmigo con mucha más contundencia que una caricia.
Me preparé un sánguche con jamón y revolví un par de huevos en la sartén mientras recordaba el inicio de la noche anterior. Yo había salido temprano de la oficina, dejando varios asuntos pendientes, con la amenaza de mi gerente de despedirme si para el lunes no estaban resueltos. Hacía mucho que la oficina no era más que una prisión para mí. Recuerdo que Patricia, preocupada por mi futuro, me había recomendado cambiar de empleos, buscar ascensos, conocer nuevas personas. Yo había cumplido con cada una de sus sugerencias. Dejé la compañía pesquera para irme a la compañía de valores, pero igual me sentí mal; dejé la compañía de valores para mudarme a la consultora, pero el resultado siguió siendo el mismo. Mis jefes no tenían queja de mi desempeño, pero tampoco me veían con ojos favorables. Siempre llegaba a revolver las cosas, a mover la conciencia de la gente, a crear tensión entre los trabajadores ordinarios y la alta gerencia, a enfrascarlos en conversaciones sobre sueldos bajos, sobre horas extras ignoradas y vacaciones acumuladas. Siempre terminaba en la mira de mis gerentes o directores, aunque les era imposible despedirme.
Teníamos esa reunión en el club, con sus amigos de la universidad. Me recordé vistiéndome después de una ducha reparadora. Patty estaba colocándose un vestido negro. Sujetaba una tira alrededor de su cuello, dejándome apreciar un escote maravilloso que mostraba su piel canela y esas machitas de nacimiento en la curvatura de su espalda que yo solía besar en noches frenéticas. Se había puesto unos aretes largos y sonreía. Nos besamos al salir de casa. Ella quiso conducir. Pusimos un CD de Pulp, uno de los pocos grupos que teníamos en común.
No conversamos nada importante en todo ese tiempo. En el dormitorio habíamos hablando un poco de nuestro día en el trabajo. Me interesaba más escucharla a ella, con sus proyectos, con esa gente de dinero que levantaba casas preciosas en la periferia de la ciudad. Comparado a eso, mis días de oficina, sentado al lado de diez tipos más en una habitación sin ventanas, no eran nada. Conversamos también sobre los invitados a la fiesta de esa noche. En su mayoría compañeros de la universidad, casi todos casados, algunos con hijos. Hacía mucho que Patricia no había tenido oportunidad de encontrarse con ellos. En algunos casos sólo los recordábamos por sus matrimonios, a los cuales nos habían invitado. Comentamos algunas cosas más sobre sus amigos, la caída de cabello de tal, los kilos de más de alguna de sus amigas, hasta que nos besamos al salir y subimos al auto.
El club no quedaba lejos. Teníamos que tomar la autopista que conducía al hipódromo y virar a la derecha en la avenida que iba rumbo a la universidad en la que Patty había estudiado. Nos tomó apenas quince minutos llegar. Sólo escuchamos dos canciones del disco, porque mi teléfono sonó y Patty apagó la radio. Apenas pude esbozar unas palabras. Era mi gerente, un tipo adicto al trabajo, ufano y conflictivo, que me llamaba para revisar algunos temas en la agenda de la próxima semana. Estaba aún en su oficina y, según me dijo, tenía para rato. Tenía las preguntas y las respuestas para todo, por lo que me limité a usar “si” y “no” de acuerdo a la conveniencia. Satisfechas sus dudas y sin despedirse, cortó. Solo dijo “ya, perfecto”, y cortó. Me quedé un rato más al teléfono, pensando que seguía en línea, hasta que me di cuenta que no tenía caso. “Muy bien, espero que le haya quedado claro”, dije, y guardé el teléfono. Patricia me miraba.
-¿Todo bien?
-Todo bien. Ese idiota sigue en la oficina. ¿Puedes creerlo?
-Es un tipo responsable, comprometido con su trabajo –respondió Patty. Me jodía cuando se hacía la moralista, cuando en lugar de respaldar mis ideas, optaba por darme la contraria.
-Nada que responsable. No quiere ir a su casa porque ya está aburrido de su mujer. O porque fácil ha quedado en verse con su amante, la jefa de Marketing.
Patricia detuvo el carro en un semáforo en rojo.
-No quiero que empieces a despotricar del mundo sólo porque tu jefe te ha llamado para hacerte unas preguntas.
Moví mi mano, tratando de restarle importancia a la conversación. Patricia insistió:
-Te estoy hablando. No quiero que estés de mal humor, menos en un lugar donde habrá mucho licor.
Traté de reírme. Quise prender la radio, pero Patricia detuvo mi mano con la suya.
-Te estoy hablando –repitió.
Yo quería ignorarla, tratar de no avivar su preocupación, pero Patricia me conocía demasiado como para dejar pasar mi actitud por alto. Sabía perfectamente el derrotero de mi mal humor, la senda de mi insatisfacción. Sabía que lo más probable era que termine anclado en la barra del bar, tratando de acabarme todo lo que estuviera embotellado. Ya me había perdonado una vez, cuando gasté el sueldo entero de un mes en una fiesta con los compañeros de la empresa de valores, para desquitarnos por no haber sido considerados en los aumentos de sueldo. Luego empezó a perder la paciencia. Siempre que algo me salía mal, siempre que tenía algún roce con algún tipo de las altas esferas (que yo tanto odiaba), Patricia tenía que agotar esfuerzos tratando de ubicarme, lidiar noches enteras con mi celular apagado, con mis amigos borrachos, riendo de complicidad, incapaces de dar razón sobre el paradero de su novio. Patty decidió separar las cuentas de ahorros a partir de ese momento. Recuerdo que, de la cólera, rompí una vieja casita de madera que le había hecho su padre. Esa casita fue la que decidió su destino como arquitecta. Su padre fue un tipo ejemplar, que murió de cáncer cuando ella apenas terminaba la secundaria. Me tomó tiempo reconciliarme con ella. También me tomó tiempo aceptar que después de eso las cosas no serían iguales. Me alejé por un tiempo de mi inconformidad y mis rabietas. Pero ahí estábamos de nuevo, metidos en el auto, discutiendo por la misma tontería. Discutiendo, porque Patty ya no creía en mis desestimaciones, porque sabía que yo era un hombre experto en la materia de arruinarlo todo.
-No estoy de mal humor –le dije, forzando una sonrisa-. Sólo era un comentario.
-Ahórratelos para cuando estemos en casa, Santiago, ¿ok?
Acarició mi mano, frotándola con su pequeño pulgar. Sentí vergüenza. Siempre la sentía cuando me trataba como si fuera un niño.
Estacionamos sorteando a otros autos que estaban en el aparcamiento. Algunas amigas de Patricia saludaban desde la ventana, agitando sus manitas cargadas de anillos y baratijas. Al bajar, patricia las estrechó en brazos. Yo me acerqué con mi mejor sonrisa para saludarlas, también para estrechar las manos de algunos novios y esposos. Había más desconocidos que conocidos, y la lluvia de nombres me impidió siquiera recordar uno.
Entramos por el hall directo al bar principal luego del cual había una piscina y un ambiente enorme con mesas y una pista de baile. Había otro grupo de gente esperándonos. Patricia tomó mi mano, mirándome con ojos cómplices. Supe que se ha calmado, que necesitaba mi apoyo para manejarse ahí dentro. Un mesero nos señaló dos espacios en una de las mesas. Tres amigas más se pusieron de pie y se abrazaron con Patricia. Una de ellas estaba sola, la otras dos estaban con sus novios. Me fijé en los anillos de compromiso, nunca había podido darle uno a Patricia, aunque alguna vez le había prometido hacerlo. Se lo dije en una ocasión, cuando regresábamos de escuchar algo de música en un bar: “Te daré un anillo hermoso”, le dije. “Tendrás que levantar tu mano muchas veces porque todas querrán verlo”.
Dejaron dos botellas de whisky por mesa. También sirvieron vino, cerveza. Yo prefería el bourbon con cola, pero sabía que si pedía uno, la paz establecida con Patricia llegaría a su fin. “Te regalaría cualquier cosa, menos licor”, me dijo una vez, echados en el parque, mientras soplábamos unas Dientes de León que habíamos arrancado a escondidas de los vigilantes. Cuando mis excesos no invadían la atmosfera, nuestra vida era apacible. Solíamos pasar horas enteras acurrucados, conversando de todo lo que nos fuera posible, huyendo del frio. En los veranos, solíamos ir al parque, o a la piscina del club. Entonces podía resistir la vida gris sin recurrir al licor, sin prender un cigarro. Podía asirme a ella y salvarme de todo. Pero la vida se había vuelto para mí una invariable secuencia de actos robotizados: levantarme temprano, manejar, tráfico, llegar tarde, prender la computadora, trabajar, trabajar, trabajar, rogando siempre para que llegue el viernes; aborrecer el final de los domingos, llegar tarde a casa, cuadros, informes, sumas, restas; trabajar, trabajar, trabajar. Todo acompasado por las poses insoportables de mis gerentes. Me serví medio vaso de Whisky.
Las parejas salieron a bailar. Patricia sabía que yo detestaba el baile, así que rara vez me pedía que lo hiciéramos. Sin embargo, en aras de la tregua, decidí animarme.
-¿Bailamos esta? –le pregunté.
Patricia conversaba con una de sus amigas. Me miró brevemente y meneó la cabeza. Luego retomó la conversación. El novio de otra de sus amigas llegó a la mesa con unas bebidas energéticas. Palmeó mi hombro.
-Santiago, ¿verdad? ¿Cómo te va? ¿Sigues en la empresa de valores?
Pregunta incorrecta. Odiaba cuando me preguntaban sobre mi trabajo. De hecho, me había jurado a mi mismo darle 100 soles a cualquier persona que empezara una conversación sin el típico “¿cómo estás?” o “¿qué dice la chamba?”.
-No. Renuncié.
-¿Y dónde estás ahora?
-En una consultora de Recursos Humanos.
El tipo apretó los labios y empezó a asentir con la cabeza.
-Mira. Que genial. Oye, tengo un hermano que…
-No trabajo en selección de personal… –interrumpí. Sentí la mano de Patricia apretando la mía. El rostro del tipo empezaba a descomponerse.
-…Pero veré que puedo hacer por él.
Le di mi tarjeta. El tipo se puso a contarme sobre su nueva camioneta, comprada con un crédito vehicular de primera. Sus palabras empezaron a distorsionarse en mi mente, el tiempo volaba. Su novia se sentó a su lado y lo sujetó del brazo. Por momentos bebía de su vaso y acompañaba algunas de sus ideas con comentarios poco elaborados. Tuve la impresión que se querían, pero que mucho de ese cariño tenía a la camioneta y al dinero del tipo como garantes. La novia cortó la conversación:
-Y, muy aparte, ya hemos separado iglesia para el otro año.
Patricia y la otra amiga se desvivieron en felicitaciones. Me serví otra copa de whisky, esta vez más llena que la anterior.
“Espero que duren”, le susurré en el oído a Patricia, mientras otros aplausos se sumaban a nuestra mesa, amparado por la música de la pista de baile. Patty alejó su cabeza de mi lado y siguió aplaudiendo. Sus ojos me miraron con rencor.
Patricia siempre me había hablado de grandes iglesias y vestidos blancos. Sin embargo, en las bodas a las que habíamos asistido nunca se había animado por tomar el buqué, ni por participar de los ritos –a mi parecer, ridículos- de todas las bodas. Siempre concordábamos en que la boda debe tener significancia para nosotros, no para el resto, que bailar el Danubio delante de doscientas personas, bajar de un caballo o de una carroza, o hacer esas marchas protocolares y ridículas no tenían ningún sentido. La concordancia acababa cuando me oía vaticinar el tiempo que duraría un matrimonio. “No les doy ni cinco años”, me oía decir. “Siete, y eso es” o “estos han gastado su plata por las puras”. Montaba en cólera de inmediato. La ceremonia le podía parecer un ridículo completo, pero el amor, el amor para ella era algo sagrado. Lo respetaba en todos, y detestaba mis ínfulas de vidente, vaticinando el tiempo que duraría el amor para gente que ella estimaba. Yo le había prometido que nuestro matrimonio sería único. Que me tomaría el tiempo necesario y daría el cuidado debido para hacer una ceremonia decente. Nada de bobadas cursis ni fiestas con sombreros de espuma, globos y malabaristas. Me alejaría de lo ordinario, de lo absurdamente común. Luego nos iríamos lejos, por mucho tiempo. Hasta que los amigos más distantes empezaran a echarnos de menos.
-Lo siento –le dije una vez que los aplausos terminaron y las parejas se fueron a bailar.
-Siempre lo sientes. Lo que deberías hacer es ahorrarte los comentarios.
Me serví otro vaso de Whisky, y uno de cerveza para el “bajamar” (lo aprendí de un viejo amigo). Ni siquiera me tomé el trabajo de echarle hielo. El otro tipo que estaba en la mesa, también con su novia, se puso a conversar sobre algunas inversiones que su empresa pensaba hacer en el cono norte de la ciudad. La novia y el primer tipo empezaron a escuchar la conversación con fingido interés, más que todo con la cortesía que te nace luego de una felicitación tan prolongada como la que habían recibido. No escuchaban nada. Me parecía que seguían pensando en los aplausos, que seguían relamiéndose en las felicitaciones, los abrazos. Sus respuestas escuetas o la ausencia de respuestas me permitían comprobar mi sospecha.
Patricia volvió a enfrascarse en una conversación eterna con su amiga. Ahora conversaban sobre algunos proyectos de casas de playa, sobre la posibilidad de formar un estudio propio. Le serví un poco más de vino e insistí en pedirle que fuéramos a bailar. Se negó amablemente.
-Un ratito, nada más –insistí. Pensé que la idea le agradaría.
Ella volvió a negarse.
Me puse de pie, airado, y me dirigí a otra mesa. Mis pies empezaban a equivocar el compás de la marcha. Tendí mi mano ante una chica pelirroja que estaba sin pareja. Ella sonrió, pero se disculpó amablemente. Sentí un hervor en mi rostro. “No te preocupes”, le dije y di media vuelta. Patty ya no estaba en la mesa. Estaba en la pista, bailando con uno de sus amigos. Sequé la copa de whisky y serví un vaso mucho más demoledor. Me fumé dos cigarros completos esperando a que Patricia terminara de bailar. Cuando terminó, se sentó a mi lado, impasible. “No te vi en la pista”, me dijo, “fui con un amigo a darte el alcance”.
-¿Por qué me tratas así? –le pregunté. Mis palabras empezaban a trabarse.
-Porque no maduras, Santiago.
-¿A qué le llamas madurar? –le pregunté, mientras terminaba mi vaso y volvía a servir otro- ¿A aceptar la vida como te venga, a resignarte? ¿A someterte a una agria monotonía semanal?
Patricia tomó su cartera.
-Eres alguien que está inconforme con todo, Santiago. Que no tiene el valor para resolver nada. Que escuda su miedo en la cólera y en el alcohol.
-Te prometo que no volveré a hacerlo. No volveré a opinar sobre tus amigos.
Patricia tomó su cartera y se marchó. Fui tras ella. Mi teléfono empezó a sonar. Me detuve para contestarlo, angustiado por la figura de Patricia que se perdía por el hall, rumbo al aparcamiento. Era mi Gerente. Ni siquiera lo dejé hablar.
-¿No tienes una esposa en casa? Anda y atiéndela, huevón. Anda y cuida de tus hijas en lugar de estar acostándote con la flaca de Marketing. Y prepara mi liquidación de beneficios porque no pienso ir a tu oficina nunca más.
Serví los huevos en un plato y eché un poco en mi sándwich de jamón. Me preparé una taza de café para recomponerme. Trate de hacer memoria, pero todo lo demás se había evaporado junto con mi resaca. Recuerdo que subí al auto, que Patty manejaba y me pedía que me callara. Recuerdo que estacionó bruscamente cuando quise besarla. Tal vez en ese momento me caí, pensé, tal vez por perseguirla.
Busqué mi celular y marqué su número, pero me salía una voz grabada pidiéndome que dejara un mensaje. No me pareció correcto dejarle uno, sin saber que había pasado al final de la noche, sin tener en claro por qué habría llorado. Me asome a la puerta, donde la noche anterior nos habíamos besado antes de ir a la fiesta. La tarde era preciosa, con un sol imponente preparándose para la despedida. Un vecino pasó y levantó su mano para saludarme, le contesté con cierto nerviosismo, quise preguntarle si tal vez sabía algo de Patty.
Tarde o temprano sabría de ella. Su familia me diría algo, encontraría alguna pista en el chat o en las redes sociales. A fin de cuentas, nadie podía desaparecer de tu vida por completo. Patty sólo se había marchado, pero su recuerdo permanecía en la casa, en la nostalgia que empezaba a embargarme, en la idea aterradora de lo que sería mi vida sin ella. Estaba harta de navegar sin rumbo fijo, de vivir con un fantasma, con un tipo absurdo e inconforme que, como todo prometido, vivía en un ocaso perenne e imposible.
Respiré un poco del aire vespertino y regresé a casa. Decidí empezar limpiando el cuarto, dejando que el aire de la tarde lo renueve. Sólo entonces podría empezar a llorar por ella.
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Literatura
Restos del ‘Tío Factos’, uno de los fundadores del Movimiento Kloaka, han ido a parar a una fosa común
Rodolfo Ybarra, poeta y amigo cercano de Guillermo Gutiérrez, afirmó para Lima Gris que restos del escritor no pudieron tener una cristiana sepultura.

Published
20 horas agoon
25/04/2025
Durante los últimos años de su vida Guillermo Gutiérrez fue conocido gracias a las redes sociales como el ‘Tío Factos’, aquel viejito áspero y crítico de la realidad social y cultural del país en el programa de Youtube ‘La RoRo Network’, espacio donde supo conectar muy bien con las nuevas generaciones.
Sin embargo, Gutiérrez Lymha, era un digno representante de la contracultura peruana, considerado como uno de los fundadores del Movimiento Kloaka, aquel colectivo poético surgido en la década de los ochenta donde también estuvieran los vates Roger Santiváñez y Mariela Dreyfus, entre otros.
El pasado 5 de abril lamentablemente falleció y hasta anoche sus restos mortales permanecían en la Morgue Central de Lima. Lima Gris se comunicó con el poeta Rodolfo Ybarra, uno de sus amigos más cercanos del recordado ‘Tío Factos’, indicándonos que lamentablemente no se pudo completar el trámite legal para retirar su cuerpo debido a que una tía política del difunto no contaba con su partida de nacimiento digitalizada. Ybarra nos contó que sus amigos desde hace más de cuatro décadas intentaron desde el primer día reclamar el cuerpo de Gutiérrez, sin embargo, la aparición de ese familiar terminó truncando todos los trámites avanzados.
“Te cuento que su cuerpo ya fue arrojado a una fosa común”, se lamentó su amigo Ybarra, quien añadió que el ex integrante del Movimiento Kloaka habría fallecido de asfixia dentro de su domicilio.
“Vivía en Villa El Salvador. Él era una persona muy solitaria; el año pasado había fallecido su mamá y sufría de depresión”, añadió. El también escritor también recordó que la última vez que lo vio fue en el mes de febrero en una feria de libros cerca al Congreso de la República.

El dato:
Guillermo Gutiérrez logró imprimir tres poemarios: ‘Ulkadi’ (1987), ‘La muerte de Raúl Romero’ (2007), y finalmente ‘Infierno Iluminado’ (2022).
Literatura
Petroperú presentará libros ganadores del Premio Copé 2023
Como parte de su compromiso con el fomento de la literatura peruana, Petroperú presentará cinco nuevas publicaciones en la Casa de la Literatura Peruana.

Published
1 semana agoon
16/04/2025
Las obras premiadas en la XXI Bienal de Poesía y la IX Bienal de Novela del Premio Copé 2023 serán publicadas bajo el sello Ediciones Copé. Los títulos incluyen La memoria hila de Elma Murrugarra (Copé Oro en Poesía), Río dormido sobre escombros de memoria de Alejandro Mautino Guillén (Copé Plata en Poesía), Entre los límites de una vela de Alex Ramos Arancibia (Copé Bronce en Poesía), una antología de poemas finalistas y mencionados honoríficamente, así como la novela Los espectros de Christian Elguera (Copé Oro en Novela). Durante la presentación, los autores leerán fragmentos de sus obras, que serán analizados por los críticos Ricardo González Vigil y Luis Fernando Chueca.
El jurado de la Bienal destacó la variedad temática y la calidad expresiva de los libros seleccionados. La memoria hila fue elogiada por su estilo sutil y su fusión entre prosa y verso al abordar aspectos de la cultura peruana. Río dormido sobre escombros de memoria sobresale por su enfoque técnico y estilístico, estableciendo un diálogo entre la tradición y la modernidad. Entre los límites de una vela ofrece una mirada introspectiva sobre la existencia en el mundo actual. Por otro lado, Los espectros, de Christian Elguera, reconstruye episodios clave del siglo XX a partir de la figura de Eudocio Ravines, explorando los mecanismos del poder político con gran destreza narrativa.
Los libros están disponibles de forma gratuita en la Biblioteca Virtual de Petroperú (https://cultura.petroperu.com.pe/servicios/biblioteca-virtual/) y serán distribuidos en todo el país como parte del programa de apoyo a bibliotecas que promueve la empresa.
El Premio Copé, instaurado por Petroperú en 1979, es considerado el galardón literario más importante del país, consolidándose como un pilar en el impulso y difusión de la literatura nacional. Con esta iniciativa, la empresa renueva su compromiso con la cultura y la creación literaria en el Perú.
El evento se realizará el jueves 24 de abril a las 7:00 p. m., con ingreso libre.
Literatura
«Un cadáver sobre la ciudad», por Ricardo Piglia
Un texto del libro Formas breves, del escritor y crítico literario argentino.

Published
3 meses agoon
23/01/2025
Una tarde Juan C. Martini Real me mostró una serie de fotos del velorio de Roberto Arlt. La más impresionante era una toma del féretro colgado en el aire con sogas y suspendido sobre la ciudad. Habían armado el ataúd en su pieza, pero tuvieron que sacarlo por la ventana con aparejos y poleas porque Arlt era demasiado grande para pasar por el pasillo.
Ese féretro suspendido sobre Buenos Aires es una buena imagen del lugar de Arlt en la literatura argentina. Murió a los cuarenta y dos años y siempre será joven y siempre estaremos sacando su cadáver por la ventana. El mayor riesgo que corre hoy su obra es el de la canonización. Hasta ahora su estilo lo ha salvado de ir a parar al museo: es difícil neutralizar esa escritura, se opone frontalmente a la norma de hipercorrección que define el estilo medio de nuestra literatura.
Hay un extraño desvío en el lenguaje de Arlt, una relación de distancia y de extrañeza con la lengua materna, que es siempre la marca de un gran escritor. En este sentido nadie es menos argentino que Arlt (nadie más contrario a la «tradición argentina»): el que escribe es un extranjero, un recién llegado que se orienta con dificultad en el vértigo de una ciudad desconocida. Paradójicamente, la realidad se ha ido acercando cada vez más a la visión «excéntrica» de Roberto Arlt. Su obra puede leerse como una profecía: más que reflejar la realidad, sus libros han terminado por cifrar su forma futura.
Los relatos de Arlt (y en especial los extraordinarios cuentos africanos, que son uno de los puntos más altos de nuestra literatura) confirman que Arlt buscó siempre la narración en las formas duras del melodrama y en los usos populares de la cultura (los libros de divulgación científica, los manuales de sexología, las interpretaciones esotéricas de la Biblia, los relatos de viajes a países exóticos, las viejas tradiciones narrativas orientales, los casos de la crónica policial). La fascinación del relato pasa por el cine de Hollywood y el periodismo sensacionalista. La cultura de masas se apropia de los acontecimientos y los somete a la lógica del estereotipo y del escándalo. Arlt convierte ese espectáculo en la materia de sus textos. Sus relatos captan el núcleo paranoico del mundo moderno: el impacto de las ficciones públicas, la manipulación de la creencia, la invención de los hechos, la fragmentación del sentido, la lógica del complot.
Arlt es el más contemporáneo de nuestros escritores. Su cadáver sigue sobre la ciudad. La poleas y las cuerdas que lo sostienen forman parte de las máquinas y de las extrañas invenciones que mueven su ficción hacia el porvenir.
Literatura
«La abeja haragana» de Horacio Quiroga
Un cuento del escritor uruguayo publicado en su libro «Cuentos de la selva».

Published
3 meses agoon
22/01/2025
Había una vez en una colmena una abeja que no quería trabajar, es decir, recorría los árboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en vez de conservarlo para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.
Era, pues, una abeja haragana. Todas las mañanas apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la colmena, veía que hacía buen tiempo, se peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba entonces a volar, muy contenta del lindo día. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena, volvía a salir, y así se lo pasaba todo el día mientras las otras abejas se mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el alimento de las abejas recién nacidas.
Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el proceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas que están de guardia para cuidar que no entren bichos en la colmena. Estas abejas suelen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida y tienen el lomo pelado porque han perdido todos los pelos al rozar contra la puerta de la colmena.
Un día, pues, detuvieron a la abeja haragana cuando iba a entrar, diciéndole:
—Compañera: es necesario que trabajes, porque todas las abejas debemos trabajar.
La abejita contestó:
—Yo ando todo el día volando, y me canso mucho.
—No es cuestión de que te canses mucho —respondieron—, sino de que trabajes un poco. Es la primera advertencia que te hacemos.
Y diciendo así la dejaron pasar.
Pero la abeja haragana no se corregía. De modo que a la tarde siguiente las abejas que estaban de guardia le dijeron:
—Hay que trabajar, hermana.
Y ella respondió en seguida:
—¡Uno de estos días lo voy a hacer!
—No es cuestión de que lo hagas uno de estos días —le respondieron—, sino mañana mismo. Acuérdate de esto. Y la dejaron pasar.
Al anochecer siguiente se repitió la misma cosa. Antes de que le dijeran nada, la abejita exclamó:
—¡Si, sí, hermanas! ¡Ya me acuerdo de lo que he prometido!
—No es cuestión de que te acuerdes de lo prometido —le respondieron—, sino de que trabajes. Hoy es diecinueve de abril. Pues bien: trata de que mañana veinte, hayas traído una gota siquiera de miel. Y ahora, pasa.
Y diciendo esto, se apartaron para dejarla entrar.
Pero el veinte de abril pasó en vano como todos los demás. Con la diferencia de que al caer el sol el tiempo se descompuso y comenzó a soplar un viento frío.
La abejita haragana voló apresurada hacia su colmena, pensando en lo calentito que estaría allá adentro. Pero cuando quiso entrar, las abejas que estaban de guardia se lo impidieron.
—¡No se entra! —le dijeron fríamente.
—¡Yo quiero entrar! —clamó la abejita—. Esta es mi colmena.
—Esta es la colmena de unas pobres abejas trabajadoras le contestaron las otras—. No hay entrada para las haraganas.
—¡Mañana sin falta voy a trabajar! —insistió la abejita.
—No hay mañana para las que no trabajan— respondieron las abejas, que saben mucha filosofía.
Y diciendo esto la empujaron afuera.
La abejita, sin saber qué hacer, voló un rato aún; pero ya la noche caía y se veía apenas. Quiso cogerse de una hoja, y cayó al suelo. Tenía el cuerpo entumecido por el aire frío, y no podía volar más.
Arrastrándose entonces por el suelo, trepando y bajando de los palitos y piedritas, que le parecían montañas, llegó a la puerta de la colmena, al tiempo que comenzaban a caer frías gotas de lluvia.
—¡Ay, mi Dios! —clamó la desamparada—. Va a llover, y me voy a morir de frío. Y tentó entrar en la colmena.
Pero de nuevo le cerraron el paso.
—¡Perdón! —gimió la abeja—. ¡Déjenme entrar!
—Ya es tarde —le respondieron.
—¡Por favor, hermanas! ¡Tengo sueño!
—Es más tarde aún.
—¡Compañeras, por piedad! ¡Tengo frío!
—Imposible.
—¡Por última vez! ¡Me voy a morir! Entonces le dijeron:
—No, no morirás. Aprenderás en una sola noche lo que es el descanso ganado con el trabajo. Vete.
Y la echaron.
Entonces, temblando de frío, con las alas mojadas y tropezando, la abeja se arrastró, se arrastró hasta que de pronto rodó por un agujero; cayó rodando, mejor dicho, al fondo de una caverna.
Creyó que no iba a concluir nunca de bajar. Al fin llegó al fondo, y se halló bruscamente ante una víbora, una culebra verde de lomo color ladrillo, que la miraba enroscada y presta a lanzarse sobre ella.
En verdad, aquella caverna era el hueco de un árbol que habían trasplantado hacía tiempo, y que la culebra había elegido de guarida.
Las culebras comen abejas, que les gustan mucho. Por eso la abejita, al encontrarse ante su enemiga, murmuró cerrando los ojos:
—¡Adiós mi vida! Esta es la última hora que yo veo la luz.
Pero con gran sorpresa suya, la culebra no solamente no la devoró, sino que le dijo: —¿qué tal, abejita? No has de ser muy trabajadora para estar aquí a estas horas.
—Es cierto —murmuró la abeja—. No trabajo, y yo tengo la culpa.
—Siendo así —agregó la culebra, burlona—, voy a quitar del mundo a un mal bicho como tú. Te voy a comer, abeja.
La abeja, temblando, exclamo entonces: —¡No es justo eso, no es justo! No es justo que usted me coma porque es más fuerte que yo. Los hombres saben lo que es justicia.
—¡Ah, ah! —exclamó la culebra, enroscándose ligero —. ¿Tú crees que los hombres que les quitan la miel a ustedes son más justos, grandísima tonta?
—No, no es por eso por lo que nos quitan la miel —respondió la abeja.
—¿Y por qué, entonces?
—Porque son más inteligentes.
Así dijo la abejita. Pero la culebra se echó a reír, exclamando:
—¡Bueno! Con justicia o sin ella, te voy a comer, apróntate.
Y se echó atrás, para lanzarse sobre la abeja. Pero ésta exclamó:
—Usted hace eso porque es menos inteligente que yo.
—¿Yo menos inteligente que tú, mocosa? —se rió la culebra.
—Así es —afirmó la abeja.
—Pues bien —dijo la culebra—, vamos a verlo. Vamos a hacer dos pruebas. La que haga la prueba más rara, ésa gana. Si gano yo, te como.
—¿Y si gano yo? —preguntó la abejita.
—Si ganas tú —repuso su enemiga—, tienes el derecho de pasar la noche aquí, hasta que sea de día. ¿Te conviene?
—Aceptado —contestó la abeja.
La culebra se echó a reír de nuevo, porque se le había ocurrido una cosa que jamás podría hacer una abeja. Y he aquí lo que hizo:
Salió un instante afuera, tan velozmente que la abeja no tuvo tiempo de nada. Y volvió trayendo una cápsula de semillas de eucalipto, de un eucalipto que estaba al lado de la colmena y que le daba sombra.
Los muchachos hacen bailar como trompos esas cápsulas, y les llaman trompitos de eucalipto.
—Esto es lo que voy a hacer —dijo la culebra—. ¡Fíjate bien, atención!
Y arrollando vivamente la cola alrededor del trompito como un piolín la desenvolvió a toda velocidad, con tanta rapidez que el trompito quedó bailando y zumbando como un loco.
La culebra se reía, y con mucha razón, porque jamás una abeja ha hecho ni podrá hacer bailar a un trompito. Pero cuando el trompito, que se había quedado dormido zumbando, como les pasa a los trompos de naranjo, cayó por fin al suelo, la abeja dijo:
—Esa prueba es muy linda, y yo nunca podré hacer eso.
—Entonces, te como —exclamó la culebra.
—¡Un momento! Yo no puedo hacer eso: pero hago una cosa que nadie hace.
—¿Qué es eso?
—Desaparecer.
—¿Cómo? —exclamó la culebra, dando un salto de sorpresa—. ¿Desaparecer sin salir de aquí?
—Sin salir de aquí.
—¿Y sin esconderte en la tierra?
—Sin esconderme en la tierra.
—Pues bien, ¡hazlo! Y si no lo haces, te como en seguida — dijo la culebra.
El caso es que mientras el trompito bailaba, la abeja había tenido tiempo de examinar la caverna y había visto una plantita que crecía allí. Era un arbustillo, casi un yuyito, con grandes hojas del tamaño de una moneda de dos centavos.
La abeja se arrimó a la plantita, teniendo cuidado de no tocarla, y dijo así:
—Ahora me toca a mí, señora culebra. Me va a hacer el favor de darse vuelta, y contar hasta tres. Cuando diga «tres», búsqueme por todas partes, ¡ya no estaré más!
Y así pasó, en efecto. La culebra dijo rápidamente:» uno…, dos…, tres», y se volvió y abrió la boca cuan grande era, de sorpresa: allí no había nadie. Miró arriba, abajo, a todos lados, recorrió los rincones, la plantita, tanteó todo con la lengua. Inútil: la abeja había desaparecido.
La culebra comprendió entonces que, si su prueba del trompito era muy buena, la prueba de la abeja era simplemente extraordinaria. ¿Qué se había hecho?, ¿dónde estaba?
No había modo de hallarla.
—¡Bueno! —exclamó por fin—. Me doy por vencida. ¿Dónde estás?
Una voz que apenas se oía —la voz de la abejita— salió del medio de la cueva.
—¿No me vas a hacer nada? —dijo la voz—. ¿Puedo contar con tu juramento?
—Sí —respondió la culebra—. Te lo juro. ¿Dónde estás?
—Aquí —respondió la abejita, apareciendo súbitamente de entre una hoja cerrada de la plantita.
¿Qué había pasado? Una cosa muy sencilla: la plantita en cuestión era una sensitiva, muy común también aquí en Buenos Aires, y que tiene la particularidad de que sus hojas se cierran al menor contacto. Solamente que esta aventura pasaba en Misiones, donde la vegetación es muy rica, y por lo tanto muy grandes las hojas de las sensitivas. De aquí que, al contacto de la abeja, las hojas se cerraran, ocultando completamente al insecto.
La inteligencia de la culebra no había alcanzado nunca a darse cuenta de este fenómeno; pero la abeja lo había observado, y se aprovechaba de él para salvar su vida.
La culebra no dijo nada, pero quedó muy irritada con su derrota, tanto que la abeja pasó toda la noche recordando a su enemiga la promesa que había hecho de respetarla.
Fue una noche larga, interminable, que las dos pasaron arrimadas contra la pared más alta de la caverna, porque la tormenta se había desencadenado, y el agua entraba como un río adentro.
Hacía mucho frío, además, y adentro reinaba la oscuridad más completa. De cuando en cuando la culebra sentía impulsos de lanzarse sobre la abeja, y ésta creía entonces llegado el término de su vida.
Nunca, jamás, creyó la abejita que una noche podría ser tan fría, tan larga, tan horrible. Recordaba su vida anterior, durmiendo noche tras noche en la colmena, bien calentita, y lloraba entonces en silencio.
Cuando llegó el día, y salió el sol, porque el tiempo se había compuesto, la abejita voló y lloró otra vez en silencio ante la puerta de la colmena hecha por el esfuerzo de la familia. Las abejas de guardia la dejaron pasar sin decirle nada, porque comprendieron que la que volvía no era la paseandera haragana, sino una abeja que había hecho en sólo una noche un duro aprendizaje de la vida.
Así fue, en efecto. En adelante, ninguna como ella recogió tanto polen ni fabricó tanta miel. Y cuando el otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo aún tiempo de dar una última lección antes de morir a las jóvenes abejas que la rodeaban:
—No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo quien nos hace tan fuertes. Yo usé una sola vez de mi inteligencia, y fue para salvar mi vida. No habría necesitado de ese esfuerzo, sí hubiera trabajado como todas. Me he cansado tanto volando de aquí para allá, como trabajando. Lo que me faltaba era la noción del deber, que adquirí aquella noche. Trabajen, compañeras, pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos —la felicidad de todos— es muy superior a la fatiga de cada uno. A esto los hombres llaman ideal, y tienen razón. No hay otra filosofía en la vida de un hombre y de una abeja.

Por Alexander Derek Benites Negrete
Diario 1:
14/10/2058
¡Por fin! Después de años de investigación lo hemos logrado. ¡Creamos la máquina del tiempo! Nos hemos unido las mentes maestras del mundo Matías, Cristel y quien escribe esto, Alexander. Unos villanos, Pepe y Guillermo, también lo lograron, pero ellos han alterado el pasado. Tenemos tiempo limitado para arreglarlo o se alterará el presente. Todo esto estará en 3 diarios: el número uno está a mi cargo, el dos a cargo de Cristel y el tercero a cargo de Matías.
(Viajan en el tiempo)
16/09/1070
Primera parada, estamos aproximadamente por el año 1100 d.c. con los hermanos Ayar; en esta línea temporal, han alterado el canon al convencer a Ayar Manco, Ayar Uchu y Ayar Auca de no encerrar a Ayar Cachi; pero como no sabemos quechua no nos podemos comunicar con ellos.
17/09/1070
Nos quedamos el primer día practicando en duolingo, así que hoy Matías irá a convencerlos de encerrarlo, ya que es peligroso, mientras Cristel y yo nos quedamos protegiendo nuestra pequeña cabaña de madera, que se encuentra en un lugar montañoso, rocoso y con mucho sol, además de que tiene mucha vegetación.
(30 minutos después)
¡Matías ya volvió! Logró convencerlos, ya salvamos una de las líneas temporales, pero Pepe y Guillermo han alterado más……
11/08/1482
¡Hola!, este es el diario dos, soy Cristel y estoy a cargo de este diario, ahora hemos viajado a la época dorada del imperio incaico. En esta línea temporal han destruido los tambos, los cuales tenían muchas reservas de comida y, para rematar, también destruyeron los andenes y las qochas, dejando este imperio en cenizas. Ahora todo se ve gris, el suelo ya no es fértil, etc. Para ayudarlos iremos todos a apoyarlo a reconstruir; si lo hacemos bien, arreglaremos todo en menos de un año, tendremos que viajar por el Antisuyo, Collasuyo, Contisuyo y Chinchaysuyo.
(9 Meses y medio después)
¡Ya acabamos! Fue más fácil al ya saber quechua. Para no alterar el futuro, les dijimos que no nos den reconocimiento alguno; la misión fue un éxito y una delicia, ya que durante nuestra estancia comimos muchos alimentos, algunos de esos alimentos son la papa, el camote, la yuca, el chuño, el maíz, el cuy, la quinua, el pescado, la lúcuma, etc. Ahora sólo nos quedan dos líneas temporales más por salvar.
10/10/1524
En esta línea temporal, el trio de la conquista, conformado por Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Hernando de Luque, fue convencido de no zarpar por ser muy peligroso. El plan será que Alexander los haga cambiar de opinión, ya que en la vida los riesgos son necesarios.
(30 Minutos después)
¡Funcionó!, Alexander ya volvió y logró convencerlos de partir, la misión fue un éxito. Vamos por la última línea temporal.
08/04/1533
Ya llegamos a la última línea temporal. Estamos en la batalla de los españoles contra los incas, pero antes de que pudiéramos reaccionar encontramos a Pepe. Con un ataque sorpresa, lo lograríamos atrapar. Él me comentó que por más que nos esforcemos no lograríamos cambiar nada porque tenían planes para neutralizar tres de las principales causas de la caída del Tahuantinsuyo, así que tuvimos una reunión de emergencia. Matías comentó que deberíamos dividirnos y lograr que no se ejecutaran los planes. Alexander y yo asentimos con la cabeza. Justo antes de que nos fuéramos comenté: “¡Esperen!, mejor dejemos a Pepe con un aldeano para evitar que escape”.
“Cierto”, dijo Alexander. Así fuimos rápido a dejarlo; luego, nos dividimos de esta manera: Matías se encargará de efectuar la captura de Atahualpa, yo de hacer que los pueblos se unan al imperio español y Alexander de evitar que el chasqui le lleve la información de la cura de las enfermedades al Amauta. El primero en completar su misión fue Matías, ya que le comentó a Francisco Pizarro el plan principal y los planes alternativos de tal forma que ganó mucha confianza y aceptó.
Yo fui la segunda, porque les hice acordar a los pueblos todo lo que sufrieron cuando los conquistaron, y todos nos reunimos para la misión de Alexander, ya que no teníamos forma de saber dónde se encontraba el chasqui o la casa del Amauta. Al final, llegamos después del Amauta y cuando creímos que habíamos fallado, nos dimos cuenta que a Guillermo se le había olvidado traducir todo al idioma quechua, entonces rápidamente nos llevamos las hojas y las rompimos. Misión Completada, además las consecuencias de la caída de este imperio fueron la expansión del castellano y la religión católica, también hay cambios en la gastronomía y finalmente la pérdida de oro y plata.
¡Hi!, el que escribe esto es Matías, el cual está a cargo de este diario. Por fin volvimos a nuestro presente, sólo que nueve meses, dos semanas y tres días después, que es el tiempo que estuvimos en las líneas temporales. Nuestro presente está un poco cambiado, ya que nos demoramos mucho, ahora sólo toca esperar que todo vuelva a la normalidad. Alexander preguntó mientras tanto: “¿Por qué no vemos cómo cambió nuestro presente?”.
“Claro”, respondí. Así que fuimos a ver como cambió, primero observamos que al no zarpar los tres socios de la conquista, no trajeron alimentos esenciales como la lechuga, la uva, la lima (limón), el arroz, el trigo, el ajo, la cebolla, la carne de pollo y de vaca; luego, observamos que si el imperio incaico hubiera caído antes de la conquista por parte de los españoles, no llegarían a conquistar tanto, por lo cual no se juntarían con tantos pueblos, por lo que no tendríamos tan buena gastronomía, ya que este fue de los primeros sincretismos culturales del Perú. Cuando terminamos la caminata, Alexander dijo: “Bueno, finalmente lo logramos sólo queda esperar”.
“Sí”, dijimos Cristel y yo; de repente, Cristel dijo: “¡Esperen!, ¿Qué nos asegura que Guillermo no haya llevado cosas del presente para salvar a Pepe?” Hubo un silencio por unos dos segundos, hasta que comenté: “si ya lo han hecho tenemos que estar preparados, usaremos las botas voladoras y un gancho triple para cada uno, esto todavía no se ha acabado…” (CONTINUARÁ)
(*) Es el autor, nacido el 20 de abril del 2014. No envió su cuento inédito hasta el día de hoy, y espera que sea del agrado de todos.
Literatura
Comenzó la Ruta Lectora en SJL: Biblioteca sobre ruedas de la «Ruriteca Móvil»
Nuevo espacio literario en SJL

Published
5 meses agoon
30/11/2024
Con el objetivo de democratizar el acceso al libro y la lectura a la comunidad , la Municipalidad de San Juan de Lurigancho, a través de la Biblioteca Municipal Ciro Alegría inicia el recorrido de su servicio de extensión de biblioteca rodante.
RURITECA MÓVIL recorrerá parques, colegios, losas, barrios llevando lectura, talleres, juegos, para miles de escolares y familias, complementando los servicios culturales que habitualmente ofrece la biblioteca municipal ahora en todas partes del distrito.
La RURITECA MÓVIL, es una iniciativa del Alcalde Jesús Maldonado que surge como una respuesta a la necesidad de fomentar la lectura y la educación en zonas donde hay dificultad a acceso a servicios culturales.
Conoce la ruta lectora de la RURITECA MÓVIL:
📚Viernes 29 noviembre
I.E. Antenor Orrego (Zárate)
8:00 am – 5:00 pm
📚Lunes 02 diciembre
I.E. Micaela Bastidas (Motupe)
9:00 am – 4:00 pm
📚Miércoles 04 diciembre
I.E. Antonia Moreno de Cáceres (Mariscal Cáceres)
9:00 am a 4:00 pm
📚Viernes 6 de diciembre
I.E. 052 José Carlos Mariátegui
(Av. Ampliación Oeste s/n)
10:00 am a 1:00 pm
Turno Mañana primaria
📚Miércoles 11 diciembre
I.E. Gotitas de Amor
(Av. Héroes del Cenepa)
9:00 am – 4:00 pm
📚Jueves 12 diciembre
I.E. San José Obrero
(Mariscal Cáceres)
9:00 am – 4:00 pm
📚Domingo 15 de diciembre
Festival de Mangomarca
Parque Cívico Mangomarca
8:00 am a 9:00 pm
📚Martes 17 de diciembre
I.E. 128 La Libertad
(Urb. Inca Manco Capac)
2:00 pm a 5:00 pm
Turno tarde secundaria
Literatura
Padre e Hija Escritores Peruanos Reciben Distinciones Internacionales

Published
6 meses agoon
29/10/2024
En un emotivo evento celebrado en el Hotel Crowne Plaza de Miraflores, el periodista y escritor peruano Richard Morris Riofrio fue reconocido con dos distinciones internacionales por su novela histórica de ficción, “Rosalba de Altagracia”. La Lic. Issa Arguetas tuvo el honor de entregar estos prestigiosos reconocimientos, uno otorgado por la Real Academia de Arte y Literatura, Filial de los Estados Unidos de América, y el otro por el Consejo Mundial de la Paz, en el marco de su participación en el 1er Congreso Mundial de la Paz y las Artes celebrado en Michoacán, México, en 2024.
Richard Morris, quien también es Mensajero para la Paz de la ONU, se encuentra en el proceso de lanzamiento de su nueva novela de autoficción, “La Noticia Inversa”, un proyecto que promete generar un gran impacto en la comunidad literaria. Su compromiso con la paz y la promoción del arte continúa marcando su carrera como escritor.
Por su parte, su hija, Kiara Morris Rodríguez, a sus 13 años, ya es una figura destacada en el ámbito literario. Actualmente, es embajadora cultural del Bicentenario y recibió la Distinción Internacional Infantil Líder de Paz en Ecuador, otorgada por su contribución a la paz y la cultura. Su obra “Érase una vez en Moore” ha sido adaptada al teatro, lo que subraya su talento y su capacidad para conectar con diferentes públicos a través de las artes.
Ambos escritores representan un claro ejemplo del potencial creativo peruano, mostrando que la literatura puede ser un vehículo poderoso para la paz y la cultura. Richard y Kiara se han comprometido a seguir promoviendo el arte y la literatura, con la esperanza de inspirar a las futuras generaciones.
Literatura
Hijo de Mario Vargas Llosa afirma que su padre está bien de salud
Tras la cancelación del viaje de MVLL a Madrid para recibir un homenaje, y luego de filtrarse información que indicaba que su estado de salud se encuentra en un nivel muy delicado, su hijo Álvaro ha salido a responder que el Nobel ha tenido que reducir sus actividades debido a su avanzada edad.

Published
6 meses agoon
18/10/2024
El escritor Mario Vargas Llosa no asistió a la gala de la ‘Catedra Vargas Llosa’ en San Lorenzo de El Escorial en Madrid, en la cual iba a ser homenajeado y se quedó en Lima tras cancelar su viaje. En tanto, en su representación asistió su hijo Álvaro Vargas Llosa, quien aprovechó para afirmar que su padre, se encuentra bien. A pesar que su familia desde hace algunos meses se ha resistido a comentar sobre su real estado de salud.
«Mi padre tiene casi 89 años, está en el umbral de los 90 años, es una edad a la que uno tiene que reducir un poco la intensidad de sus actividades y él lo ha hecho», afirmó el hijo del Nobel de Literatura en un acto público.

Álvaro, además mencionó que la familia está “muy unida” y que su madre Patricia, “está muy pendiente de su padre”, y que “probablemente estará en Perú hasta fin de año” y que no puede dar una fecha exacta para su próximo viaje.

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