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Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

CUENTO: CAIN

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Después de asearme rápidamente y echarme un poco de perfume, me senté en la estrecha silla que estaba al pie de la cama y me puse a ojear una revista. La habitación se mantenía en silencio mientras que en el corredor empezaban a sentirse los primeros pasos de las enfermeras y doctores relevando al personal que se había quedado de guardia.

Mi padre había cumplido una semana de internamiento. Hacía unos días que el médico había decidido mantenerlo sedado para ahorrarle los dolores de su enfermedad. Sus ojos estaban cerrados con fuerza, dándole a su rostro una expresión compungida y triste. Por momentos, de forma inconsciente, cruzaba las manos sobre su pecho, pero yo me encargaba de separárselas. No quería que resultara una invocación para un final adelantado. No quería que mi padre muriera. Sabía que las cosas serían muy duras tras su partida.

Noté que su respiración se intensificaba. Quise llamar a una enfermera, pero si algo me había quedado en claro con el paso de los días, era que nadie iba a hacer nada más por mi padre; sólo estaban esperando que su tiempo se cumpliera, luego despejarían la habitación para darle espacio a la agonía de alguien más. Lamenté no haber hecho algo mejor con mi vida como para poder pagar una clínica y ayudarlo a irse dignamente de este mundo. Tomé una de sus manos. Tenía la piel áspera y las uñas endurecidas. La vieja cicatriz en la palma de su mano se había amoratado. No quedaba mucho de él sobre esa cama maltrecha y oxidada.

Unos golpes en la puerta me alertaron. Magda estaba parada en el umbral, me preguntó si podía entrar. “Pasa”, le dije.

Traía una bolsa con jugo de naranja, mermelada y unos panecillos.

-No tengo hambre, Magda. Gracias, pero no debiste molestarte.

Magda no me hizo caso y siguió sirviendo la comida como si nada. Dejé la revista de lado y di unos pasos hacía ella para repetir lo que había dicho. Magda levantó la mano con los dedos extendidos:

-Tu hermano va a venir hoy. Lo confirmé con tu familia. Ha pedido un par de días de permiso en el trabajo.

-Está bien –respondí-. Tiene derecho a ver a su padre.

-Tú sabes bien a qué viene –dijo Magda-. No deberías estar aquí para cuando él aparezca.

Miré a mi padre. Agradecí que estuviera sedado. Ya había tenido suficiente en sus últimos años de vida. Era mejor que ya no tuviera conciencia de nada.

-Es mejor resolverlo de una vez por todas –insistí-. Será peor después.

-Allá tú –dijo Magda, encogiéndose de hombros-. Estaré cerca por si vuelven a trenzarse. Esa ha sido la única forma de diálogo que he visto en ustedes desde que empezaron los problemas.

Magda no exageraba, pero yo quería desestimar sus palabras para no preocuparla. La última vez que mi hermano y yo habíamos intentado conversar, las cosas terminaron saliéndose de control. Luego de un tiroteo de agravios y denigraciones, mi hermano, ebrio, terminó por prenderle fuego a mi biblioteca, mientras yo me recuperaba de dos certeros golpes que me habían dejado casi inconsciente y congestionado de sangre. No tuve tiempo de reaccionar. Mi hermano se acercó por detrás y empezó a estrangularme con una llave certera. La muerte me iba envolviendo de a pocos, inyectándose en mi cuerpo como una sustancia oscura y viscosa que empezaba a anular mi voluntad. Intenté sacudirme, girar, gritar, apelar a su razón, pero de los labios de mi hermano brotaba una consigna abominable y resoluta: “Muérete. Muérete, mierda”.

El aire en mis pulmones se agotaba. Recuerdo que lo último que pensé fue en un triste final, no sólo para mi vida: mi hermano terminaría pagando sus culpas en una celda, mi padre se moriría de la pena al enterarse de la tragedia no sin antes gastar hasta el último aliento por encontrar el momento en el que su familia se hizo pedazos. Sin embargo, dos vecinos lograron tumbar la puerta de mi casa alertados por el olor a humo y los gritos previos. Con mucha dificultad consiguieron liberarme y contener la ira de mi hermano. Desperté en el parque frente a mi casa, entre el ruido del camión de bomberos y el abaniqueo incesante de una de mis vecinas. Magda llegó unos minutos después, con las mejillas heladas por tantas lágrimas vertidas. Todos mis libros se habían perdido. Era una colección valiosa, lo último que me quedaba como garantía para una vida medianamente respetable. “Deberías denunciarlo”, me dijo Magda, mientras miraba las contusiones en mi cuello y la sangre coagulada en mi nariz. “Deberías denunciar a esa bestia”.

Cuando los serenos y los bomberos se acercaron para indagar, mentí diciéndoles que el incendio se había originado por un descuido de mi parte. Las caras de desconcierto eran predecibles. Cuando pregunté por mi hermano, nadie supo darme razón. Los dos tipos que lo contuvieron me dijeron que se había escapado.

-Sírveme un poco de jugo –le pedí a Magda, mientras miraba el corredor del hospital a la espera de la visita médica. Magda tomó dos vasos descartables de la pila que estaba en una mesita pegada a la pared y sirvió el jugo.

-Vámonos de aquí, por favor. Tu padre no se merece esto –insistió Magda.

Por un momento pensé en hacerle caso, pero no me parecía justo vivir presa del miedo a pesar de aquella última experiencia. Yo no era de los tipos que gustaban de huir de los problemas. No era un cobarde. Mi hermano podía venir y quedarse el tiempo que le diera la gana, y yo había resuelto quedarme en esa habitación, sin inmutarme y sin decir palabra alguna.

Un practicante de medicina entró acompañado de una enfermera. Yo había aprendido a reconocer a los practicantes por esa combinación de juventud y miedo en sus rostros. No era fácil lidiar con el dolor ajeno las primeras veces, y ese conflicto se revelaba en las caras de esos muchachos. La enfermera era una tipa obesa, con rostro de hastío y ansias de una vida mejor lejos de tanto olor a desinfectante y muerte, a pesar de saber que pasaría el resto de su vida metida en ese hospital. Saludaron apenas con un discreto movimiento de cabeza. Magda me alcanzó el vaso de jugo y se sentó a tomar el suyo. El practicante tomó la historia de mi padre, colgada al pie de la cama. Pasó las hojas con desinterés, dejándome la impresión de que apenas si leía una palabra. Luego se acercó, me dijo que todo estaba bien y que iban a mantenerlo así por un tiempo más. Esa fue la palabra, “un tiempo más”. La enfermera preparó una nueva dosis y se la inyectó a mi padre. El practicante salió apresurado de la habitación.

Cuando la enfermera se marchó, Magda vino a mí y me dio un abrazo. Acariciaba mi mejilla y besaba con paciencia mi hombro. “Ni siquiera cuento con un lugar donde poder velarlo”, le dije. Me soltó de inmediato. Su mente no había considerado siquiera la posibilidad de escuchar algo parecido.

-Tú sabes que no podrá reponerse de esto –insistí, no sin sentirme mucho más culpable.

-Voy por un café –dijo Magda, por toda respuesta. Sus ojos enlagunados parecían ser más sinceros conmigo.

La claridad de la mañana se filtró por las persianas. Decidí abrirlas para que mi padre recibiera un poco de luz. Desde el piso en el que estábamos se veían las grandes avenidas, los edificios del centro financiero, la gente, minúscula, transitando por la calle, cada una con un rumbo diferente, con una historia diferente. La vida era un acto individual al fin y al cabo, y todos empujaban el carro de su existencia siendo ajenos a los problemas de los demás. No era solamente nacer solo y morir solo. La vida en si misma era una soledad asolapada, que revelaba su peor rostro en los momentos más crueles.

Desde esa altura también podía divisar el velatorio del hospital. No me pareció mala idea usarlo. Eran pocos los amigos que habían visitado a mi padre desde que enfermó de gravedad. Ese pequeño espacio sería suficiente para todos ellos. No habría lugar para que la indiferencia mostrara su cara.

Claramente pude sentir que el espacio de la habitación disminuía. Supuse que Magda había conseguido su café y un poco más de paciencia para tolerar la frialdad de mis palabras, pero al voltear encontré a mi hermano a cierta distancia. Tenía las manos cruzadas delante de él, a la altura de la ingle. Pensé en alguna manera de saludarlo, pero el tiempo fue pasando y al final sólo quedó ese encuentro mudo. Me senté y cogí la revista, la abrí, tapando toda la visión que tenía de mi hermano y me quedé así, sin leerla, esperando que alguien entrara para paliar la incomodidad que empezaba a asentarse. Escuché un par de pasos de mi hermano en dirección a la cama de mi padre.

-¿Crees que se pondrá bien? –me preguntó. Su voz había perdido la hosquedad de otras ocasiones, y se le notaba más bien quebrada. Bajé la revista y lo hallé con los ojos enrojecidos.

-Lo mantienen así para evitarle el dolor. El daño en su organismo es severo. El médico dice que hay que esperar, pero si me lo preguntas, no creo que salga de esta.

Mi hermano pasó una mano sobre la frente de mi padre, acarició su cabello.

-¿Cómo sigue tu cuello? –me preguntó. Le dije que estaba mejor, que las contusiones habían desaparecido por completo y que ya podía moverme sin dificultad. Mi hermano asintió con su cabeza, levemente.

– En cuanto tenga algo de dinero prometo empezar a pagarte la biblioteca –añadió.

Yo sabía que era imposible que juntara dinero para pagarme y que, de hacerlo,habría libros cuyas primeras ediciones no encontraría jamás.

-Déjalo –respondí-. Ya habrá oportunidad de resolver eso.

Me acerqué al pie de la cama y puse ambas manos sobre el frío barandal. Los pies de mi padre estaban ahí, cubiertos por una manta deshilvanada. Mi hermano carraspeó, pareció buscar las palabras correctas dentro de sus posibilidades:

-Oye, creo que lo mejor es que no nos volvamos a ver.

En el pasadizo se podía oír que perifoneaban el nombre de un doctor con insistencia.

-Estoy de acuerdo –le dije.

-No quiero decir que piense como tú respecto a mi papá.

-No estoy diciendo eso. Es posible que mejore. Uno nunca sabe.

-A eso me refiero –dijo mi hermano, mientras cruzaba a mi lado rumbo a la mesita para servirse un poco de jugo. Me miró como pidiendo permiso. Extendí mi mano con cortesía.

Mi hermano bebió su jugo en silencio. Mientras lo hacía, miraba a mi padre con el semblante apesadumbrado y pasaba los tragos con dureza, como si hubiera mezclado el jugo con un desagradable licor. Yo lo observaba sin decir nada. No era más que un dibujo borroso del muchacho con el cuál compartí tantos buenos momentos. Dejó el vaso vacío sobre la mesa.

-¿Qué piensas hacer con la casa? –dijo, sin más.

-Pensé que había un rayo de optimismo en ti –le dije.

-Me corresponde la mitad –insistió.

-Sin duda –respondí-, descontando el valor de la biblioteca y ciertas reparaciones urgentes.

Mi hermano endureció el rostro, apretó los puños y se plantó frente a mí. Me miraba hacia abajo, desdeñoso, escrutando mi rostro.

-Lo de tus estúpidos libros lo podemos resolver luego–dijo-. Necesito el dinero.

Di unos pasos hacia el umbral, cruzando por su lado, tratando de mantener el aplomo mientras salía de la habitación. Sentí una extraña mezcla de rabia y lástima por él y aun así no pude contenerme:

-Entonces ya sabes cómo resolverlo, Caín.

Sentí la embestida. Mis pasos descontrolados me llevaron hasta la puerta. El cuerpo de Magda contuvo mi caída. Derramé los vasos de café que ella traía en ambas manos. La oí gritar, mientras mi hermano me levantaba del suelo y empujaba contra la pared. Esquivé un par de golpes y retrocedí hasta chocar con una vitrina, cuyos vidrios se deshicieron sobre mí. Logré evadirlo un par de veces más hasta que consiguió sujetarme y empezó a morderme una oreja. Magda se abalanzó sobre él mientras descargaba palabras feroces, ordenándole que me soltara. Sentí un hilillo de sangre caliente descendiendo por mi cuello. Empecé a mover mi rodilla en dirección a su ingle hasta que finalmente me soltó. Cuatro enfermeros aparecieron y se interpusieron entre nosotros. Otros más llegaron para sujetarnos. Nos llevaron al hall de espera.

Ya en hall, Magda apretaba un pañuelo teñido de rojo en mi oreja; su rostro desesperado me hizoconsiderar la gravedad del daño. La gente pasaba y nos miraba con espanto. Mi hermano estaba del otro lado del corredor, caminando de un lado para otro, mientras dos enfermeros lo cercaban para evitar que volviera a atacarme. La indignación se esparcía de boca en boca y era cuestión de minutos nuestro traslado a la comisaria. Nuestras miradas se cruzaban a ratos, eran como ráfagas de furia que surcaban el trecho que nos distanciaba. Magda lo había advertido, pero a fin de cuentas yo era tan necio y culpable como mi hermano; y, quién sabe, tal vez queríademostrarle que podía pelear de igual a igual, que no temía cruzarme con él, que ya no era más el menor, el relegado. Magda acariciaba mis cabellos, meneaba suavemente su cabeza de lado a lado. Mi prima apareció en el fondo del corredor con un ramo de rosas, pero detuvo el paso, contrariada por la escena.

No hubo tiempo más culpas. Una enfermera pasó corriendo hacia la recepción del pisoy empezó a llamar con urgencia al personal médico, dirigiéndolos a una habitación cuyo número me era de sobra conocido. Varios hombres y mujeres vestidos de blanco empezaron a correr hacía la habitación donde estaba mi padre. Entraban y salían con los rostros preocupados; tropezaban entre ellos. Reconocí al practicante que había revisado a mi padre, empujando un monitor cardíaco, con el rostro desesperado; la enfermera obesa apareció con un desfibrilador. Me puse de pie y empecé a caminar hacia la habitación mientras mi hermano hacía lo mismo desde su lado. Conforme me acercaba pude notar que el paso de los doctores y enfermeras empezaba a desacelerarse, que los rostros dejaban de estar urgidos y empezaban a abatirse. Volví a encontrarme con la mirada furiosa de mi hermano poco antes de entrar a la habitación, pero ya no temí: Nunca más volveríamos a vernos.

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Luis Humberto Moreno Córdova (Lima 1979) Escritor, estudió Gestión de Recursos Humanos en la universidad de San Martín de Porres. Ha publicado su libro de cuentos "La horas imperfectas".

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Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Editorial Planeta y El Comercio presentan una colección de libros sin rigor literario

Libros de Carlos Paredes y Hugo Coya han sido incluidos de manera atrevida como obras literarias emblemáticas de todos los tiempos.

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La literatura peruana está herida de muerte desde hace demasiado tiempo. Sus estertores, sin embargo, no cesan y no alcanzan a poner un fin digno a su agonía. La crítica nula que deja a millares de homúnculos con cabeza y creyendo que son cualquier cosa (que les facilite la demencia y la alcahuetería de sus amigos) excepto aficionados con suerte (mala en su mayoría) lleva buena parte de culpa en este trágico chascarrillo que implica ser escritor en el Perú.

Esta ausencia de criterio no solo se da en torno a los libros contemporáneos sino, también, a los supuestos clásicos que no se cuestionan de ninguna forma, sino que se aplauden por sus alcances mínimos sin compararlos jamás con otras obras notables coetáneas de otras latitudes.

En este sentido, las argollas tanto limeñas como provincianas repiten una y mil veces el mismo tipo de jugadas que falsamente «imponen» a sus adeptos en coyunturas despreciables en tanto que de estética, inteligencia, talento y osadía no queda absolutamente nada, ni siquiera una nómina de buenas intenciones.

Todo ello coadyuva a que nadie centre el valor real de los miles de libros que pululan en ferias y librerías de todo el país a tal extremo que entre los resentidos marginales en sus mínimos cenáculos miserables y los aparentemente favorecidos y prósperos, la literatura peruana se ha convertido en un crimen palpable como una cicatriz inmunda en el rostro más delicado, en una abyección insostenible aún ante los más réprobos delincuentes.

Tal es así que entre los pseudomoralistas en boga que proliferan, siempre, ignorantes (y medianamente aviesos con quienes no conocen y chupamedias complacientes de los que les hacen el mas mínimo favor) y quienes tienen acceso a medios tradicionales sin tener ninguna claridad, dignidad ni criterio, cada uno de ellos, en la medida de sus oficios e influencias, se aprovechan de los lectores sin brújula  que se someten a ver la literatura, de vez en cuando, desde cualquier feria del libro o desde un puesto de periódicos en cualquier parte con las clásicas ofertas adjuntas previo pago adicional.

En este desgraciado orden de cosas, la última colección de la Editorial Planeta presentada y promocionada por El Comercio lleva hasta el extremo varios de estos problemas y eso se debe a la inexistencia de rigor en el medio cultural, la nulidad tanto de la crítica libre como de la rígida y superflua de la «academia» y, desde luego, la falta de carácter y agudeza del escritor peruano promedio.

Claro está que a todo esto debe sumarse el abuso desmedido en contra de la población tal y como se ha caracterizado la presencia del falso decano de la prensa peruana durante toda su existencia. Veamos el motivo de esta enumeración de desgracias y juzgue cada uno la pertinencia y necesidad de lo expuesto.

Desde febrero se puso en circulación la colección Planeta Lector 2 y en medio de 13 obras de calidad sino incuestionable, por lo menos, sí, aceptada por medio mundo, se infiltraron un par de obras cuyo «mérito» ni siquiera viene al caso pues para cualquiera (con un mínimo de cultura) es obvio que no pueden figurar ni siquiera entre las obras más representativas del Perú, mucho menos, entre las supuestas «piezas clave en la literatura mundial» y «títulos fundamentales» que contiene la colección en cuestión como “Cumbres Borrascosas», “La Divina Comedia”, “Don Quijote de la Mancha”, “La Vida es Sueño”, “Edipo Rey”, “Hamlet”, etc.

Me refiero a que en esta lista aparecen, sin ninguna posibilidad de justificación, “La Hora Final” de Carlos Paredes y “Estación Final” de Hugo Coya, dos libros dignos de pertenecer a una lista de volúmenes cuyos títulos incluyan la palabra «final», pero nunca a una serie de literatura de primer orden a nivel mundial.

Esto solo puede pasar en Perú y es meritorio exponer que ante dicho exceso no cabe ninguna forma de tolerancia.

(Columna publicada en Diario UNO)

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Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Elogio crítico de Eielson en su primer centenario

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Entre los artistas nacidos en Perú no hay ninguno que esté por encima de Jorge Eduardo Eielson. Y  aunque puede haber poetas, músicos o artistas plásticos superiores a él en uno o dos puntos, hay ninguno, si se presenta la totalidad de su obra.

En este sentido, Antonio Cisneros, inveterado provocador de controversias (no siempre frágiles), solía decir que nuestro autor era el mayor poeta peruano de todos los tiempos y tenía un muy bien abastecido repertorio de argumentos y argucias en favor de su tesis.

Por mi lado, sí considero admisible que Eielson entre a disputar este cetro del mayor poeta peruano de todos los tiempos aunque no digo que lo sea ni que pueda serlo con exclusividad (es claro, para mí,  que toda interrogante sobre quién es el mayor poeta peruano solo puede recibir una respuesta plural), pero, si debo precisar que su obra vasta y contradictoria no tiene porqué inclinarse ante ninguna otra aunque no ensalce la solidaridad o el amor universal (como prefieren los moralistas) sino la individualidad, el deseo y, sobre todo, un culto rendido ante la belleza.

En este sentido, Ni «Doble Diamante» ni «Noche Oscura del Cuerpo» (ni «Reinos» ni «Canción y Muerte de Rolando») pueden ser opacados por ninguna obra, ni nuestro autor puede ser soslayado por nadie y antes se destruría el mundo entero antes de consentir tamaña abyección.

Realmente, Eielson es el autor de muchos de los poemas más bellos jamás escritos por un poeta nacido en Perú («La sonrisa de Leonardo es una rosa cansada», por ejemplo), pero, por sobre todas las cosas, fue un artista irrepetible cuyo espíritu renacentista, omnicomprensivo y audaz lo llevó a abarcar casi todos los modos de expresión estética conocidos en su tiempo, las artes plásticas, las artes visuales, la poesía, la narrativa, la música …

Este hombre irrepetible en su desborde artístico, en la consideración de quien escribe estas líneas, solo halla un par suyo entre los artistas peruanos, en el sentido de su exploración multidisciplinaria y en su aproximación a las vanguardias, en el genial César Moro, compañia, sin duda, inmejorable para uno de aquellos “pocos” que de muy cerca han visto a la belleza en este país.

Sin embargo, lo que muchos no saben es que el desarrollo de la obra plástica de Eielson es tan o más relevante que su poesía «escrita». De hecho, la famosa aversión eielsoniana contra  la retórica tuvo una repercusión insólita en su propuesta. (pese a los logros expresivos de «Reinos» o de tanto otros poemarios) o su progresiva desconfianza en la palabra que se demuestra en la evolución de un verbo inicialmente espléndido hasta esa especie de minimalismo concreto que fue despojando a su verso del lujo y la exuberancia de «Reinos», pasando por «Áyax en el Infierno», «Habitación en Roma» y «Noche Oscura del Cuerpo» hasta llegar a los poemas que escribió en los últimos años de su vida, «Sin Título», «De Materia Verbalis», etc.

Es decir que, en tanto su desconfianza de la palabra aumentaba, su interés expresivo incontrolable se volcaba con intensidad en soportes tales como las artes plásticas y visuales.

De esta última fórmula de exploración se trató la muestra panorámica «Eielson» que el MALI puso en exposición desde el 18 de noviembre de 2017 hasta el 4 de marzo del siguiente año.

Cabe preguntarnos, entonces, antes de esbozar una impresión de aquella muestra en sí, si para Eielson la poesía y las artes visuales y plásticas seguían caminos distintos y yo creo que no hubo tal dicotomía en su obra.

En este sentido, no es casualidad que la recopilación de sus poemas -en reiteradas ocasiones, estando vivo el poeta y con su pleno consentimiento- se haya titulado «Poesía Escrita», circunstancia que nos muestra la claridad mental absoluta de Eielson para indicar en un solo gesto magnífico que todas las otras manifestaciones de su obra, también, son poesía, claro está que, poesía más allá de la palabra.

Por esto, es notable que su influjo poético inmenso haya afectado en él tanto a su obra en verso como a su obra plástica y así, este gran creador logró víncular esta enigmática y antigua profesión con uno de sus significados originales, es decir, la pura creación, la poiesis. Hasta en estos detalles, Eielson es esencial.

Mas no nos desviemos del tema de fondo, en este punto, es decir, los lienzos de Eielson – pinturas puras, no atravesadas por telas ni nudos- que fueron la impresión más impactante de la muestra en cuestión que confirmó la gran distancia que existe entre ver una obra en fotos y verla frente a tus propios ojos (como bien saben todos los aficionados al arte).

Tan impactantes fueron dichos lienzos que para abordar en un texto todo lo que esos cuadros suscitaron en mi sensibilidad debería haber escrito un poemario de 500 páginas y no solo un ensayo de dos mil palabras.

Por otro ado, sus famosos nudos (quipus) y los lienzos en los que se cruzan telas anudadas en los extremos son siempre objetos de gran interés dado que rebasan el límite espacial que supone el marco o el mismo lienzo en una clara tentativa de transgresión. Tal es así que, estas telas superpuestas y los nudos (quipus), representan, paradójicamente, además de su conocida pretensión de asimilar la cultura prehispánica -siempre Eielson va a lo ancestral, pero, de la mano, de la más alta vanguardia- una decidida vocación por la ruptura, algo que  tiene que ver, también, con los referentes que asimiló del Grupo Madí (acaso la más original vanguardia latinoamericana del Siglo XX).

La instalación final, según recuerdo, un piso de arena y una línea de neón azul transversal, merece todos los elogios posibles porque lleva al espectador a cavilar sobre un horizonte que se confunde con el mar en una circunstancia casi de ciencia ficción debido a la intensidad del neón azul y seguro cada uno podrá exponer una serie de imágenes al respecto luego de haber presenciado este bello espectáculo visual, pero a mí se me antojó ver la siguiente línea: el desierto, el océano, el horizonte, el infinito y la infinita capacidad de ilusión que cabe en el ojo humano.

De sus lienzos, se debe indicar, que lo fundamental es el uso de colores nítidos aparentemente sin ningún interés en representar nada, además, de una mera impresión. Sin embargo, esa condición apacible se quiebra, en tanto, estos lienzos se ven desbordados por el uso de telas superpuestas y algunos nudos (como se ha expuesto en las líneas anteriores), lo que provoca una suerte de hendiduras en el espacio que se hace cada vez más vasto y todo eso conduce, en este punto, a la  integración de todas las dimensiones propuestas por el artista conformando así una obra que se excede a sí misma y nos hace pensar, imaginar, divagar y cavilar, expresiones todas de la gran calidad artística de este arte conceptual. Compárese, entonces, estas aproximaciones con lo que sucede al estar frente a mustios objetos supuestamente conceptuales y se verá la contundencia de la propuesta de un artista imponente y poderoso (pese a su extrema delicadeza).

El arte de Eielson, en este sentido, como todo arte genuinamente grande e importante se basta a sí mismo para “expresarse” y para enfrentarse o para cautivar al espectador.

Una curiosidad de la exposición en cuestión fue el breve espacio concedido a Michele Mulas. De hecho, haber expuesto algunas pequeñas obras del artista sardo que estuvo con Eielson durante décadas fue un fino gesto que dio una redondez extra al imaginario eielsoniano, pero los curadores incidieron en la ridiculez de usar el eufemismo de “compañero de vida” respecto del sardo quien fue, obviamente, el caro marido del poeta de la referencia y, por lo menos, merecía ser llamado cónyuge, así no hayan estado vinculados por la forma prescrita en un contrato o acuerdo matrimonial.

En fin, el MALI se lució en el 2017 al aceptar la exhibición de una propuesta tan amplia e impresionante aunque no se haya contado con todo el material fílmico ni musical que produjo J.E.E. De haber conseguido estos materiales, sin duda, la muestra habría sido la más completa que se haya realizado con la obra eielsoniana en razón de su variedad y dispersión.

Considero, finalmente, que en el espacio plástico en conjunto con el verbal se establecen las coordenadas de mayor provecho del legado de Eielson para el arte en nuestro país y en el mundo a tal punto que inclusive para gente aficionada a espectar exposiciones ir a una muestra de Eielson resultará una experiencia mpactantemente sugestiva, así que imaginemos la repercusión de esta sensibilidad enorme del artista en la sensibilidad y la imaginación de gente que apenas esté interesada en el arte.

Aquellos que supongan que por su inexperiencia no contarán con los elementos de juicio suficientes para apreciar las obras realmente sofisticadas y agudas de nuestro poeta, pese a la aparente lógica de la suposición, estarán errados puesto que si algo debe resaltarse de las propuestas conceptuales de Jorge Eduardo Eielson, es que no necesitan de ningún apoyo textual para orientar o sugerir una vía de interpretación como sucede con la mayoría del arte conceptual, que en mi opinión, desprestigia ese tipo de propuestas, dado que un objeto artístico debe ser autosuficiente.

No debo acabar este homenaje sin insertar un elemento de discrepancia con nuestro autor, pues lo hago responsable (no por su obra de creación, sino por su posición crítica facilista aunque rupturista de los años cuarenta), de la debacle de la poesía peruana que atenta a las mutilaciones propias de una identidad contrahecha hizo su peor movimiento al desvincularse de poetas como Prada o Chocano (siempre el lastre de la ruptura en un país tradicionalista en apariencia aunque sin las sólidas tradiciones que justifiquen tanto ánimo revulsivo) por un arrebato exclusivista, realmente, un capricho de niños esnobs.

Me refiero a la célebre antología “La poesía contemporánea del Perú” (1946) realizada en conjunto con Javier Sologuren (frágil poeta exquisito, divulgador cultural) y Sebastián Salazar Bondy (crítico polemista, poeta terciario) que solo esbozó un lado de la cuestión en su clasificación: José María Eguren, César Vallejo, Martín Adán, Emilio Adolfo Westphalen, Xavier Abril, Enrique Peña Barrenechea, Ricardo Peña Barrenechea y Carlos Oquendo de Amat.

Y aunque entendemos los móviles coyunturales que llevaron a esta reacción, prácticamente, una bofetada contra los poetas sociales o “comprometidos”, debemos mencionar la torpeza de los jóvenes estilistas que excluyeron motivos trascendentales de la escritura en favor de una defensa a ultranza de la poesía por sí misma como una forma de la pureza que es realmente insuficiente desde una perspectiva que ofrezca grandeza y plenitud al lector que busque no solo un fraseo estético, sino ideas e impresiones que ahonden o robustezcan su propia vida.

Y digo esto pese a que, exceptuando a los Peña Barrenechea, los autores seleccionados fueron y son terriblemente importantes …

Además, para mal de sí mismos, los tres antologadores no fueron capaces de ver la cercenación que sus endebles criterios propiciarían en la balsa de la poesía peruana (que pese a ciertos méritos sigue a la deriva debido a las falsas impresiones de los preciosistas en boga, malamente afectos a las minucias).

En este orden de cosas, Prada y Chocano son tan fundadores como Eguren y Vallejo y todos ellos se admiraron y quisieron en su momento, aunque todo esto no podían verlo los jóvenes Eielson, Sologuren y Salazar Bondy que prefirieron un estilismo frágil en lugar de decantarse por una expresión poética totalizadora que ofreciera albergue tanto al preciosismo que les encantaba en conjunto con una suma de saberes superpuestos que confiere a los artilugios verbales una dimensión densa, profunda e, incluso, útil para la vida y hasta para enfrentar con valentía a la muerte, es decir, algo que, casualmente, presentan tanto los que fueron favorecidos con su inclusión como los perjudicados con la exclusión e incluso las obras completas de nuestro autor.

Ahora, si volvemos al concierto de la obra eielsoniana, debemos concluir que tanto en el mundo plástico como en el verbal, Eielson es un rey que, como los antiguos faraones, lleva una corona de doble copa, no por el Bajo y Alto Egipto (¡claro!) sino por su dominio formidable y su exploración desenfrenada de dos disciplinas como la escritura y la expresión visual que, sin embargo, al mismo tiempo, conforman, en este autor sin igual, una sola entidad a la que nunca renunció y a la que nunca fue infiel (como solicitos le fueron siempre los favores que la Belleza concede solo a sus elegidos), es decir, la Poesía.

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Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Carta abierta a los vallejólicos del mundo

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Se ha dado mucha vuelta en redes a mis impresiones sobre Vallejo, pero no hay ninguna importancia en lo que crítican los ígnaros y los fanáticos que no entienden ni de matices ni de paradojas.

Sin embargo, han mencionado a mi amigo Ladislao Plasencki y a su excelente mural sobre el poeta trujillano (n. Stgo…) y veo, entonces, la oportunidad de hacer algunas precisiones solo por ello.

En primer lugar, todo fundamento está en mis artículos y ensayos y bien podrían revisarlos y confrontarlos si acaso les da la inteligencia y el carácter para tales efectos sin suponer o presuponer materias distintas a las que abordan cada uno de ellos.

Luego, hay una distinción fundamental entre un vallejólico y un admirador de Vallejo. Este último tiene la dignidad que sólo la comprensión crítica y el pensamiento propio puede otorgar a quien asume sus limitaciones sin excederse. En cambio, el vallejólico es el fanático que no tiene ningún entendimiento ni de la poesía ni de nada que tenga que ver con ella y, desde luego, ni un ápice de aprehensión de la obra de su adalid.

En este sentido, respeto a algunos pocos investigadores y escritores notables que aman y admiran a Vallejo, aunque desde luego, no comparto dicha exaltación por motivos muy concretos y hasta personales a los que tengo el pleno derecho no solo de sostenerlos en mis fueros internos sino de hacerlos públicos cuando se me antoje, tal cual he venido haciendo en los diferentes medios que tengo a disposición.

Por ello, no hay contrariedad alguna entre lo que sostengo sobre Vallejo y el haber accedido a tomarme una foto ante la obra de mi amigo Ladislao Plasencki, pues lo que ensalzo en dicha instantánea es la obra del muralista y no solo al objeto del mural, pero, como hay tiempo para matices, debo agregar que jamás he negado mérito alguno a casi la totalidad de Poemas Humanos y España, aparta de mi este cáliz (pese a mi desprecio por el socialismo y pese a saber que sin ese horizonte utópico jamás habría elevado su endeble temple hasta ciertos momentos épicos de ese notable libro de poesía altamente política y abiertamente ideologizada).

Además, dicha foto fue hecha a propósito por la solicitud de mi amigo y gran artista y paisano mío y punto.

Ahora, tras esta introducción muy necesaria, comparto las acídas reflexiones que escribí en el celular mientras viajaba de Trujillo a Lima de urgencia este último fin de semana pues si hay algo que disfruto es la confrontación digna y elevada según el contendor o la exhibición de puro poder ímpio cuando hay que batir a los que son cualquier cosa, pues yo no soy como otros escritores o gente de cierta posición que ignoran a los que creen inferiores sino que yo aun cuando los considero inferiores no dejo sin aplacar ninguna insolencia.

En este sentido, sépase que desprecio a los cobardes y mediocres, a los frágiles escribidores peruanos incapaces de exponer un argumento e inválidos si se trata de exponer una idea, pero, siempre bien dispuestos, eso sí, a lanzar pedruzcos, desde lejos.

Desprecio a los vallejólicos y lo he expuesto frontalmente en columnas en diarios, en sitios web y en entrevistas en diversos medios y sostengo este desprecio y jactancia en cualquier lado.

No desprecio a Vallejo (aunque si deploro su sensibilidad en gran parte, pero admito y admiro muchos de sus poemas, como he sostenido con solvencia en diferentes escritos) y todo aquel que lea con agudeza mis escritos sobre el sufrido hombre totalmente digno de compasión que fue el poeta trujillano (n. Stgo…) debe entender los matices propuestos.

Por todo esto, he visto con regocijo la frágil exaltación vallejóllica de los marginales provincianos que jamás serán abordados por nadie salvo para sacarles algo de dinero por publicarlos y hacerles creer que son escritores.

Considero que el llanto vallejólico vertido en estos días hace muy bien en honrar a su débil maestro, que fue un buen poeta, aunque, también, un indeseable desde todo punto de vista que ensalce a nuestra nación.

De hecho, este llanto despreciable del que me burlo, acredita, además, dos tesis mías acerca del mínimo (o nulo) valor de la literatura peruana (no solo la actual) y la ingente estupidez y cobardía de la mayoría de escribidores que pueblan la «escena».

En este sentido, como confrontación de las masas iletradas que fungen de literarias desde el extremo más falso de la mentira, hace poco conversé con Ricardo Milla, individuo con el mayor expertise académico de mi generación (postgraduado en Frankfurt y París -EHESS) y marxista hasta el tuétano sobre la reciente dicotomía que he propuesto en torno al problema irresuelto sobre quién es el mayor poeta peruano y quién debe ser señalado y admirado como el poeta de la nación.

En el primer punto, corresponde a Vallejo batallar contra Adán, Moro y algunos otros que no son inferiores a él de ningún modo e incluso lo superan en aspectos muy específicos como el uso de la imaginación donde Moro es incomparable y donde los poetas peruanos en general han dado muestras de la mayor sequedad durante toda la Historia y el dominio doble de extremos tales como el soneto puro y el verso libre, además, de un verbo tan moderno como arcaico en el caso de Martin Adán.

Sin embargo, estos tres poetas (junto a otros que cada uno puede agregar sino se supedita ni a la ideología ni al burdo ensalzamiento de un solo tipo debido a falencias emocionales o a sojuzgamientos pseudoacadémicos mundiales exóticos) pese a sus méritos estéticos no alcanzan a ser útiles al país respecto de la dignidad de ser poetas nacionales pues a ningún ciudadano le sirven las obras de estos individuos respecto de ensalzar su propia dignidad en tanto compatriotas.

Por eso es que se especificó, desde el primer momento, la otra punta de esta cuerda teórica que implica un registro alterno en torno a los poetas que mejor encarnan a la nación (pese a que hayan tenido elementos personales negativos, como los otros tres que mencioné e incluso aquel que desde el desarrollo de su propia obra ofrece una muestra más rotunda de lo que el Perú debería ser).

Es en este punto donde destaca Chocano y las cualidades que fueron expuestas y que la abyecta caterva vallejólica no alcanza ni se atreve a estudiar y a atacar con ideas sino con frágiles denuestos amariconados que pisoteo tan bien como pisoteo a cualquiera de ellos en teoría y en persona.

Sobre estos mismos puntos se ahondó en grandes reflexiones con la mayor claridad y amplitud junto a Armando Arteaga (que es muy superior a todos los tipejos que lanzan débiles tergiversaciones y calumnias tan frágiles como sus inexistentes talentos desde sus muros de Facebook).

Y, en este punto, me complace mencionar a Arteaga pues tiene poca paciencia y ante la insolencia de cualquiera sabe bien poner las cosas en su lugar como hizo, por ejemplo, con los vencidos y humillados de siempre que creen poder rebelarse un segundo desde una pantalla y una red social.

Como Artega pisoteó a toda esa gentuza y como es reconocido por su sapiencia remito a los videos donde conversamos con talento y perspicacia sobre estos temas aún discrepando en muchas cosas (al igual que con Milla) como debe ser entre personas pensantes y gente de bien, es decir, entre caballeros.

A todo esto y a mis decenas de artículos y ensayos sobre Vallejo (que deberían haber estudiado pues la mayoría están en Google) los vallejólicos oponen solo pañuelazos malolientes absortos en perfumería barata y la absoluta ausencia de masculinidad, la plenitud de la abyección y un enfermizo celo pseudomoralista que los lleva a «deducir» categorías imposibles.

Todos estos arrebatos se deben a que nadie sabe quién es quién en la escena literaria nacional y cada quién, desde su burbuja, pretende ser lo que solo ven ellos mismos y acaso los dos o tres alcahuetes que les siguen el juego.

Todo esto, a su vez, es lo que ha creado la falta de crítica, la falta de carácter y la falta de ideas del escritor peruano promedio más el quiebre propuesto por mi expresión cabal y rotunda respecto de los modos de expresión de tantos amariconados pseudoletrados que exponen sus fiebres dolidas y pseudomoralistas dueños de la más absoluta cobardía y falta de ideas desconociendo tantas actividades de parte de uno que ha luchado y participado en los mayores debates nacionales de la última década en ámbitos mucho más importantes que la literatura (a la que comento solo por decir lo que nadie se atreve ni siquiera a pensar dada la comodidad que sus respectivas burbujas les proporcionan).

En todo caso, mis escritos sobre política y mis participaciones en medios durante la última década atestiguan todo lo que he expresado y aún ahora tengo columnas en diarios, sitios web y en programas televisivos para exponer cuanta idea se me venga en gana con total agudeza y valentía, la dos condiciones menos frecuentes en el país sobre todo en el medio académico y ni se diga de los marginales escritores de provincia que creen que superan a Lima por el puro desprecio de los argolleros capitalinos que, sin embargo, replican idénticamente aunque con las limitaciones de sus pueblos y sus muros de Facebook.

Yo vivo entre Trujillo y Lima, y quiero que me escriban cuando cualquiera de estos insolentes lleguen a estas ciudades importantes desde sus puestos de provincia para ver si personalmente aducen siquiera una sola silaba en contra mía.

No respondo a uno por uno pues, entre los ignorantes que no guglean o los que escriben como la turba de mariposas podridas que son, hacerlo demandaría mucho tiempo y, desde luego, soy un hombre muy ocupado y desdeñoso respecto de tratar con cualquiera.

Entre estos inservibles y los escritores de provincia que creen revolver las urbes virtuales desde sus ubres ponzoñosas, la literatura peruana y la política representan la misma caldera de bajeza y estulticia que ha hundido y que seguirá hundiendo al país hasta que se le haga frente y se le destruya.

Finalmente, sobre mi foto en el mural de Vallejo sépase que estudié unos cuantos años en la UNT y todos los días pasé frente a ese mural del que solo recuerdo su perenne abandono y los tonos entre gris y azul desvaído en que se había degradado el cromatismo original

Pese a que estuve en dicha universidad, acaso en su momento más corrupto (2002) en el que hubo grandes despilfarros mafiosos, sin embargo, las “autoridades universitarias” de entonces no fueron capaces de hacer ningún mantenimiento en la notable obra pictórica de Plasencki.

Entonces, como trujillano y como amigo de Plasencki compartí la foto para celebrar el mérito de la obra pictórica de un artista que, pese a sus méritos y premios, no ha recibido la atención debida y por eso es que lo he tenido en mi programa y hemos debatido sobre las condiciones estéticas e intelectuales de su obra junto a otros poetas contemporáneos y no como la bola de resentidos e impresentables que ni siquiera los más lobbystas entre los invitados de Libertad Bajo Palabra mencionaron en ningún momento y vean la nómina de gente (de todo tipo y calidad) a la que le di un espacio, pues siempre he buscado el ensalzamiento del talento y prueba de ello son las decenas de autores no limeños que han promocionado sus propuestas en el medio cuya videoteca consta en Youtube y Facebook.

En todo caso, esta foto fue compartida primero por Plasencki así que no hay ningún problema si agregamos que el hecho de acompañar a un amigo no hace que se deje de criticar lo que corresponde como hice en una respuesta a Diego Lino en dicha foto aunque claro está que en ello no reparan los miserables pseudoinquisidores de la zona más marginal de la literatura peruana.

(*Es un gran mural aunque con elementos controvertidos aunque comprensibles dada la institución en sí y el marxismo abiertamente pensante de Plasencki.

Por ejemplo, en el mural que está en desarrollo sale en primer plano Mariátegui y Haya de la Torre sale en un costado en una imagen mucho menor cuando por lo menos deberían estar en una proporción similar (e incluso en una posición mucho mayor, el aprista, dado que es el mayor pensador político de Trujillo hasta la fecha).

Aparece, también, Bolívar que fue un enemigo del Perú, pero esa universidad, precisamente, acrítica y desprovista de pensadores, se hace llamar «bolivariana» porque fue fundada por el tipo ese, así que ni modo.

Aparece gente de bien, también…

El trabajo es impresionante sobre todo en el mural dedicado a Vallejo que no será el mayor poeta peruano, pero que sí es uno de los más grandes y, sin duda, el máximo poeta de Trujillo en su generación y acaso hasta la fecha.

La imaginación de Plasencki se da maña para exponer de un modo épico y visionario varios elementos de la poesía de Vallejo que no siempre es doliente y minuválida sino amplia, fraterna y generosa (claro que eso no es lo principal o lo cotidiano, pero existe y los que lo admiran a fondo pueden hacerlo notar con solvencia como ha hecho Plasencki) y eso es un mérito incuestionable. No alcanza ni es útil que sea el poeta nacional dentro de los parámetros de exaltación correspondiente a un pueblo vigoroso y adepto de la belleza y la gloria, pero no está mal como lo que fue, un poeta importante y trascendental, sobre todo, desde la perspectiva de Trujillo donde sufrió, creó y dejó una estela en cada parte”.)

Sin embargo, sucede que la canalla ignorante y abyecta no solo no conoce, sino que no investiga y como solo debe preguntar entre los márgenes que habita no sabe que a uno lo ha halagado gente mucho más importante que los que nunca prestarán atención alguna a sus vidas o a sus «propuestas» deficientes en todo momento y desde todo punto de vista. Supongo que haciendo preguntas entre la banda de tipejos marginales que les responden el teléfono realmente pueden acabar rajando hasta del mismo Vargas Llosa.

Todo ello, no debe sorprendernos pues denuestan incluso a Chocano que tuvo en vida mucho más de lo que siquiera pueden soñar para sí mismos y que pese a los enredos de los débiles ha de prevalecer sí o sí cuando este país vuelva a ser una entidad poderosa.

P.S.

A cualquiera que escriba contra mis textos le responderé como he hecho siempre. Lo interesante es que en medio de este grupete de débiles nadie ha escrito nada contra los textos en sí. Solo Yohei Moriya quiso contestar desde su muro el texto que publiqué en Diario Uno sobre Vallejo y los reales poetas universales y en su esbozo de réplica quiso exponer el mérito fonético de Trilce y lo confronté, aunque como no había publicado su texto en ningún medio no lo mencioné, pero ahora lo menciono pues por lo menos se atrevió a intentar exponer una idea no como la turba miserable que no tiene ni una sola, aun sumando los esfuerzos mentales de todos ellos.

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Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

María Rostworowski, el mestizaje y la genuina identidad del Perú

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Leí en las redes sociales un fragmento de una entrevista a María Rostworowski de 1987 para la revista El zorro de abajo, aunque nadie puso la fuente ni nada ni, mucho menos, expuso ninguna idea sólida a lo que se divulgó impunemente, por todos lados, teniendo miles de compartidos y todo lo demás.

De inmediato expuse unas ideas sobre el tema en mi tablet, pero no me era dable publicar en cualquier muro así que les di espacio en mi columna y, por ello, a continuación presento las declaraciones de la celebre investigadora que, acto seguido, paso a cuestionar dado que repite los mil atavismos que pueblan la buena conciencia de no poca parte de la clase «ilustrada»:
«El peruano es un hombre acomplejado porque un puñado de hombres lo conquistó; luego porque tuvieron que venir de fuera para librarnos de España, y por último porque perdimos la guerra con Chile; todos son fracasos. Mientras no aceptemos nuestra realidad indígena, que nosotros somos un pueblo andino, serrano, mientras no comprendamos eso vamos a seguir siendo un país acomplejado; tenemos que aceptar lo andino.

El peruano quiere ser europeo, quiere ser yanqui, quiere ser cualquier cosa; no quiere ser peruano, no tiene orgullo de ser peruano. Hay que aceptar la derrota, hay que comprender por qué existió y que esa derrota fue también apoyada por los mismos indígenas, que ellos no tenían por qué imaginar lo que iba a pasar… Yo me acuerdo cuando principié una investigación, me dijeron: tú estudias indios. Te lo decían con un desprecio… Yo decía por qué si es lo más interesante y yo creo que no tengo ese complejo porque no me he educado acá no he seguido los malos textos sobre historia indígena y sobre historia del Perú.

No he tenido ese complejo y he venido al Perú con un sentido de admiración por lo que había logrado el pueblo andino a pesar de su aislamiento, a pesar de la falta de difusión de otras culturas. Porque si usted ve, Europa no inventó casi nada, Europa ha aprovechado del logro de otros pueblos. No es el mérito propio, sino que es una difusión, un constante cambio lo que ha facilitado el progreso. Pero aquí estaban totalmente aislados, dejados solos a resolver sus problemas, que eran terribles porque este no es el suelo fácil de Francia, es un suelo difícil, tiene usted desiertos, quebradas, punas, selvas. Entonces usted se da cuenta qué difícil es alimentar gente con esa situación. Sin embargo, cuando vinieron los españoles todos estaban de acuerdo en que la gente andaba bien comida, bien vestida. Es decir que el pueblo andino logró una utopía humana de dar de comer a toda una nación».

Como se ve este fragmento admite muchos matices y cuestionamientos. Vamos a ellos:
Ella dice, por ejemplo, que «El peruano es un hombre acomplejado porque un puñado de hombres lo conquistó…».

Esta es una primera mentira o un primer error gravísimo. La verdad es que el peruano es un individuo acomplejado porque no ha asimilado de modo unívoco que la conquista es tan suya como el mundo prehispánico que, además, no puede reducirse solo a los Incas que fueron detestados por la propia población tawantinsuyana como bien nos enseñan la suma de alianzas dadas en contra del Cusco y en favor de los aventureros peninsulares.

Prosigue e insiste con los atavismos conceptuales malamente enquistados en un montón de gente sin criterio, «(El peruano es un hombre acomplejado)… porque tuvieron que venir de fuera para librarnos de España…».

Este punto admite un millón de contradicciones puesto que no hubo ninguna liberación sino una reducción de los intereses de la población que prefería no solo a España sino que, además, gozaba de ventajas y posibilidades que la República criolla aniquiló en todas sus manifestaciones. Y agrega que «por último (el peruano es un hombre acomplejado) porque perdimos la guerra con Chile; todos son fracasos.»

Este punto es muy importante puesto que comprende dos factores fundamentales además de la fragilidad y estupidez de la clase dirigente criolla; el primero, es la ausencia de una identidad nacional fuerte y, el segundo es la renuncia a luchar por mantener la hegemonía continental como sí se sostuvo durante el régimen hispánico (hasta 1776).
El problema, entonces, no pasa por la falacia de la mera aceptación de lo indio como elemento predominante en el ser peruano sino por la doble aceptación de una conformación tan hispánica como india, ya que negar dicha complejidad es una mutilación que solo ha producido daños en la población y en la «academia» y si no acabamos de una vez con dicha farsa seguirá dañando a los peruanos en el futuro.

Por lo tanto, debe dejar de verse en el seno mismo de la identidad nacional solo a un manto indio sino que debe advertirse con la mayor claridad a una doble capa que es hispánica en la misma medida que es india o incluso mas desde el punto de vista de la utilidad, aun cuando ni siquiera la España moderna tiene el criterio suficiente para exaltar con lucidez su pasado imperial.

Enfatizo este último punto debido a que el distanciamiento de aquella España imperial posibilitó la desbordante tropelía de los «libertadores» incluso las del digno San Martín (pese a todo, agudo clarividente de la idiosincracia del pueblo peruano) y ni mencionemos las del despreciable Bolívar, denodado enemigo del Perú (pese a sus meritos personales incuestionables).

En este punto, considero, desde una visión personal, que para hacer del Perú una nación poderosa, debemos apartarnos de la mirada ciega de «académicos» acomplejados que promueven el victimismo y el indianismo, pues estos lastres solo debilitan a la población con sus monsergas absurdas, las mismas que pretenden hacer del indio el elemento fundamental de la peruanidad, del antihispanismo una fuerza capaz de organizar una identidad peruana realmente impostada y de Arguedas el descubridor del Perú profundo (algo que si fuera cierto sería la mayor condena para todos y gracias a la literatura que existieron Arguedas y Scorza para mostrar otros rostros del mundo andino, aún así insuficientes para dar una vista cabal de lo que es ser o de lo que puede ser el peruano).

Por todo ello, en tanto no se entienda esta complejidad, el Perú y sus frágiles elementos constituyentes dispersos y desunidos una y un millón de veces seguirá diciendo «ay» por todos lados y, desde luego, se «seguirá muriendo». En este punto, debo hacer una digresión preliminar sobre el mestizaje puesto que debería empoderar a la población y no acomplejarla ni alienarla, pero, en este país, lo niegan en todas sus formas, pese a hacer una mala publicidad del mismo, y todo por no aceptar la parte hispánica como eje nuclear, mucho mejor estructurado que todo lo del mundo prehispánico que pese a sus elementos de valor no tuvo opciones de constituirse como «inca» en ningún momento.

Lo peor es que todos estos temas no cuentan ni siquiera con los «intelectuales» para el ejercicio de una problematización solvente y, desde luego, la gente en general no puede orientarse ante todo este embrollo. Pienso, como contraparte de todo esto, en cuánto le serviría al ciudadano promedio jactarse de que hasta 1776 el Perú cubría toda la Sudamérica hispana importante hasta el Atlántico.

También, me parece muy claro que la simplicidad y contundencia de Blasón serviría mucho más para el empoderamiento de nuestro pueblo que cualquier cosa propuesta por Arguedas o Vallejo. Solo así, el Peru se constituiría al fin en un pueblo hermoso de verdad, pero, por el momento, todo está al revés .

Y, para finalizar, contrariamente a lo que cree la masa convicta y acrítica ante la farsa inglesa anticolonialista, en este país no hubo ningún colonialismo dado que la colonia dista demasiado de lo que fue, en realidad, un reino importante como el Perú (aunque no tanto como México que por algo fue denominado Nueva España).

En este orden de cosas, la mayor falsedad indianista es atribuir al mundo prehispánico una suma de virtudes inexistentes (pese a un evidente desarrollo tecnológico en agricultura e hidraúlica) pues era un marco mucho más opresivo que cualquier otra forma de dominación, sobre todo si se ve con ojos críticos la estructura social incaica y el trato dado a los mitimaes (en su faceta de penalidad) entre otros detalles que hicieron del Cusco y sus adeptos en entorno de inmenso desprecio por las naciones que recientemente había anexado el Tawantinuyo.

Tampoco es cierto que todos los indios la hayan pasado pésimo bajo el imperio español puesto que hubo cientos de casos de aristócratas incaicos y de otras nacionalidades prehispánicas que gozaron de amplios beneficios por cuenta de la Corona española y eso se vio hasta el último día antes de la batalla de Ayacucho, donde curacas y gente nobiliaria descendiente de los pobladores autóctonos defendieron la bandera del imperio español (que era y es una parte tan suya como cualquier otra que se pueda pensar) y ni se diga de la gente del pueblo que, también, defendió a España.

El Perú, entonces, en líneas generales, nunca quiso desligarse de España, pero dicha monserga fue impuesta desde el extranjero y es lo que más debilitó al país hasta la fecha, pues le hizo renunciar a su pretensión hegemónica sobre el continente y a su múltiple pasado imperial.
El Indio Fernández, gran mexicano y hombre sin acomplejamientos, amaba a España y la consideraba la Madre Patria a la par que a su propio mundo mexicano.

En el Perú, desde luego, muy pocos han tenido o tienen esa clase de criterio y basta comparar las muestras de arte y pensamiento de los dos lados para constatar la mutilación identitaria que denuncio plenamente.

Esa es la realidad. El desprecio y el rechazo de la égida cusqueña facilitó el triunfo hispánico hace cinco siglos . Por todo lo expuesto, negar a España es mutilar la identidad nacional, solo para dar cabida al capricho y al resentimiento.

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Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Remembranza y Encomio de Octavio Paz en su cumpleaños 110

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Octavio Paz tuvo la fortuna de hacer coincidir en su persona a varios personajes importantes, el poeta finísimo, el pensador agudo, el intelectual comprometido, el polemista, el diplomático, el hombre influyente, el poderoso, el sabio, el esteta.

Dominó la literatura mexicana durante décadas y no hubo ningún saber que escapase a su conocimiento ni a su curiosidad. Hizo confluir la estética, la política y la ética de una manera nunca antes vista en Latinoamérica, quizás, irrepetible. Su profunda comunión con la belleza produjo odios entre los canallas. El odio infrarrealista, por ejemplo, que creo yo (lo sabe cualquiera que sepa leer) no se debía a su poesía (incuestionable) sino a su poder y su elitismo.

Los infras, entonces, perfectamente impresentables, deben haberse sentido abrumados por el éxito, en todos los sentidos de Paz y como no podían acceder a los privilegios dados a otros escritores e intelectuales merced el favor del autor de El laberinto de la soledad, lo despreciaban. Sin embargo, hicieron bien, desde su minusvalía, al insurgir contra el patriarca en un momento en el que para ellos (como para cualquiera con cierto espíritu) era necesario ser confrontacional, pero no pudieron superarlo, no tenían el talento ni la disposición adecuada para tal fin. Pese a ello o, quizás, porque Bolaño empezó a escribir en serio, este entendió y señaló que en su madurez no cabía en sí sino admiración por el gran polígrafo, etc.
Como contraparte de cualquier paseo imaginario de Ulises Lima-Mario Santiago en Los Detectives Salvajes, recuerdo ahora una conversación entre Borges, Paz y Salvador Elizondo acerca de la poesía de nuestro tiempo. Se llevó a cabo en 1982 en la Capilla Guadalupana del Palacio de Minería del D. F., lección mayestática de genialidad y aprecio compartido entre dos escritores latinoamericanos que, con toda la seguridad han de ser leídos aun en el ocaso mismo de la vida humana sobre esta tierra.

Elizondo, en aquella ocasión, solo pudo relegarse a completar un tercio simbólico sin nada que decir. Esto no obra en contra de él ya que a cualquiera le habría pasado lo mismo aun si se hubiera llamado Gabriel García Márquez o cualquier otro que podamos considerar un gran escritor. Acaso solo Pound o Joyce habrían estado a su gusto y en paridad junto a Borges y Paz en aquella velada, etc.

En lo personal, empecé a leer a Paz en la adolescencia al mismo tiempo que a Vargas Llosa. Cada uno era el escritor más representativo de su respectivo país, ambos habían sufrido un terrible desencanto respecto del comunismo y habían abrazado el credo liberal (aunque Paz con mucha mayor altura, matices y varios años antes que el arequipeño) y sus obras estaban al alcance de la mano en cualquier feria o librería de viejo.

En aquellos tiempos, hasta los publicaban en las selecciones de literatura latinoamericana y mundial de cuanto diario hiciera una de ellas Llegué así a Libertad Bajo Palabra, volumen deslumbrante y diverso, obra total, llena de contrapuntos y distintas manifestaciones de formas y voces, modelos clásicos y experimentales y un denodado culto por la belleza pura aunque con ciertos momentos de ruptura que eran provocadores. Recuerdo, así, un poema en el que, el fino Octavio se apasiona y putea a las palabras.

Piedra de Sol, su clásico y conocido gran poema, está incluido en este libro que es una suerte de antología, pero que supera dicho propósito pues engarza su producción poética como una muestra de unidad, privilegio que solo pueden tener los grandes poetas. Su lectura fue y es una muestra de felicidad que, como Borges explicó más de una vez, solo sucede con la literatura que de veras importa.

Para dar una muestra de su clarividencia estética a ultranza y su entrega plena a la escritura y sus misterios recomendamos que busquen en Google su poema titulado La Poesía donde sintetiza y expone su devoción y compenetración con las musas: “Pero insistes, lágrima escarnecida, / y alzas en mí tu imperio desolado”, definición perfecta de alguien que vio más de una vez el rostro mismo de la poesía, privilegio de muy pocos entre tantos que se dicen a sí mismos y a sus alcahuetes que son poetas.

Sus distintas facetas (el finísimo poeta, el pensador agudo, el intelectual comprometido, etc.) ameritan varios centenares de páginas. Bastará apuntar para finalizar por hoy que su vasta producción ensayística fue exhaustiva respecto del ser nacional de México y el ser latinoamericano sin dejar de lado al ser humano en general, como creo que ninguna otra obra en este lado del mundo.

De hecho, la vastedad de temas que atienden su curiosidad intelectual y espiritual lo hace solo comparable con Borges, pero con una profusión y un riesgo mucho más grande y sistemático, acaso menos excéntrico, pero igual de temerario y eso es poner las notas en un punto dimensional que corresponde a arrojos titánicos.

El sereno poeta cuyo propio apellido parece haber delimitado su vida y su carácter era, en el fondo, varios hombres como todos, pero consciente de esa diversidad, eso sí como muy pocos. Varios de ellos eran gamberros y pleitistas, por eso destacó como polemista,pese a la suavidad de sus maneras. Otros, un sereno contemplador de la vida y del espíritu, un erotómano, un bon vivant, un sabio, un místico.

Para dar una idea de la importancia de Paz y su magnitud durante todo el siglo XX, puede decirse que participó en los famosos congresos antifascistas de 1937 en defensa de la república española (junto a Malraux, Vallejo, Hemingway, Huidobro, Tzara, Auden, dos Passos, Carpentier, Neruda, Machado, Alberti, etc.) y cincuenta años después participó en el congreso que hizo memoria y crítica del primero (junto a Vargas Llosa, Savater, Semprún, Vázquez. Montalbán., etc. donde, pese a todo, se notaba ya un proceso de decadencia en la intelectualidad mundial que no cesa hasta la fecha). En todo caso, en ambos periodos fue formidable.

Convivió, además, con los surrealistas durante varios años, en la ciudad luminosa, luego de la Segunda Guerra Mundial y, según diversos entendidos, los introdujo en la literatura de Pound y otros norteamericanos con lo que se cierra el círculo de aquellas épocas de vanguardia en la que Paz fue un activo partícipe.

También, debemos consignar que nuestro autor vivió bien casi siempre y usó sus influencias como corresponde, pero no fue un tipejo acomodaticio sino un individuo inquieto con una gran tendencia a la disidencia.

Cuando los juicios de Moscú o en el periodo inmediato a estos y siendo muy joven rompió con el comunismo y, más precisamente, con Stalin, a diferencia de un personaje como Neruda que pese a ser un gran poeta fue un individuo tortuoso como muy pocos.

Denunció con nombre propio los campos de concentración soviéticos cuando la izquierda intelectual, como siempre, se hallaba callada y era cómplice de la barbarie. Contradictorio, como siempre, o abierto a la pluralidad, se sabe que aprobó, en algún momento, a los tupamaros y que concedió a Mao una suerte de amplitud que no coincidió con la realidad.
En el 68, pese a disfrutar de una vida muy holgada como diplomático en la India, luego de la matanza de Tlatelolco, rompió toda relación con el gobierno priista de Gustavo Díaz Ordaz y renuncio a su cargo diplomático.

Valiente y consecuente tipo. Cuando todos creyeron que iba a abanderar a la izquierda, insistió en el liberalismo y fue crítico de los regímenes izquierdistas de Cuba y China…
Al mismo tiempo, fundó y dirigió revistas como Plural y Vuelta en las que la política, la literatura y la crítica se dieron la mano con un rigor no exento de gracia y encanto, más una permanente actitud de combate.

Este es el periodismo cultural y político que uno debe aspirar a alcanzar y no la bajeza de lo cotidiano, la coyuntura y el cálculo oportunista o, peor aún, rentado. Espero que basten estas líneas para recordar a uno de los más grandes escritores y pensadores de la lengua española de todos los tiempos sin olvidar que todo encomio y remembranza de su figura (no exentos de crítica como debe ser) son un acierto (del mismo modo que el autor en cuestión) metafísico. Ojala hubiera más individuos y escritores como él.

P.S.
He escrito este documento porque este último 31 de Marzo de 2024 de ha conmemorado el 110° aniversario natal de Octavio Paz y porque nombré a mi programa Libertad Bajo Palabra no solo por la clásica figura jurídico procesal sino por el autor al que se han dedicado las presentes líneas.

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Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Elogio crítico de Mario Vargas Llosa en su 88 cumpleaños

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Mario Vargas Llosa ha cumplido 88 años y se ha convertido, al fin, en el último anciano venerable de nuestra tribu y, seguramente, entre los que requieren de algún favor suyo se han erigido los besamanos y las pasadas de mano y de franela. Tal vez, los que gustan de sus libros recordarán algún pasaje o alguna anécdota que corresponda a sus persistentes lecturas y afectos. Los que odian y detestan todo lo que es superior rumiarán sus frágiles iras en sus diminutos espacios y solo pasará sobre ellos la nada y el viento del desdén del universo entero. Todo eso es meritorio y ejemplifica la categoría de cada quien pues cada uno juzga y valora según sus capacidades e intenciones.

El caso es que para todo los peruanos, les guste o no, MVLL es, desde hace más de medio siglo, el mandarín de nuestra literatura siendo descolocado únicamente por Miguel Gutiérrez en términos de destreza y ambición narrativa (hasta la fecha ambos no tienen rivales y están en la cima de los narradores aunque siendo abiertamente antípodas respecto de sus logros sociales y económicos).

Tal es la importancia de Vargas Llosa para los escritores peruanos que en el curso de las últimas dos décadas se me ha hecho inevitable escribir varios textos acerca del Nobel arequipeño, generalmente, en contra suya, pero tratando de ser justo, siempre.
En este orden de ideas, en un ensayo mío de hace dos años (Algunos Apuntes en los Márgenes de la Estética, la Inteligencia y el Marketing Literario en el Perú Contemporáneo) comparé al cumpleañero con Miguel Gutiérrez y sostuve (y sostengo) que respecto de la entrega a sus propuestas literarias y a la defensa de sus ideas políticas ambos autores son ejemplares, pese a que uno puede y debe disentir de las ideas de ambos.

Ahora, en lo personal, debo agregar que Conversación en la Catedral (la única obra que MVLL necesitó escribir o que se atrevió a escribir aún bajo el riesgo de matarse escribiendo a tal punto que de haber seguido en esa onda seguramente no habría vivido hasta estos tiempos) y La Casa Verde (que podría haber sido escrita por Faulkner si el bravo autor nacido en Mississippi hubiera conocido Piura y la Amazonía) se mantienen vigentes entre sus novelas. Las demás me parece que han envejecido mal salvo por estar llenas de curiosidades menores (como El Paraíso en la Otra Esquina o Travesuras de una Niña Mala). Ahora mismo reviso algunas páginas de varias novelas suyas y el lenguaje expuesto no me satisface. Lo hallo seco, sin vida. Puede ser una falsa impresión, pero desde hace mucho creo que sin el andamiaje técnico primordial de su propuesta inicial, su obra tendría muy poco que mostrar y ofrecer salvo que se asuma como entretenimiento. No cumple con la magna exigencia que Serge Diaghilev espetó a Jean Cocteau: ¡Étonnez moi! (anécdota conocida gracias al ensayo de MVLLL sobre Nabokov, etc.), pero ese es otro tema.

En todo caso, guardo distancias de todos aquellos que intentan negar a MVLL o que lo odian por un tema ideológico, pues creo que en ese campo, MVLL solo ha tenido la desgracia de estar a destiempo en cada una de sus intensas militancias, ya que cuando defendía el socialismo, esta doctrina era ya indefendible y cuando se pasó al liberalismo, pasó lo mismo.
Lo que nadie puede negar es que en ambos bandos demostró una testarudez y una belicosidad tremenda. Inclusive hasta el año pasado cuando no debería haberse preocupado por nada que no sea vivir tranquilo insistió en la literatura e insistió en la crítica política para mayor exaltación de aquellos que lo odian o que creen que pueden igualarlo sin realizar genuinas proezas.

Estas dos grandes pasiones singulares, la literatura y la política, lo enaltecerán siempre y lo vincularán de manera permanente con todos los grandes peruanos que han tenido un rol preponderante en el imaginario intelectual del país desde González Prada (de quien no debemos olvidar jamás que fue tan fino como poeta, como incendiario en su rol de ensayista político) pasando por Haya y Mariátegui (que fueron, en sus inicios, poetas) y hasta la actualidad.

Finalmente, MVLL ha ofrecido a la literatura peruana y a todo joven que imprime algunas líneas sobre un papel o un documento de Word en su computadora una inmensa lección de vida. Me refiero a que el autor de La Verdad de las Mentiras (enorme libro de reseñas literarias y ensayos breves sobre escritores) ha creído siempre que se puede escribir todo o acerca de todo siempre y cuando exista un impacto personal profundo en el autor (propósito imprescindible de todo gran escritor). Esta consigna es un mérito mayúsculo, y él la intentó cumplir durante casi toda la vida. El problema es que escribir todo o acerca de todo solo puede ser efectivo cuando se ha vivido todo o cuando se cuenta con el talento de un genio, pero MVLL no cumple con esa prerrogativa. Le falta gracia a su imaginación mecánica, le falta poesía y aliento. Aun así es importante, pero no solo por sus novelas sesenteras, sus premios o por su posición sino por su entrega a sus pasiones y por haber vivido como le vino en gana.
Considero, en este sentido, que la mayor virtud del gran viejo ha sido su afán polemista y el no temer medirse con cualquiera.

En la novela aprendió, sin duda alguna, de varios maestros, pero quiso retar a Flaubert y a Faulkner y no obtuvo pocas preseas por ese lado, pese a lo que he expuesto inicialmente. En el orden de las reflexiones o los ensayos, Historia de un Deicidio debe ser, dentro de la historia de la literatura, la más exhaustiva muestra de obsesión y agotamiento de las búsquedas y hallazgos de un escritor sobre otro escritor contemporáneo (MVLL estaba aún en su periodo más inspirado cuando compuso este ensayo portentoso). En el campo del pensamiento diverso y, sobre todo, político, Contra Viento y Marea es lo mejor que expuso. En este sentido, se midió, en el momento justo, hasta con Sartre y Camus, en este libro, cuando era prácticamente «nadie», lo que es un mérito respecto del peruano promedio en general y el escritor peruano promedio en particular. Gran actitud, gran pretensión, gran carácter (al menos, en el campo literario).

Se merece cumplir muchos años más y esperemos que así sea. Su presencia es benéfica para el mundo pese al insignificante odio «progre» y a que casi siempre hemos estado en desacuerdo con sus ideas.

Larga vida, viejo. Eres el último peruano al que se le puede llamar así (“viejo”) como una muestra de aprecio sin incidir en la farsa o el cinismo.

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Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Ochenta años de Juan Ojeda

Elogio del máximo poeta peruano del último medio siglo.

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Juan Ojeda, leyenda de la poesía peruana, que hace medio siglo ofrendó su existencia carnal en el altar de su propio delirio sobre el asfalto de la cuadra 23 de la Avenida Arequipa, hoy cumpliría ochenta años.

Poeta de grandes ambiciones y profundas intuiciones conjugó una erudición real (no impostada al modo de los seguidores de Pound) con la turbulencia de un ánima sacudida por el estruendo de lo extraordinario y lo infernal.

Su poesía es el testimonio de alguien que quiso ver el paraíso en medio de las ruinas de su propio ser y terminó arrancándose los ojos, aunque atisbó los predios celestiales puestos al fin sobre la tierra al alcance de cualquiera (como nos indica su poema «Elogio de la infancia») aunque no dejó, ni por un instante, su posición muy bien anclada en medio de las riberas de la muerte y el olvido.

Quienes dicen que este escritor genera ciertas resistencias no calibran o no se atreven a exponer con claridad la incapacidad del literato promedio para profundizar en el vasto imaginario ojediano. Tal es así que basta una conversación con cualquiera que algo sepa sobre la poesía hecha en Perú para que se evidencie una total admiración por el aeda porteño y un entendimiento ecuménico respecto de su determinación como el mayor poeta peruano del último medio siglo.

Sin embargo, hay mucho de mala suerte en el devenir de Ojeda. Tres veces le preparamos sendos homenajes junto a Rafo León y siempre pasó algo que evitó su realización (lo que nunca pasó con ningún otro autor en el curso de los 245 episodios de la última proyección de Libertad Bajo Palabra).

Luego, debe haber cierto cálculo político de mucha gente en el soslayamiento de este intrincado autor, pues si se le posiciona, ipso facto, la mayoría de los poetas del sesenta y setenta desaparecerían de sus puestos actuales excepto Hinostroza.

Quizás, el regionalismo en boga haya resultado contraproducente puesto que en Chimbote hay una suerte de apropiación del aeda (hasta una suerte de celo) que dificulta las relaciones públicas en torno al ensalzamiento del vate.

Tal vez, incluso, los marcos tan limitados de la crítica académica en boga mucho más afincada en los estudios culturales que en la propia literatura tenga algo que ver y ni se diga de la crítica a secas que prácticamente no existe.

En fin, bienaventurados sean todos aquellos que entiendan.

(Columna publicada en Diario UNO)

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Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Tres años sin Luis Bedoya Reyes

Lee la columna de Percy Vílchez Salvatierra

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La muerte de Bedoya, hace tres años, constituyó la partida de un hombre que se dedicó a la política en un medio muy difícil (casi imposible, de hecho: el Perú) y que tuvo una prestancia existencial más o menos hidalga, no exenta de tropiezos y excesos, pero la vida es así y no hay nadie perfecto.

En algún momento, quizás llevado por la retórica cuando el finado cumplió cien años, incidí en el exceso de llamarlo “estadista”, pero esa expresión fue eso, precisamente, un exceso o, en todo caso, un involuntario gesto «político».

Es un estadista, claro, si lo comparamos con López Aliaga o con Antauro (con Castillo ni se diga) o con cualquier candidato actual, pero esta circunstancia solo nos demuestra una realidad infernal que debe ser alterada por y para el bienestar de la población: el Perú nunca ha tenido estadistas ni políticos de gran proyección (nunca, salvo en los años veinte y treinta del siglo pasado).

En este sentido, la generación de Bedoya tuvo varios buenos gerentes, pero nada más puesto que, en general, nunca llegó a ofrecer una lectura propia de la realidad nacional y de nuestros procesos históricos, ni un gran plan nacional, ni un programa político contundente, ni, mucho menos, una esperanza en un futuro mejor para todos.

En el orden de lo hasta aquí expuesto, el enaltecimiento o el desdén que produjo el deceso del fundador del PPC, partido sumamente desgastado ahora mismo, pero que nunca tuvo ningún propósito mayúsculo o trascendental (toda la verdad tiene que ser dicha), nos demuestra la falta de equilibrio y de un sentido crítico justo respecto de su memoria.

Así, no faltan ni faltarán quienes sobredimensionen la construcción del Zanjón que es positiva, sin duda alguna, si se le compara con la nada, pero que, en realidad, solo refleja el subdesarrollo ingente que siempre ha afectado al país incluso en el nivel de las inteligencias y los individuos, sobre todo, los políticos, ¿acaso no hubiera sido una proyección más ambiciosa y digna de elogios la construcción de un tren subterráneo como han tenido las grandes metrópolis del mundo desde hace más de cien años o la implementación de nuevas redes de tranvías?

Por el otro lado, se le juzga o le juzgarán con demasiado encono los que critiquen el caso Cromotex, (sesgadamente, claro) dejando, al mismo tiempo, muy tranquilo a Cerpa Cartolini, que era uno de los principales dirigentes en el sindicato correspondiente, cuyo fin de vida es ampliamente conocido dada su valía en la estructura jerárquica del MRTA. Entonces, un desalojo altamente violento de la fábrica Cromotex debió ser evitado, pero no puede hacerse responsable solo a Bedoya (que era el abogado de Mussiris, dueño de la empresa), sino, también, a los que exacerbaron el ánimo de los obreros.

¿Hasta cuándo se insistirá en la villanía de justificar todas las acciones del bando con el que uno simpatiza solo por esa razón? Por otro lado, es interesante que esto sucediera, precisamente en plena realización de la Asamblea Constituyente que no pocos de los izquierdistas de aquellos tiempos detestaban aun en el seno de la misma institución asambleísta. Critica, autocrítica y más crítica, siempre.

Asimismo, no faltan ni faltarán los que denuncien la debilidad de Bedoya cuando supo las turbias actividades de su hijo Luis Bedoya de Vivanco junto a Montesinos. En este caso, la conducta de los “críticos” aquí nominados exhibe no solo la impiedad sino el puritanismo en boga de no pocos termocéfalos, ¿acaso querían que él mismo flagelara a su hijo y lo depositara dentro de la cárcel para que puedan afirmar que actuó conforme a los estándares enfermizos que le exigen a todos en este mundo siempre y cuando no sean partícipes de sus argollas?
Por supuesto, el viejo derechista debió quedarse callado o ser más duro y cabal, pero esa debilidad respecto de su hijo lo muestra mucho más humano y vulnerable que tanto censor y reprimido presumiblemente hipócrita que pontifica sobre moral todo el tiempo sin entender ni atender razones y argumentos. Este trance dificilísimo y vergonzoso que se derivó de la develación pública del vladivideo pertinente, por otro lado, reflejó, también, la precariedad criolla del buen Tucán pues no era un coloso, pero tampoco un desgraciado que iba a hundir aún más a su hijo solo porque así lo han dispuesto los inquisidores sin vida de siempre. Quizás, este extremo de no haber sido un desgraciado es lo más halagüeño que se pueda decir de un político peruano.

Hay que reconocer en el famoso líder pepecista, sí, un gran sentido de lo pragmático (que, paradójicamente, le jugó en contra pues le impido ser más visionario) y una acertada exaltación de las clases medias, pero nada más. Se podría decir que fue casi lo mismo que Belaunde aunque con más malicia y criollismo de por medio y mucho más carácter.
Tengo la impresión de que hubiera hecho un gobierno mucho mejor que cualquier gobierno del arquitecto, pero la gente tan negativa que ha tenido papeles más o menos importantes en el PPC los últimos treinta años acaso se hubieran empoderado de una manera mucho más grave que la de Kouri y CIA si el Tucán hubiera gobernado al país entero alguna vez, así que lo que no sucedió, en este caso, está muy bien que no haya sucedido. En todo caso, no se le puede endilgar a un hombre las consecuencias de las instituciones que haya fundado, pero sí se puede ver la calidad del legado que ha dejado.

Finalmente, el legado concreto de Bedoya no es demasiado brillante, pero es inconmensurable al lado de cualquier político de los últimos 30 años. Lo preocupante es por qué no han surgido políticos con mejores condiciones, talentos y aptitudes que asuman los puestos siempre vacantes de legítimos padres de la patria. Es muy necesario que se puedan cubrir todos estos puestos vacantes, pronto.

Además, debemos agregar que el último caballero de la política peruana partió de esta tierra un 18 de Marzo de hace tres años y la congoja que embargó a sus familiares y amigos aun cuando no pueda ser compartida por todos sí debería ser objeto de reflexión por todos los que se muestran interesados en la política no solo como un atajo a la cumbre del lobbysmo y el confort a costa de la integridad y la moral sino como una manifestación de la actividad más importante a la que un buen ciudadano se puede dedicar luego de haber asumido una responsabilidad cívica plena.

Piénsese en todo esto en tanto se desea que el legado público del buen Tucán pase a mejores manos..
¡Pax Vobiscum!

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