Por Rafael Romero
Llegó diciembre y hacemos un balance de la gestión del Ministerio de Relaciones Exteriores (Cancillería del Perú), que se supone sigue constitucionalmente la política exterior formulada por la inquilina de Palacio de Gobierno, Dina Boluarte.
Parte de la conducción ministerial del año que termina fue concretada por Javier González-Olaechea (JGO) y -tras su abrupta salida del cargo- la otra parte la viene desempeñando su reemplazo Elmer Schialer. Este cambio se precipitó por tensiones internas y discrepancias frente a las elecciones en Venezuela y el “triunfo” de Nicolás maduro.
Las declaraciones de JGO sobre “el fraude” perpetrado por el chavismo causaron desencuentros en el seno del gobierno de Boluarte y esta le pidió su dimisión. Su sucesor, Elmer Schialer, de inmediato cambió de tono cuando dijo que “los problemas de Venezuela deben ser resueltos por los venezolanos”.
No olvidemos que, en agosto, JGO confrontó a 11 países que en el Consejo Permanente de la Organización de los Estados Americanos (OEA) se abstuvieron de votar sobre una resolución que exigía a Maduro publicar las actas de las elecciones presidenciales. Allí, el entonces canciller JGO criticó las abstenciones y censuró a las representaciones ausentes por no participar ni siquiera de manera virtual.
Pero antes de agosto, respecto de otro hecho diplomático bochornoso, el excanciller Miguel Rodríguez Mackey en su artículo publicado en EXPRESO el 23 de junio, titulado “Canciller: cero en diplomacia y desubicado” (https://www.expreso.com.pe/opinion/canciller-cero-en-diplomacia-y-desubicado/) dijo textualmente:
“En un acto que avergüenza a la diplomacia peruana, el actual ministro de Relaciones Exteriores, Javier González-Olaechea, ha cometido el mayor desatino y desaire diplomáticos que se pueda uno imaginar: asistir al acto oficial más esperado en la historia de la relación bilateral de nuestro país y Canadá, desarrollado en la residencia del excelentísimo señor embajador de ese país acreditado ante el Gobierno del Perú, y lanzar una impertinente increpación –porque se hizo lo que NUNCA: en la propia sede diplomática– por la indiscutible injerencia de Canadá y otras 15 embajadas en asuntos de creación de una ley en el Congreso de la República relativa a la Agencia Peruana de Cooperación Internacional (APCI), respecto de los fondos que reciben las ONG que, como referí en mi columna de ayer, hasta ahora nadie las cuadra como corresponde. En efecto, pues como lo hizo el canciller es exactamente lo que no corresponde, abriendo heridas –no voy a decir incurables–, pero que podrían demorar en sanar.”
Y en el siguiente párrafo, Rodríguez Mackey, señaló:
“Apenas publicado el comunicado de las 16 embajadas, dije que el ministro debía convocar a cada uno de los jefes de Misión a la Cancillería, que es lo que corresponde, conforme las reglas, usos y costumbres en diplomacia. Era el lugar correcto y no una magna celebración por los 80 años de la fructífera relación bilateral peruano-canadiense. De hecho, ha sido un portazo totalmente descortés y peor aún, hecho con premeditación –otra vez preocupado en querer llamar la atención a cualquier precio, sin importar las consecuencias de su acto para la imagen de nuestra diplomacia–, mientras el embajador canadiense yacía todo el tiempo preocupado en atenderlo, pues “Es costumbre que en sus recepciones los anfitriones y personal de la embajada reciban a los invitados a su llegada y en caso concurra un jefe de Estado o el Ministro de Relaciones, el embajador y su señora, los acompañarán al interior”.
De este modo, lo sostenido por el excanciller Rodríguez Mackey revela el difícil trance por el que atraviesa el Ministerio de Relaciones Exteriores. Así, tan pronto acabó el Foro APEC, se le acabaron la brisa fresca y las buenas olas a Schialer, porque en la práctica dentro de la Cancillería existe otra realidad, donde no se toma mucho en cuenta la integridad, la idoneidad ni la ética pública, asuntos que no son accesorios ni cosméticos a la luz de las buenas prácticas institucionales que Perú debe cumplir para integrarse a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
En ese sentido, para nadie es un secreto que hay un grupo de poder e influencia que regenta la Cancillería y que los ministros solo son aves de paso, y así se viene arrastrando casos sin resolución, generando mala atmósfera en Torre Tagle, como el complot probado contra el entonces embajador Fortunato Quedada en Israel; la conspiración en pleno reinado del Lagarto Vizcarra contra el expresidente Alan García con el objetivo de bloquear su asilo político en Uruguay; el caso administrativo laboral del servidor Hugo Sotomayor; y se suma explicar el porqué de la Resolución Suprema N° 151-2024-RE, del 10 de setiembre del 2024, que determinó el retorno del embajador del Perú en Egipto, José Betancourt Rivera, asunto respecto del cual estamos coordinando con él a fin de recibir su versión, pues hacerlo sería valiente, esclarecedor y funcionalmente constructivo para la diplomacia peruana, sobre todo frente a la posición del gobierno egipcio.
Lamentablemente a esto se suma, como regalo navideño o como la cereza sobre el chantilly, el nombramiento de David Eduardo Gómez Boluarte, hijo de la presidenta Dina Boluarte, realizado desde el despacho de Elmer Schialer en un puesto de las Naciones Unidas, con sede en Nueva York.
Sobre el particular, los oficialistas o relajados de la administración pública podrán decir que la designación de Gómez Boluarte es legal (pero en realidad no representa al principio de integridad); podrán decir que es una decisión normal (pero en realidad no representa a la ética pública); y podrán decir que es funcional (pero en realidad no es moral).
Esta sumatoria de casos polémicos, sin resolver ni explicar debidamente, ensombrecen la función de la Cancillería en este 2024 porque ¿cuál es la mano que mece la cuna en Torre Tagle? ¿Quién es el que solo corta el salame o quién es dueño del horno donde se quema lo que una cofradía escoge?
En todos los casos líneas arriba citados, ¿hubo hechos públicos reprochables? Y si los hubo, ¿los órganos de control y fiscalización de la Cancillería y del Ejecutivo actuaron en consecuencia o no? Para algunos problemas, ¿acaso la Cancillería aplica el bisturí y para otros solo pone paños fríos de impunidad?
En suma, frente a todos estos hechos, de cero a 20, ¿cuál es la nota que le pondría el amable lector a la Cancillería del Perú para este año que culmina?