Opinión
Voz Propia, Carlos Compson y Lima 13 encabezan el festival Huancayo Post-Punk 2024
Lee la columna de Renzo Lobato

Huancayo, con su geografía montañosa y su clima frío, se erige como el escenario ideal para la segunda edición del festival Huancayo Post-Punk, que se celebrará el 29 de agosto en Antonella’s. La ciudad, situada en el corazón de los andes centrales, ofrece un entorno que parece hecho a medida para un género tan introspectivo y melancólico como el post punk. Al igual que ciudades como Moscú o San Petersburgo, donde el frío y la oscuridad han servido de telón de fondo para la creación de una formidable escena post punk, Huancayo se convierte en el lugar perfecto para que este género resuene con toda su fuerza. Asegura tu entrada en Teleticket.
El festival será encabezado por tres de las bandas más influyentes del post punk peruano: Voz Propia, Carlos Compson y Lima 13. Cada una de estas bandas trae consigo un estilo único que, combinado con la atmósfera de Huancayo, promete crear una experiencia inolvidable para los asistentes. Voz Propia, con su enfoque introspectivo y sus letras cargadas de emociones, se ha convertido en una de las bandas más emblemáticas del género en Perú. Su música, que ha acompañado a varias generaciones, encuentra en Huancayo un nuevo escenario donde resonar con fuerza, capturando la melancolía y la introspección que caracterizan al post punk.
Carlos Compson, con su propuesta experimental y su energía mística, añade una capa adicional de complejidad al festival. Su reciente éxito en México, donde presentó su álbum ‘Espuria’, demuestra la universalidad de su música y su capacidad para conectar con públicos de diferentes culturas. Esta será su primera presentación en Huancayo, un lugar que, con su atmósfera única, seguramente inspirará una actuación memorable. La fusión de su música con el ambiente de la ciudad creará una simbiosis que realzará tanto la intensidad de su propuesta como la experiencia sensorial del público.
Lima 13 completa el trío de bandas limeñas que encabezarán el festival. Con un sonido que combina la melancolía con una crítica social y política aguda, Lima 13 ha sido una voz importante en la escena post punk peruana. Su actuación en Huancayo será una oportunidad para que el público experimente de primera mano la potencia de su música en un entorno que, por su naturaleza, potencia la conexión emocional con el público.
Además de estos tres gigantes del post punk limeño, el festival contará con la participación de bandas locales como Jardín Nocturno, En los Ojos de Medusa y The Famous Criminals. Estas bandas, que han estado moldeando la escena musical de Huancayo, aportan una frescura y autenticidad que complementa perfectamente la propuesta del festival. Jardín Nocturno, con su enfoque atmosférico, En los Ojos de Medusa, con su fusión de géneros, y The Famous Criminals, con su estilo indie, ofrecen una diversidad de sonidos que enriquecerá la experiencia del Huancayo Post-Punk.
Los boletos están a la venta a través de Teleticket.
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Opinión
Feria Internacional del Libro de Lima y el intento de legitimar al MRTA
Se canceló la presentación del libro del terrorista del MRTA. Historiador Antonio Zapata fue el autor del prologó.

La Feria Internacional del Libro de Lima (FIL- Lima) programó la presentación del libro Revolución en los Andes (2020) para hoy 29 de julio de 2025, testimonio del terrorista Víctor Polay Campos, líder del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), condenado por terrorismo. Sin embargo, gracias a la presión mediática se canceló este vergonzoso evento.
Lo que debería ser una fecha para celebrar la independencia, iba a ser el evento que daría voces al análisis de un texto que justifica la barbarie disfrazada de testimonial. Para quienes no tienen memoria o son muy jóvenes para recordarlo, el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru surgió en 1982 con Polay como su mando principal fue el responsable de la toma de la embajada del Japón en diciembre de 1996 y la muerte muchos peruanos inocentes.
¿En qué momento decidimos que era aceptable legitimar el relato del comandante del MRTA organización armada que cometió secuestros, asesinatos y actos de violencia contra los peruanos? ¿Qué clase de memoria se está escribiendo cuando se le cede la palabra a un condenado por terrorismo, sin que medie crítica, sin contexto, sin un mínimo de dignidad hacia las víctimas? O es que luego de aprobar la ley de amnistía para quienes causaron el terror desde el estado peruano, en la FIL- Lima creyeron que los peruanos quedamos desmemoriados por decreto. No señores, y lo más cuestionable es ¿Quiénes presentarían el texto publicado en plena pandemia? El historiador Antonio Zapata, la antropóloga Natalí Durand y el analista político César Coca.

El prólogo del libro de Play lo escribió el propio Antonio Zapata, quien dejó clara su postura:
“La invitación de Víctor Polay para escribir el prólogo de su testimonio fue una agradable sorpresa”, tiene derecho a sentir agrado por un terrorista o por sus ideas. Pero eso no lo exime de la responsabilidad de lo que implica eso. En el ensayo escrito, Zapata lo describe como un “romántico revolucionario”, “valiente” y “elegante”. Nunca lo llama terrorista. Nunca lo juzga. Se limita a explicar, matizar. Dice que no pensó en el largo plazo.

Además, confiesa simpatizar con alguno de sus actos “me gustó la campaña del Nor Oriente porque fue alegre y desenfadada”, madre mía, simpatizar con lo hecho por el MRTA. Zapata quizás se refiera a la toma de Tabaloso y Soritor (San Martin) en 1990, liderados por el frente nororiental de Víctor Polay Campos, quien junto a su destacamento subversivo tomaron ambas ciudades luego de atacar el puesto policial. Marcando el inicio de su lucha terrorista. ¿Qué tiene de alegre el inicio del MRTA señor Zapata?
Jóvenes, Víctor Polay no es un perseguido o condenado por sus ideas. Es un preso por hechos concretos: asesinatos, secuestros extorsivos, atentados contra gente inocente. Una cifra desgarradora destacada por Zapata: “En el razonamiento de Polay, ahí está la causa del bajo número de víctimas causadas por el MRTA; según las cifras de la CVR (Comisión de la verdad y reconciliación) algo menos del 2%”. Esto nos hace recordar al vocero Jorge Trellos del fujimorismo quien en un exceso de sinceridad nos recordó en el 2011: «En todo caso, nosotros (el fujimorismo) matamos menos, menos que los dos gobiernos que nos antecedieron». Es el mismo razonamiento, los dos lados del terror en los noventas dando el su testimonio.
Polay no está preso por pensar distinto. Está preso por haber dirigido una organización armada terrorista.

Nos queda reflexionar que, a pesar de la cancelación del evento, existió la pretensión de presentar este libro en un espacio público como la FIL Lima, no es una mera coincidencia o un error de los organizadores, es un acto político auspiciado por el Ministerio de Cultura, la municipalidad de Jesús María, entre otros, justo en el último año del gobierno de Dina Boluarte. Es un intento deliberado de insertar la narrativa del MRTA en el debate cultural, con el aval de académicos y editoriales que deberían, al menos, tener la decencia de reconocer la gravedad del personaje al que le están prestando su voz. Creo que seguirán buscando espacios, este libro ya ha encontrado espacios en Chile del lado del MIR.
¿Hasta cuándo vamos a seguir tolerando esta amnesia selectiva? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que la cultura sirva como escudo para blanquear relatos violentistas?
No intentemos reconstruir la historia. La memoria no se negocia. Se construye con verdad, con justicia, pero también con límites.

Hace unas semanas, el poeta Kenneth O’Brien presentó una muestra individual de pinturas en la casa Poco Floro del centro de Lima a la que tituló “Atávicos & cromáticos” con cuadros de diferentes formatos y soportes, en su mayoría reciclados de las calles, cartelones, triplay, mapresa, pedazos de cuna y demás con colores vivos y resaltantes.
Quizás las obras que más llaman la atención sean: “La Pelirroja”, “Un largo y hondo desprecio por la humanidad” o sus bicicletas o motos a lo Chagall o Basquiat con un toque callejero o suburbano o un descafeinado Duchamp-Humareda-Polanco, etc.
Queremos confesar que vimos la exposición a destiempo, aunque ya habíamos apreciado en su casa (la que ahora tiene en La Punta) algunos de estos trabajos, siempre con una aureola de locura, excentricidad o atrevimiento y más en estos tiempos en que lo conceptual está inhabilitando la capacidad de crear o por lo menos aprobar la perspectiva.
Pero Kenneth es sobre todo un poeta en color y en libros como OS o esa antología poética titulada La Bestia Ambulante. En un texto inédito que nos pasó hace unos meses, se puede leer: He visto escaleras vacías/Ni subían, ni bajaban (…) Como corcheas o ropa mojada/Que tendidas en un pentagrama/Hacen una sinfonía a la nada. O este otro donde vomita su estro: Habría que escribir los malditos poemas/Como un hada catastrófica/Mitad rata, mitad Dios/Habría que construirlos/Como quien se muda de una a otra casa…
Este escriba le ha seguido el rastro estos últimos dos años con sus recitales en “Rayuela”, un bar contracultural en “Chorranco” donde bajaban personajes de la fauna literaria o bohemios bebedores de cerveza; espacio que luego se mudó a la avenida Terán donde discurría la poesía como un río desbordado, la música selecta en estéreo (Nicolás Duarte, Humberto Campodónico, Blanca Galdos, etc.), y las buenas conversas; así como también extendidas partidas de ajedrez que tenían una trampa porque después que logras ganar algunas partidas te chocas con una pared, un amigo que tiene un Elo de 2000 y pues ahí se acaban todos los sueños de opio ajedrecero, sobre todo para los que aprendimos de pie en las mesas del parque Universitario.
Y Kenneth O’Brien ríe a mandíbula batiente, no se hace problemas. Es más, los necesita. Es soñador con un cigarrillo en las manos siempre planeando nuevos trabajos y nuevas formas de hacernos ver el (su) mundo.

Desde niño me enseñaron que los símbolos patrios eran sagrados. Representaban no solo la grandeza del Perú, sino también el reflejo de lo que podíamos ser como ciudadanos; personas justas, trabajadoras y con identidad. Recuerdo con cariño los cursos de Cívica y Formación Laboral, donde más allá de la teoría, aprendíamos a respetarnos, a pensar en el bien común y a sentirnos útiles como parte de una patria compartida.
Cada 28 de julio era una verdadera fiesta. No por las bandas o los desfiles oficiales, sino porque en el corazón de cada peruano palpitaba el orgullo de ser parte de esta tierra. Y aunque éramos muy jóvenes, no nos faltaba sentido crítico. Preguntábamos y queríamos entender qué pasaba en el país. Mientras otros jugaban en el recreo, yo leía el periódico. Así me enteré que el crimen en Perú siempre existió, conocí nombres como el ‘Loco Perochena’ o ‘Django’, y también descubrí el dolor de las pérdidas, como la muerte de Elvis. Fue en esas páginas impresas, donde me enteré de que Perú apoyó a Argentina en la Guerra de las Malvinas y donde encontré el humor político de ‘Monos y Monadas’, revista que años después me uniría en una entrañable amistad con Nicolás Yerovi.
Mi amor por el himno nacional y la bandera no se ha desvanecido, aunque hoy muchos miren con escepticismo esos valores. Es cierto, vivimos en la era del TikTok, de los influencers y youtubers, que con palabras soeces y chacota desmedida trivializan el respeto y banalizan la realidad. Pero eso no significa que el patriotismo sea un falso valor y mucho menos anticuado. Al contrario, hoy es más necesario que nunca.
A las nuevas generaciones les digo: —en tiempos difíciles, amar al Perú es construir solidaridad desde lo cotidiano, participando, informándose, respetando al otro, y cumpliendo a cabalidad las leyes. Si los gobiernos de turno no promueven masivas campañas de valores, hagámoslo nosotros desde casa, desde las aulas, desde el trabajo, desde las redes—.
No dejemos que la decepción y el desencanto nos robe la esperanza. El Perú no es solo su caótica clase política. El Perú somos nosotros, porque somos más grandes que cualquier transitoria crisis. Y por eso, hoy y siempre, con orgullo, emoción y firmeza, grito:
¡Feliz 28 de julio… Felices Fiestas Patrias!

Por Juan José Sandoval
Tuve que ir obligado por una chamba a la Feria Internacional del Libro de Lima, cuyo pago era equivalente al costo de la entrada, un libro de remate, un café y una lata cerveza. Nada más, bueno tampoco había que hacer mucho en la labor encomendada, reducida a aplaudir a los autores de una presentación de libro, además de transmitirlo por redes.
Usualmente llego a la FIL con nulas expectativas. Lo que quiero está caro o no hay. Pero vi mucha producción peruana de cómics y literatura de géneros como la ciencia ficción y el horror.
Me consta que la producción editorial independiente es mucho más atractiva que la oferta librera de las grandes cadenas, que usualmente acaparan los reflectores.
Sé de buena fuente también, que las ganancias son bajas, a pesar de las grandes cifras récord que los organizadores anuncian cada año.
Eso se refleja también en que cada vez ganan más presencia los influencers, cuyos stands no sólo venden libros sino también merchandising exclusivo.
Genera gracia que haya un síntoma mediático de que en el Perú se celebra la cultura con la FIL. Pero preocupa que no se note a la hora de elegir a nuestros gobernantes, cuyas políticas públicas taclean la expresión de arte que emerge de la ciudad, como lo hacen los alcaldes de Miraflores y La Molina, que pertenecen al grupo celestial del alcalde de Lima, posible candidato presidencial.
A saber del vocabulario político que manejan estos dueños de pequeñas parcelas de la patria, muy poco o nada han de leer para desafiar a la ignorancia.
La otra vez di en obsequio un libro de Vargas Llosa a un empresario fujimorista y lo tomó como una ofensa. Yo siento que leer a MVLL es no solo crecer en ideas, sino también conocer el Perú en sus relatos. Lamentablemente la mitad del país se siente a gusto siendo analfabeta e incluso con prepotencia para argumentar.
Por eso, a pesar de que me aburre y desprecio la FIL, voy porque tengo que chambear, tengo que chismear y de paso otear el paisaje literario.
En ese sentido, el panorama es bastante repetido, las mismas caras en diferentes mesas hablando lo de siempre. ¿No somos acaso un país innovador? Uno de los libros más disruptivos de la historia lo hizo un puneño, Carlos Oquendo de Amat. Eso fue hace cien años. Su libro se vende a 20 soles, versión Universidad Ricardo Palma, y 10 soles versión Contracultura. A propósito del stand de este último, aún quedan ejemplares de David Galliquio, que es uno de los ilustradores más corrosivos de esta parte del continente.
Quizás la zona que más me llamó la atención fue la de los fondos editoriales universitarios, donde se puede apreciar la producción intelectual por la que apuestan las casas de estudios.
Sorpresa no menor fue el stand de la universidad César Vallejo, del empresario César Acuña. Intrigado me acerqué pensando que encontraría investigaciones plagadas de inexactitudes con alto grado de turnitín, o alguna tesis que sobrevivió a los huaicos.
Por el contrario, vi un catálogo bastante atractivo en cuanto a literatura. Donde esperé encontrar mediocridad intelectual, vi títulos de escritores como Villoro y Piglia. Colecciones de gran factura de la cultura peruana, literatura infantil y ediciones de lujo de la obra de Vallejo.
Haciendo gala de mi momento DBA, quise payasear con uno de los editores de la universidad con la pregunta: ¿dónde está el libro «Plata como cancha»? Buscando saber sobre aquel trabajo periodístico que detalla cómo el dueño de la universidad fue construyendo un imperio a base de perro muerto y arreglos millonarios bajo la mesa, como las cláusulas de confidencialidad que mantiene de por vida con su hermano Virgilio, con el profesor al que le robó la tesis y con su primera esposa.
Acuña ha buscado por años encarnar el personaje del emprendedor provinciano que vino de abajo a conquistar el mundo. Muy lejos de aquel político que manda en el país a punta de maletinazos.
Mantengo la hipótesis que César Acuña posee un inescrupuloso plan a largo plazo, con el que busca apropiarse de la imagen del creador de «Los heraldos negros», y que las nuevas generaciones comiencen a ver a este diminuto picapiedra como el vate que revolucionó la lírica de la palabra.

Por estos días de julio, cuando los peruanos deberíamos izar la bandera en señal de orgullo y memoria por nuestra república, la Feria Internacional del Libro de Lima —esa vitrina de la cultura— ha decidido brindarle micrófono, auditorio y solemnidad a uno de los personajes más siniestros de nuestra historia reciente: Víctor Polay Campos, cabecilla del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), grupo armado que sembró muerte, secuestro y destrucción bajo el disfraz de una falsa revolución.
El libro Revolución en los Andes: desde la prisión, Víctor Polay responde; no es literatura: es una operación ideológica disfrazada de testimonio. Es la puesta en escena de una voz que jamás pidió perdón, que jamás renunció a la violencia como vía para imponer su voluntad, y que ahora, desde la cárcel, busca reescribir la historia con tinta y papel lo que antes pretendió imponer con fusiles y dinamita.
Lo más escandaloso no es que el libro exista —la libertad de expresión admite incluso a los monstruos—, sino que sea promovido en una feria con auspiciadores desde instituciones gubernamentales, privadas, diplomáticas, y donde incluso participa la embajada de Japón (residencia que fue tomada por el MRTA en 1996). Le preguntamos a la Cámara Peruana del Libro. ¿Dónde está el criterio moral? ¿Quién decidió que la historia de un terrorista debía presentarse el mismo 29 de julio, en pleno aniversario patrio, como si se tratara de un tributo alternativo al Perú?
Y peor aún, ¿por qué figuras como Antonio Zapata, Natalí Durand y César Coca prestan su voz a este acto de apología al terrorismo? La gran pregunta es: ¿Lo hacen en nombre de la pluralidad académica o de una militancia camuflada de neutralidad?
La Fiscalía ha solicitado ampliar la investigación por apología del terrorismo. Ojalá la justicia llegue antes de que la historia se contamine aún más.
El MRTA no fue una utopía extraviada ni una noble causa mal ejecutada: fue una organización terrorista. Y Polay no es un pensador: es un reo por delitos de lesa humanidad. Convertir su palabra en “memoria” es una ofensa para sus víctimas. Y permitir que se presente como autor en una feria cultural es simplemente obsceno.
Seguro Francisco Sagasti estará en primera fila solicitando un nuevo autógrafo o, como a él le encanta decir, “diploma de rehén”.
Opinión
El peor Congreso de la historia elige una Mesa Directiva a su medida
Fujimoristas conversos, falsos marxistas, niños y un acusado por delitos graves, esa es la mesa directiva que este Congreso se merece.

Por: Jorge Paredes Terry
El Congreso de la República, esa institución que debería ser el reflejo de la voluntad popular y el equilibrio democrático, ha vuelto a superar sus propios récords de indignidad. Con un 4% de aprobación, sumido en escándalos de corrupción, acusaciones de tráfico de influencias y una absoluta desconexión con las necesidades del país, este desprestigiado Legislativo ha elegido una mesa directiva que es el fiel reflejo de su decadencia: ilegítima, cuestionada y, sobre todo, hecha a la medida de los intereses más oscuros de la partidocracia corrupta y delincuente.
No es exageración decir que es un parlamento de la cloaca. Este es, sin duda, el peor Congreso de la historia reciente. Sus integrantes han sido señalados por presuntos delitos, sus bancadas se fragmentan en luchas de poder mezquinas y su labor legislativa se reduce a blindar impunidades y repartirse prebendas. Mientras el país clama por soluciones a la crisis económica, la inseguridad y la corrupción, nuestros «honorables padres de la patria» (¿honorables?) se dedican a negociar votos bajo la mesa para asegurar puestos clave.

La mesa directiva que nadie quería pero que ellos y solo ellos buscaban, fujimoristas conversos, cerronistas y niños, todos comiendo en un solo plato.
Está elección no ha sido más que un reparto de cargos entre los mismos de siempre. Los nombres que hoy ocupan la presidencia y las vicepresidencias no representan a la ciudadanía, sino al reparto de favores que solo buscan controlar la agenda a su conveniencia. ¿Democracia? Aquí solo hay un pacto de sinvergüenzas.
Y lo peor es que todo huele a ilegalidad. Denuncias de compra de votos, de presión a congresistas disidentes y de maniobras al límite del reglamento, han marcado este proceso. Pero, ¿qué podemos esperar de un Congreso donde la ética es un concepto ajeno y vacío y el servicio público un negocio privado?
Un insulto a la ciudadanía
Mientras millones de peruanos luchan por sobrevivir en medio del desempleo y la precariedad, este Congreso se encierra en sus juegos de poder. La mesa directiva elegida es el símbolo perfecto de esta podredumbre: un grupo que no tiene la más mínima legitimidad moral para dirigir el Legislativo, pero que, eso sí, sabe muy bien cómo repartirse los privilegios.
¿Habrá consecuencias? Difícil. En un sistema donde la impunidad es la norma, estos actos quedan en la indignación momentánea y luego… nada. Pero el pueblo no olvida. Y aunque hoy esta casta política crea que puede seguir burlándose de la democracia, la historia los juzgará como lo que son: cómplices de la decadencia nacional.
Este Congreso no nos representa
No hay otra forma de decirlo: este Congreso y su nueva mesa directiva son una vergüenza. Son el resultado de un sistema corrompido, de una clase política que ha convertido el servicio público en un botín. Y mientras ellos celebran sus acuerdos en la sombra, el país se hunde.
Pero que no se confíen. El desprecio ciudadano ya los alcanzó, y aunque hoy crean que pueden actuar sin consecuencias, el tiempo y la memoria de un pueblo harto, les pasará la factura. Este es el Congreso que se merecen… pero no el que nosotros merecemos.
Basta ya!
Opinión
Verástegui eterno

El calendario no miente: este 27 de julio se cumplen siete años de la muerte de Enrique Verástegui. Y hoy que suenan los cantos escolares por fiestas patrias y el sol irrumpe por
los vericuetos de la casa, hago un tiempo para pensar en él. Ahí lo veo, desgreñado y taciturno, sentado en su casa repleta de libros o en un bar del centro de Lima, sorbiendo un poco de café expreso y en profunda meditación consigo mismo.
Parte del Movimiento Hora Zero, sus motivos no solo fueron literarios, sino también lingüísticos, económicos, esotéricos o matemáticos. En su escritura hay un afán totalizador, interdisciplinario y altamente reflexivo. Por ejemplo, en Motor del deseo (1987) maneja variables determinadas para comprender la creatividad y composición poética. Propone que un poema, en realidad, es una máquina de significados que produce cortocircuitos o “desajustes” a la máquina social. En ese sentido, la ecuación verásteguiana sería “Poema = Cuerpo y Cuerpo= Poesía”. La correlación entre hablar y escribir recupera una necesaria unión entre palabra y humano: gracias al poema, el hombre puede resignificar su máquina mental, es decir, el poema es una forma de hackear la maquinaria social y liberar el cuerpo.
Por otro lado, sobre la integridad de diversos saberes en el discurso poético afirma: “el texto no es más que la articulación de los diversos discursos (…) desde la matemática a la música, desde la economía a la filosofía y desde ésta a la antropología y la físico-química más la biología pasando por la astronomía”. Amplificando los géneros, también brinda una explicación sobre las “medidas de fuerza de los códigos académicos” que dictan las formas posibles y aceptadas de la escritura poética. Así funcionan como medios de mantener un canon determinado mediante medidas de austeridad homólogas a las dictaminadas por los gobiernos y el Estado; por eso, los poetas que buscan la “pureza del lenguaje” solo se aprovechan de la “plusvalía” que les brinda el gusto estético aprobado.
Murió en Lima en el 2018. En la víspera, leyó Maitreya: Florecí más que nadie/pero perfidia cayó sobre mí,/doblándome como una flor,/herrumbrándome, y fui silenciado. /Maitreya pasó desapercibido como una sombra por la /vida,/¿no dan ganas de llorar?
Opinión
29 Festival de Cine de Lima: Punku, un cine experimental tedioso
Lee la columna de Edwin Cavello

Hay películas que se parecen a sueños mal recordados: fragmentarios, inconexos, cargados de símbolos que no conducen a ninguna parte. Punku, del director Juan Daniel Fernández Molero, es una de esas películas. Pretende ser un portal hacia un cine nuevo, “descolonizado”, libre de las ataduras narrativas del occidente, pero acaba siendo un callejón sin salida donde se acumulan pretensiones estéticas y un experimentalismo vacío que confunde lo críptico con lo profundo.
La cinta, ambientada en la ciudad de Quillabamba, se presenta como un retrato caleidoscópico de personajes locales. Pero lo que se vende como observación poética es en realidad un catálogo de anécdotas deshilachadas, carentes de conflicto, emoción o siquiera una mínima intención dramática. El espectador se ve obligado a contemplar una sucesión de imágenes que más parecen material de archivo que cine en sentido pleno. ¿Dónde está la historia? Ni siquiera el exotismo, que tantas veces ha sido el salvavidas de ciertas películas tropicalistas, aparece aquí con algún vigor.
Fernández Molero parece obsesionado con la ruptura: rompe con la estructura narrativa, con la continuidad visual, con la lógica emocional. Recurre a múltiples formatos —Super 8, 16 mm, digital— como si el mero cambio de textura pudiese suplir la ausencia de contenido y de talento. El resultado es un ejercicio que no dialoga con el público, sino que lo margina, como si la incomprensión fuese parte del mérito.
Lo más preocupante, sin embargo, no es la audacia formal, sino la costra de seudo-intelectualidad que recubre cada plano. Punku no invita a pensar; obliga a soportar. Ni siquiera el desfile del concurso de Miss Sirena —que en otra película podría ser un momento de humor o crítica social— logra romper la monotonía general. Todo permanece encapsulado en una solemnidad forzada, como si el director temiera ser entendido.
¿Qué hace esta obra en la competencia de ficción del festival? No lo entendemos, pero Fernández Molero, sigue atrapado en el umbral de una idea que nunca llega a desarrollarse, continúa explorando un cine que parece escrito en clave, y que desprecia al espectador.
Punku significa puerta, pero esta puerta no se abre ni conduce a ningún lado: es un muro disfrazado de cine.
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