Opinión
Un somero comentario sobre Revolución Caliente
Lee la columna de J.,MIguel Vargas Rosas

Escribe: J. Miguel Vargas Rosas
Está demás manifestar que Rodolfo Ybarra tiene una gran destreza en el uso del lenguaje y en la creación poética, por lo que su novela Revolución caliente (Arteidea, 2020) que sobrepasa las 500 páginas, posee una prosa-poética impecable y dinamismos lingüísticos. Dicha novela trata de reescribir la “auténtica” Historia del Perú, tal como lo señala el subtítulo —y lo hace con un tono controversial y a través de alegorías—, y de esbozar teorías revolucionarias aparentemente aplicadas a los años ochenta y a la modernidad, aunque en un 60% del discurso narrativo se limita a verter reclamos y protestas contra el sistema imperante, tal como señala Marco Aurelio Denegri: «El texto de Ybarra es un texto de denuncia, de invectiva; son manifestaciones, digamos, propias de los repentes fundados de ira ya desde un punto diferente del discurso para alzar los ánimos en las plazas públicas». Por tal motivo, hablar sobre la novela de Ybarra es hablar también sobre política y cuestiones filosóficas.
Pero vayamos por partes; centrémonos de momento en el asunto literario, pues como decíamos, la novela contiene una prosa-poética muy bien elaborada y dinamismos lingüísticos, entre los que sobresale la polifonía (lengua erudita, culta, coloquial y hasta “replana”), logrando construcciones muy estéticas, a veces con una dulzura popular y otras, embarradas de una pasión desenfrenada. Todo esto ambientado en una realidad “distópica” como el propio autor lo señaló en su momento y tal como se da a entender en la página 11 del texto.
«Y si, por algún motivo, volvemos a preguntar qué es una distopía, seguro encontraremos que esa palabra exacta o definición sustanciosa no nos servirá para completar correctamente el crucigrama de aquel viejo periódico con el que ahora envolvemos cualquiera cosa o lo guardamos entre nuestro pecho y espalda para que nadie se atreva a echarlo a la basura o dejarlo a la voracidad de las polillas o de los gusanos, larvas o pupas. Y así, de esta forma y no de otra (¿habrá otra forma de decirlo?), ¿alguien se recordará de nosotros?»
Esta distopía es lo que permite soñar, tanto al autor como a uno de los narradores y al lector, con un futuro esperanzador revestido de lenguaje poético, que es a su vez una característica ínsita en el autor, el cual puede elaborar construcciones semánticas versificadas incluso con una dicción vulgar en las que se aprecian el torrente arrasador de las emociones. Poético podría ser la siguiente descripción que abandona la prosa simple para ornamentarse de metáforas profundas y complejas: «Nacimos en la oscuridad, bajo los conteiners, en los sótanos de los desagües, junto a las alimañas, muy cerca del corazón paroxístico de esta ciudad» (p. 15); además, cuando la voz narradora habla objetivamente sobre la realidad social o el entorno en el que se mueven los personajes, su verbo no está exento de poesía; por otro lado, hay subcapítulos que poseen una prosa ensayística en la que los narradores intentan explayarse sobre distintos tópicos desde sus perspectivas y concepciones. De esta manera, el libro se enriquece aún más, sin caer en lo didáctico ni abandonar la crítica social y el naturalismo literario, tal como lo señala Gonzalo Portals en el texto de contraportada: «(…) y en todas ellas el afán didáctico no cunde, se esclerotiza, se ralentiza en unas formas y lenguas corrosivas que, en su (im)pertinencia, dinamitan cualquiera estímulo de superación y sepultan bajo lajas cruciformes cualquier antídoto contra la desesperanza». En cuanto a la estructura, la novela rompe con el fluido lineal del tiempo —descollando los años 80— y abunda la diversidad espacial, aunque en la mayoría del texto bien podemos ubicarnos en una Lima hostil y en zonas proliferadas por jóvenes pequeño burgueses, quienes son expuestos al lector mediante sus descripciones psicológicas que se plasman en formas directas e indirectas, ya que Revolución caliente se inclina más hacia la etopeya que a la prosopografía, como si el autor buscase radiografiar principalmente la psiquis de cada personaje y, desde esta óptica psicológica, reflejar el proceso que conduce al anarquismo a iniciar su propio movimiento revolucionario, creando así una realidad distópica. De ahí la inevitable influencia ejercida por la literatura dostoievskiana; algunos de sus personajes intentan justificar conductas libertinas bajo argumentos nietzscheanos y hasta “revolucionarios” —Esta influencia se halla con mayor notoriedad en “Grabaciones en directo: Identikit de Harter”— y en otros subcapítulos va a emular el discurso filosófico de Nietzsche, porque, claro está, en el libro subsiste un intento por la experimentación narrativa y logra licuar varios subgéneros que bien podrían ser leídos de manera aisladas, tal como señalase Miguel Ildefonso: «Todo ello le da un carácter de novela-ensayo-documento-manifiesto y más..».
Resulta interesante y necesario destacar la otra historia que va entretejiendo la voz (o voces) narradora(s) sobre la plaga de ratas que infesta la gran urbe, porque emplea magistralmente la alegoría y la interpretación de esta, va a forjar en los lectores una dicotomía analítica: bien puede ser la representación descarnada de la realidad política que lastima, que corroe, que saquea, que hiere al pueblo peruano; bien puede ser —debido a que así lo describe en algunas partes— la representación del hombre antisistema o de la parte consciente del pueblo que es vilipendiada, excluida, arrojada a sobrevivir en la miseria y empieza a rebelarse contra los que intentan matarla. Sobre la misma, Gonzalo Portals enfatiza lo siguiente, estableciendo un parangón con la novela de José B. Adolph: «A diferencia de Mañana las ratas, la novela de ciencia ficción de José B. Adolph, en la que el autor plantea la invención de una Lima futurista y distópica en la que el sujeto-rata, el excluido del (anti)sistema es un sobreviviente que termina por empinarse como el representante más acerado del cuestionamiento y la crítica contra las formas políticas de gobernar el mundo, Revolución caliente de Rodolfo Ybarra nos coloca ante una realidad oleaginosa, envilecida y decadente»
Sin embargo, debemos hacer una observación que estamos seguros no restará en nada el mérito alcanzado por Revolución caliente en la literatura peruana, y es que en su intento de alardear conocimientos sobre otras materias y elaborar capítulos en los que al parecer tiene como único fin desvariar a través de palabras rebuscadas o demostrar la amplitud lexical del narrador, Ybarra decide ignorar —sus razones tendrá— uno de los postulados de Aristóteles esbozados en La poética (1798) sobre la extensión justa de los textos —fábulas, dice este— que creemos sigue vigente y debería ser tomado en cuenta: «(…)la duración que verosímil o necesariamente se requiere según la serie continua de aventuras, para que la fortuna se trueque de feliz en desgraciada, o de infeliz en dichosa, esa es la medida justa en la extensión de la fábula»; y desde una óptica muy personal, Revolución caliente tiene subcapítulos que resultan innecesarios en el camino hacia el final (final que, por cierto, impacta en la conciencia del lector), alargando el texto injustificadamente o por la soberbia que ya mencionamos líneas arriba, pese a que desde el inicio de la novela ya es notoria la vastedad de conocimiento plasmada en el texto.
Revolución caliente no solo es un libro que versa sobre el “anarquismo” en el Perú, sino que contiene un espíritu anarquista, aunque renuncia al “dogmatismo” y llega al reconocimiento positivo de los aportes dados por los clásicos del marxismo en pro de una revolución social. Incluso me atrevería a señalar que se aprecian más las citas y políticas específicas hechas por Marx, Lenin y Mao que las de los propios ideólogos anarquistas entre los que sobresalen Bakunin y Proudhon, de los cuales se citan sus postulados generales —teniendo en cuenta que Anarquismo y Marxismo tienen una rivalidad que no se centra en asuntos superficiales o triviales, sino en políticas determinantes—. La Alcantarilla agrupa a jóvenes anarquistas en la Lima gris dentro del libro y son estos los que se van a mostrar “humanos”, transparentes, con traumas psicológicos, con sus sueños, sus extravagancias, sus errores, etc. Y lo que precisamente les hace humanos es que, bajo el liderazgo de Anarquímedes —misterioso e inubicable—, reconocerán y respetarán los intentos fallidos de ciertos movimientos revolucionarios, entre los que se incluyen a Los rojos y Los negros en los años 80; denominación que se le da en el texto a los dos grupos alzados en armas durante la guerra interna. Entonces, en Revolución caliente hay una visión poliédrica de los años convulsos 80 y 90, en la que aparecen personajes reales a quienes se les modificó ligeramente los nombres; mediante el realismo nos describe el círculo anarquista anquilosado en una rebeldía sin causa y enfangado en el libertinaje —Harter Jarjacha, Monik, Bb la caballo, etc. reunidos en La Alcantarilla, sobre los cuales pesa la constante contradicción individualismo-comunidad— y hay sueños cuando —aquí, como ya lo señalamos, es útil la distopía— se crean líderes anarquistas ficticios como Anarquímedes, sobre el cual también hallamos rasgos pequeñoburgueses en su concepción «revolucionaria», quien va a dotar de un ideario “revolucionario” a los anarquistas en el Perú; esta distopía tiene como fin supremo —según nuestro análisis— gritar a viva voz que el anarquismo va más allá de la simple “rebeldía sin causa”, del libertinaje o de las acciones impulsivas. Sueño es también el final abierto de la novela, en donde se habla del avance triunfal de una revolución anarquista y sobre el destino incierto de los personajes. La revolución anarquista no podría ser más que un sueño o una distopía, ya que si analizamos el derrotero anarquista desde el marxismo, Marx y Engels critican al anarquismo por estancar el estallido de la revolución social, por regocijarse en el individualismo pequeñoburgués —característica que puede apreciarse en todos los personajes que pertenecen a La Alcantarilla y en el propio Anarquímedes—, y critican también el mutualismo proudhoniano que los lleva a concluir que el anarquismo, debido a sus estudios poco concienzudos y científicos, brega indirectamente por mantener el modo de producción capitalista —Lenin arriba a la misma conclusión y enfatiza en su Socialismo y anarquismo: «El anarquismo es el individualismo burgués a la inversa» (O.E. p. 377) tras afirmar que más de 40 años después, el anarquismo no ha hecho nada más que elaborar frases generales contra la explotación y esto es quizá el motivo de por qué los personajes de Ybarra solo citan frases generales de los anarquistas—. Y aquel sueño de una revolución anarquista triunfante, encuentra su símil y a la vez su contrario en Tungsteno, la novela de César Vallejo, cuyo final abierto nos indica que la revolución socialista está por estallar.
Por lo tanto, con y pese a todo lo dicho, el mérito de Revolución caliente no recae únicamente en la forma literaria, sino también en la intención magnánima de mostrar el mundo estancado del anarquismo en el Perú, haciendo un listado de grupos musicales de rock y metal, de canciones, drogas, etc. que nos ubica en el ambiente de los jóvenes marginales y clasemedieros y nos permite pernoctar en un círculo muy poco conocido —Sobre estos temas, claro que se habló ya en la literatura peruana y un ejemplo clave podría ser en Octubre no hay Milagros de Oswaldo Reynoso—; en escribir agriamente sobre la historia peruana (delinea una retahíla de imágenes que van desde la guerra civil incaica, pasando por la invasión española, la República, la guerra con Chile, hasta llegar a sucesos contemporáneos, como el caso El frontón, etc.), esbozando constantes críticas contra el sistema capitalista en un tono vargasviliano, cuyo objetivo es mostrar al sistema como un aparato opresor que ve todo y a todos como una mercancía, y que todo acto dentro del sistema propugnado por los gobernantes, solo sirve para engrandecer las arcas individuales de los agentes “pretorianos”. Con esto, postula un anarquismo crítico (por no decir radical) y panfletario contra los enemigos del pueblo —a lo González Prada— y un anarquismo racional frente al socialismo científico o el marxismo, buscando hasta cierto punto confraternizar algunos lineamientos entre anarquismo y marxismo: dos posturas rivales y rivalizadas.

Por Edwin A. Vegas Gallo
El Tratado del Alta Mar, TAM, cubre el 64% de los océanos (49% del planeta Tierra) y, después de veinte años de trabajo sobre el tema, es una nueva conquista de las Ciencias Oceánicas y del Derecho Ambiental y no tiene en su gestación nada de “oenegenero”, como lo pretenden presentar en Perú políticos y gremios empresariales desconocedores de aquel.
El nacimiento del TAM se dio el domingo 5 de marzo de 2023, en la V Conferencia Intergubernamental del instrumento internacional jurídicamente vinculante en el marco de la Convención de Naciones sobre el Derecho del Mar CNUDM, relacionado con la conservación y uso de la diversidad biológica marina de las zonas situadas fuera de la jurisdicción nacional”.
Tanto fue el resultado de este Acuerdo que la presidenta de la Conferencia, Rena Lee (Singapur), señaló: “Después de 20 años, el barco llegó a la costa”. Se adoptó por consenso el 19 de junio, en el marco de la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (que usó Perú para delimitar frontera marítima con Chile), relativo a la conservación y uso sostenible de la diversidad biológica marina de las zonas situadas fuera de la jurisdicción nacional.
En dichas reuniones participó el gobierno peruano, vía Cancillería, y debió tomar la providencia del caso para evitar desinteligencias políticas, como ocurrió con el Acuerdo de Escazú.
Este Tratado regula el alta mar, entendida como “las aguas internacionales que comienzan a 200 millas náuticas de las costas”, que hasta antes de este Acuerdo, carecía de protección o gestión específica, con menos del 1% de las zonas de alta mar total o altamente protegidas.
El TAM hace que el alta mar, una “res communis usus”, se transforme en “patrimonio común de la humanidad” (art. 5 b del TAM), aunque ese acuerdo no ha establecido al momento una autoridad ni un mecanismo adecuado a esa naturaleza de bien, como sí se hizo para los fondos marinos y oceánicos fuera de la jurisdicción nacional y sus recursos, tema del cual Perú debe estar atento.
Este Tratado o Acuerdo oceánico busca revertir el estado de emergencia de los mares del mundo, en concordancia con alcanzar el Objetivo 14 de desarrollo sostenible y el Marco Global de Biodiversidad de Kunming-Montreal (diciembre 2022); sobre todo en la ampliación de áreas marinas protegidas, la lucha contra la pesca ilegal, no declarada y no reglamentada de flotas extranjeras, que entran y salen de nuestras 200 millas, sin que los entes de vigilancia intervengan.
Por cierto, en el TAM, hay 33 referencias a los pueblos indígenas y 29 a comunidades locales, aunque si bien son ajenas a la experiencia en alta mar, les da derecho de opinión en este tema, debido al principio de integración marina.
Las cuestiones esenciales del TAM pasan por la investigación y desarrollo, especialmente de los recursos genéticos marinos, con la repartición justa y equitativa de sus beneficios (monetarios y no monetarios), así como las áreas marinas protegidas, del sistema de evaluación de impacto ambiental y la construcción de capacidades y transferencia de tecnología.
Hay que entender que este Acuerdo no tiene que ver nada con la pérdida de soberanía alimentaria ni de dominio marino, ni mucho menos con el control de la pesca artesanal ni industrial, en la que los gremios empresariales peruanos hacen su agosto, empobreciendo al mar peruano; ya que en las negociaciones del tratado se generó el consenso de que el manejo pesquero de los países no debía ser regulado por aquél.
La implementación de este TAM, pienso, será complicada. El principal problema a resolver es determinar quién vigilará las áreas marinas protegidas en alta mar. Otro problema es que no hay un arreglo preciso para la resolución de disputas. En el caso de Perú, que no es miembro de la CONVEMAR, al momento de ratificar por el Congreso este TAM, puede pedir solución de controversias al Tribunal Internacional de Derecho del Mar o a la Corte Internacional de Justicia. Ni que decir de los recursos financieros y los mecanismos de desembolso que se requieren para su funcionamiento.
Aun con todo, este acuerdo histórico sobre la biodiversidad marina en aguas internacionales contribuirá a la protección vital contra la contaminación, contra la pesca ilegal, no declarada y no reglamentada, así como evitar la destrucción del hábitat en estas zonas críticas, para beneficio de las generaciones futuras.

Por Miguel Fegale
A fines del 2004 regresé al Perú luego de naufragios entre Texas y Extremadura (es), económicamente quebrado, pero con la decisión firme de entrar o morir en el intento a la mítica y guapa universidad Villarreal.
Económicamente arruinado, agarré valor, postulé e ingresé. Siempre de niño quise ser arqueólogo, acabé con 16 la secundaria, no me dejaron serlo. Estudié en universidades pitucas y nefastas, pero siempre tuve el deseo de ser arqueólogo. Le debo mucho a la literatura. De joven, perdido entre las calles de Ate, casi me pierdo como Al Stone. Los libros y revistas de rock redimieron mi vida. Dejé la violencia y me fui por la senda del arte; publiqué 6 libros. En las calles con los subterráneos: Cesar N, Leo Escoria, Richi lakra, Angel Izquierdo, Primo Mujica, Nataly Celio, Oscar Flores (algunos ya murieron) siempre pasábamos de noche/madrugadas entre tragos y puchos. Yo miraba hipnotizado la Villa (algún día estudiare ahí, -me decía). No sé por qué tanto amor por el Centro de Lima, quizás porque mi tatarabuelo fue del barrio de Monserrate, pienso.

Ya en la Villa me costó mucho adaptarme. 10 años o más sin estar en aulas; me golpeó los horarios, trabajos, profesores geniales, muy capos, amigos talentosos y chicas guapísimas, pero tromes. Me sacudieron como una gaviota en el mar de Paracas. Así pasé el primer año donde casi tiro la toalla, al final me enamoré de la Villa, su comedor, sus aulas, sus pasadizos inmensos, sus alegrías, sus silencios, su historia viva. Este año fue extraño. Me fui a España, luego pasé por Italia visitando a mi adolescente hija Sasha. Pasé avatares, me regresé triste a Lima; con mi hija peleamos por su edad y cosas de la vida. En mi Lima instalado y feliz (siempre es lindo volver), volví a mi casa, ¡a mi Villarex! Como le digo de cariño, mi inmenso coloso universitario, pero con los meses no había matrícula, ni códigos, ni explicaciones; la mayoría de escuelas y facultades ya se matricularon y es un abuso, ineficiencia, atropello de parte de la OCRACC, ente encargado de realizar esas funciones, el decanato, que nos deja expuestos a perder el año académico, perder el carné universitario y varios derechos más por culpa de los que se esconden en sus oficinas mudas y cómplices. Estamos en votaciones y quieren enquistarse en una nueva directiva mafiosa, y nosotros al no tener matrícula no tenemos derecho a voto y a todo lo demás, como se explicó. Esperamos que se resuelva lo antes posible. Hemos realizado plantones y marchas con los colegas de literatura, historia, arqueología, lingüística y antropología. Lucharemos por nuestros derechos. La educación no es un favor, es un derecho, señores.
Bueno, yo, algo hastiado de peleas y revueltas argonautas, ya tuve mucho con el bastardo exalcalde del Rímac (el delincuente Rosario) y sus tres intentos de destruir la favela rockera y literaria (30 de junio, aniversario), pero… creo que aún me debo ajustar las botas, el cinturón, las muñequeras, mis cadenas y mi camiseta por mi casa villana que tanto quiero. Como mi cielo limeño, ese cielo que es como una chica gélida, cobarde, androide que cada vez que la veo me electrocuto y enamoro más. FUERZA VILLARREAL HOY Y SIEMPRE. Letras, fotografía y rock con los anestesiados. (ti).
Opinión
La solidaridad como ética escolar
Reflexiones sobre Hacia una educación del buen vivir de David Auris.

¿Qué futuro puede existir en una sociedad donde los planes educativos se aferran a la escolaridad por competencia mientras los exámenes de la universidad exigen la educación por contenidos?
En Hacia una educación del buen vivir (Ed. Auriseduca, 2024) el periodista, profesor universitario y escritor David Auris se plantea —mediante un abanico de artículos armonizados— una respuesta: la urgencia de una pedagogía solidaria, democrática, dialogante y equitativa. Es decir, una educación que no se limite a los estándares internacionales, sino que busque construir una colectividad; y esta no puede ser posible sin los elementos ya citados.
Así, este buen vivir precisa habitar la realidad concibiendo lo solidario como un quehacer esencial. Pensar en este marco conceptual nos lleva a observar el día a día docente. En medio de la bulla y el desorden habitual, se deben llenar registros, armar sesiones de clases y documentación virtual (SIAGIE), todo en la búsqueda de los estándares de competencias. Si a lo expuesto añadimos que la sociedad peruana tiene problemas a nivel racial, político y social, observamos que hay además un conflicto que se añade al educativo, y en ese escenario complejo se precisa pensar la problemática pedagógica desde miradas filosóficas.
En ese sentido, Hacia una educación del buen vivir es un tratado de pedagogía ética global: praxis de un quehacer divergente. La reflexión con los grandes pedagogos latinoamericanos, como Paulo Freire, enriquece la propuesta: “La transformación social requiere de un entendimiento común y la creación de un horizonte de prosperidad para todos” (p. 14). La solidaridad es urgente para construir el progreso social; sin embargo, no es posible sin democratizar el diálogo y el bien común. ¿Hermosa utopía? ¿Acaso un regreso a los proféticos versos vallejianos que piden la reunión de todos al borde de la mañana eterna?
Los que vivimos en el Perú sabemos que todo nos divide: el deporte, los partidos políticos, incluso el color de nuestra piel. Por eso mismo, la pedagogía de la solidaridad también es la del oír al otro: “Es imperativo llevar a cabo un ejercicio metacognitivo consciente de la Pedagogía del Diálogo, con el desarrollo sostenido como bandera. De lo contrario, perderemos una vez más la oportunidad de convertirnos en un país más justo” (p. 15).
Para enriquecer estos conceptos, el autor recupera a las grandes columnas del pensamiento occidental y oriental —ya sea Jesús, Confucio o Sócrates—, así como pensadores contemporáneos como Zygmunt Bauman, Maturana, Ken Robinson, Claudio Naranjo. “En un momento en que las políticas educativas del planeta están centradas en el conocimiento debido a la reputada meritocracia, este maestro de la reflexión nos invita a ejecutar en las escuelas como un contenido transversal, holístico, apelando a sencillas preguntas filosóficas entre los estudiantes, guiándolos a comprender el significado de nuestro destino” (p. 57), añade el autor refiriéndose a Maturana.
Por otro lado, la idea del buen vivir es un retorno al concepto andino de Sumak Kawsay. Según la revista Tesauro Biomimesis (2022), esta filosofía busca un equilibrio de lo humano y el entorno natural. Pensemos en cómo se relacionaban los pueblos andinos con la naturaleza. Pensemos en su respeto y amor profundo, con raíces que se retoman a los trabajos de comunidad de los pueblos quechuas o aimaras, o con arquitecturas orientadas a favor del curso natural, con pozos y andenes que sobreviven hasta hoy. Por eso, estas reflexiones no soslayan los enormes problemas de la sociedad neoliberal, pero no se queda en la queja e impotencia: proponen, transforman, unen los ejes.
En un medio social donde se prima la competencia, el ser el mejor que el otro, en buscar siempre la cumbre (así se tenga que humillar u ofender a los demás), con los sistemas educativos privados manejados por administradores que buscan duplicar el dinero, pensar alternativas de mejora no solo es una necesidad básica, sino que resulta un trabajo de salvación. La propuesta del autor se une a otras exploraciones disidentes del currículo nacional, como la del colegio Los Reyes Rojos, y se opone a la individualidad como la única forma de existencia. Por eso, resulta refrescante pensar la vida como colectividad, desde el buen vivir.
Opinión
Eduardo Arana, símbolo del engaño y el reciclaje permanente
Si Arana no pudo con los penales, ¿cómo podrá con un gobierno? Dina Boluarte ignoró el clamor ciudadano y mantuvo a un rostro desgastado. Sin renovar el gabinete, optó por el reciclaje y el Congreso lo respalda dándole el voto de confianza. Arana no reformó nada antes. ¿Por qué ahora sería diferente?

El 12 de junio de 2025, Eduardo Arana se presentó ante el Congreso para solicitar el voto de confianza como presidente del Consejo de Ministros. Lo que ofreció fue un discurso predecible y vacío, repleto de promesas recicladas y sin una pizca de autocrítica. A pesar de que más de 50 congresistas anunciaron que no apoyarían su investidura, el voto de confianza fue finalmente otorgado. Lo que vimos en el hemiciclo no fue un debate serio, sino un espectáculo ya conocido, basado en críticas encendidas seguidas de una rendición sumisa. En suma, pura coreografía parlamentaria.
La exposición de Arana repitió el mismo libreto de siempre: lucha contra la criminalidad, bloqueo de celulares en penales, intervención de las Fuerzas Armadas y reforma penitenciaria. Propuestas que han sido mencionadas durante años sin resultados tangibles. No cabe duda que no hay capacidad en este gobierno para proponer algo nuevo; y mucho menos, un diagnóstico profundo y una estrategia seria frente a la creciente criminalidad. Arana ni siquiera se molestó en renovar su discurso. ¿Qué se puede esperar de un premier cuya gestión anterior como ministro de Justicia fue un desfile de omisiones?

Pero lo más indignante fue el nombramiento de Arana, tras la salida del inefable Gustavo Adrianzén. Dina Boluarte, una vez más, ignoró el clamor ciudadano y optó por mantener a un rostro ya desgastado y cuestionado. No hubo cambio de rumbo ni renovación del gabinete, simplemente continuó el reciclaje, en un nuevo acto de desprecio por la opinión pública. Arana no reformó nada cuando estuvo en Justicia. ¿Por qué ahora sería diferente?
Peor aún, sobre él pesa una investigación fiscal por presunto tráfico de influencias y cohecho. Fue interlocutor frecuente del hoy preso Walter Ríos, cabecilla de «Los Cuellos Blancos», y tiene una sentencia judicial por incumplir con obligaciones alimentarias. ¿Y este es el rostro del liderazgo que Boluarte propone?
Con esta designación, el régimen de la cuestionada presidenta reafirma su desprecio por la meritocracia, la ética y la rendición de cuentas. En el gobierno de la señora de Chalhuanca, los verdaderos méritos parecen ser tener una carpeta fiscal, figurar en escándalos judiciales y blindar con cinismo a una presidencia cada vez más aislada, deslegitimada y aferrada al poder.

Responder esto es como si se abriera un abismo. Fue una sensación de vacío, de soledad, de desamor, lo que me llevó a vivir más y más cerca de las películas. En parte esa razón fue la que luego me llevó a hacerlas. Antes fui alguien que las miraba, y luego alguien que hablaba y escribía sobre ellas (mi primer corto: hecho con una amiga muy querida en 2005, mi película 0) y luego de algunos intentos que no llegaron a nada fue recién, en 2018, que pude completar un largo, Cuaderno de notas.
Nunca pensé que sería capaz de hacerlas. Fue y sigue siendo una sorpresa para mí. Simplemente no se me ocurría nada. Lo que sí sentía era que la ‘realidad’ era la fuente de todas las ficciones, ahí estaba todo, si es que había algo. Algo ‘sagrado’ o ‘esencial’, si tú quieres. Y me encanta caminar. Así, gracias a uno de mis mejores amigos, por primera vez caminaba con una cámara en el bolsillo.
Así como existe la imagen del rostro y del cuerpo de alguien que amas, cualquier imagen que yo grabara era como una cara y una carne que, si no en todos los casos me inspiraba amor, por lo menos sí me inspiraba curiosidad, atracción…
Ver para ver lo visible, ver para ver lo invisible. Para sentirlo.
No sé por qué estamos vivos pero sí sé que hay imágenes que me conectan a otra cosa que nadie puede decir qué es, pero que está ahí. Había que confiar en eso, en vez de traicionarse, que es lo que hacen casi todos.
El cine está corrompido hasta la raíz, las imposiciones externas han destruido maravillas que nunca se hicieron, solo vemos las ruinas, aún en las mejores películas, las ruinas de lo que pudo ser.
Lo mismo se podría decir de toda vida, o de muchas vidas. Solo podía armar estos rompecabezas confiando en mi instinto, sin saber la figura final, así que no podía contar con ninguna institución. Contaba con una cámara, conmigo, con algunas buenas amistades a quienes agradezco desde el fondo de mi corazón.
Me parece que pruebo algo: solo la estupidez hace posible que no hagamos más películas que de verdad intenten explorar algún misterio. Por ejemplo, el que tienes delante de tuyo dentro y fuera de ti.
Películas
https://www.youtube.com/@marszproject7155/videos
Opinión
Nefasto: López Aliaga utilizó a la MML para su campaña presidencial
El poder como trampolín: López Aliaga repite el patrón del político peruano que abandona su cargo para perseguir la presidencia. Como Forsyth que abandonó La Victoria, él prioriza la ambición sobre el deber, y ahora lanzará una nueva frase: ‘Perú Potencia Mundial’.

¡Crónica de una ambición anunciada! Rafael López Aliaga no llegó a la Municipalidad Metropolitana de Lima para gobernar la ciudad. Llegó para construir una plataforma, una tribuna. Un trampolín hacia su verdadera obsesión: la presidencia del Perú. Desde el día uno, el sillón municipal fue un escalón más en su larguísima escalera hacia el poder absoluto.
No es un secreto ni una sospecha: es una estrategia. En las elecciones generales de 2021, el empresario y dueño de Renovación Popular quedó rezagado en la contienda presidencial, sin pena ni gloria, con la frustración todavía marcada en el rostro. Entonces, recurrió a un plan B con sabor a revancha: Lima. Una ciudad manejada desde lo simbólico y lo mediático. Un escenario ideal para proyectar su figura como «el salvador de la patria». Lo demás, ha sido puro decorado.
Prometió convertir Lima en una “potencia mundial”. Lo dijo con solemnidad y sin sonrojarse. Lo repitió en mítines, entrevistas y en cada paseo teatral por las calles. Pero pronto las promesas se disolvieron como espuma. En su lugar, llegaron obras ridículas y propuestas absurdas: playas artificiales que terminaron clausuradas por Digesa, carruajes coloniales para el transporte público por los que se destinaron S/13 millones, y motocicletas policiales sobrevaloradas en casi S/18 millones. Mientras tanto, la delincuencia seguía creciendo, los canillitas y emolienteros eran desalojados sin alternativa, y los vecinos de Barrios Altos eran invitados —¡sí, invitados! — a dejar sus puertas abiertas como parte de un delirante “plan piloto”.
Todo esto mientras su desaprobación escalaba del 61% al 69%, según Datum. Pero a Rafael López Aliaga eso poco le importa. Su brújula no apunta a la satisfacción ciudadana, sino a las encuestas nacionales. Él no gobierna la comuna edil: hace campaña.
Y ahora, en un acto de falsa modestia, anuncia que se retirará temporalmente de la MML en octubre para “reflexionar” sobre una eventual candidatura presidencial. ¿Reflexionar? Nadie le cree. No tiene la valentía, ni la honestidad de admitir que ya tomó la decisión. Que está en campaña presidencial desde que puso un pie en el Palacio Municipal. Su renuncia será un trámite, no una epifanía.

Y así se repite el ciclo vicioso del político peruano que usa el cargo como catapulta. Como George Forsyth, quien dejó La Victoria a medio terminar para lanzarse, también, a la presidencia en 2021. O como otros alcaldes actuales —Bruce en Surco, Allison en Magdalena— que ya evalúan dar el salto en Lima Metropolitana, abandonando a sus vecinos a mitad del camino. Porque la ley electoral se los permite. Pero lo que la ley permite, no siempre lo justifica la ética.
López Aliaga argumentará, sin rubor, que cumple con los plazos del JNE. Que no hay ilegalidad en su proceder. Pero no se trata de lo legal: se trata de lo moral. ¿Dónde quedó su compromiso con los limeños? ¿Dónde está la “potencia mundial” que prometió construir? Hoy, ya nadie habla de ello, porque nunca fue real. Fue una farsa, una mentira cuidadosamente diseñada para ganar tiempo, exposición mediática y réditos políticos.
Y eso explica por qué la maquinaria de Renovación Popular no ha dejado de moverse desde el primer día, con los colores celestes inundando las calles y los mensajes en redes sociales que simulan un gran respaldo ciudadano, pero que provienen de un ejército de troles. ¿Cuánto cuesta sostener un “troll center”? Eso no es nuevo. Ya lo hizo el procesado PPK, cuando le acuñaron el título de “presidente de lujo”. Y también lo hicieron otros. López Aliaga solo perfeccionó el método. Y al parecer, lo hace con los recursos del Estado.

No es casualidad que haya endeudado a Lima por S/4 mil millones, una deuda que pagarán los próximos cinco alcaldes durante las siguientes dos décadas. Es el precio de su ego. Y mientras tanto, se lava las manos con frases efectistas, como cuando defendía al exanimador Chibolín, implicado en casos de lavado de activos, o cuando atacaba a los “rojos y mermeleros” por no aplaudirle sus disparates.
López Aliaga no está solo. Tiene una corte de aduladores y medios aliados —como ese canal televisivo —“que nadie ve”— que le ofrece el primetime cada semana para autopromocionarse—, y operadores digitales que fabrican una popularidad inexistente a golpe de billetera. ¿Eso también es gratis? ¿También es legal?
En medio de este tragicómico espectáculo, el ciudadano peruano queda reducido al papel de espectador confundido, desinformado, amnésico y adormecido. Que vota con el corazón roto y emocionado, con la memoria corta y con la esperanza manipulada. Por eso tuvimos a los Fujimori, Toledo, Humala, PPK, Castillo y Boluarte. Porque se elige creyendo que “esta vez será diferente”. Pero no lo es. Y no lo será mientras premiemos al oportunista con el voto, al mentiroso con el aplauso y al vendedor de humo con el poder.
Esto no es una cuestión de ideologías. En la derecha y en la izquierda hay corrupción, cinismo y ambición sin límites. López Aliaga lo sabe; lo ha estudiado, lo ha interiorizado y sobre todo lo ha capitalizado. Y por eso jugará con las reglas de siempre: abandonará la alcaldía, se vestirá de candidato mesiánico y prometerá, otra vez, salvar al Perú del caos. Pero esta vez desde Palacio y lanzará una nueva frase, que ya no será ‘Lima Potencia Mundial’. Esta vez será ‘Perú Potencia Mundial’.
La “puerta giratoria” de la política peruana se vuelve a abrir. Y Rafael López Aliaga ya tiene un pie afuera de la MML. Solo espera el momento justo para dar el salto. Un salto que no sorprenderá a nadie. Porque estaba anunciado desde el principio.
Después no digan que no se les advirtió.
Opinión
Criminalizar relaciones con adolescentes de 16 años: ¿protección o control religioso?
La congresista y pastora evangélica Milagros Jáuregui de ‘Renovación Popular’ propone elevar a 16 años la edad mínima para relaciones sexuales consentidas. Así, un joven de 18 años podría ser encarcelado por mantener una relación con su pareja de 16. ¿Protección legal o castigo moral? La religión vuelve a dictar leyes.

La Comisión de la Mujer del Congreso aprobó el dictamen del Proyecto de Ley 8335, impulsado por la bancada ultraconservadora de Renovación Popular, a iniciativa de la congresista y pastora evangélica Milagros Jáuregui de Aguayo. Esta propuesta plantea modificar los artículos 173° y 175° del Código Penal, elevando de 14 a 16 años la edad mínima para mantener relaciones sexuales consentidas. El objetivo declarado es reforzar la protección de adolescentes frente a abusos por parte de adultos.
Actualmente, la legislación peruana no penaliza las relaciones sexuales consentidas entre una persona mayor de edad y una menor de 14 años. Desde la visión de los promotores del proyecto, elevar la edad de consentimiento evitaría situaciones de abuso, coacción o manipulación en contextos marcados por relaciones asimétricas de poder. Sin embargo, el problema radica en cómo y desde qué enfoque se formula esta iniciativa.
En efecto, el Perú vive una profunda crisis de violencia sexual infantil. Según datos oficiales, solo en 2023, los Centros de Emergencia Mujer (CEM) atendieron más de 30,000 denuncias por violencia sexual contra menores, de las cuales más de 20,000 correspondían a niñas y adolescentes. Cada día, 47 menores son víctimas de violación, incluso dentro del entorno familiar, y con consecuencias como embarazos forzados. No cabe duda de que el Estado debe actuar, pero la solución no pasa necesariamente por criminalizar de forma automática a quienes tengan relaciones sexuales con adolescentes de 16 años.
Desde un enfoque sociológico, el debate exige más que moralismo punitivo. Las relaciones sexuales en la adolescencia no son un fenómeno nuevo ni marginal. Es una realidad, y forman parte de procesos de socialización en contextos culturales diversos. En muchas regiones del país —rurales y urbanas— es común que jóvenes entre 16 y 18 años inicien relaciones afectivas y sexuales, incluso con personas mayores de edad. Estas relaciones no siempre implican abuso, y en muchos casos son consensuadas, basadas en vínculos emocionales sostenidos.
El problema de esta propuesta es que parte de una mirada ultraconservadora, con un claro sesgo religioso. No es casual que la pastora Jáuregui, promotora del proyecto, también haya impulsado iniciativas para excluir a los escolares de los contenidos de educación sexual integral, bajo el argumento de «proteger la inocencia». En la práctica, lo que se consigue es limitar el acceso de niños y adolescentes a información crítica que les permitiría identificar, prevenir y denunciar situaciones de abuso.

Además, es importante recordar que el concepto de «madurez sexual» no puede medirse de forma homogénea. La capacidad progresiva de los adolescentes para tomar decisiones sobre su vida afectiva y sexual está reconocida en tratados internacionales de derechos humanos, como la Convención sobre los Derechos del Niño. Elevar de forma rígida la edad de consentimiento sin considerar la cercanía etaria entre las partes, ni la existencia de abuso explícito podría dar lugar a situaciones injustas y arbitrarias.
Por ejemplo, si un joven de 19 años mantiene una relación consensuada con su pareja de 16, ¿debería ir a prisión por seducción? ¿Qué pasaría si la familia de la adolescente —motivada por prejuicios religiosos o morales— decide denunciarlo sin que exista coacción? En estos casos, el proyecto abriría la puerta a una criminalización selectiva, utilizada como castigo moral y control familiar.
La discusión también invisibiliza otras formas de violencia sexual más graves y frecuentes, como las cometidas por adultos con poder —padres, padrastros, profesores, autoridades religiosas— que siguen sin ser perseguidos por el sistema judicial. Desviar la atención hacia relaciones consensuadas entre jóvenes, realmente nos distrae del verdadero núcleo del problema: la impunidad estructural y la falta de educación sexual integral que no brinda el Estado.
En ese sentido, una legislación razonada y justa debería distinguir entre abuso y consentimiento. Se necesita una norma que sancione con firmeza a quienes ejercen violencia, manipulación o dominación, pero que no penalice relaciones entre pares o contextos donde existe consentimiento informado, sin presiones ni asimetrías extremas. De lo contrario, se corre el riesgo de reemplazar una política de protección por una política de control moral y represión simbólica.
La sexualidad adolescente no puede seguir siendo tratada como un tabú. Es un fenómeno real, profundamente influido por factores culturales, educativos y sociales. Por ello, criminalizar de forma generalizada las relaciones con adolescentes de 16 años resulta excesivo y contraproducente.
Esta iniciativa, impulsada desde una lógica religiosa y ultraconservadora, no responde a un enfoque de derechos, sino a una visión ideológica que busca imponer normas morales particulares al conjunto de la sociedad. Lo que se necesita no es más castigo, sino más educación, más prevención, más escucha y menos dogma. Proteger a los adolescentes no debe implicar silenciarlos ni infantilizarlos, sino reconocerlos como sujetos de derechos capaces de decidir, con apoyo, información y acompañamiento. Solo así avanzaremos hacia una sociedad verdaderamente protectora.

Por Rodolfo Ybarra
En 1973 Mosca Azul editó la novela de Guillermo Thorndike: Las rayas del tigre, un texto que por años ha pasado desapercibido y que sería bueno revisitarlo, no solo por la estructura caótica y la narrativa quizás al mejor estilo de Cabrera Infante o de otros escritores del boom literario, así como de otras figuras emblemáticas del periodismo norteamericano: Tom Wolfe y Scott Fitzgerald, sino porque noveliza una parte de la historia peruana y pone en el tapete las épocas convulsas.
Thorndike ha pasado a la historia como el periodista de grandes reportajes siguiendo la pista de Truman Capote y su A sangre fría y que trabajó 26 años en el diario Correo. Después vendría una etapa oscura al lado del gordo Bresani, la prensa chicha y otros casos que aparecen en la CVR.
Sin embargo, tiene textos que aún se leen en las universidades y en el mundo secular como El año de la barbarie, una tetralogía sobre la guerra con Chile, La República militar, Uchuraccay: testimonio de una masacre, Los Topos, Grau, etc. O su más conocida “El Caso Banchero” publicado por Seix Barral, todo un best Sellers con miles de ejemplares vendidos en el Perú y el extranjero y que narra la vida, pasión y muerte de uno de los hombres más ricos de Sudamérica, amigo de Aristóteles Onassis a quien, se dice, le regaló una estatua de oro.
En Las Rayas del Tigre conviven principalmente dos escenarios: las cárceles de El Frontón con sus presos asesinados o reprimidos salvajemente y los gobernantes y militares viviendo en un globo de aire, pero siempre al tanto de lo que el pueblo conspira. Ergo, el Apra de las catacumbas, los brujos maleros, los oligarcas que mientras unos comen escabeche de pelícano otros se sirven grandes buffets y viven a sus anchas movilizados en yates o en autos diplomáticos.
Un periodista nos acerca a las complejas estructuras del poder. Arriba y abajo. Nada se le escapa y si esto sucede, alguien es apresado o muere intentando una rebelión. Y el presidente o Mariscal es algo así como un rey o un príncipe con todos los detalles y afeites que esto amerita. Y el pueblo solo aspira a sobrevivir, arrastrar sus cadenas o armar el acabose.
Lástima que Thorndike se dedicara más al periodismo aliado del poder y no a la libertad de la literatura.
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