“Antes de pensar en vivir feliz, hay que pensar en vivir” Jean-Jacques Rousseau
“Toda fabulación es una meditación ética” Michel Houellebecq
Sin importar la crudeza de los temas abordados o las
concesiones al esteticismo, todo novelista comparte con sus pares de oficio la
vocación literaria por ofrecer su literatura como el diagnóstico definitivo sobre
la realidad y los desencuentros con ella. Esa misión cercana al deber moral,
impone a la figura del escritor un riguroso sentido de pertenencia a la causa
común de ofrecer un retrato honesto y revelador del rostro verdadero de la
Humanidad. En ese proceso franco, la imaginación literaria jamás puede
desvincularse del propósito oculto de elevarse por encima de las mezquindades
de la sociedad y los silencios incómodos que la asfixian. En este sentido, la
historia de la literatura demuestra cómo el peso de la tradición se manifiesta
muy a pesar de las reticencias y apegos rupturistas de cualquier carrera
literaria. Un escritor francés jamás saldrá airoso de sus intentos de desviarse
del cauce marcado por figuras canónicas de la talla de Flaubert, Proust o
Balzac. Resulta casi imposible para cualquier novelista francés actual desligarse
de cierta ortodoxia y alzar su voz original sin hacerse eco de cinco siglos de
riqueza cultural. Al asumir el estilo satírico y humor negro con acento francés
abarca un recorrido involuntario por la pluma de Rabelais, Pascal, Molière y Voltaire.
Las novelas de Michel Houellebecq no escapan de ese impulso paradójico. El
escritor francés adopta un tono réprobo y cínico que a fin de cuentas termina
por hacer justicia reverente a la tradición cultural.
La obra singular del escritor Michel Houellebecq ha
sido prolija en afilados diagnósticos sobre la vigente coyuntura civilizatoria
de la cultura occidental y estancamiento moral de sus valores más entrañables. El
talante distópico de sus juicios sobre el presente, sin duda apuntan a brindar un
cuadro desesperanzado sobre la existencia banal del ser humano moderno, por eso
cualquier aproximación a su literatura debe tener en cuenta la revelación intimista
de las miserias del hombre común. Su trayectoria literaria abarca una serie de
novelas destinadas a servir de maniobras para quienes no tienen escrúpulos en
sumergirse en las fuentes del malestar en las sociedades occidentales. Cada una
de sus novelas parece alimentarse del anhelo de servir de guía a espíritus perplejos
dispuestos a emprender un descenso a los infiernos de la mano de un cínico
psicopompo. Las andanzas del héroe en sus novelas toman forma de viaje desvelado
en busca de revelaciones y verdades incómodas sobre el itinerario de la agonía
cultural de Europa. Ese declive y agotamiento vital de la tradición europea ha
sido lento, pero sin duda fue anticipado años atrás por muchos intelectuales.
En entrevistas el autor ha declarado, con su desenfado
proverbial, que la condición de poeta es asimilable a los trastornos de un
enfermo incurable, cuyos síntomas oscilan entre la amargura y la angustia, sólo
en estados de abandono pasajero de estos signos visibles del padecimiento se encuentra
la lucidez necesaria para la escritura. Tal vez esa fuente de inspiración y la polémica
carrera literaria han cedido espacios a una nueva concepción de la literatura comprometida.
En tiempos de Sartre, el compromiso del intelectual con la realidad y sus problemas
se concebía desde la plataforma ideológica de la lealtad y la fe a ideas
políticas, pero desde la mirada de Houellebecq el compromiso con la realidad se
expresa no mediante el apego a causas políticas o la denuncia, sino en la
adopción de la literatura provocadora y su uso satírico para exponer con ironía
las tendencias peligrosas del presente. En su caso, el compromiso ético con la
libertad de pensamiento supera cualquier adscripción ideológica o defensa a
ultranza de ideales abstractos, su causa pone en evidencia la desvergüenza de los
defectos de los actuales ejercicios de la democracia y los riesgos de mantenerse
en silencio mientras se extiende la dictadura de la corrección política.
A principios de año, el heterodoxo y provocador
escritor francés, volvió a irrumpir en la escena literaria con la aparición de
su nueva novela. La obra tiene por título, Serotonina, haciendo propio
el nombre de la famosa hormona de la felicidad. Es una sátira moral sobre la
felicidad artificial y las desventuras de los horizontes abiertos durante la
edad madura. El hastío de vivir es la consecuencia inevitable del paso del
tiempo, porque la vida adulta nos obliga a asumir con naturalidad el abismo
cotidiano que significa vivir sepultado bajo las capas de carne, porque tu
cuerpo sobrevive sin reparar en la pérdida de la capacidad de sentir placer.
Luego del controversial éxito de Sumisión (2015), una premonitoria
fabulación política de corte futurista, donde exploraba las implicaciones de
que facciones moderadas del islam llegaran al poder en Francia por la vía electoral,
existía gran expectación en la opinión pública sobre el rumbo de su narrativa,esa obra había sidopublicada días antes del ataque terrorista a la
revista satírica Charlie Hebdo. Sin duda, esos dotes de augur de pesadillas probables,
permitió al autor francés hacerse de un lugar dentro de la opinión pública, sin
ser un escritor de demasiados libros. Su fama ha crecido a la par de una
reputación de enfant terrible de las letras francesas. Sin duda, su
figura de intelectual ha estado revestida de un estilo controversial que, en
todo momento no ha dejado de avivar encendidos debates y hacerle su sitio
dentro de la sociedad francesa como agitador de consciencias y polemista
incómodo. Su humor satírico y ánimo desenfadado ha brindado nuevos horizontes a
la hora de abordar la actual coyuntura de la civilización occidental y el
futuro de Europa. Es una voz disonante que ha encontrado inspiración, desde
hace tiempo, en la apropiación de los sentimientos colectivos de disconformidad
y desconcierto que tienen su raíz en el malestar cultural frente a las
tendencias impuestas por fenómenos tan diversos como la globalización, el
transhumanismo, el multiculturalismo y la islamización de Europa.
Houellebecq, casi sin proponérselo, es heredero
involuntario de la tradición novelística francesa, en parte gracias a ello no
escapa del todo del peso de la historia y patrones establecidos por el canon.
La novela Serotonina, lanzada al mercado cuando el autor ya es considerado escritor de renombre, aborda la historia de un hombre de mediana edad, sumido en la depresión, que decide darse a la fuga de su aborrecible vida actual. Desaparece voluntariamente de su entorno conocido para hundirse en un proceso introspectivo sobre su pasado, ese viaje retrospectivo lo lleva a examinar amores y desamores de su itinerario sentimental, con miras a pasar revista de las oportunidades desperdiciadas de ser feliz. Podría establecerse paralelismo con los ejercicios de memoria involuntaria descritos en las páginas de En busca del Tiempo perdido de Marcel Proust, pero en este caso el estímulo exterior no es el sabor de panecillo de magdalena, sino un fármaco antidepresivo de última generación. Todo el curso de la novela de Houellebecq puede considerarse el Itinerarium mentis o circunloquio de un hombre deprimido, luego de llegar a la certeza de que nada, y mucho menos nadie, prepara al ser humano para sobrellevar la vida posterior a la pérdida de la vitalidad. El retrato agónico de la “muerte en vida” a la que sume la depresión al individuo moderno encuentra su explicación en la historia del protagonista Florent-Claude Labrouste. Este personaje adopta el tono confesional y reniega de sí mismo, desde las primeras líneas de la novela, apelando al prosaico lugar común de describir por qué detesta el nombre dado por sus padres.
Ese es el simbolismo inicial de su lucha interna contra el determinismo biológico y el pulso con la muerte de un hombre en descomposición. A lo largo de esta autopsia espiritual de la vida de hombre de 46 años, la pérdida de la libido se convierte en fuente de inspiración, cuando pasa revista de los amores del pasado y las oportunidades desechadas se cuestiona respecto a las indecisiones que pudieron salvarlo de la soledad. Sin embargo, una idea omnipresente parece apuntar hacia reprochar a la sociedad y el entorno social de conspirar contra cualquier posibilidad de ser feliz y sentirse amado por alguien. Estamos programados para trabajar y dar cuerda a nuestra propia desdicha, como si el impulso de aniquilación fuese el claroscuro del instinto de supervivencia. Mientras el curso del tiempo nos sorprenda con vida y el cálculo egoísta reproduzca el automatismo que solemos denominar “ganas de vivir”, la calidad de nuestros cuerpos de acumular experiencia se resiente hasta perder la sensibilidad y la capacidad de sentir el placer. La interrogante fundamental del libro tiende a identificar como error aferrase a falsas esperanzas de felicidad cuando el cuerpo transita fuera de los linderos de la juventud.
En uno de sus soliloquios, la crisis existencial del
personaje construye imágenes poderosas para el retrato de su desamparo y
desarraigo. Apelando a paralelismos con el mundo polar del Ártico, se advierte
en un episodio, que cuando la noche se cierne sobre la conciencia y la
oscuridad se han hecho cerradas en una cabeza abocada a la introspección, el
recuerdo de la luz del sol sólo existe como maquinación mental elaborada al
servicio de la autocompasión. El miedo al futuro y sus incertidumbres son
angustias de juventud, en realidad la edad madura convierte al pasado en el
verdadero fantasma y agente de presión de la conciencia. Acaso “morir de pena” manifiesta
su condición de insano determinismo en momentos en que tu cuerpo carece de
reservas para sentir otra cosa que no sea dolor físico.
La sensibilidad peculiar de la depresión abre
horizontes que hacen posible cualquier táctica de evasión. En Houellebecq, la
depresión oscila entre dos concepciones contradictorias: la expresión en el
hastío y el inesperado estado de iluminación, pero en realidad el examen
testimonial que hace el personaje sobre la enfermedad de los taciturnos termina
por tornarse en reproche a la excesiva expectativa de felicidad, cuando no es
posible disfrutar la vida en el estricto sentido de su dimensión material y
biológica. Un verdadero error de concepto y fuente hemorrágica de la desdicha nos
lleva a vivir ignorantes del mecanismo vital más connatural: la falta de
esperanza no corroe tanto como el exceso de ella. Tener esperanza puede ser un
vicio adictivo alimentado por la nostalgia. Abandonar el deseo de ser feliz y
trocarlo por estrategias de evasión del dolor son las prédicas del narrador, entre
líneas se lee el influjo agrio de Schopenhauer.
El alegato inserto en Serotonina, no se entrega a
explicaciones, pero describe bien cómo en el contexto de una sociedad hedonista
marcada por el materialismo moderno la pérdida de la capacidad de disfrutar la
vida equivale a un estado de muerte absoluta o vida vegetativa. Bajo la
perspectiva del escritor francés, la naturaleza destructiva de la depresión del
hombre moderno oculta su verdadero rostro absurdo detrás del contrasentido de llamar
asesinato o suicidio a un crimen perpetrado con la intención arrebatarle la
vida a quien ya ha muerto.
La tentación de perderse en los vértigos abiertos por los abismos de la madurez no conoce freno y significa adentrarse en un espejismo que no permite distinguir los matices. Entre otras cosas, el envejecimiento nos convierte en testigos ineptos de la juventud y la belleza, manifestaciones ambas de la otredad y conceptos equivalentes que son reducidos por obra del tiempo a la condición de sinónimos superpuestos hasta la indistinción. Por otro lado, resulta casi un tópico literario usar la muerte o asesinato de un niño para hacer el retrato de la pérdida de la inocencia, Houellebecq en Serotonina propone el recorrido inverso, su pesimismo se vale del retrato del ocaso de la juventud como la mejor analogía para la denuncia del colapso y desgaste de la civilización occidental. Una civilización, en sus palabras, asqueada de sí misma, exhausta del escrutinio de la autoconciencia y arrinconada por el miedo a las nuevas amenazas exteriores que tocan a su puerta, por enemigos que intuyen los evidentes signos de su decadencia. Cuáles son las condiciones de vida de un individuo, y por extensión toda una sociedad, cuando el porvenir se revela escaso y reduce tus expectativas a la existencia post-mortem sobrevenida de la conciencia del propio fracaso y el abandono manifiesto de la vitalidad.
Michel Houellebecq
El historiador británico Sudhir Hazareesingh asumió la tarea de catalogar a la nueva generación de intelectuales franceses que tiene en Houellebecq su más genuino estandarte. Según su parecer el peso de la grandeza de la sabiduría de los antepasados y la monumental obra filosófica de Rousseau, Voltaire o pensadores de la talla de Descartes sólo ponen en evidencia la decadencia cultural y la pérdida de los intelectuales franceses de su capacidad de ejercer influencia de vanguardia, o simplemente reclamar su sitial como faro de las ideas del mundo. Hazareesingh identifica a Houllellebecq con parte de una atmósfera literaria o momento cultural en Francia en el cual cierta “sensibilidad mórbida” parece copar la esfera intelectual. Ese estado de sensibilidad es el resultado de la enorme consciencia de la degradación cultural o decaimiento histórico que abate a la civilización occidental.
La condición de vulnerabilidad de los valores de la cultura francesa encuentra su expresión en un enfermizo regusto por exhibir sin pudor la incurabilidad de los síntomas y la conciencia de la agonía traída por el agravamiento del cuadro y el pésimo pronóstico de la crisis. La muerte y los signos de decadencia de una cultura que parece exhausta y agotada de su propia longevidad, paradójicamente parece dar señales de identidad a la última generación de intelectuales franceses. Por eso el retrato de un hombre deprimido, elevado a la categoría de antihéroe cínico, da muestras de la insuperable enfermedad colectiva y el impulso seductor del vértigo de quien percibe placentera la caída. Se juzga más digno sumergirse en el éxtasis contemplativo de describir con frialdad el patetismo de la propia ruina. El reblandecimiento del vigor y el abandono de la aspiración a la felicidad del personaje forman parte de una alegoría que sirve de analogía del quiebre civilizatorio que implica la pérdida de la universalidad de la cultura occidental. Es el retrato de un hombre superfluo, que abraza con ánimo conformista la pérdida de su libido, es decir, los atributos de su virilidad, la mejor baraja para denunciar cómo solo existen curas imperfectas al declive físico y la carrera hacia la indignidad que significa la aceptación de la obsolescencia de su presencia en el mundo.
Probablemente, en Serotonina, cuando se
acaricia la idea del suicidio, vendida como única alternativa digna a la muerte
interior, se tiene la pretensión de ironizar sobre el sentido del honor
involucrado en el acto de acabar con la propia vida. Se trata del mejor
epitafio a la juventud perdida o un recurso desesperado de quien sobrevive a la
contemplación obligada de los signos evidentes de la decadencia. Todos los antihéroes
las novelas de Houellebecq tienen en común su corrosivo cinismo. El heroísmo
del cínico reside en enorme capacidad para desnudar con desvergüenza el
carácter mezquino y precario de las falacias del mundo circundante. Colmado por
la asfixia, la toma de conciencia del héroe cínico, forma parte del paso febril
hacia adelante en una ascesis autodestructiva, que encuentra inspiración en la propia
condición de enfermo.
De igual forma, la historia de Serotonina revisita muchos los planteamientos del libro más célebre de Aldous Huxley, Un mundo feliz (Brave New World, en su idioma original), en el cual dentro de una atmósfera distópica se trazaban las coordenadas de una sociedad futurista marcada por la hiperorganización, dirigismo social y la reproducción asexual. Uno los elementos llamativos del relato de Huxley es la anticipación del papel de los antidepresivos y la bioquímica como herramienta de control social y manipulación de las emociones entre los espíritus más inconformistas. Uno de los personajes en la novela abre los ojos frente al Estado fascista y lo hace mientras reclama su derecho a sentirse enfermo y vociferar las razones de su desdicha. La pastilla de la felicidad que permite inducir un estado pasajero de amor y beatífica alegría se llama “Soma” y vende en sus dosis la posibilidad de tomarse unas vacaciones de la realidad.
La ingesta de drogas es sinónimo de aceptación conformista del aborrecible status quo y las injusticias de una sociedad esclava sumida en la estupidez. De manera semejante, el protagonista de Serotonina asume el costo de la falsa cura a su cuadro crónico de depresión tomando la única alternativa brindada por el sistema: los fármacos de la felicidad. En realidad, el fracaso del personaje en la superación de su decadencia confirma el alegato más crudo de Houellebecq contra la sociedad de nuestro tiempo. Parece querernos alertar, al horadar con deliberación la grieta del inconformismo, que la única forma de felicidad posible es aquella que se vale de los atajos artificiales. Desde su perspectiva, la desdicha es nuestro destino y estado natural. Ambas obras literarias coinciden en abordar la enfermedad de la tristeza como representación de la toma de consciencia y método involuntario para la revelación de la naturaleza verdadera del mundo y sus engranajes despreciables. La lección desmoralizante es que la única manera de seguir amando el mundo es cerrar los ojos, es decir, entregarse a los paraísos artificiales de drogas, todas ellas diseñadas como estrategias de poder para adormecer las ganas de sentir y sumir al individuo en la existencia sonámbula de la inhibición de cualquier deseo.
En uno de los episodios memorables de la novela, el
protagonista hace una analogía entre los mecanismos de concentración del
francotirador y la práctica del yoga. Quien apunta a la diana y templa el pulso
antes de disparar debe meditar valiéndose del control de la respiración. Como
si la convergencia del espíritu de aniquilación y la paz necesaria para el
ejercicio sereno del amor propio bebieran de la misma fuente nutricia. El amor
por la vida y el instinto de muerte mantienen un pulso, largo e infatigable,
que parece confirmarnos la naturaleza vana de cualquier esperanza de eludir la
derrota definitiva de nuestro cuerpo. En igual medida, la supervivencia de la
lucidez y la apuesta por la conciencia parecen depender de ese extraño balance
entre el deseo de vivir y las pulsiones autodestructivas. Es difícil vencer a
la esperanza cuando en tu interior siempre prevalece un indescifrable instinto
de autoconservación.
En el camino de la construcción del desenlace,
Houellebecq se vale de las ideas del filósofo Blaise Pascal y su famosa comparación
entre los ángeles y los animales para definir la condición humana. Según él, el
espíritu habita en esa zona gris intermedia en la cual los naturales impulsos
egoístas del ser humano son devorados por el exceso de esperanza y buenas
intenciones. Houellebecq reinterpreta la frase del filósofo Pascal “Quien desea
obrar como ángel termina por actuar como animal” en el ánimo de exponer los
males evidentes de todo optimismo y los efectos perjudiciales de las
expectativas en el accionar humano. Todas las reflexiones de la novela Serotonina
se hacen eco del juicio de Pascal sobre la identificación del dolor y la
infelicidad como fuentes esenciales de la naturaleza humana. Porque la lucha
contra la depresión del hombre moderno es una causa perdida. A su modo de ver
la desdicha tiene su origen en la esperanza de satisfacer deseos imposibles. La
aspiración a elevarse como ángeles más allá de las posibilidades materiales sólo
aporta revelaciones sobre los instintos terrenales que gobiernan nuestra
voluntad, porque caemos presos de la búsqueda ideal de alternativas de escape y
nos entregamos a vanos intentos de apartarnos demasiado del suelo.
El tema del suicidio también es recurrente en los
derroteros que acompañan la travesía del personaje. Pero el abordaje de la
acción suicida a lo largo de la novela se aproxima a la apuesta existencialista
de despreciar la vida por razones de índole filosófico. La valoración del acto
de terminar la vida por propia mano se convierte en proclama de renuncia y
desprecio a los términos que manejan el mundo. Una alternativa desesperada de
escape a los callejones de la supervivencia adquiere el valor de acto de
rebeldía y valiente paso adelante. El sentimiento de no pertenencia en un mundo
carente de sentido personal, convierte al suicidio en un juicio filosófico sobre
la realidad. Resultado de un cálculo
mental y material, su perpetración fría se convierte en el símbolo perfecto para
el retrato de las razones lógicas para el abandono del mundo. El suicidio
filosófico es la consecuencia lógica del deseo de libertad, resultante de una
apuesta definitiva por recobrar la dignidad perdida. Por ello, la idea
seductora del suicidio se presenta en el personaje como el curso inevitable de
un viaje de emancipación, es decir, el manifiesto de un individuo humillado que
busca despojar al mundo de sus máscaras, al extremo de decidir dejar de tomar
parte de la lógica farsante de las condiciones externas al individuo, la exacerbación
del sufrimiento o la pérdida de horizontes vitales. En realidad, el acto de
acabar con la propia vida, sea por razones de ética o bien producto del
arrebato, tienen su origen en el contrasentido de hacer del nihilismo una
postura de defensa de la autenticidad. Esta postura forma parte de una
tradición literaria que acaricia esa posibilidad, encarnada de forma indirecta
en las voces de personajes de diversa estirpe como es el caso de Iván de Los
Hermanos Karamazov o la absurda inmolación de Meursault en El extranjero
de Albert Camus. Esta perspectiva intelectual del suicidio es fruto de la
convergencia entre el desprecio por la vida y el juicio axiológico sobre los
entramados de la realidad. Como si el gesto teatral de despedida de una voz,
solitaria y cínica, emitiera su fallo solemne sobre la inhumanidad del mundo y,
al mismo tiempo, buscara enfatizar con el gesto la negativa del individuo a
seguir pagando el precio de permanecer con vida.
Desde otro punto de vista, Houellebecq con toda
deliberación e intencionalidad hace suyo las maneras y estilos del “cuento filosófico”,
un singular sub-género novelesco, de marcado influjo en la opinión pública, ahora
obsoleto, pero cultivado durante la Ilustración francesa en tiempos de los
grandes enciclopedistas. Esa época que parece existir para recordar la
decadencia de la cultura francesa a los intelectuales actuales. La presencia
tangencial de las maneras de la Ilustración sirve de recordatorio de la nula
influencia de los pensadores franceses actuales en el mundo de las ideas y cómo
cada uno hace poca justicia a la sabiduría de sus antepasados. Sin duda,
Voltaire, el gran agitador de consciencias, es el máximo exponente del cuento
filosófico, a medio camino entre el Tratado filosófico y la novela de
aventuras, que tenía por variante estilística fundamental valerse de una trama
insólita para usarla de pretexto al servicio de la demostración de una idea. En
el Cándido de Voltaire, mediante el ardid de una fabulación intrincada, se
verifica la invalidez e irrelevancia de una idea, en particular la refutación
de las doctrinas optimistas de Leibniz y su frase “Vivimos en el mejor de los
mundos posibles”. Desde este ángulo inusual, la historia del Cándido
pasaba a un segundo plano dando mayor protagonismo al proceso digresivo de argumentación
y contraargumentación, dentro de un juego de esgrima intelectual inclinado a
revelar luces y sombras de una postura filosófica. Quizás en Serotonina
la vocación caustica y el desenfado del protagonista brindan pocos indicios de
ese linaje estilístico y, ciertamente, podría considerarse las trazas y ecos de
Voltaire muy sutiles, pero ciertamente ambas novelas transitan el lenguaje
común de dos escritores franceses convencidos en sacar brillo a la lógica del
pesimismo y su amplio valor de lucidez clarividente.
Durísima sanción. Seis meses de prisión preventiva de la libertad dictó ayer el Poder Judicial (PJ), a través de la Corte del Cusco, contra Gabriel Mariano Roysi Melanio, de 30 años, investigado por atentar contra la Piedra de los Doce Ángulos en el centro histórico de la ciudad del Cusco.
La decisión fue dispuesta por el Segundo Juzgado Penal de Investigación Preparatoria Transitoria de Flagrancia del Cusco.
Será investigado por el delito de destrucción de bienes culturales, daño ocasionado con un martillo. Cabe recordar que la ciudad del Cusco es protegida al ser Patrimonio Cultural de la Nación desde 1972 y Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco desde 1983.
Por su parte, el Ministerio de Cultura (Mincul), a través del procurador público Henmer Alva Neyra, solicitó como reparación civil e indemnización 5 millones 350,000 soles al imputado de dañar con un martillo la Piedra de los 12 Ángulos.
El fiscal del caso sustentó la medida coercitiva a partir de las pericias del Mincul y de la Policía Nacional que confirman que tras el impacto metálico hubo pérdida de material y hendiduras, que fue calificado como “muy grave” al haber “alteración irreversible en un bien arqueológico de alto valor histórico y cultural”.
Además, hubo “una alteración en la fisura superficial comprometiendo la estabilidad del elemento y exponiendo a un deterioro. El daño compromete no solo la integridad física del bien, sino también su valor histórico, estético cultural al modificar su percepción visual y su autenticidad”.
fuente: tv peru.
El dato:
Un turista que observó los daños reportó la agresión a una tienda de la zona y tras visualizar los registros se constató que Roysi Melano golpeó tres veces el bien cultural y luego se fue. El mismo día, alrededor de las 10:40 horas, la Policía Nacional y la fiscalía ubicaron y detuvieron al causante en la calle Suytuhatu del barrio de San Blas.
Luego de varias protestas por parte de los transportistas que usualmente se dirigen hacia el norte del país, denunciando que la empresa concesionaria Norvial aún continuaba cobrando el peaje en la Variante de Pasamayo y el Serpentín de Pasamayo, pese a que más adelante se encuentra derrumbado el puente Chancay, Norvial informó la suspensión temporal de dicho cobro.
La concesionaria de la Red Vial 5 de la Panamericana Norte precisó que la medida estará vigente por seis días calendario o hasta que se culmine con lainstalación del puente modular que permita recuperar la transitabilidad en el kilómetro 76+200 donde se ubicaba el colapsado puente Chancay.
Sostuvo que la medida se adoptó en virtud del Oficio N° 0658-2025-MTC/19 expedido por el Ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC), en aplicación del numeral 9.9 del Contrato de Concesión.
A través de su cuenta oficial en Facebook Norvial dio a conocer este comunicado donde reiteró su compromiso por la seguridad y transitabilidad en la vía.
Como se recuerda, el jueves 13 de febrero, cerca de la medianoche, se produjo el colapso de una de las vías (de norte a sur) del puente Chancay lo que provocó la caída de un bus interprovincial lleno de pasajeros y de un automóvil particular. El accidente dejó tres personas fallecidas y cerca de 40 heridas, algunas de ellas aún se encuentran internadas.
Ante el colapso del puente, que obligó a suspender el tránsito en ese tramo de la Panamericana Norte, el titular del MTC, Raúl Pérez Reyes, anunció que un puente modular reemplazará a la infraestructura dañada. La instalación del citado puente demandaría entre ocho a 15 días.
fuente: exitosa.
Ante la suspensión del tránsito vehicular en Chancay, los transportistas que salen o se dirigen a Lima toman como ruta alterna el camino que conduce a la ciudad de Huaral para luego dirigirse a Aucallama y en este lugar retomar la Panamericana Norte.
Siguen cobrando pese a un servicio deficiente. El director de la Cámara Internacional de la Industria del Transporte (CIT), Martín Ojeda, denunció que se sigue cobrando peaje a pesar de las limitaciones del tránsito vehicular, tras el colapso del puente Chancay, en Huaral, que se registró la noche del jueves, 13 de febrero.
En entrevista para RPP, Ojeda señaló que persiste el cobro en los peajes de Ancón y Huacho, por lo que exigió la suspensión del pago hasta que culminen los trabajos de remediación después la caída del puente Chancay, a la altura del kilómetro 75 de la Panamericana Norte.
También dijo que los transportistas son desviados del peaje de Ancón hacia Huaral, por una vía de trocha que dificulta el tránsito y, además, genera una congestión vehicular de entre una a cuatro horas.
fuente: exitosa.
Para ejemplificar el panorama que brindó Ojeda, un conductor se comunicó en vivo con RPP y relató que, en su trayecto de Lima a Chancay, estuvo más de tres horas atascado en el tráfico.
“Y en el mejor de los casos, cuando no hay tráfico, se demora hora con veinte minutos. Y el día de ayer, en la noche, se ha demorado de tres a cuatro horas. Hay una larga fila de buses porque nos meten por calles que no son carreteras, no son autopistas, es una ciudad… lo peor de todo, que nos cobran los peajes”, declaró Martín Ojeda.
“La fluidez y la conectividad se rompió y están cobrando el peaje de norte a sur y de sur a norte en Huacho; y están cobrando el peaje en Ancón, norte y sur, sur y norte”, agregó.
El director de la CIT comentó que en los peajes se cobra 10.40 soles por eje y los camiones tiene hasta seis; por lo que un transportista podría llegar a pagar 62.40 soles.
“Eso es lo que nos están cobrando: por nada”, enfatizó.
‘La piedra de los doce ángulos’ forma parte de un Palacio Inca en la calle Hatun Rumiyoq y hoy fue seriamente vandalizada por una persona que con un objeto contundente la golpeó fuertemente. Como se recuerda, hace 11 años dos vándalos chilenos pintaron el gran bloque e hicieron un grafiti con sus iniciales.
La madrugada de este martes la ‘piedra de los doce ángulos’ ubicada en la zona monumental de la ciudad de Cusco, sufrió un grave atentado. Lima Gris accedió a imágenes exclusivas del momento del acto vandálico, cuando una persona en aparente estado de ebriedad golpea fuertemente la piedra con un objeto sólido que sostiene en su mano. Funcionarios del Ministerio de Cultura llegaron hasta el lugar para evaluar los daños.
¿Dónde está ubicada exactamente la ‘Piedra de los doce ángulos’?
La piedra de los doce ángulos es un bloque de piedra de la cultura inca que forma parte de un palacio ubicado en el centro de la ciudad, en la calle Hatun Rumiyoq (que junto con otras calles se unen a la plazoleta de San Blas con la plazoleta de la Almudena) en la zona monumental de Cusco, Perú.
El gran bloque de arquitectura inca y que está compuesta por una formación diorita presenta un gran acabado y bordeado perfeccionista, al no existir asimetrías en sus uniones. Y actualmente es considerado Patrimonio Cultural de la Nación del Perú. Asimismo, la piedra forma parte de la sede del Palacio Arzobispal de Cusco, que anteriormente fue la residencia de Inca Roca, el sexto soberano del Curacazgo del Cusco.
Hace 11 años sufrió un acto vandálico
Como se recuerda, el 8 de marzo de 2014 la piedra sufrió un grave atentado mediante una irresponsable pinta que significó un acto vandálico, pese a la constante vigilancia de los ciudadanos cusqueños. En dicha fecha, dos sujetos chilenos desadaptados hicieron un grafiti con sus iniciales. Felizmente, los servidores de la Dirección Desconcentrada de Cultura del Cusco lograron borrarlas sin dañar la superficie.
Lima Gris accedió a estas exclusivas imágenes captadas por Darwin Santander.
Taxis y malestas, sí, pero ahora solo falta cómo ingresar. La Autoridad de Transporte Urbano para Lima y Callao (ATU) informó el pasado fin de semana que los taxis por aplicativo sí podrán ingresar al nuevo aeropuerto internacional Jorge Chávez, que se inaugura este 30 de marzo.
A través de un comunicado, precisó que este tipo de autos sí podrán ingresar con pasajeros al nuevo terminal de Lima y que “el control y la seguridad de estos vehículos estarán a cargo tanto de la entidad como de la Policía Nacional del Perú”.
Es así que vehículos de los aplicativos como como Uber, Yango, Cabify, Didi y Easy Taxi podrán ingresar al terminal con pasajeros.
Para operar en el nuevo terminal aéreo, los taxis por aplicativo deberán cumplir con varios requisitos de seguridad y formalización. Las unidades deben estar debidamente identificadas con la placa correspondiente al servicio de taxi y contar con la autorización de la ATU.
Además, los conductores deberán tener una licencia de conducir vigente, contar con el SOAT obligatorio y pasar una inspección vehicular actualizada. Entre los implementos de seguridad exigidos se incluyen un botiquín de primeros auxilios, un extintor y señales distintivas como casquete y cartilla informativa.
Detalló asimismo que los buses de “Aerodirecto” son vehículos de transporte público urbanos de pasajeros, como los que prestan servicio en la ciudad, en los cuales está permitido el traslado de maletas tipo carry on (con ruedas) y mochilas de viaje, es decir, el equipaje que suele ir en la cabina de los aviones”.
Finalmente, la ATU reiteró su compromiso de apoyar los servicios de movilidad urbana hacia y desde el nuevo aeropuerto Jorge Chávez dentro de los estándares de formalidad que la autoridad exige, a la par de ir implementando nuevos servicios que permitan un desplazamiento seguro de los ciudadanos y visitantes.
Dar el “sí, acepto” es una de las decisiones más importantes de la vida y para muchos se tienen que dar ciertas condiciones para pasar el resto de sus vidas que su ser amado. Los tiempos han cambiado y ya no se frecuenta ver bodas entre jóvenes veinteañeros, sino a dos adultos de 35 años para arriba.
Y es que varios factores entran a tallar para la unión ante Dios. Muchos jóvenes dan prioridad a su vida profesional y laboral, dejando en segundo plano las nupcias. Otro factor importante es el soporte económico ya que muchas de las nuevas parejas buscan un hogar donde habitar que no sea el segundo piso de la casa de sus padres. Otro detalle a considerar es que muchos de los encuestados no se sienten emocionalmente preparados para “dar el salto” a la fila de los recién casados, prefiriendo entre otras cosas su libertad como solteros, su juventud y su etapa donde no son tan responsables.
Según información del Registro Nacional de Identificación y Estado Civil (Reniec)en 2024 se han registrado 68,559 matrimonios; lo que indica una recuperación con respecto a los números prepandemia. En 2019 la cifra fue de 73,802, y evidentemente por la coyuntura de la crisis por Covid-19 en 2020 se redujo a 43,608 bodas. En años posteriores la cifra se fue recuperando, teniendo un pico alto en 2022 con 80,605 matrimonios.
En los años posteriores esa cifra no se mantuvo, reduciéndose considerablemente: 2023 con 66,142 bodas, y 2024 con 68,559.
El año anterior más de 39 mil peruanos se casaron entre los 30 y 59 años; siendo Lima, Arequipa y Cusco las regiones que lideran este ranking por rango de edad.
Ciudadanos ahora priorizan otros aspectos de su vida como la profesional, emocional o económica antes de casarse. Foto: El Peruano.
Día del Amor, día de casarnos
Por otro lado, Reniec informó que en el 2024 se registraron 757 matrimonios el 14 de febrero, fecha en la que se celebra el Día del Amor o Día de San Valentín. Esto representa una disminución del 25.6% versus el 2023, cuando se casaron 1018 parejas a nivel nacional.
En comparación con el año prepandemia (2019), se experimentó una caída del 38.7% en el número de matrimonios inscritos que fueron 1234.
Reniec también señaló que, en los últimos seis años, un total de 4892 parejas eligieron contraer matrimonio el Día de San Valentín.
Las parejas que han unido sus vidas y sellado su amor en esta fecha especial son las siguientes: en 2019 (1234), 2020 (1476), 2021 (14), 2022 (393), 2023 (1018) y en 2024 (757).
Un país sin puentes. Resulta sumamente preocupante la falta de planificación y monitoreo de los puentes del país. Han pasado más de dos años y un puente en Huachipa aún no se puede terminar de construir; peor aún, no existe un puente de acceso al nuevo aeropuerto Jorge Chávez; diversos puentes vienen siendo golpeados en sus bases por buses y tráileres de carga pesada, dificultando la transitabilidad de los demás vehículos; y qué decir de los demás puentes en el interior del país que cada año son debilitados tras la llegada de un huayco, sin que exista un control posterior de las autoridades competentes sean distritales, regionales o centrales; y ahora último el Puente de Chancay se ha caído al río, llevándose consigo dos personas inocentes fallecidas.
De acuerdo con información del titular del Ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC), Raúl Pérez – Reyes, un bus interprovincial cayó a las aguas del río Chancay a la altura del kilómetro 75 de la Panamericana Norte, luego de que el puente se desplomara. Posteriormente, se tuvo conocimiento de que un auto particular también cayó a la corriente fluvial.
El hecho ocurrió aproximadamente a las 11:55 p.m. del último jueves, cuando la infraestructura cedió justo en el momento en que una unidad de la empresa Cruz del Norte y un automóvil de color negro transitaban por la vía.
Bomberos y agentes de la Policía Nacional del Perú (PNP) trabajaron en conjunto para rescatar a los pasajeros atrapados dentro del ómnibus, algunos de los cuales quedaron entre los fierros retorcidos. Con herramientas especializadas, lograron abrir paso entre los restos del vehículo, mientras otros socorristas brindaban primeros auxilios. Los afectados fueron trasladados a los hospitales de Chancay y Huaral.
Por otro lado, se conoció que en el mes de noviembre se realizó mantenimiento al puente derrumbado, sin embargo, no se han brindado mayores detalles sobre el tipo de mantenimiento. Desde el año 2003 la empresa encargada del mantenimiento del puente es Norvial.
fuente: latina.
Ministro de Transportes acudió hasta el puente derrumbado
Ante esta emergencia, el ministro de Transportes llegó hasta Chancay en horas de la madrugada para intentar buscar alternativas de vías de comunicación debido a que se ha paralizado la carretera en sentido norte a sur producto del colapso del puente.
Los pobladores de la zona se mostraron totalmente indignados con su presencia y llegaron a increparle en el lugar. Sin embargo, el titular del MTC se concentró en mencionar que lo importante era salvaguardar la vida de las víctimas.
Usuarios del Metropolitano se bajan de los buses debido al asfixiante calor [VIDEO]
Unidades de transporte no cuentan con aire acondicionado, eso sumado a la gran conglomeración en hora punta hace que muchos de esos vehículos vayan repletos de pasajeros.
El sofocante calor se siente en muchas partes de la capital, registrándose en algunos distritos temperaturas por encima de los 30 grados, teniendo sensaciones de calor los 33 o 34 grados. Si eso calor se suma estar en un lugar cerrado y con poca ventilación como los buses del Metropolitano dicha temperatura fácilmente puede bordear los 37 o 38 grados, resultando para muchos una “olla a presión”.
Anoche, en la estación Naranjal del Metropolitano, decenas de usuarios de ese servicio de transporte no pudieron más el intenso calor y decidieron bajarse de las unidades a modo de protesta por la escasa implementación de aire acondicionado o sistemas de ventilación.
Y a pesar que anoche se registró una intensa lluvia en gran parte de la capital, la sensación de calor no se redujo, teniendo una media de 25°C incluso hasta altas horas de la noche.
“No es ventilado, la verdad. Como todos los días, es algo normal que haya aglomeraciones. El calor está muy fuerte”, dijo a Panamericana TV una pasajera que aguardaba abordar en la estación Naranjal. Otra usuaria agregó: “Es un horno estar en el trayecto. La gente está apiñada, no hay ventilación. Las ventanas no sirven de mucho porque son pequeñas y algunas están malogradas”.
fuentes: bdp.
En esa estación los pasajeros debieron esperar al menos 45 minutos debido a la congestión generada por el mal tiempo. Sin embargo, el panorama se replicó en otros puntos, donde usuarios reportaron que la lluvia generó desorden y acumulación de suciedad en los embarques.
Los peatones también manifestaron que las estaciones no están diseñadas para soportar precipitaciones prolongadas. En varias de ellas, se registró acumulación de agua en el piso, lo que dificultó el acceso y generó riesgo de resbalones.