Opinión
Reflexiones sobre la sociología de la cultura y de la música en la obra de Max Weber
Lee la columna de Raúl Allain

El objetivo de este artículo es reflexionar sobre la obra de Max Weber, a quien se puede considerar como el gran sintetizador y clasificador de la temática sociológica, y cuya sociología de la cultura ha quedado desdibujada ante la enorme pluralidad de áreas de estudio que el sociólogo alemán inició.
Como se sabe, Weber revisa el sistema de las relaciones significativas entendiendo el mundo social no como una relación de objetos sino como una relación de interpretaciones. Y en tal relación la ciencia de la cultura y la historia cultural ocuparán un lugar preferente.
La metodología a utilizar es la exposición y análisis de las leyes causales que actúan en los fenómenos culturales, con el que Weber articula su sociología de la cultura y específicamente de la música.
Uno de los planteamientos de esta ponencia es que para comprender la obra de Weber hay que referirse necesariamente a su análisis de los procesos culturales entendidos como sistemas de valores, replanteando el tema de la significación como interpretación.
En el mundo contemporáneo, la música está presente y disponible a través de la Internet y de dispositivos de descarga y reproducción, que permiten al oyente viajar por el tiempo y por todos estilos, intérpretes y periodos musicales. De allí que la noción de “centro” se ha ido perdiendo. La música funciona como un camino hacia la divinidad, por cuanto “Dios no es por los hombres sino los hombres son para Dios”, y todo cuanto sucede no tiene sentido sino en-para Dios.
Por Raúl Allain (*)
El análisis de los valores como procesos de la historia cultural
Para comprender la obra de Weber hay que referirse necesariamente a su análisis de los procesos culturales entendidos como sistemas de valores. Frente a la metodología de Durkheim, Weber replantea el tema de la significación como interpretación. Entre el actor social y el contexto actúa un proceso de mediación interpretativa que es el núcleo mismo de las llamadas Ciencias Humanas y Sociales. Weber salda la polémica entre las Ciencias Nomológicas (las que presentan un sistema de leyes regulares como son las Ciencias referidas a la Naturaleza) y las Ciencias Ideográficas (las de caso único como son las Ciencias Históricas) con su definición de la Verstehen; es decir, la “comprensión interpretativa” resulta ser el tipo de explicación empleado para entender los datos de la Historia Cultural y de sus procesos.
Son los valores, por tanto, los que nos caracterizan el plano de la causación social en última instancia. Y para demostrar su metodología de comprensión interpretativa, reformulará la teoría marxiana e historicista de la formación del Capitalismo. Pero los valores requieren una objetivización metodológica. Para Weber, los rasgos que se repiten en un fenómeno y que nos indican las regularidades empíricas de éste tienen que definirse como tipos ideales. El método de los tipos ideales incrementa la precisión metodológica de la Sociología ya que permite establecer unas características formalizadas con las que se hace posible articular sistemas de leyes.
La solución del tipo ideales entonces imprimía un rumbo nuevo a la polémica entre Ciencias Naturales y Ciencias Históricas. Weber, no obstante, privilegiará las dimensiones significativas de los procesos sociales y culturales. En este sentido, el Capitalismo, en cuanto tipo ideal de organización colectiva, no puede ser entendido sin referirse al conjunto de normas y valores en los que se desarrolló el nuevo sistema económico y social. Se puede decir que su estudio sobre la relación entre Capitalismo y Ética protestante no es sino una búsqueda de la confirmación de dos aspectos:
I) Que la comprensión interpretativa permite estudiar objetivamente los valores de una específica formación histórica.
II) Que los tipos ideales diseñan conceptos generales que pueden ser comparados como, por ejemplo, la comparación entre los conatos históricos anteriores que presentaban características más o menos semejantes con lo que con posterioridad será el capitalismo europeo que desde el Renacimiento se va a ir consolidando en todo el planeta. De esta manera, su “Ética protestante y el espíritu del Capitalismo” no es sino una aplicación de la importancia de los valores religiosos y culturales a la hora de encontrar la causalidad histórica al modo de producción basado en el beneficio y en el interés. El protestantismo y el calvinismo, según Weber, por su marcado carácter de racionalización de la vida, favoreció la práctica económica. Los “elegidos” tendrán capacidad para crear riqueza. La libre interpretación de la Biblia y la libertad de conciencia son aspectos de un proceso de secularización que está en el origen de la acumulación capitalista. El “más allá” se sustituye por el “más acá”; y esta sustitución posibilita el espíritu comercial que está en el “espíritu” religioso del protestantismo.
“La ganancia de dinero representa el resultado y la expresión de la virtud en el trabajo […] esa idea, decimos, es la más característica de la ética social de la civilización capitalista”, afirmará Weber. Y con esta afirmación se conexionan metodológicamente los planos de la creencia y la motivación con los planos de la economía y la producción. La necesidad de enriquecerse mediante la profesión conlleva un enorme componente de disciplina. Precisamente es la disciplina el eje de la racionalización capitalista del mundo. Racionalización que conduce de una forma directa hacia las dos grandes instituciones de la nueva economía: el Derecho contractual y la administración burocrática. “La característica de esta filosofía (afirmará Weber) de la avaricia es el ideal del hombre honrado digno de crédito y, sobre todo, la idea de una obligación por parte del individuo frente al interés de aumentar su capital”. Los fines justifican los medios. La acción racional intencional se coloca en función de la ganancia.
Pero la ganancia que produce resultados a largo plazo. El ahorro y la inversión son subprocesos dentro del marco general de toda una cosmovisión centrada en la acumulación como signo de salvación religiosa. Para Weber: “la ganancia de dinero representa el resultado y la expresión de la virtud en el trabajo”; es decir, moral convencional y creencia religiosa convergen en una percepción del lucro como virtud colectiva. No es extraño, en este sentido, que con posterioridad el Utilitarismo fuese una sustitución filosófica de los ideales protestantes en las sociedades anglosajonas. Pues bien, Weber trata de sustituir el esquema marxiano de “infraestructura-superestructura” por una comprensión en el plano de la significación de la acción humana. Marx consideraba que son las condiciones económico-productivas las que causan un conjunto de tipos de explicación enmascaradoras de los intereses profundos y subterráneos que actúan en tales condiciones materiales.
Sin embargo, en la teoría marxiana no hay ningún planteamiento simplificado ni mecanicista. Al contrario, el concepto de ideología abarca una multiplicidad direccional que va desde el conocimiento de sentido común hasta su conversión en procesos de alienación colectiva, entendiendo el sentido de alienación en su complejidad hegeliana ya que no es sino una falsa objetivación de la personalidad por efecto de condiciones exteriores que escapan a la propia voluntad del individuo tal y como se plantea en el famoso texto de la “Contribución a la crítica de la Economía Política”. Weber, al contrario que Marx, trata de dar a la significación la fuerza de motor histórico. Son las “cosmovisiones” (Weltanschauung), como consideraría Dilthey, las que determinan fenómenos históricos. Los fundamentos religiosos del ascetismo laico son el ingrediente intelectual del sistema socioeconómico capitalista. Según el calvinismo, los hombres están para honrar a Dios en las acciones que estos realizan, ya que ellos son un puro reflejo de Dios.
Estas acciones deben únicamente encaminarse a Dios por cuanto que “Dios no es por los hombres sino los hombres son para Dios, y todo cuanto sucede no tiene sentido sino en calidad de medio para el fin de que la majestad de Dios se honre a sí mismo”. En el calvinismo, pues sólo unos pocos están llamados a salvarse por lo que ni los sacramentos ni la Iglesia ni los predicadores pueden ayudar al hombre a cumplir su destino. El individualismo será el resultado de esa soledad ante la divinidad. El pietismo, el metodismo y las sectas bautizantes siguen en líneas generales ese ideal de ascetismo puritano. Para el pietismo, por ejemplo, la necesidad de perfección guía al hombre y sólo Dios puede bendecirle en su actividad productiva proporcionándole éxito. El éxito es el baremo de la felicidad, como explica Weber: “su idea fundamentalmente eudemonista, que aspira a que los hombres sientan ya en esta vida la bienaventuranza (la felicidad) por medio del sentimiento, en lugar de forzarles al trabajo racional para asegurarla en la otra vida”.
Disciplina, predestinación, utilidad y sentimiento encauzado hacia la profesión son los valores que como medios se encaminan hacia la finalidad de la riqueza. El metodismo entrará en mayor medida en una diferenciación entre el “yo” y “los otros”. La piedad es la práctica del buen creyente. Sin “ninguna obra buena”, como expone Weber, no puede ser buen creyente, porque la piedad es la diferencia con la Iglesia oficial. La conciencia personal, entonces, se destaca como el centro de un ascetismo (los cuáqueros, por ejemplo) en la que la disciplina ha de realizarse en el mundo: “lo más importantes es, empero, aquella vida propia religiosamente exigida al ‘santo’ que no se proyectaba fuera del mundo, en comunidades monacales, sino que precisamente había de realizarse dentro del mundo y de sus ordenaciones”. La disciplina, para Weber, es el valor máximo a partir del cual se desarrollará el capitalismo.
La atmósfera de austeridad en la que se pospone el disfrute del beneficio en función del ahorro conllevará la acumulación económica posterior. Pues bien, el estudio de los valores como mediaciones en el comportamiento histórico con la obra de Weber alcanza su punto central. Los elementos del orden motivacional determinan la acción, siendo la acción el significado subjetivo que actúa y orienta el comportamiento. Para Weber, la Historia sólo puede explicarse desde la interpretación comprensiva de significados. De aquí que conducta y significado están necesariamente unidos.
Sobre algunas categorías de la sociología de la cultura weberiana
El Arte como experiencia sustituye el análisis del Arte como hecho social. El interés sociológico de Weber por el examen de las experiencias estéticas tiene que ser percibido en cuanto proyección social de las formas artísticas. Esta proyección social abarca diferentes estructuras y órdenes de la realidad. Estructuras que van desde el sistema de símbolos hasta el de carácter ideológico. Weber, precisamente, hará por vía de la comprensión la inspección de los nexos y regularidades de la conducta humana, tanto la interna como la externa. Separándose de Simmel, Weber intentará encontrar el sentido de la formación de una serie de categorías conceptuales a partir de las que asentar una Sociología de la Cultura.
Sociología interpretable no sólo por su validez empírica sino por la constelación de motivos de distinta índole. Ahora bien, para entender esa “explicación comprensible”, Weber necesitará perfilar un conjunto de categorías que como cuadros de referencia orienten esa actividad creativa que se expresa en los objetos artísticos y estéticos. La primera categoría de la Sociología cultural weberiana es semejante a las consideradas en otras áreas sociológicas: la interpretación racional con relación a fines (Zweckrationales). Su definición más ajustada plantea como comportamiento racional aquel que se orienta hacia medios representados subjetivamente como adecuados para fines aprendidos también subjetivamente y de manera unívoca. Es decir, estamos ante las regularidades comprobadas relativas a procesos psíquicos.
Estas regularidades tienen el mismo papel en las Ciencias Sociales y Humanas que las uniformidades legales en las Ciencias de la Física y la Naturaleza. Las conexiones psíquicas por consiguiente son consecuencias de acciones evidentes. La interpretación racional con relación a fines convive no sólo con los fenómenos explicados como racionales, sino que, a la par, implica la relacionalidad de lo contradictorio que vive y persiste en todos los tiempos. La belleza, lo sublime, en definitiva anhelos de plenitud humana, pueden ser verificados como medios interpretativos de orientaciones sociales.
Las temáticas artísticas y sus realizaciones se refieren históricamente a tendencias colectivas. Lo “irracional” no es una mera cuestión ontológica del Arte. Para Weber, los “estados emocionales” pueden ser planteados como temáticas sociológicas en cuanto que su presencia es constante en la Historia. Comenta Weber, en este sentido y fundamentando su método, lo siguiente: “A causa del papel que en la acción del hombre desempeñan ‘estados emocionales’ y afectos ‘irracionales con relación a fines’, y puesto que toda consideración comprensiva racional con relación a fines tropieza de continuo con fines que, por su parte, ya no pueden ser interpretados como ‘medios’ racionales para otros fines sino que es preciso aceptarlos como orientaciones teleológicas no susceptibles de ulterior interpretación racional (por más que su origen pueda pasar a ser, como tal, objeto de una explicación comprensiva que proceda ‘psicológicamente’), con igual derecho se podría afirmar precisamente lo contrario”. Es evidente, sin embargo, que muy a menudo el comportamiento interpretable racionalmente configura, respecto del análisis sociológico de conexiones comprensible el “tipo ideal más apropiado”.
La psicología y el hecho artístico entendido como fenómeno psicológico descubren términos de socialidad perceptible. La metodología del “tipo ideal”, considerada como examen de regularidades empíricas y rasgos característicos de un fenómeno, evidencia determinantes cualitativas de la cultura. Y es por ello por lo que lo irracional deja de serlo para convertirse en variable de conocimiento de la sociedad que la utiliza. Una segunda categoría, pues, dentro del análisis de la acción estética y artística de la Sociología de la Cultura weberiana, es la que se acerca y operativiza la manifestación creativa en términos de sentido. Weber manifiesta en este texto su concepción del tema: “Tanto la sociología como la historia realizan interpretaciones de índole ante todo ‘pragmática’, a partir de nexos racionalmente comprensibles de la acción”.
Así procede, por ejemplo, la economía social, con su construcción racional del “hombre económico”. Y, por cierto, no de otro modo opera la sociología comprensiva. En efecto, su objeto específico no lo constituye para nosotros un tipo cualquiera de “estado interno” o de comportamiento comprensible en relación con “objetos”, esto es un comportamiento especificado por un sentido (subjetivo) “poseído” o “mentado”, no interesa si de manera más o menos inadvertida. La contemplación budista y el ascetismo cristiano de la conciencia íntima se relacionan, respecto del actor, de manera subjetivamente plena de sentido, con objetos “internos”, mientras que la disposición económica racional de un hombre en cuanto a bienes materiales se relaciona con objetos “externos”. Aquí, Weber esboza el ámbito en el que estructurará sus procedimientos epistemológicos y metodológicos.
Conclusiones
La Sociología de la Cultura en la obra de Weber se configuró a partir de la identificación de los elementos cognoscitivos y valorativos. La organización cultural no es sino un reforzamiento de valores sociales. Para Weber, cultura y civilización se identifican desde el momento en el que no hay una división del carácter técnico-científico y el hecho estético.
Esta división, sin embargo, la introducirá Alfred Weber –hermano de Max Weber– al distinguir entre Kultur y Zivilization. Pero, según Max Weber, la cohesión entre estructura social y relaciones sociales sitúan las formas culturales como marcos de actitudes. De este modo, el Arte, la Música, la creación estética son mantenidos como procesos de orden. Así, Weber rehúye el importante factor de cambio y transformación que la creación artística tiene. Más, sobre todo, al centrar su Sociología de la Cultura sobre una Sociología de la Música se identifican los procedimientos expresivos sin distinguir que la Música, efectivamente, es una racionalización. Pero una racionalización debida a la complejidad formal. Weber entonces restringe su análisis sobre el Arte presuponiendo igual evolución formal en el resto de las Artes no musicales. Por consiguiente, la significación sociológica de la investigación weberiana sobre lo estético se realiza en relación a los fenómenos de ordenación institucional en el capitalismo. Ahora bien, Weber tendrá mucho cuidado en diferenciar las esferas de práctica artística privada de las esferas colectivas más amplias.
El Arte será un estilo de vida cuya dinámica organiza valores simbólico-representativos arraigados en sentimientos. No obstante, el capitalismo y su administración burocrática no serán analizados en cuanto procesos económicos que encauzan fuerzas creativas hacia campos económicos. Esta omisión ocasiona una limitación de la Sociología estética de Weber que da como resultado una esquematización, eso sí muy erudita, del significado histórico del Arte y de la Música. El resultado obtenido, pues, abre enormes interrogantes. En efecto, la racionalización de los sonidos con la moderna notación musical no nos explica el gusto de una clase burguesa que, a su vez, difunde y consolida. La disciplina protestante que está en el origen del capitalismo, impone unas pautas creativas que han de ser estudiadas como Bourdieu ha matizado en nuestros días. De la misma forma, la evolución hacia el Romanticismo y hacia el sistema atonal en el Dodecafonismo o las creaciones contemporáneas, ¿significarían una disolución de los ideales capitalistas?
Así se puede observar excesivamente mecánico el examen weberiano de la música tonal y sus conexiones con procesos valorativos. La octava se convierte en sistema armónico pero no por exigencias de la sociedad capitalista, sino por un desarrollo gradual de combinaciones sonoras. Y este desarrollo queda sesgado en Weber para quien la pureza de la música europea se reduce al Barroco y se omiten las otras etapas históricas musicales posteriores al Barroco alemán. El nacionalismo germánico de Weber deja lagunas enormes. Vivaldi o músicos contemporáneos de otros países reconocidos como apartadores de principios artísticos sumamente complejos no se citan en el estudio de Weber. Y, por ejemplo, la decadencia de formas artísticas dentro del mismo “espíritu del capitalismo” no se refleja ni como exposición de sus condiciones sociales ni como procesos de dominios sonoros en el ocaso.
En resumen, los problemas socio-musicales y socio-culturales, al ser comprendidos sólo desde las variables racionalidad-irracionalidad, no se presentan en el marco múltiple que les caracteriza. La obra estética no sólo se expresa en una estructura formal sino que afecta a relaciones tales como Arte e industria, artistas y público, ambiente social y proceso de creación, etc. Las contradicciones del Arte son excluidas por Weber. Y, por tanto, los valores generales y dominantes de una sociedad –en los que el planteamiento weberiano se asienta– determinan el surgimiento de un tipo de estética y de estilo característicos. Aquí, precisamente, está el origen de la confusión y la deficiencia de la Sociología de la Cultura y de la Música del gran sociólogo alemán. La obra artística, como señalarán con posterioridad los autores de la Escuela de Frankfurt, posee un potencial de transformación social gracias a su crítica de los valores imperantes. La “bidimensionalidad” de la creación estética es el principio de una valoración diferente de la realidad.
La contraposición entre sentido común general colectivo e innovación creativa se muestra como el motor del Arte. Y esa contradicción no proviene únicamente de procedimientos de elaboración formales sino que tiene su génesis en una nueva concepción de la existencia humana en la que los valores del “deber ser” siguen oponiéndose a los del “ser”. Weber no refleja ese carácter opositivo del Arte y su análisis de la racionalización musical queda en una exposición de la integración y alienación de la música en la sociedad del beneficio y de la disciplina. Weber presentará como irracional formas nuevas y distintas de creación originaria, olvidándose que el significado último de la racionalidad es ir ampliándose progresivamente en la Historia y en la Sociedad.

Esta película posee el espíritu cansado y sonámbulo de alguien paseando de noche, o de día, no importa tanto, por un cementerio… Eso sí: con ideas ingeniosas y hasta prometedoramente chocantes. Dudo, y esto dentro del espacio de la propia ficción, si sus personajes en realidad están aún (del todo) vivos. Son intercambiables, con gran facilidad, por sus propios sueños. Es la vieja duda que siempre despiertan los sueños.
Pienso en el protagonista (sin pudor buscando el parecido con Cronenberg, y yo hubiera querido ver al propio Cronenberg actuado en su propia película) como en alguien que ya se ha ido, con quien tanto amaba. O que, por decirlo así, vive en una zona intermedia; ‘ni aquí ni allá’.
Pero lo cierto es que hay una separación y que se resiste a aceptarla. No es más que una metáfora de nuestro hacer. Por esa razón (la pérdida, la separación) hacemos poemas, películas o lo que sea. Lo mejor y lo peor. Y claro: ¿qué queda de uno cuando se pierde a alguien con quien se ha sentido tan profundamente unido?
The shrouds está cuajada de diálogos, de especulaciones, de teorías, de obsesiones, de caminos perdidos. Citaré una idea, acaso la principal. Querer ver cómo tu ser querido se va descomponiendo dentro de su tumba es una idea hermosa, consoladora para el protagonista. No se le puede negar energía a este punto de partida…
El gusto por encontrar o por formar imágenes extrañas, misteriosas, excitantes, memorables, se extraña, la voluptuosidad por los detalles, por el estilo, ¿en dónde está? Esa búsqueda decae vertiginosamente en favor del guión, de los diálogos, del teatro, de las palabras.
Me imagino sin dificultad a algunos personajes de Crash -más viejos- en esas escenas coitales tan encantadoras, pero más encantadoras por evocadoras. La mujer, hablando sin parar para excitar más y más al hombre… en fin, la cosa tiene su gracia, y es repetitiva y ya nostálgica. ¿Y la audacia para dar un paso más allá?
Sin la distancia y sin el uso de mayores recursos para manipular de una manera más sabia el material -de un potencial radiante- se nota en Cronenberg una torpeza de principiante superado por su tema. ¡Pero no se trata de ningún principiante y se supone que es un arco temático que en teoría domina! Un Cronenberg devorado por su autobiografía.
Película
https://ok.ru/video/9837031524966

Mi película n. 24 dura casi 26 minutos. Me sirvió para aclarar ideas, definir caminos. Qué encontré en ‘mi personaje’. Reticencia o resistencia o temor a viajar (fuera de su ciudad). Se ve a alguien que pareciera aparte de no haber dormido muy bien entre molesto y divertido por la entrevista – conversación que le están haciendo (más molesto que divertido, más cansado que entusiasmado, a juzgar por el aspecto de su cara). ¿Entonces, por qué hablar? De alguna manera, o de más de una, el entrevistado está rompiendo o ensayando romper con su querida y sostenida vida sedentaria.
¿No parece todo esto algo banal? Se puede especular sobre el esfuerzo que le cuesta el viaje (¿algún trauma detrás?) no obstante los obvios beneficios múltiples de un viaje… Surge pronto la idea de un desdoblamiento, de estar allá y acá, de ser dos y de llevar dos vidas, de ser al menos dos personas, y el intentar parir algo negado en el medio de un viaje… Astroboy aporta el mito encantador que muestra (desde la infancia lejana y cercana) un camino.
El entrevistado no parece alguien muy místico, precisamente, pero se agarra del concepto o de la sensación de que hay energías dentro y fuera de sí que necesita hacer suyas o si se quiere, conectar con ellas. Unirse a ellas. Darles forma, expresión, vida particular y concreta. O más modestamente, ser un canal para que se expresen a través de él. Sea como fuere hacerlo es decisivo.
Creo que la parte más interesante (incluso la que justifica este trabajo, me parece) es cuando por fin se aprecia más claramente la herida personal. La necesidad de oponer al mundo (a versiones poco inspiradas del mundo) PRUEBAS. Esa voluntad de probar algo porque nadie te cree, de esforzarte para dar los mejores argumentos posibles contra la corriente del sentido común o la estupidez, y es así como el entrevistado (el cineasta) describe el ambiente humano tras su bonita y pacífica experiencia en el preescolar: enfermos, brutales, groseros, violentos… ¿Exagera?
Y lo mismo con una rama de su familia. Una conclusión: tienes una razón para vivir si quieres que te dejen vivir, sí: vivir tu propia vida y afirmar cómo te sientes, qué piensas, y construir una obra es eso para ti.
Película
Más películas
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Opinión
Las minas para quienes las trabajan
La CONFEMIN PERÚ convoca a la movilización NACIONAL más contundente en la historia de la pequeña minería y minería artesanal.

Por Jorge Paredes Terry
El jueves 26 de junio, a las 8:00 AM, en el Campo de Marte (Jesús María, Lima), no habrá espacio para la indiferencia. Nos movilizaremos con fuerza para exigir lo que nos corresponde por derecho: el control de nuestras minas y el pleno desarrollo de nuestra actividad. No nos quedaremos callados ante la injusticia. Este no es solo un reclamo por nuestros trabajos, sino una lucha por la justicia social y el reconocimiento de la importancia vital del sector de la pequeña minería y minería artesanal (PMMA) para la economía peruana.
Por generaciones, la PMMA ha sido el sostén de miles de familias en todo el Perú, generando empleo, impulsando el desarrollo local y contribuyendo significativamente al Producto Bruto Interno (PBI). Somos los guardianes de un legado ancestral, los que extraemos los recursos minerales que alimentan la industria nacional e internacional. Nuestra actividad no solo genera riqueza, sino que fortalece el tejido social de nuestras comunidades, preservando nuestras tradiciones y cultura. Sin embargo, a pesar de nuestra innegable contribución, hemos sido históricamente marginados, relegados a la informalidad y sometidos a políticas que nos perjudican.
Basta de promesas vacías, de leyes ineficaces y de un proceso de formalización que nos excluye. Por siglos hemos trabajado estas tierras, somos herederos de una tradición milenaria, y el saqueo por parte de la oligarquía y las empresas extranjeras TERMINA AHORA. Exigimos la inmediata ampliación del proceso de formalización, la aprobación de la Ley MAPE y la Ley de Reversión de concesiones ociosas. No nos callarán, no nos ignorarán, no nos detendrán. Nuestro trabajo dignifica a miles de familias peruanas, sostiene economías locales y contribuye al desarrollo del país. No permitiremos que nos arrebaten nuestro sustento. Por nuestros derechos, por nuestras familias, por el futuro de nuestras comunidades, ¡LEVANTÉMONOS Y DEFENDAMOS LO NUESTRO! Difunde este llamado. El jueves, ¡todos a Campo de Marte! Que se escuche nuestra voz. ¡Las minas son para quienes las trabajan! ¡Unámonos y hagamos temblar al poder!

La presidente Dina Boluarte fue a inaugurar una escuela pública en Talara (Piura), y terminó dictando cátedra de intolerancia. Frente a más de mil estudiantes, no les habló del futuro o de quedarse en Perú, país de oportunidades. No habló de los sueños. Habló de sus críticos. De esos “ciegos, sordos y no mudos” que —¡osadía imperdonable! —Se atreven a cuestionarla. Y lo peor no fue solo el tono. “Critican desde su corazón desleal con el desarrollo de la patria”, dijo sin titubeo. “Critican, pero no ven las obras”. “Nos recargamos de esas energías negativas”. ¿Desleal el que piensa distinto?
No, señora presidente. No es deslealtad. Es un derecho. La Constitución reconoce incluso la crítica a resoluciones judiciales. ¿Y usted pretende que no se cuestione su gestión? ¿Ese es el mensaje que quiere dejar a los estudiantes del Perú? Qué espera entonces; si el Estado reduce el polígono de protección de las Líneas de Nazca, silencio. Si se intoxican estudiantes con alimentos del programa Wasimukuna del MIDIS, silencio. Si se contratan a los amigos o allegados de los ministros, como lo ocurrido en el MINEDU y MINCUL silencio. Si el MININTER no puede con la delincuencia, si desaparecen tesis de congresistas o se pierden donaciones en el Ministerio de la mujer no exista crítica.
En las aulas del Perú se les dice a los docentes y estudiantes que una de las competencias más urgentes del siglo XXI: el pensamiento crítico. Para la OEA (2015), “construirse como pensador crítico implica abandonar una postura egocéntrica en la que los argumentos son ciertos porque tenemos confianza en ellos o porque tenemos cierta preferencia afectiva hacia ellos, porque nos conviene que sea así o simplemente porque así lo hemos creído siempre” (p. 10). Y usted, en una institución educativa pública, les dice a los estudiantes que no sean críticos. Que seguir la línea del gobierno es sinónimo de lealtad. ¿Entonces cómo se construyen ideas, cómo se proponen soluciones de contexto, si solo se permite seguir órdenes como peones bajo el miedo al látigo?
Recuerde, presidente, que el himno nacional no dice «callamos por mandato”. Dice: «¡Somos libres!» Y esa libertad incluye la de pensar. La de decir. Quien no critica está condenado a fracasar por seguir a quien cree que tiene siempre la razón, a quien cree que solo su criterio es válido. Eso no es liderazgo. Es dogma. Es autoritarismo disfrazado de progreso. ¿Dónde se formó en Derecho, señora Boluarte? ¿En qué manual le enseñaron que disentir es deslealtad? ¿Con qué lógica se ataca a quien piensa distinto?
Lo irónico es que quien más dignidad mostró ese día fue un estudiante. Sí, un adolescente peruano. Que, con respeto, pero con firmeza, le pidió: «Es hora de un verdadero cambio, de un compromiso real con las necesidades de nuestro pueblo. La juventud peruana espera, con esperanza y exigencia, un gobierno a la altura de nuestros sueños». Le dijo que la juventud no quiere solo palabras, quiere compromiso. Le habló de frente. Un estudiante del colegio Ignacio Merino de Talara, frente a todos, sin papeles que lo amarren ni miedo que lo frene, le dio una lección de ciudadanía. Clase que sus ministros, asesores y congresistas a sueldo no se atreven a dictarle: “Sabemos su gran compromiso al estar aquí, la verdad, pero no podemos ignorar la creciente desconfianza que genera la política actual”. Y usted eligió responderle desde la tribuna del agravio. Le contestó con el látigo simbólico. Con la burla solapada. Con el autoritarismo que no necesita uniforme, solo soberbia.
Construir colegios no le da permiso para deseducar. Poner ladrillos no la autoriza a silenciar conciencias. Y cortar cintas no la absuelve del deber democrático de escuchar. Entonces, en agosto del 2026, ¿deberíamos pensar que para ese entonces expresidente Boluarte será desleal si se atreve a criticar al nuevo gobierno? ¿Sería desleal con el sistema de justicia si se atreve a criticar alguna resolución en su contra? ¿Nos van a decir que ya no se puede opinar porque criticar es sabotear?
La política sin crítica no es política. Es fanatismo. O peor aún, autoritarismo religioso con sotana de obra pública. ¿Y para cuándo el diálogo presidente Boluarte? ¿Para cuándo el gobierno que escucha sin atacar? ¿Para cuándo un Estado que no ve enemigos en cada voz crítica? ¿Para cuándo los puentes —no los de concreto—, sino los del consenso político? Debemos entender, entonces, que la política en el Perú será solo confrontación y alianzas entre adeptos. Qué futuro le espera a un país donde el diálogo es percibido como traición, y la discrepancia como deslealtad.
Cuándo tendremos un o una presidente capaz de convocar a la nación incluso en medio de posiciones contrarias. Presidente, si usted fue capaz de dejar atrás sus promesas de campaña y sentarse con los Acuña y los Fujimori, ¿por qué no puede hacer lo mismo con quienes simplemente piensan diferente a usted?
La invalidación no suma adeptos. El ataque no construye gobernabilidad. Y me pregunto: ¿los que hoy callan y obedecen sin cuestionar, estarán con usted cuando lleguen los juicios, las investigaciones, los balances finales? ¿Le serán leales cuando ya no tenga poder?
Las 50 muertes en el sur se acercan cada vez más a su destino. ¿Cómo enfrentará esos momentos? O peor aún quienes estarán con usted, le recuerdo que, a Toledo y Humala no les quedó partido político, a usted tampoco. El poder sin consenso es una soledad peligrosa. Basta con ver el voto de la bancada de Cerrón y la izquierda de donde usted vino. Se está quedando sola señora presidente.
Opinión
La guerra de dos mundos
Delia Espinoza y Patricia Benavides protagonizan una pugna vergonzosa por el control absoluto del Ministerio Público. Su enfrentamiento no es por justicia, sino por intereses de poder, respaldadas por facciones políticas —conservadoras y progresistas— que instrumentalizan la Fiscalía como campo de batalla ideológico.

En un Estado de derecho, el fiscal de la Nación no es una figura decorativa ni un operador político. Su papel esencial es defender el ‘principio de legalidad’, que significa actuar con estricta sujeción a la ley, investigar con independencia, sin favorecer ni perseguir a nadie por intereses personales o ideológicos. Sin embargo, en el Perú contemporáneo, la más alta autoridad del Ministerio Público ha dejado de representar esa función republicana para convertirse en ficha de poder dentro de una guerra abierta entre facciones políticas. Hoy, Delia Espinoza Valenzuela y Patricia Benavides Vargas, lejos de honrar sus cargos, encarnan una pugna vergonzosa que pone en jaque la legitimidad de la institución que deberían proteger.
Desde hace unas horas, la Fiscalía de la Nación parece una escena de ‘teatro absurdo’. Delia Espinoza permanece atrincherada en su despacho, haciendo vigilias simbólicas con velas para demostrar que no cederá el cargo. Mientras tanto, Patricia Benavides, tras una resolución de reposición emitida por la Junta Nacional de Justicia (JNJ), intentó reinstalarse por la fuerza con respaldo policial y con una carta intimidante dirigida a Espinoza, exigiéndole que se abstenga de firmar resoluciones.
Ninguna cede, ninguna retrocede. El Ministerio Público ha quedado como rehén de una guerra personal disfrazada de debate institucional. La pregunta de fondo no es quién debe ocupar el cargo, sino si ¿alguna de estas fiscales está verdaderamente interesada en defender la legalidad por encima de su ambición?

Patricia Benavides: la fiscal del sector conservador
Patricia Benavides Vargas, destituida en mayo de 2024 por la JNJ, representa una de las etapas más oscuras del Ministerio Público en la última década. Llegó al cargo envuelta en polémicas académicas —no se han hallado sus tesis de maestría y doctorado— y salió con acusaciones graves por presunto tráfico de influencias, abuso de poder, obstrucción de justicia y uso político del aparato fiscal.
Uno de los casos más evidentes fue su interferencia directa en la investigación contra su hermana, la jueza Enma Benavides Vargas, acusada de liberar a narcotraficantes a cambio de sobornos. La fiscal Bersabeth Revilla, a cargo del caso, fue retirada por Patricia Benavides de forma arbitraria, lo cual fue considerado una falta muy grave por la JNJ. La historia se repitió con el fiscal Luis Felipe Zapata, apartado por investigar a otro fiscal (Miguel Vegas Vaccaro) afín a Benavides. Según se comprobó, los informes usados para justificar estas remociones estaban plagados de datos falsos. En otras palabras, usó su poder para proteger intereses personales y castigar la independencia.

Las revelaciones del exasesor Jaime Villanueva —hoy colaborador eficaz— son aún más alarmantes. Villanueva reveló que su exjefa Benavides se reunió en al menos cinco ocasiones con la presidenta Dina Boluarte entre 2022 y 2023. En esas reuniones, se habrían negociado favores judiciales a cambio de respaldo político. Por ejemplo, cuando Boluarte Zegarra en su condición de titular del Midis era investigada por lavado de activos en el caso «Los Dinámicos del Centro», Villanueva coordinó con el fiscal Rafael Vela para evitar que se pidiera prisión preventiva contra la chalhuanquina. ¿Cuál fue el resultado? Dina Boluarte ascendió sin obstáculos a la presidencia de la República tras la caída de Pedro Castillo.
Las relaciones entre Benavides Vargas y la mandataria Boluarte Zegarra continuaron, incluso después de las muertes durante las protestas en Juliaca. Patricia Benavides buscó frenar la destitución del general Raúl Alfaro —quien se negó a detener a Castillo durante el intento de golpe— y negoció presuntos archivos de investigaciones a cambio de nombramientos de confianza en el Programa Nacional de Infraestructura Educativa (PRONIED) y el Fondo de Vivienda Policial (FOVIPOL), según los testimonios del propio Villanueva.

Pese a este historial, Patricia Benavides ha recibido el respaldo explícito de sectores conservadores y del aprismo. Rafael López Aliaga, aún alcalde de Lima que pronto abandonará la comuna metropolitana, la condecoró por su enfrentamiento contra Pedro Castillo, presentándola como heroína democrática. Pero más allá de las narrativas épicas, los hechos revelan una fiscal que no solo traicionó el ‘principio de legalidad’, sino que convirtió la Fiscalía de la Nación en su oficina de operaciones políticas.
Delia Espinoza: la fiscal del ala progresista
Delia Espinoza Valenzuela, actual fiscal de la Nación, no representa una solución institucional a la crisis, sino la otra cara de la misma moneda. Su nombramiento en octubre de 2024 fue visto por muchos como un intento de “limpiar la casa”, pero rápidamente quedó claro que también juega sus propias cartas políticas. Su cercanía con sectores autodenominados “caviares” o progresistas ha provocado desconfianza, y sus decisiones han levantado sospechas de que estaría usando su poder para proteger a sus aliados.

Una de sus primeras acciones como fiscal fue presentar demandas de inconstitucionalidad contra leyes que otorgaban mayores facultades a la Policía Nacional en las investigaciones preliminares. La justificación fue la defensa de la autonomía del Ministerio Público, pero varios congresistas lo interpretaron como una forma de deslegitimar la labor policial en medio de investigaciones sensibles.
Desde el Congreso —especialmente desde bancadas como Fuerza Popular y Renovación Popular— se ha acusado a Espinoza Valenzuela de encubrir a fiscales investigados, de proteger redes internas en el Ministerio Público, y de tomar decisiones que benefician al sector judicial progresista con el que se le vincula. Incluso desde el Ejecutivo, el ministro del Interior presentó una denuncia constitucional contra ella por presunto abuso de autoridad, alegando que desconoció normativas que otorgan a la Policía liderazgo en las primeras etapas de investigación.
Además, hay acusaciones de que su ascenso al cargo fue negociado dentro de una Junta de Fiscales Supremos fragmentada, donde habría ofrecido archivar investigaciones a cambio de votos favorables, lo que pone en entredicho la legitimidad de su nombramiento. Su imagen de fiscal «anticrisis» se ha ido diluyendo frente a un estilo de gestión defensivo, confrontacional y cada vez más politizado.

Dos mujeres, un camino de decadencia
Patricia Benavides y Delia Espinoza representan facciones opuestas del tablero político peruano. Una es la favorita de la derecha y el aprismo. La otra, de los sectores progresistas. Pero ambas coinciden en lo esencial; han hecho del Ministerio Público una trinchera personal y una herramienta de poder. La institucionalidad ha quedado en segundo plano, desplazada por una lógica de supervivencia política donde el ‘principio de legalidad’ solo se invoca cuando conviene.
En lugar de investigar con independencia, han usado sus cargos para blindar aliados, negociar favores y enfrentarse entre sí como si la Fiscalía fuera un botín. No hay transparencia, no hay rendición de cuentas, no hay justicia imparcial.
El Perú necesita con urgencia una Fiscalía de la Nación que no responda a intereses personales ni políticos, sino al mandato constitucional de investigar y sancionar con independencia. Lo que hoy tenemos, en cambio, es una guerra vergonzosa entre dos fiscales que se disputan un cargo como si fuera una presidencia alterna del país. Esta batalla no solo erosiona la credibilidad del Ministerio Público, sino que degrada peligrosamente la fe ciudadana en el sistema de justicia. Mientras no se ponga fin a esta pugna y se restablezca el ‘principio de legalidad’, ninguna de las dos merece el sillón fiscal.
Opinión
El asalto institucional que sacude los cimientos de la democracia en el Perú
Hoy, la toma de la Fiscalía de la Nación por Patricia Benavides, destituida en 2024, expone un golpe institucional que sacude los cimientos de la democracia peruana. Respaldada por una resolución cuestionada de la Junta Nacional de Justicia (JNJ) y fuerzas de seguridad leales al régimen de Dina Boluarte. Benavides intenta recuperar su cargo, pese a que la JNJ solo podría restituirla como fiscal suprema, no como máxima autoridad. La fiscal titular, Delia Espinoza, se resiste, declarando que no reconocerá un cargo obtenido por la fuerza política.

Por Jorge Paredes Terry
Este acto es parte de un engranaje corrupto que involucra al Congreso, la JNJ y el Tribunal Constitucional (TC). El Congreso, controlado por fuerzas fujimoristas, cerronistas y acuñistas, eligió a los miembros de la JNJ, quienes, en un acto sin precedentes, emitieron una resolución sin unanimidad, usurpando competencias y violando la Ley de Procedimiento Administrativo. El TC, nombrado por el mismo Congreso, permanece en silencio cómplice, avalando el operativo al no pronunciarse sobre la demanda competencial que cuestiona los límites de la JNJ. Su inacción permite que Dina Boluarte, quien enfrenta acusaciones por graves delitos, elimine a su principal opositora, la fiscal Espinoza, reponiendo a Benavides, aliada política que en 2022 facilitó su ascenso al poder.
El asalto a la Fiscalía es un atropello constitucional. La JNJ sobrepasa sus límites, ignorando precedentes del Tribunal Constitucional que establecen que la nulidad de un proceso no restaura automáticamente cargos obtenidos por designación interna. La resolución de la JNJ además omitió pruebas clave, como el informe que demuestra la destitución ilegal de una fiscal para obstruir una investigación contra la hermana de Benavides, presuntamente vinculada al narcotráfico. Diversos Juristas califican la resolución como un título inválido para ejercer como fiscal de la Nación.
Este asalto es la culminación de una estrategia de cerco perfecto: el Fujimorismo y Cerronismo controlan el Congreso e instalan operadores; Boluarte busca inmunidad persiguiendo fiscales que la investigan; y el TC legitima el abuso con su silencio, allanando el camino a una dictadura técnico-legal. La ciudadanía asiste a la destrucción del Estado de Derecho. La JNJ, el TC y el Congreso han secuestrado la justicia para convertirla en un botín político. Hoy no solo la Fiscalía está bajo asalto, sino la democracia peruana misma. Es imperativo que la ciudadanía se levante y defienda la democracia antes de que sea demasiado tarde. El silencio es complicidad. La lucha por la justicia y la democracia requiere la participación activa de todos.

Por Tino Santander
Los miraflorinos se han rebelado contra las políticas autoritarias del alcalde Carlos Canales. Lo acusan de sembrar cemento en desmedro de la poca arborización del distrito. Además, sus críticos más severos señalan que existen graves indicios de corrupción e incompetencia en las obras, y ponen como ejemplo la ciclovía de la avenida comandante Espinar y el puente Miraflores-Barranco, que tanto perjuicio ha causado a los vecinos y a los limeños en general.
Abel Condori y Justo Mamani me invitaron a participar en los plantones de los vecinos insurrectos en el parque Kennedy. Ellos creen que la clase media miraflorina puede sumarse a una insurrección contra el sistema. Justo Mamani me dijo: «También son peruanos. No te olvides de que las clases medias nos pueden ayudar a acabar con los podridos que gobiernan el Perú». Lo escuché. En ese momento apareció el periodista Rafo León, conocido como «la china Tudela», agitando alocadamente como si fuese un revolucionario dispuesto a dar la vida por la causa vecinal contra el alcalde Canales. Abel Condori dijo: «Mira, Justucha, compañero Tino, ese es el periodista racista y clasista que habla mal de los puneños. ¿Te acuerdas cuando insultaba al compañero Walter Aduviri? Con este vamos a hacer Frente Único. No jodas, Justo». Nos quedamos callados mientras los vecinos gritaban consignas contra el alcalde.
«Compañeros —les dije—, es verdad que los miraflorinos no están luchando por conseguir agua y desagüe para diez millones de peruanos, ni contra los bancos usureros que controlan la economía nacional, ni contra el monopolio farmacéutico del Interbank, ni por infraestructura agraria, de salud y educación. Ellos tienen otros problemas. Pero lo que nos une es la lucha contra la corrupción y contra el fraude electoral. Esta insurrección es el inicio para que puedan escalar sus reivindicaciones a otro nivel y así contar con ellos para transformar el país en una verdadera democracia».
«Eres iluso, compañero —dijo Abel—. Ellos son racistas y clasistas. Ese Rafo León nunca se va a juntar con nosotros. No podemos mezclarnos con ellos porque no nos quieren, y nosotros tampoco. Tú sabes el odio que siente la gente por la frustración que vive la inmensa mayoría. Ellos se imaginan un Perú diferente al nuestro; ellos aspiran a ser Miami, mientras que nosotros queremos un país democrático, libre, donde impere la ley y esta no sea un instrumento de los grupos de poder económico, como hasta ahora».
«No —les dije—. Tenemos que superar nuestros prejuicios. Además, este movimiento de las clases medias recién empieza. No hay nada orgánico; es todavía una algarada, un vacilón para los pitucos. Lo importante es ayudarlos, movilizarnos con ellos, que sientan que el pueblo, a pesar de nuestras diferencias, los apoya. Tenemos que estar a la altura del reto que significa transformar el Perú. En la batalla contra el crimen organizado, la corrupción política y el fraude electoral, estamos todos. En la próxima movilización, participaremos orgánicamente y veremos cómo los ayudamos».
«Compañeros —dijo Justo, señalando la Iglesia “Virgen Milagrosa”—, si tomamos esta iglesia con la gente que no tiene agua ni desagüe, con los colectivos que luchan contra los bancos y el monopolio farmacéutico, ¿tú crees que los “combativos vecinos de Miraflores” nos van a apoyar o van a pedir que nos saquen a palos y nos acusen de “tucos”? No jodas, Tino. Ellos son otro Perú, al margen de nosotros. Entiende: no nos quieren».
La insurrección democrática, la revolución social y la desobediencia civil son tareas que deben ser tolerantes con la diversidad de condiciones económicas, sociales y políticas si queremos acabar con los podridos que gobiernan.

Por estos días, en el Congreso de la República, se escenificó una de esas farsas que ya no sorprenden, pero sí indignan. Fabricio Valencia Gibaja, el actual ministro de Cultura —o lo que queda de esa cartera— fue interpelado por su gestión desastrosa. El escenario fue casi simbólico: un hemiciclo semivacío, con parlamentarios ausentes como si la destrucción del patrimonio milenario del Perú fuera un asunto menor. Esa imagen lo decía todo: el país se cae a pedazos y un gran porcentaje de los supuestos padres de la patria miran para otro lado.
El ministro fue interrogado sobre el escandaloso recorte del polígono de protección de las Líneas de Nasca y Palpa, una mutilación al patrimonio mundial que haría revolver en su tumba a María Reiche. Lejos de responder con honestidad, Valencia optó por la evasiva, la retórica hueca y la mentira abierta. Como si la verdad pudiera ocultarse bajo el manto de la burocracia.
Pero el punto más grotesco vino cuando se le preguntó por Shirley Hopkins, beneficiada con órdenes de servicio en su gestión y, presuntamente vinculada sentimentalmente con el ministro. Fue allí donde la compostura se desmoronó. El ministro, visiblemente nervioso, negó toda relación, balbuceó excusas y trató de esquivar el tema del uso indebido de un vehículo oficial, hoy bajo investigación fiscal. La escena fue patética, digna de una tragicomedia mal escrita.
Y es que la trama de este drama tiene nombres y apellidos: según fuentes del propio ministerio, desde Palacio de Gobierno se habría ordenado al ministro acelerar un informe —elaborado por funcionarios de la DDC de Ica— para justificar la resolución que recorta el área protegida de las Líneas. El documento, firmado por la también cuestionada viceministra Moira Novoa Silva, ha sido repudiado por arqueólogos, especialistas y una parte del Congreso aún comprometida con la cultura.
Ante el escándalo, el Ejecutivo solo ha optado por la táctica del camuflaje: “pausar” el proceso, socializarlo, dilatarlo. Pero el crimen está en marcha. Fabricio Valencia no solo ha demostrado incompetencia; ha mostrado sumisión, cobardía y desprecio por la historia del Perú. Lo que ocurrió en Nasca no es un error técnico: es un acto deliberado que pretende la destrucción cultural. Y sus responsables no deben quedar impunes. El silencio de Alberto Martorell y su nuevo cargo en el Mincul abre una nueva línea de investigación.
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