Los que manejamos información ya vislumbrábamos lo que iba anunciar el presidente Francisco Sagasti; sin embargo, la mayoría de peruanos de a pie, hasta hoy no se reponen de la noticia del nuevo confinamiento. Es decir, ellos ahora se preguntan ¿Cómo hago para llevar el sustento a mi casa? ¿Qué pasará mañana en mi trabajo… me despedirán? ¿Ahora cómo pago la cuenta de alquiler? ¿Acaso los bancos tendrán tolerancia ante mis vencimientos? ¿Cómo hago para vender mis emolientes? ¿mi canchita? ¿mi broster y salchipapa al paso?
Esta apreciación quizá suene algo prosaica; sin embargo, es nuestra realidad y la de ese 70% de la PEA que vive el día a día, a salto de mata, a causa de una feroz informalidad que ya está institucionalizada en nuestro país.
Por otro lado, existe una visión sanitaria que la ejercen los médicos, los epidemiólogos y otros especialistas que, de alguna forma, concientizan a los administradores del Estado para que no se eviten las medidas de bioseguridad y prevención; todo, con el objetivo primordial de cautelar la vida humana. Claro que la vida humana es lo primordial; pero también es inmoral, cogerse de un principio fundamental para aplacar incompetencias, falencias de gestión y actos de corrupción, como pasó en el gobierno anterior que aprovechó la pandemia para compras fraudulentas, y millonarios gastos en equipos, y pruebas serológicas que no servían para nada.
Todos ya hemos vivido un confinamiento durante el 2020 y los resultados han sido catastróficos, porque la economía nacional se quebró y los contagios y las muertes, de todas formas, se incrementaron. Entiendo, que lo primero que se nos puede venir a la mente, es: —Eso fue por culpa de la gente irresponsable e ignorante que salía a las calles—que eso sea cierto, no es la discusión del momento. Sin embargo, ¿En qué escenario estaríamos hoy si es que se hubieran construido masivas plantas de oxígeno, e importado miles de ventiladores artificiales? ¿Y que no se hayan desmontado los hospitales de campaña? o ¿que no se hayan despedido a cientos de médicos intensivistas? o ¿que se hayan comprado millones de pruebas moleculares para luego aplicar testeos y focalizaciones verosímiles? Y, por último; que se hayan adquirido con celeridad millones de vacunas para el resto de la población.
Evidentemente, eso no pasó y ya no podemos llorar sobre leche derramada; no obstante, lo que es insostenible es ese afán de hacer experimentos con la población, como si fuéramos conejillos de indias. En estos momentos, con la nueva medida impuesta por Francisco Sagasti se están vulnerando derechos fundamentales como el de libre tránsito, y el derecho al trabajo. ¿Acaso ese dizque bono de S/600 soles, llegará a toda la gente? ¿Acaso se abonará esta semana?
La cuarentena absoluta, es una forma sigilosa de someter y manipular a los administrados y para eso, los medios de comunicación cumplen una labor de esbirros a la orden del “encargado” de palacio. ¿Será cierto que esta cuarentena durará 15 días? Esto es solo el comienzo ¿Acaso no vimos ayer a Martín Vizcarra ser entrevistado en el canal del Estado para pedir que se pospongan las elecciones? Mientras Sagasti daba su mensaje a la nación, el conductor de TV Perú le permitía al “vacado” dar un mensaje subliminal.
Basta de componendas. Ahora con el cuento de la cuarentena, es probable que el gobierno morado salga luego con un mensaje a la nación donde se anuncie que por fines sanitarios se prorrogan las elecciones. Y si eso se cumple, nos pintaría de cuerpo entero el despropósito que ha significado ese grupo de morados que hoy están emborrachados de poder. Y las implicancias serían funestas.
A todos esos científicos sociales oenegeros que hoy asesoran a la “encargatura sagastiana”, y a todos esos profesionales de gabinete que nunca pisaron una periferia o el más alejado de los anexos en la entraña nacional, se les exhorta a que mejor dejen los Power Point y que caminen con sus sandalias por las calles y los mercados, para que comprendan el mundo fáctico y al menos cojan algo de empatía y solidaridad. Porque la gente que vive el día a día, ya no soportará un confinamiento más y solo desea salir a las calles para ganarse la vida y dar de comer a su familia; e incluso, preferirán morir de Covid, más no de hambre.