– Malditos terrucos —dijo mi primito— quieren tomar el poder como sea. Así de sucios son esos rojos.
– Pero los que desean tomar el poder como sea son los fujis —le dije— ¿No has escuchado los audios de Popy Olivera?
– ¿Popy Vera? ¿Quién es Popy Vera? – me preguntó con la inocencia de sus doce años
– Popy Olivera – le dije – fue quien hizo caer la mafia fujimorista en el 2000. Fue el héroe que difundió los vladivideos. Y hoy ha regresado con los vladiaudios para derrotar a la señora K.
No veía a mi primito desde que comenzó la pandemia y en los últimos meses —desde que la campaña electoral comenzó a desbordarse— vi cómo su Facebook sufría una transformación. Dejó atrás las fotos de Transformers, los videos de La Liga de la Justicia, los sorteos para ganar un Play Station 5 y pasó a compartir los spots de Rafael López Aliaga, Hernando de Soto y Keiko Fujimori. Pero cuando la candidatura de López Aliaga despuntó, se volvió un fanático celeste: cambió su foto de perfil por una de “Porky” y en la portada colocó la frase: “Salvemos al Perú”
Pensé que el proselitismo barato de Renovación Popular lo había seducido por el lado infantil, pensé que se le pasaría, que sólo deseaba reírse un poco de ese gordito calvo que postulaba a la presidencia y se alucinaba Porky; sin embargo, con los días, descubrí que su entusiasmo venía por otro lado. Y es que, cada hora, se la pasaba compartiendo de modo compulsivo los videos de Renovación Popular, videos a los cuales le añadía la leyenda: “Malditos rojos van a caer”. Pero el hecho que me perturbó vino un día después de la primera vuelta; cuando le colocó a su perfil, el infame: “Khe me Keda”.
Intrigado, le escribí y le pregunté a qué se debían esas actitudes suyas. Me respondió de mala gana: “Seguro defiendes a los malditos terrucos, a los comunistas, no quieres que progrese el país”. Preferí no caer en una discusión absurda y decidí visitarlo para conversar personalmente.
Me inquietaba saber cómo un chico de 12 años —que meses atrás sólo hablaba de las batallas de DC Comics y de Play Station— se había vuelto anticomunista.
El sábado fui a visitar a mi tía y él me abrió la puerta: tenía una vincha rojiblanca y un polo que decía “Respeta mi voto”. Pasa —me dijo— mi mamá no quiere que vaya a la marcha, pero desde aquí acompaño a los patriotas que defienden la democracia. Le di unas palmadas en la cabeza y fui a saludar a mi tía. En la cocina me dio las quejas: qué bueno que nos visites, sobrino, ya no sé qué hacer con este muchacho… tal vez tú que eres joven puedas orientarlo. No tan joven, tía: ya tengo 33. Bueno —me contestó con resignación— pero aunque sea dile algo… algo que lo haga cambiar, este muchacho solamente piensa en acabar con los comunistas… tú sabes que yo no me meto en política, no apoyo a Castillo ni a Keiko, pero este chico se está volviendo loco. Cálmate, tía, le dije: se le veía muy agitada. Es que desde la segunda vuelta solamente habla de “fraude” y eso me tiene preocupada: recién tiene 12 años y ya está contaminando su mente con la política. Está bien —contesté— iré a su cuarto, a ver si trato de convencerlo.
Su cuarto no era típico de un adolescente. Más parecía el local partidario de Fuerza Popular: de la puerta colgaba un póster con la cara de Keiko Fujimori y en las ventanas —ensartados a las manijas— pendían afiches y calendarios de Alberto Fujimori, Martha Chávez y de algunos congresistas, recientemente elegidos. En el techo, dibujado con crayola, una K enorme ocupaba casi todo el espacio. Pero eso no era todo: en las paredes había escrito alusiones al denominado “fraude en mesa”: “Corvetto, no seas ladrón, enseña el padrón” “Respeta mi voto” “Hoy luchamos por la libertad y la democracia” “Keiko Fujimori, el cambio hacia adelante”
- Keiko te debe de estar pagando bien – le dije irónicamente.
- Claro —contestó— como buen rojo parásito crees que la política sirve para llenarse los bolsillos.
- Aguanta tu coche, primito, no he venido a discutir. ¿Por qué te alteras?
- Es que a ti no te importa —dijo apretando las mandíbulas— no te importa que el país se convierta en Venezuela, no te importa el fraude. Si yo tuviera tu edad, estaría ahorita mismo marchando con todos los patriotas que creen en la libertad.
- ¿Venezuela? —dije riendo— no hables tonterías, primo, ese es un cuentazo de los fujis para asustar a la gente, tú eres un chico inteligente ¿También has caído en eso?
- Porque soy inteligente me preocupa —dijo ceremoniosamente— ¿No has visto al criptoanalista que demuestra cómo se hizo el fraude en la segunda vuelta?
- La prensa concentrada está sometida a la señora K —le dije sonriendo— ¿Cómo vas a creer todo lo que publican? Ese criptoanalista ya se retractó, además toda la comunidad internacional ha validado estas elecciones.
- Es que los malditos rojos están detrás de todo, la comunidad internacional es recontra roja ¿O no sabes? Los rojos y los castrochavistas han orquestado todo. Castillo es un presidente ilegítimo.
- No defiendo a Castillo —le dije seriamente— su partido tiene cuestionamientos y él no ha sido un buen candidato. Pero de ahí a pensar que han organizado un fraude descomunal contra Keiko Fujimori, que ya viene postulando varias veces, es absurdo. Si los de Perú Libre ni siquiera pudieron armar un buen equipo para el debate técnico, menos van a realizar un fraude a gran escala. Piensa, pues primito.
- Los rojos quieren tomar el poder —me dijo— no me vas a cambiar de idea.
Estuvimos discutiendo casi media hora, le expliqué que el llamado “fraude en mesa” era imposible, más aún contra Fuerza Popular, que era un partido con experiencia en lides electorales; le dije, también, que el rollo de “la democracia y la libertad” era una consigna vacía, que al fujimorismo no le importa el país. Le reconocí que Castillo era un candidato improvisado, que Cerrón era un prepotente con ansias de poder y que en el partido del lápiz todo era incertidumbre. Pero no se ha probado el fraude. No quería creerme, no se convencía. Entonces saqué mi celular y le hice escuchar los vladiaudios, le expliqué sobre el fraude fujimorista del año 2000, sobre los vladivideos y sobre “Popy” Olivera. Su rostro cambió, amainó su ímpetu, con voz temblorosa dijo:
- ¿Entonces todo lo de la democracia y la libertad es mentira?
- Claro, le dije, ¿Tú crees que a ellos les importa la democracia y la libertad? Escucha otra vez los vladiaudios para que te convenzas.
- Está bien —dijo compungido— pero dime ¿Qué gana “Popy” Olivera con todo esto?
- “Popy” no gana absolutamente nada. Es un héroe de la democracia. Una de esas personas que aparecen cada cien años para el bien del país. En este caso cada doscientos años: Si en 1821 tuvimos a San Martín; hoy tenemos a “Popy” Olivera.
- ¿Y “Popy” Olivera tiene seguidores?
- Sí, pero no están muy organizados. Tú puedes ser uno de ellos y ayudarlo a formar su partido. Además ¿Sabes que Marvel lo ha convertido en un superhéroe y van a rodar una película sobre él?
- ¿Un superhéroe de Marvel? —abrió los ojos sorprendido— ¿Y de qué va a tratar su película?
- Sobre su vida, desde su paso por la Fiscalía cuando era joven, su estadía en la Cámara de Diputados, la lucha contra su enemigo Alan García, los vladivideos y la derrota del malvado Doc y del fujimontesinismo.
- ¿Cómo se va a llamar esa película? – dijo cada vez más inquieto.
- The Popysher —le dije— todo peruano debe de estar orgulloso de él.
Conversamos un rato más y me retiré de su cuarto. Antes de salir vi que había comenzado a arrancar los afiches fujimoristas que colgaban de la ventana. No te olvides de borrar las pintas de tu pared, le dije. Mientras salía pensaba que afortunadamente no me había preguntado de dónde viene la chapa de “Popy”.
En la sala mi tía estaba un poco alborotada. Sírvete un tecito, me dijo, cómo lo has visto ¿No está medio raro, acaso? Ya no, tía, le dije. Ya está más tranquilo, ya no es anticomunista. No me digas que ahora apoya a Castillo, me dijo como recriminándome. Noo, le dije, nada que ver, ahora apoya a “Popy”. Abrió los ojos y soltó una carcajada estridente: ¿Al loco de “Popy”?. Bueno, le dije, no había de otra. Se llevó un dedo a la sien y lo giró, mientras seguía riendo: ay, sobrino.
Salí de la casa, en la esquina vi un poste sucio con propagandas de Castillo, Keiko, Verónica y López Aliaga, montados uno sobre otro en asquerosa promiscuidad. Caminé hacia un parque y me senté en una banca. Me distraje viendo un cachorrito labrador, muy limpiecito, parecía recién salido de la lavandería. Al rato una paloma comenzó a revolotear en el piso, el perrito se incorporó sigilosamente y estuvo a punto de morderla: impotente daba aullidos y la miraba cómo se extraviaba en el aire. Quise acariciar su cabeza, pero gruñó.
Entonces, repentinamente, me acordé de mi primito y de su nuevo héroe, “Popy” Olivera. Y pensé en el “Popy” que propaló los vladivideos, en el “Popy” que sirvió a Toledo, en el “Popy” de la embajada en España, en su escudero Pacheco y en las cartas falsas al Vaticano.
Y en el “Popy”, que ahora, difundía los vladiaudios para tirarse abajo toda la elección.
Cuando sea adulto – pensé – cuando mi primito sea adulto, se dará cuenta que “Popy” no es un héroe. Ahora es un adolescente y tiene que creer que existen los buenos y los malos. Cuando sea adulto comprenderá que Castillo no es el candidato ideal, que Keiko no ama al Perú y que “Popy” tiene sus propios intereses. Porque todo adulto sabe que, aunque siempre hay opciones peores a otras, nada se puede ver en blanco y negro. Que no existen lo bueno radical de un lado y lo malo radical de otro lado. Que lo bueno y lo malo se confunden, que todos tienen un interés, que todo está mezclado.
Porque, en resumen, todo adulto sabe ver los matices. ¿No?