Por: Jorge Paredes Terry
La censura al ministro del Interior, Juan José Santiváñez, destituido por el Congreso tras su incapacidad para luchar contra la criminalidad desbordada, marca un punto de quiebre en el ya debilitado gobierno de Dina Boluarte. Este hecho, sumado al inicio de masivas movilizaciones ciudadanas que ayer colmaron las calles de Lima y otras regiones, confirma que el régimen ilegítimo instalado tras el fallido autogolpe de diciembre de 2022 está agotando su último aliento. Santiváñez, cómplice de los ya famosos waykis, usó el cargo de ministro para cumplir cual perro guardián cada una de las órdenes de Boluarte, su incapacidad para frenar la ola de sicariato, y los más de 1800 asesinados durante su gestión, calzaba perfectamente para una censura ganada a pulso.
Las imágenes de ayer, con miles de ciudadanos marchando bajo consignas como “Boluarte asesina”, “Elecciones ya”, «que se vayan todos» no son solo un recordatorio de la indignación social, sino una advertencia clara: la paciencia se agotó. Estudiantes, trabajadores, campesinos, mujeres y jóvenes han vuelto a tomar las plazas, esta vez con mayor fuerza, conscientes de que la salida de Santiváñez es apenas un eslabón en la cadena de desmontaje de un régimen que se sostiene por inercia. La movilización masiva demuestra que, pese a la represión, la desinformación y el desgaste, la demanda por el fin de este gobierno usurpador sigue viva. Boluarte, con un respaldo popular inferior al 3%, se aferra al poder sin mandato legítimo, protegida por un Congreso desprestigiado que hoy intenta maquillar su complicidad con la censura a un cadáver viviente.
Ahora Toca Eliminar al Tridente de la Corrupción: Fujimori, Acuña y Cerrón apuntalan a Boluarte,
El gobierno de Dina Boluarte se sostiene todavía, en parte, sobre un precario equilibrio de poder corrupto, un tridente formado por figuras políticas tan dispares como Keiko Fujimori, César Acuña y Vladimir Cerrón. A pesar de sus ideologías antagónicas, los tres comparten un común denominador: las dadivas y un pragmatismo político que les permite, a cambio de favores y cargos públicos, brindar un apoyo tácito, a la actual administración.
Keiko Fujimori, a pesar de las reiteradas derrotas electorales y las investigaciones en su contra, ha encontrado un espacio de influencia dentro del gobierno, todo el país sabe que ella es la titiritera. Su silencio estratégico en algunas ocasiones, o incluso su apoyo firme a Boluarte, le permite mantener una clara relevancia política, mientras que sus aliados reciben jugosos puestos en el gobierno. Este servilismo, sin embargo, no pasará desapercibido para el electorado.
César Acuña, con su partido Alianza para el Progreso, ha demostrado una notable flexibilidad ideológica. Su pragmatismo le ha permitido obtener una representación ministerial sin precedentes, ahora sí la plata fluye como cancha para sus arcas, a pesar de las críticas a su desastrosa gestión como gobernador de la región La Libertad, este actor de memes es un oportunista nato, pero no hay mal que dure cien años, cada una de sus tropelías le costará caro, muy pronto.
Vladimir Cerrón, líder de Perú Libre, a pesar de su discurso radical para las tribunas, también ha encontrado un espacio de negociación con el gobierno, sobre todo con el desaforado ministro Santiváñez, quien jamás lo buscó o podemos decir lo escondió. Si bien trata de maquilar su influencia con Dina, su capacidad para articular las votaciones en el Congreso hacen de este actor una pieza necesaria en el oscuro ajedrez del régimen.
Este tridente de poder, sin embargo, se sustenta en una base de arena. La población peruana está cada vez más consciente del servilismo de estos líderes y de su participación en el mantenimiento de un gobierno impopular. Las urnas, en las próximas elecciones, serán el escenario donde el pueblo peruano pasará factura por este pacto de silencio y oportunismo político. El tiempo dirá si estos líderes políticos lograron asegurar su futuro a costa de la estabilidad del país.
El Legislativo, cuya aprobación ronda el 4%, actúa como un cómplice tardío. Mientras promete “limpiar” su imagen evade su responsabilidad central: destituir a una presidenta ilegítima y convocar elecciones generales inmediatas. Su estrategia es evidente: simular cambios para ganar tiempo, mientras protegen a Boluarte hasta 2026 y preservan un sistema político corrupto que beneficia a los mismos de siempre. Pero la ciudadanía no olvida. Su teatro de “renovación” es un insulto a los miles que exigen un cambio real.
El fin de la etapa más oscura de los últimos 25 años —un periodo marcado por el neoliberalismo extractivista, la corrupción sistémica y la violencia estructural contra los pobres y los pueblos originarios— no llegará con gestos aislados. La renuncia de Boluarte y la convocatoria a elecciones son pasos urgentes, pero insuficientes si no van acompañados de una transformación profunda. Sigo creyendo que las elecciones deben ser el puente hacia una Asamblea Constituyente libre y soberana, que permita refundar el Perú sobre bases de justicia social, plurinacionalidad y democracia participativa. Un proceso que excluya a los responsables de masacres, a los lobistas del poder económico y a los operadores políticos que hoy buscan reciclarse.
Sin embargo, nada de esto será posible sin la unidad y la movilización permanente del pueblo. Las calles, convertidas nuevamente en trincheras de dignidad, deben mantenerse activas: con marchas, paros nacionales, plantones y acciones creativas que desborden el control de un régimen en retirada. Es hora de tejer alianzas entre sindicatos, organizaciones indígenas, colectivos urbanos, artistas y jóvenes, superando diferencias para construir un frente común. La consigna es clara: “¡Fuera Dina!”. Pero también lo es la necesidad de no repetir los errores del pasado: la lucha debe ser pacífica, masiva e incluyente, sin caer en provocaciones que justifiquen más represión.
El ocaso de Boluarte no es solo el fin de un gobierno ilegítimo; es el colapso de un modelo que por décadas ha priorizado el saqueo sobre la vida. Su caída, sin embargo, no será un regalo de los poderosos. Será la conquista de un pueblo que, tras años de resistir, hoy ve en el horizonte la posibilidad de un nuevo mañana, sí podemos hacerlo. La tarea es clara: mantener la presión en las calles, denunciar los pactos cupulares y exigir elecciones libres con garantías. El tiempo de la impunidad se acaba. El tiempo del pueblo, organizado y unido, comienza ahora.
¡Sin luchas no hay victorias!